Obra atribuida a Luca Cambiaso mostrando a la Sagrada Familia con San Juan Bautista.
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Las conclusiones de la Reforma Católica establecen la necesidad de plantear imágenes cercanas emocionalmente al fiel y comprensibles visualmente. Un tema predilecto de los pintores naturalistas, que fueron abanderados de la Reforma, es la Sagrada Familia, que defiende de paso el dogma de la virginidad de María y la divinidad de Cristo a la vez que su humanidad. Al mismo tiempo, resultaba una imagen entrañable ante la que cualquier feligrés podía reaccionar favorablemente. Carducho plasma la Sagrada Familia al completo, con la Virgen, el Niño, que se agita travieso en su regazo, Santa Ana y San Joaquín, padres de María, y al fondo, apenas visible en la penumbra, San José, a quien apenas se concedía importancia en la historia de Jesús. La Virgen aparece como una mujer joven, de aspecto saludable, que ha abandonado sus labores de costura ante la visita. El costurero queda en primer plano, como una muestra excelente de naturaleza muerta. Los rasgos técnicos de la pintura remiten al Naturalismo tenebrista, pues la escena se sume en la más absoluta oscuridad, de la cual sobresalen los cuerpos, destacados por fuertes fogonazos de luz sobre ellos. Este estilo tuvo gran aceptación en los primeros momentos del Barroco español.
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Nos encontramos ante una copia libre que realizó Escalante de una Sagrada Familia que se conserva en el monasterio de El Escorial ejecutada por el taller de Veronés. No en balde, Escalante sintió una profunda admiración por la pintura de la escuela veneciana. A esto hay que añadir la influencia de Alonso Cano tanto en los modelos como en el colorido empleado. La figura del Niño domina la composición, acompañada de la Virgen - iluminada por el potente foco de luz -, san José - en penumbra - y san Juanito de perfil entregándole un manzana. La parte superior del lienzo está ocupada por varios ángeles y querubines iluminados por un resplandor procedente de Dios Padre. La pincelada empleada por Escalante es rápida y abocetada, creando un fantástico efecto atmosférico. Las figuras están cargadas de cierto idealismo tan habitual en la pintura española durante la segunda mitad del siglo XVII
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La figura de Francisco Camilo es una de las más importantes en la escuela barroca madrileña; partiendo de elementos manieristas supondrá un importante paso adelante en la formación del pleno barroco generalizado en los últimos años del siglo XVII. Esta imagen que contemplamos pudo pertenecer a la iglesia del convento madrileño de las Vallecas. Presenta a la Virgen María en la derecha, vestida con túnica roja - símbolo de martirio - y manto azul - símbolo de eternidad -, coronada de 12 estrellas alusivas a los dolores que padeció. El Niño Jesús preside la escena, mostrando un nimbo cruciforme que prefigura su Pasión. San José porta una vara florida. Sobre la Sagrada Familia se encuentra la paloma del espíritu Santo y Dios Padre acompañado de querubines, formando a la vez una Trinidad.Camilo ha aprovechado la preparación rojiza del lienzo como fondo, insinuando las luces con toques blancos. Sobre ese fondo se recortan las figuras de la zona baja y de él parecen emerger las de la zona superior. El canon amplio de sus figuras es muy empleado por el artista, haciéndose casi personal, recordando al manierismo. A pesar de sus limitaciones, nos encontramos con un pintor importante dentro de su generación.
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En la iconografía barroca era habitual la representación de las Dos Trinidades tal y como aparece en este soberbio cuadro de Valdés Leal: en la zona baja de la composición hallamos a la Trinidad terrenal con el Niño Jesús, la Virgen y san José mientras que en la parte superior se encuentra el Padre Eterno acompañado de un amplio coro de angelitos. La paloma del Espíritu Santo se posa en el hombro de san José, reforzando de esta manera la importancia de este personaje en la vida de Cristo al igual que ocurre en la Sagrada Familia del Pajarito de Murillo. Incluso con su gesto protector refuerza esta idea.Valdés Leal ha puesto en la escena todos los elementos característicos del Barroco: diagonales que organizan y aportan ritmo a la composición, movimiento, figuras escorzadas, expresividad y colorido, armonizando y equilibrando los tonos. La iluminación dorada inunda la estancia donde están los personajes, dejando ver con absoluto naturalismo el banco de trabajo de san José y la cesta de labor de la Virgen. El resultado es una obra de gran belleza que ha permanecido inédita hasta fechas recientes.
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Zurbarán en este lienzo representa a la Sagrada Familia como tal, puesto que hay otros cuadros con estos personajes que suelen aludir a episodios de la infancia de Cristo, y no a la Familia como idea, que es lo que aquí aparece. Esta idealización de la familia se acentúa con la presencia de Santa Ana y San Joaquín, padres de la Virgen, puesto que San Joaquín estaba muerto cuando la Virgen tuvo al Niño. También está San José, como un hombre joven y protector, al tiempo que les acompaña el niño San Juan Bautista. Este lienzo tiene un marcado acento italiano, que se aleja de la realización más personal de Zurbarán. Los rostros están mucho más idealizados, mientras que el maestro solía realizar auténticos retratos naturalistas en sus personajes. La belleza de María recuerda la de pinturas renacentistas por el perfil y el canon empleado. El San Juanito parece uno de los golfillos de pies sucios que solía emplear Caravaggio para sus ángeles. La escena está llena de significados ocultos, de los cuales desvelamos los tres más importantes: María lleva en su mano para entregarla a su hijo una manzana, que significa el pecado original del que ella está libre y que su hijo lavará de la estirpe del hombre. San Juanito ofrece a María un cesto lleno de rosas de tres colores, rosas, rojas y doradas, que simbolizan las oraciones del Rosario, una ritual sobre los gozos y los dolores de María por su hijo. Por último, el niño Jesús le da a su madre una pasionaria, flor que había sido recientemente descubierta en América. Esta flor se caracteriza porque su cáliz y sus pistilos tienen la forma de los instrumentos de la Pasión -los clavos y la corona de espinas-, por lo que rápidamente se identificó con Cristo.
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Durante la Contrarreforma surge el tema iconográfico de las Dos Trinidades al establecer un paralelismo entre la Trinidad Celeste, integrada por Dios Padre y el Espíritu Santo en la Gloria mientras el Niño en la Tierra sería el lazo de unión con la Trinidad terrenal, al estar Jesús acompañado por la Virgen y san José. De esta manera el mundo católico afirmaba la humanidad de Jesús y valoraba también a sus progenitores, resaltando la figura de san José cuyo culto estaba muy popularizado.Como precedente para la ejecución de esta obra que contemplamos, Murillo tuvo la escultura de Martínez Montañés por lo que realiza una composición equilibrada y simétrica, de clara tendencia renacentista. Las figuras terrenales aparecen sobre un suelo embaldosado y reciben un potente foco de luz que aumenta su volumetría escultórica. Al fondo se abre un paisaje que recuerda a Zurbarán, recortándose los personajes ante él de la misma manera que hacía Roelas. A pesar de las influencias, Murillo se encuentra ya dominando sus recursos pictóricos, creando hábilmente una composición en la que alternan la Gloria y lo terrenal. Al final de su vida realizará una nueva versión de las Dos Trinidades con un resultado más acertado.
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Esta completa composición recuerda la presencia constante de ciertos elementos en la pintura religiosa del Barroco madrileño, como puede compararse con el lienzo de Mateo Cerezo titulado Desposorios Místicos de Santa Catalina. En ambos aparece la misma estructura escenográfica, que pretende presentar al fiel un acto al que él asiste como espectador privilegiado en medio de un gran lujo. Se trata de una Sagrada Familia al completo, adorada por el rey de Francia, San Luis. Los personajes están en una entrada monumental, escalonada, bajo un dosel de pesada tela roja, sobre la cual revolotean angelotes. La escena está adornada con objetos y naturalezas muertas, que por sí mismos funcionan como bodegones y composiciones autónomas. La Sagrada Familia cuenta con la Virgen, San José, como siempre en la sombra, el Niño y la familia de San Juan Bautista, acompañado por el cordero que simboliza la Pasión; escoltando a la familia, un coro de ángeles adultos con instrumentos musicales. El rey francés, cuya presencia se explica como homenaje a la poderosa monarquía vecina, que en pocos años se implantará en España con los Borbones, ha iniciado un gesto de arrodillarse ante el Niño, abandonada su corona y su cetro, y ofreciendo su espada. Este movimiento inacabado en primer plano introduce gran sensación de dinamismo, de proceso que discurre ante nuestros ojos, puesto que el espectador automáticamente concluye la acción imaginándolo arrodillado, en una posición estable. Concluir esta acción nos lleva al protagonista de la escena, que además se encuentra casi en el centro de la composición, destacado por un foco de luz propio: el Niño Jesús. En realidad, todos los personajes forman un círculo alrededor de él. Es un típico efecto barroco, que el autor lleva a cabo con soltura y dominio técnico.