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Durante el tiempo pasado por Gauguin en Bretaña realizará obras diversas. En las primeras recupera el estilo impresionista perdido en algunas escenas de la Martinica como Mangos o Paisaje tropical. En Los pavos parecen estar interesado en captar efectos lumínicos al presentar un soleado paisaje rural de fondo, dificultando su contemplación al situar los árboles en el plano medio. La sombra que proyectan es coloreada, siguiendo las pautas de Monet o Pissarro. Los vivos tonos empleados y la alegría de la escena parecen demostrar que Gauguin se ha recuperado de la enfermedad que le obligó a regresar a Francia desde Martinica, introduciéndose en una vorágine creadora que pronto dará sus frutos. La pincelada rápida y los cortos toques de pincel contrastan con la mayor definición de los árboles, preludiando el estilo sintetista que le caracterizará.
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Frente a los liberales hegemónicos, el partido conservador experimentó un profundo declive como consecuencia de la escisión de Peel y sus seguidores, que no habían perdonado los ataques recibidos desde las filas conservadoras en la batalla parlamentaria que había llevado a la retirada de las leyes proteccionistas frente a la importación de cereales (Corn Laws) en 1846. La muerte de Peel, en 1850, no significó la disolución del grupo, que se mantuvo proclive a cooperar con los liberales, y hasta llegó a tomar las responsabilidades de gobierno, con Aberdeen, en 1852. Los peelitas, como se les denominó, han sido presentados a veces como los directamente responsables de la inestabilidad ministerial de aquellos años centrales del siglo XIX, pero esa afirmación tal vez sea un tanto exagerada y la debilidad tal vez deba achacarse al propio sistema de partidos británico. La reforma electoral de 1832 había fortalecido a los partidos, pero éstos aún estaban poco consolidados y los diputados no comprometidos formaban siempre un amplio sector en las dos cámaras. En ese marco, los peelitas representaban una decidida voluntad reformista, pero sin poner en peligro los principios de paz y orden. Tenían profundas convicciones morales que les distanciaban de los líderes de los otros dos partidos y se sentían un grupo de calidad llamado a intervenir homogéneamente en la vida política. Para su desgracia, eligieron la peor coyuntura, pues el Gobierno Aberdeen, formado en diciembre de 1852, se vio pronto involucrado en la crisis diplomática que llevó a la guerra de Crimea y, durante ella, al descubrimiento de las muchas lagunas que la política de restricción del gasto había provocado en la política naval y de defensa del Reino Unido. Las críticas desencadenadas con ocasión de aquella política determinarían la caída del Gobierno a comienzos de 1855.
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Las "Partidas" nos informan que "romeros et pelegrinos se facen los homes para servir á Dios et honrar á los santos". Aunque muchos recorrían el camino practicando con la peregrinación una expresión de sus piadosos sentimientos, había otros que lo hacían cumpliendo una penitencia impuesta, o sufriendo una pena o castigo judicial. Tampoco faltaban los simples escapistas, o aquellos ansiosos de conocer nuevas gentes y lejanos horizontes. Para los más piadosos no había que buscar otro pretexto que su propio sentimiento espiritual, es decir, el amor a Dios; sin embargo, la mayoría hacían el camino por una palabra empeñada en un momento de desesperación o peligro de muerte, o simplemente con esperanza de superar su desesperación vital. En la portada de la iglesia románica de Santa Marta de Tera (Zamora) podemos contemplar la figura de Santiago perfectamente ataviado como un peregrino jacobeo de principios del siglo XII: bordón, esportilla y venera. Ya por entonces la venera, nota distintiva de los que visitaban el santuario compostelano, se había convertido en la insignia de cualquier tipo de peregrino. A este respecto resulta muy esclarecedor el relieve de Silos, donde la figura de Cristo ante los discípulos de Emaús es portadora de un morral en el que aparecen las veneras compostelanas con el fin de que se entiendan las palabras del discípulo cuando le invoca "Tu solus peregrinus es in Ierusalem?". La caracterización más tópica de un peregrino viene dada por dos elementos de su indumentaria: el bastón-bordón y la esportilla o morral. Desde muy antiguo la Iglesia dispuso de un ceremonial de bendición especial para los caminantes, del que tenemos un buen testimonio de referencia en el sacramentario "Gelasiano antiguo" (¿siglo VII?). En esta obra se dedican unas oraciones con el título de "Item orationes ad iter agentibus". Con el paso del tiempo estas fórmulas destinadas a los simples viajeros terminarán convirtiéndose en bendiciones específicas de los peregrinos. Ya durante el siglo IX se agregará la ceremonia de la entrega de los emblemas "sporta et baculus" (bolsa-morral y bastón-bordón). No figura aquí la concesión de otra insignia de la peregrinación, salvo a los que van a partir para Tierra Santa, a quienes se les hará la ofrenda de una cruz. Tan sólo conocemos una excepción, en la que, según algunos especialistas, este distintivo de la cruz posiblemente figurase en el ceremonial de los peregrinos jacobeos. Así, pues, la entrega de los elementos necesarios para la peregrinación jacobea, como son el báculo y el morral, es la misma que la de otras. La interpretación de éstos es evidente que, partiendo de una función de utilidad, termina adquiriendo un profundo significado simbólico. Para los fieles devotos de Santiago sirven las mismas interpretaciones genéricas y además las propias de los ambientes compostelanos. Se decía que la escarcela debía ser "de cuero de una bestia muerta" para que así el peregrino recordase que "debe mortificar su carne, ya mortificada por los vicios y concupiscencias, con hambre y sed, con muchos ayunos, con frío y desnudez, con penalidades y trabajos". Sobre el báculo el Liber Sancti Jacobi nos informa de lo siguiente: "Por el báculo, puesto que el suplicante lo recibe como un tercer pie para sostenerse, se simboliza la fe en la Santísima Trinidad, en la cual debe perseverar. El báculo es la defensa del hombre contra los lobos y los perros. El perro suele ladrar a los hombres y el lobo acostumbra a devorar las ovejas. Por el perro y el lobo se designa el diablo tentador del género humano". Si báculo y morral eran propios de todo tipo de peregrinación, ¿qué significa la venera exclusiva de lo compostelano? En principio es la insignia que muestra a todos que su portador ha estado en el santuario de Santiago, en cuyo atrio se vendía entre otros recuerdos. Mientras que zurrón y báculo eran entregados de manera solemne al iniciarse el viaje, las conchas serán el emblema de la peregrinación cumplida. Así se decía que al igual que... "los peregrinos que vienen de Jerusalén traen las palmas, así los que regresan del santuario de Santiago traen las conchas. Pues bien, la palma significa el triunfo, la concha significa las obras buenas". Al principio era tan sólo una venera, pero, con el paso del tiempo, serían numerosas las conchas que se llevaban como insignias. Para el predicador del siglo XII, antes de cualquier otra interpretación, se trataba de un recuerdo del viaje santo: "Al regresar los peregrinos del santuario de Santiago las prenden en sus capas para gloria del Apóstol, y en recuerdo de él y señal de tan largo viaje, las traen a su morada con gran regocijo".
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A lo largo del siglo VI se produce en el Próximo Oriente asiático un movimiento expansivo espectacular que parte de los pueblos nómadas de Persia para crear un imperio superpuesto a todos los anteriormente vigentes en la zona, con organización más sólida y un sistema de control más eficaz. Desde que Ciro sustituye a Astiages y lleva a cabo la unidad de medos y persas, sus planes se revelan claros en el control de Armenia y del territorio de los caldeos. Se trata de consolidarlos por medio de fuertes y guarniciones para permitir que los pueblos sometidos trabajen sus tierras y lleven sus ganados a los pastos. Con la protección del rey, se intensifica la producción, lo que aumenta las rentas de los dominantes armenios y caldeos y garantiza el tributo debido al protector. Por ello, el imperio se preocupa específicamente de conservar las poblaciones sometidas, elemento clave para la producción y para la organización de los ejércitos que puedan garantizar la reproducción territorial del mismo. Trabajo y crecimiento son los lemas que se difunden en los mecanismos ideológicos del imperio aqueménida. Éste es el espíritu que lleva a la conquista de Lidia y de Mesopotamia, como alargamiento de la dependencia tributaria, donde todos se sienten defendidos por el rey, en un sistema que se configura ideológicamente como equilibrado y simétrico.
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La caída de Babilonia a manos del persa aqueménida Ciro hizo que los asuntos de Mesopotamia, a partir de entonces, se decidieran fuera de ella. Ciro tomó el título de rey de Babilonia, en un intento de aparentar continuidad con respecto al imperio de Nabucodonosor. Sin embargo, Babilonia fue incorporada como provincia, aunque este dominio fue apenas se tradujo en la presencia de un gobernador y una guarnición. Además, Ciro mantuvo un profundo respeto por las creencias religiosas locales, que alcanzaron incluso a los israelitas, a los que se permitió volver a su tierra y reconstruir el templo de Jerusalén. A Ciro le sucedió Cambises y, a la muerte de éste, tuvieron lugar diversas luchas por el trono aqueménida. Éstas fueron aprovechadas por dos usurpadores para intentar hacerse con el trono de Babilonia, en ambos casos con el nombre de Nabucodonosor. Darío I, sucesor de Cambises, consiguió aplastar la rebelión y unificar el Imperio, tomando una serie de medidas encaminadas a racionalizar la administración y el gobierno de los territorios. Una de sus medidas fundamentales afectó a Mesopotamia, que ahora quedó dividida en dos satrapías: Babilonia y Asiria. Jerjes I, hijo de Darío, continuará la tendencia de su padre y, al igual que éste, a comienzos de su reinado hubo de enfrentarse a las ansias de independencia de Babilonia. Éstas serán reprimidas- según las fuentes griegas- con extrema dureza: mandó fundir la estatua de Marduk, se eliminó la realeza babilónica, se derribaron sus murallas y se asoló su zigurat, además de ser saqueada la ciudad. En definitiva, se había puesto de manifiesto que Babilonia ya no jugaba el papel de antaño, a pesar de que aún quedaban restos de un pasado esplendor y sobre ella había un cierto reconocimiento, como el hecho de que los reyes persas residieran temporadas en Babilonia, o también de que conservara en gran medida su magnificencia y grandiosidad, como glosa Herodoto. Además, y en este sentido, la ciudad experimentaría un cierto auge económico a mediados del siglo IV, gracias a vivir un prolongado periodo de paz. En el siglo III a.C. esta situación ha cambiado de manera radical, sin que sepamos muy las causas. Lo cierto es que la población de Babilonia recibe al macedonio Alejandro Magno con los brazos abiertos, tras haber éste derrotado a los persas en Issos y Gaugamela. Desde el principio Alejandro se mostró muy interesado por conocer la mítica Babilonia, planeando reconstruir el zigurat destruido por Jerjes y hacer de ella nuevamente una gran urbe. Los planes, empero, quedaron en nada por la temprana muerte del macedonio en la ciudad. Además, la conquista de Alejandro significó el comienzo de un proceso de helenización, que hizo caer en desuso la escritura cuneiforme. La muerte de Alejandro supuso la ruptura de su imperio. Entre sus sucesores, Seleuco fundó su propio imperio a partir de la conquista en el 312 de la satrapía de Babilonia, inaugurando la "era seléucida", que se prolongará, al menos nominalmente, mucho más allá del final de la dinastía. En principio, Seleuco se planteó hacer de Babilonia el núcleo de su imperio, pero después de anexionarse Siria septentrional creyó de más utilidad desplazar el centro de gravedad de su imperio hacia el oeste, dejando de lado Babilonia. No obstante, durante las siguientes décadas la ciudad siguió siendo una referencia en cuanto a la ciencia, las artes y el saber, siendo construidos nuevos edificios de culto y restaurados los antiguos. Sin embargo, el peso del imperio seléucida recayó en el componente griego y macedonio, lo que motivó el descontento de la población local. Hacia mediados del siglo II a.C., la descomposición del imperio seléucida acelera la entrada de elementos extranjeros, esta vez procedentes de Irán. Se trata de los partos, que comienzan a conquistar Mesopotamia en 142/141 a.C. Su dominio, con todo, no fue lo suficientemente fuerte, lo que permitió la creación de pequeños principados e, incluso, la entrada de potencias extranjeras como Armenia. Sin embargo el mayor problema para los partos vendrá del oeste. Roma es ya una potencia en plena expansión y reclama participar del rico botín económico y cultural que supone Mesopotamia. Los tratados entre partos y romanos fijan la frontera entre ambos en el alto Éufrates. La creación de la provincia romana de Syria en el año 64 acabó por separarla de Mesopotamia de manera definitiva, situación que continuará más tarde (115-117 d.C.) con el surgimiento de las provincias de Assyria y Mesopotamia. Objetivo preferente de Roma, Mesopotamia conoce los intentos de Craso, Marco Antonio, Trajano y Adriano por dominarla por completo. A partir del siglo III d.C. entra en la región el imperio neopersa, de tradición aqueménida, que mantiene la capitalidad de su Estado en Ctesifonte -la antigua capital de los partos, a orillas del Tigris-. Mesopotamia sigue teniendo gran importancia desde el punto de vista económico y cultural, pero sus tradiciones comienzan a ser arrinconadas por la entrada de otras nuevas, como el zoroastrismo, en materia religiosa. No cabe duda de que, ya por estas fechas y en adelante, Mesopotamia ve cómo se decide sobre su destino desde el exterior, y su tradición cultural desaparece lentamente difuminada por la llegada de nuevas culturas, la última de las cuales, el Islam, a partir del siglo VII, significará el comienzo de una nueva era.
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Después del fracaso escítico, los persas concentran sus energías en la costa sur, en Tracia y Macedonia. En la costa norte del Egeo, los asentamientos atenienses que conectaban los intereses navales con el acceso a las fuentes de la mano de obra esclava se ven afectados y, en consecuencia, algunas familias de las implicadas en estos mismos negocios se ven arrastradas a tomar actitudes conciliadoras ante los persas. Tal parece haber sido el caso de los Alcmeónidas, lo que tendría repercusiones en la época de la guerra. En Macedonia, la realeza se sometió fácilmente al dominio persa, en una época en que se definían dificultosamente sus señas de identidad, como griegos o bárbaros. Heródoto cuenta varias anécdotas referidas a Alejandro Filoheleno, sobre cómo, a pesar del servilismo que se manifestaba hacia los persas, él había sido capaz de engañarlos, introduciendo unos esclavos cuando habían solicitado la presencia de las mujeres de la corte. Más significativo es el hecho de que sólo tras disputas y controversias lo admitieran como participante en los juegos olímpicos. Más tarde, quiso persuadir a los atenienses para que no ofrecieran resistencia a los persas, pero, al no conseguirlo, quiso que se le tuvieran en cuenta sus muestras de buena voluntad. Así, en el cambio de siglo, el imperio persa se ha consolidado en un sistema de satrapías rígidamente organizado, sustentado en el tributo, al que sirve de apoyo un fuerte ejército conquistador y una administración y una red de comunicaciones muy desarrolladas, punto de partida para nuevas conquistas. Así, el imperialismo persa se caracteriza por hallarse encerrado en el círculo de la constante reproducción como medio de subsistencia y perduración.
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En la época del sucesor de Ciro, Cambises, el imperio experimentó un nuevo crecimiento en las costas mediterráneas, pues, tras haberse puesto en contacto con los fenicios y los griegos de Asia, los persas estuvieron en condiciones de ampliar su campo de acción en el mar, con el uso de la flota de los nuevos pueblos sometidos. En Chipre y la Cirenaica entran en contacto con los sectores más activos de los intercambios mediterráneos. En tales condiciones, los persas se encontraban en disposición de penetrar en Egipto. Aquí reinaba, hasta 526, el faraón Amasis, considerado el último de los grandes faraones, en cuya época los egipcios mantuvieron intensas relaciones con los griegos y los fenicios que estimulaban los intercambios en el Mediterráneo oriental. Como Creso en Lidia, se sintió atraído por los aspectos más notables de la civilización griega y contribuyó a la reconstrucción, tras un incendio en 548-547, del santuario de Delfos. Para Heródoto, se convirtió en un paradigma de esa sabiduría egipcia que debía de servir de modelo a los griegos, de tal modo que, en la alianza que sostuvo con Polícrates de Samos, es el egipcio el prototipo del moderado, el que se asusta ante el exceso de riqueza del tirano y le aconseja desprenderse del objeto más precioso de su posesión, el famoso anillo de Polícrates que luego retornó a sus manos en el vientre del pez de que le hizo obsequio un pescador. Para Amasis, esta excesiva fortuna fue motivo de ruptura, pues no podía dejar de provocar compensatoriamente una enorme desgracia. Samos y Egipto serían igualmente víctimas del imperialismo persa. En Egipto, los persas y Cambises son objeto de una fama contradictoria. Su actitud parece haber sido permisiva, pero también corre el rumor de haberse comportado violentamente con los dioses egipcios, lo que puede relacionarse con el movimiento de rebelión encabezado por Psamético y con la fuente griega, transmitida por Heródoto, tendente a configurar una imagen persa especialmente negativa, mientras que los egipcios gozaban y gozarían de buen prestigio entre los helenos.
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El sarcasmo del título de este cuadro es sólo comparable al de la propia imagen, resumen de la crítica social de Grosz, que abarca a todos. Aparecen representantes de distintas clases con atributos y rasgos que los definen, como en las fotografías de Sander: el burgués, pagado de su condición de alemán; el político, el militar, el periodista y el cura que lo bendice todo indiscriminadamente. La alegoría contemporánea de Grosz está cargada de violencia.
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A la pintura de paisajes puros, soñadora e imprecisa, se opuso en Holanda otra de vistas de los edificios, concreta y precisa. Entre los pintores de arquitectura, los hubo que dejaron una gran impronta sobre el arte de la construcción y la ciencia de la perspectiva, otros sobre la suntuosidad decorativa y la elegancia mobiliar de los interiores. Los propugnadores de la perspectiva científica se consideraban, desde el siglo XVI, eruditos y, por consiguiente, como artistas de rango superior. En las vistas de edificios se impuso Pieter Jansz Saenredam (Assendelft, 1597-Haarlem, 1665), que llegó a ofrecer sus servicios de dibujante al arquitecto y pintor J. Van Campen, sobre todo con sus interiores de iglesias vacías de público y sin mobiliario, de blancos muros encalados, que potencian la visión en profundidad de los planos espaciales y la geometría de las masas y los volúmenes, y declaran la esencialidad definidora de la luz. Su sólido y preciso trabajo, que se puede reconstruir enteramente (siguiendo sus dibujos preparatorios), lleva la marca de la catarsis purificadora del arquitecto-diseñador. Sus pinturas son, en realidad, dibujos reportados a las tablas y, de inmediato, realzados con tintas ligeras. Esta operación entraña tanto la traslación de los detalles arquitectónicos como de la atmósfera que todavía reina entre los muros de los espacios vacíos de las iglesias góticas reestrenadas por los protestantes. Ante la obra de Saenredam, se olvida lo sorprendente que resulta un pintor de arquitecturas que no imagina las construcciones sino que se ciñe al replanteo figurativo de las edificaciones existentes (El antiguo Ayuntamiento de Amsterdam, Amsterdam, Rijksmuseum).Fue en Delft donde Emmanuel de Witte (Alkmaar, h. 1618-Amsterdam, 1692) aprendió a aplicar a los interiores de iglesias realistas de Saenredam los principios de la perspectiva diagonal declarada por los franceses. Con todo, sus interiores de iglesias fueron menos exactos que los de Saenredam (Nieuwe Kerk de Amsterdam, 1656, Amsterdam, Rijksmuseum), porque solía ensamblar entre sí partes de diferentes iglesias góticas o bien las combinaba con elementos de fantasía. Su luz se hace más íntima, más dulce, y los personajes vestidos a la moda del tiempo introducen algunos toques de color en los grandes espacios blancos de las iglesias.Si durante la primera mitad de la centuria, únicamente hubo unos pocos paisajes urbanos de Saenredam, a los que podríamos añadir el par de vistas de Vermeer del sexto decenio, a lo largo de la segunda mitad del siglo Job Berckheyde (Haarlem, 1630-1693), además de los típicos interiores de iglesias, se entregó a la pintura de panorámicas urbanas (Oudegracht de Haarlem, 1666, La Haya, Mauritshuis), en las que inició a su hermano Gerrit (1638-1698), cuyas vistas topográficas, demasiado exactas y precisas, pueden soportarse por la armonía de sus grises y malvas y sus intentos vermeerianos de interpretación atmosférica (El mercado y la Groote Kerke de Haarlem, 1671, Haarlem, F. Hals Museum).
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Tan fuerte personalidad tuvo Praxíteles, y tan elaboradas y perfectas fueron sus obras, que no extraña la pasión que por él sentirían los coleccionistas romanos: para muchos de ellos simbolizaría la escultura clásica aténiense, incluso por encima de Fidias. Y no es casualidad que esa misma función fuese cubierta, en el campo de la pintura, por Nicias, un contemporáneo y amigo de nuestro escultor. Nicias fue, en efecto, quien dio a las más bellas esculturas de Praxíteles su gánosis, su colorido, su perfección tactil; y esa experiencia, que posiblemente tuvo en su juventud, le sirvió de base después en su trayectoria independiente como pintor. Así, es lógico que se le recordase por la delicadeza de sus cuadros de mujeres, y por el interés que ponía en el suave modelado de sus sombras. Incluso se piensa que debió ser el primero o de los primeros en sombrear el cuerpo femenino, añadiendo este perfeccionamiento a los hallazgos de Parrasio y Zeuxis. A la luz de estos criterios, no resulta disparatado pensar que conservamos copias de dos de sus cuadros más famosos. En la Andrómeda vemos cómo Perseo, oscuro como corresponde aún al convencionalismo de la tez masculina, ayuda a bajar a la pálida doncella, delicada como una Afrodita de Praxíteles y vestida con telas armónicas y brillantes. Es curioso ver cómo, a mediados del siglo IV a. C., la pintura ignora aún la perspectiva del suelo, prefiriendo llenar de piedras el paisaje, a la vez que limita el mar a un simple espacio azul, y resalta con fuerza los tonos de los personajes sobre un fondo idealizado, unas rocas claras, casi blanquecinas. Es lo mismo que podemos comprobar en la lo, donde la heroína, guardada por Argo, espera a su liberador Hermes. Fue una obra tan famosa que Augusto y Livia encargaron para su morada del Palatino la mejor copia llegada hasta nosotros. Con ello marcaban una moda: en su época se cubrieron los muros de las casas romanas con cuadros aticistas, que copiaban, exagerándolas hasta la caricatura, las características del estilo de Nicias. Pero Nicias, como Praxíteles, no es sino la punta visible de una escuela numerosa, la que en pintura se suele llamar escuela tebano-ática. Por desgracia, de los demás pintores de este ambiente poco sabemos además del nombre, una o dos características y el título de algún cuadro: ante nosotros desfilan en los textos las sombras de un Nicómaco, de un Arístides de Tebas, del ya conocido Eufránor de Corinto o de otros artistas más, tan famosos en la antigüedad como imposibles de recuperar hoy. Sólo podemos suponer que su arte se reflejaría en algunas copias romanas como la Entrega de Briseida hallada en Pompeya o el Sacrificio de Ifigenia reproducido en un famoso mosaico de Ampurias. Porque a estas alturas del arte griego, ya resulta dificilísimo hallar reflejos de la gran pintura creativa en la cerámica de figuras rojas ática, a punto de extinguirse: sólo alguna que otra vasija del llamado estilo de Kerch es capaz aún de sugerimos la armonía de una figura o el leve equilibrio de una composición de la época, haciéndonos soñar con tantas obras perdidas.