Ciudad del África Proconsular, Leptis Magna fue una de las tres ciudades que dieron su nombre al distrito de Tripolitania, así como a la moderna Trípoli. El origen de esta ciudad parece ser púnico, hacia el siglo V a.C., aunque son pocos los datos disponibles de este periodo, más allá de que estuvo obligada al pago de un talento diario a Cartago. En el año 69 la ciudad combatió contra sus vecinos, que pidieron ayuda a las tribus nómadas de los garamantes. Con Julio César, la ciudad fue condenada al pago de tres millones de libras de aceite por tomar partido en su contra. Bajo Augusto, la ciudad conoció un gran esplendor, siendo levantados grandes monumentos sufragados por la aristocracia púnica, aún vigente. La riqueza de la urbe se basó, principalmente, en la producción de oliva y trigo, así como en una pujante industria y un desarrollado comercio. Con Trajano, Leptis Magna fue denominada en el año 110 colonia Ulpia Trajana. En el año 146 nació en ella Septimio Severo quien, convertido en emperador, visitó la ciudad y ordenó construir un foro y una nueva basílica, modernizó el puerto y levantó una monumental columnata, cerca de los baños de Adriano. También de esta época son unos excelentes relieves, magnífico ejemplo del arte de los Severos. Durante el Bajo Imperio Leptis Magna comenzó una lenta decadencia, residiendo en ella el gobernador de Tripolitania, aunque son pocas las nuevas construcciones. En el siglo IV, como el resto de localidades de la región, se vio amenazada por incursiones de pueblos nómadas del desierto. Cuando los vándalos alcanzaron la hegemonía en el escenario norteafricano Leptis conoció una fuerte depresión, hasta el punto que, tras la conquista bizantina, quedó casi deshabitada. Su mejor construcción de época romana es el teatro, de influencia helenística.
Busqueda de contenidos
contexto
Los mayores beneficios de la debilidad de Septimio Severo por Africa recayeron sobre Leptis Magna. Entre la avenida columnada que conducía al puerto, y el casco de la ciudad vieja, se construyó entonces el Forum Novum Severianum, una plaza porticada comparable en magnificencia y dimensiones a cualquier de los foros imperiales de Roma. En su extremo norte se alzaba, dominándola desde su alto podio, el Templo de la Gens Septimia, la domos divina como la llamaban sus leales súbditos; al otro extremo, la basílica, sesgada por imperativos de la topografía y del trazado urbano preexistentes. Como de costumbre entre romanos -y aquí el plano ofrece una muestra insuperable- estos obstáculos no impedían que los edificios primordiales, plaza y basílica en este caso, observasen la más estricta axialidad, sin que su autonomía se viese afectada por la divergencia de sus respectivos ejes. El hemiciclo de entrada a la basílica y las celdas que la flanquean, todas desiguales, se encargaron de absorber las irregularidades. Lo mismo las tabernae adosadas al lado meridional de la plaza. Una escalera de tres lados y de veinticinco metros de anchura daba acceso al elevado podio del Templo de la Gens Septimia, un octástilo corintio de tipo itálico, con porche de tres hileras de columnas delante de la puerta y una a cada lado de la cella, casi cuadrada. Las columnas de granito rojo de Assuán se alzaban sobre plintos muy altos de mármol blanco, con su cara más visible decorada con relieves (grupos de gigantomaquia, al parecer). De este mismo mármol eran las basas y los capiteles. La puerta de la cella del templo enrasaba con las columnatas del pórtico, que antes de llegar al podio se desviaban hacia el fondo de la plaza formando un ángulo recto. En lugar del epistilio habitual, el pórtico del foro estaba formado por arquerías de piedra caliza que daban a la plaza un aspecto nunca visto. Los arcos descansan directamente en columnas que no forman parte de una pantalla arquitectónica, sino que son componentes activos y funcionales de la edificación. El arco romano se fundía así con la columna griega, en este caso de fuste de cipollino, importado de Eubea, y de capiteles de juncos de tipo pergaménico. El contraste de colores -verde del cipollino, rojo del granito de Assuán, amén de la variedad de los espléndidos mármoles numídicos- se sumaba al claroscuro y el barroquismo de las decoraciones labradas en el mármol blanco, para producir el efecto de un lujo deslumbrante. En cada una de las albanegas de los arcos resaltaba el relieve de un medallón con la cabeza de Medusa u otra del mismo género. Los escultores que se ocuparon de la decoración, todos ellos griegos (de la escuela de Afrodisias), dejaron muchos grafitos con sus nombres y localidades de procedencia. La basílica, terminada por Caracalla en el 216, es la mejor conservada de las paganas. Los ábsides de sus extremos y su entrada principal por el lado del foro revelan su inspiración en la de Trajano, pero la incorporación de los ábsides al espacio interior, prescindiendo de las columnas divisorias, los convierte en monumentales nichos. Dos órdenes de columnas superpuestas dividían el ámbito basilical en tres naves, la central más alta que las laterales, probablemente provista de ventanas. Como en las catedrales medievales, las naves de los lados tenían un piso alto, similar al triforio de aquéllas. Los ábsides repetían el mismo dispositivo, en dos hileras de nichos superpuestos, salvo en el centro, donde un nicho único, flanqueado por dos columnas que llegaban hasta la cornisa, señala el lugar preferente y el eje longitudinal de la basílica. Para evitar la altura excesiva de las columnas, se las hizo partir de altos plintos octogonales y se les dio remate por debajo de las del orden de los nichos superpuestos, pretendiendo salvar la diferencia con sendas estatuas de grifos. Este modo de jugar con los órdenes arquitectónicos clásicos, de convertir a la columna en elemento decorativo, alargándola o acortándola a placer, es otra de las muchas novedades con que la arquitectura romana siguió su camino hacia la Baja Antigüedad. Todas las columnas de las naves y de los ábsides tienen fustes de granito de Assuán; su color rojo contribuye a acentuar la unidad entre el rectángulo del cuerpo y los semicírculos de sus cabeceras. En el paso de aquél a éstas, se alzan pilastras de mármol decoradas con roleos entrelazados y poblados de figuras mitológicas, tan liberadas del fondo como si fuesen celosías. Los escultores de Afrodisias debieron de crear en Leptis una verdadera sucursal, de la que pronto formarían parte aprendices de la localidad. En la confluencia de la avenida porticada del puerto con la calle de las Termas de Adriano se alzaba un ninfeo que aún hoy sorprende en su reconstrucción parcial: una grandiosa exedra de caliza, antaño revestida de mármol, con dos pisos de hornacinas para estatuas y la ya acostumbrada puntilla arquitectónica de columnas y epistilios, el color verde del cipollino en los fustes de abajo y el rojo del granito egipcio en el de arriba. El viajero antiguo procedente del puerto se vería sorprendido aquí por aquel ninfeo con aspecto de escenario teatral, engarzado como una bisagra entre los arcos en que terminaban las dos calles que allí confluían. Toda el Africa Proconsular está jalonada de arcos honoríficos de los siglos II y III, la mayoría de ellos severianos. El más rico desde el punto de vista escultórico es el tetrápylon o arco cuadrifronte de Leptis. Su ático estaba decorado con relieves que tanto por su temática como por su estilo difieren considerablemente de sus coetáneos de Roma y muestran la faceta oriental del arte áulico. El arco debió de ser erigido en el año 203, a la vez que el de Roma y por el mismo motivo: festejar las decennalia del emperador y la consolidación de la monarquía. Cada uno de los cuatro frisos medía 7,30 m de largo por 1,72 de alto y representaba una gran solemnidad en la vida de la familia real: el desfile de la Victoria Augustorum, la Concordia reinante entre ellos, y el relieve de la figura y del papel de la emperatriz en la esfera privada y en la oficial (desde Britannia a Etiopía Iulia Domna nunca se separó de su marido). En el primero de los frisos, el emperador y sus hijos miran de frente al espectador desde la altura de su carro de triunfo; éste se dirige, al paso de sus cuatro caballos, hacia la derecha, pero mostrando de frente el centro del barandal, en consonancia con sus ocupantes. En los relieves de la caja del carro se encuentran los dioses familiares: en el centro Liber, Hércules y Fortuna; en el lado derecho una Victoria. Los caballos de la cuadriga están vistos al modo clásico: de perfil, escalonados en profundidad. Es la suya una marcha pausada y solemne, ajustada a la quietud reinante en un relieve en que apenas se observa movimiento. Como el relieve no es de mucho bulto, y estaba calculado para visto a gran distancia, los contornos de las figuras, sus rasgos, vestiduras y objetos de que son portadoras, están muy acentuados. Aunque el arte clásico se halla en vías de disolución, sabe volver por sus fueros, estando como aquí en manos de profesionales, escultores de Anatolia, expertos en su oficio. Las proporciones y la ponderación de las figuras, el fondo neutro del relieve, pertenecen a la escultura clásica. Sólo la torre escalonada del faro que asoma por encima del cortejo indica claramente que el escenario del acto es la ciudad de Leptis, la patria del emperador. Pese a esta referencia concreta al lugar de la acción, los relieves tienen más carácter alegórico que histórico. Su único protagonista son los componentes de la domus divina -Julia Domna, Septimio Severo, Caracalla, Geta-, los dioses y personificaciones -Honos, Virtus, el Lar militaris que precede a la cuadriga...que viven en su misma esfera, y el ejército y los administradores del imperio romano, situados muy por debajo de sus poderosos protectores.
Personaje
Político
Licenciado en Derecho por la Universidad de Deusto. Miembro de las Juventudes Mauristas. Diputado a Cortes por Toledo (1916- 1923). Subsecretario de la Presidencia en el gobierno de Maura de 1921. Subsecretario de Economía Nacional en el gobierno de Berenguer de 1930. Durante la República, como monárquico alfonsino, fue activo enemigo del nacionalismo vasco. Participó en el alzamiento del 18 de julio y se afilió a Falange. En 1938 fue nombrado alcalde de Bilbao y, al año siguiente, embajador en Francia. En agosto de 1944 sustituyó a Gómez-Jordana en la cartera de Asuntos Exteriores. Cesó en julio de 1945 y fue enviado a Washington como inspector de embajadas. En esa función, y luego como embajador, colaboró en la normalización de las relaciones con Estados Unidos. Fue consejero nacional de FET de las JONS, procurador en Cortes y vicepresidente de las mismas.
Personaje
Político
Sucesor de Juárez, alcanzó la presidencia mexicana en 1872, siendo derrocado en 1876, mientras intentaba su reelección, por el plan de Tuxtepec. Intentó continuar con la política juarista, promoviendo el desarrollo económico del país, garantizando el orden interior e incorporando las Leyes de Reforma a la Constitución. Algunas de sus medidas fueron impopulares, como su recurso a las fuerzas federales para lograr el mantenimiento del orden público. A Lerdo se le debe la creación del Senado y la separación del Estado con la Iglesia, el incremento de escuelas públicas y el establecimiento de relaciones favorables con el protestantismo.
contexto
Población de origen prerromano, en la que estaban establecidos los ilergetes, fue ocupada por los romanos a mediados del siglo I a.C., pese a la resistencia de sus pobladores, dirigidos por dos caudillos, Indíbil y Mandonio. Cerca de Ilerda, como era entonces conocida, se produjo la victoria de las tropas de Julio César sobre las de su rival, Pompeyo, en el año 48 a.C. Tras la caída del Imperio romano fue ocupada primero por visigodos y luego por árabes. La ocupación de estos se produjo entre el 716 y 719, por medio del emir Al-Aahm y después Al-Hur, quienes hicieron capitular a la ciudad, respetando posteriormente los tratos a que se llegó. A partir del año 1149 pasa a depender de los condados catalanes, siendo en esta fecha conquistada por las tropas de Ramón Berenguer IV el 24 de octubre. A partir de este momento la ciudad fue repoblada con gentes venidas de la comarca pirenaica del Pallars, gracias a los privilegios concedidos por el monarca de Aragón Alfonso I. En 1640 participó en la revuelta catalana contra Felipe IV, poniéndose bajo la custodia del rey francés Luis XIII. En esta guerra, que se prolongó durante doce años, sufrió varios asedios por las tropas francesas, quedando gravemente destruida. Apenas poblada durante mucho tiempo, a partir del siglo XVIII Lérida comienza a crecer, aunque habrá de padecer nuevamente los efectos de una guerra entre España y Francia, con motivo de la invasión napoleónica de 1808, siendo asaltada por los franceses en el año 1813. Sus principales monumentos son la Catedral Vieja o Seu y el Ayuntamiento, ambos del siglo XIII. También hay que destacar la iglesia de San Lorenzo, del siglo XII, el hospital de Santa María, del siglo XV, y la Catedral Nueva, de finales del XVIII.
lugar
Localidad donde se enfrentaron las tropas de Pompeyo y de Julio César. Durante los años 49 - 45 a.C. se produjo la guerra civil entre Julio César y Pompeyo que, en un primer momento, tuvo como escenario la Península itálica; posteriormente, se trasladó al resto del Imperio. Uno de los focos fue Hispania, donde los ejércitos pompeyanos fueron derrotados en Ilerda (49 a.C.). Los orígenes de Lleida se remontan a mediados del siglo VI a.C., cuando los ilergetas, de origen íbero, se asentaron en Iltrida, en la cima de la Roca Soberana. Sus caudillos más significativos fueron Indíbil y Mandonio, que defendieron a los ilergetas de los cartagineses y romanos; tras su derrota, sin embargo, la ciudad pasó a llamarse Ilerda, en el año 205 d.C. La dominación romana no duro mucho tiempo, ya que las crónicas hablan de su parcial destrucción a manos bárbaras a finales del siglo III. Durante el siglo VIII, fue ocupada por los sarracenos, propiciando una convivencia entre cristianos y musulmanes de aproximadamente cuatro siglos, hasta 1149, cuando las tropas de Ramón Berenguer IV la ocuparon. El siglo XV supuso un periodo de esplendor arquitectónico para la ciudad, con edificios como el Hospital de Santa María. Los dos siglos siguientes fueron de recesión, agravados por guerras y epidemias, que culminaron con la guerra dels Segadors (1640 - 1652), quedando la ciudad prácticamente en ruinas. En el siglo XVIII, recuperó su imagen y dimensión, pero nuevamente una invasión, en este caso la napoleónica, a principios del s. XIX, trajo consigo muerte y destrucción. Durante la segunda mitad del siglo XIX se abrió una nueva etapa para la ciudad. Actualmente, cuenta con unos 115.000 habitantes, y el comienzo del siglo XXI se ha caracterizado por la expansión urbanística.
lugar
En un lugar estratégico, dominando el río Arlanza, se asienta la villa burgalesa de Lerma. Su historia se remonta a tiempos prerromanos, cuando tribus celtibéricas lo eligieron como asentamiento. Por estos lugares pasaron posteriormente romanos, suevos, visigodos y musulmanes. A partir del siglo X, la reconquista llega hasta el río Arlanza, donde se establece la frontera. Se instalan una serie de fortificaciones en esta línea, incluyéndose entre ellos el castillo de Lerma. El limitado caserío que surge alrededor del castillo se amuralla, abriéndose en la cerca cuatro puertas. Todavía se conserva de ellas el llamado Arco de la Cárcel. Las luchas nobiliarias por el territorio no son ajenas a la historia de Lerma, siendo lugar de disputa entre las belicosas familias de los Castro y los Lara. Cuando el linaje de los Lara se extinguió, Lerma pasó a ser villa de realengo, hasta que en 1414 Fernando de Antequera la donó a don Diego Gómez de Sandoval y Rojas. La historia de la villa alcanza su momento culminante con don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, el famoso valido de Felipe III. El primer duque de Lerma creó una auténtica corte en la población, construyendo uno de los conjuntos artísticos más interesantes de su época. Trabajaron los mejores arquitectos de su tiempo, como Juan Gómez de Mora, Francisco de Mora o fray Alberto de la Madre de Dios. Se construyó el magnífico palacio ducal, la Plaza Mayor, la iglesia colegial y seis monasterios, convirtiéndose la villa en un auténtico museo del estilo herreriano. Para mayor prosperidad de la urbe, el duque estableció una industria de paños y tintes, un hospital y una imprenta con licencia real. A Lerma acudieron los principales personajes de la corte: Góngora, Quevedo, Lope de Vega,... Pero la caída en desgracia del valido y su posterior fallecimiento hicieron que la villa entrara en un largo periodo de decadencia, que se prolongaría hasta el siglo XIX. La Guerra de la Independencia traerá nefastas consecuencias para la villa. Ocupada por las tropas francesas, tras su retirada incendiaron el palacio ducal y saquearon los conventos. Un nuevo golpe se producirá con la Desamortización de Mendizábal cuando de los seis conventos, tres fueron abandonados. En la actualidad, la población de Lerma apenas supera los 1.800 habitantes.
Personaje
Político
Dice una coplilla popular que "para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España se vistió de colorado" en clara alusión al duque de Lerma ya que consiguió el capelo cardenalicio momentos antes de su caída, evitando así todo tipo de procesos que le hubieran condenado, sin lugar a dudas. Y es que el duque de Lerma puede ser considerado como el paradigma de la corrupción en España, cosechando todo tipo de honores y prebendas gracias a su posición privilegiada como valido del rey Felipe III. Don Francisco era miembro de una noble familia; sus padres eran don Francisco de Sandoval, marqués de Denia, y doña Isabel de Borja, hija del duque de Gandía. Fue educado en la corte madrileña por su tío don Cristóbal de Rojas Sandoval, arzobispo de Sevilla, quien consiguió introducir al joven Francisco como menino del príncipe don Carlos. A los 22 años muere su padre y queda como cabeza de su linaje, aunque las deudas eran mayores que las rentas percibidas. Lerma pelea por restaurar la potencia económica de su casa y cinco años después consigue el cargo de gentilhombre de cámara del rey, primer escalón de su ascenso político. En 1592 pasa a ocupar el mismo cargo en la casa del príncipe Felipe, con el que establece una relación muy especial, ganándose la confianza del joven gracias a los continuos regalos. Resultaba esta política equivocada para sus intereses económicos, pero podemos decir que fue una excelente inversión a largo plazo, de la que obtuvo cuantiosos beneficios. Sebastián de Moura, consejero real, vio con temor la dependencia del joven príncipe respecto a don Francisco, por lo que recomendó a Felipe II que nombrara a Lerma virrey de Valencia, con el fin de alejarle de la corte. Dos años más tarde regresaba a Madrid por expreso deseo del joven Felipe quien facilitó a su amigo el nombramiento de caballerizo mayor en 1598, el mismo año que Felipe II fallecía y Felipe III accedía a la corona. Este momento supone el inicio de la vertiginosa carrera de don Francisco. Inmediatamente ocupó los cargos de caballerizo mayor y sumillers de corps, convirtiéndose en la sombra del rey y limitando el acceso de otros personajes a él. Su primera decisión fue sustituir a la mayoría del aparato administrativo del reinado anterior, creando un equipo de colaboradores de su máxima confianza en los que incluyó a numerosos miembros de su familia. Los puestos más importantes cayeron en manos de su círculo de familiares y amigos, estableciendo una red de patronos y clientes encabezada por don Rodrigo Calderón. En 1599 recibió el título de duque de Lerma, hasta ahora sólo ostentaba el marquesado de Denia, convirtiéndose en Grande de España. Pero su mayor triunfo consistió en el traslado temporal de la corte a Valladolid (1601-1606) con el fin de alejar al rey de la negativa influencia de su tía María, retirada al convento de las Descalzas Reales de Madrid. Esta operación de cambio de la corte supuso importantes beneficios económicos para el valido. Lerma ampliaba su poder consiguiendo del rey todo tipo de rentas, favores, mercedes y oficios, hasta el punto de tener en su poder el sello real. Felipe III era un mero pelele en manos de su valido que se ocupaba de organizar la vida del monarca para contentarle: viajes a diversas partes del reino, cacerías, comidas, etc. Toda las decisiones políticas que se tomaron entre 1599 y 1618 contaron con el visto bueno de Lerma, especialmente las relacionadas con la firma de la tregua con los Países Bajos de 1609 y la expulsión de los moriscos de ese mismo año, dos de los episodios más importantes de su privanza. Lentamente empezaron a surgir voces opositoras, especialmente alrededor de la reina Margarita, iniciándose una serie de investigaciones que desentrañaron el complejo entramado de corrupción existente. Franqueza y Ramírez de Prado fueron las primeras víctimas de las incipientes persecuciones iniciadas por el visitador Fernando Carrillo. La siguiente caída fue don Rodrigo Calderón, la mano derecha de Lerma. A partir de 1612 aumentan las voces de oposición al régimen, encabezada por los militares llegados de Flandes debido a la paz y apoyadas por el duque de Uceda, el confesor real Aliaga o Zúñiga. La presión ejercida por este nuevo grupo, al tiempo que Lerma tenía cada vez más dificultades para colocar en los puestos principales a gente de su confianza, motivará que don Francisco solicite el capelo cardenalicio a Roma con el objetivo de salvarse de una más que evidente persecución política y judicial. En 1618 consigue el cardenalato y Felipe III otorga el necesario permiso para que Lerma se retire a sus propiedades. Los procesos que se iniciaron contra él y su régimen no le afectaron directamente aunque sí vio como Calderón era ejecutado en la Plaza Mayor de Madrid. Retirado de la vida pública, el anteriormente todopoderoso duque de Lerma fallecía en 1625.