Las imágenes devocionales pintadas por Mantegna en sus últimos años van a ver suprimidos todos los elementos arquitectónicos y anecdóticos para evitar que el espectador se distraiga en aspectos superfluos. Los fondos se oscurecen, como apreciamos en esta Sagrada Familia donde aparece el Niño Jesús en pie, portando la bola del mundo en su mano izquierda y la cruz en la derecha; san Juanito le señala y nos mira, en un gesto que simboliza la redención. La Virgen cose ajena al juego de los santos niños mientras santa Isabel la contempla con cierto gesto de tristeza. Tanto el Niño como san Juanito están situados en el marco de una ventana, uno de los elementos compositivos más atractivos para Mantegna al ser de gran utilidad para crear el efecto de perspectiva, reforzado por la disposición en diferentes planos de los personajes. La iluminación destaca la figura principal, anticipándose a las composiciones barrocas de Caravaggio, en una sensación de serena devoción difícil de superar.
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Luini estuvo afincado durante gran parte de su carrera en Milán, donde también trabajó Leonardo da Vinci. La influencia del genio humanista se dejó sentir con fuerza sobre la obra de Luini, que realiza una interpretación más cercana a los modelos populares de los tipos leonardescos. Esta Sagrada Familia sigue un clásico esquema veneciano, basado en la estructura piramidal: la Virgen constituye el vértice de un triángulo bajo el cual San Juanito y el Niño Jesús se abrazan vigilados maternalmente por María. Este triángulo compositivo se equilibra magistralmente con dos verticales que flanquean el grupito; a un lado la vara de azucenas que alude a la virginidad mariana, y al otro la figura secundaria de San José, que no toma parte en la escena. La pintura de Leonardo era demasiado intelectual para la comprensión popular. Básicamente, lo que Luini hace es llenar de sentimentalismo los dulces modelos de Leonardo y abusar del sfumatto, que se extiende desde los rostros a todos los elementos pintados, lo que da a la imagen una apariencia de ensueño. En el lienzo predominan igualmente los tonos cálidos, en especial ese rojo veneciano tan característico de la región. La gama cálida ayuda a reforzar el sentimiento de cercanía y cariño que la Virgen parece repartir por encima de los pequeños.
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Si existe un pintor especializado en mostrar la Sagrada Familia ése es Rafael de Urbino. En sus composiciones se unirán la belleza de los modelos -inspirada en el ideal del Renacimiento- y la devoción cristiana tan demandada en unos años en los que los Papas eran más líderes políticos que religiosos. Esta Sagrada Familia fue encargada por el Conde Ludovico de Canossa, obispo de Bayeux, hacia 1518. Fue adquirida, en el Barroco, en la almoneda de Carlos I por 2.000 libras para Felipe IV quien exclamó que era la perla de sus cuadros, de lo que le viene el sobrenombre por el que se la conoce en la actualidad. Santa Isabel y María contemplan al Niño Jesús y San Juanito, mientras al fondo San José trabaja en la carpintería. La iluminación empleada por Rafael le sitúa en una órbita casi tenebrista al provocar fuertes contrastes entre luces y sombras, por lo que existe cierta dificultad para contemplar a San José. La zona de la derecha se abre con un paisaje -también muy oscuro- aunque se nos permite observar la arquitectura de un pueblo con un río al fondo. Pero el interés del maestro está centrado en el primer plano donde las figuras se relacionan entre sí -una de las grandes preocupaciones de Rafael- incluso con pronunciados escorzos como el movimiento helicoidal de la Virgen. Los tonos se oscurecen aunque siguen primando el azul y el rojo, muy acentuados por la luz que los convierte casi en colores eléctricos. Igual que ocurre en la Visitación, se produce un marcado contraste entre la belleza juvenil de María y el rostro -en este caso pensativo- de Santa Isabel que, aun siendo bello, está marcado por las arrugas de una edad ya madura. El excelente dibujo del que hará gala siempre el de Urbino hace destacar el lujo de las telas en la cuna del Niño, en cuya figura destaca una preciosa sonrisa en contraste con el gesto de preocupación de su tía. Algunos especialistas consideran que se trataría de una obra ejecutada por Julio Romano pero pensada y compuesta por Rafael.
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Durante los periodos madrileño y granadino, en el estilo de Cano se introducen más elementos compositivos barrocos, empleando diagonales entrelazadas y figuras dispuestas de forma correlativa, extendiendo el espacio a límites exteriores del cuadro. Entre las obras culminantes de este momento se encuentra la Sagrada Familia pintada para el Convento del Ángel Custodio de Granada, escena caracterizada por un profundo espíritu bucólico. Cano manifiesta una absoluta seguridad en su dibujo, modelando las figuras con vigor, destacando su monumentalidad y sus cualidades táctiles. Otro elemento destacable es el colorido utilizado, de gran fuerza y variedad. San José viste una túnica azul clara con un manto amarillo sobre sus rodillas, creando un interesante contraste, mientras la Virgen porta una túnica de color rojo intenso y un manto azul, colores que simbolizan el martirio y la eternidad, respectivamente. Pero lo más interesante de la obra lo encontramos en el sentimiento de intensa melancolía que trasmite Cano en las figuras de la Sagrada Familia, contrastando con la actitud juguetona de los ángeles portando flores que acompañan a las sacras figuras. El protagonista absoluto de la composición es san José, al llevar al Niño en sus brazos -un magnífico estudio anatómico de la figura infantil, cargada de naturalismo- y ser coronado de azucenas por los ángeles, símbolo de pureza. De esta manera, Cano enlaza con las ideas contrarreformistas que Murillo pondría también de manifiesto en la Sagrada Familia del Pajarito. De los catorce lienzos pintados por Cano para el Convento del Ángel Custodio de Granada sólo han quedado dos; los demás desaparecieron durante la Guerra de la Independencia y casi todos han debido ser destruidos ya que no han aparecido documentados en colecciones francesas o inglesas.
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Ya tuvimos ocasión de admirar el increíble despliegue de habilidad que Durero posee en la punta seca con ocasión del San Jerónimo. Igualmente, esta estampa ofrece una infinidad de variaciones tonales que según las palabras de los contemporáneos del artista, hacían innecesario el color en los grabados de Durero.El modelo de la Virgen y el niño está tomado sobre el mismo que inspiró la Virgen de la libélula. Las variaciones las tenemos en el resto de los personajes.San José sigue siendo un personaje secundario, tirado en el suelo, detrás de la Virgen. Sin embargo no parece el personaje ridículo de otras estampas (en las que suele aparecer borracho), sino que tiene la gravedad del que presencia una tragedia. En efecto, San José es el único que se apercibe de la presencia de los tres personajes detrás de María, que sonríe inocentemente. Estos tres personajes son la prefiguración de la Pasión y la muerte de Jesús: María Magdalena, San Juan y Nicodemo.
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El Templo Expiatorio de la Sagrada Familia de Barcelona es una obra compleja dentro de la misma plástica de Gaudí. Encierra todo un proceso evolutivo del modernismo gaudiano, desde que en 1884 se hizo cargo de las obras, ya planteadas en estilo neogótico por el arquitecto Francisco de Paula del Villar. El problema actual del templo inacabado estriba en la discusión sobre si es legítimo artísticamente terminar una obra a la que sólo el maestro podría haber dado fin, especialmente por esa evolución constante que encierra y que se cortó con el fallecimiento de Gaudí en 1926, o si se debe concluir el templo, que es el fin último, surgido antes de Gaudí y que fue concebido por el maestro como una construcción medieval, porque sabía que nunca podría verlo terminado. La cripta, el ábside externo y, sobre todo, la fachada del Nacimiento es lo que termino Gaudí. Sobre la base estructural de las cuatro torres, culminadas por las cruces orientadas a los cuatro puntos cardinales, como solía hacer el arquitecto, se articula un complicado programa donde la palabra se une a la escultura y al color para lograr la unión orgánica, natural, y por tanto viva, de naturaleza y artificio, con el único fin de alabar a Dios hecho Hombre. La primera piedra del templo se puso el día de San José de 1882, surgiendo la idea de su construcción en el seno del enfervorizado clima ultracatólico que se vivía en la Cataluña de la época. En un primer momento, la construcción fue promovida por la Asociación Espiritual de Devotos de San José, pretendiendo reproducir la basílica de Loreto, proyecto que fue sustituido por el primer arquitecto Villar y que continuó Gaudí en 1883. El proyecto preveía cinco naves, cuatro fachadas monumentales que daban a la nave central y a los brazos del transepto y un gran cimborrio como culminación, predominado la idea de la verticalidad. Al fallecer Gaudí continuaron las obras tomando como base las maquetas y los dibujos realizados por el maestro, ya que nunca se había elaborado un proyecto definitivo, completándose el resto de la fachada en 1935, momento en que los trabajos fueron interrumpidos. La fachada occidental, la de la Pasión, se levantó entre 1953 y 1976 -encargándose en 1987 al escultor Josep Maria Subirachs la decoración de esta zona- continuándose en la actualidad la construcción de este singular edificio.