Der Blaue Reiter es el nombre de un cuadro de Kandinsky, de 1903, y el nombre también de un Almanaque que aparecería en mayo de 1912, aunque se venía preparando desde abril del año anterior. En este Almanaque, verdadero manifiesto del grupo, había ilustraciones de Pechstein, Kubin, Le Fauconnier y un personaje crucial para el movimiento, el músico Arnold Schöenberg. La música es el arte por excelencia y el modelo para los artistas de El Jinete Azul; también en ese sentido ellos se sienten herederos de una tradición profundamente alemana, que arrancaba del Romanticismo. La afinidad entre música y pintura para Kandinsky "es el punto de partida de la vía por la que la pintura, con ayuda de sus propios medios, se irá desarrollando hasta llegar a ser arte en sentido abstracto". Paradójicamente la más abstracta de las artes resulta para ellos la más apegada a la realidad. Los artistas habían luchado durante siglos por dar a la pintura un estatus semejante al de la arquitectura o la poesía; ahora ellos quieren hacer de la pintura y la literatura artes semejantes a la música, llevar a la pintura las leyes que rigen a ésta, aplicar una base común a las artes, buscando la obra de arte total. Schöenberg publicó un texto en el Almanaque, en el que explicaba cómo cada arte debe expresarse por sí misma, pero responder a esa base común.Al Almanaque se unió en 1912 otra publicación importante, el libro de Kandinsky "De lo espiritual en el arte", con lo cual este año fue crucial para los muniqueses. El libro, que tuvo varias reediciones y traducciones en el mismo año, planteaba la figura del artista como profeta y daba al arte un papel primordial, el de responsable de la revolución espiritual.La apertura del grupo no sólo incluía contactos con los franceses o la vanguardia rusa, implicaba también una absoluta libertad a la hora de pintar. No se puede hablar de un estilo propio de El Jinete Azul, porque no hay tal. Como decía Kandinsky, el problema de la forma no existe, porque el arte es ante todo una cuestión espiritual y, por tanto, la renovación no puede venir por el camino de la forma. Cada uno siguió un rumbo independiente, incluso antes de la disolución del grupo, aunque compartían ideas. Por ejemplo, en polémica con los impresionistas -punto mítico y referencia obligada siempre-, marcaron sus diferencias. En 1912 escribía Marc en la revista "PAN", como respuesta a la pregunta de quiénes se consideraban más próximos al corazón de la naturaleza, los impresionistas o los jóvenes de hoy: "Nosotros en nuestros cuadros creemos acercarnos al corazón de la naturaleza... No buscarnos y pintamos este lado interior, espiritual de la naturaleza por humor o por placer, sino porque lo vemos del mismo modo que antes se veían las sombras violetas y el éter en todas las cosas. El porqué, tanto para ellos (los impresionistas) como para nosotros, no lo podernos determinar. Es cuestión de la época".
Busqueda de contenidos
contexto
La historia de las ciudades jónicas de Asia Menor representa un variado mosaico donde cada una sigue una trayectoria diferente. Las tiranías y las monarquías dinásticas tradicionales se alternan en el plano político, lo mismo que algunas ciudades se integran activamente en el proceso colonizador, mientras que otras se limitan a garantizar el control de los territorios agrícolas del entorno. Las relaciones con los lidios han sido igualmente variadas y, a partir de la toma de Sardes, la capital lidia, por los persas, se orientan en sentido contrario a ellos. Las divergencias se producen también en el interior de las ciudades, pues Tales de Mileto fue el promotor de un movimiento de resistencia concentrado en el Panjonion, el santuario que pretendía erigirse en centro de cohesión de toda la etnia jónica, mientras que los gobernantes de la misma ciudad de Mileto se inclinan al acuerdo con los persas. En otras ciudades, la unanimidad fue mayor y los foceos aprovechan sus anteriores contactos con el Mediterráneo occidental para acudir a fundar nuevos asentamientos, mientras los de Teos emprendían la expedición a Abdera, en la costa norte del mar Egeo. El sistema persa de intervención era igualmente tributario, apoyado normalmente en tiranos sostenidos por ellos, que garantizaban el control de la costa y los estrechos para emprender nuevas campañas. Al mismo tiempo algunas ciudades, como Atenas, vieron favorecida su intervención en las costas asiáticas, posiblemente a través de la colaboración familiar de algún genos como el de los Alcmeónidas.
contexto
Durante la Edad moderna, las tensiones y conflictos provocaron el desplazamiento de numerosos judíos a Europa oriental, en busca de una situación menos precaria. No obstante, la persecución y presión hacia los judíos fue en aumento prácticamente en todas partes. Una de las respuestas del judaísmo fue refugiarse en el misticismo y la especulación mesiánica, buscando una salida y una esperanza a una situación desesperada en el mundo terrenal. En este contexto hay que situar el surgimiento de algunos falsos mesías, siendo el más famoso el turco Shabbetai Zvi de Esmirna (1626-76). La Ilustración, con su descomunal esfuerzo por imponer la razón sobre la fe y las creencias, produjo un fuerte impacto tanto en el mundo judío como en el cristiano. Por vez primera les fue concedido a los judíos en muchos países el acceso a una igualdad de derechos civiles. En este proceso de emancipación tuvo un gran papel el propio proceso de apertura que experimentó el mundo judío gracias, especialmente, a la labor del filósofo Mendelsohn. Éste se dio cuenta de que la tradicional persecución que sufrían el judaísmo y los judíos debería ser combatida desde el aperturismo de la propia comunidad hebrea, superando la visión cerrada, de ghetto que, decía, no viene sólo impuesta desde fuera, sino también desde dentro. Mendelsohn tradujo el Pentateuco al alemán y le añadió un comentario y una puesta al día. La traducción al alemán tenía una repercusión de hondo calado: suponía romper con el yiddish, la jerga propia de los judíos centroeuropeos, un factor de apartamiento. Además, el comentario hebreo suponía llevar a las masas una visión más moderna de los escritos antiguos. Por último, Mendelsohn trató de poner en armonía el judaísmo con el nuevo papel otorgado a la razón. En la práctica, las ideas de Mendelsohn se plasmaron en el uso del alemán en vez del yiddish en las escuelas, así como en la entrada en éstas de disciplinas profanas. Otro gran acontecimiento que jugó en favor de la emancipación judía fue la Revolución Francesa, con su defensa de los derechos humanos y el deseo de renovación y alejamiento de las cerradas estructuras medievales y de la Edad Moderna. Hijo de la Revolución, Napoleón impuso en todos los países conquistados la condición de la libertad judía, lo que convertía en una realidad jurídica el ideal expresado por la Ilustración. Sin embargo, el camino distaba mucho de estar exento de dificultades, tanto dentro como fuera del mundo judío. La emancipación produjo en el seno del judaísmo una fuerte escisión interna, surgiendo el movimiento liberal, el movimiento reformado y la ortodoxia. Tampoco fueron menores los problemas que generó la nueva situación en el resto de la población no judía y en sus gobierno. El auge de los nacionalismos, con su defensa generalmente acrítica de las "esencias nacionales", la búsqueda de la uniformidad y el consiguiente rechazo a los elementos extraños a su propia tradición histórica hacen que lo judío sea visto con recelo y animadversión. El nuevo papel otorgado a los judíos despreciado por el grueso de las poblaciones, especialmente sus progresos en materia económica, política o cultural. De alguna forma la emancipación judía, como reconocería el mismo Theodor Herzl, había traído consigo un nuevo antisemitismo, de fondo social o nacional. El antisemitismo, el odio hacia todo lo judío, comienza incluso a ser justificado con argumentos presuntamente científicos, utilizando la biología. Wilhelm Marr, creador del concepto, un agitador político alemán, redefinió el sentimiento de odio hacia los judíos en términos raciales, ya no sólo religiosos. Gobineau postulaba que los judíos eran miembros de una raza inferior, posición similar a la defendida por Dühring. Desgraciadamente, los escritos de filósofos, científicos y pensadores son el reflejo de un sentir general, su punta de lanza. Frente a estas posturas el mundo judío encuentra respuesta en la búsqueda de las esencias, afirmándose en el nacionalismo. Herzl, Pinsker o Hess opinan que el problema judío es un problema como nación, defendiendo la creación de un centro nacional judío Pinsker postula que los judíos deben tener su propio territorio, no necesariamente en Palestina, proponiendo países o regiones como Turquía o América. Al movimiento nacionalista judío que defiende la creación de un estado hebreo lo bautiza Natán Birnbaum con el nombre de sionismo, pues pretendía la reconstrucción del futuro estado judío en Sión, es decir, el monte santo de Jerusalén. Entretanto, el nuevo antisemitismo basado en las ideas raciales tiene su máxima y más desgraciada expresión en la Europa de la primera mitad del siglo XX y, más concretamente, en la Alemania nazi. El régimen de terror instaurado por Hitler (1933-45) y sus numerosos seguidores fue el responsable de una tragedia sin precedentes en la Historia de la Humanidad, por su carácter programado y calculado. Durante el llamado Holocausto (1941-45), nombre dado al exterminio masivo, indiscriminado y sistemático de la población judía llevado a cabo en la Alemania nazi, fueron asesinados dos tercios de los judíos europeos, es decir, una tercera parte de la población judía mundial. En 1945 sin duda la cuestión judía había llegado a su punto álgido. La aspiración a poseer un patria judía ya había venido cristalizando desde hacía tiempo. Los dirigentes sionistas ya habían venido actuando desde primeros del siglo XX en un doble sentido: por un lado, favoreciendo una emigración masiva a Palestina; por otro, presionando en medios diplomáticos para ganarse el favor de la comunidad de naciones. En este sentido, el mayor éxito se consiguió con la llamada declaración Balfour, en la que el secretario de estado Británico de Asuntos Exteriores, Balfour, propugnaba el establecimiento (1917) en Palestina del pueblo judío. Los esfuerzos sionistas de crear un estado judío en Palestina contaron desde el principio con la oposición de los países árabes y, en menor medida, dada su debilidad, de Turquía, de hecho potencia dominante de la Palestina en aquel momento. Por el contrario, Gran Bretaña, desde su asentamiento como potencia mandataria en Palestina, favorecerá la llegada de emigrantes si bien más tarde, constatando la oposición árabe y jugando en beneficio propio, pondrá numerosas trabas al establecimiento de judíos en Palestina. El asentamiento hebreo en Palestina provocará desde el primer momento la reacción contraria de los países árabes. Las relaciones entre las dos comunidades religiosas serán de total enfrentamiento, en especial en los momentos puntuales en que la llegada de nuevos emigrantes judíos es mayor. La conflictividad de la zona dará lugar a la creación de una comisión especial de Naciones Unidas para estudiar una solución. Esta comisión dictaminará, el 29 de noviembre de 1947, la partición de Palestina y la creación de un estado judío al lado de otro árabe. Finalmente, el 14 de mayo de 1948, Ben Gurión, en nombre del Consejo Nacional judío, proclamará la creación del estado de Israel, el mismo día en que el comisario británico abandonaba Haifa. Apenas unas horas después, tropas árabes invadían Palestina, dando comienzo la primera guerra árabe-israelí. La solución al problema judío había provocado el surgimiento del problema palestino. A partir de entonces Palestina se convertirá en uno de los mayores focos de tensión del mundo actual, un problema todavía en busca de solución.
video
En época medieval, la comunidad judía hispana se hallaba muy repartida. La judería más importante era la de Toledo. En Andalucía destacaban Sevilla, Córdoba y Jaén. En Extremadura, Cáceres, Plasencia y Badajoz. Existía también otro buen número de juderías, aunque de menor importancia, como las de Gerona, Barcelona, Zaragoza, Pamplona o Burgos. Por último, en Baleares, la judería de Mallorca alcanzó gran esplendor en el siglo XIV. Las relaciones entre los cristianos y los judíos de Castilla habían sido, en el transcurso de los siglos XI al XIII, en lo esencial pacíficas. Pero, en la siguiente centuria, las dificultades económicas contribuyeron a hacer de los judíos un chivo expiatorio de todos los males. También influyó la propaganda demagógica de Enrique de Trastámara, quien, atacando a los judíos, quiso ganarse el favor de la población castellana en su guerra contra Pedro I. En consecuencia, entre 1348 y 1350 se produjeron disturbios antijudíos en ciudades como Jaca, Solsona, Gerona, Barcelona o Valencia. Pero el punto culminante de ese proceso fueron los violentos ataques a los judíos de Sevilla, acaecidos en junio de 1391. La violencia contra los hebreos se propagó rápidamente por otras localidades: Córdoba, Andújar, Montoro, Jaén, etc. Continuó después la onda expansiva hacia el norte, produciéndose asesinatos en Madrid, Toledo, Segovia, Sepúlveda o Burgos. En la Corona de Aragón, sufrieron matanzas de judíos las aljamas de Lérida, Gerona, Barcelona, Valencia o Palma. El clima de persecución hizo que muchos judíos abandonaran la Península, dirigiéndose al norte de Africa. Este proceso fue completado durante el reinado de los Reyes Católicos, cuando en 1492 se produjo su expulsión definitiva.
contexto
Desde la constitución de Caracalla del año 212 los judíos eran considerados ciudadanos romanos y este mismo criterio siguió siendo válido para épocas posteriores. Se encontraban perfectamente integrados dentro de la sociedad, pues nada de lo externo los diferenciaba de los otros habitantes del reino, hispanorromanos o visigodos, salvo el hecho de que pertenecían a una religión distinta y que sus mismos usos religiosos los hacían aparecer distintos. Del mismo modo tampoco constituían ni una raza ni una clase social específica. Como los cristianos, los judíos desempeñaban una variada gama de profesiones y actividades. Por supuesto existían judíos ricos, propietarios de tierras en las que trabajaban otros judíos o cristianos, como se deduce de las disposiciones de Egica del año 693 sobre expropiaciones a los que no se convirtieran. Pero también eran numerosos los pobres, así como los que ocupaban las escalas medias en el conjunto social. No aceptar este hecho supone negar una realidad y al mismo tiempo distorsionarla. No parece tampoco que pueda hablarse de una hostilidad generalizada y en bloque de las clases populares hacia los judíos, incluso en las épocas de mayor presión legal; ni, por otra parte, de la existencia de un judaísmo profundamente cerrado o aislado, susceptible de crear en la sociedad de su tiempo un sentimiento de rechazo o repulsa. Serían las leyes que intentaban frenar los contactos entre los diversos grupos, judíos y conversos o judíos y cristianos, las que con el tiempo crearían un abismo cada vez mayor en las relaciones entre ambos. Los judíos de este período que nos ocupa, a diferencia de otros momentos, se mostraron muy activos en su proselitismo, lo que se manifestaba claramente en el temor que su actividad provocaba en los altos representantes de la Iglesia visigoda. Dicho proselitismo encontraba una vía natural de expansión en los cónyuges, en caso de los matrimonios mixtos, y en los esclavos. Las sanciones que en un primer momento fueron dictadas contra los autores de circuncisión se hicieron extensivas con el tiempo a todos los circuncidados con el fin expreso de disuadir a todos los que pudieran sentirse atraídos por el judaísmo, pese a las mejoras que su nuevo estado les pudiera reportar. Sólo en aquellos momentos en los que la represión fue más dura llegó a prohibirse incluso la circuncisión de los hijos de los propios judíos. Se les permitió, salvo en ciertos momentos, el ejercicio del culto en las sinagogas -cuya documentación arqueológica es muy vaga-, aunque ya en el Breviario de Alarico se limitaba la construcción de nuevas edificaciones o incluso la reparación y restauración de las antiguas. En este sentido se expresaba el rey Egica en el preámbulo del XVI Concilio de Toledo al señalar que de nada había servido que a los judíos se les hubieran prohibido e incluso destruido sus sinagogas, cuando las iglesias cristianas se hallaban en peor estado. Las oscilaciones políticas del momento regulaban una mayor o menor libertad de culto, tanto en lo referente a actos en las sinagogas como a manifestaciones externas de sus fiestas religiosas. Un ejemplo de ello lo encontramos en el canon 9 del Concilio de Narbona del año 589, donde se prohibió explícitamente a los judíos que enterraran a sus difuntos entonando salmos. Es erróneo pensar que los judíos aparecían ligados sólo a cuestiones de dinero o al comercio, aunque sí es cierto que una buena parte de ellos se dedicaba a las actividades comerciales. Sin embargo, al no existir monopolio por su parte, ni siquiera del comercio de esclavos, debe considerárseles como un elemento más de entre los que se dedicaban a dicha actividad. Es decir, las medidas encaminadas a eliminar a los judíos del comercio no debe entenderse como un medio de suprimir un monopolio para pasarlo a otras manos y hacerse con el control efectivo, sino, en todo caso, para asestarles un golpe en el aspecto de la actividad que más les pudiera afectar y en el que se encontraran más implicados. No hay datos en esta época que hagan referencia a usura ni siquiera a préstamos de interés razonable. García Iglesias comenta con acierto que, dado el espíritu antijudío que alimentaba los concilios visigodos -según ya ha quedado expuesto-, si se hubiera planteado el problema de la usura, los asistentes a los mismos no habrían dejado de hacerlo notar.
contexto
Los judíos eran una minoría importante, especialmente numerosa en las principales capitales de la Corona. Dedicados a actividades financieras (acreedores), científicas (médicos), comerciales (mercaderes) e industriales (sastres, tejedores, argenteros, etc.), ocuparon también cargos en la administración real hasta que las Cortes de 1283 dictaron leyes restrictivas que les alejaban de la función pública. En el siglo XIV, cuando el inicio de las dificultades económicas se tradujo en desajustes entre los ingresos y los gastos de la monarquía, los reyes, cuya jurisdicción se extendía sobre los judíos, les sometieron a fuerte tributación, pero no fueron capaces de evitar la violencia antisemita. Cuando las epidemias y hambres y las sacudidas de los precios alteraron gravemente la vida ciudadana, los judíos, hasta entonces una minoría respetada, se convirtieron en un grupo odiado por su supuesta riqueza (aunque para muchas juderías o aljamas ya había comenzado entonces el declive económico) y en una víctima propiciatoria del malestar general. En 1348, coincidiendo con los estragos de la Peste Negra, ya hubo algunas algaradas contra los judíos, y después, en plena guerra de los Dos Pedros (1356-69), mercenarios franceses cometieron desmanes en aljamas aragonesas, pero fue en 1391 cuando estalló con toda su violencia el odio antisemita: la mecha prendió el 6 de junio en Sevilla y rápidamente se propagó por toda la Península (Córdoba, Ubeda, Baeza, Jaén, Cuenca, Toledo, Madrid), afectando de lleno a la Corona de Aragón: hubo asaltos, saqueos y asesinatos en las juderías de Valencia, Mallorca, Gerona, Barcelona, Cervera, Lérida, etc. Para las juderías de la Corona, excepto las de Zaragoza y Calatayud que no registraron incidentes y recibieron a familias hebreas ricas, perseguidas en otras ciudades, fue un golpe mortal: pérdidas económicas, culturales y religiosas (conversiones en masa, emigraciones). Durante el siglo XV la atmósfera social se tornó asfixiante para los resistentes: las autoridades dictaron leyes antijudías (Fernando I introdujo el ordenamiento de Valladolid de 1413 que obligaba a la expurgación de los libros hebreos y forzaba a los judíos a acudir a predicaciones cristianas); el papa Benedicto XIII organizó en Tortosa una vejatoria disputa cristiano-judía (1413-1414), que hubo de concluir con la claudicación de los rabinos participantes y la consiguiente legitimación de las medidas antijudías; este mismo pontífice promulgó una bula que renovaba viejas medidas segregacionistas (uso de distintivos, separación en barrios), y el dominico valenciano Vicente Ferrer, con sus encendidos sermones proselitistas, contribuyó a avivar el antisemitismo. A finales del siglo XV, la antigua minoría judía se había dividido en conversos sinceros, falsos conversos y resistentes, que serían expulsados en 1492. Mientras todo esto sucedía en la mayor parte de la Corona, en Zaragoza un buen número de familias conversas (Cavallería, Santángel, Bardaxí) se convertían en los representantes más activos del capitalismo comercial del reino de Aragón (E. Sarasa, J. A. Sesma).
obra
Los Jueces Integros son uno de los grupos que vienen a adorar al Cordero Místico desde los laterales del registro inferior del Políptico de Gante. Los Jueces son el grupo más exterior a la izquierda, y junto a ellos se encuentran los Caballeros de Cristo.El panel que vemos hoy día no es, sin embargo, la pintura original que fue robada en 1934. La tabla que la sustituye es una copia fidedigna que se encargó a un pintor belga, que sin embargo no pudo reprimirse a la hora de modificar los rasgos de uno de los jueces para que se pareciera al entonces rey de Bélgica, Leopoldo II. Precisamente en esta tabla se han querido identificar todo tipo de retratos, siendo la única que no es original, como los autorretratos de Jan y Hubert van Eyck, o los de sus patronos Juan sin Miedo o Felipe el Bueno, etc.
contexto
La diversión con mayúsculas del mundo romano es el circo o los juegos circenses. En el circo encontramos deporte, pasión e incluso ideas religiosas o políticas, por lo que algunos especialistas lo consideran como algo más que espectáculo. La tradición hace referencia a los reyes etruscos como los creadores de los juegos en Roma, ya en el lugar donde posteriormente se instalaría el Circo Máximo. Estas ceremonias posiblemente tuvieran un origen funerario, con el fin de conjurar los poderes de ultratumba. Paulatinamente el espectáculo fue ganando terreno al rito y se establecieron fechas fijas para su celebración, debiéndose sumar los espectáculos extraordinarios, que habitualmente pagaba un particular para ganarse el favor del pueblo. Los juegos eran regulados por el Senado, siendo los magistrados los garantes del cumplimiento del calendario fijado. Los juegos solían durar entre seis y ocho días con algunas excepciones, como los Ludi Romani, que duraban dieciséis. Las víctimas de los sacrificios, los aurigas y los atletas participaban en una procesión inicial donde se dejaba una muestra del lujo y el boato que rodeaba a los juegos. En un primer momento los juegos no tenían un lugar reservado para su celebración, eligiéndose el foro para presentar los combates de luchadores, cuya sangre tranquilizaría el espíritu de los muertos. En época republicana eran los magistrados los encargados de la organización de los ludi, recibiendo un fuerte impulso en época de César. Los magistrados locales debían responsabilizarse del espectáculo, sufragando los gastos de su propio bolsillo, a partes iguales con las arcas públicas. El ambiente que se vivía alrededor de los juegos era impresionante. La gente se agolpaba en el recinto antes del amanecer para poder disponer de los mejores lugares. Una vez en el sitio, allí se comía y bebía para no perderlo, dejando la ciudad casi desierta. Muchos espectadores se desplazaban desde lejos para contemplar el espectáculo y pasaban la noche a la intemperie. Los altos dignatarios, con el sitio reservado, accedían al recinto cuando ya estaba lleno, momento en que la muchedumbre manifestaba su cercanía o lejanía de los representantes populares. A continuación se sorteaban las parejas de luchadores, se examinaban las armas y se procedía al calentamiento. Cuando estaba todo preparado se iniciaba el combate, que solía ser a muerte. Si uno de los luchadores caía, el vencedor se volvía al palco del editor -quien sufragaba los juegos- para que dictara sentencia: el caído podía vivir o morir allí mismo con un simple movimiento de dedo. En muchos casos la valentía con la que se luchaba era un acicate para salvar la vida en este delicado momento. Pero uno de los principales motivos del espectáculo era la sangre de los gladiadores, que llegó a ser considerada como un remedio para curar la epilepsia. Otra alternativa de lucha era contra animales salvajes, a los que se daba caza en la arena. Los gladiadores eran hombres de diversa condición social. Algunos podían ser personas libres que habían sido condenadas a muerte y a quienes la pena se le había conmutado por este "oficio". También encontramos condenados a trabajos forzados que elegían la lucha para poder obtener la libertad, si mantenían la vida. La mayoría eran esclavos condenados, aunque también encontramos alguno alquilado momentáneamente para el juego o un soldado desafortunado que luchaba para obtener lo que las campañas le habían negado. Todos ellos se formaban en las escuelas de gladiadores, donde cada uno se especializaba en una técnica o tipo de armamento, ya que los combates enfrentaban a hombres en diferentes tipos de lucha. De esta manera se compensaban los armamentos e incluso los espectadores participaban en el combate, avisando a los luchadores de los movimientos de sus adversarios o sugiriendo iniciativas. Para evitar el floreciente mercado de gladiadores, durante el Imperio se crearon centros de formación estatales. Los entrenadores, llamados doctores, supervisaban los entrenamientos, especializándose cada uno en una técnica particular, siendo habitual que estos puestos los ocuparan gladiadores viejos ya retirados. Los precios de los gladiadores experimentaron una importante alza con el paso del tiempo, existiendo algunas estrellas muy bien pagadas. Los gladiadores normales -gregarii- cobraban entre 1.000 y 2.000 sestercios, mientras los experimentados -meliores- llegaron a recibir entre 3.000 y 15.000 sestercios. El propio Estado intentó regular este mercado abaratando los precios, al limitar los impuestos y establecer unas tarifas máximas de contratación.
video
Durante la década de 1890 Cézanne pintó una serie de cuadros con la temática de los jugadores de cartas, siendo este lienzo que contemplamos el más famoso de la serie. Los protagonistas de las telas son los campesinos de Aix y el jardinero de la finca del Jas de Bouffan, Vallier. Las dos figuras se sientan a ambos lados de una pequeña mesa sobre la que apoyan los codos. Una alta botella nos da paso hacia la cristalera del fondo, por la que se intuye un abocetado paisaje. Los dos hombres están concentrados en el juego, interesándose el maestro en captar sus expresiones, y se presentan tocados con sendos sombreros típicos de las clases sociales humildes de la Provenza. El espectador se convierte en uno de los frecuentes observadores que contemplan estas partidas en las tabernas, al situarnos el maestro en un plano cercano a la escena y no hacer apenas referencias espaciales. La iluminación artificial se manifiesta en las sombras, especialmente en el reflejo blanco de la botella. Pero una vez más, el protagonista del lienzo es el color que inunda todos los rincones de la tela. El hombre de la derecha viste una chaqueta de tonalidades grises amarillentas que tiene su continuidad en el pantalón de su compañero, vestido éste con una chaqueta de tonalidades malvas que se mezclan con diversos colores. El fondo se obtiene gracias a una mezcla de tonos aunque abunden los rojizos, en sintonía con la mesa y el mantel. La aplicación del color se realiza a base de fluidas pinceladas que conforman facetas, elementos identificativos del cubismo. A diferencia del impresionismo del que Cézanne parte, en este trabajo prima el volumen y la forma sobre la luz, obteniendo ese volumen gracias al color en estado puro. De esta manera, el objetivo del maestro provenzal -conseguir que el impresionismo sea un arte duradero como el que se expone en los museos- se ha alcanzado.