Busqueda de contenidos

contexto
El país goza de una posición geográfica y climática privilegiada, pues el océano Atlántico y la disposición de su orografía permiten la penetración al interior de las lluvias y posibilitan su acumulación. Por otra parte, es el país de África mejor situado para las relaciones con el África tropical, a través del Sáhara, y con la Europa mediterránea, dada su proximidad con el Viejo Continente. Dividido el país en dos zonas claramente diferenciadas, su configuración geográfica ha condicionado claramente su devenir histórico. En la región montañosa, formada por la cordillera del Atlas y el Riff, viven gentes seminómadas que nunca mostraron una cohesión política, pero, apegados profundamente a la tradición, son verdaderos defensores del suelo en el que viven ante cualquier ataque del exterior. En cambio, las tierras bajas atlánticas, fértiles y ricas, de fácil tránsito y comunicación, nunca fueron obstáculo para ningún invasor; están habitadas, en consecuencia, por un conglomerado de conquistadores y emigrantes, proclive a la influencia del exterior, que contrasta, pues, con el estatismo montañés. El reino de Marruecos escapa en el siglo XVI a la influencia turca, pero se encuentra debilitado por la autarquía interior. La conquista de Sudán por Al-Mansur le valió a Marruecos la reputación de país fabulosamente rico y confirió a su soberano un gran prestigio. Dividido en dos reinos, Fez y Marrakech, de 1549 a 1654, destaca el advenimiento y posterior decadencia de la dinastía saadita que seria sustituida por la dinastía alauita cuyo primer sultán, Muley Al Rasid, decidió no apoyarse en sus labores de gobierno en el principal grupo étnico del país, los árabes, decisión respetada por sus continuadores en el trono. En efecto, los sucesores del fundador de la dinastía contaron con el apoyo de ciertas tribus árabes sólo por la razón de formar un cuerpo de ejército asalariado, sin participación en los negocios públicos, en la administración o en la política. De 1672 a 1727 gobernó en Marruecos el sultán alauita Mulay Ismail I, contemporáneo de Luis XIV, que pasó a representar un papel importante en el devenir de los acontecimientos históricos en el Mediterráneo. La división étnica y política constituyeron dos graves problemas internos a los que tuvo que hacer frente durante su mandato. En efecto, a la división tribal se unía el problema político que suponían los beréberes de Dilá, cuyas ansias de dominio del país había abortado Muley Al Rasid, pero que ahora, habiendo movilizado a las masas del Atlas medio, iniciaban un descenso lento pero ininterrumpido hacia la capital provocando al mismo tiempo una extraordinaria desarticulación social. Actuando como príncipe absoluto, Ismail I organizó un ejército, compuesto por soldados negros del Sudán, o abids, que pacificó el reino y, iras desistir de la dirección efectiva del país por la insuficiencia de sus efectivos, constituyó la guardia personal del sultán. La fortificación del territorio con una red de qasbas, castillos diseminados por todo el territorio, completó la obra pacificadora y preparó el territorio para futuras empresas defensivas al tiempo que mantenía bajo vigilancia las zonas de disidencia política contra su gobierno. Con el ejército y con una crueldad desmedida, Muley Ismail consiguió un prolongado período de paz interior que no supo utilizar, no obstante, para la instauración de una paz social entre los distintos grupos étnicos del país, por lo que, a su muerte, Marruecos atravesará de nuevo por un período de treinta años de anarquía estremecedora. En efecto, los beréberes Sinhayies, neutralizados en vida de Ismail por la red de castillos defensivos, sólo pensaron en armarse y, unidos el grupo de los Ayt Idrasen, por el Norte, con los Ayt U-Mali, del Oeste, lucharán contra los sucesores de Muley Ismail. Se denomina a esta época bajo el nombre de Al-Fitra, el interregno; época de revueltas sangrientas que será dirimida por los Abid, quienes van tomando la posición de amos, al nombrar a Muley Ahmed Eddehbeid, como sucesor de su padre, Muley Ismail, y tras deponerlo, a su hermano Abd El-Malik a quien también depondrán por su alianza con los árabes y beréberes del Atlas medio, hasta que después de varios intentos frustrados, Sidi Mohamed-Ben-Abd Allah logra hacerse con el gobierno en 1757, restablece el orden interior e intensifica el comercio con el exterior para cuyo incentivo ordena construir el puerto de Mogador, puerto principal del Marruecos meridional, en el que se embarcaban las mercancías procedentes del Sudán. Reorganiza asimismo el ejército y concede privilegios comerciales a los países europeos y a los Estados Unidos. A su muerte, ocurrida en 1790, le sucede Muley Sulaimán, quien, con el fin de reducir los riesgos del tráfico marítimo, prohibió, en 1817, la piratería. El fracaso de Marruecos para solucionar la anarquía de su interior quizá sea debido a la religión islámica, pues el Islam no aportó de manera definitiva fuerzas y modelos de organización al país para vencer el tradicional poder autárquico. No aportó la unidad moral y religiosa necesaria para que se diera, con posterioridad, la unidad política. Es más, el Islam en Marruecos reafirmó aún más los rasgos diferenciadores de las tribus beréberes, activando su profunda religiosidad que se encauzó con preferencia hacia los cultos locales y la xenofobia. El Islam en Marruecos se transformó, pues, en el Islam marroquí, antropomórfico, separatista y fragmentario. El Islam auténtico perdió ante los beréberes su efectividad no sólo en el plano religioso sino también en el político. El misticismo musulmán o sufismo, basado en la observación estricta de las prescripciones musulmanas, da origen en Marruecos al morabitismo, que evolucionará al margen del Islam ortodoxo de las escuelas coránicas. Carente el Islam de un clero constituido, los morabitas articularon una verdadera aristocracia religiosa de gran influencia en el tejido social y se convirtieron en el modelo de la vida religiosa de las tribus beréberes. Bajo el ropaje de la ortodoxia islámica, esta modalidad de Islam marroquí se hizo consustancial al país sin que el Islam oficial del gobierno central pudiera hacer nada por contrarrestar. Bajo la dinastía alauita, el poder del morabitismo recibió un duro golpe, pues los monarcas alauitas se empeñaron en afianzar el Islam ortodoxo, creando una versión oficial, gubernamental; pero no pudieron desenraizar el morabitismo de la vida del pueblo aunque lucharon activamente en su represión. Amalgama de tribus carentes de cohesión, Marruecos caerá con el discurrir del tiempo en un estéril anacronismo.
obra
contexto
En la parte más occidental del norte de África, Marruecos permaneció independiente del imperio otomano, aunque le afectaron las malas relaciones de éste con las Monarquías ibéricas y el temor que en el mundo cristiano inspiraba el Islam. Fue esta zona la que primero soportó el avance de portugueses y españoles, motivado por la necesidad de terminar con los corsarios africanos que obstaculizaban su comercio y por el deseo de buscar una ruta alternativa a la mediterránea para llegar a Oriente. Portugal inició la exploración costera hacia el Sur, una vez terminada la expansión en territorio peninsular y con las manos libres para el despegue ultramarino, ayudada por la política de apoyo a la ciencia náutica de la casa de Avís. En 1415 conquistó Ceuta, desde donde se conectaron con la ruta del oro que subía desde el África subsahariana hasta las plazas mediterráneas. El tratado hispanolusitano de Alcaçovas-Toledo de 1480, ratificado por el Tratado de Tordesillas de 1494, reservó a los portugueses la expansión por las costas africanas. En consecuencia ocuparon seguidamente Tánger, Agadir (1504) y Safi (1508). El avance lusitano fue facilitado por la inestable situación interior. La debilitada dinastía meriní fue sustituida por los Banu Wattas, que en 1465 crearon su propia dinastía, nunca efectiva más que en los alrededores de Fez. La corrupción de la diplomacia permitía a los ocupantes portugueses conseguir la colaboración local de los llamados "moros de paz", para favorecer la penetración y el comercio. En algunas ciudades, como Fez, tenían factores, a la vez cónsules y agentes comerciales, que ejercían una administración indirecta con percepción de impuestos, lo que hubiera terminado en colonización sin la reacción popular. Marruecos conoció en el siglo XV una renovación religiosa. Existían sufis místicos y santos investidos de efluvio sagrado (baraka), los morabitos, a la vez curanderos y taumaturgos. Al lado de los ancianos, venerados por su ascetismo, se multiplicaron los santones locales, sobre todo predicadores del Jihad o guerra santa, que a veces permanecieron aislados pero, más a menudo, organizaron a su alrededor escuelas cada vez más influyentes, las "zawiyas". Bajo la dirección del "Sharif", descendiente de la familia de Mahoma, que fijaba la vía mística a seguir (tariga), los sufis buscaban elevarse de la práctica literal de la Ley hasta la realidad divina por una serie de etapas psicológicas. La extensión fue tal que a fines del siglo XV no hay villa o tribu que no tuviese su "zawiya". Éstas, a la vez monasterios, mausoleos y capillas pero también posadas y escuelas, con vocación principalmente religiosa, eran el lugar de donde irradiaban, a través del país, los "moqaddems", predicadores que se dirigían a la población para enfervorizarla. Cuando los soberanos de Fez se manifestaron incapaces de controlar la anarquía, las "zawiyas" fueron los organismos fuertemente estructurados capaces de aportar una renovación política. Su acción sobre las masas para soliviantarlas contra los sultanes no fue sistemática y eficaz más que tras el triunfo de los "sherifes" saadianos, que tuvo lugar al margen de ellas, en la segunda mitad del siglo XVI. Los Banu Saad, del Sus, procedentes de Arabia y considerados descendientes del Profeta, tomaron como tales la jefatura de la guerra santa contra los portugueses. Esto los enfrentó con la dinastía Wattasida, demasiado condescendiente con los invasores cristianos. En 1525 se instalaron en Marrakech y en 1535 vencieron al ejército del sultán que había acudido en defensa de Fez. En 1541 tomaron Agadir y expulsaron a los portugueses de Safi y Azemmur. En 1549 ocuparon Fez y en 1553 consiguieron suplantar definitivamente la dinastía Wattasida por la Saadiana, a pesar de la ayuda turca que había conseguido aquélla. Una vez en el poder, el ciclo vuelve a recomenzar: desde el Sur se impone una nueva dinastía, austera e integrista, que vence a la decadente que ocupa el poder, pero se ablanda con el tiempo y con el gusto por el lujo y los placeres y transige en materia religiosa y con los enemigos del exterior, hasta que otra nueva invasión procedente del Sur la suplante y reanude la cadena. Ello mismo ocurrió con los saadianos. En los primeros tiempos, su rechazo del refinamiento de Fez les hizo trasladar la capital a Marrakech, desde donde impusieron contribuciones a los montañeses para mantener su ejército y la Corte, provocando sublevaciones y levantamientos. A pesar de la inicial lucha contra el infiel, una vez en el poder se vieron obligados a pactar con los españoles, a quienes cedieron Vélez en 1569, contra los turcos. Su política filoeuropea, que se completó con acuerdos comerciales con Inglaterra, les atrajo la enemiga de los jefes religiosos. El enfrentamiento con los turcos, las disensiones entre los miembros de la familia real, las ambiciones portuguesas y el espíritu de cruzada del rey don Sebastián llevaron en 1578 a la batalla de Alcazarquivir, la batalla de los tres reyes, donde murieron el rey portugués, el soberano saadiano Mohammed el Motawakkil y su tío Abd el Malik, usurpador del trono. De ella salió victorioso el nuevo rey Abdul Abbas Ahmed, llamado Almanzor (el Victorioso), hermano de Abd el Malik y el soberano más destacado de la dinastía Saadiana. En su reinado (1578-1603) se realizó la organización administrativa marroquí, que perdurará hasta el siglo XX, sobre la base de una federación de las tribus unidas por el "Makhzen", compuesto por ministros, personal de palacio, oficiales y gobernadores. El territorio queda dividido en dos partes, el "bled-el-makhzen", las tierras de las tribus musulmanas sometidas al impuesto territorial, y el "bled-el-siba", tribus montañesas, bereberes, que permanecen insumisas. Durante el reinado de Almanzor también se establecieron ventajosas relaciones con los países europeos, que enviaban embajadores. Pese a la tradicional rivalidad, se pactó en 1589 con España, ahora unida con Portugal, una paz duradera, necesaria para las ocupaciones de ambas potencias en otros frentes. Con Inglaterra y Holanda se mantuvieron relaciones comerciales, en las que se cambiaban sal gema, pieles y oro por tejidos y armas. La importancia del oro en el comercio marroquí, sobre todo con las ciudades italianas, incitó a Almanzor a apoderarse del Sudán occidental, el gran productor de este metal precioso, y a asegurarse una producción que obtenían a cambio de sal. Los portugueses habían conseguido desviar hacia las costas atlánticas parte de este metal precioso, pero tampoco habían llegado hasta los yacimientos, lo que animó al soberano saadiano a hacerlo. Desde el siglo XV se había extendido la colonización musulmana hacia el Sur, gracias a las buenas relaciones con los soberanos del Imperio Songhay. A pesar de ello, Almanzor decidió su conquista, lo que consiguió en 1591 con la toma de Tombuctú, gracias a las armas de fuego. La anexión del nuevo territorio proporcionó abundante oro, que permitió a Almanzor añadir a su nombre el de El Dorado, y esclavos negros, que sustituyeron a los cada vez más escasos cautivos cristianos, pero no se encontraron ni los yacimientos ni las fastuosas ciudades que se esperaban. Por ello, desde 1612 los sultanes saadianos dejaron de proveer el cargo de pachá de Tombuctú. Los últimos años del reinado de Almanzor marcan el inicio de la decadencia saadiana. El fracaso de las expectativas puestas en el oro de Songhay, la hostilidad de las zawiyas por haber atacado a otro país musulmán y mantener buenas relaciones con los cristianos, el acoso de pestes y calamidades naturales coincidieron en mantener al país en permanente descontento, que aumentará con los problemas dinásticos surgidos tras la muerte del sultán. Desde la muerte en 1603 de Almanzor se sucedieron los enfrentamientos por el poder entre familiares: en la primera mitad de siglo fueron asesinados ocho sultanes de entre los 11 que hubo. Los morabitos fueron aumentando paulatinamente su importancia, y con ellos el sentimiento xenófobo, que se había ido diluyendo en los últimos tiempos, animado ahora aún más por los moriscos expulsados de España, que además se integraron mal en un sistema económico-social diferente al que habían conocido hasta entonces. La desorganización creciente posibilitó que los corsarios moriscos e ingleses instalados en Salé desde 1610 se declarasen república independiente en 1627, y desde allí hostigaran a los navíos que cruzaban el estrecho de Gibraltar y que frecuentaban las rutas que iban hacia las Indias Orientales y Occidentales. Si esta situación supuso el desarrollo económico de Salé, no aprovechó al resto de Marruecos, aunque perjudicó notablemente a España y Portugal. En el Tafilete, al Sudeste, estaba asentada desde el siglo XIII la familia Alauita, descendiente de Alí, el yerno de Mahoma, que fue capaz de imponerse sobre las tribus nómadas y las zawiyas, y en 1666 fue proclamada heredera del trono. Tras la sumisión del resto del territorio, Mulay Ismail (1672-1727) se asentó como nuevo sultán de Marruecos: en su largo reinado consolidó a la nueva dinastía, se proclamó campeón del islamismo y reorganizó el ejército. Reanudó de nuevo las relaciones diplomáticas con los países europeos, regulándose el comercio y el rescate de cautivos con Francia. El comercio europeo se benefició del monopolio del comercio en Salé, de donde fueron desviados los corsarios. Muley Ismail también fue un jefe militar duro, que en 1661 conquistó Tánger, entregada por Portugal a Carlos II de Inglaterra como dote de la infanta Catalina de Braganza. Del mismo modo, continuó la guerra santa contra las plazas españolas, conquistando Mamora (1681), Larache (1689) y Arcila (1691). En manos cristianas sólo quedaban las plazas españolas de Ceuta y Melilla y la portuguesa de Mazagán. Al finalizar el siglo XVII, Marruecos había conseguido afirmar sus posiciones frente a las potencias cristianas y al Imperio otomano, que tenía bastante con conservar sus propios límites.
contexto
En el momento de abordar el problema marroquí, que tanta importancia tuvo en la política española, es necesario partir de un planteamiento de carácter general que explique el tipo de colonialismo que España llevaba a cabo en el norte de África. Sólo así llegarán a entenderse sus peligros hasta culminar en el llamado desastre de Annual. Tras 1898 la acción colonial española se redujo tan sólo a África y en ella su presencia fue decreciente y escasamente remuneradora. Aunque Marruecos era una monarquía en teoría independiente, con instituciones propias, lo cierto es que apenas era controlada por la autoridad política del sultán. Por su posición estratégica, que permitía el control del Estrecho de Gibraltar, le interesaba a alguna de las grandes potencias europeas, en especial Inglaterra, Francia y Alemania. Fueron las dos primeras las más activas en la zona, pero sobre todo Francia. En la Conferencia de Algeciras del año 1906 se reconoció la libertad de iniciativa económica en la zona, pero también un predominio político en ella de franceses y españoles. La implantación de un efectivo dominio español sobre la zona que le correspondía fue lenta y siempre se produjo tras una previa iniciativa francesa. En general, desde el país vecino siempre se pensó que el nuestro era inepto para la colonización y que no sabía sacar partido de la explotación económica. Sucesivos acuerdos entre españoles y franceses redujeron la zona de influencia de nuestro país a tan sólo 45.000 kilómetros cuadrados. Antes de la Primera Guerra Mundial, la posición española en el entorno de Melilla fue ampliada hasta la Restinga y las Minas del Rif. Tras los incidentes de 1909 -que supusieron el desplazamiento de un Ejército de 40.000 hombres y 2.000 muertos- lo más decisivo fue la ampliación del dominio efectivo español en la zona occidental con ocupación de Larache, pero desde la guerra mundial apenas si se amplió el terreno controlado por el ejército español. Un nuevo tratado suscrito en el año 1912 supuso la aceptación por parte española de la internacionalización de Tánger -la ciudad clave del Estrecho- y de la negativa a fortificar la costa. Mientras tanto, la penetración española apenas si había modernizado sus planteamientos. España, por ejemplo, tardó en utilizar tropas indígenas como hicieron los otros países colonizadores. Tras estos antecedentes históricos, podemos examinar ahora las peculiaridades de la presencia española en Marruecos. La zona española era tan sólo una vigésima parte de la francesa, con menos del 10% de la población. Carecía de una agricultura rica y su complicada geografía la hacía difícil de penetrar, tanto con unos propósitos pacíficos como bélicos. La zona montañosa del interior estaba poblada por beréberes organizados en clanes y dedicados a un sistema de vida que conllevaba, de forma permanente, la utilización de las armas y la guerrilla. Contra ellos, el ejército español contaba principalmente con reclutas que desconocían el terreno, poco preparados para cualquier tipo de combate, en especial para la guerrilla, y que tenían un nulo interés por la expansión colonial. La guerra fue siempre muy impopular y los políticos de ningún modo pudieron ignorarlo. Fueron pocos los profesionales de la política de uno u otro signo propicios a la expansión colonial, incluso entre los sectores más conservadores. Los mauristas, por ejemplo, no querían pasar de la costa y los liberales siempre pretendieron evitar al máximo los combates bélicos, conscientes de la impopularidad absoluta de la empresa. El problema era que el tipo de vida de los indígenas y la existencia de una propensión a la guerra santa por su parte hacían inevitables bruscos ataques por sorpresa a las tropas regulares españolas. Los combates se limitaban a pequeñas emboscadas y constante tiroteo, pero de esta situación habitual podía derivar otra de descomposición psicológica que produjera el derrumbe del frente. Si, a pesar de ello, la clase política optó por permanecer en el norte de África la razón derivó de una mezcla entre el orgullo nacional y la necesidad de aceptar la responsabilidad atribuida por el resto de las potencias, que hacía inevitable intentar asumir una tarea muy ingrata. Los políticos españoles no se atrevieron al abandono total, pero tampoco tuvieron ninguna prisa en llevar a cabo la ocupación completa, aunque la permanencia en tan sólo la línea costera se descubrió como una imposibilidad total a medio plazo, porque desde ella siempre se hostilizó a las posiciones españolas. Los gastos de la colonización siempre fueron muy altos para el presupuesto español; en cambio, las ventajas económicas conseguidas fueron siempre escasas. Las Minas del Rif proporcionaban un mineral de escasa calidad que era en su totalidad exportado. En el verano de 1919 el general Dámaso Berenguer, un militar inteligente y de alta capacidad técnica, trató de seguir una política de penetración lenta pero resuelta con una utilización sólo circunstancial de la fuerza. Esta estrategia triunfó ampliamente en la zona occidental pero en la oriental, separada por una amplia comarca en la que no existía el menor control por parte española, el mucho menos prudente general Silvestre actuaba con una absoluta autonomía, con imprudencia y excesivos riesgos. En esa zona oriental se daba la circunstancia de que el líder indígena no era simplemente un jefe más de clan sino un precursor del posterior nacionalismo como Abd-el-Krim. Entre los años 1919 y 1921, Silvestre había conseguido duplicar el territorio controlado por los españoles en torno a Melilla, para satisfacción de sus mandos superiores y de la propia opinión española. Sin embargo, este éxito y el deseo todavía mayor de obtener una victoria resolutiva le condujeron a una insensata imprudencia. Su exceso de agresividad provocó la reacción de los rifeños y, a mediados del mes de julio de 1921, fueron atacados los puestos españoles de Annual e Igueriben. La ofensiva inesperada de los indígenas concluyó en una desbandada general del Ejército español en dirección a Melilla. Las tropas españolas estaban dispersas en un frente muy extenso con un número de posiciones muy elevado y con graves problemas de aprovisionamiento. Las unidades estaban mal pertrechadas, lo que había hecho crecer el sentimiento de protesta en contra de los políticos parlamentarios, que parecían considerar sencillo someter a una población indígena muy agresiva sin conceder los medios imprescindibles. El derrumbamiento del frente tuvo como consecuencia la pérdida en tan sólo unos días de lo conseguido con graves dificultades durante años. No sólo el general Silvestre murió sino también otros 10.000 soldados. Sin embargo, después del desastre, el restablecimiento de la situación militar no fue una empresa demasiado difícil. La rápida llegada de los refuerzos desde la Península permitió que en octubre de 1921 se recuperara la línea del año 1909 en la zona de Melilla. El inconveniente fue que debió emplearse una elevadísima cantidad de hombres con los gastos consiguientes. Desde el punto de vista militar, las consecuencias del desastre fueron varias. En primer lugar, se pasó del deseo de lograr una sumisión a base del empleo discreto de la fuerza a una resistencia a utilizar esta última. Eso tuvo como consecuencia el deseo, expresado por muchos de los dirigentes políticos, de llegar a un protectorado civil, lo que indicaba la voluntad de evitar la confrontación militar. A comienzos del año 1923 la situación en la Yebala (es decir, el Este del Protectorado) era la misma que antes de producirse el desastre, aunque a costa de una presencia muy numerosa de tropas españolas. En febrero de 1923 por vez primera un civil, Luis Silvela, se hizo cargo del Alto Comisariado español en Marruecos. Pero lo más grave del desastre en Marruecos fueron sus consecuencias políticas, porque un sistema ya criticado con frecuencia ofreció nuevos motivos de protesta y discordia que contribuyeron a su definitivo colapso. El Ejército se dividió aún más en dos vertientes antagónicas, la de los africanistas y los peninsulares, pero sobre todo se irritó especialmente en contra de los políticos profesionales. La impopularidad de la guerra exasperó a las clases humildes en contra del sistema. El propio Alfonso XIII fue acusado por su supuesta responsabilidad en los sucesos. Los partidos políticos de la Restauración se enzarzaron en una violenta disputa en torno a las responsabilidades. Se achacó a parte de los políticos conservadores lo sucedido y la polémica sobre las responsabilidades agrió las relaciones entre los partidos del turno. En definitiva, el tema de Marruecos se convirtió en un factor de descomposición política. Como en otras ocasiones anteriores el Rey hubo de recurrir, ante las circunstancias, a un gobierno presidido por Antonio Maura, del que formaron parte todos los grupos políticos de la Restauración con la excepción de la extrema izquierda liberal. Sin embargo, este gobierno, que duró hasta comienzos del año 1922, estuvo profundamente dividido en su interior entre quienes deseaban una intervención más decidida en Marruecos y aquellos otros, como Cambó, que querían limitar al máximo las obligaciones españolas en Marruecos. El propio hecho de que la situación militar se encarrilara rápidamente, permitió que se acentuaran las diferencias internas respecto a la política a seguir en el futuro. En consecuencia, acabó por formarse un nuevo gobierno presidido por Sánchez Guerra, el heredero de Dato en la jefatura del partido conservador. El Presidente hizo dimitir a Martínez Anido del gobierno civil de Barcelona, pero la cuestión de responsabilidades que afectaba de manera tan directa a su partido acabó por hacer inviable su gabinete.
contexto
En relación con Marruecos, el general Primo de Rivera siempre se había declarado abandonista y era consciente de la impopularidad del tema marroquí entre las clases populares. Además, conocía la escasa capacidad técnica de nuestro Ejército. En un principio, el dictador estaba dispuesto a seguir una política acorde con lo que hasta entonces habían sido sus declaraciones acerca del problema marroquí, que desde luego no eran coincidentes con lo que habitualmente se defendía en el seno del Ejército y en los círculos políticos. Pero fueron las propias circunstancias las que impusieron el giro en la política seguida por Primo de Rivera. En efecto, no es posible entender la primera etapa del régimen sin tener en cuenta que hasta 1925 la atención de Primo de Rivera estuvo centrada en lo que sucedía en Marruecos, dejando la política interna en manos de sus colaboradores y sin la pretensión de tomar respecto a ella decisiones de verdadera importancia. Cuando en el mes de marzo de 1924 Primo de Rivera da la orden de retirada en la zona de Yebala y Xauen, que habían sido conquistadas por Berenguer en 1920, fue debido a una situación que se parecía mucho a una sublevación general. El Dictador optó por una retirada que le permitiera acortar sus líneas. Las tropas españolas tuvieron que enfrentarse con unas condiciones climatológicas muy malas en el último trimestre de 1924, en que empezó la retirada. A ello se unió el ataque de Abd-el Krim, cuyas tropas eran escasas, pero que conocían bien el terreno. El resultado de la operación fue catastrófico: según los datos oficiales publicados, las bajas causadas por el enemigo fueron superiores a las producidas en Annual (hubo en 1922 unas 13.000 bajas por 14.000 en 1924), aunque el número total de muertos resultó inferior. Más grave todavía era el hecho de que la sublevación rifeña alcanzó en este momento una fuerza como nunca había tenido: Gomara y Yebala se unieron a Abd-el-Krim y éste además capturó a El Raysuli a comienzos de 1925, con lo que su autoridad en el medio indígena del protectorado español se hizo indisputada. Tanto la retirada como lo que parecía la definitiva victoria de los rifeños causaron una profunda decepción al ejército africano, que no dejó de mostrar su protesta contra el dictador y su política. En realidad, fue la propia victoria del Abd-el Krim la causante de que se produjera ese giro en la política marroquí de Primo de Rivera y de su victoria final. Mientras en Madrid se producían maniobras políticas para marginarle del poder aprovechando esta situación, el Dictador, en octubre de 1924, asumió la Alta Comisaría de Marruecos. Pero gracias a los propios errores de los rifeños pudo superar la difícil situación. Los indígenas consideraron a España como un enemigo derrotado y se juzgaron lo suficientemente fuertes como para avanzar hacia las posiciones francesas en la primavera de 1925. Este éxito rifeño tuvo como consecuencia la colaboración entre Francia y España en una política común, algo que no se había conseguido hasta entonces. Las conversaciones entre los dos países se iniciaron en el mes de mayo de ese mismo año y un mes después en Madrid se selló la alianza definitivamente; incluía la acción militar coordinada y una lucha común contra el comercio de armas. Los resultados de esa colaboración entre franceses y españoles fueron palpables muy pronto. El 8 de septiembre de 1925 se produjo el desembarco de Alhucemas, que se planeó no como el resultado de un avance desde Melilla sino a base de la exclusiva utilización de la flota, la artillería y la aviación. Fue una operación casi exclusivamente española, aunque también participara la marina francesa, y se saldó con un espectacular éxito: se había conseguido tomar al enemigo por la espalda con tan sólo dieciséis muertos y, además, dividir en dos partes la zona que él dominaba. Todo sucedió en un período muy corto de tiempo, ya que el desembarco se produjo en septiembre de 1925 y en abril del año siguiente Abd-el-Krim solicitaba entablar negociaciones; en mayo se produjo el encuentro entre las tropas españolas y las francesas. A partir de ese momento, el número de tropas en suelo marroquí se redujo de una manera considerable y la lucha, prácticamente, concluyó en 1927, dejando de ser Marruecos un problema para España. La victoria en Marruecos fue, sin duda, el triunfo más espectacular del gobierno de Primo de Rivera, y sentó las bases de la política exterior de la Dictadura en el futuro. La voluntad de permanencia en el poder del general Primo de Rivera a partir del año 1925, a pesar de que él mismo había indicado la provisionalidad de su régimen, fue precisamente que hubiera solucionado un problema que había sido la pesadilla de todos los gobernantes españoles desde el año 1898. La política exterior de la Dictadura tiene un sentido peculiar: el Dictador pudo realizar una política más duradera que la de los gobiernos parlamentarios y hacer realidad iniciativas de gobierno que habían tenido su primera enunciación en el cambio de siglo como, por ejemplo, el acercamiento a Portugal o la política hispanoamericana. Toda gestión política necesita un período de tiempo para llevarse a cabo, sobre todo la política exterior, y esto lo tuvo Primo de Rivera. Durante este período la política exterior española se mantuvo dentro del marco tradicional de lo que había sido la posición española en el contexto internacional, basada en una dependencia de Francia y de Gran Bretaña debida a la situación geográfica de nuestro país. El éxito español en Marruecos favoreció el que España tratara de contrapesar la influencia francobritánica con la de otros países; pero la propia estabilidad del escenario internacional tuvo como consecuencia que no se produjera ninguna alteración fundamental de la posición española a la que Primo de Rivera sirvió con patriotismo pero también con cierta imprevisión y falta de habilidad. Desde el Gobierno de la Dictadura se propició un acercamiento a la Italia fascista, para contrapesar así la influencia de Gran Bretaña y Francia, pero no con deseos de asimilar el régimen español y el italiano. A finales del año 1923 el rey Alfonso XIII viajó a Italia, pero de ello no surgió un acuerdo entre ambas dictaduras. Cuando en 1925, concluido el problema de Marruecos, España quiso reivindicar una posición más significativa en Tánger o en la Sociedad de Naciones se firmó un tratado de arbitraje, pero se puede decir, en suma, que la mejora de las relaciones entre los dos países fue útil a ambos, aunque les produjo ventajas limitadas y la fidelidad mutua entre las dos potencias también resultó modesta. Por tanto, para explicar la política exterior española de la época es necesario hacer alusión a Francia y a Gran Bretaña. Como en las dos décadas anteriores del reinado de Alfonso XIII, Francia, que despreciaba a España y su manera de llevar el tema de Marruecos, fue la potencia con la que hubo más conflictos. En cambio, Gran Bretaña fue la principal garante del statu quo y a menudo ejerció una labor mediadora a fin de conseguir el entendimiento franco-español. El Estatuto de Tánger fue el detonante del enfrentamiento entre Alfonso XIII y Primo de Rivera por un lado y Francia por otro. Esta ciudad tenía una posición clave desde el punto de vista estratégico, ya que podía servir para el aprovisionamiento de armas a los rifeños, y su composición racial y lingüística era en su mayoría de componente hispánico. A comienzos del año 1924, Primo de Rivera aceptó, aunque con reticencias, la solución propuesta por los franceses, a pesar de la situación desairada en la que quedaba España a la que sólo correspondía el control de aduanas. En 1926, una vez solucionado el problema de Marruecos, el Dictador volvió a presentar sus reivindicaciones, que podían resumirse en la entrega de Tánger a España; a ello se unía el deseo español de tener un puesto permanente en el Consejo de la Sociedad de Naciones. Primo de Rivera planteaba conjuntamente las dos cuestiones, a pesar de no estar relacionadas entre sí, a fin de obtener satisfacción en al menos uno de los dos casos, pero logró muy poco. En agosto de 1928 se llegó a un acuerdo sobre Tánger que sólo suponía un leve incremento de la influencia española a través de las fuerzas de orden público. La presión de Primo de Rivera sobre la Sociedad de Naciones consistió en iniciar los trámites para desvincularse de ella. Se trataba de una pura posición de fuerza que podía resolverse con una actitud complaciente de las potencias respecto a España. En el verano del año 1927 el Dictador mantuvo una entrevista con el primer ministro británico, después de que se resolviera el problema de Tánger, y España volvió a la Sociedad de Naciones siendo elegida para su Consejo aunque no logró un puesto permanente en él. En 1929 se celebraron en Madrid las sesiones de este organismo internacional con el que Primo de Rivera se había reconciliado de forma definitiva. Sin duda, lo más nuevo de la política exterior de la Dictadura fue el afianzamiento de las relaciones con Portugal e Hispanoamérica. En ello sí pudo existir algún componente ideológico derivado de las características políticas del régimen, a la vez que se cumplieron propósitos nacionales que habían nacido con el cambio de siglo. Fue en abril del año 1926 cuando las relaciones con Portugal llegaron a ser mejores que en cualquier otra época anterior, ya que a partir de esta fecha se instauró en el país vecino un régimen de dictadura muy semejante al español. En efecto, se firmaron acuerdos entre ambos países como, por ejemplo, el relativo al aprovechamiento hidroeléctrico del río Duero, en el año 1927, y el de conciliación y arbitraje en 1928. El interés de Primo de Rivera con respecto a Hispanoamérica se demostró al realizar la Exposición del año 1929. También se crearon nuevas Embajadas en Cuba y Chile. La única Embajada existente hasta entonces, la de Argentina, fue ocupada por el escritor Ramiro de Maeztu, un estrecho colaborador de la Dictadura. Asimismo, se crearon cuatro nuevas legaciones y una veintena de consulados.
lugar
lugar
lugar
lugar
Archipiélago micronesio situado en el Pacífico occidental, formado por dos grupos de islas separados por un canal. La parte oriental es conocida como Ratak (islas de la Aurora), mientras que la occidental es llamada Ralik (islas del Ocaso). Estas islas, que apenas sobresalen de la superficie marina, son atolones de origen madrepórico, situados sobre basamentos formados por dos cadenas montañosas sumergidas. Las Marshall comprenden unos 800 islotes, con una superficie total de 182 km2. El atolón mayor es el de Kwajalein, en las Ralik, aunque la mayor parte de la población vive en Aur, Majuro, Maloelap, Aruno y las Ratak. Los principales recursos alimenticios son la palma de coco, el árbol del pan, el taro y el cacao, además de la pesca, practicada en lagunas interiores. Las islas fueron pobladas en fecha desconocida por gentes venidas del SE asiático. La población tradicional presenta mezcla de elementos negroides y mongoloides. La primera exploración conocida de las islas se debe al inglés Wallis (1767). Los famosos atolones de Bikini y Eniwetok sufrieron los experimentos nucleares de 1946. En 1979 se forma la República de las Marshall, dependiente económicamente de los EEUU.
Personaje Militar Político
Hijo de un acomodado comerciante de carbones, realizó sus estudios en el Virginia Military Institute de Lexington. Tuvo su primer destino en Filipinas (1902- 1903), combatió en Champagne y Argonne durante la Primera Guerra Mundial y en 1917 ascendió a capitán. Ayudante del general Pershing durante cinco años (1919- 23). Nombrado jefe del Estado Mayor del Ejército el mismo día que los alemanes invadían Polonia, fue el representante norteamericano en el Comité de Jefes de Estado Mayor anglosajones en Washington e influyó decisivamente en la marcha de las operaciones de la Segunda Guerra Mundial. En la reserva, al finalizar el conflicto (1945), Truman le designó embajador en China (1945- 1947) y secretario de Estado (1947- 1948). Desde este último puesto impulsó el plan de ayuda económica a Europa que hoy se conoce por su nombre. En 1950, al estallar la guerra de Corea, ocupó la Secretaría de Defensa. Premio Nobel de la Paz en 1953.