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Entre todos los escultores contemporáneos a Gil de Siloé en el área castellana, el más notable es el anónimo autor del retablo de la Epifanía de la colegiata de Covarrubias, justamente célebre. Como organización responde a una concepción flamenca, aunque con figuras de grandes dimensiones, menos frecuente. Su autor debió ser un nórdico que vino a Burgos después que Gil de Silóe. Sus modelos están muy directamente inspirados en la pintura flamenca inmediatamente anterior.
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Se trata de la primera gran obra de Quentin Metsys. La escena principal se centra en la figura de Santa Ana, madre de la Virgen en una iconografía más típica de la cultura artística nórdica y muy poco frecuente en el resto de Europa; es la llamada "Santa Parentela".
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Joachim Patinir fue un magnífico pintor especializado en pintar los fondos de paisaje para otros artistas cuando se puso de moda sustituir los fondos dorados de la pintura medieval por unos fondos más realistas y amenos que situaran los acontecimientos sagrados en contextos naturales y cercanos al hombre. El punto de vista que emplea Patinir es muy elevado, de tal modo que en las alas laterales, marcadamente verticales, podemos contemplar una amplia porción terrestre. El conjunto de las tres tablas abiertas incluso nos permite apreciar la curvatura natural del horizonte terráqueo. Es un punto de vista totalmente imaginado, elaborado artesanalmente en el taller del artista. El paisaje incluye de una manera empírica las observaciones científicas que Leonardo había apreciado: que la distancia atmosférica azulea los objetos alejados y borra sus contornos. El modo de articular los personajes de la historia en el paisaje nos recuerda a los paneles del Bosco, por ejemplo en el Jardín de las Delicias o en el Tríptico del Juicio Final: abajo, en primer plano y mayor tamaño, suele estar la escena principal y más arriba, en zig zag, escenitas complementarias o pequeños motivos arquitectónicos, de carácter anecdótico, que permiten la feliz unión de naturaleza y ciudad, con un hermoso monasterio románico en medio de la tabla principal. Otra similitud con el Bosco son los personajes que acechan a San Antonio en el ala lateral derecha, unos monstruos y demonios muy parecidos a los que acosan al santo en las obras del Bosco. El tríptico incluye tres escenas principales, en su parte interior: San Jerónimo haciendo penitencia en el panel central y a los lados, el Bautismo de Cristo y las Tentaciones de San Antonio, todas ellas escenas tradicionalmente enmarcadas en un contexto agreste. Por la parte de atrás, la escena ofrecida cuando el tríptico se cerrara, mostraría una Sagrada Familia con Santa Ana, la Virgen y el Niño, más la asistencia de San Sebaldo.
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En 1437, el obispo Giudalotti encargó a Fra Angelico la decoración de la capilla de San Nicolás de la iglesia de Santo Domingo de Perugia. El monje pintor tomó como modelo el Retablo de Cortona, aunque su acabado, tratamientos y espacialidad es de una calidad superior a aquél. En la tabla central se representa la Madona con el Niño, en composición similar a la Virgen de Cortona. Sentada en su trono, sobre un pedestal de mármol blanco, María mira tiernamente a su hijo, que aparece semidesnudo, bendiciendo y sujetando una rosa. Delante del pedestal y una alfombra ricamente ornamentada, Fra Angelico coloca tres jarrones llenos de flores rojas, blancas y rosas, en combinación muy acertada. La ilusión espacial queda bien patente. La corpórea Virgen se sitúa sobre un trono de estructura arquitectónica, cuyo remate se configura a modo de arco de triunfo de carácter clásico. Los extremos del dosel quedan cortados por la estructura de madera del retablo, lo que afianza la ilusión real. Por detrás del respaldo de la Virgen se sitúan ángeles oferentes, con bandejas de flores del color de las vemos en los jarrones del suelo. Los ángeles aparecen de muy reducidas proporciones comparados con la monumentalidad de la túnica de la Virgen, que define su figura. En la tabla de la izquierda figura Santo Domingo portando la rama florida y el libro abierto, y San Nicolás con su capa llena de brocados en oro y negro. Absorto en la lectura, la mitra se sitúa en el banco de detrás de los santos. Las figuras de la derecha, San Juan Bautista y Santa Catalina, también separados por arcos apuntados y decorados con lóbulos en el intradós, se presentan menos acabadas y menos ricas de colorido que las figuras de la izquierda. Pero el mismo banco que veíamos por detrás de los santos dominicos aparece aquí también. La sensación espacial también viene definida por la vara del Bautista, cuya parte superior desaparece tras su aureola, y por la rueda de Santa Catalina que, entre los dos santos, también fuga hacia el fondo. En los medallones del remate del retablo figura una Anunciación de rasgos muy sumarios, cosa típica en Fra Angelico. Abajo, en la predela, diferentes episodios de la vida de San Nicolás, donde debemos destacar el esfuerzo del monje pintor por representar matizaciones de luz y espacios bien determinados que ilustren los acontecimientos. Sin lugar a dudas, el Tríptico de Perugia es una de las obras más importantes de Fra Angelico y donde con mayor acierto ejemplifica las innovaciones de la pintura del primer Renacimiento.
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En 1961 Luciano Berti descubrió esta obra en su emplazamiento original de la iglesia de san Giovenale en Cascia di Reggello, considerándola sin reparos como de Masaccio. El pésimo estado de conservación motivó una obligada restauración, encontrándose en el borde inferior de la tabla central la fecha de ejecución: 23 de abril de 1422 escrita en letras mayúsculas clásicas. Los documentos no hacen referencia al tríptico aunque en los inventarios de bienes de la iglesia del año 1441 aparece documentado por primera vez, sirviendo este dato a Becattini para considerar que la obra se realizó en Florencia, donde estuvo algunos años hasta que se trasladó a Cascia di Reggelo, cuya iglesia carecía de párroco estable, debiéndose trasladar el de San Lorenzo de Florencia. Se considera que el cliente que realizó el encargo a Masaccio podría ser Vanni Castellani, miembro de una rica y poderosa familia florentina que poseía amplios dominios en la zona. El monograma de Vanni eran dos bastones cruzados con una V debajo, perfectamente identificados en el conjunto por los báculos de los santos y las alas de los ángeles formando la V. El tríptico consta de tres tablas, ocupando el espacio central la Virgen con el Niño y dos ángeles, el lateral derecho los santos Antonio Abad y Juvenal y el izquierdo los santos Bartolomé y Blas. Los fondos dorados dotan de cierto arcaísmo a la composición aunque Masaccio intente incorporar elementos típicos del Quattrocento como la monumentalidad de las figuras o la perspectiva.
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Retirado Antonio Vivarini de la escena pictórica veneciana en 1464, su lugar lo ocupará su hermano Bartolomeo. Como apreciamos en este tríptico, el menor de los Vivarini se interesa por las figuras escultóricas inspiradas en Mantegna, dotadas de una multiplicidad de puntos de vista y de una anatomía monumental. En la tabla central encontramos a san Martín partiendo la tabla con el pobre, acompañada a la derecha por san Sebastián y a la izquierda por san Juan Bautista. Las tres imágenes se intentan unificar a través del rocoso paisaje cuyas duras aristas crean la sensación de una escultura. La fuerte iluminación empleada refuerza la línea de los contornos, abundando en el efecto escultórico que caracteriza al maestro. Los rostros estereotipados y los fondos dorados son reminiscencias arcaizantes tomadas de su hermano y de Gentile da Fabriano.
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Uno de los principales clientes de Rubens será Nicolás Rockox, magistrado de Amberes y presidente del gremio de los arcabuceros -uno de los más importantes de la ciudad- quien le encargará el famoso tríptico del Descendimiento, la Adoración de los Magos que guarda el Museo del Prado y el tríptico que lleva su apellido destinado a su capilla funeraria. La escena central que aquí contemplamos tiene como tema la incredulidad de santo Tomás mientras que en los laterales aparecen retratados el magistrado y su esposa, la española Adriana Pérez.La tabla central se considera como una de las obras donde la influencia de Caravaggio es mayor, especialmente por el realismo de los personajes y el claroscuro empleado. La figura de Cristo se presenta con el torso desnudo, dejando ver la contundencia de su cuerpo, anatómicamente perfecto. El manto rojo que le cubre muestra magistralmente sus pliegues, creando una figura de indudable belleza. Los apóstoles son más reales, inspirados en personajes italianos, destacando su incrédula actitud al contemplar los estigmas de su maestro. La luz impacta en Cristo al ser la figura principal, creando un juego de luces y sombras de altísima calidad. La brillantez de los colores y el acabado liso y brillante relacionan la pintura con la tradición flamenca que Rubens no se atreve a perder por miedo a la reacción de sus clientes. Años más tarde se presentará con absoluta libertad, realizando sus más espectaculares creaciones como observamos en la serie pintada para María de Medicis.