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Al haber sido ejecutada al mismo tiempo que la Inmaculada Langon, sus características son prácticamente las mismas. Lo único que distingue a ésta es su rostro, más agraciado y sonriente, así como los níveos brazos abiertos hacia Dios en lugar de recogidos en absorta oración. La Inmaculada Langon es una imagen de meditación mientras que la de Budapest es una imagen triunfal.
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Lienzo de Francisco Rizi firmado en 1651. Se encuentra en el Museo del Prado.
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Maella realiza en esta Inmaculada una síntesis entre los usos pictóricos del Siglo de Oro, es decir, del pleno Barroco Español, y los nuevos dictados estilísticos del Neoclasicismo, importados por el pintor de Carlos III, Antonio Rafael Mengs. El modelo que emplea para la Inmaculada es exactamente el mismo que habían empleado los artistas del siglo XVII, cien años antes. Recuerda en su composición las Inmaculadas deMurillo, de Velázquez, incluso alguna de Zurbarán. Sobre este modelo, agitado en movimiento, espléndido en color, Maella aplica los dictados de Mengs y su academicismo, sujetando la libertad de color y pincelada de los barrocos aldibujo estricto del maestro alemán.
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Alonso Cano realizó esta Inmaculada Concepción según los postulados de la estética barroca sevillana. El tema de la Inmaculada pone de manifiesto la inocencia y la virginidad de María al concebir a Jesús. Para destacar esta idea, la joven María suele representarse con una serie de características que el fiel conocía e identificaba. Eran, por ejemplo, la túnica blanca con el manto azul, las doce estrellas que coronan su cabeza, la media luna sobre la cual se apoya, etc. Estos rasgos fueron establecidos, especialmente, a través de escritos como los de Francisco Pacheco, el suegro de Velázquez, que luego otros pintores ejecutaban en sus obras. Cano ha utilizado para esta pintura sus dotes de escultor, puesto que la imagen tiene un aspecto muy tridimensional, con correctos volumen y sombreado, como si fuera una escultura de bulto redondo.
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Zurbarán varió escasamente una imagen que le había proporcionado fama y dinero, como es la Inmaculada Concepción. Mantuvo tanto la fisionomía como el ambiente, y apenas se diferencia de otras Inmaculadas a las cuales remitimos al lector.
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A lo largo de toda su carrera Gutiérrez de la Vega sintió una especial admiración por la pintura de Murillo como podemos comprobar en esta Inmaculada de clara concepción murillesca no sólo por la disposición de las figuras o el rostro infantil de la Virgen sino hasta en los rostros de los querubines o la colocación de los símbolos marianos, repitiendo el estilo vaporoso y el celaje y la luz dorada.
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El tema de la Inmaculada Concepción será muy tratado en el arte religioso europeo, especialmente en dos países de declarado catolicismo como Italia y España. Ribera ya había realizado una sensacional imagen de la Virgen María para el convento de las Agustinas de Monterrey en Salamanca y ahora repite el tema con algunas modificaciones. La Inmaculada aparece en el centro de la composición, con sus manos giradas hacia su izquierda, a la altura del hombro, vestida con túnica blanca y manto azul -siguiendo la visión de Santa Brígida de Suecia, tal y como había sugerido Pacheco- pisando la media luna como símbolo de dominio al infiel. A sus pies encontramos un grupo de angelitos que portan algunos atributos marianos: el espejo y la vara de olivo. En el fondo apreciamos un templete renacentista -con gran similitud al de San Pietro in Montorio de Roma, realizado por Bramante y sufragado por los Reyes Católicos- que indica las puertas del cielo, mientras que dos grupos de querubines en las esquinas superiores y la paloma del Espíritu Santo sobre la cabeza de María completan la composición. las luces doradas bañan el conjunto, resaltando las tonalidades blancas y azuladas y las carnaciones de los ángeles. Ribera ha abandonado en esta obra toda referencia a Caravaggio, incluso el naturalismo, para acercarse a un barroquismo pleno de influencia neoveneciana y vandyckiana en el que la luz y el color se convierten en los principales protagonistas.
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Las especulaciones que estaban llevando a cabo los protestantes con la figura de María - a quien consideraban elemento secundario en la intercesión de la Humanidad - sirvieron a los católicos de la Contrarreforma para potenciar la imagen de la Virgen con un importante número de Inmaculadas que llenarán iglesias y casas particulares. El Greco no se mantendrá ajeno a esta creciente demanda, elaborando junto a su hijo Jorge Manuel esta bella imagen que contemplamos. La Virgen se sitúa en el centro de la composición, acompañada por una corte de ángeles orantes mientras la paloma del Espíritu Santo se ubica sobre su cabeza. Una peana de querubines sirve para que apoye los pies la Madre de Dios mientras en la zona inferior del lienzo contemplamos los numerosos atributos marianos en un fondo de paisaje: las flores, la media luna, la fuente, el templo y el pozo. Las figuras presentan ese alargamiento característico de la pintura del cretense, suprimiendo todo estudio anatómico al esconder sus cuerpos bajo las pesadas túnicas cuyos pliegues acentúan aún más la pérdida anatómica. El fondo nebuloso es una característica habitual en la producción grequiana, atraído por la espiritualidad que reclamaba la sociedad.
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Hacia 1651 los franciscanos de Sevilla encargan a Murillo una Inmaculada para situarla en el arco triunfal de su iglesia. Cuando el artista presentó su trabajo a los monjes, éstos no encontraron a su gusto la obra ya que la hallaron tosca y poco acabada, negándose a aceptarla. Murillo solicitó permiso para colocar el lienzo en su lugar correspondiente y una vez situado en el arco triunfal de la iglesia fue de absoluto agrado para sus clientes. La tradición dice que Murillo en ese momento se negó a separarse de la Inmaculada a menos que le pagaran el doble de lo estipulado, aumento que fue admitido por los monjes sin oposición. Desde ese momento la obra siempre estuvo colocada en su lugar original hasta que en 1810 sería requisada por los franceses y depositada en el Alcázar. Su enorme tamaño -de ahí que sea conocida como "La Grande"- la salvó de ser trasladada a Francia por lo que en 1812 fue devuelta al convento donde permaneció hasta la Desamortización de 1836.Murillo muestra en esta obra uno de sus primeros intentos por renovar la iconografía de la Inmaculada, incluyendo el dinamismo y el movimiento característico del Barroco. Posiblemente el sevillano contempló algún grabado de la Inmaculada realizada por Ribera en 1635 para las Agustinas de Salamanca en la que aparecen elementos claramente innovadores. La Virgen se muestra en actitud triunfante, apoyando su pie derecho sobre la luna y su rodilla izquierda en una nube sostenida por querubines. Viste amplia túnica blanca y manto azul -siguiendo la visión de Beatriz de Silva-, siendo sus ropajes pesados y voluminosos aunque dan muestran de movimiento, especialmente el manto, en sintonía con la cabellera. Los querubines que acompañan a la Virgen aún no gozan de la gracia de obras posteriores.La ubicación original del lienzo, a elevada altura y a gran distancia del espectador, condicionó la composición ya que Murillo tuvo en cuenta que la obra tenía que ser vista de abajo a arriba y en oblicuo, consiguiendo un excelente resultado y demostrando su gran capacidad para adaptarse a las necesidades de la clientela.