La arquitectura griega vendrá determinada por el equilibrio, el orden, la proporción y la medida. El material preferido será el mármol, cortado a la perfección para formar sillares con los que se levantarán los edificios que en su mayoría son adintelados, a pesar de conocer el arco. El monumento más importante para los griegos es el templo y allí se crearon los órdenes clásicos, la sucesión de las diferentes partes del soporte y de la techumbre según tres estilos diferentes denominados dórico, jónico y corintio. El orden dórico es el más austero y sobrio de los tres. Se eleva sobre unas gradas desde donde arranca directamente el fuste decorado por unas veinte estrías unidas a arista viva, ensanchándose ligeramente en la parte central. El capitel está formado del equino, especie de almohadilla sobre la que descansa el ábaco, paralelepípedo de base cuadrada. Sobre el capitel se desarrolla el entablamento que tiene tres partes: arquitrabe, friso y cornisa. El arquitrabe es liso mientras que en el friso encontramos triglifos (estrías verticales) y metopas (espacios decorados con relieves). La cornisa carga en saledizo sobre el friso; al ser la cubierta a dos aguas se forma en las fachadas el frontón, en cuyo tímpano aparecen relieves. El orden jónico es más esbelto y femenino. El fuste descansa sobre unas molduras denominadas basa; 24 estrías que finalizan en redondo decoran el fuste que acaba con un hilo de perlas llamado contario. El capitel consta del cimacio decorado con ovas y flechas sobre el que descansan las volutas, elemento definitorio del orden jónico. El arquitrabe está formado por tres fajas que avanzan progresivamente mientras que el friso está decorado con relieves. La cornisa es similar al orden dórico. El orden corintio sigue las normas del jónico, incorporando novedades en el capitel. El cuerpo troncocónico tiene forma de cesto adornado con hojas de agua, caulículos y rosas debido a una leyenda que narra cómo la diosa Gea quiso homenajear a una joven doncella fallecida. Sus familiares depositaron el cesto de labor sobre su tumba e inmediatamente empezaron a crecer de él una doble fila de hojas de acanto y cuatro parejas de tallos que se enrollan sobre si mismos, situándose sobre el conjunto una rosa o palmeta. Presente el platero Calímaco en este "milagro" decidió plasmarlo, dando lugar al capitel corintio. En algunas ocasiones el fuste de la columna es reemplazado por figuras. Si son masculinas se denominan atlantes o telamones mientras que si se trata de figuras femeninas se llaman cariátides.
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Bajo la autoridad califal debería haberse organizado políticamente una sociedad ideal, tal como la que imaginaba al-Farabi en el siglo XI al escribir sobre la ciudad perfecta. La realidad fue muy diferente, ante todo por la necesidad de articular administrativamente las relaciones entre poder político y sociedad, tarea en la que también fue imprescindible heredar situaciones y ejemplos de tiempos anteriores hasta llegar a la madurez, en tiempos de Harun al-Rasid y al-Ma'mun: los servicios principales u oficinas (diwan) eran la cancillería, el correo y el tesoro, y a su frente había diversos secretarios (katib, plural, kuttab) que a veces recibían el titulo o rango de visir (wazir) aunque hasta mediados del siglo IX no parece que haya habido un Gran Visir al frente de toda la administración en cuanto fuera la voluntad del califa. El gran visir, el gran cadí de Bagdad y el emir o jefe del ejército, formaban la cúspide del poder, sin una especial limitación de tiempo o fijación minuciosa de competencias.
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En marzo de 1945, se podía leer en una pared del Berlín semidestruido un "graffiti" que decía: "Aprovechaos bien de la guerra porque la paz va a ser terrible". El consejo era estúpido, pero el autor no se equivocaba. No se trata de referirse aquí de nuevo a las pérdidas territoriales sufridas por Alemania, pero sí a otros padecimientos. Si los soldados rusos violaron y asesinaron más que en otras latitudes fue porque creyeron que tenían plena razón para hacerlo así y porque ellos mismos habían sufrido un trato parecido. Los testimonios, por ejemplo, de violaciones -se han llegado a contabilizar dos millones- han sido recogidos por figuras del mundo literario como, por ejemplo, Solzhenitsyn. El punto de partida de la Alemania de la posguerra estuvo constituido, pues, por los desastres de la guerra. Además, algunas de las más completas destrucciones de ciudades tuvieron lugar en los últimos meses de la guerra: éste fue el caso de Dresde, Koenigsberg o Breslau. De los diecisiete millones de alemanes que vivían en los territorios del Este, algo más de tres murieron por la guerra o las expulsiones en la fase bélica final; apenas dos millones permanecieron en los lugares donde vivían y el resto -más de diez- se refugió en las regiones occidentales. Y, sin embargo, como aseguró cuarenta años después el presidente de la RFA, Richard von Weizsacker, el final de la guerra equivalió a una liberación. No todos lo admitieron: el historiador Ernst Nolte recordó que no se podía hablar de liberación cuando Alemania había perdido una cuarta parte de su territorio y que no se liberaron los propios alemanes, sino que la liberación les fue impuesta. La propia idea de que existía, en cierto grado, una culpa colectiva fue minoritaria. Lo más justo quizá sea decir, como escribió Thomas Mann, que no había dos Alemanias: la mala era igual que la buena, aunque hubiera perdido el rumbo y fuera culpable. Ya el norteamericano Kennan, desde comienzos de 1945, había aconsejado aceptar como un hecho irreversible que Alemania quedaría dividida en dos. En la etapa de ocupación, los norteamericanos esbozaron actitudes que tenían algo de racistas: para algunos, el deseo de guerra estaba tan profundamente enraizado en los alemanes como el deseo de libertad entre los norteamericanos. Un documento oficial aseguraba que había que tratar a Alemania como una nación enemiga vencida. Pero esta situación fue superada muy pronto. Hoover le planteó muy oportunamente la alternativa a Truman: se puede tener la venganza o la paz, pero no las dos a la vez. Los aliados democráticos optaron por la segunda. Alemania debía ser castigada y lo fue mediante la mutilación territorial -la comparación más pertinente sería la de una España que hubiera perdido Andalucía- y los juicios de Nuremberg, pero también hubo procesos de personas responsables de delitos no tan grandes. Las reparaciones, por su parte, afectaron de forma especial a los residentes en la zona oriental, a los que se impidió disponer de unos medios que eran imprescindibles para su subsistencia, pero también hubo reparaciones, muy inferiores, en la zona occidental. Los juicios de personalidades inferiores a los grandes gerifaltes del nazismo fueron realizados en primer lugar por tribunales militares aliados y concluyeron en procesos contra 5.006 personas de las que 794 fueron condenadas a muerte y 486 ejecutadas. Además, los aliados incluyeron en la legislación penal alemana sanciones contra los "crímenes contra la Humanidad" o "crímenes de guerra", lo que permitió aplicar penas retroactivas para delitos que originariamente no existían. A fines de 1950, se habían dictado 5.228 condenas, pero en su mayor parte se referían a delitos menores (sólo en un centenar de casos se trataba de asesinatos). En 1950, la competencia definitiva sobre estos delitos fue transferida a los tribunales alemanes, que tan sólo condenaron a 628 personas, en su mayor parte guardianes de campos de concentración. A fines de 1955, prescribieron todos los delitos menores y sólo fue posible perseguir los delitos de asesinato con premeditación. No obstante, la protesta de algunos intelectuales hizo que en 1958 se creara un servicio de investigación de los crímenes nazis e incluso que se prolongara el tiempo de prescripción de los delitos de asesinato. Alemania, a partir de este momento pero también en épocas posteriores, ha indemnizado a quienes sufrieron las consecuencias de la barbarie nazi. En cuanto a la desnazificación de la Administración, en un principio llegó a ser tan masiva que 100.000 funcionarios fueron expulsados de sus puestos tan sólo en Baviera, mientras se repartían millones de cuestionarios para llevarla a cabo. En la práctica, finalmente tan sólo 58.000 funcionarios fueron expulsados de sus puestos. La desnazificación moral se llevó a cabo de forma plena, de modo que tan sólo un 10% de los alemanes afirmaba, a fines de los años cuarenta, de acuerdo con las encuestas, que Hitler era el mayor estadista alemán de todos los tiempos. La primera elección democrática tuvo lugar en Alemania en un pueblecito bávaro en agosto de 1945. Afortunadamente, había todavía dirigentes de la época precedente que fueron utilizados por los aliados para ponerlos al frente de los Gobiernos regionales que se crearon en las zonas de ocupación y siempre hubo la idea de que todos los puestos políticos serían ocupados, llegado el momento, por elección. Las políticas de las diversas potencias ocupantes variaron un tanto: mientras los norteamericanos apenas intervinieron en esos Gobiernos, los británicos sí lo hicieron y los franceses llegaron a mostrar aspiraciones anexionistas sobre el Sarre. Cuatro partidos fueron aceptados por los ocupantes: Comunista, Democristiano, Liberal y Socialdemócrata. Con esos cuatro polos, que correspondían a otros tantos modos de entender la vida, se organizó la vida política en manifiesta ruptura con respecto al pasado. Gran parte de sus dirigentes, como Adenauer y Schumacher, había pertenecido a la oposición al nazismo. En septiembre de 1945, tan sólo cuatro meses después de haber acabado la guerra, se anunciaron las primeras elecciones generales que se llevaron a cabo en 1946. Los dos grandes protagonistas de la política alemana de la posguerra fueron Konrad Adenauer y Kurt Schumacher; la paradoja es que el conservador fue el más propicio a una política de apertura hacia el exterior y de crecimiento económico que cambió la sociedad alemana mientras que el socialista fue proclive a posiciones nacionalistas. Adenauer había sido en 1917 un muy joven alcalde de Colonia y en los años veinte era ya una de las figuras más importantes del partido de Centro. Al final de la guerra, tenía ya 69 años y, al abandonar la cárcel de la Gestapo, sus carceleros temieron que pudiera suicidarse, pero todavía tenía una larga vida por delante. Caracterizaron a Adenauer una infatigable energía, una enorme capacidad de trabajo y una voluntad de combate incluso en los momentos más difíciles. Su vida puede ser descrita como un drama permanente o como una continua lucha, de la que nunca estaba por completo satisfecho. Su absoluta carencia de preocupación ideológica no se contradecía con firmes principios, algunos de ellos enfrentados con respecto a lo admitido por la mayoría. La dureza de su carácter, nacida del sufrimiento, le llevó a ser destituido por los británicos -como lo había sido antes por los nazis- por defender sus ideas. Su mujer falleció en 1948 como consecuencia de las penalidades sufridas y él mismo hubiera muerto de no ser por la rapidez del avance de los norteamericanos; había sido detenido varias veces durante el período nazi, pero eso no le hizo proclive a pensar en la existencia de una culpa colectiva de los alemanes acerca del nazismo. En los años de obligada pasividad adquirió una conciencia absoluta de que la división de Europa era inevitable y de que la suya era la "parte libre" de Alemania que debía reconciliarse con Francia. La CDU que presidió fue un partido que partía de la compatibilidad entre protestantes, conservadores y liberales y católicos, y que se abrió también a corrientes sociales. Kaiser, un sindicalista, representó una tendencia de socialismo cristiano muy influyente durante algún tiempo. Por su parte, Kurt Schumacher era en muchos aspectos diferente de Adenauer: prusiano, era partidario de un Gobierno fuerte frente al federalismo del renano. Había pasado doce años en campos de concentración nazis. Fue siempre muy nacionalista y, por ello, menos europeísta y estaba dotado de un sentido del humor y de un calor humano de los que carecía Adenauer. Los problemas de reconstrucción eran, en 1945, gravísimos. Berlín, que con cinco millones de habitantes era en 1930 la mayor ciudad del continente europeo, sólo tenía en estos momentos tres. En ese año, un tercio de los nacidos en la antigua capital moría a causa de la precariedad de las condiciones de vida allí existentes. Antes de la guerra, las zonas más productivas desde el punto de vista alimentario habían sido las situadas en el Norte y la destrucción de los medios de transporte tuvo efectos devastadores sobre el aprovisionamiento, hasta el punto de que la cifra de calorías en la alimentación se redujo a tan sólo un tercio del nivel considerado normal. En 1946, la media de la producción en las zonas administradas por los anglosajones fue algo superior a un tercio y sólo en 1948 se llegó al 60% de las cifras de la preguerra. En 1946, empezaron a tomarse decisiones que hicieron posible la recuperación económica. Puesto que los soviéticos no daban cuenta de las reparaciones que obtenían a base de desmantelar fábricas en la zona oriental, en la occidental dejaron de admitirse nuevos desmantelamientos. El invierno de 1947 se vio acompañado por las temperaturas más bajas del siglo en el centro de Europa, pero fue ya entonces cuando Alemania comenzó a percibir el cambio en la política norteamericana. Los aliados crearon un Consejo de 52 miembros, elegidos por los Parlamentos regionales, que empezó a funcionar en junio. En él ya jugó un papel de primera importancia Ludwig Erhard, un hombre ya de edad que había desempeñado un papel en el Gobierno bávaro y fue luego profesor en Munich. Su mérito fue oponerse las tendencias estatificadoras que no sólo dominaban entre los socialistas sino en parte de los sectores democristianos y entre los propios ocupantes, en especial los británicos. Fue él quien patrocinó las disposiciones fundamentales que estuvieron en el origen de la recuperación económica alemana. Consistieron en una reforma monetaria que introdujo un nuevo signo monetario -el "deutsche mark"-, la abolición del racionamiento y, en general, de todas las restricciones. Su política fue, por consiguiente, la de una economía de mercado, frente a lo que resultaba habitual en la política económica de una época en que incluso la democracia cristiana había propuesto la nacionalización de la industria pesada. Las reformas hicieron desaparecer el mercado negro, pero afectaron gravemente a los ahorradores. En 1952, una ley de reparto de cargas pretendió establecer algún sistema de compensación. Los propietarios de bienes raíces, en cambio, apenas se vieron afectados por las medidas. Las tesis económicas de Erhard eran coincidentes con las de un grupo de economistas, entre los que figuraron Ropke, Eucken y Hayek, partidarios de "un orden social y económico fundamentalmente libre, pero también socialmente responsable, asegurado por un Estado fuerte". La reforma monetaria no sólo tuvo unas importantes consecuencias desde el punto de vista económico, sino también desde el político. Los países europeos occidentales habían llegado ya a la conclusión de que Alemania tenía que regirse con un Gobierno propio. La nueva moneda hizo inevitable la división de Alemania y provocó, como respuesta soviética, el bloqueo de Berlín. Pero la URSS había violado de forma sistemática los principios del Gobierno cuatripartito de Alemania y el principio de la libre determinación de los pueblos. Continuando con el proceso de construcción de un Estado, en septiembre de 1948 se reunió en Bonn una Asamblea constituyente. La organización política de Alemania estaría basada en una Ley Fundamental y no en una Constitución propiamente dicha, con el fin de subrayar una condición de provisionalidad derivada de que sólo una parte de los alemanes podían pronunciarse. Las diferencias entre los partidos se manifestaron considerables y dieron lugar a acuerdos muy peculiares: la segunda Cámara o Bundesrat fue producto de la voluntad coincidente de CSU -democristianos bávaros- y SPD. La ley básica, aprobada en mayo de 1949, no fue el producto de un esfuerzo reaccionario por volver al pasado ni de una presión norteamericana sino la consecuencia de un profundo deseo de estabilidad, cambio y paz de todos los alemanes. Entre 1949 y 1955, transcurre la primera etapa en la existencia de la República Federal. La única oposición importante a la Ley Fundamental la presentaba la CSU, enfrentada al exceso de poder otorgado al Gobierno central, pero acabó aceptándola. La misma elección de Bonn como capital federal derivó del voluntario carácter de provisionalidad que quiso dársele al nuevo Estado. Los colores de la bandera fueron los de los demócratas nacionalistas alemanes del siglo XIX, como había sido durante la República de Weimar. Las primeras elecciones legislativas tuvieron lugar en agosto de 1949, después de la aprobación de una ley electoral en la que la posibilidad de un doble voto permitió siempre la existencia de un pequeño Partido Liberal. Desde un principio, la contienda electoral se centró entre la CDU y el SPD, que obtuvieron el 31 y el 29% del voto, respectivamente, mientras que el FDP logró el 11%. Esos resultados demuestran que existió la posibilidad de una gran dispersión parlamentaria, como había sucedido en la República de Weimar, pero ya en 1957 los demás partidos no superaron el 10%. La abundancia de repatriados hubiera posibilitado que se formara un partido formado exclusivamente por ellos, pero de hecho el Parlamento vino a mostrar el mismo esquema de proporciones que se daba en la sociedad. Adenauer pudo gobernar gracias a la colaboración con los liberales, a los que pertenecía el primer presidente, Heuss; por otro lado, habiendo sido los temas económicos fundamentales en la campaña electoral, resultaba lógico que no quisiera coligarse con los socialistas. Su política estuvo dirigida a vincular Alemania a Occidente, como si temiera por la actitud de sus compatriotas. Consiguió su primera mayoría por un solo voto, pero proporcionó a Alemania una dirección firme, clara, imaginativa y realista. Adenauer era Der Alte -El Viejo- y siempre estuvo rodeado de un excepcional respeto. Los dirigentes del SPD, sin embargo, llegaron a decir que Adenauer actuaba como si se tratara de la quinta potencia ocupante. Como consecuencia de los acuerdos de Petersberg, en noviembre de 1949, la República Federal de Alemania fue reconocida como Estado independiente por los aliados occidentales. Sólo la autoridad de Adenauer permitió que el país se rearmara porque el punto de partida al respecto fue muy negativo, pues dos tercios de la población se negaba a una medida como ésta. El protestantismo alemán estuvo a punto de dividirse al respecto y hubo ministros que abandonaron el Gobierno mientras que el SPD llevó la cuestión al Tribunal Constitucional. Éste, por su parte, jugó un papel político importante cuando tomó la decisión de expulsar de la legalidad democrática a un pequeño partido neonazi en Sajonia y, después, al partido comunista. En 1952, Stalin hizo una propuesta con respecto la reunificación alemana y una parte de la clase política alemana -incluso de la CDU- consideró que era sincera. Pero Adenauer no aceptó. Su firme política prooccidental, dispuesta a la integración en la Comunidad Europea de Defensa, permitió el cese de la ocupación y la integración del país en la OTAN y en el Tratado de Bruselas. Al mismo tiempo que se integraba en Europa, la RFA, saldando cuentas con su pasado, aplicó una política tendente a la indemnización por los crímenes cometidos por los nazis. Alrededor del 15% de las importaciones de Israel procedían de Alemania, que suscribió también pactos indemnizatorios con un total de dieciséis países. Los grandes inconvenientes de la economía alemana al comienzo de la posguerra no residían tanto en la destrucción de los bienes de capital como en el problema de las comunicaciones y la división del país en dos. Pero, establecidos los principios de la economía social de mercado gracias a la política de Erhard, la recuperación fue mucho más rápida de lo esperado. La construcción de viviendas, estimulada por una disposición de 1950, fue uno de los principales motores de la economía. A partir de 1955 y durante toda la segunda mitad de la década, el crecimiento anual alemán fue ya superior al 7%.
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Madrid es la capital de España desde el siglo XVI, cuando Felipe II decidió trasladar definitivamente la Corte allí, desde Toledo. Está situada al sur de la Sierra de Guadarrama, a orillas del río Manzanares, y el núcleo urbano cuenta con unos 4 millones de habitantes, aumentando ostensiblemente si se incluye la periferia de la ciudad. Se trata de la capital europea a mayor altitud, ya que está situada a 655 m., aproximadamente. El origen de Madrid, al igual que sucede con otras muchas ciudades, está envuelto en el misterio y la leyenda. Desde los siglos XVI-XVII, los cronistas de la nueva capital quisieron retroceder su fundación diez siglos antes de la de Roma, rondando, por lo tanto, los cuatro mil años de antigüedad. Eran teorías que tenían la intención de emular la historia de otras ciudades europeas y cuyo rigor científico era escaso o nulo. Así, se decía que Madrid fue fundada por Ocno, príncipe griego hijo de la diosa Manto y de Tiber, rey de Toscana, bautizándole con el nombre de Mantua; este mismo origen se lo dio Virgilio a la Mantua italiana. Otros creen que el origen de la capital de España es griego, apoyándose en la teoría de un dragón que aparece esculpido en la Puerta Cerrada o Puerta de Moros. Por último, hay quienes llamaban a la ciudad en sus orígenes Ursa (osa, en latín), debido a la abundancia de osos en la sierra madrileña. Este animal, junto con el madroño, son, desde la época medieval hasta la actualidad, el símbolo de la ciudad. Las investigaciones históricas han llegado a la conclusión de que el nombre "Madrid" nace con la fundación árabe de la ciudad y significaría "madre de agua abundante". Tras ser reconquistada por los cristianos se castellanizó, convirtiéndose en Magerit primero, Madrit después y, finalmente, Madrid. Desde un punto de vista arqueológico, se puede afirmar que los restos más antiguos encontrados se hallan en las orillas del Manzanares, del Terciario (20 millones de años); dichos restos son de animales de gran tamaño, localizados en lo que hoy sería el Paseo de las Acacias. Los primeros restos humanos se han fechado en el Paleolítico inferior y medio, hace unos 500.000 años aproximadamente, cerca de las terrazas del Manzanares, en silos excavados cerca de la actual calle Segovia; esta zona se caracterizaba por la abundancia de agua, bosques, animales, etc. De momento no se tienen muchos vestigios de etapa prehistórica, aunque se están llevando a cabo excavaciones arqueológicas por toda la región. Tampoco del periodo de ocupación romana han quedado demasiados restos arqueológicos; se ha conservado cerámica sigillata romana, algunas estelas funerarias cerca de la iglesia de Santa María y fragmentos de pavimentos de mosaico, expuestos actualmente en el Museo Municipal. Se piensa que quizás la palabra Madrid pudiera tener una raíz latina relacionada con el nombre de Miaccum, procedente de la voz hebrea Miakud, palabra que haría referencia a sus "murallas de pedernal cercadas fuego". Por último, también se cree que Madrid podría haberse llamado en época romana Ursaria, por la gran cantidad de osos que había en la región. Los visigodos estuvieron asentados también en Madrid, aunque son muy escasos los restos encontrados, algunas joyas de oro, pero ni documentos ni edificaciones se han conservado hasta la actualidad. Se piensa que el asentamiento visigodo se localizaba en los alrededores de la actual calle Segovia, cerca del río y con abundancia de recursos. Era un paraje inmejorable, las edificaciones se levantarían a lo largo del curso del arroyo, con las callejuelas y casas encaramándose en las laderas de los dos cerros, tanto hacia el norte como al sur.
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Pocas ciudades del mundo han albergado tantos acontecimientos y han dado lugar a cambios de rumbo en la Historia como la ciudad de París. Fue probablemente fundada por el pueblo galo, concretamente los parisii (300 a.C.), quienes se asentaron en la orilla izquierda del río Sena, concretamente en la Île de la Cité. Sin embargo, pronto se produjo la llegada de los romanos (50 a.C.) conducidos por Julio César que, en su "De Bello Gallico", la llama repetidamente Lutecia Parisiorum. Las continuas amenazas bárbaras provocaron el traslado del núcleo urbano hacia la Île de la Citè, desde donde inició su lento crecimiento a ambos márgenes del río. El saneamiento de las áreas pantanosas situadas a los lados del río y la colonización, debida a la actividad de los monjes Saint-Genevieve, Saint-Germain-des-Prés y Saint-Denis fueron la premisa necesaria para el desarrollo de la ciudad. La presencia romana duró hasta el siglo V, cuando los grupos germánicos dirigidos por el rey Clodoveo I la conquisten (508), nombrándola capital y dando inicio la dinastía Merovingia. También se asentaron aquí los Carolingios. París llegó a ser la verdadera capital cuando Hugo Capeto fundó, en el año 987, una nueva dinastía y la ciudad alcanzó un rango e importancia que no ha vuelto a perder. Con la dinastía de los Capetos pasó de ser un burgo comercial y manufacturero a un gran centro de interés nacional e internacional. La ciudad fue extendiéndose progresivamente por la orilla derecha del Sena. El crecimiento no fue solamente urbanístico sino también cultural y, con la ascensión al trono de Felipe II Augusto, alcanzó uno de los momentos de máximo esplendor gracias a la fundación de la Universidad de París (1215). Pocos años antes se habían iniciado las obras de la Catedral de Nôtre-Dame (1163). Bajo el reinado de Luis IX "El Santo" se construyó la Sainte Chapelle y en los primeros años del siglo XIII se empezaba la construcción del primitivo castillo del Louvre. Toda esta expansión se vio frenada con la subida al poder de una nueva dinastía, los Valois, con quienes se vivió uno de los momentos más tristes para la ciudad; en 1358 tuvo lugar una revuelta conducida por el jefe de los mercaderes parisinos, Etienne Marcel. La Jacquerie, nombre con el que fue bautizado el levantamiento, buscaba poner bajo control parlamentario a la Corona. Este hecho, unido al descontento parisino de las clases más populares tras la Peste Negra (1348) y el inicio de la Guerra de los Cien Años (1337-1453) contra Inglaterra desembocó en los acontecimientos de 1358, cuando un contingente integrado por unos 3.000 artesanos, capitaneados por E. Marcel, asaltó el Palacio Real, asesinando a algunos de los principales asesores de Carlos V y estableciendo un gobierno revolucionario de carácter comunal. Sin embargo, éste duró sólo unos meses, fracasando en su intento de aunar los intereses de los grandes comerciantes y en su búsqueda de apoyos entre las ciudades flamencas. Ese mismo año caía asesinado E. Marcel, restaurándose la monarquía. Carlos V logró restablecer el orden erigiendo entre otras obras la prisión de la Bastilla, que jugará un papel muy importante durante la Revolución Francesa. Los últimos años de Carlos V están marcados por su progresiva locura. Las responsabilidades del poder real son compartidas entre los tíos del rey y su hermano, el duque Luis de Orleáns. Pronto surgió un conflicto entre ambas facciones, dando lugar a una lucha civil (1407-1415): los Armagnacs y los Borgoñones. Ambas partes tampoco se ponen de acuerdo respecto a la guerra contra Inglaterra, pues los primeros son partidarios de continuarla y los segundos de firmar un armisticio. Las luchas dieron lugar, finalmente, a la ocupación de Francia de los ejércitos ingleses guiados por Enrique VI, quien fue coronado en la Catedral de Notre-Dame como rey de Francia (1430). Siete años después Carlos VII recuperaba formalmente París, previa liberación de Orleáns llevada a cabo por Juana de Arco, quién demostró que los ingleses podían ser vencidos (1429). La situación, sin embargo, no mejoró sustancialmente en la capital, donde se siguieron produciendo nuevos tumultos y revueltas, alternados con pestes y epidemias.
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En el transcurso del Preclásico Tardío las figurilllas se diferencian de un sitio a otro de Mesoamérica, definiendo estilos de manufactura. Como consecuencia de una mayor experiencia en el manejo de la arcilla se incorporan tocados y decoraciones cada vez más complicados, que sirven a los antropólogos para reconstruir diversos aspectos de una sociedad cada vez más jerarquizada. La figura femenina se perfila con más precisión, las piernas y las caderas continúan abultadas, y se marcan también el sexo y los senos, de manera que la fertilidad continúa siendo el problema fundamental, pero se incorporan adornos, brazaletes, tatuajes y rasgos personales, que evidencian diferencias de poder y de status. El Formativo Tardío manifiesta un superior autoctonismo evolutivo, ya que ahora no existe conexión alguna con la cultura olmeca. Los estudios de patrón de asentamiento muestran con claridad que continúa el aumento demográfico y la complejidad cultural. El hecho más significativo es el paso desde las aldeas campesinas sin apenas estructuras internas jerarquizadas a los centros estratificados, por ejemplo, Cuicuilco y Teotihuacan en el Centro de México. Con una población próxima a los 20.000 individuos, construyen diferentes recintos urbanos, algunos de ellos de función pública. Finalizan las obras de la gran pirámide circular de Cuicuilco, con cuatro niveles de talud y dos rampas de acceso que, supuestamente, sostuvo en su parte más alta una estructura cónica de carácter templario. Teotihuacan inicia un gran desarrollo en el centro de México fundamentado en innovaciones tecnológicas de carácter hidráulico, que permiten un considerable aumento en la productividad de las tierras y con ello la nucleación de la población. Ambos centros son cabeceras de jefaturas que dominan otros sitios del valle y están enfrentados, de modo que en sus fronteras se levantan asentamientos en lo alto de colinas, denominados centros Tezoyuca. La erupción del volcán Xitli cubre la mayor parte de Cuicuilco hacia el año 50 a. C., y sus pobladores se dispersan por el sur de la cuenca. Esto permite que Teotihuacan quede como centro de integración en el valle, de manera que al final de la etapa -durante la fase Tzacualli- se traza el plano básico de la ciudad con la Calzada de los Muertos y la Avenida Este, se inicia la construcción del Templo del Sol y otros grandes edificios y se produce en poco más de 100 años un fenómeno migratorio sin precedentes en Mesoamérica, mediante el cual se concentran en la ciudad unos 60.000 individuos y se despuebla el campo; un interesante fenómeno urbano que trataremos en el período Clásico. Desde los comienzos del Formativo Tardío, la capital zapoteca alberga unos 17.000 habitantes. Ello hace que se aterracen las colinas circundantes para colocar casas y talleres. La nucleación de la población se refleja en el aumento constructivo en torno a la Plaza Principal del sitio. La Plataforma Norte sufre remodelaciones y el número de Danzantes en el Edificio L llega a 320, recalcando la importancia de las victorias militares.
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La historia de Toledo arranca en la Edad del Bronce (1800 - 1200 a.C.), en el área del llamado Cerro del Bu, donde los arqueólogos han encontrado restos de ocupación humana. Se trataba de un emplazamiento natural, elevado y protegido, situado en la zona de paso del Tajo, lo que permitía cubrir fácilmente las necesidades de agua y alimento. Por lo tanto, el Cerro del Bu era un lugar ideal para protegerse de posibles ataques y para la subsistencia de estos primeros pobladores. A pesar de estar paralizadas las excavaciones arqueológicas en este momento, lo hallado hasta ahora deja entrever estructuras y construcciones fortificadas, además de gran cantidad de restos materiales en forma de utensilios y armas, muchos de ellos fabricados en bronce, plata u oro, lo que nos da una idea de la riqueza existente en la zona. En su mayoría se trata de adornos de personajes preponderantes y con mayor importancia dentro del asentamiento, lo que denotaría una incipiente jerarquización social. Los numerosos restos encontrados en las excavaciones se pueden visitar en el actual Museo de Santa Cruz. Otros, sin embargo, tratan de atribuirle a la fundación de Toledo un carácter legendario y mitológico; Túbal o Hércules podrían ser sus fundadores, aunque otros autores afirman que dicha fundación habría sido griega. Las construcciones donde habitaban estaban cubiertas por techumbres fabricadas a base de materiales vegetales recubiertas, a su vez, por una capa de barro, para hacerlas impermeables al agua. El principal sustento alimenticio de estos primeros pobladores era la agricultura, muy fértil gracias a la cercanía del río Tajo; la caza y la pesca completaban la dieta. Poco a poco, el primitivo asentamiento fue creciendo progresivamente hasta superar la ribera del río y ocupar el cercano promontorio donde hoy se alza el Alcázar. Las noticias posteriores que se tienen de Toledo se remontan ya a los siglos IV-III a.C., con la llegada de los celtíberos a la Península, cuando pasó a ser un importante centro carpetano. Las evidencias arqueológicas dan fe de la importancia que fue adquiriendo gracias a su estratégica posición y fácil defensa, además de un entorno geográfico favorable, con agua, pastos, tierras favorables para la agricultura y bosques.
obra
En las costas de Irlanda hace muchos años vivían las sirenas. Sus cantos se dejaban oír desde la orilla y en ocasiones se acercaban a ella. Una de las sirenas se enamoró de un atractivo joven que vivía en la costa. Al atardecer, la sirena se acercaba a la orilla para intentar seducir a su amado pero éste se marchaba sin hacerle mucho caso, dejando a la pobre sirena llorando y suplicando durante toda la noche, hasta que sus cabellos de oro eran empapados por sus lágrimas. El cielo se compadeció de ese constante amor no correspondido y la transformó en arpa para que, de esa manera, el muchacho la tomara en sus brazos. Las formas de la sirena se arquearon para formar el cuerpo del arpa y sus cabellos dorados cayeron sobre sus brazos para formar las cuerdas. De esta manera nació el arpa. En esta leyenda se inspira Daniel Maclise, la figura principal del revival irlandés, para realizar esta obra hacia 1842. Al margen del tema alegórico, el pintor nos muestra una sensual figura femenina desnuda, eligiendo el momento en el que la sirena llora desconsoladamente en las cercanías de la costa, iluminándola por los primeros rayos del sol que vemos en el fondo de la composición. El dibujo es muy correcto y la figura muy delicada, destacando la curva del cuerpo que recuerda a los modelos griegos de Praxíteles. El aspecto romántico de la escena parece preludiar el simbolismo de épocas posteriores.
contexto
En el curso del año 1891, algunos de los escasos campesinos que vivían cerca del modesto santuario dedicado a la memoria del profeta Daniel, a orillas del Chaur, un riachuelo afluente del Karum, permanecían sentados en cuclillas y silenciosos sobre una de las cuatro colinas de Sus, observando el ir y venir de un curioso personaje. Vestido con una levita oscura y tocado con un gorro de piel, un alto y barbudo europeo subía y bajaba las colinas, inclinándose para recoger fragmentos de cerámica, ladrillos o cualquier cosa que llamara su atención. Cierto que no era el primero que veían por allí. No hacía sino cuatro años que un matrimonio francés, que había vivido con ellos algún tiempo, se marchó llevándose lejos un capitel de piedra y los guerreros de un muro de ladrillo. Pero éste, con su enérgico andar, su hablar para sí y su llamativo aspecto, les sorprendía sobre todos. Jacques de Morgan (1857-1927) -pues así se llamaba el estudioso-, se detuvo al pie de la mayor de las colinas de Sus, cuyos 38 metros de altura le dejaron sin respiro. Al ir a comenzar la ascensión, sus ojos repararon en unos sílex. Tras recogerlos cuidadosamente, los envolvió en un pañuelo y continuó su marcha pensativo. Si en su excavación de los años 1884-86 los esposos Dieulafoy habían documentado un palacio de Artajerjes II (404-359 a.C.), aquellos sílex suponían que allí, en la antigua Susa y bajo aquel enorme tell, podía hallarse toda la historia del antiguo Irán desde los orígenes del hombre. Jacques de Morgan se frotó las manos satisfecho. Años después, el 18 de diciembre de 1897, un J. de Morgan feliz comenzaba la excavación sistemática de una de las más célebres ciudades del Irán. Cuando en 1907, y tras ímprobos esfuerzos, alcanzó la base de aquel gigantesco tell que tanto le impresionara en su juventud, encontró emocionado la huella de los primeros habitantes de Susa, una necrópolis del IV milenio; y en sus ajuares, la bella cerámica pintada, que, con sus íbices estilizados, escribe las primeras páginas del arte del Irán. Los inicios de la presencia humana en la meseta y los intrincados valles y laderas de las montañas iranias, en las estepas del Asia Central y en los pasos hacia el Indo y el Afganistán, se remontan a muchos miles de años atrás. Pero la magnitud del área y su difícil región, la existencia de muchas zonas todavía mal conocidas y los distintos estadios de la investigación, dificultan la visión global del proceso. No obstante, disponemos hoy de los suficientes elementos como para intentar esbozar un cuadro general y concluir que, contra lo que suele afirmarse, los distintos mundos del Irán llegarían en fechas tempranas a conocerse y a influirse mutuamente; y pronto también nacería un arte, pues con independencia de los valores que pudiera poseer, difícilmente podemos negarles el sentimiento artístico a las más jóvenes realizaciones de las gentes del Irán. Los primeros cazadores y recolectores del Zarziense (13000-12000 a.C.), que habitaron las grutas del valle de Hulailán y Ghar-Khar en los Zagros, fueron acaso los primeros antepasados iranios conocidos. Se movían por las tierras altas, cazando y pescando lo que caía a mano: moluscos, pájaros, ungulados... Su industria del sílex era elemental y microlítica; pero el descubrimiento de microlitos semejantes en las regiones del norte del Makrán pudiera poseer un significado excepcional, porque podrían ser las huellas de la remota vía que, miles de años después, habría unido los distintos focos neolíticos del Baluchistán y los Zagros. Según un modelo propuesto por H. J. Nissen (1983), las regiones donde convergían biotopos distintos, al proporcionar una rica variedad de recursos, facilitarían el proceso de sedentarización y las experiencias en la domesticación de plantas y animales. Eso debió determinar el futuro de Ali Kos, al suroeste de los Zagros, donde los recolectores mejoraron la industria lítica, construyeron chozas semienterradas, ampliaron la caza -gacela, onagro, buey salvaje, jabalí, pesca- y comenzaron a manipular plantas y animales en el curso del noveno milenio. Sus experiencias debieron ser seguidas en muchos otros lugares de la región central de los Zagros, que, como sugiere G. Dollfus, desempeñó un papel esencial en el nacimiento del neolítico iranio. En el curso del VIII milenio se acentuó el dominio sobre plantas y animales, aunque en la dieta de los habitantes de las primeras aldeas de tapial, M. J. Schoeninger ha demostrado que todavía dominaba la carne sobre el cereal; y poco después, entre el 7000 y el 6000 a.C., el proceso de sedentarización y producción de alimentos culminaría con las aldeas construidas en adobe sobre cimientos de piedra y paredes rectas. Las primeras cerámicas a mano de pasta oscura, con abundantes desgrasantes de paja y cocidas a fuego bajo, pronto se harían decoradas en el mismo Ali Kos, Qal'i Rustam -al sur de la actual Isfahán- y en Hayyi Firuz junto al lago Urmia. Y con ellas, como con las estatuillas de barro de Tépé Sarab, en el corazón de los Zagros, nacería el arte iranio. La célebre diosa de Tépé Sarab, una típica figurita femenina realizada uniendo partes distintas, evoca en sus formas a las más o menos contemporáneas figuritas anatólicas de Çatal o Hacilar, pero también se hermana con el horizonte de la cultura de Djeitun en el Turkmenistán. A lo largo del lento proceso que lleva de las simples aldeas a la ciudad (ca. 6000-3200 a.C.), iría madurando el arte de la cerámica pintada, que resulta ser la más acusada característica estética de la región. Dice E. Porada, en su ya clásico "Irán Antiguo", que podría suceder que los únicos temas ornamentales de la cerámica pintada del Irán hubieran sido algo más que una simple decoración, pero que sería vano entrar en suposiciones. Mas no deja de ser evidente que, entre otros temas posibles, los grandes musmones de cuernas retorcidas, las gacelas y las cabras monteses impresionaran siempre la mirada del hombre del Irán, que los llevaría a sus cerámicas en Sialk, Tall-i Bakun y Susa, o a sus metales en Hissar, Ziwiye, Luristán o Persépolis. Demasiada constancia para una simple casualidad. En los pasados años treinta, R. Ghirshman consiguió en Tépé Sialk, una colina localizada en el límite oeste de la meseta al pie de los Zagros, una amplia sucesión estratigráfica y una buena información sobre el desarrollo de la cerámica pintada. Presente ésta desde los pasos primeros de la ocupación humana, en lugar alcanzaría su cenit en los niveles II -con recipientes de paredes finas, mejor pasta y cocción, color rojo y pintura negra- y III, que debió iniciarse a comienzos del IV milenio. En esta época apareció el torno, que haría posibles las bellas y sorprendentes formas del período. La mejora en la cocción -pues se construyeron los primeros hornos de calidad- daría pastas más claras primero y verdosas -como en Mesopotamia- después. Las superficies, pulimentadas con frecuencia, se llenaron de temas naturalistas y geométricos con una interpretación típica e inconfundiblemente irania. Las superficies de copas, cálices, cuencos, vasos, platos se cubrieron con las siluetas de carneros, aves, gacelas, cabras monteses, motivos geométricos e incluso humanos pintados en negro. Y aquí, como en Hissar o en Tel-i Iblis, en el camino hacia el Sistán, se confirmó la primera metalurgia que, como no podía ser menos, nacía así en las proximidades de los yacimientos de cobre. En 1928, en la región de la vieja Persépolis, E. Herzfeld comenzó a excavar una pequeña colina, Tell-i Bakun, cuya espléndida cerámica pintada se prolongaría en la de Susa. Pues a comienzos del IV milenio, la llanura del río Karum al pie de los Zagros, conoció el nacimiento de lo que andando el tiempo sería una de las más viejas y famosas ciudades del Irán. Sus gentes dejaron recuerdo en una gran necrópolis con cientos de tumbas pegadas a una especie de gran plataforma en talud, decorada con conos de arcilla y descubierta por M. J. Steve y H. Gasche en los años sesenta. Con toda certeza, la plataforma de Susa fue el primer edificio monumental del Irán -con todas las consecuencias que puedan derivarse, como las supuestas por J. D. Forest- pionero quizá sobre Eridu en una ciudad cuyos numerosos sellos de estampilla -raros en Eridu-, sugieren una gran vitalidad. No obstante, la llamada cerámica de Susa I -Susa A-, con sus bien conocidos vasos pintados, es su más perfecta realización artística. Extendida por todo el Juzistán, su popularidad se comprende por la calidad de su pasta y manufactura, la elegancia de sus formas y su cuidadosa decoración en negro o pardo sobre engobe claro, con temas geométricos y zoomorfos muy estilizados.
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Para abordar un conflicto como el que tuvo lugar en 1948 en Palestina y que habría de durar hasta el presente es preciso tratar brevemente de sus antecedentes remotos. Tanto los judíos como los palestinos se sentían pueblos elegidos por Dios que, después de atravesar una larga época de decadencia que duró siglos, llegado el siglo XIX experimentaron un renacimiento. En ambos casos, puede decirse que no se trataba de grupos religiosos en el sentido moderno del término sino de comunidades nacionales de creyentes. Los dos empezaron a articular plataformas de contenido nacionalista en fechas semejantes. Theodor Herzl era un judío muy asimilado de Viena que reaccionó creando el sionismo, a partir del momento en que nació en Austria el antisemitismo. En 1896 publicó El Estado judío, cuya tesis principal es que resultaba inútil combatir el antisemitismo y que, al mismo tiempo, era imposible pretender la asimilación. Al final del XIX, apenas había veinte asentamientos agrícolas en Palestina, poblados por unos 5.000 judíos. En la segunda "aliya", o emigración en los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial, se llegó a alcanzar ya la masa crítica de las 85.000 personas asentadas. Además, en ella llegaron muchos judíos dotados de una educación moderna y con una ideología socialista. De ahí la aparición de los "kibbutzim" o colectividades agrarias y la expansión del hebreo como signo de identidad colectiva. Pero, como han señalado los historiadores judíos más autocríticos, también a estos inmigrantes, procedentes del Este de Europa, les caracterizó un nacionalismo tribal y exclusivista característico de las sociedades de donde procedían. Los árabes, por su parte, adquirieron conciencia propia algo después. Palestina había sido una región muy poco poblada y sujeta a una inestabilidad política endémica: apenas tenía 560.000 habitantes (18.000 en Jerusalén en 1880) y sufría frecuentes "raids" por parte de los beduinos. La conciencia de identidad se agudizó a partir de la revolución de los Jóvenes Turcos en la primera década de siglo, pero por el momento no se produjeron conflictos entre ambas comunidades. A pesar de ello, durante la Primera Guerra Mundial, los turcos prohibieron el nacionalismo de ambos signos; el líder judío Ben Gurion, por ejemplo, fue obligado a exiliarse. La Declaración Balfour, de noviembre de 1917, destinada por el Gobierno británico a mostrar su aceptación de la llegada de los judíos, tuvo como consecuencia la multiplicación de la inmigración. Así llegó la tercera "aliya", cuya ideología era semejante a la de la inmigración anterior. Con ella, se llegó a alcanzar el 17% de la población (175.000 personas). Fueron quienes participaron en ella los que ejercieron el poder a partir de la independencia. La cuarta "aliya", a partir de 1924, fue ya más cosmopolita y, por tanto, aumentó la heterogeneidad de Israel. Durante estos años, aparecieron instituciones como el Haganah, instrumento de defensa pero también destinado a favorecer la llegada de la inmigración, y el Histadrut, es decir, el sindicalismo. Frente a una idea que se popularizaría con posterioridad, el sionismo tuvo un contenido popular y socializante, mientras que los grandes magnates y potentados judíos eran más bien reticentes al mismo. Al tiempo que crecía la inmigración judía también se incrementaba la población árabe, que pasó en 1917-1947 de 600.000 a 1.200.000 habitantes.