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El marfil fue una de las materias más solicitadas por las altas capas sociales del mundo neoasirio (sus reyes no dudaban en aceptarlo como tributo), con el cual se tallaron infinidad de pequeños bajorrelieves para decorar refinados muebles y los más variados utensilios suntuarios. Su fina labra fue especialmente practicada por los fenicios y los sirios, alcanzando su producción tal volumen que a mitad del siglo IX casi llegaron a extinguir al elefante sirio, del cual acopiaban sus magníficos colmillos. Los palacios neoasirios han proporcionado numerosos ejemplares eborarios de gran belleza y perfección técnica, atesorados en ellos, y en su mayoría procedentes de los saqueos de las ciudades sirias y fenicias. Sin embargo, sabemos que se tallaron bastantes ejemplares en la propia Asiria -caso de los marfiles del Templo de Nabu en Kalkhu-, aunque tanto su técnica como sus temas fueron muy diferentes. En el Ekal Masharti de Salmanasar III, también en Kalkhu, se descubrieron numerosas piezas marfileñas enteras y fragmentadas que, de acuerdo con los estudios efectuados, formaron parte de hasta un total de siete colecciones diferentes. Es difícil seleccionar los más importantes ejemplares, dada su cantidad y calidad. Forzosamente, sin embargo, debemos citar una esculturilla de bulto redondo que figura a un joven sirio (12,8 cm; Museo de Iraq), que conduce un cervatillo mientras porta una leona a sus espaldas; una plaquita con un combate entre toros y leones (1 m de largo por 8,2 cm de alto; Museo de Iraq) y una pieza conocida como la mujer en la ventana (10,5 cm; Museo de Iraq), tema muy popular y que hay que ponerlo en relación con la prostitución sagrada practicada en los templos. No faltan en dicha localidad los marfiles de influencia o aspecto egipcio: uno representa al dios Horus (27,5 cm), y otro tiene grabado por dos veces al dios Bes (13,5 por 3,9 cm), ambos en el Museo de Iraq. Sin embargo, las piezas más notables fueron halladas en el Palacio noroccidental de Kalkhu, correspondiente a la época de ocupación por Sargón II. Allí aparecieron la magnífica cabeza conocida como Mona Lisa (16,8 cm de altura, por 13,5 de anchura), perteneciente tal vez al género de la mujer en la ventana, pieza que serviría para decorar algún mueble; la leona que muerde a un nubio (10,5 cm), fino trabajo taraceado con cornalina y lapislázuli y damasquinado en oro; una cabecita de león (6,7 cm), verdadera obra maestra, tallada en la propia Kalkhu; y la esfinge alada (19 por 15 cm) de factura siria o fenicia. De parecida calidad fueron los marfiles hallados en Hadatu (Arslan Tash), y en Ziwiye, al sudeste del lago Urmia (Irán).
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El marfil adquirió un gran auge durante los siglos XIV y XIII a. C. en las principales ciudades de Siria, al igual que ocurrió en otras ciudades del Próximo Oriente. En el caso de Ugarit, las pequeñas obras eborarias, de exquisita y fina labra, salidas de talleres locales, estaban impregnadas todas ellas de influencias egeas y egipcias, como han señalado diferentes especialistas, consecuencia de las relaciones comerciales mantenidas con todo el mundo mediterráneo oriental. Los talleres trabajaron tanto el marfil de hipopótamo, empleado en las pequeñas obras de mediana calidad, como el de elefante, siempre más fino y que se aplicó a las piezas de mobiliario de gran estilo, propias de la familia real y de personajes importantes. Ejemplo de ello es el magnífico panel doble -ocho plaquitas por friso- del lecho de una habitación principesca del Palacio real, pieza que constituye, hasta hoy y que sepamos, el panel más grande de todos los hallados en el Oriente Próximo (1 m de base por 0,50 de altura). Cada panel, encuadrado por dos estrechas bandas también de marfil, a modo de marco, y ornamentado con motivos de cacerías y combate de animales, representa temas distintos. Uno, en la plaquita central, recoge a una diosa alada que cobija con sus brazos a dos adolescentes gemelos; por el lado izquierdo se figura a unos personajes -uno por plaquita- portando ofrendas hacia la pareja real, presente en el derecho, junto a un visir que lleva lanza o "harpé"; en las plaquitas de los extremos se halla el Arbol sagrado. El otro panel, siguiendo la moda egipcia, reproduce escenas de la vida pública del rey: en la plaquita central aparece amenazando con su espada a un joven enemigo de rodillas ante él; en el lado izquierdo está nuevamente el soberano, tocado con corona egipcia, atacando a un león y junto a esta escena se halla una diosa desnuda portando en cada una de sus manos un cetro floral y el emblema "ankh"; en las plaquitas del lado derecho se ven dos oficiales armados con arco y "harpé", un cazador portando un león cautivo y finalmente un funcionario; en las de los extremos vuelve a aparecer el Arbol sagrado. En marfil de elefante fueron tallados también magníficos botes cilíndricos (píxides), aprovechando las secciones más gruesas de los colmillos. De estas piezas debemos señalar la tapa de bote de Minet el-Beida, del siglo XII a. C. (13,7 cm; Museo del Louvre), en la que aparece, trabajada en fino bajorrelieve, una enigmática diosa de las cabras salvajes, sentada y vestida con largo faldellín y con los senos al aire; junto a ella dos cabras salvajes intentan comer de las espigas que tiene en sus manos. Pieza excepcional, hallada en un patio del Palacio real, es un olifante, labrado en un esbelto colmillo (60 cm de largo; Museo de Damasco), en cuya curvatura interna está esculpida en cuidadísima talla una diosa desnuda, vista de frente, con las manos aplicadas sobre el pecho y la cabellera estriada y suelta, rodeando la embocadura de tal instrumento musical; a ambos lados de la diosa se figuran sendas esfinges aladas y una rosácea, todo ello sobre una cenefa geométrica. Por debajo, y a pesar de que la pieza fue alterada por el fuego, se pueden ver los restos de dos felinos. Esta obra, fechada en el siglo XIV a. C., ha sido considerada como el prototipo oriental de olifante, el más antiguo conocido, instrumento que en la Biblia aparece citado para anunciar las fiestas y acompañar las ofrendas de los sacrificios. Otra pieza, que no debe dejarse de lado, es una interesantísima cabeza imberbe, con alto tocado, hallada también en el Palacio real y que sí pudo escapar al incendio del mismo. Su modelado es particularmente exquisito y aunque le faltan las incrustaciones de ojos, párpados y cejas, la belleza de la pieza es impresionante. Los especialistas no se han puesto de acuerdo sobre si tal cabeza representa a una princesa, a un dios juvenil, a un príncipe o a una sacerdotisa. Nosotros creemos que puede tratarse de la imagen de un joven príncipe ugarita. Además de otros marfiles menores -pensamos por ejemplo en la figura de una tamborilera (5,4 cm; Museo de Damasco)-son dignos de ser citados unos artísticos botes de tocador, en forma de patos con la cabeza vuelta hacia atrás, elaborados con marfil de hipopótamo. Dichas piezas eran imitación de moldes egipcios y gozaron de general estima en todo el ámbito sirio-palestino, habiéndose hallado también en Alalakh, Sidón, Kamid el-Loz, Megiddo e incluso Rodas.
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Indudablemente, los fenicios -y en el Occidente, los púnicos- lograron hermosas obras de arte labradas en marfil y hueso, cuya talla se venía realizando desde el Bronce Antiguo en toda la zona sirio-palestina. Aunque su marco cronológico abarca desde el siglo XIII al VII a. C., la verdadera edad de marfil del Mediterráneo oriental se produjo, al decir de R. D. Barnett, únicamente en los siglos VIII y VII a. C., en los cuales su talla constituyó una de las mayores industrias de la zona, con obradores quizás en las principales ciudades de Palestina, Siria y Fenicia. Todas las piezas que han llegado a nuestros días demuestran, en general, la pericia de los eborarios fenicios, quienes debían labrar sus composiciones, de tipo religioso o decorativo, en pequeños espacios, sabiendo asimilar sabiamente iconografías y tipologías de ámbitos sirios e hititas, egeos y egipcios. Si bien se conocen dos grandes momentos en la producción de marfiles y un número relativamente abundante de ejemplares, subsisten numerosos interrogantes -cronologías, escuelas, simbología, difusión- a la hora de profundizar en tal campo artístico. Al siglo XIV a. C. según los expertos pertenecen los marfiles hallados en Kamid el-Loz, con claras influencias egipcias y cananeas; tales ejemplares consisten en estatuillas, mangos de espejos y otros utensilios, rostros humanos, píxides, y otras cajas, cucharas e incluso un tablero de ajedrez decorado con escenas de caza. Del siglo XIII a. C. son una plaquita hallada en el hipogeo de Ahiram de Biblos, con el motivo de un toro atacado por un león y un grifón, y la tapa de otro pixis con una roseta, a cuyo alrededor corre una faja con grifones. Mucho más conocidos e importantes son los marfiles de Nimrud, Arslan Tas, Megiddo, Sainaría y Zincirli, localidades todas ellas alejadas de Fenicia y en las cuales la existencia de tales joyas se ha justificado bien por haber ido allí a trabajar artesanos fenicios, bien por la importación desde Fenicia de tales objetos eborarios, o simplemente por ser parte de botines de guerra. Los del Palacio noroccidental de Nimrud adornaron un buen número de las más variadas piezas (mangos de abanicos y de espejos, mosquiteros, cajas, muebles). Entre los temas de los fragmentos llegados hay que destacar los usualmente denominados Mujer en la ventana (una hieródula que requiere al transeúnte), Nacimiento de Horus sobre la flor de loto, Ciervo que pace, Vaca amamantando a su ternerillo, Esfinges aladas, León devorando a un joven nubio y, sobre todo, la famosísima, aunque impropiamente llamada, Mona Lisa (25,5 cm; Museo de Iraq). Los marfiles de Arslan Tash (la antigua Khadatu) son temática y tipológicamente afines a los de Nimrud. Lo mismo debemos decir de los de Samaría, que embellecieron el Palacio de Acab y de su esposa, la tiria Jezabel, aunque éstos de relieve pronunciado y con trabajo de taracea han llegado muchísimo más estropeados. El grupo de marfiles de tipo sirio estaba representado por los del Palacio sudoriental de Nimrud, que adornaron diferentes objetos suntuarios, tales como píxides, cetros o muebles; y por los del Fuerte Salmanasar, en donde apareció un gran tesoro de marfiles fenicios (se contabilizaron hasta siete grandes colecciones), trabajados con técnica de taracea, esto es, al marfil se le incorporaban vidrios polícromos, lapislázuli y otras piedras semipreciosas. Entre las piezas más importantes hay que reseñar los paneles que formaron parte de tronos, con figuras de divinidades leontocéfalas y los temas ya vistos de la Vaca amamantando a su ternerillo, la Mujer en la ventana y las Esfinges aladas. Ejemplares exentos figuraban a sirios y nubios portando leones, monos o rebecos como tributo. A este grupo sirio deben adscribirse también los marfiles de Zincirli (Sam´al) del siglo VIII-VII a. C., fruto de diferentes influencias estilísticas. De las tumbas regias de Chipre nos han llegado algunos marfiles de notable interés, de parecida cronología a los de Zincirli. De Salamina proviene un trono que estuvo adornado con paneles que contenían esfinges aladas, así como la cabecera de una cama, en la que en tres registros se recogían escenas con el dios Heh, con la palmera sagrada y con esfinges masculinas. De Enki hay que citar un mango de espejo, hoy en el Museo Británico, con el tema de un Teseo prehelénico luchando contra un monstruo, así como un estuche de juego, adornado en sus lados con una escena venatoria.
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Paralelamente al afianzamiento del Islam, una aguda conciencia del declive del cristianismo, debilitado numéricamente por las conversiones y culturalmente por la arabización y la presión creciente del Islam, se desarrolló en un sector de la opinión mozárabe, lo que llevó a los cristianos más exaltados a acciones desesperadas: injurias públicas contra el Islam y el Profeta, que provocaron automáticamente condenas a muerte. Las fuentes mozárabes registraron estas actuaciones individuales que tuvieron gran repercusión a partir del año 825, al dar noticia de dos mártires. Recordemos que fue en esta misma época (828) cuando Luis el Piadoso mandó una carta a los cristianos de Mérida para incitarles a la resistencia. Pero la ola de condenas a muerte en Córdoba se sitúa entre los años 850 y 860. Las autoridades religiosas y políticas reaccionaron: un concilio celebrado en el 852, en presencia de un funcionario mozárabe de la administración de las finanzas que desempeñó la función de comisario del gobierno, impidió a los cristianos buscar el martirio voluntario. Al no resultar esta medida suficiente para detener el movimiento, algunos años más tarde, en el 859, su principal animador, San Eulogio, fue sometido a su vez a juicio y ejecutado, hecho que según parece puso fin esta vez a la sangrienta serie de martirios voluntarios. La fase crítica del movimiento sólo había durado una decena de años, pero demostraba con claridad el malestar profundo de un grupo etno-cultural irremediablemente amenazado en su existencia. Los últimos acontecimientos relacionados con los mártires de Córdoba ocurrieron tras la muerte del emir Abd al-Rahman II en el 852 y el acceso al poder de su hijo Muhamad I. Durante casi un cuarto de siglo, éste siguió reinando sobre un Estado relativamente tranquilo, excepción hecha de la tenaz disidencia toledana. En efecto, la ciudad entró de nuevo en una fase de rebelión en el momento de acceso del nuevo emir y, entre el 850 y 853, bandas o ejércitos toledanos se aventuraron bastante lejos hacia el sur para hacer razias en las zonas fieles al poder de Córdoba, forzando a los elementos árabes que controlaban Calatrava a evacuar el sitio fortificado, e intentando saquear las explotaciones agrícolas situadas en el valle del Jándula, un afluente del Guadalquivir que desemboca en el río cerca de Andújar, en una región cuya población era sobre todo beréber. En esta ocasión, pusieron en apuros a un contingente militar omeya cerca de esta última ciudad. Muhammad I, después de haber mandado poblar Calatrava de nuevo y fortificarla sólidamente, dirigió una importante expedición en el 854 contra Toledo, que había pedido auxilio al rey de Asturias, Ordoño I. El emir obtuvo una importante victoria en el Guazalete sobre los toledanos y sobre un gran ejército asturiano llegado como refuerzo. Las fuentes cristianas y árabes concuerdan en cuanto a las cifras de las pérdidas de los vencidos: ocho mil hombres entre los asturianos y doce mil entre los toledanos. Sin embargo este desastre no puso fin a la agresividad de los toledanos, rodeados de poblaciones árabes y beréberes hostiles y asediados en vano en el 856. Una vez más los toledanos atacaron Talavera, ciudad de población predominantemente beréber, pero en el año 858 un nuevo asedio, dirigido por el mismo emir, logró someter temporalmente el foco de resistencia toledano.
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Los investigadores no se ponen de acuerdo a la hora de decidir cuándo y cómo se produce el paso desde Siberia a Alaska. La opinión más generalizada sostiene que éste tiene lugar hace unos 40.000 años por medio de pequeñas bandas poco sofisticadas tecnológicamente, que basan su sistema de vida en la recolección de frutos y plantas silvestres y en la caza. Otros, opinan que estas pequeñas comunidades son cazadores especializados en la caza de grandes herbívoros, con una cultura típica del Paleolítico Superior, definida por un evolucionado complejo tecnológico basado en la confección de puntas de proyectil, y cuyo paso se produce hacia el 12.000 a.C. A pesar de que los implementos de mayor antigüedad presentan serios problemas de datación, y de que muchos de ellos no son admitidos por algunos arqueólogos como verdaderos utensilios culturales, lo cierto es que cada vez existen más datos que documentan la presencia del hombre en América hacia el 40.000 a.C. Krieger denominó este momento antiguo como Horizonte de Pre-puntas de Proyectil, también conocido como Cultura de Nódulos y Lascas o, de modo más genérico, Paleolítico Inferior y Medio. La etapa se caracteriza por industrias de piedra, hueso y madera a base de guijarros, lascas, raederas y otros útiles unifaciales tallados por percusión, sin que exista evidencia de confección de puntas de proyectil especializadas, sino tan sólo pre-formas. El sitio más antiguo que se conoce es el de Blue Fish Cave, junto al río Yukón, datado en 39.000 a.C. e, incluso, el de Old Town, cuyos niveles datan según Mac Neish del 68.000 a.C. En Shriger, al norte de Missouri, existen útiles de talla unifacial y trabajos en hueso del 43.000 a.C. El Complejo Old Crown al norte del Yukón, incluye grandes huesos quebrados y trabajados de mamut y caribú, más que instrumentos de piedra. China Lake, con fecha de 42.350 a.C. y los hallazgos en Isla Santa Rosa, Levi y Lewisville (Texas) fechados hacia el 36.000 a.C., documentan esta antigüedad de la Cultura de Nódulos y Lascas en Norteamérica. Los evidencias aisladas en Mesoamérica y América Central confirman la profundidad cronológica de las culturas americanas. El Bosque (Nicaragua), Valsequillo, fechado hasta en el 35.000 a.C., Tequixquiac, Tlapacoya o sitios de la Cueva del Diablo y otros muchos yacimientos mexicanos documentan este antiguo Horizonte de Pre-puntas de Proyectil. En esta región se define por toscas industrias en piedra conseguidas por percusión y talla unifacial (guijarros, lascas, raederas y tajadores), junto con otras de madera y hueso, que manifiestan una manera de vida no especializada en la caza, sino con mayor énfasis en la recolección de frutas, semillas y raíces; no obstante, en ocasiones también se asocian a mamut, caballo, bisonte, camello y otros animales extintos. En estos yacimientos se han encontrado las primeras manifestaciones artísticas del hombre americano, como el hueso sacro de un camélido encontrado en Tequixquiac que representa un coyote, y un fragmento de pelvis de proboscídeo en el que se diseñaron representaciones incisas de mamut, tapir y bisonte. También en América del Sur se ha registrado este mismo nivel cultural, aunque la documentación es más dispersa. Sitios como la cueva de Pickimachay en su fase Paccaicasa de 22.000 a.C., el complejo Ayacucho y Guitarrero en Perú, Rancho Peludo y Manzanillo en Venezuela, Tagua Tagua en Chile y Los Toldos en Argentina entre otros asentamientos, mantienen estas mismas pautas culturales. Antigüedades como la obtenida en la cueva de Pedra Furada (Brasil) de 30.200 a.C. o Monte Verde (Chile) de 31.500 a. C., confirman que el poblamiento del Nuevo Mundo fue continuo, rápido, de tal manera que en menos de diez mil años el hombre pudo pasar de un extremo a otro del continente.
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La expulsión de los itzá trajo como consecuencia la revitalización de los antiguos patrones de vida maya, los cuales fueron centralizados por Hunac Ceel, dirigente del linaje Cocom, en la ciudad de Mayapán. Este centro, fundado por los itzá de Chichén, se transformó entonces en la capital de un estado que controló el norte del Yucatán, más restringido que el centralizado en torno a Chichén Itzá. En la "Relación de las cosas de Yucatán" el Obispo Diego de Landa documenta los sucesos históricos, mezclados con leyendas, ocurridos en la ciudad, un centro rodeado de murallas de unos 4,5 km2 de extensión que pudo albergar en su interior 4.150 estructuras. A su caída en 1446 se produce la fragmentación política, donde cada territorio está representado por un pequeño centro. En la costa este de Yucatán existieron pujantes centros comerciales mientras que en Guatemala alcanzaba su esplendor el pueblo quiché, que a lo largo del Postclásico habría de formar un estado fragmentario con capital en Utatlán. En el núcleo del sitio se levantaron los edificios públicos y religiosos, rodeados por otros de naturaleza residencial. Los gobernantes de Mayapán obligaron a residir en la ciudad a la nobleza campesina de sus territorios aliados, con el fin de controlarlos políticamente, basando su dominio en las relaciones tributarias con sus aliados. Desde un punto de vista cultural y arquitectónico resulta una mezcla de los viejos patrones mayas -revitalización del culto a la estela, del uso del estuco para cubrir edificios, etc.- con estructuras que simulan el esplendor de Chichén Itzá, como es el Templo de Kukulcán. Mayapán decayó en 1.446 fruto de la conspiración interna y de las excesivas cargas tributarias y falta de libertad que se imponía a la nobleza nativa residente en ella. Entonces el Yucatán quedó dividido en 16 cuhcabal (provincias o, tal vez, pequeños señoríos regionales). La característica de este momento es la fragmentación política, donde cada territorio está representado por un pequeño centro y no todas las 16 provincias tienen el mismo tipo de gobierno, sino diferentes soluciones políticas para dirigir sus territorios. Algunos de ellos fueron aliados políticos, pero otros se mantuvieron en continua competición hasta la llegada de los españoles. En este tiempo, en la costa este de Yucatán existieron pujantes centros comerciales que sirvieron como puertos de aprovisionamiento, control y descanso a los mercaderes que hacían la ruta hacia Centroamérica. Es el caso de Tulum, Xelhá, Tancah, Lamanai o Santa Rita Corozal. Del potencial económico que tienen estos sitios del Postclásico Tardío da cuenta no sólo su rápida evolución, sino sus artesanías encontradas en las ofrendas y un arte mural que requirió la presencia en ellos de maestros del centro de México que representaron por este medio escenas de claras reminiscencias del estilo mixteca-puebla. Mientras tanto, en el altiplano de Guatemala, se había producido un profundo cambio cultural hacia el 1.000 d.C., según el cual los asentamientos se habían trasladado a una posición defensiva y habían asimilado elementos del centro de México. Esta mexicanización se produjo en algunos sitios de manera pacífica como ocurre con la capital de los Mam, Zaculeu. Pero en otros la naturaleza de la presencia mexicana parece acompañada por la guerra y la fragmentación política, como ocurrió en las mesetas del centro del Quiché. Allí se estableció el pueblo quiché, que a lo largo del Postclásico habría de formar un estado fragmentario que tuvo su capital en Utatlán, y del que más tarde se desgajaron los cakchiqueles, que establecieron su centro más importante en Iximché. Mames, quichés, cakchiqueles y, en cierta medida, pokomames -que tuvieron su capital en Mixco Viejo- y tzutuhiles fueron pequeños estados de conquista muy centralizados, que se mantuvieron en permanente competición por la ampliación de sus territorios hasta que se inició la conquista de Guatemala en 1524 por Pedro de Alvarado
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En su origen, en la invención de Gutengberg parece tener como objeto la necesidad de superar el cansino sistema de la copia manuscrita como elemento de difusión cultural. Posiblemente Gutenberg no estaba pensando en producir eso que hoy llamamos libro impreso, sino en fabricar una serie de sucedáneos de manuscritos que permitieran ahorrar el penoso trabajo de la caligrafía, ofertando a un mejor precio las copias. Para obtener una inmediata rentabilidad de la nueva técnica debía empezar por un producto de fuerte demanda. No es de extrañar pues, que Gutenberg pusiera su empeño, desde el principio, en la fabricación de una obra monumental: la Biblia. Un texto que, por su valor intrínseco, permitiría recuperar rápidamente la inversión realizada. Gutenberg supone la superación de las planchas de madera o de metal llamadas xilografía. La innovación de Gutenberg se liga, asimismo, a dos importantes avances que la posibilitan: el desarrollo de la metalurgia que permite los tipos metálicos (muy unido también a la tradición de la orfebrería) y la revolución del papel que, de origen chino, era conocido en Occidente desde el siglo XII a través de los árabes españoles, y que, más frágil que el pergamino, era sesenta veces más barato (en el siglo XV hacían falta 300 pieles de carnero para confeccionar una biblia). Se han apuntado diversas circunstancias para la extensión de la imprenta por Europa. Algunas puramente coyunturales (la toma de Maguncia por el elector de Nassau en 1462, repetidamente señalada como uno de los factores de la extensión de los tipógrafos de esta ciudad por toda Europa). Sin embargo, la principal razón debe buscarse en la búsqueda de nuevos clientes por parte de estos impresores alemanes que protagonizan mayoritariamente las primeras etapas de la implantación de la imprenta por los diferentes lugares de Europa. Tal demanda la podían alcanzar fundamentalmente en las plazas comerciales más importantes y en las sedes universitarias, allí donde la nueva educación humanista y la consecución de unos mayores niveles de alfabetización posibilitaban el auge de la misma. Así en el Imperio, la imprenta se establece en Maguncia, poco después en Basilea (Johan Froben) y en Nuremberg (Anton Koberger). A partir de 1467, se establece en tierras italianas: Roma (1467), donde se imprime la primera obra fuera del ámbito germánico (Cartas de Cicerón), Venecia (1469), Nápoles, Florencia y Milán (1470). Prácticamente en fechas similares, en torno a los inicios de la década de 1470, aparece en París y Lyon (1473) y en los Países Bajos (Utrecht, 1470). La llegada de la imprenta a España debió insertarse en un mercado del libro más o menos desarrollado. Clive Griffin señala que su introducción no creó inmediatamente una demanda, sino que vino a satisfacer la que ya existía, y que si antes se importaban libros manuscritos ahora iban a serlo también impresos. En España se creyó durante mucho tiempo que la primera obra impresa era el Sinodal de Segovia, por el impresor alemán Juan de Parix, adjudicándole la cronología de 1472 ó 1473. Hoy se sabe que fue posterior. Zaragoza ha reivindicado también la paternidad de la imprenta, a través de la existencia de un registro de asociación de impresores, dirigidos por Botel, que se constituiría en 1473. Pero no hay constancia de libros impresos en ese año en Zaragoza. La obra que se ha venido considerando en los últimos años como el primer libro impreso en España ha sido Obres e trobes en lahors de la Verge Maria, colección de cuarenta poesías en valenciano, cuatro en castellano y una en toscano, premiadas en un certamen celebrado en Valencia el 11 de febrero de 1474. No constan en este libro impreso en Valencia ni la fecha de la impresión ni el nombre del tipógrafo, pero se ha supuesto que se trata del mismo año del certamen y del impresor Lamberto Palmart, por tener los mismos caracteres romanos que usó Palmart en la Summa de Santo Tomás de Aquino, primer libro que lleva su nombre (editado en 1477). Un estudio monográfico de Witten ha puesto de relieve la probable prioridad cronológica sobre las Obres de otras cinco obras por su mayor arcaísmo tipográfico. La primera, según esta tesis, sería la Etica, Política, Oeconomia de Aristóteles, impresa probablemente en 1474 en Barcelona. A través de esta interpretación, pues, la paternidad de la imprenta en España correspondería a Barcelona a través del ya citado libro de Aristóteles, presuntamente editado en 1474 por la sociedad formada por los impresores Bote, Von Haltz y Lanck, un año antes. En 1475, ciertamente, la imprenta ya aparece relativamente generalizada en Barcelona, Valencia y Zaragoza, difundiéndose por toda España. Sevilla imprimió su primer libro en 1476, Valladolid en 1481 y Toledo en 1483. En 1480 había seis impresores en España por 43 en Italia, 28 en Alemania, 13 en los Países Bajos, 10 en Francia y 4 en Inglaterra. En 1600 Sevilla había impreso 751 libros, Toledo 419, Valladolid 396, Madrid 769. La mayor parte de los impresores en estos años iniciales de la imprenta fueron alemanes: Pere Brun, Nicolau Spindeler, Juan Rossenbach -quizá el más famoso por sus libros ilustrados-, Juan Luchner, Gerard Preuss, Pedro Hagenbech, etcétera. Comparando la producción editorial española con la europea, Chaunu considera que antes de 1500 en España se habían editado unos 1.000 incunables, el 3 por ciento aproximadamente de los impresos en Europa en el mismo período. A lo largo del siglo XVI la cifra subiría en España a 10.000, un 7 por ciento de la producción editorial en Europa. En el ámbito catalán la producción editorial sería aún más limitada que en Castilla. Hasta 1500, en todos los países de habla catalana, según Bohigas, se editaría un total de 258 libros (de los que 117 serían en catalán). En la obra de Norton, de 1500 a 1520 se reseñan 302 ediciones de libros en el ámbito catalán, lo que presupone una muy elevada tasa de crecimiento respecto a los años anteriores. En la primera mitad del siglo XVI la coyuntura, según Bennassar, fue muy favorable para la producción de libros. Christian Peligry escribe: "Los Reyes Católicos, llenos de asombro ante el nuevo arte de la imprenta, promulgaron en 1480 una ley sobre los libros en la que se planteaba una amplia libertad". Esta libertad permaneció prácticamente intacta hasta la Pragmática de 1558. Simultáneamente, el crecimiento de la economía y el de la Universidad incrementaban fuertemente la demanda. En el clima de pánico provocado en España por la difusión de las doctrinas protestantes, la Pragmática del 7 de septiembre de 1558 restringió esta libertad, estableciendo un control estricto sobre las ediciones o reediciones, así como sobre las importaciones de libros. Jaime Moll ha subrayado la incidencia de esta Pragmática sobre el libro. En 1569, hasta los mismos libros litúrgicos, y más tarde, en 1627, hasta los folletos de pocas páginas, fueron sometidos igualmente a este control. La intervención de la Inquisición perjudicó, sin lugar a dudas, la producción y la importación de libros, y Christian Peligry puede ofrecer ejemplos de las graves pérdidas sufridas por los libreros, cuyos libros eran requisados para ser expurgados, lo que provocaba una prolongada inmovilización de su capital, o incluso una amputación del mismo cuando los libros no eran devueltos. A pesar de todo, la favorable coyuntura permitió a la producción de libros mantenerse en un nivel relativamente elevado durante la segunda mitad del siglo XVI en las principales ciudades de edición.
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Los instrumentos o canales de comunicación de masas, los "mass media", son aquellos procedimientos mediante los cuales grupos de especialistas se sirven de inventos técnicos (prensa, cine, radio, televisión, publicidad estática...) para difundir un contenido simbólico a un público vasto, heterogéneo y muy disperso en el espacio. Si se tiene como objetivo persuadirlo, integrarlo o dirigirlo en uno u otro sentido, depende de otros factores, igualmente capaces de ser subsumidos desde los propios "media". Los medios masivos de comunicación se han ido desarrollando a lo largo de los últimos ciento cincuenta años, y a partir de la circulación progresiva de periódicos. En los Estados Unidos, líder en este primer canal de difusión de noticias, en 1850 leía el periódico una de cada cinco familias; mientras en 1890 eran dos de cada tres; y en 1920, al menos un periódico llega a cada hogar.El cine surge prácticamente con el siglo; y en 1920 las estadísticas indican un promedio de asistencia familiar a los cinematógrafos, en Estados Unidos también, de una vez y media semanales, que ascienden a tres veces en 1939, para descender de nuevo, a partir de la producción y venta de receptores baratos de televisión en los años posteriores de la Segunda Guerra Mundial, concretamente entre 1950 y 1960. La difusión de la radio fue todavía más rápida, puesto que en vísperas de la guerra, a partir de 1936, se alcanza el nivel de un aparato receptor por familia. Conforme se fueron desarrollando nuevos medios, los ya existentes o bien perdieron público, o bien, para no perderlo, se adaptaron a funciones más específicas e incrementaron o potenciaron su acción junto a los nuevos. Porque, hasta el presente, al menos, la tendencia general ha sido la del aumento regular en la cantidad de inversiones, esfuerzo, imaginación y tiempo, volcados a los medios masivos de comunicación. Y es curioso observar cómo, a pesar de las diferencias significativas que existen entre pueblos en lo que se refiere al contenido y forma que adoptan los "media", hay, sin embargo, un alto grado de similitud en las funciones múltiples, progresivas y cada vez más profundas, que se les asignan. Es sorprendente la uniformidad de estructuras que en todo el mundo presentan los periódicos, la radio y la televisión a la hora de informar, pese a las diferencias culturales in situ, posiblemente explicables por las influencias casi monolíticas de la tecnología y cultura occidentales. Pero no hay que olvidar tampoco que ha sido el progreso tecnológico el que ha hecho posible los "mass media", al par que la expansión de los cauces comerciales está vinculada al surgimiento de un público para esos nuevos medios, que actúan como emisores y como portadores de propaganda, incentivo y objeto de consumo. La alfabetización, por ejemplo, sirvió para proporcionar lectores a una prensa que influyó, a la vez, a la difusión del alfabetismo. Radio, cine y televisión han colaborado intensamente a la difusión de normas culturales y morales, a la creación de públicos nuevos y amplios para actividades y disfrutes antes reservados a minorías exquisitas. Han fomentado, junto a los deportes-espectáculo, la práctica de los mismos o de otros idóneos para el fomento de la amistad, del trabajo en equipo o del encuentro entre culturas. Han colaborado al desarrollo de la sanidad y de la higiene; a la comprensión y aceptación de otras formas de vida; al acceso a la educación a personas y grupos que no pueden asistir a un aula en horas y condiciones dadas. Han influido igualmente, y siguen influyendo hoy, en la conformación y dirección de la opinión pública. Sirvieron en primer lugar en los Estados Unidos, tras aquella primera expansión de la prensa y la radio que sigue a la crisis económica internacional de 1929, para la puesta en marcha de la política del New Deal en 1993; apoyaron el desarrollo de las campañas electorales y la preparación de los norteamericanos para la entrada en la Segunda Guerra Mundial; constataron la relación entre la creciente actividad comercial y la importancia de la audiencia; y confirmaron lo indispensable que eran por sí mismos y en sus análisis y control de sus efectos para la organización política y social de los pueblos. Una ordenación histórica de los "media", de los instrumentos de comunicación, soportes capaces de encaminar un mensaje a un público que a través de los mismos ve legitimado su status y su papel social, permite distinguir, conforme al momento de su aparición, entre carteles publicitarios, prensa, cine, radio y televisión, hoy, finalmente perfeccionados, potenciados y mundialmente extendidos gracias al desarrollo de la electrónica y mediante las llamadas superautopistas de la información. Los carteles publicitarios son el más antiguo de los "media". Durante mucho tiempo limitados a murales en ciudades y pueblos, desde hace poco más de un siglo se vieron progresivamente abiertos a múltiples formas, funciones y objetivos: anuncios urbanos, murales de creación libre, señales de tráfico, "affiches" en transportes colectivos (trenes, metro, autobuses) y privados o semiprivados (taxis y coches particulares que informan de las actividades de sus dueños o empleados), luminosos de gran dimensión y esplendor, anuncios aéreos, etc. Su afluencia a carreteras, autopistas, vallas de edificios en construcción, farolas de alumbrado, azoteas y terrazas en plazas y otros lugares de intersección urbana resuelven tanto su utilización con fines económicos como su conversión en soporte político de campañas electorales; y afectan de forma directa o indirecta casi al total de una población prácticamente indiferenciada. Los recursos de los carteles publicitarios provienen exclusivamente de la publicidad; y la saneada cuenta de resultados de las empresas especializadas en su producción y distribución justifica su uso y auge como instrumentos de amplificación social. La prensa, tanto la diaria como la periódica de gran difusión, es ante todo un producto de gran consumo, que ha sabido, por necesidad de uso supuesto su carácter efímero, unir fabricación, distribución y conservación en una verdadera industria de interés económico, social, político y multinacional crecientes. Difunde su producción primordialmente por venta de ejemplares sueltos en quioscos y librerías; pero también la completa mediante suscripción postal o entrega a domicilio. Disminuye hoy, a causa de la presión de las grandes empresas y por la dificultad que encierra cubrir con medios escasos focos de atención casi infinitos, el número de cabeceras, tanto nacionales como regionales y provinciales; al par que crece su al menos aparente despolitización y su tendencia a la especialización aun dentro de la visión general que el periódico o la revista planteen. Los grupos económicos que la respaldan y el creciente interés de empresas periodísticas, y financieras por su control explican, sobre todo para la prensa periódica, y más específicamente para la del corazón, las expectativas de asimilación de una publicidad que facilita la atracción de clientes o lectores, el abaratamiento del producto y la ampliación de los mercados, sean económicos, educativos, políticos o de cualquier otro tipo. El cine, en declive en los últimos años si se atiende al número de salas abiertas y al total de entradas en dichas salas, ha encontrado en las televisiones, para las que últimamente ha comenzado a producir, el más rico contacto de cuantos han podido producir o procurar los "mass media". El color, el tamaño de la pantalla, el sonido, la fotografía, la música y los efectos especiales se alían para gustar al espectador, introducirle en el juego durante largo rato y sin rupturas, en ambiente oscuro, que impide cualquier distracción, y con la seguridad "ex ante", de unas motivaciones y unos fines que predisponen y absorben a cuantos llenan la sala por espacio de hora y media, que es lo que viene a durar la sesión. La radio, por el contrario, tiene su campo propio, que no necesita de definición concreta. Sus emisores y sus receptores se conocen con bastante precisión; y supuesto el número de oyentes a partir del total de receptores vendidos, y de la audiencia asegurada prácticamente en todos los hogares, son las horas distintas del día las que aglutinan, en función, o a partir, de una peculiar confluencia de motivaciones e intereses, la audiencia propia de cada uno de los programas e informaciones. Entre todos los "mass media" es la radio la que mejor realiza la función informativa, ya sea deportiva, política, de sucesos o cultural. Aporta una información caliente; y tiene, quizás por ello, el mayor poder movilizador. Esa noticia rápida que la radio ofrece, y sobre todo si es primicia, se observa con más plenitud en el siguiente telediario; y se espera, si interesa, a la mañana siguiente, para completarla con el relato que el periódico ha redactado con alguna mayor detención. Ella sola, la radio, sabe, tanto como lo pueda hacer un concierto musical o el mitin a los electores convencidos, generar, potenciar la conciencia colectiva y el descubrimiento de una sensibilidad común, dispuesta a defender lo que se tiene o impedir la pérdida de lo que vale o se valora. Los ingresos publicitarios que demanda son manifestación preclara de su fuerza, que procede primordialmente de su frecuencia, de su repetición de eslóganes, de la atracción de una voz o del ambiente creado para generar deseos, impaciencias, necesidades, expectativas, etc.; y que los otros "media" reforzarán con el recuerdo de la imagen o con la insistencia en el mensaje. La televisión, de forma generalizada, no tiene el carácter pleno de "mass medium" hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Logró, sin embargo, y con una rapidez inusitada, saturar el mundo civilizado en poco más de veinte años; y supo, en conexión con la radio, y casi siempre en actuación conjunta, ocupar los hogares, ampliar su influencia, reducir en su favor los efectos, y los ingresos del cine; y, quizá sea lo más importante, ir progresivamente imponiendo, a través de filmes, "sketches", series y demás formas de atracción, el modelo americano de vida, en dependencia de la mejora del nivel de salarios y de consumo, de la prolongación de los tiempos de ocio y de la multiplicación de programas a partir de canales de emisión especializados. La televisión, además, la más notable por la extensión de su público, es aún más importante por la homogeneidad de su penetración: las estructuras de la audiencia son bastante estables; ella misma confecciona su propaganda; atrae y potencia la publicidad de los otros medios; está, más que cualquier otro medio de comunicación, en el punto de mira de grupos de poder económico, político o religioso; y sabe aprovechar y ordenar todos estos supuestos en función de la actualidad, de la calidad de la programación, de las estaciones, días y horas del año. La televisión, finalmente, es cambiante porque también lo son las relaciones con su público. Su capacidad y su disposición para conformar opiniones es a la vez factor y resultado de su difusión masiva. Como ha escrito G. Friedman, "la televisión es, en nuestra civilización técnica, el instrumento más poderoso para hacer que la masa participe en sistemas de símbolos, cuya puesta en común es imprescindible en orden a la cohesión social. Pero esta función unificadora sólo puede llevarse a cabo en ciertas condiciones, es decir, abriendo brecha en el particularismo de los pequeños grupos... (porque) la necesidad en que se ven los sistemas de símbolos de ser aceptados y acogidos por una larga audiencia, les garantiza una acción fortalecedora de los valores existentes". La televisión, por todas estas razones y motivos, acaba siendo un medio emocional, precisamente porque, como señalara A. Moles, "solicita la participación del espectador", acorta distancias y genera familiaridad hasta límites insospechados, que lo mismo aventuran formas corrientes y triviales que la sublimación, por imitación, de los comportamientos simbólicos de protagonistas, actores y comunicadores. En los años ochenta se manifiestan los primeros síntomas de transformaciones radicales en el funcionamiento de "los media" a nivel de producción, distribución y consumo; y consiguientemente de dimensión de masas, gracias, primordialmente, a las transformaciones cualitativas provocadas por el desarrollo de la electrónica en los sectores de la informática, de las comunicaciones y de los medios audiovisuales, ligados o en dependencia no sólo ni tanto a objetivos o razones puramente comunicativas o políticas, cuanto a decisiones más importantes y complejas que permiten hoy hablar de una opulencia comunicativa, desde la que se puede explicar fehacientemente la actuación de la sociedad sobre "los media" y la influencia, igualmente decisiva, de éstos en aquélla.
contexto
Al rebajar el collado que cerraba por el norte el valle de los foros, el ingeniero -probablemente Apolodoro mismo- cortó el borde del Quirinal en forma de tres terrazas sucesivas. En ellas construyó de forma escalonada un edificio de seis plantas, comunicadas por anchas escaleras, donde vinieron a concentrarse, formando calles y galerías de tiendas, los establecimientos comerciales que antaño ocupaban la mayor parte de los foros. En este edificio, el ladrillo de fábrica, que había venido ganando terreno en anteriores decenios, ve llegada la hora de su triunfo. Sus estampillas permiten datar los Mercados con absoluta precisión en el primer decenio del reinado de Trajano. Ello significa que la construcción fue por delante de la del Foro, cosa lógica por esencial para la consolidación previa de la ladera del Quirinal. Sin embargo, el perfecto ajuste existente entre ellos indica que ambos proyectos se hicieron simultáneamente. Tiendas pequeñas, en número de 150, se repartían la administración y el comercio al por menor de los productos alimenticios dependientes de la annona imperial: el trigo, el aceite y el vino. El núcleo del conjunto tenía forma de abanico, ajustándose al hemiciclo de la exedra oriental del foro, de la que la separaba una calle semicircular pavimentada de losas de basalto. La fachada de ladrillo de los dos primeros pisos del Mercado debía de formar un vivo contraste con el revestimiento de mármol de la exedra del Foro. A la calle abrían sus puertas, en la planta baja, unas tabernae más anchas que profundas con sus dinteles y jambas de travertino. Cada una de ellas disponía como entresuelo de un cuartito de techo bajo por encima del dintel de la puerta, donde se abría una ventana. En la parte superior de la fachada se suceden las ventanas de un corredor al que daban diez tabernae de la primera planta alta. Las ventanas en arco, en proporción de 5/2 respecto a las puertas de la planta baja, están separadas por pilastras de ladrillo con basas y capiteles de travertino. Su coronamiento son frontones o medios frontones, algo nuevo en arquitectura clásica. Pero lo más original y trascendental para el futuro es un gran salón cubierto de bóveda de arista sobre una especie de triforio. En él podrían encontrarse los fundamentos de las bóvedas de la arquitectura medieval.
contexto
El filósofo Platón visitó Sicilia al menos en tres ocasiones. La isla era tan griega como Atenas, en su mitad oriental. Lo hizo en calidad de invitado de los tiranos o gobernantes de Siracusa. Durante su última visita a la corte de Dionisio II, en el año 361 a.C., tuvo ocasión de presenciar acontecimientos que narró en la séptima de sus Cartas: "Mientras tanto, Dionisio II quiso disminuir la paga de los mercenarios veteranos, en contra de las tradiciones de su padre. Pero los soldados, furiosos, se reunieron y decidieron oponerse a ello. El tirano intentó recurrir a la fuerza haciendo cerrar las puertas de la acrópolis; ellos se dirigieron inmediatamente contra las murallas, cantando el peán guerrero de los bárbaros. Entonces Dionisio, muy asustado, cedió completamente e incluso concedió a los peltastas que entonces se habían reunido más de lo que reclamaban". Entre estos hombres figuraban veteranos mercenarios profesionales de origen ibero, cuyo carácter "bárbaro" quiere enfatizar Platón. La presencia de mercenarios de origen hispano en el Mediterráneo central se remonta mucho en el tiempo. Es posible que, como señala Pausanias, ya a fines del s. VI a.C. los cartagineses hubieran reclutado tropas hispanas para servir en Cerdeña, donde habrían fundado la ciudad de Nora. Pero la primera mención es del año 480 a.C.: Heródoto y Diodoro cuentan que tropas mercenarias iberas formaban parte del ejército cartaginés vencido en la batalla librada junto a la ciudad griega de Cimera, en Sicilia, en la que incluso pereció su general. Por cierto que, según la tradición, esa victoria griega se dio el mismo día en que los persas eran derrotados en Salamina: la Hélade vencía a los bárbaros en Oriente y Occidente. Se ha escrito mucho sobre las causas por las que jóvenes iberos o celtíberos se ofrecerían como mercenarios de otros pueblos peninsulares, o de potencias extranjeras, desde fechas tan antiguas. Aunque no se puede descartar ocasionalmente el deseo de aventura o la ética guerrera, parece claro que fueron causas económicas las que forzaron a una creciente disponibilidad de contingentes de hombres dispuestos a ofrecer sus servicios por una paga en metal precioso o tierras. Al parecer, el reclutamiento de los mercenarios no se hacía individualmente sino por contingentes, mandados por sus jefes naturales. Lugares como Villaricos, en Almería, Gadir, Alcacer do Sal, en la zona de la actual Lisboa, o incluso Cástulo, en el interior de Andalucía, pueden haber sido puntos de reunión de tropas a sueldo, como el mercado de mercenarios en el cabo Taenarum lo era en el Peloponeso griego. Estos hombres eran reclutados por agentes o conquisitores que, cargados de oro, procedían de las grandes potencias. Si los mercados tradicionales estaban exhaustos, viajaban al interior en búsqueda de nuevas fuentes de aprovisionamiento. Ese fue el caso de los desdichados agentes cartagineses que, en 203 a.C., llegaron a Hispania con 250 libras de oro y 800 de plata, fueron capturados por los saguntinos y entregados cautivos a Roma. Entre los años 480 y 200 a.C., la inmensa mayoría de los contingentes mercenarios hispanos estuvo al servicio de Cartago y sólo rara vez a sueldo de las ciudades griegas sicilianas. Hasta 397 a.C. no hubo hispanos en los ejércitos griegos. Diodoro cuenta que, cuando fue derrotado el general púnico Himilcón, huyó abandonando a su suerte a los mercenarios, que en su mayoría fueron muertos o esclavizados por el tirano griego Dionisio I de Siracusa. Todos, salvo los iberos que, en lugar de perder la cabeza, se agruparon en armas, enviaron un heraldo y ofrecieron sus servicios al vencedor. Desde entonces, Siracusa solía contar con contingentes hispanos, que se armaban y luchaban según sus costumbres nacionales. Durante los siglos V a III a.C., las cifras de mercenarios -exageradísimas por fuentes como Eforo o Timeo- son muy difíciles de precisar, pero parece que el orden de magnitud era de millares. Por ejemplo, en el s. IV se calcula que Siracusa podía contar quizá hasta con 25.000 mercenarios, de los que los bárbaros serían sólo parte, y los hispanos, una fracción. A partir de la guerra de Aníbal, sin embargo, las cifras se dispararon, y se cuentan por decenas de millares de hombres. Los mercenarios bárbaros, celtas, ligures, iberos, eran considerados "carne de cañón" mucho más prescindible que las milicias ciudadanas de Cartago o que los costosos mercenarios hoplitas griegos. Hasta tal punto que, en no pocas ocasiones, fueron traicionados por sus propios generales. Así, el mencionado Himilcón negoció su salvación y la de sus tropas ciudadanas, a cambio de abandonar a los mercenarios a su triste destino. Los griegos no eran más escrupulosos: Polibio cuenta cómo, en el s. III a.C., Hieron II de Siracusa provocó que sus mercenarios fueran masacrados por los mamertinos de Sicilia, mientras que él se replegaba con sus tropas ciudadanas. Resulta pues irónico que sean los mercenarios, y no sus generales, los que en la Historia hayan cargado con la fama de desleales y poco de fiar. Plutarco lo dijo con meridiana claridad: "pues empleaban (los cartagineses) Iberos y Númidas para sus batallas, y así soportaban sus fracasos a costa de otras naciones". A partir de la presencia de la familia de los Barca en Iberia, desde 237 a.C., el problema del mercenariado hispano se complica. Deben distinguir tres categorías de tropas iberas o celtíberas al servicio de Cartago: los mercenarios propiamente dichos, los contingentes entregados a manera de tributo por las regiones sometidas, y los proporcionados, más o menos voluntariamente, por pueblos no sometidos, sino vinculados por lazos diplomáticos (sabemos, por ejemplo, que Aníbal contrajo matrimonio con la princesa Imilce de Cástulo). Por otro lado a partir de 218 a.C., fecha del comienzo de la Segunda Guerra Púnica, la recluta de mercenarios propiamente dichos fue creciente en la Celtiberia y Lusitania, más que en las zonas costeras propiamente ibéricas. En conjunto, los mercenarios puros eran menos numerosos que los otros tipos de contingentes hispanos entre las fuerzas de Aníbal. Sin embargo, fueron siempre los más fiables y combativos: todavía en 204 a.C., cuando casi todo estaba perdido para la causa púnica, dice Polibio que la noticia de que llegaban de la Península mercenarios celtíberos contribuyó "no poco a levantar la moral de los cartagineses: eran cuatro mil, y dijeron que eran diez mil y, además, aseguraron que en la batalla eran invencibles, tanto por su valor como por su armamento".