La "fiebre de movimientos precursores" (Chaunu) hace que cualquier estudio de la independencia suela comenzar con un extenso capítulo de precedentes (que algunos hacen remontarse a la resistencia indígena frente a la conquista). Sin embargo, aun existiendo componentes independentistas en algunas rebeliones socio-económicas del siglo XVIII (como la de Túpac Amaru), no guardan relación con el posterior proceso emancipador, más que si acaso por su contribución a reforzar las actitudes conservadoras de los criollos. En realidad son "síntomas que revelan las inestabilidades, jerarquías y opresiones, el descontento y el malestar" (Zavala), pero sólo son precedentes de la independencia en cuanto que ocurrieron antes. Sí hay, desde luego, precedentes directos como es el impacto causado en la minoría criolla por la independencia norteamericana (1776) y la revolución francesa (1789), en este último caso con un doble efecto contradictorio: la admiración por la revolucionaria proclamación de libertades y derechos se unía al temor a los disturbios sociales y raciales que había provocado (por ejemplo en Haití y en otros sitios). El propio Miranda escribió en 1799: "Dos grandes ejemplos tenemos delante de los ojos: la revolución americana y la francesa. Imitemos discretamente la primera; evitemos con sumo cuidado los fatales efectos de la segunda". Desde esta perspectiva, hay a fines del XVIII agitación política en las principales ciudades indianas: aparecen pasquines favorables a la revolución, se expulsa a cierto número de franceses, se incrementa la persecución de la propaganda subversiva (consistente en libros, periódicos, estampas, grabados y hasta abanicos); en Bogotá, el joven Antonio Nariño es encarcelado y desterrado por imprimir en 1794 Los derechos del hombre y del ciudadano (la edición de cien ejemplares fue destruida); en Quito, Eugenio Espejo es encarcelado en 1795 por publicar pasquines y sátiras contra el gobierno; en 1799 el jesuita peruano Juan Pablo Viscardo publica desde el exilio su Carta a los españoles americanos animándoles a conseguir la independencia. Incluso hay veces que la agitación política se concreta en acciones rápidamente sofocadas por las autoridades, como la revuelta de negros y esclavos de Coro (Venezuela, 1795) influenciados por la propaganda revolucionaria, o la conspiración urdida en La Guaira (Venezuela, 1797) por el español Juan Bautista Picornell y los criollos Manuel Gual y José María España, que pretendían establecer una república basada en la igualdad y la libertad. En 1806 fracasa la doble tentativa de desembarco en Venezuela de Francisco de Miranda, con una pequeña expedición libertadora. Y por la misma época fracasa también el doble ataque inglés a Buenos Aires (1806-1807), rechazado por las milicias criollas mientras el virrey huía vergonzosamente para organizar desde el interior una buena defensa del puerto. Así pues, hacia 1807 no hay afrancesados en la América española, y las ideas revolucionarias tienen cierta difusión entre una ínfima minoría pero ningún apoyo cuando se intentan llevar a la práctica. En sólo un año la situación cambiará radicalmente -tanto en América como en España- y las elites criollas van a iniciar su lucha independentista, al mismo tiempo que el pueblo español tiene que luchar por su propia independencia frente a las tropas napoleónicas.
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Fueron los corintios quienes convocaron a los miembros de la Liga a una reunión en Esparta con el objeto de proponer la guerra contra Atenas. A las acusaciones de tratar de esclavizar a los griegos, una delegación ateniense que Tucídides sitúa en Esparta por casualidad contesta con los argumentos que fundamentan en sus méritos como liberadores de Grecia el derecho de los atenienses a poseer el imperio. Los espartanos, por su parte, aparecen divididos. Mientras el rey Arquidamo es partidario de mantener la paz con Atenas, el éforo Estenelaidas revela una actitud agresiva. Según Tucídides, el triunfo de la postura representada por este último se debió a la intimidación, pues despertó en los demás el temor a los atenienses, actitud coherente con lo que para el historiador es la causa de la guerra. En consecuencia con ello, los peloponesios enviaron un ultimátum a Atenas en el que exigían la abolición del decreto megárico, la autonomía de los griegos y la eliminación de los efectos de la mancha debida al sacrilegio cometido por los atenienses en el momento de la expulsión de la tiranía de Cilón, donde estaba implicado el demos de los Alcmeónidas, al que por línea materna se vinculaba Pericles. En un discurso puesto en boca de este último, Tucídides hace saber que, para los atenienses, la guerra, no deseable, tampoco puede evitarse con ceder a unas exigencias que, de aceptarse, se ampliarían indefinidamente hasta llegar a un enfrentamiento en que, con el retraso, los atenienses sólo conseguirían encontrarse más débiles. En estos momentos parece que la postura más belicista corresponde a los miembros de la Liga del Peloponeso, afectados por el crecimiento y desarrollo del imperio.
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Los premios, por sus repercusiones académicas, juegan además un papel importante en la enseñanza artística, al ser uno de los requisitos imprescindibles para poder concursar a las plazas del profesorado de las Academias y las Escuelas de Artes y Oficios. Objetivo de muchos artistas y de la mayoría de los expositores, denunciado frecuentemente por la prensa como una de las causas del estancamiento del arte, en general, y de las exposiciones, en particular, porque, al necesitar de esos premios, los jóvenes artistas difícilmente osaban contravenir los cánones establecidos. Aparte de explicar muchas de las suspicacias levantadas por los fallos del jurado, y las protestas y descalificaciones de los que con ellos veían comprometidas sus aspiraciones académicas. Igualmente repercutirá en el futuro de las exposiciones el número de premios concedidos. Cuestión que, en realidad, escondía el dilema de si las exposiciones debían mirar primordialmente por el progreso del arte o, por el contrario, debían ser, ante todo, una solución particular para la situación de los artistas españoles. Los críticos, en general, desde un principio se mostraron partidarios de la primera premisa, encontrando el número de premios reglamentarios suficiente y hasta excesivo. Por contra, los artistas y, consecuentemente, los jurados, desde que en ellos tuvieron mayoría, pidieron repetidamente la ampliación de las medallas. Petición generosamente atendida, como lo prueban tanto las cifras absolutas -sólo en pintura 652 medallas concedidas frente a las 255 reglamentarias-, como las relativas, pues entre medallas, condecoraciones y consideraciones los premios alcanzaron a una sexta parte de las obras presentadas y a casi una cuarta parte de los expositores. Lo que, sin duda contribuyó considerablemente a la desvirtuación de su valor -máxime si se tiene en cuenta su repercusión académica- hasta el punto de que en 1890 un periódico ponía en guardia contra esta abundancia, no fuera que, advertía irónicamente, sucediera como con la mayor parte de las cruces, que la verdadera distinción consiste en no tenerlas. Consecuentemente se desencadena una batalla para suprimirlos, proponiendo como única y válida alternativa el simple reconocimiento público y la inmediata adquisición de las obras. Sin embargo, aunque parte de la Administración competente era favorable a estas medidas, contempladas ya en un fallido reglamento de 1867, la presión de los artistas logró mantener la situación ficticia de un arte oficial privilegiado, cada vez más alejado del que creadores independientes, entre los que, por cierto no faltaban españoles, estaban experimentando en otros países, más concretamente, en París.
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Para retardar lo más posible el ineluctable ataque, el comandante de la isla decidió, después de evacuar a la escasísima población civil (compuesta esencialmente de trabajadores coreanos encargados de la construcción y conservación de los aeródromos), enterrarse literalmente en el suelo volcánico de la infernal isla. Poco antes lanzó a la guarnición una primera directiva que presagiaba ya la alucinante dureza que adquirirían los combates: "Cada hombre, antes de morir, deberá haber dado muerte a diez norteamericanos." Los hombres de Kuribayashi comenzaron febrilmente a excavar un enorme y profuso laberinto de túneles (uno de ellos tenía 18 kilómetros de longitud), blocaos, galerías, emplazamientos disimulados de armas automáticas o morteros, trincheras, abrigos, refugios y caminos cubiertos. Trabajaban sin interrupción, en turnos, las veinticuatro horas del día, y lo hacían en condiciones penosísimas, equipados de molestas máscaras antigás para resistir los efectos del volcanismo de la isla, que se manifestaba en peligrosas emanaciones sulfurosas que causaron varias asfixias, y también, en profundidad, en un calor abrumador. Pronto toda la importante artillería de la guarnición estuvo instalada en grutas o fortines de hormigón armado comunicados entre sí por galerías, caminos cubiertos, y separados por densos campos de minas y emplazamientos subterráneos desenfilados de armas dispuestas para efectuar tiros cruzados o de revés. Para este imponente complejo defensivo Kuribayashi supo también aprovechar la mayor parte de las grutas y oquedades de la isla, que abundaban sobre todo en las laderas del Suribachi y en las regiones central y septentrional de la meseta de Motoyama. El trabajo de los zapadores y soldados japoneses fue tal que los norteamericanos se vieron enfrentados en varias ocasiones a fortines o casamatas de muros de cemento armado de dos metros de espesor enterrados bajo "techos" de 18 metros de arena y piedras volcánicas dispuestas en capas. Numerosas grutas profundas fueron provistas de raíles sobre los que se montaron cañones pesados que sólo asomaban al exterior para hacer los disparos, y otras oquedades o refugios naturales fueron dotados de indestructibles portalones de acero capaces de resistir a formidables acumulaciones de explosivos. La densidad de las obras de fortificación de Iwo Jima fue tal que, según el historiador militar norteamericano R. Leckie, en un área rectangular de 1.000 por 200 metros, en Motoyama, había ochocientos blocaos de todo género y tamaño, casi uno por cada 250 metros cuadrados, la extensión de un piso grande. El 5 de febrero de 1945 el "Arrozal de Yamato" -servicio de escuchas de la Rengo Kantai- advirtió a Iwo Jima que las comunicaciones norteamericanas se centraban de nuevo, esta vez ininterrumpidamente, en la región de las Bonin, y que de ello podía deducirse, sin temor a error, que la hora decisiva para la isla había llegado. El aviso contrarió un tanto a Kuribayashi, que aún se fortificaba y todavía no había terminado, y ya no terminaría jamás, la monstruosa galería subterránea norte-sur de 50 kilómetros (incluidas sus ramificaciones) sobre la que pensaba articular toda la defensa.
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La política cartaginesa sobre los territorios controlados en Hispania no se modificó en sus líneas fundamentales con la sucesión de Asdrúbal por Aníbal. Este introduce la novedad de la estrategia global destinada al asalto de Italia. Uno de los preparativos más importantes se orientó a la ampliación de zonas de influencia en la Península y, dentro de este propósito, se inserta la gran expedición de Aníbal desde el sur hasta la Meseta Superior (años 221-220 a.C.). Con un gran ejército, bien equipado, que incluía a elefantes como máquinas de guerra, Aníbal parte del valle del Guadalquivir, sigue la Vía de la Plata hasta Salmantica (Salamanca) y Arbucola (un enclave cercano a Zamora) para emprender un viaje de retorno salpicado de enfrentamientos con los olcades y con pueblos de ambas Mesetas en los vados del Tajo. La expedición de Aníbal no se planteó solo como una exhibición de fuerza para mantener amedrentados a esos pueblos. El control del Sur peninsular por Aníbal incluía el del monopolio de los grandes centros productores y distribuidores de sal. Y tanto vettones como carpetanos y celtíberos eran grandes consumidores de sal: hemos calculado que el consumo medio de sal por persona y año era de 28-30 k. (computando naturalmente la sal necesaria para los ganados, el curtido de pieles, la cura de embutidos, los usos medicinales y el consumo humano). En la expedición de Aníbal no se buscaban sólo los efectos de una gran exhibición militar. Sin obligar a los pueblos por donde pasaba a un sometimiento político pleno a Cartago, buscaba una alianza incondicional de los mismos y cuantos apoyos humanos pudiera recabar para sus futuras campañas. Por lo mismo, el ejército de Aníbal tuvo que emplearse para tomar algunas ciudades/castros como Salmantica, Arbucola, la capital de los olcades, Altheia, y otras, así como para luchar en los vados del Tajo contra un ejército confederado de vettones, carpetanos, olcades y celtíberos. Como resultado de esas intervenciones, las tropas de Aníbal siempre obtenían botín de guerra; Aníbal llegó incluso a exigir dinero como compensación de los gastos militares: sólo a la población de Salmantica se le impuso el pago de 300 talentos de plata que, al decir de Polieno (7, 48), terminaron por no pagar los salmanticenses. Pero el objetivo principal de la expedición se cumplió: esos pueblos pudieron seguir comprando sal a cambio de sus productos agropecuarios, pero quedaban obligados por una alianza de colaboración militar con Aníbal, al que ofrecían auxiliares para su ejercito. Para garantizar la fidelidad de los mismos, Aníbal comienza a emplear masivamente un método que va a ser habitual durante estas guerras: exigir a las poblaciones indígenas la entrega de rehenes, generalmente miembros de las importantes familias locales. Parte de las tropas auxiliares se convierten en rehenes al ser enviados para reforzar el ejército cartaginés de Africa (Polibio, 3, 33, 7). Según una noticia de Livio (21, 21), fueron llevados a Cartagena 4.000 jóvenes en calidad de rehenes. Con esta expedición, Aníbal comienza a disponer de la capacidad defensiva de gran parte de la Península y no sólo de la de las áreas del Sur y Sudeste que estaban bajo su control directo. En adelante, los hispanos constituirán uno de los pilares básicos del ejército de Aníbal en todas las luchas de Italia y hasta el fin de la II Guerra Púnica con la batalla de Cannas.
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Los filósofos presocráticos están considerados como los promotores del cambio de pensamiento experimentado en Grecia. No formaron una escuela e incluso tienen pensamientos diferentes, pero fueron los primeros en plantearse la búsqueda del saber. Tales de Mileto (624-546) será considerado el padre de la filosofía por Aristóteles. Considera el agua como el elemento único de lo que todo está hecho, otorgando un importante papel al movimiento. Anaximandro de Mileto (610-547) continuó la obra de Tales e introdujo el apeirón como el elemento clave del universo, desde donde se originarán parejas de contrarios que serán las causas de todos los procesos. El hombre sería el descendiente de los peces. Para Anaxímenes (588-524) el origen de todas las cosas está en el aire, desde donde parten los diferentes elementos. Pitágoras de Samos (580-496) formó una comunidad filosófica en Crotona con durísimas normas de convivencia. Su pensamiento se basa en los números, por lo que profundizó en las matemáticas, en la música y en la astronomía. Planteó la teoría de la transmigración de las almas, según la cual las almas están castigadas a permanecer unidas a un cuerpo, del que se separarían tras la muerte, desarrollando una reencarnación considerada regeneradora. Jenófanes de Colofón (570-475) plantea que sólo hay "un Dios que es Uno y Todo" y de él proceden todas las cosas, renunciando así a las teorías del antropomorfismo y la pluralidad de dioses. Heráclito de Éfeso (544-484) continuó con esta línea e incluso avanzó al considerar que la religión sólo era útil para los que temían a la muerte. "Todo fluye y nada permanece" será su máxima, apuntando a la guerra de contrarios como el principio de la creación. Parménides de Elea (515-440) se opone a Heráclito, siendo considerado el creador del método racionalista. Los planteamientos de Parménides serán rechazados por Demócrito de Abdera (460-370), al plantear la existencia de átomos que conforman las diferentes cosas. Zenón de Elea (490-430) se considera el creador de la Dialéctica, aunque alcanzaría más fama por sus argumentos sobre el movimiento al plantear que Aquiles nunca alcanzaría a una tortuga si ésta obtuviera ventaja. Empédocles de Agrigento (490-430) considera que el origen del Universo está en cuatro elementos básicos -agua, aire, tierra y fuego-, presentes en todas las cosas. El amor sería la fuerza que une a esos elementos mientras que la discordia o el odio los separa. Anaxágoras de Clazómene (499-428) considera la existencia de unas partículas como las componentes de las cosas, organizadas gracias a una mente rectora después del caos inicial. Rechazaba el planteamiento de la desaparición tras la muerte.
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El tema de este lienzo de aspecto barroquizante y recargado está extraído de la Odisea, el libro de las aventuras de Odiseo o Ulises. Tras haber participado durante largos años en la guerra de Troya, el héroe regresa a Ítaca, sufriendo rocambolescas peripecias. En los años de ausencia, multitud de pretendientes han asediado a la esposa del rey Ulises, Penélope, que ha conseguido mantenerlos a distancia con estratagemas. Descubiertos sus manejos, los pretendientes fuerzan a Penélope a escoger esposo en un banquete. Ulises asiste al mismo disfrazado de mendigo y, ayudado por su hijo Telémaco y su nodriza, desarma sigilosamente a los asistentes y los asesina a todos con su arco. Moreau pinta esta escena de triunfo y destrucción. Los cuerpos de los pretendientes yacen por todos los rincones del palacio en las más diversas posturas. El aspecto parece el de una bacanal, pues no hay sangre ni heridas. Las poses tratan de resultar artificiosas y variadas, todo para conseguir un efecto decorativo. En medio de la masacre, la figura de la diosa Atenea, protectora de Ulises, se eleva entre rayos de luz indicando la procedencia divina del castigo. El palacio es de una arquitectura caprichosa, con elementos romanos y griegos mezclados con figuras orientales, adornos bizantinos, barrocos, etc. Todo para contribuir al lujo y a la acumulación de objetos para distracción del espectador, que puede entretenerse en identificar personajes y objetos.
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Los primeros años Hemos esbozado brevemente los factores que pueden ayudar a comprender las peculiaridades del Estado jesuita del Paraguay. Vamos ahora a intentar reflejar las líneas maestras del desarrollo de aquella experiencia. Todo el siglo XVII constituye un periodo de expansión de las misiones paraguayas, que crecen ininterrumpidamente, aunque se enfrentan a multitud de agresiones externas. En un primer momento, como ya se ha señalado, fue necesario vencer una resistencia, casi diríamos que natural, de sectores significativos de las sociedades indígenas, pero una vez desarmada aquella oposición, los guaraníes aceptaron mayoritariamente su reconversión, a poblaciones grandes y a vida política y humana, a beneficiar algodón con que se vistan, como definiría el ya citado P. Ruiz de Montoya a las reducciones. Así, las nuevas poblaciones fueron surgiendo en las regiones más aisladas, como el Guairá, el Tape o los Itatines, y a los pocos años contaban con un número considerable de neófitos. Fue precisamente este éxito inicial el que las convertiría en botín muy codiciable para los cazadores de esclavos de Sao Paulo, quienes empezaron a atacar los incipientes asentamientos donde podían capturar sin mucha dificultad a un gran número de indígenas. Los jesuitas reaccionaron trasladando, en un éxodo extremadamente penoso, a los grupos que todavía controlaban hacia regiones que suponían menos expuestas y que a la postre serían las que conformarían el territorio clásico del llamado Estado Jesuita del Paraguay. Nos referimos básicamente a la zona delimitada por los ríos Paraná y Uruguay y los paralelos 25 y 30, aproximadamente, de latitud sur. Cuando las bandeiras paulistas comenzaron a internarse en aquel área para repetir sus ataques, los jesuitas hubieron de movilizar todas sus influencias en la Corte y entre los altos funcionarios coloniales, para conseguir un permiso excepcional, contrario a toda la legislación existente, que les permitía dotar a las tropas indígenas de armas de fuego. Cuando tras muchas negociaciones, la deseada autorización se consiguió, los ejércitos misioneros detuvieron el avance portugués en la zona, infringiéndoles una severa derrota y se convirtieron en un grupo de poder nada desdeñable, que intranquilizaba a todos sus antagonistas. En bastantes ocasiones, muchas de ellas reflejadas por Cardiel en su Breve relación, los guaraníes actuaron bajo requerimientos de los gobernadores del Paraguay o del Río de la Plata, para atacar a los portugueses, a partidas de indígenas rebeldes o a los propios vecinos de Asunción en alguno de sus relativamente habituales motines. De hecho, desde 1641, en que tuvo lugar la batalla del río Mbororé y se desbarató la presión portuguesa sobre el área, va a ser el antagonismo encomenderos misioneros el que pase a un primer plano. La mayoría de las acusaciones a las que se intenta responder en el texto que a continuación se publica, sólo pueden entenderse teniendo en cuenta esto. ¿Cuáles eran los motivos que provocaban las continuas fricciones entre los dos proyectos coloniales? En primer lugar, los encomenderos envidiaban las riquezas potenciales y reales que los jesuitas les habían escamoteado. Deseaban contar con aquellos contingentes importantes de trabajadores que desarrollaban sus actividades fuera del sistema de encomiendas; deseaban los territorios del Estado Jesuita, particularmente las plantaciones de yerba mate y las enormes estancias ganaderas y deseaban, en fin, comprobar si eran ciertas las extraordinariamente populares leyendas sobre la existencia de minas ocultas en aquella zona. Además, a medida que la experiencia misionera fue desarrollándose, las reducciones se convirtieron en un peligroso contrincante comercial que ofrecía, a precios muy competitivos, los mismos productos agrícolas que los encomenderos, y normalmente de mejor calidad. Por si esto fuera poco, la sociedad criolla del Paraguay sabía que los guaraníes representaban el último y más formidable recurso con que contaban las autoridades coloniales para reprimir sus rebeliones, en general de carácter autonomista. Como se ve, las dos tentativas de colonización tenían necesariamente que enfrentarse una y otra vez y así lo estuvieron haciendo hasta la expulsión definitiva de los jesuitas en 1767. El siglo XVIII El siglo XVIII se considera generalmente la etapa clásica del Estado Jesuita del Paraguay, con sus misiones asentadas y por lo menos hasta 1753, sin grandes convulsiones. También es en esa época en la que pueden valorarse con más claridad los logros y las limitaciones del experimento misionero. Todos los pueblos se fundaban siguiendo criterios arquitectónicos similares, que se apartaban sustancialmente de la clásica cuadrícula colonial. La estructura de las poblaciones estaba dominada por las iglesias, cada vez más y más grandiosas, que ocupaban junto al colegio de los Padres y al cementerio, uno de los lados de la gran plaza central. Las casas de los indígenas se extendían en hileras paralelas y regulares por los otros tres lados de la plaza y por el resto del pueblo. La vida colectiva, e incluso la privada, se encontraban perfectamente reglamentadas. Las ocupaciones de cada uno estaban determinadas con claridad y los toques de las campanas de las iglesias indicaban el inicio y el fin de cada actividad. Existía un libro que llevaba por título Del recto uso del tiempo, donde se explicaba, en guaraní, #cómo pasar el día íntegro santa y dignamente, ya sea trabajando en casa, ya cultivando el campo, ora camino de la iglesia o asistiendo a la Santa Misa, ora recitando el Santo Rosario o haciendo cualquier otra cosa# Da la sensación, leyendo relaciones y cartas como la que a continuación se publica, de que las estaciones se sucedían repitiendo una y otra vez los mismos actos y gestos. Parece, en suma, que el tiempo se ha estancado y la historia no existe. Cada día es igual al siguiente y repite las acciones del anterior. Para romper esa monotonía tienen lugar algunas fiestas y celebraciones religiosas, majestuosas en su ritualismo. Los misioneros comprendieron que los indígenas eran extremadamente sensibles a esa sacralización de la vida social y acentuaron ese aspecto. Normalmente había dos jesuitas en cada uno de los pueblos, que fácilmente podía alcanzar los 5.000 habitantes. Un ordenamiento tan absoluto de todas las actividades públicas y privadas sólo podía conseguirse mediante un alto grado de consenso, que se había alcanzado gracias a la combinación de tres elementos esenciales. El mantenimiento de la estructura de caciques, que al parecer determinaba la distribución espacial en las misiones, una ritualización religiosa que impregnaba todas las tareas, unida a una ceremonialidad muy elaborada y una organización económica en la que primaban los aspectos comunitarios sobre los individuales. La agricultura y la ganadería de tipo colectivista, controladas y dirigidas por el sacerdote, tenían sin lugar a dudas más importancia que la producción particular de cada familia. Comunes eran las tierras más extensas (llamadas Tupambaé o propiedad de Dios), los yerbales, los algodonales y las grandes estancias ganaderas. Todos los hombres debían trabajar unos días a la semana en esas propiedades colectivas y con lo recogido, se mantenía a las viudas, niños y necesitados, se pagaba a los artesanos y los tributos reales y se almacenaban algunas cantidades, en previsión de plagas o escaseces. También algunos bienes, como la carne o la yerba mate, se repartían diariamente a todas las familias después de la misa. Los guaraníes, al parecer, mostraron claramente preferencia por este sistema de base colectivista frente a la agricultura de tipo individual que, pese a los intentos iniciales de los jesuitas por potenciarla, no alcanzó nunca una importancia similar. Las misiones así organizadas gozaban de un bienestar material innegable, su agricultura se encontraba bastante desarrollada con una extensa variedad de cultivos y sus artesanos convertían a cada pueblo en una unidad prácticamente autosuficiente. Culturalmente, los avances fueron también muy llamativos, sobre todo si los comparamos con la situación general de las colonias americanas. En todos los pueblos existían escuelas para enseñar a leer y escribir y algunos rudimentos de contabilidad, a las que asistían un buen número de niños, fundamentalmente los hijos de los caciques. También había escuelas de danza, canto y música, actividades a las que los guaraníes eran extraordinariamente aficionados. La defensa de la lengua indígena y su mantenimiento frente al castellano es otro fenómeno que no conviene olvidar, pues tuvo consecuencias históricas importantes, al salvaguardar un idioma nativo y permitir posteriormente su expansión. Incluso llegaron a publicarse en una imprenta que funcionó en las misiones a principios del siglo XVIII varias obras en guaraní. También merecen ser recordados los avances que, desde el punto de vista humanitario, se recogían en el código penal que se aplicaba en las misiones. En una época en la que los suplicios estaban a la orden del día (basta recordar la horrible muerte a que fueron sometidos en Cuzco Tupac Amaru y otros miembros de su familia en 1781), la no aplicación de la pena de muerte en las misiones no dejaba de ser una auténtica novedad. Los únicos castigos que se utilizaban eran los azotes y la reclusión. Ahora bien, las misiones, desde el punto de vista demográfico, alcanzan un máximo en 1732, con 141.182 habitantes, para, desde entonces, entrar en una fase de decadencia, en la que a duras penas sobrepasan los 100.000 indígenas reducidos. Aparte de algunas epidemias notables y de importantes conflictos, que no pueden olvidarse (rebelión de los comuneros, guerra guaranítica#), da la impresión de que las misiones hubiesen entrado en una etapa de estancamiento en la que el desarrollo de los primeros tiempos dio paso a una cierta paralización. En resumen, parece que lo que habían ganado en ordenación lo habían perdido en vitalidad. Muchos críticos del sistema misionero, en particular Félix de Azara12, se dieron cuenta de este hecho y criticaron a los jesuitas su presunto apoltronamiento y el poco impulso que parecían conservar. Es muy difícil expresar una opinión justificada sobre cuál era la situación de las misiones poco tiempo antes de que se ejecutase el decreto de extrañamiento de los jesuitas de todos los dominios españoles. Es cierto que las misiones clásicas carecían de la dinámica de crecimiento que había caracterizado su historia durante todo el siglo pasado. Por contra, la Compañía de Jesús manifestó en los últimos años de su estancia en el Río de la Plata, un enorme dinamismo, promoviendo otras empresas misioneras en regiones muy alejadas. En los llanos de los indios chiquitos, en tierras de la gobernación de Santa Cruz de la Sierra, los jesuitas habían fundado diez reducciones, con más de 23.000 indígenas asentados en ellas, que repetían el esquema ya conocido de las misiones paraguayas. En este área la labor misionera estaba claramente en auge. Además, los jesuitas intentaban adentrarse en el extenso territorio del Chaco, habitado por un número importante de tribus indígenas de cazadores nómadas, en general muy belicosas, entre las que era extremadamente difícil realizar un proceso de sedentarización y reconversión agrícola. La labor apenas conseguía resultados; los indígenas iban y venían sin aceptar un cambio tan radical en sus modos de vida y muy a menudo destruían los precarios asentamientos y asesinaban a algún misionero. Puede decirse que fue aquella una tarea plagada de desengaños y fracasos. En el momento de la expulsión había unas 15 misiones chaqueñas, algunas solamente nominales, que agrupaban a unas 6.000 personas, aunque muchas no residían en ellas con carácter permanente. También la Compañía intentó la colonización de la extensísima región patagónica, donde las naciones indígenas tampoco conocían la agricultura, lo que dificultaba enormemente su reducción a vida política y civilizada, como pretendían los jesuitas. Cardiel fue uno de los protagonistas de aquel empeño fracasado, pues las misiones del sur, como las llamaban, fueron abandonadas pocos años antes de la expulsión de los jesuitas. Para concluir este breve repaso, hay que referirse a una última entrada que los misioneros realizaron entre grupos guaraníes que se hallaban al norte de la ciudad de Asunción, en el territorio del Taruma, muy alejados del área clásica del Estado Jesuita. En 1767 existían dos poblaciones considerables en aquella zona con más de 4.000 habitantes.
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El desfase entre la legislación y la realidad social referida a las mujeres se acusó de manera especial desde comienzos de la década de los cincuenta, con los cambios sociopolíticos y económicos que se experimentaron en España: cambios que favorecieron la aparición de las primeras voces, al principio aisladas, a favor de una reforma de la legislación vigente para las mujeres (Ruiz Francos 2008: 50). Una de las primeras mujeres que se hizo oír fue las abogada y escritora Mercedes Formica, que aceptó el ofrecimiento de Javier Conde de trabajar en el Instituto de Estudios Políticos, del que era director. Mercedes Formica había sido la primera alumna de la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla. Vio interrumpidos sus estudios por la Guerra Civil. Durante la Guerra militó en la recién creada Falange Española, donde llegó a ocupar cargos de responsabilidad, como el de Delgada Nacional del SEU (Sindicato Español Universitario), y por tanto miembro de la Junta Política de Falange. Se licenció en Derecho en Madrid y comenzó sus deseos de opositar a la carrera diplomática al estar establecido el requisito "ser varón". En 1950 escribió una reseña para la Revista de Estudios Políticos, del libro de Simone Beauvoir, que no fue editado en al España franquista, El segundo sexo. Trasladaba la problemática de la mujer a la situación jurídica y social de las mujeres españolas de la época. En 1951, auspiciado por la Sección Femenina en colaboración con el Instituto de Cultura Hispánica, se celebró en Madrid el I Congreso Femenino Hispanoamericano Filipino, al que acudieron más de doscientas mujeres hispánicas de veintidós países. El Congreso nació bajo un prisma conservador, de clara supeditación del sexo femenino al masculino. Se crearon cinco comisiones que abordaron temas específicos y de actualidad sobre las mujeres en distintos ámbitos, tanto de la esfera pública como privada. Destacamos las ponencias de Mercedes del Amo, "La mujer y las profesiones intelectuales"; de Mónica Plaza del Prado, "La mujer en las profesiones"; de María Concepción Sierra Ordóñez, "El derecho de trabajo y la mujer"; y de Gloria Navas de la Rosa, "Situación jurídica de la mujer dentro de la familia". En 1952 se celebró en Madrid el I Congreso Nacional de Justicia y Derecho, en el que, entre otros aspectos se trató "La situación jurídica de la mujer en la familia y en determinados aspectos del Derecho privado". Las conclusiones del Congreso, presidido por el padre Honorio Alonso Alija y Pilar Primo de Rivera, y con participación de dos mujeres del Colegio de Abogados de Madrid y miembros de la Sección Femenina, Amparo Nieto García y Gloria González Alas, así como de Belarmino Alonso Alija, se centraron fundamentalmente en el régimen económico matrimonial, en aspectos relacionados con los procesos de separación. En el tema "Incorporación de la mujer letrado a las funciones político-jurídicas" se abordo la desigualitaria situación de las mujeres en el Derecho Público. En conjunto, si bien se planteaba una aparente igualdad, el afán de proteccionismo hacia las mujeres entorpecía cualquier intento de igualar jurídicamente los sexos. Ese mismo año de 1952, Mercedes Formica comenzó a colaborar en el diario ABC. El 7 de noviembre publicó "El domicilio conyugal" (7-XI-1953), un artículo donde comentaba el suceso ocurrido días atrás a una mujer casada que había solicitado sus servicios como abogada. La mujer, casada y con cinco hijos, había sido sometida repetidas veces a malos tratos por su marido, quien en su última agresión le había asestado once puñaladas. El artículo ponía el dedo en la llaga, cuestionando algunos artículos del Código Civil (CC) vigente, y ahondando en las razones legales que impedían la separación. El tema central del a artículo giraba en torno a la difícil situación en que se encontraban las mujeres al iniciar los trámites de separación, principalmente en los aspectos jurídicos y económicos (Ruiz Francos 2008: 59). Además de la reforma, Mercedes Formica señalaba a necesidad de dotar a los jueces mayores atribuciones para conceder "el domicilio conyugal" y no "la casa del marido" como establecía la Ley, al cónyuge inocente y no siempre al marido, bien fuese culpable o inocente. Al problema se sumaba la escasez de vivienda por aquellos años y la falta de independencia económica de la mujer. El artículo tuvo amplia resonancia en la prensa nacional e internacional, en los círculos culturales y académicos del momento. El entonces director de ABC, Luis Calvo, aprovechó la importancia del tema para realizar una encuesta entre destacados juristas del momento sobre una posible reforma de determinados artículos de la legislación vigente. El periódico apoyó toda la campaña, convirtiéndose en la Tribuna tanto de los defensores como de los detractores de una posible reforma legislativa, en un momento en que la prensa y la radio eran los medios de comunicación más extendidos y asequibles del ciudadano de a pie. A esta valoración de al incidencia de la campaña se suma que el periódico tenía tirada diaria, la más alta entre los periódicos de difusión nacional de la época. Tras la publicación del pionero artículo, el mencionado diario publicó otros artículos y grandes titulares: "El domicilio conyugal no es <la casa del marido>" (ABC, 18-XI-1953, p. 15); "Las limitaciones a la capacidad jurídica de la mujer", (ABC, 20-XI-1953, p.15); "Inferioridad jurídica de la mujer" (ABC, 22-XI-1953, p. 48); "La capacidad jurídica de la mujer. ABC abre una encuesta en torno a la reforma de la legislación actual" (ABC, 26-XI-1953, p. 23); "La capacidad jurídica de la mujer" (ABC, 28-XI-1953, p. 21); "Encuesta de ABC en torno a la capacidad jurídica de la mujer" (ABC, 29-XI-1953, p. 49); "Capacidad jurídica de la mujer" (ABC, 1-XII-1953, p. 49); "Los derechos de la mujer en la legislación española" (ABC, 2-XII-1953, pp. 41-42); "La capacidad jurídica de la mujer" (ABC, 4-XII-1953, p. 37); "El derecho positivo español en relación con la mujer" (ABC, 5-XII-1953, p. 27); "Los derechos de la mujer en la legislación española" (ABC, 10-XII-1953, p. 35); "Las limitaciones a la capacidad jurídica de la mujer" (ABC, 12-XII-1953, p. 23); y Josefina Carabias, "Después de la encuesta en ABC en torno a los derechos jurídicos de la mujer" (ABC, 12-I-1954, p. 15); Mercedes Formica, "Acerca del estado jurídico de la mujer española. Los verdaderos límites de la cuestión: Defensa del cónyuge inocente" (ABC, 14-I-1954, pp. 25-26); Carmen Llorca, "La mujer" (ABC, 31-III-1954, p. 9); Elena de Zayas, "La situación jurídica de la mujer española. <Hay que dejar sentado que el fin normal de la mujer es el hogar>. Interesante carta de una zaragozana y antifeminista" (ABC, 8-IV-1954, p. 17). La campaña tuvo una pausa y se reinició con menor intensidad a partir de 1956: "Se estudia la reforma del Código Civil en los aspectos que afectan a la capacidad jurídica de la mujer" (ABC, 1-I-1956, p. 71). Tras la publicación de de "Los derechos de la mujer casada" (ABC, 26-VII-1956, p. 18), basado en otro suceso judicial real sobre la demanda de un marido en trámites de separación, que solicitaba el depósito de su esposa fuera del domicilio de ambos, siguió la campaña en la prensa. La perjudicada, "M. R.", alegaba que el domicilio era suyo ya antes de casarse, etc. El juez resolvió a favor de la mujer, con lo que esta pudo quedarse en el domicilio reclamado. Mercedes Formica denunció de nuevo la legislación vigente referida a las mujeres: "Los derechos de la mujer casada. A la señora D?. Emilia Cabello y Rodrigo" -otra de las mujeres que había sufrido penosas injusticias- (ABC, 27-VII-1956, p. 22); "Los derechos de la mujer casada. Carta abierta a una mujer casada" (ABC, 28-VII-1956, p. 25); "Los derechos de la mujer casada" (ABC, 29-VII-1956, p. 55); "Los derechos de la mujer" (ABC, 8-VIII-1956, p. 22); "Importantes modificaciones de los Códigos Penal y Civil y de la Ley de Enjuiciamiento Civil" (ABC, 24-VIII-1957, pp. 23-24); "El Código Civil", (ABC, 7-VIII-1957, p. 23) y "Carta abierta a una mujer" (ABC, 15-V-1958, pp. 43-44). Gráfico Persiguiendo una reforma legal, Mercedes Fórmica había pronunciado conferencias y escrito artículos; había sido recibida por Franco, e incluso el presidente del Tribunal Supremo, José Castán Tobeñas, se había hecho eco de sus reclamaciones en la apertura del año judicial de 1954. Cinco años después del comienzo de la campaña, logró finalmente una modificación del Código Civil.
contexto
Entre el cuarto y tercer milenio antes de Cristo y en algún lugar en el norte del continente suramericano hizo su aparición una técnica y un arte que llegó a alcanzar un importantísimo desarrollo en épocas posteriores. Se trata de la fabricación de cerámica. No existe todavía un total acuerdo sobre si la cerámica más antigua corresponde a Puerto Hormiga, en la costa caribe colombiana, o a Valdivia, en el Pacífico ecuatoriano; o sobre si esta última procede de un desarrollo local, o es de origen amazónico o incluso transpacífico, de Japón. Pero puede afirmarse, tras una serie de investigaciones arqueológicas en la zona norte andina, que nos encontramos ante una región que es el escenario de un temprano desarrollo del arte cerámico, de los primeros indicios de esta nueva tecnología. Sea cual sea el primer foco originario, debieron desarrollarse una serie de tradiciones cerámicas en direcciones diferentes, tales como Canapote-Barlovento o Valdivia-Machalilla, y probablemente otras que no conocemos y que podrían encontrarse en zonas tropicales del oriente de los Andes. Nos encontramos ante los que los arqueólogos han denominado Períodos Formativos, etapas en las que ya se han formado las tradiciones culturales características de cada área, con los normales desfases cronológicos entre una y otra, pero en las que se encuentran unas manifestaciones artísticas peculiares e incluso estilos diferentes en cada cultura. En el Formativo la agricultura se ha convertido en una base económica realmente efectiva, con la rápida mejora y el perfeccionamiento de las plantas cultivadas en el período anterior, sobre todo de las más susceptibles al almacenamiento. La vida sedentaria, concentrada ahora en grandes poblados se ha generalizado y el aumento de población es evidente. Los cambios en la organización social son otra de las características del período, pasando desde sociedades igualitarias, establecidas en poblados permanentes, sin diferencias significativas entre sus componentes en cuanto a estatus, riqueza o poder, hasta el surgimiento de sociedades estratificadas e incluso Estados. Y dentro del Formativo es el área Intermedia la primera que debe ser considerada no sólo porque los desarrollos culturales acaecidos en estas fechas fueron por delante de las otras áreas en esta región, sino sobre todo porque la aparición de ciertas técnicas y estilos artísticos, por primera vez en el continente americano, permitirán la comprensión de posteriores manifestaciones artísticas. El estudio del arte formativo en el área Intermedia debe comenzar con la cultura y el arte Valdivia, cuyo arte cerámico es el más antiguo conocido hasta ahora en el Nuevo Mundo. Cronológicamente corresponde al Formativo Temprano, entre 3200 y 2300 a. C. Geográficamente se sitúa en Ecuador, en la costa de la provincia de Guayas, isla de La Puná, parte de Los Ríos y regiones costeras de Manabí y El Oro. Es una región actualmente árida, pero que debió de ser más húmeda en las fechas de las que venimos hablando. Los primeros asentamientos conocidos de Valdivia se encontraban en la costa, en forma de grandes basureros con restos de conchas y peces, por lo que se caracterizó a Valdivia como una adaptación costera de cazadores-recolectores. Dado el contrasentido que suponía la existencia a la vez de una cerámica compleja y completamente desarrollada y sin antecedentes conocidos, se estableció la hipótesis del origen japonés de dicha técnica cerámica. La hipótesis se fundamentaba también en evidencias cronológicas y culturales. En Kyushu, en el centro-oeste de Japón, la cerámica Jomón se fabricaba 4.000 años antes de su aparición en Ecuador y las técnicas decorativas de Jomón medio eran semejantes a las de Valdivia. Las corrientes marinas favorecían la hipótesis del arribo casual de pescadores jomón a las costas ecuatorianas, aunque algunos autores eran partidarios de la idea de una verdadera expedición colonizadora desde el continente asiático. Pero descubrimientos posteriores pusieron en duda dichas hipótesis. En los años setenta, el hallazgo de nuevos yacimientos Valdivia en el interior, con agricultura desarrollada y sin ninguna dependencia marítima, cambiaba el escenario de manera espectacular. Destaca el sitio de Real Alto, cuya ocupación más temprana se remonta al 3200 a. C., con viviendas de planta elíptica, hechas de palos flexibles y cubiertas de paja u hojas de palma, de unos 10,3 por 8 m, al estilo de las malocas o viviendas comunales del alto Amazonas. Las casas se organizaban en herradura, en tomo a un espacio central, como en el oriente de Brasil y aparecen también casas de hombres en el centro del poblado. El asentamiento de éste y otros poblados indica una dependencia de la agricultura, pero hay además evidencias de otro tipo, como la existencia de gran cantidad de manos y metates, relacionados con la molienda del maíz. Hay también cerámica decorada con impresiones de granos de maíz, adornos de vasijas con mazorcas modeladas e incluso hallazgos de algún grano de maíz carbonizado. La cerámica Valdivia tenía ya un contexto apropiado y es evidente, por las fechas en las que hace su aparición en otras áreas, que la costa ecuatoriana debió ser el o uno de los focos originarios de esta técnica en América, por lo menos de la cerámica de lujo, de técnica elaborada. Ello no invalida la hipótesis de otros focos originarios, de tradición local, y de fabricación más rudimentaria. Y es la cerámica una de las artes más notables de Valdivia. Las formas se reducen a dos o tres básicas, pero la variedad sobre estos modelos es grande y lo es más la cantidad de técnicas decorativas. Se modela a mano o por enrollamiento (adujado) y la cocción se hace oxidante o reductora a fin de obtener coloraciones diversas. Las formas más características son jarros redondeados, de boca ancha, con borde acampanado o entrante. Hay también cuencos sencillos, carenados o con cuatro pequeños soportes, y algunos tienen el borde almenado o lobulado. Las bases son generalmente cóncavas. Las superficies están ligera o cuidadosamente pulidas y más del 20 por 100 tienen un engobe o baño rojo brillante. Las técnicas decorativas, casi siempre por modificación de la superficie, incluyen acanalados, arrastrados y decorados con uñas y dedos; punteados, biselados y recortados, brochado y corrugado. Hay estampados con conchas, con cuerdas y en zigzag y diferentes clases de incisiones, escisiones y grabados, así como modelado, peinado, tiras sobrepuestas y, cuando se introduce la pintura, rojo pulido, rojo punteado o rojo inciso. A veces se emplean varias técnicas decorativas en el mismo vaso. Las formas y la decoración de la cerámica cambiaron lógicamente a lo largo del proceso cultural de Valdivia, por lo que se han establecido ocho fases cerámicas que reflejan también cambios culturales.