La justificación jurídica y el concepto de Reino El intento del gobernador de Cuba Diego Velázquez fue extender a Culhua la provechosa explotación económica que había establecido en Cuba al amparo de su protector Rodríguez de Fonseca22 emancipándose, poco a poco, del ámbito jurídico patrimonialista que le unía al Almirante Diego Colón, virrey gobernador de La Española. Para ello, sin embargo, precisaba disponer de títulos legítimos, ya que, en caso de no disponer de ellos, sólo podía enviar expediciones para rescatar --a lo cual apuntaban los dos primeros viajes de Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva-- pero no para poblar es decir, para establecer una dominación permanente. Para conseguir esos títulos envió, en 1518, a la península a su capellán Benito Martín, quien llevaba la misión de obtener el título de Adelantado. Antes de su regreso, decidió tentar una vez más la suerte, con motivo de la llegada a Cuba de Pedro de Alvarado, enviado por Grijalva con petición de refuerzos para continuar su nada exitosa expedición. Para Velázquez el principal problema consistía en encontrar la persona adecuada para el mando de esta tercera expedición. El contador Amador de Lares y el secretario Andrés del Duero le sugirieron a Hernán Cortés, con quien firma capitulaciones el 23 de octubre de 1518. La redacción de estas capitulaciones la hizo Andrés del Duero y aunque eran plenamente favorables para Velázquez, Cortés no dudó en aceptarlas, porque el redactor había introducido en ellas los incisos necesarios para que cupiese distintas interpretaciones. Por eso afirma Bernal Díaz del Castillo: ...hizo las capitulaciones como suele deciros el refrán de muy buena tinta y como Cortés las quiso bastantes. Estas capitulaciones constituyen el primer título jurídico de derecho público, junto con las subsiguientes instrucciones de Velázquez que dispuso Hernán Cortés. Suponen una clara delimitación de funciones dentro del régimen cisneriano imperante23, pues tiene que limitarse a la búsqueda de náufragos, al rescate de cautivos, a servicios informativos de conocimiento y al rescate comercial, sólo como medio instrumental para costear los gastos causados por la expedición. En este último aspecto del rescate comercial se le autoriza a Cortés para que actúe como más al servicio de Dios Nuestro Señor e de sus Altezas convenga, debiendo asesorarse de personas prudentes y sabias de las que lleváis, de quien tengáis crédito y confianza. Otro título de derecho público es la Licencia de los frailes jerónimos-gobernadores24, extendida a nombre de Cortés como capitán de la expedición y armador, conjuntamente con Velázquez, de los navíos y compañía de hombres que forman la expedición. Mandaba esta Licencia que llevase la expedición un tesorero y un veedor como oficiales reales. Se trata, en consecuencia de una expedición privada, organizada por dos socios conjuntamente y bajo la inspección de oficiales reales. Inicialmente, Cortés aportó la mitad de los aprestos, pero antes de iniciarla, era socio mayoritario, pues de diez naves, siete eran de Cortés y sólo tres de Velázquez. Igualmente, poco a poco fue comprando la participación en el negocio de otros que habían aportado fondos, hasta conseguir ser el único accionista. El 18 de noviembre de 1518 se embarcó en Santiago de Cuba y se dio a la vela y, casi simultáneamente, en la península (el 13 de noviembre de 1518), el Consejo, manejado por Fonseca había concedido licencia a Velázquez para que a su costa descubriera Yslas e Tierra Firme que hasta entonces no estuvieren descubiertas e que no estuviesen contenidos dentro de los límites de la demarcación del Rey de Portugal, pero no se le autoriza como Adelantado --como equivocadamente dijeron Prescott y Carlos Pereyra-- sino como lugarteniente del Almirante, es decir, no por propia autoridad, sino delegada. En cualquier caso, esta autoridad nueva de Velázquez, no modifica para nada la condición de empresa privada con dos socios, bajo la que partió Cortés mucho antes de que el capellán Benito Martín regresase a Cuba, portador de los papeles concedidos por Fonseca. Desde la precipitada salida de Cortés de Santiago de Cuba hasta la fundación de Veracruz, se afirma25 que Cortés actuó al margen de la ley, como un rebelde en potencia. No estamos de acuerdo con tal aseveración. Precisamente en todos sus actos de viaje hasta la decisión de la fundación de Veracruz, se preocupa de cumplir los fines específicos de la expedición: rescate de cautivos y salvamento de náufragos --como ocurre con jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero-- hace rescate como ocurrió en Tabasco y en la costa de San Juan de Ulúa. Es decir, de hecho cumple su función como Capitán General, delegado de Velázquez y socio suyo; esto no fue alterado por la función que concedió Fonseca a Velázquez; hasta mayo de 1519 no alcanzaba éste la plena delegación real con nombramiento de Adelantado con efecto en junio, fecha en que debió conocerse en Cuba esta nueva dimensión jurídica del problema. El Peligro para Cortés consistía en que su autoridad subdelegada, podía, en cualquier momento ser revocada por quienes la delegaron: la Corona (más concretamente Fonseca), los Jerónimos o el Almirante, y finalmente, el propio Velázquez. Ello proporcionaba una muy débil situación, que no resultaba lo suficientemente contundente pata refrenar la empresa que pretendía Cortés, quien decidió crearse otra jurisdicción que le desvinculase de la inicial del gobernador de Cuba y su socio en la empresa. A esto responde toda la argumentación de la primera Carta de relación, la colectiva, firmada por el Cabildo de Veracruz, en la cual se asienta la doctrina aquiniana de que, en defecto de autoridad dotada de legitimidad de origen, ésta revierte a la comunidad: de ahí las llamadas que se hacen en esta Carta a los excesos tiránicos de Velázquez, acusan ole incluso de quedarse con el oro de las cajas reales. Se expone en segundo lugar la decisión de ayuntarse en comunidad municipal y, por último, se hace una apelación al Rey, contra su gobernador en Cuba. Es decir, el objetivo final de esta Carta, consiste en encajar la comunidad municipal creada y elegida en Veracruz, dentro de la suprema legalidad de la Corona. Se trata de una suplicación dentro de la tradición democrática castellana, argumentada por la comunidad y llevada al Rey por procuradores que le exponían directamente la entraña de la cuestión. Lo que de ninguna manera podía ser obra personal de Cortés --porque él mismo era socio del ministro repudiado-- era la desobediencia hacia los ministros, que sólo podía ser hecho por la comunidad. De ahí la labor hábilmente llevada por Cortés de preparar el estado de opinión, que se hace público en la Carta y su firme propósito de aislarse, destruyendo las naves y adentrándose en el país, para ofrecer el hecho consumado, que fuese una argumentación decisiva. La fecha de esta decisión nos viene indicada por la de la llamada primera Carta de relación, que es la que nos ocupa: 10 de julio de 1519. íntimamente ligada con tal argumentación jurídica está, lógicamente, la fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz, cuya fecha es cuestión muy debatida, pero que se realizó entre el desembarco de San Juan de Ulúa (21 de abril de 1519) y la fecha de la Carta del Regimiento (10 de julio 1519), puesto que no es lo mismo el establecimiento de un puesto de sostenimiento militar a la constitución efectiva del Cabildo. Existe una fecha clave: la llegada de Francisco Saucedo en la carabela comprada por Cortés en Santiago de Cuba, que fue portador de la noticia del nombramiento de Velázquez como Adelantado (4 de julio de 1519), la firma de dicho nombramiento real tuvo lugar en mayo del mismo año. Posiblemente, pues, esta noticia fuese la que decidió definitivamente a Cortés a poner en funcionamiento su plan, cuya Acta, es la Carta de relación a que nos estamos refiriendo. Elegido el Cabildo por la comunidad, renuncia ante él Cortés de todos los poderes delegados, porque ninguno de los de antes tenían mando ni jurisdicción en aquella tierra que acaban de descubrir y comenzaban a poblar en nombre del Rey de Castilla como sus naturales y fieles vasallos. Verificada la renuncia, el Cabildo le nombró Justicia y Alcalde Mayor y Capitán de todos, a quien todos acatásemos hasta hacer relación de ello a Vuestras Altezas Reales para que en ello proveyeran. En consecuencia, pues, se implica aquí uno de los valores más importantes --que puede apreciarse prácticamente en todas las crónicas de la conquista-- que es el concepto de Reino. Encontramos dos significados al mismo: un sentido teológico, es decir, mandato, misión, en cuanto supuesto imperativo, que no es el que aquí se ha utilizado; y un sentido político, en el que Regnum es representación, lo que quiere decir, que se continúa anteniendo el vínculo con un supuesto superior, sin marcar todavía las libertas condicionante respecto al mandato. Esto supone una realidad importantísima en cuanto manifestación de la posibilidad de adaptación de la Ética Humanística --o creación racional del hombre-- sobre la Ética Autoritaria o mandato imprescriptible de obediente resignación. Niccola Machiavelli, en su Discorsi sopra la prima Deca di T. Livio fue el primero que en el plano intelectual teórico comenzó a explorar las capas profundas de la realidad política que existen por debajo de las formas. Le resulta, en efecto, indiferente que se gobierne a través de cualquiera de las formas (Principado, Aristocracia, Estado popular), pues cualquiera de ellas puede ser buena; lo que niega es que se mantenga en la virtud, en la medida en que, olvidando el común, se corrompe el gobierno. Lo que quiere decir, en definitiva, que cualquier gobierno para subsistir necesita una base social idónea. En la vida práctica, esto es lo que hizo el grupo de españoles en la costa mexicana del golfo de México y su proclamación en la Carta de relación comunitaria. Porque, como afirmarán posteriormente todos y cada uno de los pensadores de la escuela política española del siglo XVII26, la relación de sujeción civil del vasallo entraña una colaboración positiva en el poder, ya que sin súbditos, no existe el Estado. Y no debe entenderse sólo como necesidad de que exista, que alguien soporte el poder, para que éste tenga realidad, sino, sobre todo, como afirmación de que sin la participación de los súbditos no puede darse la organización de un grupo social que pueda llamarse Estado. El régimen de sociedad supone obediencia a un poder. El ejercicio de éste poder implica refrendo. Libertad, lealtad, conservación de la vida y el honor, la seguridad, sólo son posibles con plenitud en el seno de una organización política y, por tanto, de poder. La naturaleza humana postula esos bienes, pero no puede alcanzarlos por sus simples fuerzas. Todo cuanto el hombre intente para conseguirlos desde fuera de la sociedad será esfuerzo baldío porque no podrá remover los obstáculos que a ello se oponen. Sólo unido a otros, en una organización política y obediente a un poder, podrá asegurárselos. Esto es lo que se llama la obediencia activa, que fue, en definitiva, lo que se diseña en esta preciosa Carta de relación, sin duda redactada por Hernán Cortés. En ella encontramos, sin duda, la afirmación de que el poder no destruye la libertad, sino que la potencia, lo cual proviene de la afirmación de Cicerón de que Somos servidores de la ley para poder ser libres. Ese es el fondo del manifiesto de los hombres de Veracruz, el 10 de julio de 1519.
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Junto a Timoteo llegó a Caria un hombre más joven, escultor con inquietudes en el campo de la arquitectura: se trataba de Escopas, uno de los artistas más creativos que haya dado Grecia. Nacido en Paros, lo que en parte explica su particular afición por la escultura en mármol, Escopas empezaría su carrera artística en Atenas en torno al 370 a. C., aún dentro de la tradición de los seguidores de Fidias. Sin embargo, tras algunas obras concebidas en esta dirección, pronto descubrirá sus verdaderos intereses, volviendo -como Praxíteles hacia la misma época con su Sátiro Escanciador- a las obras maestras de Policleto. En este sentido, su Heracles de Sición, sin duda el tipo que nosotros conocemos como Heracles Lansdowne, marca el verdadero punto de arranque de su trayectoria. Este Heracles, cuya fama queda bien acreditada por las 36 copias enteras o fragmentarias llegadas hasta nosotros, es, por lo que a actitud y a estructura se refiere, una mera variante del Doríforo, aunque más asentada en tierra. Pero lo importante es la aparición de un tipo de cabeza que será ya la marca característica del maestro: redonda, con la cara recogida bajo una pesada frente, con los ojos profundos, capaces de expresar cansancio, drama o tensión, "páthos" en una palabra. Si el cuerpo se mantiene en las sendas tradicionales, es porque todo el interés de la estatua se dirige hacia la cabeza. Esta obra, y algunas más, constituirían la aún escasa producción de Escopas cuando fue llamado a Halicarnaso. Su fama no podía ser mucha, pero sí lo bastante prometedora como para merecer una recepción digna. Al fin y al cabo, otros dos escultores que con él venían eran aún más jóvenes, y sólo críticos muy avezados podían augurarles una carrera de excepción. Tal era el caso, por ejemplo, de Leócares, ateniense sin duda, que había comenzado a trabajar como retratista. Platón nos dice que reprodujo las facciones de Dionisio I de Siracusa (hacia 365 a. C.) (Epist., 13, p. 361), y sabemos que unos años después talló una estatua de Isócrates para Eleusis (Plutarco, Vita X orat., Isocr., 27); pero sólo nos queda una copia de la cabeza del orador, y es de tan escasa calidad que no permite aventurar nada sobre el original. En cuanto al otro escultor, Briaxis, probablemente cario y por tanto súbdito de Mausolo, parece que había ido a formarse a Atenas, y es probable que aún se limitase a realizar encargos menores, como la base para sostener una columna y una ofrenda que se conserva en el Museo de Atenas. Si mencionamos aquí esta obrita, es sólo porque sobre ella nos ha llegado la firma del joven artista, y no por la triste calidad de sus relieves. Aparte de esta talla, sólo cabe la posibilidad de que hubiese ya realizado un grupo de Asclepio e Higía que Pausanias vio en Mégara (I, 40, 6).
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La labor de la oposición se concretó en la creación e impulso de una serie de movimientos sociales estrechamente vinculados, que favorecieron la aparición de conflictos continuados de naturaleza política. Tres características definen a la oposición desde los años sesenta hasta la muerte de Franco: 1) Hegemonía de la oposición interior sobre la exterior, lo cual representaba en numerosos casos un relevo generacional. Esta oposición interna tenía la virtud de conocer mejor la sociedad española, lo que la dotaba de un mayor realismo en sus planteamientos y, por tanto, de un creciente posibilismo en su actividad. 2) La división dentro de la oposición, que tan sólo se concretaría en esfuerzos de unidad de acción a partir de 1974 con la creación de la Junta Democrática de España (1974) y de la Plataforma de Convergencia Democrática (1975), aunque la existencia de ambos grupos mostró la imposibilidad de dicha unidad, que sólo se llevó a cabo en el caso de Cataluña. 3) Debilidad, tanto en el número de militantes como en la capacidad de movilización; aunque ésta creció de manera importante, nunca supuso un reto, o mejor dicho una alternativa, apoyada por el conjunto de los ciudadanos, a la dictadura. En el campo de las opciones ideológicas sobresalen dos: por un lado, las que se sitúan en el centro político, entre las opciones de reforma y ruptura, y que en función de los acontecimientos se aproximan más a un lado o a otro, representadas por ciertos sectores monárquicos, liberales, socialdemócratas y sobre todo demócrata-cristianos; por otro lado, las que apoyan sin ningún tipo de concesiones la opción rupturista, encabezada por los comunistas, y en la que también se encuentran los socialistas y la nueva izquierda. Tanto el PCE como el PSOE se mostraron en contra del nombramiento de Juan Carlos como sucesor y no dudaron en criticar a la persona ("Juan Carlos pelele", "Príncipe de opereta", "símbolo continuista", "Juan Carlos el Breve"...), así como a lo que implicaba de continuismo la instauración de la monarquía. Dicha posición se mantuvo al menos hasta la muerte de Franco, cambiando progresivamente durante el proceso de transición. En todo caso llama la atención la mayor dureza en el lenguaje utilizado por los socialistas frente a los comunistas; buen ejemplo de ello es la declaración conjunta de las Comisiones Ejecutivas del PSOE y de la UGT tras el asesinato de Carrero, que se titula: "Ante la ejecución de Carrero Blanco". Ya hemos visto los efectos que produjo el creciente número de huelgas al final del franquismo, así como su extensión a nuevos sectores de la población. Igualmente hemos señalado en este capítulo el distanciamiento de la Iglesia respecto de la política del régimen. Para completar el panorama vamos a referirnos al incremento de la rebelión estudiantil, a la aparición de los movimientos nacionalistas y al surgimiento de protestas en sectores hasta entonces mimados por el Régimen, como es el caso de la Justicia y el Ejército. A diferencia del movimiento obrero, la rebelión estudiantil fue más temprana, debido al proceso de pseudoliberalización llevado a cabo durante el ministerio de Ruiz Giménez. En efecto, el inicio de las protestas se vio favorecido por una cierta liberalización política en los medios universitarios, así como por la aparición de lo que Linz denomina oposición alegal. A ello hay que añadir la creciente presencia de militantes de la izquierda tradicional y de la nueva izquierda que tienden a desplazar el control que el SEU había tratado de ejercer sobre los estudiantes; de hecho, éste terminó por desaparecer en 1965. La mayor entrada de estudiantes en la Universidad, así como la paulatina pérdida del carácter elitista de la misma y la aparición de grupos de profesores que apoyan las demandas democráticas y de estudiantes que se organizan libremente (Sindicato Democrático de Estudiantes) llevan al movimiento estudiantil a una creciente politización, que ya se manifiesta claramente al final de la década de los sesenta, cuando las reivindicaciones políticas (amnistía, libertad de expresión y asociación, fin de la represión...) se sitúan en primera línea, junto a una creciente tendencia al asambleísmo y a la movilización (saltos y comandos). Entre 1965 y 1975 se asiste al auge permanente de las organizaciones estudiantiles, que tienden a perder su carácter clandestino para manifestarse abiertamente contra el régimen, a la vez que muestran su solidaridad con los movimientos antiimperialistas (Vietnam, recital de Raimon el 25 de mayo de 1968, mayo francés...). La respuesta del Régimen fue la de siempre: mayor represión, lo que provocó la muerte de algún estudiante (Enrique Ruano, enero 1969...), la presencia permanente de la policía en los campus universitarios, las medidas de excepción, o el cierre de universidades, como lo ocurrido en los distritos de Madrid, Barcelona, Valencia o Valladolid. Ya en los años setenta se produce la irrupción en la Universidad del movimiento de profesores no numerarios. Este profesorado vino a cubrir las crecientes necesidades que el incremento de alumnos requería, y supuso el acceso a dicho nivel de antiguos estudiantes que ya habían participado en las luchas de los años anteriores, con lo que el conflicto se fue extendiendo. Para el Régimen, la Universidad se había convertido en un búnker marxista. Ante esta situación, permitió y favoreció las actividades de los grupos ultra (Guerrilleros de Cristo Rey, Asociación de Universitarios Nacionalistas...), lo que mostraba la impotencia para recuperar su credibilidad en dicho medio. Es conveniente señalar que la entrada de un mayor número de estudiantes en la Universidad no sólo favoreció la protesta, sino que a la vez permitió el reclutamiento para la oposición de los hijos de la clase media, que hasta el momento habían permanecido al margen de cualquier tipo de politización. Una de las obsesiones del Nuevo Estado fue la puesta en marcha de un proceso de centralización y uniformización, tratando de impedir con medios represivos la aparición de movimientos nacionalistas. Franco concibió como una de sus misiones el acabar con los separatismos. Los movimientos nacionalistas más intensos se dieron en Cataluña y en el País Vasco. En la primera de estas regiones hubo una lenta reconstrucción interior y un progresivo abandono de la etapa republicana. La izquierda hizo suya la causa nacionalista, junto con la presencia de diversas personalidades provenientes del campo católico, que trataron de orientar el movimiento nacionalista como un intento de reconstrucción cultural, como es el caso de Jordi Pujol, que sufrió directamente los efectos de la represión, o de Antón Canyellas. Símbolo de este tipo de oposición fue el abad de Montserrat (dom Aureli M. Escarré), que también fue víctima de la represión. En el caso de Cataluña, la moderación influyó decisivamente en la extensión de su influencia entre sectores de la burguesía que, junto a los partidos tradicionales de la izquierda, fueron capaces de crear organismos unitarios de la oposición con una importante implantación social. De hecho la Asamblea de Cataluña llegó a representar a una significativa parte de la población de dicha región y estar presente prácticamente en todas las localidades y en todos los movimientos de carácter cívico, cultural, político, etcétera, existentes en ese momento. Distinto fue el caso vasco, ya que el PNV vivió alejado de la realidad y demasiado ligado al pasado republicano, lo que propició la aparición de un vacío en la sociedad que sería cubierto por opciones nacionalistas radicales. El fenómeno de mayor repercusión es sin duda la aparición de ETA (Euskadi ta Askatasuna). El terrorismo aparece ligado generalmente a algún conflicto de interés existente en el seno de una sociedad. En el caso de ETA es el acoso a la minoría nacional lo que determina su aparición, y liga su existencia a la lucha por la liberalización nacional. Favoreció la aparición de dicho fenómeno el carácter autoritario del régimen. El objetivo de los miembros de dicha organización era abandonar la inactividad y diferenciarse así del nacionalismo moderado, apostando por la intransigencia, lo que les conducía a situar en primer lugar la necesidad de la independencia y a concebir el País Vasco como una nación ocupada por España y Francia. En 1968 comienza una dramática escalada de atentados. La respuesta desde el régimen franquista careció de cualquier restricción legal y se dirigió contra el nacionalismo vasco en su conjunto, lo que provocó el efecto contrario al deseado por las autoridades. De hecho, tanto el Régimen como el Estado fueron perdiendo legitimidad, mientras que ETA iba consiguiendo, amplios apoyos en la sociedad vasca. El proceso de Burgos (1970), en un momento de debilidad de la organización terrorista, otorgó publicidad y apoyo a ETA, que consiguió recuperarse e incorporar nuevos militantes, preferentemente de las zonas del País Vasco que estaban soportando una mayor transformación de sus estructuras tradicionales, debido a la intensa industrialización, y que por tanto, se encontraban más expuestas a la ruptura que la modernización implicaba en sus formas de vida. Los planteamientos nacionalistas estuvieron siempre por encima de la concepción marxista de la lucha armada, lo que dio lugar a diversas escisiones (Komunistok, 1966; VI Asamblea...) y a la ruptura de la organización en 1974 entre los polis-milis y los militares, en función del papel que asignaba cada uno a la lucha armada y al frente político. El atentado más espectacular por su eficacia e incidencia política fue el realizado contra el presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco, el 20 de diciembre de 1973. En estos años comenzaron a proliferar los secuestros, chantajes a empresarios vascos y atentados indiscriminados (cafetería Rolando, septiembre de 1974), mostrando así la dificultad que dicha organización iba a tener para adaptarse a los cambios democráticos y el pesado pasivo que supondría tanto dentro del campo del nacionalismo vasco, como para la normalización democrática en España. En todo caso, es obligado señalar que ETA contaba con apoyos sociales en el País Vasco. Por último, en los años finales de la vida de Franco aparecieron algunas muestras de discrepancia en sectores que hasta el momento habían sido firmes apoyo a su régimen. Tal es el caso de la Judicatura, con la creación de Justicia Democrática en 1972; o entre los propios abogados, algunos de los cuales se especializaron en temas laborales formando parte de una red de despachos que sostenían a los sindicatos ilegales; o, en general, en la profesión manifestándose a favor de cambios democráticos (Congresos de León, 1970). Dentro del propio Ejército se creó en diciembre de 1974 la Unión Militar Democrática (UMD) en una asamblea en la que, según el coronel Luis Otero, participaron entre ochenta o noventa oficiales. En la constitución de dicha organización supone una importante influencia el papel desempeñado por el Ejército portugués en la Revolución del 25 de abril. Los planteamientos de la UMD estaban en sintonía con los que representaban las opciones rupturistas. Su influencia fue más testimonial que real y su vida corta, ya que el 29 de julio de 1975 fueron detenidos sus principales dirigentes.
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Peggy Guggenheim (1898-1969) abrió en 1942 Art of This Century, un local a medio camino entre galería privada y museo público, con las obras de la colección que había reunido en Europa y que había salvado casi por un milagro de los nazis. También tenía cuadros de artistas norteamericanos marginados o excluidos de los circuitos habituales.Ella, como el MOMA, simbolizaba la salvación de la cultura europea, del arte de vanguardia por Estados Unidos y, al mismo tiempo, la posibilidad de luchar contra la barbarie desde el otro lado del Atlántico, con su postura contra el genocidio de Hitler. Peggy tenía dinero y prestigio suficientes como para llevar a cabo una tarea necesaria en estos momentos: ofrecer a los artistas europeos emigrados y a los jóvenes norteamericanos un lugar donde dar a conocer sus obras al público en un ambiente liberal, sin condicionamientos políticos. En Art of This Century se valoraba la novedad, las ideas nuevas, se podía experimentar y, al mismo tiempo, se ponía a los artistas en el mercado, ante un público que empezaba a acudir atraído tanto por el prestigio de la galerista como por el carácter casi institucional de esta galería-museo.Para los jóvenes artistas norteamericanos que empezaban era una inyección de ánimo, además de una lección viva, ver sus cuadros colgados junto a los europeos más prestigiosos, los que ya ocupaban las sagradas salas de los museos, como contaba Lee Krasner (1911-1984) en 1942, al verse entre Picasso y Léger. Y era un paso adelante vender sus obras a alguien que entraba en la galería pensando comprar un cuadro de Europa. El papel de Peggy Guggenheim y de Art of This Century fue decisivo para la vida de la nueva vanguardia.El crítico Clement Greenberg la acusaba de "tener un gusto a menudo errático e inseguro", pero ella supo -con un magnífico olfato para los negocios- rodearse de buenos consejeros, tanto artistas como gente de museos, que suplían con creces ese defecto: Marcel Duchamp, Alfred Barr, Herbert Read, Sweeney o Soby, entre otros, trabajaron con ella y su labor, solitaria en los primeros momentos, contó enseguida con la ayuda de otra galería, también de una mujer, Betty Parsons (1912), que se empeñó en la misiva lucha por el arte moderno y en defensa de los artistas norteamericanos.Betty Parsons era miembro de la alta sociedad y pintora ella misma; se había fugado a París para ser artista y estaba muy bien relacionada tanto con los posibles compradores de arte moderno como con el MOMA y las revistas más influyentes. Abrió su galería, Betty Parsons, en 1946 y depositó su confianza en Barnet Newmann, que formó con Marc Rothko y Clifford Still el grueso de su cuadra. Cuando Peggy Guggenheim cerró Art of This Century, en 1946, sólo Betty se atrevió a quedarse con Pollock.
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En medio de una laguna de unos 50 km de longitud y 15 de anchura (551 km2 de superficie) se encuentra la ciudad de Venecia, un compacto conjunto formado por 118 islas muy cercanas entre sí que se unen gracias a más de 150 canales. Una franja arenosa la separa del mar Adriático, permitiendo el paso por tres puntos: el Porto Malamocco, el Porto di Chioggia y el Porto di Lido. Los canales, tanto naturales como artificiales, son navegables y están balizados por postes. La profundidad media de la laguna es bastante escasa y en la mayoría de las zonas no sobrepasa los 2 metros de profundidad. El origen de la laguna veneciana debemos buscarlo en los sedimentos depositados por los numerosos ríos que, procedentes de los cercanos Alpes, desembocan en el Adriático. Los llamados lidos, bancos de arena más o menos fangosos, fueron creándose en la zona para configurar un espacio casi inigualable. En la laguna veneciana podemos encontrar cuatro tipos de superficies: las no sumergibles, es decir, islas, islotes y diques, que conforman un cuarto de la superficie total; las superficies sumergidas sólo por las grandes mareas, denominadas barene, tierras de vegetación adaptada al medio salino que tienen unas características similares a las marismas; las zonas que se sumergen con cada marea, de vegetación acuática, apreciable con las mareas bajas; y los canales, tanto artificiales como naturales. En la laguna encontramos una insólita mezcla de agua dulce y salada que se renueva constantemente gracias a las corrientes y las mareas, movimientos que permiten la purificación de las aguas, tanto de la laguna como de los canales. Las zonas que reciben el aporte constante de agua fresca forman la llamada laguna viva, mientras que el resto constituye la laguna muerta. En el mar Adriático las mareas se producen cada seis horas, llegando al mismo tiempo a los tres pasos naturales de la laguna, frenando las aguas dulces el paso de la corriente salada, penetrando ésta de manera pausada. Sin embargo, en ciertos días durante algunos meses del año, especialmente octubre, noviembre y diciembre, se produce el fenómeno denominado "Agua alta" inundándose la mayor parte de la ciudad. Este fenómeno provoca importantes daños y supone un gran peligro para la estabilidad de los edificios. El "Agua alta" se debe a la consecución de diversos factores: condiciones meteorológicas adversas como el viento del este, la saturación de amplios espacios de la cuenca de la laguna, el lento hundimiento de la ciudad, la escasa diferencia entre mareas alta y baja y la transformación de algunos canales de la laguna debido al trastorno del flujo natural de las corrientes marinas. A pesar de estas difíciles condiciones medioambientales, los venecianos consiguieron aprovechar las particularidades del terreno para crear una floreciente república con un buen número de señas de identidad, entre las que destacan sus espectaculares edificios. Los estratos superiores de los islotes donde se levantan no ofrecían la suficiente garantía para alzar la mayoría de las edificaciones, por lo que antes de iniciar la construcción sería necesario realizar obras de cimentación. Para ello se consolida el terreno clavando largas estacas de madera sobre la que se construye una sólida plataforma con tablones, para nivelar la estructura. En la cimentación de la iglesia de la Salute se clavaron "un millón, ciento seis mil y seiscientos cincuenta y siete estacas de roble, aliso y alarce, largos una media de cuatro metros. Esta obra duró casi dos años y dos meses. Sobre la empalizada se construyó una espesa balsa de tablones de roble y alarce bien unidos y trabados entre sí". Otro ejemplo; los cimientos que sostienen el puente de Rialto son doce mil estacas.
obra
A comienzos del siglo XVII, al tiempo que Caravaggio alumbraba su ruptura de los convencionalismos manieristas e incluso renacentistas, en Bolonia surgía, de la mano de Carracci, un nuevo modo de entender la pintura que habitualmente viene siendo denominado "eclecticismo". Pretendía integrar lo mejor de cada maestro, en especial Miguel Ángel, Rafael, Tiziano, Veronés y Correggio. Sin embargo, la personalidad de Annibale Carracci le llevó a evolucionar hacia un clasicismo muy personal, que no desdeñaba ciertos logros caravaggiescos. Un ejemplo de su pintura religiosa, que goza de justa fama junto a sus frescos, es este lamento por la muerte de Cristo. Presenta ciertas innovaciones respecto a la manera habitual de representar la escena. Ninguna de las figuras se halla de pie; todas se encuentran arrodilladas o caídas según dos ejes diagonales que convergen en Cristo, quien a la vez inicia la atípica disposición de tres figuras gradualmente enlazadas, Cristo y las dos Marías. De este modo, aunque centro de atención, Jesús aparece solitario, resaltado en su palidez frente a las mujeres, con sus coloridos ropajes y el fondo tenebrosos de la tumba. Esta escena desea evocar en el espectador, en su sombría composición, la misericordia y el dolor.
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Tizona, Durandal o Excalibur... todavía resuenan a través de los siglos los nombres propios de las espadas de grandes nobles, protagonistas de hazañas narradas en los cantares de gesta. Sin duda es la espada, arma individual del noble, forjada, pulida y decorada con esmero, la que despierta mayor interés, genera leyendas y se recubre de complejos simbolismos. Sin embargo, en la Edad Media como en la Antigüedad, fueron las armas de asta -lanzas y jabalinas- las reinas indiscutibles del campo de batalla, en ese terreno y momento donde cualquier truco o técnica, sucio o no, valía si garantizaba la supervivencia. La longitud de una lanza (dos o tres metros en la infantería, tres metros o más en los jinetes) proporciona al guerrero una gran ventaja sobre cualquier oponente armado con espada o maza, al menos en los primeros segundos de lucha, que es cuando suele decidirse el combate: los duelos eternos de las películas son sólo eso, películas. Sólo en casos muy concretos la propia longitud del astil se convierte en un impedimento, si se lucha en bosque cerrado, en muralla o entre casas, o si el espadachín consigue cerrar las distancias. En los demás casos, incluso el mejor esgrimista estará en grave situación de inferioridad. Durante la Edad Media las espadas eran armas comparativamente raras y muy caras, que se encontrarían ceñidas a la cintura de los nobles, pero rara vez en manos de villanos. La relación coste-efectividad de un arma de astil, jabalina, lanza, pica o alabarda, era muy superior, y el entrenamiento necesario para manejarlas con un mínimo de competencia, mucho más breve. No hay grandes diferencias en el empleo de las lanzas en manos de infantes medievales con respecto a la Antigüedad. Si cabe, las derivadas de su menor disciplina y entrenamiento frente a, por ejemplo, las legiones romanas o los hoplitas griegos. Abundaban las jabalinas y azconas, piezas de astil corto, inferior a los dos metros, y punta pequeña perforante; sin embargo, rara vez se produjeron las disciplinadas y temibles salvas de pila que durante siglos caracterizaron a los legionarios romanos. Por otro lado, estas jabalinas poco podían hacer frente a la caballería noble, cada vez más acorazada. Los experimentos demuestran la efectividad de jabalinas de 1 Kg. de peso total contra tropas sin protección o con cota de malla, pero su función táctica fue desplazada por los arcos y las ballestas, de mucha mayor capacidad perforante. La ausencia de una infantería villana disciplinada y entrenada durante la alta Edad Media impidió en Europa la existencia de líneas sólidas de infantería pesada capaces de resistir una carga frontal de caballería. A partir de Hastings (1066) rara vez se vio un muro de escudos y lanzas suficientemente sólido como para resistir a pie firme dichos asaltos. Sólo avanzada la Edad Media comenzó la infantería a tener posibilidades reales de medirse con la caballería pesada noble. Eso ocurrió cuando aparecieron macizas y disciplinadas unidades de infantería (por ejemplo en Suiza), armadas con picas de cuatro metros o más de longitud y con alabardas y otras armas de astil, que combinaban puntas, hachas y ganchos para ensartar, golpear o derribar jinetes, Entre el siglo XI y el XV la iconografía -en especial los Beatos iluminados- proporciona alguna información sobre la utilización de la lanza empuñada por infantes. Predomina su uso como arma de estoque, empuñada por alto, por encima del hombro, y con una sola mano, empleando el otro brazo como contrapeso. Pero también se documenta, con mayor frecuencia de lo que en principio pudiera parecer, la lanza empuñada con las dos manos, con función a la vez punzante y cortante. Este uso es habitual en la caza, para la que, a menudo, se empleaban lanzas con un tope o barra destinado a evitar que un jabalí u oso ensartado y furioso siguiera avanzando por su impulso a lo largo del astil hasta llegar al cazador. Estos topes también tenían uso militar. Sin embargo, la lanza a dos manos sin escudo también se empleaba en combate, en especial en el mundo oriental, combinando la función cortante con la punzante, sobre todo en movimientos de recogida del arma, y en especial contra los tendones de las corvas o brazos del rival. Las hojas de lanza más anchas probablemente se diseñaron teniendo en cuenta este empleo cortante. Donde el empleo de la lanza medieval registró mayores avances respecto al mundo antiguo fue en la caballería. Superioridad ligada, fundamentalmente, a modificaciones y mejoras en el control del caballo y la estabilidad del jinete. Por supuesto, siguió existiendo una caballería ligera armada con jabalinas que evitaba el choque. En la Península Ibérica, tanto musulmanes como cristianos contaron abundantemente a lo largo de toda la Edad Media con estos jinetes que empleaban la táctica del tornafuye (retiradas fingidas seguidas de repentinos ataques) y montaban a la jineta, esto es, con estribos cortos y las piernas bastante recogidas, en una postura que facilitaba un ágil control del caballo, pero que impedía la carga frontal contra otro jinete. Desde que -hacia el s. VII d.C.- se extendió el empleo del estribo en Europa Occidental, introducido desde Oriente, su combinación con un tipo de silla de arzón de altos borrenes que literalmente encajaban al jinete en su montura, favoreció la existencia de un tipo de monta a la brida que se hizo popular en el ámbito normando a partir del s. XI y se extendió por toda Europa, incluyendo Al-Andalus. En esencia, la monta a la brida implica que las piernas del jinete van extendidas a lo largo de los costados de su montura, apoyados los pies en los estribos y sujeta la cadera en la silla. Hasta entonces, la lanza se empleaba al modo tradicional, como arma de estoque, tal como hicieran la caballería macedonia o la romana, golpeando con la lanza desde una posición por encima o por debajo del hombro, y empleando para ello fundamentalmente la fuerza del brazo. Sólo ocasionalmente se emplean las dos manos. Pero la monta a la brida con estribo y silla arzonada permitió algo nuevo: la carga frontal hasta el choque, con la lanza horizontal sujeta por la axila o el costado entre el torso y el brazo. En estas condiciones, al choque con un enemigo, el impacto será el resultante de la masa combinada de jinete y caballo más el impulso de éste. Hay dos variantes en esta técnica; en la más antigua, documentada con frecuencia a partir del s. XI, la lanza se sujeta entre el brazo y el costado. En la segunda, dos siglos más tardía, denominada en los textos medievales hispano a sobre mano, la lanza además de sujetarse al costado se apoya en el antebrazo, gracias a una leve torsión de la muñeca. Esta postura permite un mayor control del arma, que con leves movimientos del antebrazo y mano puede orientarse con mayor precisión incluso en los instantes inmediatamente anteriores al impacto. Estas técnicas hicieron irresistible durante mucho tiempo la carga de la caballería pesada medieval. Simultáneamente, la mayor violencia de los impactos impulsó el desarrollo de las lanzas, cuyos astiles se hicieron mucho más gruesos y, por tanto, pesados. También provocaron la mejora de las defensas: se abandonaron las cotas de malla en favor de las armaduras de placa metálica, mucho más resistentes contra este tipo de golpes. Los todavía escasos estudios antropológicos realizados sobre esqueletos medievales, por ejemplo sobre las fosas comunes de Wisby (1361) o Towton (1461), muestran, sobre todo, los efectos de heridas cortantes causadas por espadas, hachas o alabardas, puesto que las heridas punzantes de lanza, comparativamente pequeñas, suelen afectar menos a los huesos, pero de ello no debe deducirse que la lanza no fuera mortífera. Mucho más equilibrados son los textos medievales en los que el combate y las heridas de lanza figuran de manera prominente. En el proceso de desarrollo de la lanza pesada de caballería se llegó al ristre, pieza metálica fijada al peto de la armadura de placas para apoyar y asegurar la lanza. Era apoyo especialmente necesario en las justas (combates individuales) y torneos (en grupos), donde se empleaban pesadas lanzas diseñadas para el choque. Frente a lanza de guerra (á outrance) empleada a veces, la lanza rebajada (á plaisance) remataba en una cabeza roma con tres puntas cortas que ampliaba la superficie de impacto y en consecuencia disminuía la capacidad de penetración. Aún así, en las justas eran frecuentes los accidentes graves: los impactos eran tan brutales que a menudo se partían los astiles, y se llegó a una cierta codificación en que la justa era a tres lanzas rotas (de ahí la expresión romper una lanza). Este peligro persistió incluso en pleno Renacimiento, cuando se habían limitado mucho los riesgos; por ejemplo, el 30 de junio de 1559 Enrique II de Francia fue herido fatalmente cuando una astilla de la lanza de su rival penetró entre las rendijas del visor de su casco, penetrándole por un ojo y causándole la muerte tras once días de agonía. Se da la circunstancia de que Enrique II era el padre de Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, y que la malhadada justa se estaba dirimiendo para celebrar los esponsales de la princesa con el rey de España.
contexto
Las grandes transformaciones que se operan en todos los ámbitos de la realidad histórica hispana durante el Alto Imperio tiene su correspondencia en el plano lingüístico con la sustitución de las diversas lenguas prerromanas por el latín. Este proceso se había iniciado con anterioridad durante la Tardía República, especialmente en las zonas más romanizadas del valle del Guadalquivir, hasta el punto que Estrabón puede afirmar, transmitiéndonos posiblemente las apreciaciones de Posidonio que visita Gades a principios del siglo I a. C., que "los turdetanos han sido totalmente romanizados de tal forma que han olvidado su lengua". Semejante consideración debe de leerse con un criterio selectivo desde el punto de vista social y geográfico, en el sentido de que la latinización afecta en época tan temprana a los sectores aristocráticos y a los territorios más urbanizados del valle del Guadalquivir y de las zonas costeras. Precisamente, la presencia durante este período de algunos retóricos griegos en Hispania documenta el método que se utiliza en la aculturación. El proceso se completa durante el Alto Imperio, donde se reproducen a escala ciertamente menor las limitaciones sociales y geográficas. En éste, como en otros aspectos, la transformación se relaciona intensamente con el proceso de urbanización que da lugar a la existencia en las principales ciudades hispanas de un sistema educativo, cuyos niveles básicos se vinculan a pedagogos libertos o esclavos, pero que en ámbitos superiores propician la enseñanza de la gramática y de la retórica, como materias imprescindibles en la cultura de las elites hispanas. La documentación epigráfica constata específicamente su existencia en centros tales como Asturica, Tricium, Tarraco, Abdera, Saguntum, Corduba, Astigi o Gades; en casos concretos, el propio municipio sufraga los gastos pertinentes, como ocurre en Tricium donde el gramático recibe del erario de la ciudad 1.100 sestercios anuales. También en el plano cultural y lingüístico se observan supervivencias de la religión indígena; no obstante, la proyección de la lengua del Imperio y de la cultura helenística provocan asimismo una reinversión de las relaciones de subordinación que habían dominado durante la conquista romana. Manifestación del proceso debe de considerarse la contribución hispana a la cultura clásica, materializada en los poetas Lucano y Marcial, en el filósofo Séneca, en el retórico Quintiliano, en el geógrafo Mela o en el agrónomo Columela, que protagonizan culturalmente el mismo proceso de integración y de provincialización del Imperio, presente en el plano social con el acceso de la aristocracia hispana al trono imperial durante la dinastía antonina.
obra
En sus frecuentes viajes Pissarro tomó interés por retratar a las personas de los lugares que visitaba, intentando compaginar las notas impresionistas con el aspecto documental. La protagonista de este maravilloso lienzo es la madre Larchevêque, que se ganaba la vida como lavandera. Su figura se recorta sobre una puerta verde, en una postura de abatimiento y cansancio reforzada por el rostro cansado. Las luces procedentes de la derecha impactan en la mujer, destacando las sombras malvas, que resbalan por la camisa de la trabajadora en contraste con el blanco. La atmósfera del lugar donde se sitúa la lavandera provoca el abocetado del rostro, desdibujando las formas de la misma manera que hacía Monet. Con esta figura, Pissarro demuestra su capacidad como retratista a pesar de prodigarlo en escasas ocasiones. Las rápidas pinceladas que forman la composición son típicas del estilo impresionista en el que Camille se inscribe, a pesar de ser uno de los grandes desconocidos por el público.