La invasión mongola supuso el inicio de una etapa de transición en la historia de toda Europa oriental en general y de Rusia en particular, que se desarrolló desde mediados del siglo XIII hasta la mitad del XIV y cuya principal característica es la escasez de documentación escrita. Los mongoles o tártaros consolidaron sus conquistas en Rusia tras la muerte de Alexander Nevski (1263), estableciendo un particular sistema de dominio, basado en la colaboración de los propios príncipes eslavos. Así, los hijos de Alexander Nevski, Basilio y Demetrio, y sus hermanos Andrés y Yaroslav lucharon entre sí para hacerse con el titulo de gran príncipe de Vladimir (1277-1304), pero acataron la autoridad de los tártaros. La administración mongola estaba encabezada por el khan de la Horda de Oro (referencia a la primitiva tienda dorada utilizada por los khanes en sus campamentos ambulantes), cuya residencia, tras el abandono del nomadismo, quedó fijada en Sarai. Este dependía en teoría de la autoridad del gran khan de Karakorum, si bien en la práctica su autonomía era total. Los principados rusos siguieron existiendo, aunque bajo el protectorado del khan, quien exigía la participación de levas eslavas en sus ejércitos, en calidad de tropas auxiliares, y el pago de una serie de impuestos como el "jasag" o "desjatinnaja" (tasa sobre la propiedad de la tierra), la tamga (gravamen sobre las transacciones) y algunos tributos extraordinarios. En un principio, los mongoles contaron con agentes fiscales (baskakes) en las principales poblaciones eslavas, pero hacia finales del siglo XIII la recaudación de los impuestos fue delegada en manos de los propios príncipes, como así lo demuestran los testamentos de algunos mandatarios como el de Vladimir de Volinia (1287). En opinión de C. J. Halperin, los baskakes serían sustituidos por representantes sin responsabilidades administrativas (droga) y por enviados especiales (posoly). Los khanes promulgaron ciertos privilegios fiscales, cuya principal receptora fue la Iglesia ortodoxa, muy favorecida por su trato tolerante. Los dignatarios mongoles utilizaron una arma diplomática muy efectiva a la hora de mantener el control sobre los príncipes; éstos, envueltos en constantes disputas por conseguir el título de gran príncipe o gran duque, que les otorgaba un derecho de preeminencia sobre sus iguales, necesitaban recibir a tal efecto un documento de confirmación (jarlyk) de manos del khan. Dicho argumento fue utilizado por los mongoles para intervenir en los conflictos internos entre 1273 y 1297, aunque, tras la consecución del título de gran duque en propiedad por parte de Iván I de Moscú (1328-1340) en 1328, perdió su razón de ser. Este se apoderó de la dignidad tras desembolsar una fuerte suma en oro, procedente de la recaudación de los impuestos tártaros; su maniobra le valió el sobrenombre de "Kalita" (Bolsa de oro). Las disputas entre la Horda de Oro y la Horda de Nogai terminaron por descomponer el dominio efectivo de los mongoles sobre Rusia, a pesar de que, bajo el khan Ozbeg (1313-1341), su Imperio vivió su ultimo momento de apogeo. Las campanas de Tamerlan (1336-1405) dieron la puntilla a la Horda de Oro. La invasión mongola provocó una serie de desplazamientos demográficos desde finales del siglo XIII, que, a su vez, produjeron una condensación poblacional en la franjas sureste y noreste del territorio ruso. Los focos más favorecidos fueron Tver, Moscú y el curso superior del Volga. La irrupción mongola, sin embargo, no trastocó la vida económica de la región, ni alteró los intercambios comerciales. En 1270 el khan Möngkä Temür concedió una serie de privilegios a los mercaderes de Riga y de otras ciudades de formación germana del Báltico. Durante los siglos XIV y XV la vida mercantil del mundo eslavo oriental fue revitalizada por genoveses, griegos y armenios, quienes empezaron a contar con la competencia de comerciantes moscovitas (gosti-surozane) en Crimea. Hoy en día, el análisis de la aportación mongola a la cultura y a la sociedad rusas continúa siendo un campo abierto a la polémica y a la discusión. Sin embargo, para una gran mayoría de autores el papel asignado a la invasión por parte de la historiografía anterior ha sido magnificado. Así, el desplazamiento del eje político desde Kiev hacia el Noreste no sería consecuencia directa de la irrupción mongola, sino fruto del desarrollo de una tendencia observable ya desde el siglo XII; igualmente, la diversificación lingüística y cultural de lo que hoy conocemos como Rusia no arrancaría de la disgregación de mediados del siglo XIII, sino de la pervivencia de particularismos ancestrales y del avance de otras culturas, como la lituana por la llamada Rusia Negra. La influencia mongola quedaría limitada al campo de la fiscalidad y de la redistribución demográfica de los eslavos orientales. Según Halperin, su papel en la formación y crecimiento del principado moscovita no ha sido suficientemente analizado, hasta tal punto que aún no se ha estudiado la integración de algunas familias de origen tártaro (Uvarov, Apraksin, Rostopchin) en la vida política moscovita de finales del siglo XIV. Tras las epidemias de peste que afectaron a Moscú durante los años 1352-1353 y 1360-1366, el principado resurgió como así lo demuestran el desarrollo de la actividad artesanal, las primeras acuñaciones de monedas y la proliferación de nuevos edificios, civiles y religiosos. La pujanza moscovita se asentó sobre bases económicas, en las que jugó un papel principal la colonización de las zonas de bosque por parte del campesinado. La presencia del colono libre o "colono negro" fue mayoritaria en el proceso de roturación emprendido en la segunda mitad del siglo XIV. En otras regiones como Novgorod, incorporada al principado moscovita en época más tardía (1478), el protagonismo colonizador recayó en la Iglesia y en la nobleza (boyardos), que controlaban el desbroce de los bosques a través de sus funcionarios (slobodciki). Las nuevas comunidades rurales (volost´), encabezadas por el colono más anciano (starosta), se dedicaron al cultivo del centeno de invierno, sustituto del mijo como cereal principal, siendo complementada dicha actividad con la ganadería mayor, la pesca, la caza y la recolección de productos del bosque. El desarrollo moscovita en particular y el ruso en general también se asentaron sobre otras actividades como la artesanía, la minería y el comercio. Así, las minas de hierro de Ingria y Carelia o las salinas del Mar Blanco aumentaron su producción a lo largo de los siglos XIV y XV. El comercio de pieles, cera y productos de lujo occidentales capitalizaron la vida económica de ciudades como Moscú, Novgorod, Pskov y Tver, que alcanzaron en el siglo XV una población superior a los 10.000 habitantes. Este crecimiento urbano no dio lugar al desarrollo de las instituciones municipales como en otras regiones europeas, debido a la radicalización de la autoridad del gran príncipe y de los boyardos. Novgorod, ciudad independiente hasta 1478, fue una de las bases comerciales más importantes de la Hansa, al contar con un "peterhof", recinto amurallado propio con aduana, almacenes, viviendas e iglesia. El ascenso de los grandes príncipes moscovitas se vio confirmado con el traslado del metropolitano de Vladimir Theognost a Moscú. A partir de este momento la actuación de la Iglesia ortodoxa rusa se verá sumamente comprometida con la política ducal. Tras la muerte del gran duque de Moscú, Iván II (1359), el metropolitano Alejo (1357-1378) consiguió retener el título, pese a las presiones procedentes de otros principados. El heredero de Iván II, Demetrio Ivanovic (1362-1389), menor de edad hasta 1363, incorporó nuevos territorios, como el principado de Sazdal'-Niznij-Novgorod, y forzó al príncipe Miguel de Tver a reconocer la superioridad moscovita. Demetrio, junto a su fiel colaborador Alejo, ocupó también algunos lugares controlados por la Horda de Oro, aprovechándose de las luchas fratricidas entre el khan de Sarai y su competidor Mamai. Esta ultima acción desencadenó un conflicto abierto con los tártaros, derrotados por el gran duque en la batalla de Kulikovo (1380), en las proximidades del río Don. Sin embargo, la victoria, que le valió a Demetrio el apelativo de "Donskoj" (del Don), no fue óbice para que en 1382 la capital moscovita fuera saqueada por el khan Tuqtamis. Los ataques tártaros sobre la ciudad se sucedieron, sobre todo durante las campañas del khan Edigu durante el invierno de 1408-1409. No obstante, la belicosidad de los mongoles decayó poco a poco, sobre todo tras la apertura de otro frente en Lituania, desde donde el príncipe Witoldo (fallecido en 1430) atacó repetidamente sus posiciones. La muerte de Basilio I, sucesor de Demetrio, ocasionó una grave disputa por el poder en el seno de la familia ducal, al haber designado como heredero del titulo de gran príncipe a su hijo Basilio, menor de edad, marginando a su hermano Yuri de Galic. Moscú sufrió una importante crisis, presidida por las luchas entre Basilio II y Yuri y agravada por las epidemias de peste y los periodos de hambruna (1417-1427). A la muerte de Yuri, el enfrentamiento fue retomado por sus hijos, Basilio Kosoj y Demetrio Semjaka. Pese a las disensiones internas, la administración del gran ducado se fue consolidando a lo largo de la primera mitad del siglo XV. El sistema administrativo (Kormleu'e), encabezado por el príncipe, se basaba en la división del territorio en distritos (vezdy) y subdistritos (stany), dirigidos por gobernadores (namestniki) y representantes ducales (volosteli), respectivamente. Desde el punto de vista religioso-cultural, el periodo de crecimiento del ducado moscovita estuvo marcado por la reforma monástica de San Sergio de Radonez (1314-1392) de mediados del siglo XIV, fundamentada en el cenobitismo y en la pobreza personal. La proliferación de monasterios en las regiones septentrionales (monasterios de la Trinidad, del Salvador, de la Natividad de la Virgen, de la Virgen de la Montana, etc.) hizo prosperar en mayor medida la colonización de las zonas boscosas, en donde se extendió la propiedad monástica desde la segunda mitad del siglo XIV hasta mediados del XV. La Iglesia secular vio aumentado su protagonismo social y cultural, sobre todo tras su condena del Concilio de Ferrara-Florencia (1439), que sellaba la reconciliación entre las Iglesias griega y latina en vísperas de la caída de Constantinopla en manos de los turcos. De esta forma el metropolitano de Moscú se erigía en patriarca de una comunidad cristiana independiente. Basilio II, tras liberarse de sus adversarios internos, inició una política de acercamiento al príncipe de Tver para poder imponer sin oposición su hegemonía sobre otras ciudades y principados. En 1456, después de un infructuoso ataque sobre Novgorod, se hizo con la tutela del duque de Riazan, menor de edad; más tarde consiguió integrar dentro de las posesiones moscovitas los principados de Yaroslav y Rostov. En 1469 la ciudad de Pskov reconoció la autoridad del gran duque Iván III el Grande (1462-1505), aunque mantuvo su autonomía hasta 1510. Novgorod, en donde existía un fuerte partido lituano favorable a su integración en los dominios de Casimiro IV de Polonia, terminó por caer en manos moscovitas. En 1485 el duque de Tver, Miguel Borisovic, huyó del principado ante la amenaza de Iván III, quien expropió a los principales terratenientes de la Corte en beneficio propio y de los boyardos moscovitas. El gran duque, al ver asentadas sus bases políticas, decidió negarse oficialmente a pagar más impuestos a la Horda de Oro, que vivía por aquel entonces sus peores años de decadencia. El khan Ahmed trató de impedir la secesión moscovita, pero fue derrotado por Iván en 1480 en el enfrentamiento del río Ugra, batalla que sella el final definitivo de la dominación tártara para la historiografía tradicional. Iván III intentó zanjar la rivalidad con Lituania por la cuenca superior de los ríos Oka y Desna mediante el matrimonio de su hija Helena con Alejandro, duque de Lituania desde 1492 y rey de Polonia desde 1501. Sin embargo, tras aliarse con el khan de Crimea, Iván, prosiguiendo su política expansionista, ocupó los mencionados territorios en 1503. Años más tarde, la Corona polaco-lituana también perdería Smolensko en favor del ducado moscovita (1514) y se vería seriamente amenazada por los pactos entre los Habsburgo y Moscú. El gran duque también estableció relaciones diplomáticas con Roma, Milán, Venecia y las ciudades hanseáticas, con el objeto de asentar sus conquistas y conseguir apoyos en el Occidente europeo. Iván III, soberano y autócrata de toda Rusia (el título de zar no aparecerá en la documentación hasta la coronación de Iván IV -1533-1584- en 1547), proclamó co-regente a su higo Demetrio en 1498, para asegurar su sucesión tras el fallecimiento de su primogénito Iván Ivanovic. Pero, en 1502, designó heredero en la persona de Basilio, fruto de su matrimonio con la hija del último emperador bizantino, Sofía Paleólogo. Con esta maniobra el príncipe pretendió vincular el Estado moscovita a la idea imperial, reforzada por las visiones del metropolitano Zósima y del monje Filoteo de Moscú como "Nueva Constantinopla" o "Tercera Roma". Iván III inició una serie de reformas, que pretendían hacer gobernable un principado que había crecido desmesuradamente, al alcanzar unos 6-8.000.000 de súbditos y unos 2.000.000 de kilómetros cuadrados. Así, favoreció los derechos de la nobleza sujeta a servicio, imponiendo el "pomest'e", sistema de bienes y compensaciones relacionados con la lealtad al gran duque; fortaleció el ejército, cuya base siguió siendo feudal; trató de apoderarse de algunas propiedades monásticas con miras a obtener nuevos recursos, apoyándose en algunos movimientos negadores de las riquezas temporales de la Iglesia, encabezados por Nil Sorskij o Vassian Patrikeev, o en la secta anticlerical de los "judaizantes" (1471-1504); amplió las competencias del tesoro ducal (kazna) y la de los secretarios (d'jaki); por último, impulsó la codificación del derecho consuetudinario (Colección de Sudebnik, 1497) y el protagonismo político de la "duma" o asamblea de príncipes vasallos y boyardos. Durante la segunda mitad del siglo XV, el principado de Moscú experimentó un fuerte crecimiento demográfico, fundamentado en el desarrollo generalizado de la economía. El comercio, fomentado por la desaparición de algunas aduanas interiores, se centró en el sector textil, en las exportaciones de lino, cáñamo y sebo y en las importaciones de tejidos de lana, algodón y seda. La artesanía dirigió su producción a los mercados turcos y asiáticos, que reclamaban cuero, armas y herramientas de hierro en grandes cantidades. Sin embargo, la condición campesina se vio empeorada por las epidemias y devastaciones que asolaron el campo durante algunos años del siglo XV. La dependencia campesina se generalizó al desaparecer de las tierras roturadas la figura del "colono negro" y al ser monopolizada la fuerza de trabajo por las propiedades monásticas. El desplazamiento del eje político ruso hacia el Este repercutió también en el campo de las manifestaciones culturales. Kiev, centro de la cultura ortodoxa, cedió el testigo a Moscú y a su área de influencia, sobre todo tras los sucesivos traslados de la sede metropolitana a Vladimir y a la propia ciudad de los grandes duques. Sin embargo, algunos rasgos de la anterior etapa perduraron como la influencia de algunos eclesiásticos eslavos ajenos al ámbito ruso. Este es el caso del búlgaro Gregorio Sinaites (muerto en 1346), introductor del movimiento eremítico conocido como Hesycharsm; de Gregorio Camblak, abad moldavo del monasterio de Sucava (1401-1402), y del serbio Paxomij Logofet, monje del monasterio de Cirilo Belozerskij entre 1430 y 1460 y autor de diversas hagiografías, himnos y panegíricos. No cabe duda de que los monasterios tuvieron un gran protagonismo en la difusión y expansión de la cultura rusa bajomedieval. Así, algunos de los cenobios surgidos tras la reforma monástica de san Sergio se convirtieron en auténticos focos de irradiación cultural. El de la Trinidad contó con una gran biblioteca en la que tenían cabida, junto a los manuscritos de carácter religioso y teológico, algunos textos científicos y médicos; sus fondos crecieron gracias a las inquietudes de algunos de sus abades como Nikon (1392-1428), Savva (1428-1432) o Zinovij (1432-1443). Desde mediados del siglo XV surgió una importante disputa en el seno de los claustros entre los llamados "intransigentes", partidarios de una mayor presencia de la vida en común y de la liturgia, y los conocidos como "starets", apegados al eremitismo de influencia griega. Entre 1471 y 1504 la polémica encendida entre los partidarios de la secta de los judaizantes y los defensores de la ortodoxia dio lugar a una importante producción literaria. Los fautores de la herejía, negadores de la Trinidad y de la jerarquía eclesiástica, plasmaron sus ideas en obras anónimas como el "Secreta Secretorum", mientras que sus detractores, encabezados por los obispos Iosif Volocki y Gennadij, dedicaron diversos escritos y epístolas a rebatir sus errores. Las manifestaciones artísticas, entre las que destaca la conclusión de las obras del Kremlin (fortaleza) en tiempos de Iván III, estuvieron marcadas por las influencias bizantinas, procedentes de las últimas posesiones griegas en Crimea (Cherson). Estas aumentarían tras el matrimonio entre Iván III y Sofía Paleólogo. A lo largo del siglo XV brilló con luz propia la escuela inaugurada por el pintor de iconos Andrés Rublyov.
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El zar Nicolás I(1825-1855) había accedido al trono a la muerte de su hermano, pero tuvo que superar un levantamiento de carácter liberal (decembristas), desencadenado por oficiales que personalizaron en su hermano mayor, Constantino, la esperanza de reformas de corte constitucional. El movimiento, engendrado en las logias masónicas y los círculos militares, se saldó con cinco ahorcados y 27 condenados a trabajos forzados, y sirvió para acentuar la represión policiaca en los momentos iniciales del reinado. A partir de ese momento, Nicolás I demostró una obsesión por los peligros revolucionarios que no hizo sino acrecentarse en los años siguientes, y que convirtió a Rusia en un verdadero Estado-policía, especialmente después de la revolución de 1848.El nuevo zar, nacido en 1796, era un hombre de fuerte sentido práctico, inclinado a las reformas graduales y muy alejado del carácter visionario de su hermano Alejandro. Profundamente imbuido de la idea del origen divino del poder, manifestó una fuerte preocupación por la política exterior y por el mantenimiento del estatus de su dinastía. En el plano de la política interior procuró una completa identificación con la Iglesia ortodoxa, para fortalecer los sentimientos nacionales y su sistema autocrático. Su formación militar le llevó a rodearse de consejeros militares (Kiselev, Kankrin, Kleinmikhel, Protasov) en los que buscó más la eficiencia que las grandes innovaciones. La mayoría de ellos habían servido ya a las órdenes de Alejandro I.Estos objetivos, que respondían a la doctrina política que se denominó nacionalidad oficial, fueron fijados en una fórmula acuñada por el que fue ministro de Instrucción Pública durante muchos años, conde Sergei Uvarov: "Ortodoxia, autocracia, nacionalidad". Con ello pretendían subrayar una imagen de Rusia como pueblo elegido de Dios, que alcanzaría mejor sus fines cuanto más respetada fuera la autoridad del zar. Nacionalidad, en este contexto, equivalía a una profunda rusificación en todos los aspectos de la vida rusa. En su conjunto, todas estas directrices parecían responder a la voluntad de contrarrestar muchos de los cambios que estaban produciéndose por entonces en Europa.El zar trató, desde los comienzos de su reinado, de dar consistencia a su tarea de gobierno, tratando de institucionalizar el consejo de ministros y de regularizar sus reuniones. Nicolás, que quería tener un estrecho control de todos los asuntos de gobierno, gustaba de hacer visitas de inspección por diversos lugares del Imperio y, dada la ineficacia de las vías oficiales de gobierno, se inmiscuyó frecuentemente en lo que eran competencias de sus ministros.Por otra parte, esta política exigió también un fuerte control policiaco y, en ese sentido, se hizo famosa la actuación de la Tercera Sección de la Cancillería Imperial, dirigida desde 1827 por el general Beneckendorff, que llegó a tener un gran poder. Entre otras medidas de control policiaco se prohibió la circulación de publicaciones extranjeras y se fijaron límites para las estancias fuera de Rusia, que no podían superar los cinco años, para el caso de los nobles, y tres años en el caso de los plebeyos.Una reforma muy significativa se produjo en el plano de la unificación legislativa, con la publicación por Speranski, que había sido ya un gran ministro reformista con Alejandro I, de una Colección completa de Leyes del Imperio Ruso, entre 1830 y 1833. En ella recopilaba legislación desde el siglo XVII y permitía superar el Código de 1649. La publicación mejoró el sistema judicial y se completaría, en 1845, con la promulgación de un nuevo Código Penal.También fueron importantes los cambios en la Administración Pública, que triplicó el número de sus efectivos, a la vez que se avanzaba en el camino de la profesionalización de los funcionarios. La preparación de los mismos mejoró notablemente (a partir de ciertos niveles fue necesaria la posesión de un título académico y los puestos se proveían mediante concurso), pero los intentos de controlarlos resultaron baldíos (Gogol los caricaturizaría en El inspector) y, desde luego, la mejora apenas se notaría en el ámbito de la administración local, en donde los funcionarios apenas tenían educación elemental y los bajos salarios les dejaban muy expuestos a la corrupción y a los sobornos.También fueron notables las innovaciones de carácter tecnológico y económico, a las que era muy proclive el propio zar. No es extraño, por eso, que el primer tendido ferroviario, realizado en 1837, enlazase San Petersburgo con el palacio imperial de Tsarskoe-Selo. En 1851 se completó la línea entre San Petersburgo y Moscú y, a finales del reinado, se habían establecido 1.500 kilómetros de líneas, en las que los intereses estratégicos predominaron muchas veces sobre los estrictamente económicos.Fue una época en la que se empezaron a apreciar indicios de crecimiento económico aunque, en términos comparativos, Rusia acentuase paulatinamente su retraso con respecto a otros países del continente europeo. A lo largo del reinado de Nicolás I (1825-1855) Rusia casi triplicó el número de sus fábricas y de los que trabajaban en ellas, a la vez que incrementó en una proporción parecida el volumen de sus exportaciones de cereales, que constituían el principal capítulo de su balanza comercial. También duplicó el volumen de su producción de hierro fundido en los Urales, pero la productividad de estas empresas quedaba muy lejos de la de sus competidores ingleses o belgas.En realidad todas esas innovaciones resultaban inconsistentes en una nación que estaba necesitada de una profunda reforma social. La nobleza, con una estricta jerarquización de sus rangos, controlaba los principales puestos civiles y militares. Catalina II había fijado sus derechos, por la Carta de la Nobleza de 1785, y Nicolás acentuó esa situación predominante con medidas de descalificación de los menos ricos (en tierras y en siervos), así como con medidas encaminadas a impedir la infiltración de las clases burguesas. La nobleza pudo así reservarse los puestos clave del Ejército y de la Administración.En cualquier caso, el verdadero problema estaba en la persistencia de la servidumbre, que afectaba a más del 90 por 100 del campesinado. Nicolás I creó comités secretos para el estudio de las formas de abolición, pero los resultados fueron escasos. El reconocimiento de la superioridad del trabajo libre sobre el servil, y la posibilidad de liberar a los siervos que trabajaban en las nuevas fábricas fueron algunos de esos logros. El mundo rural ruso sufría graves tensiones y, aunque fuera imposible un movimiento coordinado, las revueltas populares (sabotajes, saqueos, incendios, etc.) se multiplicaban con el paso de los años.
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Las décadas iniciales del siglo XVII fueron para la gran Rusia, que se había ido formando a partir del principado moscovita, una época de inestabilidad en todos los sentidos, al pasar por una muy preocupante crisis ampliamente generalizada que se mostró bien patente. Tras la desaparición de la fuerte y violenta personalidad de Iván IV, en 1584, el Estado ruso empezó a deslizarse hacia el descontrol y el desgobierno. Uno de sus hijos, Dimitri, murió en extrañas circunstancias cuando todavía no había podido acceder al trono, tal vez víctima de un asesinato político; otro hijo, Teodoro, aunque asumió el poder no pudo ejercerlo dada su incapacidad mental. Estos factores permitieron a Boris Godunov, cuñado de Iván IV y posible inspirador de la muerte de Dimitri, ocupar la regencia y convertirse en el hombre fuerte del momento, situación que se confirmaría en 1598 al ser proclamado zar, posición de la que no pudo disfrutar apenas, ya que fallecía unos pocos años después, en 1605. A partir de entonces el caos se apoderó de Rusia. Los problemas venían planteados desde hacía tiempo, pero fueron en estos ocho años aproximadamente, hasta 1613, cuando salieron conjuntamente a la luz, manifestándose en una serie de conflictos y enfrentamientos internos que paralizaron la vida y las actividades de la población rusa, inmersa en una profunda anarquía y desorientación. Como suele suceder cuando la debilidad de un Estado es palpable, los enemigos exteriores no tardaron en sacar buen provecho de ello, lanzándose sobre el suelo ruso en busca de nuevos dominios, caso de los suecos, e incluso pretendiendo ocupar directamente el poder, como fue la intención del rey polaco Segismundo queriendo convertir a su hijo Ladislao en zar, o de este mismo cuando ya tenía la Corona polaca; por su parte, los cosacos tampoco desaprovecharon la ocasión para alcanzar un mejor control sobre sus territorios. Un Estado en quiebra por las disputas dinásticas y por las luchas entre los grupos dominantes para hacerse con el poder; un gobierno inexistente; una sociedad dividida, sin proyecto común, con profundos desequilibrios sociales especialmente llamativos por la desesperada situación de las masas humildes, con un campesinado mísero y padeciendo una explotadora servidumbre; un ejército inoperante, incapaz de hacer frente a los peligros exteriores... Éstos fueron algunos de los principales factores que motivaron la "época de las turbulencias", etapa en la que Rusia padeció una de las crisis más profunda de su historia. Con la elección en 1613, por parte de la Asamblea de notables, de Miguel III como zar iniciaba su andadura una nueva dinastía, la de los Romanov, cuyo primer objetivo tuvo que ser el de recuperar la normalidad política y social, fortaleciendo la autoridad del poder central, controlando las protestas sociales y aumentando la capacidad de actuación de las fuerzas de seguridad y militares para así recuperar el dominio sobre la población y quitarse de encima la presión exterior de sus rivales vecinos. La tarea iba a ser ardua y prolongada teniendo en cuenta el deterioro del que se partía, por lo que habría de pasar algún tiempo para que se pudieran alcanzar algunos frutos. Inicialmente, el principal responsable de esta política autoritaria no fue el propio zar, sino su padre, el monje Fedor, más conocido como Filaretes, que desde su puesto de patriarca de Moscú desplegó una intensa actividad encaminada a afianzar, en la medida de lo posible, el poder gubernativo, necesitando para esto contentar a los privilegiados, con el fin de que no mostrasen una fuerte oposición, y mantener la sumisión de los desposeídos. De ahí que mostrara un fuerte conservadurismo sin que en ningún momento se planteara modificar la rígida estructuración social que tantas dificultades había creado, y seguiría creando, al aparato de poder dominante, concretadas en las importantes revueltas y rebeliones que se dieron por aquellos tiempos y que se darían en los venideros. La reforma de la administración estatal, la mejor organización de la hacienda pública, la vigilancia de los poderes provinciales y la formación de un ejército potente, fueron otras tantas de las tareas emprendidas por Filaretes, que no olvidó la potenciación jerárquica de la iglesia ortodoxa y el aumento de su influencia en relación con el Estado. Especial interés tuvo en el fortalecimiento militar, aumentando para ello los componentes de la eficaz guardia del zar que había sido creada por Iván IV, el denominado cuerpo de los "streltsi", al que añadió abundantes tropas mercenarias de orígenes y nacionalidades diversos. Quedaba así constituido el instrumento de acción básico para controlar los disturbios interiores y para relanzar una renovada política exterior, primero cauta y defensiva, luego más ambiciosa y ofensiva, misión que cumpliría de manera satisfactoria. La difícil labor de reconstrucción y afianzamiento del Estado ruso, iniciada durante el reinado del primer Romanov, prosiguió, incrementándose, con el mandato del nuevo zar Alexis (1645-1676), hijo del anterior. Soberano bien dotado, culto e inteligente, llevó a cabo una serie de reformas encaminadas a imponer el absolutismo y a robustecer el poder central, utilizando para tal fin la supremacía de su autoridad sobre la asamblea representativa del Reino, el "Zemski Sobor", que sería convocada en pocas ocasiones; su decidido apoyo a los ministerios superiores como órganos gubernativos centralizadores, y la fijación de la rígida estructura estamental de la sociedad, favoreciendo el dominio de los privilegiados y manteniendo, incluso agudizando, la servidumbre del campesinado. La protesta popular fue en aumento como respuesta a la lamentable situación que padecían las clases humildes, a la opresión que sufrían por parte de los nobles y a la funesta actuación de los funcionarios estatales, malestar que estalló en varias ocasiones y que cobró una importante dimensión subversiva en el levantamiento de los cosacos del Don encabezada por Stenka Razin, que tras extenderse por una buena parte del territorio ruso pudo ser finalmente reprimida, siendo su líder detenido y ejecutado en 1671. Una vez contenido a duras penas el expansionismo sueco sobre las tierras rusas, las relaciones con Polonia, el otro país vecino que podía ser una amenaza para Rusia, cambiaron de signo, pues de los intentos de Ladislao de proclamarse zar se pasó a una fase de intervención rusa en Ucrania y Lituania, que posibilitaría destacados logros territoriales a expensas de la ya muy debilitada Polonia. Paralelamente a esta proyección exterior hacia el Oeste, se produjo de forma paulatina el avance hacia el Este, con la ocupación y colonización inicial de Siberia, inmenso territorio que iba quedando poco a poco bajo la dominación rusa.
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El gran espacio ruso, poblado por diferentes tribus de eslavos orientales, aparece sin límites muy precisos. A finales del siglo X, por el norte, alcanzaba el Báltico a través del golfo de Finlandia y los lagos Ladoga y Onega; por el oeste, llegaba desde el Dvina y Niemen hasta las cuencas del alto Dniéster y Bug; por el sector oriental, abarcaba las vías del alto Volga y Oka y finalmente, al sur, controlando el Dnieper hasta los rápidos, se abría hacia la estepa. Esta última zona fue ocupada de forma consecutiva por pueblos nómadas. Fue este uno de los múltiples condicionantes de su historia, ya que dichos pueblos cerraron el paso de los eslavos orientales al mar Negro y éstos no pudieron nunca habitar en zonas con cierto protagonismo en la antigüedad clásica. Por otra parte, la falta de delimitación clara fue también otro serio inconveniente para su consolidación histórica. Sin embargo, como contrapartida a estos obstáculos, en el siglo XI Rusia se había convertido en una de las áreas mercantiles más activas de Europa, a través de una gran ruta que unía el golfo de Finlandia con el mar Negro. Dicha ruta fue el eje que ensambló, mediante una extensa red de caminos, el marco rural y los núcleos urbanos, entre los que sobresalían Nóvgorod al norte y Kíev al sur. Desde muy pronto, Kíev se convirtió en un importante centro rector bajo los auspicios de los Rurikovich, de indudable origen escandinavo. Esta dinastía administraba una vaga federación de Estados orientales y ejercía el comercio, al tiempo que se mezclaba paulatinamente con la población autóctona y realizaba una profunda obra unificadora entre las diferentes tribus, manteniendo su hegemonía en los ámbitos político-militar y económico. El comercio fue la principal ocupación de la minoría rectora, integrada fundamentalmente por varegos suecos, que consiguieron una serie de privilegios para traficar con Bizancio. Kíev proporcionaba a Constantinopla esclavos, madera, cera, miel y otras material primas, obteniendo a cambio metales preciosos y productos de lujo, necesarios en las cortes de los grandes príncipes y de la aristocracia. Las estrechas relaciones comerciales serian el preludio de los intensos contactos religiosos y culturales con el Imperio oriental. Por tanto, el Primer Estado Ruso o La Rusia de Kíev es el resultado de la conjunción de influencias normandas y bizantinas sobre una base eslava. Las actuaciones de los primeros se observan en el comercio y la vida urbana; las de los bizantinos, en lo cultural a través de lo religioso. El cristianismo, al igual que en el resto de los países eslavos, fue un elemento esencial para la incorporación de Rusia al conjunto de los Estados europeos, pero su vinculación con Bizancio la apartó poco a poco de la Europa occidental.
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El zar Pedro I, uno de los hijos menores del zar Alexis, nada más asumir el poder puso de manifiesto los objetivos que marcarían las líneas directrices de su reinado: hacer de Rusia una gran potencia e insertarla plenamente en el sistema europeo de naciones. Para hacer realidad sus objetivos era preciso disponer de un aparato institucional desarrollado, centralizado y eficiente y de un ejército poderoso, bien pertrechado, al estilo occidental, que respaldara una política exterior agresiva. El resultado sería la creación de una monarquía burocrático-militar que haría, efectivamente, de Rusia una gran potencia. Ello haría necesario acometer un plan urgente y profundo de reformas que produciría importantes transformaciones en la estructura social y económica. A pesar de haberse reservado el derecho a nombrar su sucesor, Pedro I no tuvo tiempo de elegirlo ni tampoco de establecer un sistema sucesorio determinado, lo que genera un largo período histórico caracterizado por las conspiraciones palaciegas y la ausencia de personalidades relevantes, a excepción de la zarina Isabel, que terminan siendo meros instrumentos de dominación de la nobleza, que recupera y amplia sus tradicionales privilegios en detrimento de la Monarquía absoluta y centralizada. Con respecto al tercer gran monarca del la época, Catalina la Grande, se pueden señalar tres períodos en su política interior: la primera (1762-1773) caracterizada por el impulso a la economía bajo postulados mercantilistas y colonizadores. Es también la época en que la Ilustración y el pensamiento enciclopedista alcanzó una gran difusión, apareciendo intelectuales y pensadores que apoyarían el progreso y las innovaciones y la propia Catalina se convierte en protectora de las Luces. Tras la rebelión de Putgachov se abre una segunda etapa (1774-1789) donde se establece una nueva planta del Estado en sentido centralista y autocrático. Una última (1789-1796) mediatizada por el impacto de la Revolución Francesa y el temor a las ideas ilustradas que la habían generado.
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El rodillo soviético Adolf Hitler y su Estado Mayor nunca pudieron creer, ni siquiera cuando tenían al Ejército Rojo en los arrabales de Berlín, en la capacidad de reacción del ejército soviético, esto es: sus posibilidades de reclutamiento, de creación de mandos, de fabricación de inmensas cantidades de armas, muchas de ellas de excelente calidad. Esa incredulidad ante la evidencia fue uno de los numerosos factores que determinó la derrota alemana en la URSS. Esa capacidad de recuperación se debió a la ayuda proporcionada por los aliados, a veces en condiciones dificilísimas, y a la capacidad del pueblo soviético. A su reclutamiento; que hizo crecer a la infantería de 4,7 millones de hombres en junio de 1941 a 5,1 millones en junio de 1943... ¡después de haber perdido casi cuatro millones de soldados! Todas las armas aumentaron su poder de forma increíble, la artillería en la primavera de 1943 contaba con casi 20.000 cañones de campaña, que equipaban 29 divisiones de artillería, autentica pesadilla para los ejércitos alemanes, que nunca ya podrían contrarrestar sus enormes concentraciones de fuego. También habían aumentado su número de carros de combate: las unidades de primera línea contaban con 7.100, lo que era exactamente 1.900 más que el año anterior. Y también habían mejorado su poderio; el esqueleto de las unidades blindadas soviéticas era el formidable T- 34/85. Este carro, ya sumamente prestigioso por su chasis y blindaje, se convirtió en el pánico de los tanques alemanes cuando incorporó a su torreta el cañón de 85 mm/51,5 calibres, que lanzaba un proyectil de 9,2 kilos a la velocidad de 795 metros por segundo. No había coraza capaz de resistir su impacto a distancia de combate. Aunque parezca un arma anacrónica a estas alturas del siglo, la caballería aún jugó un papel importante en los frentes del Este. Cuando el barro de primavera paralizaba los carros, la caballería se convertía en el arma de rápida intervención, muy apta para apoyar las rupturas de los ejércitos acorazados. Su incremento entre el comienzo de la guerra y mediados de 1943 fue, también, notable: de 30 a 41 divisiones. Pero es en el capítulo aéreo donde la evolución soviética fue más ostensible. Los viejos modelos habían ya desaparecido del cielo. La URSS lanzaba al combate aparatos plenamente competitivos con los alemanes, como los de la serie MIG, Lavochkin, los Yakolev y los Ilyushin, que pusieron en el aire más de 50.000 unidades, complicando la vida a los aviadores alemanes, a sus divisiones acorazadas y a sus nudos de comunicaciones. En 1942 la URSS fabricó 8.000 aparatos; un año más tarde eran 18.000 y en 1944 alcanzaba su techo de producción con 30.000, para descender en 1945 a 25.000. Otro campo de la actuación soviética que sorprendía continuamente a los alemanes fue la capacidad de sus ingenieros, que resolvían con rapidez e ingenio los miles de problemas que se planteaban en sus frentes. Estas fuerzas, perfectamente adiestradas, fueron mimadas por el alto mando soviético, y también muy reforzadas. En 1942 contaba Moscú con 17 divisiones de ingenieros; en febrero de 1943 ya eran 46 y 55 en el verano del mismo año. En conclusión, tras su ofensiva de noviembre de 1942 y su toma de Stalingrado, el Ejército Rojo no sólo había perdido medios y capacidad de combate, sino que los había incrementado y, con renovada moral atacó a los alemanes en el Cáucaso, en Kubán, en la curva del Don y en el Donetz, haciéndoles retroceder hasta el recodo de Dniéper en febrero de 1942. Contraofensiva de Manstein Con todo, los alemanes no estaban vencidos. Sus generales aún no habían tirado la toalla y quizás el más brillante del momento, Von Manstein, que tenía que emplear la mitad de su tiempo en pelearse con Hitler, conservaba plena lucidez sobre la situación y las oportunidades que les seguían brindando la inexperiencia de sus rivales y la inferior téc nia militar del ejército soviético. Así, aprovechando la precipitación de los generales de Stalin en cortarles una previsible retirada del bajo Donetz hacia el Dniéper Manstein contraatacó y tomó a contrapie a todos los ejércitos soviéticos de la zona, cercándoles, rechazándoles o aniquilándoles en una serie de ágiles movimientos que duraron 23 días. El 15 de marzo, con una interesante recuperación de terreno y formando el prometedor saliente de Kursk, daban los alemanes por terminada su desastrosa campaña de invierno, aunque su éxito final les permitía ciertas esperanzas. La guerra se paralizó en el Este con la llegada del deshielo. El 18 de marzo ya era impracticable el teatro de operaciones sur: el barro pegaba a la tierra a hombres y máquinas y los dos bandos se aprestaron durante el forzado descanso a rehacer sus filas. Liberación de Leningrando Pero al norte, Kursk y Leningrado, llegaba más tarde la primavera y el suelo duro permitía el movimiento de las tropas. Los soviéticos pusieron también en este amplio frente en graves apuros a los alemanes. Los ejércitos centro (von Kluge) y norte (von Küchler) cubrían un complejo frente lleno de curvas, ríos, pantanos, salientes, etc, de más de 1.400 kilómetros con 117 divisiones (de ellas 9 blindadas y 8 mecanizadas). Si tenemos en cuenta que una parte importante de esas fuerzas se ocupaba del asedio de Leningrado, en un frente muy activo, y que otra parte sustancial ocupaban los salientes de Demiansk y de Gjatzk (este último frente a Moscú, a poco más de 125 kilómetros en línea recta), tendremos que el resto de la línea alemana estaba muy pobremente guarnecida. Kluge había pedido reiteradamente a Hitler que se redujeran tales salientes, que no aportaban ventajas sustanciales y que, sin embargo, sometían a un continuo peligro a todo el frente. El Führer no quiso atender a razones, hasta que se produjo el desastre en su frente sur y hasta que, en enero de 1943, los ejércitos soviéticos del norte (Frentes de Volkov y de Leningrado, mariscal Voroshilov y Frente de Kalinin, mariscal Eremenko) entraron en fuerte actividad. Mientras el segundo destrozaba a la guarnición de Velikie-Luki (sólo 120 supervivientes de 7.000 hombres, el primero atacaba el saliente alemán del lago Ladoga, posición tenida como altamente expuesta, pero conservada porque cerraba el asedio de Leningrado y desde ella batía la artillería nazi la carretera de la vida, que permitía la supervivencia de la ciudad. El 12 de enero, desde Leningrado y desde el Volkov atacaron los soviéticos con unos 120.000 hombres, apoyados por no menos de 5.000 cañones, obuses y morteros y medio millar de carros; las fuerzas alemanas -entre las que se hallaban la División Azul- combatierón en proporción de 1 a 3 con gran pericia y valor, pero al cabo de una semana fueron derrotados y los dos ejércitos soviéticos enlazaron en Schlusselburg. El 18 de enero, la población de Leningrado, que había resistido 17 meses de tremendo asedio y privaciones apocalípticas, festejó en la calle la ruptura del cerco. El 6 de febrero llegaban a la martirizada ciudad los primeros trenes que la unían con el resto de la URSS. Leningrado aún seguiría sufriendo durante un año más la presión alemana, pero ya no volvió a ser cercada. La última ofensiva alemana Estos reveses lograron, finalmente, que Berlín permitiera los repliegues de los salientes de Demiansk y Gjatzk, que se efectuaron durante el mes de marzo con perfecto orden... Pero Hitler ya no pensaba en esos salientes, sino en otro situado más al sur: en el de Kursk. El 15 de abril de 1943 firmaba Adolf Hitler su orden de operaciones número 16: se trataba de poner en marcha el 3 de mayo la Operación Citadelle, maniobra de tenaza sobre el saliente de Kursk, ocupado a la sazón por casi un millón de soldados soviéticos. Este saliente, de unos 200 kilómetros de ancho por 150 de profundidad, se había producido como consecuencia de la ofensiva soviética de noviembre de 1942 y de los contrataques de Manstein en marzo. Hitler pensaba en Kursk como en una inmensa golosina: terreno apropiado para el juego de sus carros, para montar una tremenda pinza que aniquilase de un golpe a 9 ó 10 ejércitos soviéticos. Berlín recobraría la iniciativa en el Este y Moscú volvería a estar a su alcance. No eran tan optimistas sus generales, Guderian, Inspector General de las fuerzas acorazadas alemanas, se opuso, alegando que el golpe, en el mejor de los supuestos, también agotaría mucho a las propias fuerzas y no podrían reponerse rápidamente las pérdidas, por otro lado, las unidades acorazadas se precisarían pronto en el oeste, pues la derrota de Túnez ?ya bien evidente para entonces? presagiaba el desembarco aliado en el continente europeo. Finalmente Guderian explicaba que el nuevo y poderoso Panther, el carro del que tanto esperaba la Wehrmacht, tenia todavía las múltiples enfermedades infantiles de los materiales nuevos y que no habla ninguna probabilidad de superar estos defectos antes el comienzo de la ofensiva. También se opuso von Manstein. Compartía parte de los puntos de vista de Guderian y tenía un plan alternativo mucho más astuto; era preferible disponer una fuerte línea defensiva en el Dniéper y retirarse lentamente hacia ella cuando se produjera la previsible ofensiva soviética, sembrando el camino de trampas, obstáculos y emboscadas. Cuando la ofensiva sovíetica hubiera llegado a su apogeo, cuando sus ejércitos estuvieran dispersos, un tanto desordenados, cansados y gastados, una poderosa reserva que tendría de dos a tres meses para organizarse, caería sobre los ejércitos rojos, los cortaría entre el Dniéper y el Don y los coparía contra le mar de Azov .... Tampoco amaban Citadelle el general Model, que debía formar la pinza izquierda de la tenaza con su 9.° Ejército, ni von Mellentin, jefe del Estado Mayor del 48 cuerpo de ejército pánzer. Hitler en vez de reconsiderar Citadelle y adoptar alguna de las posibilidades que se le ofrecían hizo lo peor que podía ocurrírsele: confimar el plan y posponerlo en espera de disponer de mayores medios de combate. En definitivas cuentas, su única oportunidad ?la sorpresa? quedaba eliminada. Stalin y sus generales dispusieron del tiempo necesario para preparar el campo de batalla y el adecuado recibimiento a los alemanes. Efectivamente, Moscú pudo detectar pronto los preparativos enemigos frente a sus líneas, y, además, su espía Rossler tuvo en su: manos una copia de la orden de operaciones número 16 pocos días después de que Hitler la emitiera. Increíblemente, las informaciones de Rössler fueron tan precisas que, por ejemplo, en julio comunicaba a Moscú los efectivos alemanes (aliados incluidos, salvo Finlandia) en el frente del Este: 210 divisiones; el diario del Estado Mayor de la Wehrmacht del 7 de julio enumera 210 divisiones y 5 regimientos. ¡El espía comunista se equivocaba apenas en un uno por ciento! El fracaso de Citadelle El ataque sobre Kursk se planificó con el empleo del 9,° Ejército bajo las órdenes de Model, procedente del grupo de Ejército: Centro (von Kluge), que atacaría por el norte mientras el 4.° Ejército blindado, a las órdenes de Hoth, era cedido por el grupo de Ejércitos Sur (von Manstein). Las fuerzas de esas dos grandes agrupaciones blindadas, más la: que debían servirles de cobertura y para explorar el éxito sumaban 41 divisiones, 18 de ellas blindadas. Esta vez sus medios acoraza dos eran importantes: unos 1.800 carros (entre ellos 324 Panther) y no menos de 500 caño nes de asalto. El aire también sería alemán ?al menos así lo planificaba Berlín? con dos centenares de bombarderos en picado y medio millar de cazas para ahuyentar a lo: aviones soviéticos. Pero si poderosos eran los alemanes, más lo eran aún las fuerzas soviéticas dispuesta para frenarles. Los 540 kilómetros que el saliente tenía de perímetro estarían defendidos por 400.000 minas, dispuestas en campos que enfilaran hábilmente a las columnas blindadas atacantes hacia los emplazamientos de 6.000 cañones anticarro. Las fuerzas acorazadas de la URSS metieron allí 2.800 tanques, dispuestos en poderosas agrupaciones móviles o enterrados en formaciones defensivas. Y luego, la artillería: no menos de 8.000 cañones y obuses de campaña y unos 6.000 morteros de todos los calibres, y un millar de lanzacohetes. La infantería, excluyendo las reservas, sobrepasaba los 600.000 hombres. Tras las continuas demoras, Citadelle fue fijada finalmente para las 5,30 del 5 de julio. En esa madrugada, cuando los tanquistas alemanes daban el último repaso a sus máquinas y cuando los oficiales estudiaban una vez más los detalles de la operación, rompió el silencio nocturno un feroz fuego de más de un millar de cañones pesados. Durante veinte minutos cayó sobre las concentraciones alemanas una lluvia de metralla que obstaculizó los últimos preparativos, desmoralizó a muchos y fue para los jefes alemanes una premonición de lo que fatalmente ocurriría. El ataque de Model progresó con mayor lentitud de lo esperado. Tras vencer una resistencia formidable, el 7 de julio sus vanguardias llegaron al río Svapa a 20 kilómetros de su punto de partida, y de allí ya no pudieron pasar. Por el sur, aunque con comienzos más prometedores, la ofensiva también se embotó prematuramente: el 11 de julio, en la cabeza de puente del Psel, con un avance de 30 kilómetros. Ambas cuñas alemanas estaban a casi 150 kilómetros de distancia. La tenaza alemana apenas había mordido el acero soviético de Kursk. De poco serviría que los alemanes contabilizasen más de un millar de carros soviéticos destruidos o capturados, medio millar de cañones o 35.000 prisioneros... para lograr eso habían hecho un dispendio que no podían permitirse, tanto que el día 12 de julio, cuando aún los alemanes pensaban en avanzar, los mariscales Vatutin y Rokossovsky pasaban al contraataque. Así concluía la Operación Citadelle la mayor batalla de blindados de la historia, en la que los alemanes emplearon cerca de 2.500 máquinas y los soviéticos más de 4.000. Tácticamente podría hablarse de un pequeño éxito alemán, pero sin el factor sorpresa y sin grandes reservas para continuar la operación, fue estratégicamente un gran fracaso.