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El zar Nicolás I(1825-1855) había accedido al trono a la muerte de su hermano, pero tuvo que superar un levantamiento de carácter liberal (decembristas), desencadenado por oficiales que personalizaron en su hermano mayor, Constantino, la esperanza de reformas de corte constitucional. El movimiento, engendrado en las logias masónicas y los círculos militares, se saldó con cinco ahorcados y 27 condenados a trabajos forzados, y sirvió para acentuar la represión policiaca en los momentos iniciales del reinado. A partir de ese momento, Nicolás I demostró una obsesión por los peligros revolucionarios que no hizo sino acrecentarse en los años siguientes, y que convirtió a Rusia en un verdadero Estado-policía, especialmente después de la revolución de 1848.El nuevo zar, nacido en 1796, era un hombre de fuerte sentido práctico, inclinado a las reformas graduales y muy alejado del carácter visionario de su hermano Alejandro. Profundamente imbuido de la idea del origen divino del poder, manifestó una fuerte preocupación por la política exterior y por el mantenimiento del estatus de su dinastía. En el plano de la política interior procuró una completa identificación con la Iglesia ortodoxa, para fortalecer los sentimientos nacionales y su sistema autocrático. Su formación militar le llevó a rodearse de consejeros militares (Kiselev, Kankrin, Kleinmikhel, Protasov) en los que buscó más la eficiencia que las grandes innovaciones.

La mayoría de ellos habían servido ya a las órdenes de Alejandro I.Estos objetivos, que respondían a la doctrina política que se denominó nacionalidad oficial, fueron fijados en una fórmula acuñada por el que fue ministro de Instrucción Pública durante muchos años, conde Sergei Uvarov: "Ortodoxia, autocracia, nacionalidad". Con ello pretendían subrayar una imagen de Rusia como pueblo elegido de Dios, que alcanzaría mejor sus fines cuanto más respetada fuera la autoridad del zar. Nacionalidad, en este contexto, equivalía a una profunda rusificación en todos los aspectos de la vida rusa. En su conjunto, todas estas directrices parecían responder a la voluntad de contrarrestar muchos de los cambios que estaban produciéndose por entonces en Europa.El zar trató, desde los comienzos de su reinado, de dar consistencia a su tarea de gobierno, tratando de institucionalizar el consejo de ministros y de regularizar sus reuniones. Nicolás, que quería tener un estrecho control de todos los asuntos de gobierno, gustaba de hacer visitas de inspección por diversos lugares del Imperio y, dada la ineficacia de las vías oficiales de gobierno, se inmiscuyó frecuentemente en lo que eran competencias de sus ministros.Por otra parte, esta política exigió también un fuerte control policiaco y, en ese sentido, se hizo famosa la actuación de la Tercera Sección de la Cancillería Imperial, dirigida desde 1827 por el general Beneckendorff, que llegó a tener un gran poder.

Entre otras medidas de control policiaco se prohibió la circulación de publicaciones extranjeras y se fijaron límites para las estancias fuera de Rusia, que no podían superar los cinco años, para el caso de los nobles, y tres años en el caso de los plebeyos.Una reforma muy significativa se produjo en el plano de la unificación legislativa, con la publicación por Speranski, que había sido ya un gran ministro reformista con Alejandro I, de una Colección completa de Leyes del Imperio Ruso, entre 1830 y 1833. En ella recopilaba legislación desde el siglo XVII y permitía superar el Código de 1649. La publicación mejoró el sistema judicial y se completaría, en 1845, con la promulgación de un nuevo Código Penal.También fueron importantes los cambios en la Administración Pública, que triplicó el número de sus efectivos, a la vez que se avanzaba en el camino de la profesionalización de los funcionarios. La preparación de los mismos mejoró notablemente (a partir de ciertos niveles fue necesaria la posesión de un título académico y los puestos se proveían mediante concurso), pero los intentos de controlarlos resultaron baldíos (Gogol los caricaturizaría en El inspector) y, desde luego, la mejora apenas se notaría en el ámbito de la administración local, en donde los funcionarios apenas tenían educación elemental y los bajos salarios les dejaban muy expuestos a la corrupción y a los sobornos.También fueron notables las innovaciones de carácter tecnológico y económico, a las que era muy proclive el propio zar.

No es extraño, por eso, que el primer tendido ferroviario, realizado en 1837, enlazase San Petersburgo con el palacio imperial de Tsarskoe-Selo. En 1851 se completó la línea entre San Petersburgo y Moscú y, a finales del reinado, se habían establecido 1.500 kilómetros de líneas, en las que los intereses estratégicos predominaron muchas veces sobre los estrictamente económicos.Fue una época en la que se empezaron a apreciar indicios de crecimiento económico aunque, en términos comparativos, Rusia acentuase paulatinamente su retraso con respecto a otros países del continente europeo. A lo largo del reinado de Nicolás I (1825-1855) Rusia casi triplicó el número de sus fábricas y de los que trabajaban en ellas, a la vez que incrementó en una proporción parecida el volumen de sus exportaciones de cereales, que constituían el principal capítulo de su balanza comercial. También duplicó el volumen de su producción de hierro fundido en los Urales, pero la productividad de estas empresas quedaba muy lejos de la de sus competidores ingleses o belgas.En realidad todas esas innovaciones resultaban inconsistentes en una nación que estaba necesitada de una profunda reforma social. La nobleza, con una estricta jerarquización de sus rangos, controlaba los principales puestos civiles y militares. Catalina II había fijado sus derechos, por la Carta de la Nobleza de 1785, y Nicolás acentuó esa situación predominante con medidas de descalificación de los menos ricos (en tierras y en siervos), así como con medidas encaminadas a impedir la infiltración de las clases burguesas.

La nobleza pudo así reservarse los puestos clave del Ejército y de la Administración.En cualquier caso, el verdadero problema estaba en la persistencia de la servidumbre, que afectaba a más del 90 por 100 del campesinado. Nicolás I creó comités secretos para el estudio de las formas de abolición, pero los resultados fueron escasos. El reconocimiento de la superioridad del trabajo libre sobre el servil, y la posibilidad de liberar a los siervos que trabajaban en las nuevas fábricas fueron algunos de esos logros. El mundo rural ruso sufría graves tensiones y, aunque fuera imposible un movimiento coordinado, las revueltas populares (sabotajes, saqueos, incendios, etc.) se multiplicaban con el paso de los años.

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