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Desarrollo


Los premios, por sus repercusiones académicas, juegan además un papel importante en la enseñanza artística, al ser uno de los requisitos imprescindibles para poder concursar a las plazas del profesorado de las Academias y las Escuelas de Artes y Oficios. Objetivo de muchos artistas y de la mayoría de los expositores, denunciado frecuentemente por la prensa como una de las causas del estancamiento del arte, en general, y de las exposiciones, en particular, porque, al necesitar de esos premios, los jóvenes artistas difícilmente osaban contravenir los cánones establecidos. Aparte de explicar muchas de las suspicacias levantadas por los fallos del jurado, y las protestas y descalificaciones de los que con ellos veían comprometidas sus aspiraciones académicas. Igualmente repercutirá en el futuro de las exposiciones el número de premios concedidos. Cuestión que, en realidad, escondía el dilema de si las exposiciones debían mirar primordialmente por el progreso del arte o, por el contrario, debían ser, ante todo, una solución particular para la situación de los artistas españoles. Los críticos, en general, desde un principio se mostraron partidarios de la primera premisa, encontrando el número de premios reglamentarios suficiente y hasta excesivo. Por contra, los artistas y, consecuentemente, los jurados, desde que en ellos tuvieron mayoría, pidieron repetidamente la ampliación de las medallas. Petición generosamente atendida, como lo prueban tanto las cifras absolutas -sólo en pintura 652 medallas concedidas frente a las 255 reglamentarias-, como las relativas, pues entre medallas, condecoraciones y consideraciones los premios alcanzaron a una sexta parte de las obras presentadas y a casi una cuarta parte de los expositores.

Lo que, sin duda contribuyó considerablemente a la desvirtuación de su valor -máxime si se tiene en cuenta su repercusión académica- hasta el punto de que en 1890 un periódico ponía en guardia contra esta abundancia, no fuera que, advertía irónicamente, sucediera como con la mayor parte de las cruces, que la verdadera distinción consiste en no tenerlas. Consecuentemente se desencadena una batalla para suprimirlos, proponiendo como única y válida alternativa el simple reconocimiento público y la inmediata adquisición de las obras. Sin embargo, aunque parte de la Administración competente era favorable a estas medidas, contempladas ya en un fallido reglamento de 1867, la presión de los artistas logró mantener la situación ficticia de un arte oficial privilegiado, cada vez más alejado del que creadores independientes, entre los que, por cierto no faltaban españoles, estaban experimentando en otros países, más concretamente, en París.

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