Se trata de la tabla central de un tríptico en la que se representa al evangelista en el momento en que tiene la visión del Apocalipsis. El paisaje que rodea al santo es aprovechado pos Burgkmair para incluir un rico y detallado muestrario ornitológico.
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Es una de las obras del período de madurez del Bosco, período en el que se aleja cada vez de las miríadas de monstruos y animales para dedicarse a hermosos paisajes abiertos al horizonte, mucho más cerca de la pintura, por ejemplo, de Joachim Patinir. Se trata de un cuadro místico, en el que el pintor parece haber querido captar la intensidad espiritual que inspiró a San Juan para escribir el Apocalipsis en la isla de Patmos. El santo aparece como un bello joven vestido con una túnica de delicados tonos rosados, delicadeza que se repite en el ángel que acompaña normalmente a este Evangelista, y en los colores verdes y azules del paisaje. En el cielo aparece la visión de la hermosa mujer con el niño, que no es sino la Virgen con Jesús. En el agua, un naufragio indica la confusión de los hombres. Y en el suelo, un pequeño demonio no consigue desviar la atención del joven de su tarea. Este demonio podría ser Tytillinus, que según las leyendas provocaba malos pensamientos en el clero durante los oficios religiosos.
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La fama de Velázquez en los años pasados en Sevilla iría en aumento a medida que se exhibían sus obras. Esto provocaría la creciente demanda de sus obras por parte de particulares e instituciones, llegando a adquirir el maestro dos casas para alquilarlas posteriormente. Buena prueba de estas solicitudes serían las dos obras realizadas posiblemente para la iglesia de los Carmelitas Calzados de Sevilla: este San Juan en Patmos y la Inmaculada Concepción. San Juan aparece mirando la visión de la parte superior en la que se representa a la Virgen; su atributo -el águila- está tras él, en la zona izquierda. El paisaje que contemplamos al fondo se reduce a un árbol, observándose a la perfección el claroscuro predominante en esta época, creado por una luz blanca que ilumina la escena de izquierda a derecha. Velázquez no va a idealizar al santo y presenta a una figura totalmente realista, de carne y hueso, con sus pómulos salientes, sus gruesos labios, su incipiente bigote y sus cejas largas e irregulares, llegándose a pensar que estaríamos ante un autorretrato, mientras que la Inmaculada sería un retrato de su esposa Juana Pacheco, conformando ambas imágenes un retrato nupcial. Los tonos empleados son frecuentes durante la etapa sevillana, animados por el azul de la túnica del santo. El detallismo de los libros y de los pliegues de la túnica, obtenido con una pincelada minuciosa, parece inspirado en la pintura flamenca, mientras que los juegos de luz, el realismo del personaje y los colores están tomados del Naturalismo tenebrista.
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Durero cuidaba en extremo la caligrafía de sus grabados, combinando caracteres latinos o góticos según las necesidades de la ocasión. En este frontispicio, la imagen que presenta el texto del Apocalipsis, Durero ha elegido una hermosa caligrafía, muy decorativa por su linealidad y sus florituras. Debajo de ella, perfectamente integrada en la composición, está la pequeña escena que nos muestra a San Juan en la isla de Patmos, donde escribió el Apocalipsis. San Juan está sentado con su tintero y su escritorio, con el águila que simboliza a este Evangelista al lado. Frente a él se ha iniciado la visión apocalíptica, con la mujer radiante de Sol y el niño en brazos, prefiguración de la Virgen. Durero por esa razón le ha colocado la corona de doce estrellas y la media luna debajo. Ambos, espectador y aparición, están rodeados por una guirnalda de nubes que los sostiene de manera fantástica, aislados.
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En la Albertina de Viena se conserva una serie de doce dibujos con los Apóstoles. Se han atribuido a Van Eyck, aunque se trata probablemente de copias directas de este autor. Constan de seis figuras sentadas y seis de pie. Cada uno de ellos se identifica por un atributo y por un letrerito en caracteres góticos que reza su nombre. Ante nosotros tenemos a San Juan Evangelista, autor del Apocalipsis.
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Del llamado "Dios de la madera" es esta pieza en la que se representa al santo sentado y escribiendo, ya a edad madura. En el pergamino podemos leer dos frases superpuestas que aluden al Evangelio y al Apocalipsis. La talla posiblemente procede del retablo que se dedicó al santo para el Convento de la Pasión, conjunto contratado por Montañés en 1638. La nobleza y la serenidad de la figura se ponen de manifiesto en el rostro del santo, los pliegues de las telas o los cabellos rizados. La policromía sería atribuida a Francisco Pacheco, directo colaborador del maestro en estas funciones.
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La obra que ahora presentamos no es completamente de mano del maestro Zurbarán sino que tiene una importante participación de los pintores que trabajaban a sus órdenes en su taller de Sevilla. Zurbarán empleaba a sus jóvenes aprendices y oficiales para terminar encargos secundarios para ciudades menores, que le proporcionaban menos dinero y prestigio pero que ocupaban su tiempo. De esta manera, el maestro solía limitarse a realizar los dibujos preliminares y el boceto, supervisando el desarrollo de la obra por el taller. Este modo de trabajar se aprecia especialmente en el cuerpo y el rostro del evangelista. Los ropajes están menos detallados y se pliegan de forma menos natural que los del San Juan del Museo de Bellas Artes de Cádiz. El rostro resulta más basto, menos vivaz que los rostros realistas del maestro. Sin embargo, el lienzo es de gran calidad y ejemplifica el mundo artístico de la Sevilla del siglo XVII, similar al de otras ciudades del mundo occidental.
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Esta figura del evangelista deriva de la que forma parte del Apostolado de la catedral; El Greco aporta un fondo nebuloso que era de su agrado y repite en numerosos santos aislados. La figura se presenta de más de medio cuerpo portando en su mano derecha el cáliz con un dragón, vistiendo manto carmesí y túnica verde-amarillento, color muy estimado por el maestro que enlaza con el Manierismo. La factura rápida y esbozada, basada en conceptos de luz y color, el canon amplio y estilizado y la espiritualidad reinante en el lienzo son elementos identificativos de la obra de Doménikos.
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Para la Cofradía de Nuestro Padre Jesús realizó Salzillo esta obra de talla entera, sin ningún aditamento. Parece recoger con su mano derecha el sensacional manto rojo y dorado mientras la izquierda es extendida en un gesto de explicación, señalando el camino con el dedo índice. En paso decidido se adelanta la pierna izquierda, destacando el pie donde no se aprecia idealización, apreciándose la mayor sabiduría compositiva en la leve torsión de su cuerpo que potencia los múltiples ángulos de contemplación. La cabeza es juvenil al tiempo que enérgica, orientada al mismo sentido que la mano izquierda, comunicando su expresión de dolorosa gravedad. La policromía es muy viva en las telas y delicada en cabeza, manos y pierna.