María Gabriela Palafox y Portocarrero, Marquesa de Lazán gracias a su matrimonio con su primo Luis Rebolledo de Palafox y Melzi, es la protagonista de este exquisito lienzo. Goya la retrató cuando los marqueses estaban en el círculo del Príncipe de Asturias, el futuro Fernando VII. La elegante y refinada dama tenía unos 25 años y era una de las jóvenes más bellas de la corte madrileña. Viste traje estilo imperio que acentua su busto, sobre el que resbala una luz potente y clara que procede de la izquierda. Se apoya sobre un sillón, creando sensación de volumen y perspectiva, acentuada al recortar la silueta sobre un fondo en tonos oscuros, como hacían Tiziano y Tintoretto. El aire distante y distinguido, lleno de coquetería y gracia, con que Goya nos muestra a la aristócrata indica cual es la preocupación del maestro: la personalidad de sus modelos, transmitiendo siempre al espectador alguna sensación - ya sea positiva o negativa - para nunca dejarnos intranscendentes e implicarnos a valorar el personaje retratado. Los tonos empleados están en perfecta armonía, jugando con las zonas de clara sombra para otorgar profundidad al conjunto. La factura es bastante suelta, aplicada a base de pequeños toques de color y de luz que apenas permiten apreciar los detalles. Se podría hablar incluso de cierte influencia de Gainsborough, el maestro que más admiraba Goya entre los retratistas ingleses del siglo XVIII. Esta década inicial de 1800, con los retratos de la Marquesa de Santa Cruz, la Condesa de Chinchón, la Familia de Carlos IV y éste de la Marquesa de Lazán, supone el hito más alto en la retratística de Goya.
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Autodidacta, De la Tour se entregó por completo a la técnica del pastel y al retrato. Convertido en el retratista de moda de la sociedad parisina, desde la nobleza hasta las cantantes de ópera, hace que su obra sea muy abundante. Esto explica que no se detenga en los accesorios y que en la mayoría de los casos pinte bustos e incluso cabezas, con una técnica similar. A pesar de su carácter más oficial, el retrato de cuerpo entero de madame de Pompadour no peca de aparatoso, sino que intenta representar a la influyente y culta dama tranquilamente sentada con una partitura en las manos y acompañada de sus libros, entre los que no puede faltar la "Enciclopedia". Nacida en 1721, Madame de Pompadour pertenece a la corte de Luis XV, de quien es su favorita. A partir de 1745, año en que el rey francés le otorga título de nobleza, ejerce su influencia política y se rodea de un grupo de intelectuales como Voltaire y Quesnay. Su ascendiente sobre el rey francés hace a este aliarse con Austria durante la Guerra de los Siete Años.
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Procedente de la burguesía, Madame de Pompadour conoce al rey Luis XV hacia 1740 y pronto se convierte en su amante. A partir de esos momentos participará muy activamente en la vida de la Corte, influye en la política y en el arte; mujer culta -La Tour la retrata con una partitura en la mano y al fondo varios libros, uno de ellos la "Enciclopedia"- se rodea de artistas que decoran sus residencias e interviene en las manufacturas reales. Protege a Boucher, máximo representante del gusto rococó, consigue que le nombren director de la fábrica de los Gobelinos y recibe de él lecciones de grabado al aguafuerte. Curiosamente es ella a la vez la impulsora de la reacción contra el Rococó. Este elegante retrato fue presentado al Salón de 1757; Boucher nos presenta a la marquesa vestida de manera suntuosa con un traje verde con adornos rosas, recostada sobre un diván y sosteniendo un libro abierto en sus rodillas. La figura se ubica en un interior aristocrático en el que destacan los cortinajes que enmarcan a la figura, el recargado reloj del fondo, las pilastras acanaladas que cierran la composición y el espejo donde se refleja la cabeza de la amante del rey. En primer plano observamos una mesilla -sobre la que encontramos una palmatoria con una vela, un sobre y una barra de lacrado- con un cajón abierto en el que se aprecia una pluma, un perrillo faldero -símbolo de fidelidad-, unas rosas y numerosos pliegos amontonados, reforzando la idea de mujer culta que desea manifestar en esta virtuosa composición en la que el colorido y la fidelidad de los detalles superan la expresividad del rostro de la dama.
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La influencia del retrato inglés - especialmente de Gainsborough - va a marcar buena parte de la obra de Goya, siempre abierto a recibir nuevos aires creativos. La situación de las figuras al aire libre fue lo que más llamó la atención al aragonés de los retratos británicos.Mariana de Pontejos nació en 1762 y se casó en 1786 con el hermano del Conde de Floridablanca. Se considera la fecha de su boda como aceptable para situar la de estel retrato. Aparece en un jardín, vestida con un elegante traje en tonos grises adornado en la sobrefalda con cintas blancas, flores rosas y una cinta en la cintura del mismo color. Se toca con un sombrero de color crema y calza chapines de tacón. Asi vestida parece una modelo de alta pasarela del siglo XVIII.Goya muestra especial atención por los detalles que adornan el precioso traje y por la sensación de gasa de la sobrefalda. El paisaje otorga frescura y perspectiva al conjunto, mientras el perro en escorzo del primer plano simboliza la fidelidad. Los tonos grises, rosas, verdes y blancos empleados crean una gama cromática perfecta, otorgando mayor elegancia a la aristócrata. Con este tipo de retratos Goya triunfará en los círculos cortesanos madrileños.
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Posiblemente, el retrato de Joaquina Tellez-Girón, Marquesa de Santa Cruz tras su matrimonio con José Silva-Bazán, Marqués de Santa Cruz y primer director del Museo del Prado, sea uno de los más bellos y sensuales pintados por Goya. El conocimiento de la joven -tenía 21 años- y el cariño que sentía el pintor por ella se ven reflejados en la imagen. No en balde, el maestro la había representado junto a sus padres en los Duques de Osuna y sus hijos, pintado 17 años antes. Curiosamente, Goya hizo dos retratos muy parecidos de la Marquesa; el que guarda el County Musum de Los Angeles no lleva ni medias, ni zapatos, ni el echarpe negro sobre el brazo, es decir, aun es más sensual que el perteneciente al Museo del Prado. Desconocemos por qué Doña Joaquina quiso ser retratada por el aragonés tan ligera de ropa, en una postura que recuerda a la Maja Desnuda. Se ha querido ver en esta obra un contrapunto con la Venus del Espejo de Velázquez, que tanto atraía al maestro. Lo cierto es que el traje blanco que lleva la Marquesa se ciñe, quizá en exceso para la época, a su cuerpo. La lira que acompaña a la joven y la corona de hojas de parra serían una alusión a la poesía, una de las artes que más amaba Doña Joaquina: quizás por eso aparece como musa de la Poesía, aunque también se ha pensado en una alusión a Euterpe. Goya gustaba de jugar con los contrastes cromáticos, eligiendo en este caso el rojo para el diván en el que se tumba la modelo y el blanco para su vestido. Su factura rápida se aprecia cuando nos acercamos a la imagen, mientras que desde una distancia prudente parece estar realizado con mayor minuciosidad. La belleza del rostro de la mujer transmite además inteligencia y ternura, indicándonos que Goya ama u odia a sus modelos, pero eso lo refleja en el lienzo. El Museo del Prado exhibe el cuadro desde 1986, previo pago a su último propietario de seis millones de dólares, cantidad que se hizo efectiva por el Estado español e instituciones privadas.
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Los retratistas ingleses del siglo XVIII -Gainsborough y Reynolds- fueron una importante fuente de inspiración para Goya. La idea de sacar a los modelos al aire libre atraería al maestro de Fuendetodos. Este retrato que contemplamos o los de la Marquesa de Pontejos o la reina María Luisa con mantilla serán buenas muestras de este estilo. La Marquesa de Santa Cruz viste un elegante traje de color negro que se intentaba poner de moda en Europa. En su mano izquierda porta un abanico y su cabeza se adorna con un gran lazo en tonos rosas; la figura se sitúa en un paisaje nuboso, perfectamente integrado con los tonos oscuros del vestido. La mirada alegre y atractiva sugieren una relación amistosa entre el pintor y la aristócrata, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y hábil copista y miniaturista. La factura empleada por Goya resulta muy viva al aplicar largas pinceladas de color que no definen los contornos, otorgando una sensación de abocetado al conjunto. Esta técnica, junto a la elegancia de la noble y el aire intimista que se respira, hacen de este retrato uno de los mejores entre los salidos de los pinceles del maestro en los últimos años del siglo XVIII. Mariana Waldstein, natural de Viena, se casó con el Marqués de Santa Cruz -bastante mayor que ella- en 1781. Será la suegra de Joaquina Tellez Girón, hija de los Duques de Osuna y también Marquesa de Santa Cruz, retratada por Goya en 1805, guardándose esta delicada obra en el Museo del Prado.
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Doña María de la Soledad Fernández de los Ríos ostentaba el título de IV Marquesa de Santiago. Casada con el Marqués de San Adrián, ambos fueron retratados por Goya en el año 1804, siguiendo la moda de retratos dobles como habían hecho un año antes los Condes de Fernán Nuñez. La joven y poco agraciada Marquesa - fallecerá a los pocos años por lo que destaca su aspecto enfermizo - se nos presenta ante un paisaje con unas construcciones - podría tratarse de su palacete campestre, muy en la costumbre nobiliaria de tener segundas residencias en las cercanías de Madrid -, siguiendo Goya de esta manera la retratística inglesa neoclásica que sitúa a sus personajes al aire libre, como ya había hecho años antes con Doña Tadea Arias Enríquez o la Duquesa de Alba. Doña María viste traje negro con blanca mantilla cubriendo su cabeza, medias de seda y chapines dorados. Su mano izquierda porta un abanico y la derecha se la lleva a la cintura, en una postura muy popular. El foco de luz procedente de la izquierda impacta en el pecho de la dama e ilumina su rostro, resbalando por la larga mantilla. Su mirada ausente y su gesto perdido contrasta con la gracia de su marido, indicando Goya la personalidad de cada uno de los miembros de la pareja. Con estos retratos el pintor cosechará un importante triunfo en la década de 1800, posiblemente sus años más felices y productivos.
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Este retrato de la Marquesa de Villafranca es uno de los más curiosos de los pintados por Goya aunque no resultara extraño que un pintor retratase a su modelo realizando alguna de sus aficiones; ya lo había hecho con el Duque de Alba y lo repite aquí. María Tomasa Palafox era académica de Mérito de la Real de San Fernando y una gran aficionada a las bellas artes. Conocida por su inteligencia, participaba en tertulias y sociedades. La Marquesa aparece sentada, con los pies sobre un grueso almohadón de terciopelo rojo, con los pinceles en las manos. En la zona de la izquierda vemos el lienzo en el que está retratando a su marido, Francisco de Borja y Alvarez de Toledo, Marques de Villafranca al fallecer su hermano en 1796. Desgraciadamente, Goya ha dado tanta vitalidad a este retrato que casi parece más real que el de la propia marquesa. Los colores empleados por el artista contrastan claramente entre si mientras que la pincelada suelta que caracteriza la obra del maestro también se aprecia aquí. Como suele ser habitual, los retratos del aragonés sobresalen por la perfecta captación de la personalidad de los modelos, lo que provoca una mayor cercanía al espectador.
lugar
Archipiélago volcánico situado en la parte centro-meridional del Océano Pacífico, al noreste de las islas Cook. Forman parte de la Polinesia francesa junto con las Tubuai, las Tuamotu y las islas Sociedad. Colonia francesa desde 1840, en ellas viven aproximadamente cinco mil habitantes, polinesios en su mayoría, y las islas se podrían dividir en dos grupos: las Mendaña, reciben este nombre por su descubridor Álvaro de Mendaña y las Washington, descubiertas por el navegante americano Ingraham. Desde el siglo pasado, la población indígena ha experimentado un descenso considerable a causa de enfermedades epidémicas pero, a pesar de esto, durante los últimos 25 años han llegado a ser 7.000, más de la mitad menores de 20 años, dedicados principalmente al cultivo de la tierra (palma de coco, frutas, hortalizas, vainilla, tabaco), a la ganadería y la pesca. La capital actual es Tai-o-haé. Los indígenas de las Marquesas llamaban a su país fenua enata o "tierra de hombres", explicando su origen mediante una leyenda trasmitida oralmente de generación en generación; los indígenas afirmaban que en el amanecer de los tiempos vivían dos divinidades, Qatea y su compañera Atanua. Tras mucho tiempo errando por el mundo, Atanua sintió la necesidad de asentarse en un lugar y crear su propio hogar; se lo comunicó a Qatea, quien estuvo de acuerdo y, mediante la invocación de espíritus, eligió sobre el océano el emplazamiento, creando las islas Marquesas. Al igual que sucede en otras islas del Pacífico, son varias las teorías acerca de los primeros pobladores, aunque la más aceptada es la de la llegada de pueblos procedentes del sureste asiático hace aproximadamente 4000 - 3000 años. Lo que está claro es que fueron grandes navegantes y marineros, pues tuvieron que atravesar enormes distancias de océano abierto hasta llegar a la actual Polinesia francesa. Los motivos que llevaron a esta migración también han sido muy discutidos; las teorías abarcan desde una necesidad de exploración hasta la presión demográfica. Ubicadas en pleno corazón del Pacífico, las islas Marquesas son las más alejadas de Tahití, capital económica de la Polinesia francesa, a las que pertenecen. Fueron descubiertas por el español Álvaro de Mendaña en 1595, bautizándolas con este nombre en homenaje al promotor de su viaje, el marques de Mendoza, Virrey del Perú. Sin embargo, mantuvo el secreto de su descubrimiento para evitar la competencia de otras potencias europeas. Además, éstas fueron abandonadas y olvidadas hasta la llegada de Cook en 1774 y, poco después, de americanos, franceses e ingleses, quienes pasaron por ellas. En principio, los marineros hicieron pequeñas escalas, sin tener una clara repercusión sobre la sociedad autóctona pero, a partir de la primera mitad del siglo XIX, los barcos balleneros comenzaron a pararse cada vez con más frecuencia y temporalidad, trayendo consigo un aumento de la violencia y las enfermedades entre la población, hasta que, en 1842, los jefes tribales aceptaron el Protectorado de Francia, cediendo Pomare V, último rey tahitiano, el reino en 1880 e implantándose el catolicismo como religión. Durante el siglo XX han adquirido la categoría de territorio ultramarino y han ido progresivamente ganando en autonomía. Desde el punto de vista artístico, han aparecido múltiples motivos religiosos y decorativos, como petroglifos y tikis, además de todo tipo de objetos funcionales (herramientas, armas, recipientes). Los tikis representan la efigie de Tiki, mitad dios mitad hombre. Se trata de figuras masculinas de pequeño tamaño con los brazos en jarra en torno al vientre, piernas abiertas y flexionadas, cabeza grande y ojos circulares. Los tiki son las esculturas más famosas realizadas en las islas Marquesas.
Personaje
Pintor
Su educación discurre en la Escuela Nacional de Artes Decorativas de París. Allí coincide con Matisse. Los dos volverían a encontrarse en la Escuela de Bellas Artes, al frente de la cual se encontraba Moreau. En los años venideros una de sus principales actividades es copiar en el Louvre la pintura de los grandes genios. Continúa relacionándose con Matisse. En 1898 ambos entran en la Escuela de Eugène Carrière y entablan amistad con Derain. Desde comienzos de siglo participa en diferentes exposiciones colectivas. Sus obras se decantan por la corriente fauvista y en 1912 se traslada a Tánger y luego recorre el norte de Africa. Finalmente su estilo se aleja paulatinamente del fauvismo. Son dignos de mención las reproducciones que realiza de los puentes de París.