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La admiración de la reina Isabel de Farnesio, esposa de Felipe V, por los cuadros de Murillo le llevó a adquirir una amplia serie entre los que encontramos esta Concepción que en 1746 estaba en La Granja y en 1794 se hallaba en la "Pieza de dormir de los Reyes" de Aranjuez, ingresando en el Prado en 1819. Se considera uno de los pocos ejemplos en los que la figura de la Inmaculada aparece sobre la media luna, mostrando sólo medio cuerpo de la Virgen, apartándose de esquemas iconográficos anteriores. Junto a la Inmaculada aparecen seis serafines que dirigen su mirada al rostro de María mientras que ésta eleva sus grandes ojos, reforzando la espiritualidad de la imagen. Lleva sus elegantes manos al pecho, recogiendo el manto azul que también cuelga sobre la media luna. La pincelada empleada por Murillo es tremendamente rápida, creando una apreciable sensación atmosférica que diluye los contornos como podemos apreciar en el rostro de la Virgen o en los serafines. La potente luz empleada ayuda a crear esa atmósfera que recuerda a la escuela veneciana.
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Una de las especialidades de José Antolínez será la imagen de la Inmaculada Concepción, conservándose una veintena de ejemplos en los que incorpora distintos elementos para diferenciarlas. La figura de María adquiere elegancia casi cortesana, destacando su concentrado gesto y sus manos unidas. Querubines en las más variadas posturas la rodean, otorgando movimiento y vitalidad al conjunto. Los atributos que portan corresponden a la tradición mariana: varas de lirios (la pureza), rosas (el amor), la palma del martirio o la corona de estrellas. Los ropajes de María parecen estar azotados por un fuerte viento que crea un sensacional efecto de movimiento. La luz incide en la zona derecha y consigue atractivos contrastes lumínicos. La pincelada es rápida y suelta, demostrando Antolínez su admiración por Velázquez, mientras que en el rostro de la Virgen exhibe cierta dependencia de Alonso Cano.
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Una de las imágenes más repetidas de la iconografía popular española es la de la Inmaculada Concepción. La Inmaculada Concepción de María significa, según la doctrina católica, que la Madre de Dios desde que fue concebida ha sido preservada del pecado original. Este dogma católico estaba siendo cuestionado por los protestantes en el siglo XVII por lo que en la católica España se puso de moda la imagen de la Inmaculada Concepción. Este es el motivo de la proliferación de imágenes de la Inmaculada en el arte Barroco español. La iconografía de la Inmaculada la dictó Francisco Pacheco representándola a una edad juvenil, vestida con túnica blanca y manto azul, símbolos de pureza y eternidad respectivamente, coronada con doce estrellas, la media luna y una serpiente a los pies simbolizando su dominio sobre el pecado. La Inmaculada Concepción de Zurbarán sigue las normas iconográficas dictadas por Pacheco acompañándola con el mar y con un barco, árboles y edificios en la parte baja de la imagen, posiblemente indicando su papel de intercesora entre el mundo terrenal y Dios. A pesar de ser una imagen de la Virgen, Zurbarán no elimina sus fuertes dosis de realismo al ofrecernos un rostro cercano al espectador, alejado de idealizaciones. La fuerte luz apenas crea contrastes lumínicos incidiendo en el manto de María para destacar sus pliegues. La luz dorada a su alrededor sugiere una visión sobrenatural, como si fuese el efecto de un teatro ya utilizado en la Visión de San Pedro Nolasco.
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Para los retablos colaterales de la iglesia del Convento de San Agustín de Sevilla pintó Valdés Leal la Asunción de la Virgen y esta Inmaculada Concepción, ambas obras hoy en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Los especialistas consideran que esta Inmaculada es la más espectacular entre las pintadas en el Barroco Español. La Virgen aparece arrodillada sobre un trono de nubes, acompañada por un amplio grupo de ángeles niños en las más variadas posturas. Muestran los atributos marianos: palmas, ramas de olivo, lirios, rosas, una silla como trono de Sabiduría. En la zona baja de la derecha encontramos a dos ángeles que atacan con la rama de olivo a una serpiente infernal que atenaza el mundo y lleva una manzana en la boca, aludiendo al pecado original. Sobre la cabeza de María apreciamos una aureola resplandeciente rodeada por serafines cuyo centro es el triángulo de la Trinidad, de donde emana toda la luz que ilumina la composición. El rostro de la Virgen goza de este haz de luz al estar vuelto hacia el cielo mientras que la zona baja del lienzo, donde encontramos la serpiente se puede observar un espacio de mayor tenebrismo. La Inmaculada viste túnica blanca y manto azul, tonalidades que se ven inundadas de brillos dorados procedentes de la Trinidad y platas de las nubes. Los sutiles toques de color que significan las capas de los angelitos aportan una mayor vivacidad al conjunto. La escena está configurada por dos triángulos contrapuestos que tienen uno el vértice en la cabeza de la Virgen y otro en la cabeza de la serpiente infernal, contraponiendo de esta manera el bien y el mal. La pincelada rápida y vibrante y las atmósferas conseguidas hacen de esta obra una de las más impactantes en la producción del maestro sevillano.
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La virginidad de María constituye el misterio y el dogma de la Inmaculada Concepción, negado por los protestantes. Los católicos hicieron por esta razón mucho hincapié en destacar este rasgo de la Virgen, por lo que los cuadros dedicados a la Inmaculada Concepción fueron especialmente abundantes durante el Barroco inmediatamente posterior al Concilio de Trento y la Reforma Católica. Zurbarán se hizo eco de las normas que Pacheco dictaba para la correcta interpretación de la figura, que raramente llevaba túnica blanca, sino que solía ser rosa. El manto azul era otra de sus características. La Virgen debía ser una niña de doce ó trece años, con cabellos rubios sueltos sobre sus hombros, coronada con doce estrellas y en pie sobre un cuarto de luna. Sus atributos de la letanía la rodean en el cielo y se camuflan hábilmente en el paisaje que Zurbarán pretende hacer pasar por el retrato de Sevilla. Así, el barco que fondea en el puerto sevillano no sólo es una muestra de la actividad mercantil de la urbe, sino que simboliza la carabela del Socorro a los Navegantes, uno de los atributos de la Virgen. Otros muchos atributos aparecen como parte del paisaje: la fuente, el pozo, el cedro, el ciprés, la ciudad amurallada, la torre, la palmera... todos complejos símbolos que definen las virtudes de María. Al mismo tiempo, entre las nubes del cielo aparecen otros muchos: el espejo de la fe, la escala de Jacob, la puerta del cielo, la estrella... La abundancia de estos complejos signos de lectura teológica hace que la imagen tenga dos posibles visiones para el fiel: la del manifiesto doctrinal extremadamente complejo y sólo descifrable para unos pocos entendidos. Y la de la imagen devocional, que muestra una María hermosa e infantil, que despierta el fervor de los más sencillos.
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Zurbarán ha elegido para esta Inmaculada un tipo poco frecuente de representación, pues no aparece en pie mirando hacia la tierra, sino arrodillada con los brazos abiertos implorando al cielo. Es la típica imagen de intercesión a la cual se dirigen los fieles para pedirle que les proteja y represente ante el cielo. María lleva la túnica blanca y el manto azul que los tratados de Pacheco decían que debía vestir. Otra curiosidad es que la corona de estrellas que debía tener se ha sustituido por una corona de angelitos dorados. La luz dorada y las nubes van sustituyendo progresivamente a los atributos de la letanía que debían simbolizar sus virtudes, como se describen en la Inmaculada Concepción del Museo del Prado o en la Inmaculada del Museo Diocesano de Sigüenza.
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La Inmaculada que ahora contemplamos fue probablemente una obra menor de Zurbarán, en cuya realización intervinieron los oficiales de su taller más que el propio maestro. Para comprobar este hecho, tan sólo hemos de comparar su figura, más torpe, con la hermosísima Inmaculada del Museo Cerralbo de Madrid, donde la plenitud del maestro supera sin comparación a la de sus aprendices.
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En el año 1661 la Iglesia confirmó el dogma mariano y adoptó su culto como definitorio de la doctrina católica. Ello explica que este año Zurbarán pintara dos Inmaculadas similares en aspecto y tamaño, ésta que contemplamos y la que se halla en el Museo de Budapest. Probablemente fueron dos encargos que el artista realizó ya en Madrid, al final de su carrera y de su vida (moriría tan sólo tres años después). La popularidad de la representación de la Inmaculada Concepción había alcanzado su punto máximo en escasamente el período de un siglo. Es por ello que Zurbarán ya no necesita rodearla de los atributos que aparecen en la Inmaculada de Sigüenza, por ejemplo, puesto que la imagen ya es perfectamente identificable por los fieles sin necesidad de explicarla mediante otros símbolos.
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Este pequeño boceto fue adquirido por el Estado con destino al Museo del Prado en 1891 por la cantidad de 3.000 pesetas. Su propietaria era doña Eulalia García de Rivero. Se considera como un boceto preparatorio realizado por Goya para uno de los cuadros destinados al Colegio de Calatrava en Salamanca pintados en 1784 por encargo de Gaspar Melchor de Jovellanos, conjunto destruido por las tropas francesas durante la Guerra de la Independencia. Quizá este pequeño lienzo sería un regalo del pintor a su amigo para que observara la evolución del encargo. Goya no se aparta en exceso de las normas iconográficas dictadas para la Inmaculada en el Barroco. Así la presenta vestida con vestido blanco -símbolo de pureza- y manto azul -símbolo de eternidad-, de pie sobre la media luna y el globo terráqueo. Pisa una serpiente que lleva una manzana en la boca -símbolo del dominio sobre el pecado- y se acompaña de angelitos que portan una vara de azucenas. María une sus manos a la altura del pecho y sobre ella encontramos la difuminada figura de Dios Padre con el triángulo de la Trinidad sobre su cabeza. La figura de la Inmaculada se gira hacia la izquierda y está bastante estática, careciendo de ese giro en las piernas tradicional en las imágenes de Murillo. La iluminación dorada que acompaña a las figuras viene determinada por lo sobrenatural del episodio.
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El tipo que Zurbarán usaba para sus Inmaculadas es muy similar a éste que contemplamos. Aparece con la túnica rosa que defendía el teórico Pacheco, cubierta por el manto azul. Entre las nubes que la rodean aparecen pequeños angelotes que forman una corona en torno a ella; a sus pies, dos santos acompañan a la imagen.