Guadí buscaba en esta fachada del templo un gran impacto dramático, y bien lo demostró con un dibujo que hizo de ella cuando estuvo a punto de morir en 1911. Bajo un atrio de columnas que recuerdan huesos, se relatan los hechos de los últimos días de Cristo. Gaudí hubiera escogido el estilo expresionista para dar el carácter conmovedor a éstas escenas pero no vivió el tiempo suficiente para realizarlas. En el año 1988 otro escultor recibe el encargo para realizar las esculturas de esta fachada. Se trata de Josep Maria Subirachs, quién ha dado cohesión a la narración de la Pasión de Cristo. Las imágenes se pueden leer siguiendo la forma de una "S" invertida: la Santa Cena, el Beso de Judas con un criptograma que alude a la edad de la muerte de Cristo, la Flagelación ocupando la parte central inferior, la Negación de Pedro, Jesús ante Pilatos, las tres Marías y el Cirineo, el grupo de la Verónica, el soldado Longinus a caballo y un grupo de soldados jugándose a los dados las pertenencias de Jesús, Cristo en la cruz y el Santo Entierro. El estilo del escultor se define con líneas y perfiles muy marcados, que dan un cierto esquematismo a las figuras pero a la vez las hace muy expresivas. Cabe fijarse en las imágenes de los soldados que nos recordaran a las chimeneas de la Casa Milà, la Pedrera, así como en los retratos de Gaudí (en el extremo izquierdo del grupo de la Verónica) y el del propio Subirachs en la escena del Entierro.
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En esta fachada de la Sagrada Familia, bajo un atrio de columnas que recuerdan huesos, se relatan los hechos de los últimos días de Cristo. Gaudí hubiera escogido el estilo expresionista para dar el carácter conmovedor a éstas escenas pero no vivió el tiempo suficiente para realizarlas. En el año 1988 otro escultor recibe el encargo para realizar las esculturas de esta fachada. Se trata de Josep Maria Subirachs.
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Fue la primera del templo en acabarse y consta de tres grandes pórticos rematados por cuatro torres campanarios. Los pórticos hacen alusión a los dogmas del catolicismo y a los orígenes, infancia y adolescencia de Cristo. El pórtico izquierdo, el de la Esperanza, nos muestra las escenas de la Huida a Egipto y la Matanza de los Inocentes. Sobre este nivel y enmarcando el conjunto con un rosario, se observa la imagen del Niño Jesús con una paloma sujeta en las manos, mostrándosela a un sabio bajo la atenta mirada de san Joaquín y santa Ana. La escena superior narra los esponsales de José y María y sobre ella, el mismo José guía una barca con una farola de grandes dimensiones, escena que se ha interpretado como la conmemoración del nombramiento del santo como patrón de la Iglesia Católica. El portal de la derecha, el de la Fe, presenta las escenas de la Visitación de María a su prima Elizabet y la casa de Nazaret dónde María y José observan a Jesús trabajando. En el nivel superior el Niño Jesús flanqueado por Juan Bautista y Zacarías y finalmente, más elevada aún, la escena de la presentación de Jesús en el Templo. En los niveles superiores se representan los principales dogmas del catolicismo: una lámpara como símbolo de la Trinidad; la Inmaculada Concepción; la Eucaristía, representada por racimos de uvas y espigas, y la Providencia Divina, sintetizada con el símbolo de origen medieval de una mano con un ojo incrustado. El pórtico central, el de la Caridad, está flanqueado por dos columnas coronadas por palmeras y sostenidas por dos tortugas y nos muestra el portal de Belén, con las figuras de José, María y el Niño Jesús sostenidas por una columna donde se entrelaza la serpiente que indujo al pecado y una cinta con la genealogía de Cristo. A los lados, el grupo escultórico formado por los reyes magos y los pastores. Sobre la escena del Belén, ángeles cantores y músicos. La mayoría de estas esculturas fueron esculpidas por varios artistas bajo la tutela del maestro Gaudí. Entre ellos destaca Joan Matamala, su hijo Joan, Carles Mani y Ricardo Opisso. Más tarde realizaran las esculturas Jaume Busquets y el japonés Etsuro Sotoo, aún en activo. Sobre los ángeles, la escena de la Encarnación de María rematada por los signos del zodíaco, de claro signo pagano. En la cueva superior otra escena, la Coronación de la Virgen como Reina de los Cielos, también del escultor Joan Matamala. Jesús corona a María y a ambos lados, las figuras de san José y de un varón, tal vez el representante de la congregación josefina. Sobre ellos, el anagrama de Jesús con una cruz y las letras alfa y omega. Justo encima encontramos un huevo con el mismo anagrama recubierto de mosaico veneciano y un pelícano, cuyo mito cuenta que este animal desgarra su vientre para dar de comer a sus crías, símbolo del sacrificio de Jesús. Otro símbolo culmina el portal. Se trata de un ciprés, el Árbol de la Vida, que da morada a múltiples palomas. En su extremo superior y rematando el portal, la letra tau T de color rojo, con dos bandas doradas en forma de X, sobre la que descansa una paloma, imagen final de la Trinidad.
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Esta fachada fue la primera del templo en acabarse y consta de tres grandes pórticos rematados por cuatro torres campanarios.
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Este grupo escultórico es la única decoración del templo de la Sagrada Familia que Gaudí terminó en vida. En él volcó toda su fantasía. Incluyó distintas formas de la naturaleza como rocas redondeadas, figuras humanas y motivos vegetales. Mezcló escenas de la Biblia con símbolos de la adivinación que sólo los entendidos pueden descifrar. En ella resalta la alegría por el Nacimiento de Jesús. Se pueden admirar las figuras tradicionales del Niño, San José, la Virgen, los pastores y los ángeles.
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Debido a su repentina muerte, Gaudí sólo pudo ver acabada una de las torres del templo, que contará con cuatro de ellas en cada una de sus fachadas y que simbolizan a los doce apóstoles. La base de las torres es cuadrada pasando a ser circular a la altura de las figuras de los apóstoles, que aparecen sentados en pedestales. En su interior, al cual se accede por una escalera de caracol o ascensores, se colocarán durante la última fase de las obras unas grandes campanas que proyectarán su sonido a la ciudad. Cada una de las torres está rematada por un pináculo de 25 metros con curiosas formas, colores y símbolos. Los pináculos representan a los obispos, sucesores de los apóstoles, caracterizados por sus atributos, el báculo, la mitra, el anillo y la cruz.
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Nos encontramos ante un dibujo de carácter típicamente poussiniano, en el que se pueden rastrear las ideas sobre un tema, la Sagrada Familia, tan importante en su obra durante más de veinte años. Por ejemplo, la parte izquierda de la obra, con San José y Santa Isabel, puede ser puesta en relación con la Sagrada Familia con Santa Isabel y el Bautista niño. La parte derecha corresponde a un grupo de figuras del cuadro Sagrada Familia de diez figuras, realizado en 1649, el mismo año de Moisés hace manar agua de la roca o el Juicio de Salomón.
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La distribución de las figuras, sus posturas y la presencia de árboles al fondo, presentan similitudes con el lienzo Sagrada Familia con San Juan y Santa Isabel del Louvre, que suele datarse entre 1653 y 1654. Los niños situados en la parte izquierda recuerdan a los de la Sagrada Familia de diez figuras, de 1649. Sin embargo, la técnica de este boceto puede equipararse a la de los dibujos preparatorios de la Sagrada Familia de la bañera, también de este periodo, hacia 1650-1651.
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En la pintura iberoamericana los rasgos propios aparecieron a finales del siglo XVII y tuvieron un amplio desarrollo a través de la obra de diferentes pintores, como los que se agrupan bajo la denominación escuela cuzqueña. Frente a la pintura culta de Lima, en el Cuzco se produce una intensa actividad de diversos talleres que llevan la pintura hacia una dimensión propia, con un marcado acento popular.
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Parece bastante probable que esta Sagrada Familia fuera encargada a Rafael por el comerciante Domenico Canigiani con motivo de su boda con Lucrezia Frescobaldi en 1507. La composición sigue la estructura piramidal inspirada en Leonardo y tan característica de estos temas, reforzando Sanzio las diagonales y las líneas zizagueantes al enlazar las miradas de los personajes y crear un sensacional efecto de perspectiva en profundidad. El centro de referencia son los dos santos niños que juegan con una filacteria, observados con dulzura por Maria mientras san José y santa Isabel dialogan con sus miradas. La escena se abre por ambos lados a un paisaje donde se incorpora la perspectiva atmosférica leonardesca, distinguiéndose unas edificaciones fantaseadas y unas montañas transparentes sobre las que encontramos una pequeña corte de querubines entre nubes que anticipan los de la Madonna Sixtina. Las figuras están vestidas con pesados paños que se ciñen al cuerpo para acentuar su anatomía, enlazando con el estilo escultórico de Miguel Ángel. Esas telas están sabiamente realizadas, destacando sus calidades táctiles y su variado y brillante colorido. El claroscuro que se ofrece produce una sensación aérea significativa que junto a la dulzura y el humanismo de los personajes convierten esta tabla en una de las más atractivas del pintor. La genialidad de Rafael reside en unificar las diversas influencias para crear un estilo particular con el que se ha dado a conocer y con el que alcanzará inigualable éxito, siendo copiado por numerosos artistas en siglos posteriores.