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Junto a grutescos y arquitectura vitruviana, toda una nueva tipología decorativa de carácter abstracto elaborada a partir de los modelos de Fontainebleau -la circulación de sus grabados es grande- va a hacer acto de presencia en las arquitecturas del Centro y Norte de Europa durante la segunda mitad del siglo XVI y principios del XVII. Su elaboración se centra en Amberes, desde donde irradia -su presencia en España va a ser importante- a toda Europa, a través de la tratadística flamenca; en este sentido, la obra de Jan Vredeman de Vries y los célebres grabados de la tipografía plantiniana, son claves. Algunas ideas devienen de determinadas concepciones de Serlio, como el orden de fajas, o de elementos decorativos de las arquitecturas de Tibaldi o Alessi. Son típicos los motivos del Rollwerk, o labor de enrollamiento, surgido en Fontainebleau, el Ohrmuschelstil o estilo auricular, y el Bandwerk, etc.; se trata, en general, de labores más propias de trabajos en madera -V. de Vries manifiesta dirigirse a estos artesanos- que se aplican a la arquitectura, muchas veces, como sobrecarga decorativa; volutas completas, fragmentadas o con su espiral a medio desenrollar que, a veces, semejan pabellones auriculares, motivos en S, cenefas, fajas, bandas, etc. El ático de la portada dórica del castillo de Tubinga (1606), es un buen ejemplo de concentración y sobrecarga de estos motivos decorativos. Según Tafuri, en las decoraciones alemanas domina la componente innatural: los elementos zoomórficos y antropomórficos, deformados, entrelazados paradójicamente entre sí, mezclados con herméticas referencias simbólicas, se hacen abstractos en un contexto irreal. Esto resulta absolutamente cierto en el tratado de Wendel Dietterlin (Architectura... Nuremberg, 1598), de extraordinaria difusión, que podemos considerar como la culminación de todo el proceso visto. Pretextando estudiar los órdenes arquitectónicos, despliega una amplia crítica a todo lo que significa arquitectura clásica, convirtiéndose a la postre, mediante todo tipo de polémicas sarcásticas, en una burla del tratado de Vitruvio. Ciertas nostalgias nacionalistas unidas al espíritu de la Reforma, pudieran estar en la base de las contaminaciones góticas, en denominación de Checa Cremades, que se unen a las claves manieristas de esta obra, donde, curiosamente, lo rústico es sinónimo de vejez y decadencia, asociándose, por un lado, con ruinas arquitectónicas y, por otro lado, con el paso del tiempo, es decir, con la idea de vanitas. El espíritu crítico, cáustico y anticlásico de Dietterlin es patente en la decoración interior del municipio de Dantzing y, asimismo, informaba a la de la desaparecida Pellerhaus de Nüremberg. Formalmente su influjo es observable en obras de ebanistería del siglo XVII. La trayectoria de Dietterlin es continuada por los libros de columnas del seiscientos, como los de Krammer (1600), Guckeisen-Ebelmann (1600) , sobre todo, el de Daniel Meyer (1609, cuyos hernies arcimboldescos son dignos sucesores de la poética de Dietterlin.
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Se considera a los obispos, conjuntamente y subordinados al Papa, como los Sucesores de los Apóstoles, responsables por tanto del sostenimiento de la Iglesia y continuadores con la labor pastoral de Jesucristo. Repartidos por el territorio católico, están al frente de diócesis o iglesias particulares, teniendo autoridad ordinaria y jurisdicción. El nombramiento de un obispo consiste en un largo proceso selectivo, diferente en función de las regiones y los distintos ritos católicos. Al final del proceso, el candidato sólo accede al cargo si es aprobado por el Papa. La acción de asistencia al Papa que desempeñan los obispos puede llevarse a cabo mediante un sínodo, es decir, una asamblea o consejo compuesta por obispos seleccionados de todo el mundo. Sus funciones son diversas, aunque a grandes rasgos es cometido del sínodo de obispos aconsejar al Papa en cuestiones relativas a la fe, de apostolado y de administración de la Iglesia. El sínodo de obispos depende directamente del Papa, quien puede convocarlo a su discreción, fijar los contenidos de las deliberaciones y elegir al Secretario General, los Secretarios Especiales y hasta el 15% del total de los miembros. Entre los obispos se distinguen varios tipos: - diocesano: tiene la responsabilidad sobre una diócesis. - titular: detenta el título sobre una diócesis ahora inexistente, dedicándose a asistir como obispo auxiliar al obispo titular o al arzobispo. - coadjutor: Asiste como obispo auxiliar a un obispo diocesano, teniendo derecho a sucesión. - vicario episcopal: Designado como delegado por un obispo residencial, gobierna una parte de la diócesis y desempeña una labor concreta. Se trata de un asistente que puede, o no, ser obispo.
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En ningún caso las representaciones de las estelas de guerreros están carentes de criterio compositivo, como si se tratase de un conjunto de motivos amontonados o desordenados, rasgo fundamental para el correcto entendimiento de las estelas. El primer paso con ese propósito -cumplido el de la clasificación tipológica- sería el reconocimiento y la valoración de los objetos representados. Es una primera tarea no carente de dificultades ni de riesgos por lo sumario de las representaciones: una espada puede quedar reducida a una simple línea. El conjunto de las armas responde a la panoplia propia del Bronce final, con largas espadas, lanzas, cascos de cimera y de cuernos, arcos y flechas y escudos redondos. Son tipos muy repartidos por toda Europa, como consecuencia de la internacionalización de los contactos en esta época. Pese a las dificultades del análisis anticuarístico, los elementos más claramente reconocibles y adscribibles con posibilidades a una determinada cultura, remiten al Mediterráneo oriental, entre ellos los cascos de cuernos, los escudos con característica escotadura en V, o los instrumentos musicales de cuerda. El primero de éstos que se conoció, en la estela zaragozana de Luna, responde a un modelo muy cercano a la forminge, una lira primitiva del Geométrico griego, aunque su mayor número de cuerdas hace pensar en tradiciones más antiguas, propias de las culturas minóica y micénica. Al mismo tipo pertenecen las liras representadas en estelas más recientemente descubiertas, en Zarza Capilla (Badajoz) y Quinterías (Herrera del Duque, Badajoz). Por su parte, el análisis de los carros conduce a conclusiones parecidas; se representa siempre según un esquema convencional, a vista de pájaro, y yuxtaponiendo sus elementos constitutivos en una elaborada imagen conceptual; es el típico carro mediterráneo de dos ruedas, y no de cuatro -más propio éste del mundo céltico-, como se pensó alguna vez confundiendo con ruedas las barandillas de, subida a la caja del carro. Sus prototipos se encuentran también en las culturas micénicas y de la Grecia geométrica.
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Hispanoamérica careció de industria. Ni la Corona, ni sus habitantes se preocuparon de desarrollarla, ni el medio era tampoco favorable para ello. Su población consumidora era pequeña (se reducía a los blancos y parte de los mestizos) y estaba concentrada en varios cientos de ciudades, distribuidas por un espacio muy extenso y con comunicaciones muy difíciles entre sí. No abundaban tampoco los capitales inversores, como hemos dicho, ni la mano de obra adecuada, india y esclava, debido a que los españoles y criollos mantenían muchos prejuicios hacia el trabajo manual. Hispanoamérica se surtió de manufacturas por medio del comercio y configuró un artesanado destinado a suministrar a los centros urbanos aquellos artículos que no podían adquirirse en Europa por el encarecimiento de los fletes. También existió un gran renglón de procesados agroganaderos (conservas azucaradas, añiles, cigarros, bebidas alcohólicas, zapatos, zurrones de cuero, velas, etc.) y alguna actividad de transformación industrial en los obrajes, sederías e industrias navales. A fines del siglo XVII, se autoabastecía de muchos artículos como tejidos y zapatos burdos, muebles, arneses, monturas, cerámica, vidrio, azulejos, campanas, barcos, etc. que iban mermando las importaciones europeas. El artesanado funcionó mediante el sistema de gremios, siguiendo la tradición medieval. Los primeros fueron los de sederos (1542) y bordadores (1546) de Nueva España, a los que siguieron otros muchos en toda América. En ciudades como México y Lima existieron casi cien. Tales gremios se regían por unas ordenanzas, otorgadas por los Cabildos y confirmadas por los virreyes o presidentes. Regulaban la oferta y la demanda, la forma de trabajo, el sistema de ascenso, la calidad de los productos elaborados, etc. Los gremios constituyeron un factor de integración social, ya que contaban frecuentemente con ayudantes negros e indios. Los maestros fueron siempre españoles en algunos de ellos, como los de herreros, prensadores de paños, plateros y orífices. Estos últimos, que manejaban metales preciosos considerados de interés para el Estado, debían demostrar limpieza de sangre española. Los gremios de plateros fueron los más célebres y sus miembros se concentraban en alguna calle, que terminaba por tomar el nombre de Platería, con sus talleres y expendios. En México estaban en la calle de San Francisco, donde se ubicaban la mayor parte de las 71 platerías de la ciudad (1685). Aunque su mejor cliente era la Iglesia, fabricaban también objetos utilitarios para la población laica: chocolateras, jarras, copas, pebeteros, etc. Las vajillas de plata fueron tan usuales que la Corona impuso el quinto de vajillas. La más importante de las actividades de transformación industrial fue la obrajera, destinada a fabricar vestidos y cobijas de lana y algodón de bajo costo para los mestizos e indios, que no podían comprar las manufacturas europeas. Lo barato de la materia prima y de la mano de obra indígena hizo posible su desarrollo. Tampoco exigieron gran inversión de capital, ya que los indios trabajaban con sus telares y técnicas ancestrales. La mano de obra utilizada era teóricamente la concertada, pero realmente se empleaba la tributaria. Incluso hubo obrajes en algunas encomiendas. Los indios eran retenidos allí como si se tratara de cárceles, lo que originó muchas protestas de religiosos y funcionarios, sobre todo por el hecho de tener encerradas a las indias solteras. La Corona prohibió en 1601 el trabajo indígena en los obrajes. Se intentó sustituirlo por el esclavo, pero fue imposible a causa de la inversión que esto representaba. Los obrajes comenzaron a desarrollarse en México y Perú hacia mediados del siglo XVI. La región de Puebla contaba ya con 33 en 1603; la de Cuzco con 50 a principios del siglo XVII; la de Cajamarca con 35 a fines de esta centuria. Tucumán producía para los centros mineros. La gran región obrajera fue Quito, donde abundaba el ganado ovino (en Ambato pastaban 600.000 ovejas en 1696, a las que había que añadir otras grandes cabañas en Latacunga y Riobamba) y la mano de obra indígena. Las telas quiteñas representaban unos ingresos de 150.000 pesos anuales y se llevaban al Nuevo Reino de Granada, Perú, Chile y Centroamérica. El desarrollo obrajero alarmó a los comerciantes sevillanos que denunciaron una baja en sus exportaciones de telas, y la Corona prohibió su expansión. Las autoridades indianas recibieron la orden, pero no la cumplieron, empezando por el mismo virrey Toledo. En México se mandó demoler los obrajes, pero en 1689 se dio una cédula según la cual podían seguir trabajando a cambio de pagar una suma de dinero. En 1693 esta composición de obrajes dio 15.512 pesos. Los obrajes siguieron funcionando hasta que la revolución industrial les asestó el golpe de muerte. La industria sedera se desarrolló bien en Nueva España (Cholula y Tlaxcala), pero fue frenada para evitar que compitiera con la española y que restara mercado a las importadas de China a través del Galeón de Manila. En 1596 se prohibió seguir plantando moreras en México y en 1679 se ordenó suspender la fabricación de seda y destruir las moreras existentes. Más importante fue la construcción naval, que contó con todos los beneplácitos de la Corona y pudo beneficiarse de las excelentes maderas americanas. La Habana fue quizá el mejor astillero, fabricando sofisticadas embarcaciones desde comienzos del siglo XVII (la capitana, almiranta y un galeón de la flota de 1624 estaban hechos en su astillero). Le seguían en importancia Cartagena y Guayaquil. La jarcia y algunos implementos náuticos se importaba desde Europa, y en ocasiones hasta madera de pino de Alemania. También tuvieron cierta importancia las fundiciones de bronce para cañones y campanas (Cuba y Perú).
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Las relaciones del pueblo olmeca con el exterior han sido objeto de fuerte controversia. Su expansión a Mesoamérica pudo estar conectada con el ascenso de un pequeño grupo dirigente sancionado por la divinidad, y por el acceso diferencial a los productos existentes en el área metropolitana. Para manifestar su poder y prestigio, demandaron artículos exóticos y estratégicos, por medio de los cuales, y de su redistribución, aumentaron de manera paulatina la desigualdad de la sociedad. Para mantener esta estrategia, hubieron de poner en funcionamiento, y potenciar allí donde ya existía, una enorme red de intercambio y de comunicación interélites, que en su momento de máximo apogeo alcanzó 2.500 kms. desde el centro de México a Costa Rica. Como es natural, en un territorio tan amplio la relación fue muy variable y en muchos casos aún no está determinada con rigor. En principio, se estableció con grupos ya evolucionados, que estaban en condiciones de captar los complejos elementos olmecas y que a su vez disponían de materias primas o se asentaban en puntos estratégicos de vital importancia para el desarrollo económico del área metropolitana. Es así como se ha detectado la influencia olmeca en Tlapacoya y Tlatilco (Cuenca de México), en Las Bocas y Chalcatzingo (Morelos), en Oxtotitlan y Juxtlahuaca (Guerrero), en San José Mogote (Oaxaca), a lo largo de los ríos San Isidro y Grijalva y de la costa chiapaneca, en sitios como Pijijiapan, Batehon, Xoc, Tzutzuculli y Tonalá; y su expansión por la llanura costera del Pacífico de Guatemala y El Salvador, en sitios como Abaj Takalik, Monte Alto, El Baúl y Chalchuapa. En estos centros podemos detectar rasgos olmecas, que a veces consisten sólo en pequeñas figurillas, en otras ocasiones cerámica y arte portátil, en algunas escultura monumental, y en las menos arte mural que, sin duda, requirió el traslado a tales lugares de artistas olmecas y la comprensión del mensaje representado por parte de las poblaciones nativas. Obsidiana, jade, caolín, pirita y tal vez cacao y otros productos perecederos, fueron requeridos por un pequeño grupo asentado en el poder en los centros del área metropolitana. Estas materias primas fueron transformadas en dichos centros, de manera que es muy posible la existencia de especialistas a tiempo completo desde la época de San Lorenzo. Los objetos ya acabados fueron repartidos entre la gente de alto status y resultaron de vital importancia para emprender grandes obras en arquitectura y escultura monumental. Con esta situación ventajosa, los olmecas difundieron, y en ocasiones inventaron, gran parte del equipo cultural utilizado y reformulado por otras civilizaciones de Mesoamérica. No hay duda de que sus relaciones con este área cultural fueron simbióticas, y que ellos también adquirieron rasgos procedentes del exterior, pero tampoco debe dudarse de que jugaron un papel importante en la evolución de la civilización mesoamericana.
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Africa y Oceanía, tan alejados físicamente, tienen mucho en común. Ambos mundos han sido los últimos rincones que se han abierto a los ojos europeos. Su lejanía y lo agreste de su paisaje ha contribuido a su aislamiento, incluso a su olvido. Pero sus pueblos, sus gentes, han sabido protagonizar una larga evolución de miles de años, cuyo resultado es la eclosión de una gran variedad de formas culturales. El continente africano es inmenso. El Atlas, en el norte, y los montes Drakensberg, en el sur, son las dos grandes cadenas montañosas. El macizo de Abisinia, o formaciones volcánicas, como el Hoggar, el Tibesti o el macizo del Kilimanjaro, rompen la uniformidad del resto. El gran río Nilo, los imponentes Senegal, Níger, Congo y Orange, que desembocan en el Atlántico, o el Limpopo y el Zambeze, que vierten sus aguas en el Indico, son las mayores fuentes de agua. Desiertos como el Sahara, en el norte, y el Kalahari, en el sur, contrastan con la exuberancia del bosque tropical que ocupa el centro del continente. Los grandes contrastes de Africa la hacen prácticamente inabarcable e imposible de definir. Durante cientos de años, la imaginación de los europeos ha estado poblada de historias fabulosas acerca del continente negro. El país del Punt, los reinos del Preste Juan, las fuentes del Nilo... los marinos portugueses que bordearon las costas africanas estuvieron muy lejos de responder estas preguntas. Por eso los cartógrafos representaban el interior africano lleno de hombres y bestias monstruosos. Pero a medida que el interior del continente iba siendo desvelado, la curiosidad inicial rápidamente se tornaba en interés por explotar a sus gentes. La trata de esclavos supuso una sangría para sus poblaciones. Las poblaciones del interior fueron asoladas por traficantes musulmanes y negreros europeos y americanos, una actividad que ya había comenzado en la Antigüedad clásica. La ignorancia y el desprecio hacia estos pueblos continuaron con la implantación de regímenes coloniales, más interesados en explotar sus recursos que en fomentar su desarrollo. La consecuencia es una larga lucha por salir del subdesarrollo. Pero Africa, la gran olvidada, guarda un pasado de millones de años, íntimamente relacionado con la historia de la Humanidad. Los más antiguos restos fósiles humanos del mundo se han encontrado en yacimientos del Africa oriental y austral, por lo que puede afirmarse que Africa es la cuna de la Humanidad. A lo largo de toda su evolución, las poblaciones africanas se han caracterizado por su capacidad para adaptarse a diferentes medios y géneros de vida. En Africa surgió uno de los primeros ejemplos de civilización, que dio vida al sorprendente florecimiento del arte y la ciencia en el Egipto del III milenio antes de Cristo. En el otro extremo de la experiencia cultural humana, los cazadores del Kalahari siguen llevando la precaria existencia de sus antepasados de la Edad de Piedra. La gran variedad de formas y pautas culturales surgidas de la evolución cultural africana queda reflejada mejor que en ningún otro aspecto en la diversidad de viviendas tradicionales. Continente de contrastes, en el siglo XIX, el rey zulú Chaka organizó una de los ejércitos más eficientes del mundo, mientras que la serena belleza de las cabezas de bronce de Benín revela una dimensión espiritual de índole totalmente opuesta. Muy lejos físicamente de Africa, la historia de las culturas del Pacífico guarda muchas similitudes con la de los pueblos africanos. Esta inmensa región comprende desde la enorme isla-continente australiana hasta las masas de tierra de Nueva Guinea y Nueva Zelanda. Los muchos miles de islas del Pacífico sur se dividen a su vez en Melanesia, Micronesia y Polinesia. El Pacífico fue la última zona del mundo que entró en contacto con los europeos. La llegada de éstos, hace menos de 500 años, iba a tener profundas y a menudo catastróficas consecuencias para los pueblos indígenas. Desde el lado europeo, los pueblos del Pacífico han sido imaginados, por una parte, como el eslabón perdido entre monos y hombres, y, por otra, como los felices e inocentes habitantes del Jardín del Edén original. Pero los pueblos del Pacífico son difíciles de definir bajo una etiqueta. Sus sociedades han constituido culturas muy diferentes, con desarrollos heterogéneos. Sin embargo, algunos rasgos son comunes, como la destreza en la navegación, el culto a los antepasados o el esquematismo de sus manifestaciones artísticas. La figura humana es la representación de fuerzas sobrenaturales, y ello se consigue mediante la acentuación de determinados rasgos, como la cabeza o los ojos. Los colosales moai de la isla de Pascua eran un elemento clave de los complejos ceremoniales de los isleños, y aún hoy sorprenden por su descomunal tamaño y su enigmático significado. Africa y Oceanía, las últimas fronteras, tienen en su interior a los países más jóvenes. Ambas guardan un inmenso potencial, pero es sólo integrando sabiamente tradición y modernidad como podrán afrontar los inmensos retos que les depara el siglo XXI.
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<p><strong>Historia:&nbsp;</strong></p><p>El amanecer de África.&nbsp;</p><p>Etnias y migraciones prehistóricas.&nbsp;</p><p>África en los inicios del metal.&nbsp;</p><p>La primera historia de África.&nbsp;</p><p>La Nubia Antigua (Kush).&nbsp;</p><p>El reino de Axum (Aksum).&nbsp;</p><p>África del Norte en la Antigüedad.&nbsp;</p><p>Del África bizantina a la independencia beréber.&nbsp;</p><p>África subsahariana.&nbsp;</p><p>El África central y la expansión bantú.&nbsp;</p><p>Ghana, Audoghast y Songhai.&nbsp;</p><p>África oriental.&nbsp;</p><p>África austral.&nbsp;</p><p>La introducción del Islam.&nbsp;</p><p>El reino de Mali.&nbsp;</p><p>El Imperio Songhai de Gao.&nbsp;</p><p>Sussus, Tekruris, Messis y Bambaras.&nbsp;</p><p>África occidental y ecuatorial.&nbsp;</p><p>Yoruba, Benin, Nupe y Kanem Bornu.&nbsp;</p><p>Haussa, peuls y tekruris.&nbsp;</p><p>África ecuatorial.&nbsp;</p><p>Etiopía, Nubia y la región de los Lagos.&nbsp;</p><p>Monomatapa y Zimbabwe.&nbsp;</p><p>El océano Pacífico.&nbsp;</p><p>Origen de los pueblos del Pacífico.&nbsp;</p><p>Colonización europea en el Pacífico.&nbsp;</p><p>Melanesia.&nbsp;</p><p>Micronesia.&nbsp;</p><p>Polinesia.&nbsp;</p><p>Australia.&nbsp;</p><p><strong>Sociedad: Medios de subsistencia&nbsp;</strong></p><p>La economía del Imperio de Ghana.&nbsp;</p><p>La economía del Imperio de Mali.&nbsp;</p><p>Economía del Imperio Songhay.&nbsp;</p><p>El Pacífico: recursos económicos.&nbsp;</p><p>Micronesia: el medio físico.&nbsp;</p><p>Las economías de Micronesia.&nbsp;</p><p>Propiedad de la tierra en Micronesia.&nbsp;</p><p>Medios de subsistencia en N. Guinea.&nbsp;</p><p><strong>Organización política&nbsp;</strong></p><p>Organización política tradicional africana.&nbsp;</p><p>La monarquía de Ghana.&nbsp;</p><p>La monarquía Ashanti.&nbsp;</p><p>Jefaturas del Camerún.&nbsp;</p><p>Monarquía Kuba.&nbsp;</p><p>Sistemas políticos de Micronesia.&nbsp;</p><p><strong>Estructura social&nbsp;</strong></p><p>Lenguas y hablas en el África antigua.&nbsp;</p><p>Las viviendas tradicionales africanas.&nbsp;</p><p>Ritos de paso en Oceanía.&nbsp;</p><p>La casa tambarán (N. Guinea).&nbsp;</p><p>Parentesco en Micronesia.&nbsp;</p><p>Organización social en la Polinesia.&nbsp;</p><p>Organización social en Australia.&nbsp;</p><p>Sexo y cultura en Oceanía.&nbsp;</p><p><strong>Creencias y religión&nbsp;</strong></p><p>Las religiones africanas.&nbsp;</p><p>Religión de los yoruba.&nbsp;</p><p>Los mitos dogon.&nbsp;</p><p>Los cultos fang.&nbsp;</p><p>La Iglesia etíope.&nbsp;</p><p>Creencias de los pueblos del Pacífico.&nbsp;</p><p>Rituales funerarios en N. Guinea.&nbsp;</p><p>Culto a los antepasados (I. de Pascua).&nbsp;</p><p>Culto al hombre-pájaro (I. de Pascua).&nbsp;</p><p>Mitos de la Creación en Australia.&nbsp;</p><p>Creencias en Micronesia.</p><p><strong>Arte y conocimientos&nbsp;</strong></p><p>La pintura sahariana.&nbsp;</p><p>Las terracotas Nok.&nbsp;</p><p>El clasicismo de Ife.&nbsp;</p><p>Benin y su arte regio.&nbsp;</p><p>El arte popular yoruba.&nbsp;</p><p>El arte del Sahara musulmán.&nbsp;</p><p>Las viejas culturas de Malí.&nbsp;</p><p>Las máscaras dogon.&nbsp;</p><p>La plástica bamana.&nbsp;</p><p>Los senufo y los pueblos de Burkina Faso.&nbsp;</p><p>Las máscaras dan.&nbsp;</p><p>El arte de los baule.&nbsp;</p><p>El arte de las Praderas (Camerún).&nbsp;</p><p>Arte negro y vanguardia europea.&nbsp;</p><p>Las culturas del Gabón.&nbsp;</p><p>El arte del Kongo.&nbsp;</p><p>El arte Lunda.&nbsp;</p><p>El arte oceánico.&nbsp;</p><p>Objetos artísticos.&nbsp;</p><p>Arte del Sepik (N. Guinea).&nbsp;</p><p>El arte de Nueva Irlanda.&nbsp;</p><p>Formas artísticas de la Micronesia.&nbsp;</p><p>Arte polinésico.&nbsp;</p><p>El arte maorí.&nbsp;</p><p>Arte australiano.</p>
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Con Mu'awiya (661-680) comienza la primera de las dinastías califales surgidas de los grupos de la tribu de Qurays, a cuyo linaje perteneció el profeta. El carácter árabe de la dominación se mantuvo plenamente pero los omeyas se preocuparon tanto o más de la organización política y administrativa del nuevo imperio que de su condición de lugartenientes del profeta y guardianes de la religión islámica. Los árabes eran minoritarios en todas las regiones. En Siria y Palestina habría unos 250.000 en aquella época y en Persia hubo que estimular su establecimiento (hay noticia de unos 50.000 asentados en la frontera Noreste o Jurasan). Al conservar sus vínculos tribales a los que añadían los derivados de sus nuevos y discrepantes intereses políticos, no eran raros los enfrentamientos internos con motivo de episodios de sucesión en el califato, por ejemplo entre qaysíes y yemeníes o kalbíes en los años 684-685 y de nuevo hasta el 691, con motivo del acceso al califato de Abd al-Malik (685-705). Pero no dudaron en convertirse en grandes propietarios rurales recibiendo tierras en usufructo o en propiedad, ni en fijar su residencia en ciudades pues incluso sus antiguos campamentos de la conquista o amsar (Fustat, Kufa, Basra) se convirtieron en centros urbanos. Seguían siendo, por lo tanto, un ejército, aunque sedentarizado en distritos (yund), cuyo núcleo principal estaba en Siria. De entre ellos nombraban los califas a los emires que gobernaban las provincias, y el árabe fue declarado lengua administrativa de todo el imperio por el califa Abd al-Malik. El poder califal tomó entonces muchos rasgos propios de otras autocracias, sobre todo de la bizantina pues, al establecerse la capital en Damasco, su ejemplo e influencia fueron preponderantes. Tendió a hacerse hereditario-dinástico mediante la designación de sucesor en vida. El califa se rodeó de un consejo de notables árabes (shura) para limar las diferencias intertribales o de otros géneros, pero contó también con muchos colaboradores cristianos en Siria y con buena parte de las aristocracias locales de Mesopotamia. El nombramiento sistemático de jueces o cadíes que ejercían justicia siguiendo los preceptos religiosos y en nombre del califa fue un elemento fundamental de estabilización, al mismo tiempo que se producían cada vez más conversiones al Islam y se modificaba, por lo tanto, la base social del poder. Los califas omeyas tuvieron que enfrentarse, por lo tanto, al problema mayor de cualquier imperio, que no es tanto nacer como consolidarse. Cuando Abd al-Malik hizo acuñar moneda propia, aunque basada en los sistemas anteriores, ya lo habían conseguido: el dinar de oro y el dirhem de plata son, en cierto modo, un símbolo. Pero los problemas eran grandes y variados. En primer lugar, la rebeldía religiosa de jariyíes y si´ies. El jariyismo produjo muchas revueltas locales especialmente entre los bereberes del recién conquistado Magreb, en zonas de la alta Mesopotamia e Iraq y en Arabia del Norte, pero el si´ismo alcanzó dimensiones mayores aunque durante unos años Hasan, el hijo mayor de Ali, se avino a reconocer al nuevo régimen. Su hermano Husayn se sublevó y murió en la batalla de Kerbela, cerca de Kufa (680); sus seguidores volvieron a la lucha durante la revuelta social de Mujtar de Kufa (685-687) y desde comienzos del siglo VIII, especialmente en Iraq, y acabaron por ser un elemento clave en la caída de los omeyas. Por otra parte, el gran aumento de conversos al Islam daba lugar a situaciones nuevas de tipo socio-político y fiscal. La administración omeya siguió basándose casi por completo en los árabes, a pesar de que los mawali eran cada vez más numerosos. Su única concesión, en tiempos de Umar II (717-720) e Hisam (724-743) fue liberarlos del pago del impuesto personal o yizya, que hasta entonces segaría afectándolos como si no fueran musulmanes, pero al mismo tiempo se adscribió el impuesto territorial o jaray a la tierra, fuera musulmán o no su propietario, lo que resultaba gravoso para los creyentes y produjo descontento y descenso en las recaudaciones. Los no musulmanes también se vieron afectados por subidas de impuestos a medida que se hacía más compleja la administración imperial. Para entonces había concluido ya la segunda época de conquistas, que los omeyas llevaron a cabo tanto para acallar o aplazar los problemas interiores como para cumplir su objetivo religioso y político de expansión del Islam. Los resultados, aunque discontinuos, fueron importantes en algunos frentes. El asalto a Constantinopla fue, tal vez, el objetivo principal, nunca conseguido a pesar de las grandes dificultades por las que atravesaba Bizancio: el intento más fuerte tuvo lugar entre los años 674 y 678, por vía marítima, doblado por avances terrestres en Anatolia; de nuevo en el 717-718 sufrió Constantinopla otro gran asedio que logró superar. Las fronteras orientales fueron, igualmente, líneas de avance: más allá del Jurasan se conquistó Transoxiana entre los años 699 Y 714, importante nudo de rutas comerciales y zona estratégica para hacer frente a las poblaciones turcas nómadas del Asia central. En el Sudeste se incorporaron en los años 711 a 713 el Beluchistán y el Sind, pero los musulmanes apenas hicieron alguna primera incursión en la India. Los éxitos más sobresalientes se conseguían al otro extremo del mundo islámico, en la antigua África bizantina y en Hispania: la fundación de Qairuán (670) proporcionó la base necesaria para conquistar todo el Magreb; si la resistencia bizantina no fue muy grande, la actitud de las poblaciones bereberes sí que provocó dificultades desde el primer momento porque acabaron aceptando el Islam en su mayoría, aunque a menudo en su forma jariyí, pero su espíritu de independencia y rebeldía frente a los árabes dio lugar a muchas revueltas en el siglo VIII -por ejemplo en los años 740-741- y posteriormente a secesiones. En realidad, los árabes dominaron al comienzo las mismas tierras que antes estaban sujetas a Bizancio pero la expansión del Islam en el resto del Magreb y en el Sahara se debió más a los propios bereberes, a medida que aceptaban la nueva religión, cosa que ocurrió masivamente desde el siglo IX. A principios del VIII, los bereberes fueron partícipes muy eficaces en la conquista de la Hispania visigoda, a partir del año 711, el último de los grandes triunfos omeyas, y trasladaron a ella sus diferencias con los árabes. Sin duda, en aquel siglo la parte más arabizada y mejor organizada del occidente musulmán era Ifriqiya, la antigua África bizantina, donde los conquistadores árabes serían unos 50.000 hacia el año 750, dominadores de una población heterogénea pero mayor tardíamente beréber. Al concluir el primer tercio del siglo VIII, el Imperio islámico había llegado a fronteras que fueron estables durante siglos. La referencia a algunas grandes batallas perdidas por los musulmanes se ha utilizado como símbolo para señalar este hecho: el fin del asedio sobre Constantinopla, en 718, y la derrota frente a los bizantinos en Akroinon (740), los límites puestos a la conquista en el extremo occidental, en dos batallas un tanto mitificadas (Covadonga, 722; Poitiers, 732). En Asia Central, a pesar del resultado favorable de la batalla del Talas contra los chinos (751), la expansión también cesó. Por entonces, el interior del territorio islámico tenía bastante bien perfiladas sus grandes áreas regionales (Arabia, Siria, Egipto, Iraq, Iran, Magreb y Al-Andalus) así como su condición de espacio intermediario entre las restantes civilizaciones del viejo mundo: Occidente, Bizancio, el espacio eurasiático habitado por los jázaros o recorrido por los varegos, el Asia central, asiento de poblaciones turcas en vías de islamización más adelante, y, en fin, la India. El Islam obtuvo beneficios de esta ventajosa posición durante siglos, mientras dominó el Mediterráneo y el Índico. La dinastía omeya, que había dirigido aquel vasto proceso de expansión y consolidación, no pudo superar el cúmulo de resistencias y oposiciones que se habían manifestado desde los comienzos de su gobierno. La más profunda se refería a la supuesta impiedad de los califas y era encabezada tanto por los si´ies como por otra rama de los hachemíes descendientes de al'Abbas, tío del profeta, que acabarían dando nombre al movimiento en su conjunto. Además, crecía el descontento de iraníes e iraquíes ante el predominio sirio en el ejercicio del poder: la revuelta sería, en gran medida, una revancha de la antigua parte mesopotámico-persa. No sólo de ella: muchos mawali veían con irritación cómo, a pesar del cambio de condición religiosa, no conseguían una equiparación efectiva con los dominadores árabes y participaron en la rebelión contra los omeyas como manera de conseguirla.
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La oposición a Primo de Rivera estuvo compuesta por los viejos partidos del turno, los republicanos, determinados sectores del Ejército, la casi totalidad de los intelectuales, comunistas y anarquistas. Hay que tener en cuenta que la Dictadura no prohibió ningún partido político ni actuó con crueldad respecto a los opositores e incluso la censura se comportó con dureza sólo en contadas ocasiones. Como la Dictadura desplazó del poder a los partidos del turno, resultaba lógico que éstos mostraran su oposición al nuevo régimen. En un primer momento el golpe de Estado fue considerado como inevitable y los propios políticos que estaban en el poder se mostraron en actitud de expectativa, dispuestos a aceptar cualquier tipo de crítica al sistema siempre que a ellos no les afectara de una manera directa. Pero con el paso del tiempo la llamada "vieja política" fue aumentando su irritación. Durante los primeros meses, los políticos de la oposición liberal y conservadora trataron de influir en el ánimo del rey Alfonso XIII para marginar al dictador. Poco a poco fue viéndose cada vez más claramente que los políticos del turno no iban a conseguir desplazar a Primo de Rivera a base de influir en el monarca por lo que se empezaron a plantear la posibilidad de recurrir al Ejército. El más caracterizado representante de la oposición de la "vieja política" fue José Sánchez Guerra, quien convenció a Alfonso XIII para que aplazara durante un año la convocatoria de la Asamblea Nacional y cuando ésta se produjo, en 1927, se exilió. A la altura del año 1927 las posibilidades de instaurar la República parecían remotas. Los republicanos no fueron capaces de adaptarse a la oposición contra un régimen dictatorial y se limitaron a vegetar, aunque en febrero de 1926, en el aniversario de la Primera República, fraguaron una coalición llamada Alianza Republicana. La acción del escritor Vicente Blasco Ibáñez tuvo mayor repercusión en el exterior, donde era bien conocido. Manuel Azaña representaba un republicanismo nuevo que si no sustituyó al antiguo sí evolucionó en un sentido que habría de tener relevante influencia en la vida política de la Segunda República. La oposición militar al régimen dictatorial obedeció a motivos dispares en los que, sin duda, hubo un factor personal importante o un motivo político. Así, la oposición de los generales López Ochoa y Queipo de Llano tuvo su origen en una serie de razones que iban desde el enfrentamiento personal con Primo de Rivera hasta el común liberalismo de los dos militares citados. Más grave para el Dictador fue que, en 1926, dos prestigiosos generales responsables de importantes organismos militares, Aguilera y Weyler, conspiraran con la "vieja política". Esta colaboración entre políticos y militares se manifestó, en junio de 1926, en los sucesos de la llamada Noche de San Juan (la sanjuanada), que fue producida por un conflicto artillero. Primo de Rivera había sido partidario de promover un sistema de ascensos por méritos y no sólo basados en la antigüedad. Cuando quiso aplicar estos procedimientos de ascenso se le enfrentó el Cuerpo de Artillería, en el que los oficiales renunciaron a sus ascensos obtenidos por este sistema. El Rey trató de mediar en el conflicto, pero Primo de Rivera amenazó con dimitir ante lo que el monarca finalmente cedió. Este hecho fue interpretado por la Artillería como una connivencia entre los dos personajes. Desde entonces, un sector importante del ejército adoptó una postura prorrepublicana. Existía otro sector de la sociedad española que se iba a enfrentar al nuevo régimen: era el de los intelectuales, con un peso numérico escaso, pero que tenía una influencia en la sociedad. Uno y otros coincidían en su común regeneracionismo. Por eso, en un primer momento, un Azorín o un Ortega y Gasset mostraron benevolencia respecto al golpe de Estado y el segundo intentó, por lo menos hasta 1928, influir sobre Primo de Rivera para conseguir de él un cambio de rumbo político. El primer choque del Dictador con el mundo intelectual se produjo a comienzos del año 1924 y supuso la consagración de Miguel de Unamuno como el principal representante de la protesta en los medios culturales. Hubo también un sector reducido del mundo intelectual que evolucionó hacia el autoritarismo y que estaba representado por Eugenio D'Ors y Ramiro de Maeztu. Ambos desempeñaron puestos diplomáticos en el exterior. Pero estos casos fueron excepcionales. La mayor parte de los intelectuales oscilaron entre la postura de Unamuno, de enfrentamiento radical, y la de Ortega y Gasset que, más que estar en ningún momento a favor de la Dictadura, lo que hizo fue manifestar su repudio al régimen desaparecido y su confianza en la posibilidad de que una dictadura regeneracionista se hiciera eco de algunas de sus propuestas. El mundo de la vanguardia intelectual no tuvo una significación política precisa hasta los años treinta, ya que la llamada Generación de 1927 se caracterizó por su voluntad de eludir cualquier tipo de compromiso social. En marzo de 1929 hubo graves incidentes estudiantiles que motivaron el cierre de la mayor parte de las Universidades españolas. La reacción de Primo de Rivera fue carente de tacto, porque en un primer momento galvanizó a los estudiantes por el procedimiento de proporcionarles un símbolo, con la detención del líder estudiantil Sbert. Los intelectuales apoyaron a los estudiantes en su lucha contra la Dictadura. Azorín escribió contra la ofensiva del Dictador en la Universidad y Ortega y Gasset dimitió de su cátedra.