La exquisita finura del arte de Cano se manifiesta en esta Inmaculada que, como la mayoría de las obras realizadas por este maestro, posee una apariencia frágil y delicada, llena de dulzura y belleza. La figura adolescente, casi infantil según la costumbre andaluza, presenta un diseño en forma de huso, empleado habitualmente por Cano en este tipo de trabajos. Realizada para el facistol de la catedral granadina, pronto fue trasladada a la sacristía para favorecer su contemplación.
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La Inmaculada Concepción de María era un dogma que provocó graves polémicas en el Siglo de Oro. En el cisma protestante se había negado su virginidad en la concepción de Cristo, y los pintores católicos recibieron orientaciones para representar y defender adecuadamente el tema ante los fieles. Pacheco crea así una imagen de María rodeada de sus atributos, descritos en la letanía: con su manto azul, la corona de doce estrellas, los ángeles rodeándola, de pie sobre una media luna, etc. María se aparece milagrosamente en el cielo de Sevilla, lo que puede reconocerse porque en el ángulo inferior izquierdo del lienzo podemos contemplar la silueta de la Torre del Oro y detrás la Giralda. Junto a los símbolos de la ciudad está el retrato del personaje que encargó y donó el cuadro, llamado Miguel Cid.
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Uno de los proyectos más importantes del Madrid dieciochesco será la construcción de la iglesia de San Francisco el Grande, diseñada por Ventura Rodríguez y ejecutada por su discípulo Francisco Cabezas. Los numerosos altares contarán con la decoración de los mejores pintores del momento, entre ellos Maella y Goya. La Inmaculada que aquí contemplamos se presenta sobre el globo terráqueo, elevando su mirada hacia Dios Padre que se sitúa en la parte superior del lienzo acompañado de una corte de ángeles, en un acentuado escorzo. María se encuentra rodeada de querubines y ángeles portando sus atributos: la palma del martirio, los lirios de pureza, las rosas del amor, ... La Virgen pisa la media luna simbolizando el triunfo sobre el Islam y una serpiente con una manzana en la boca que simboliza el triunfo sobre el pecado. El arremolinado manto y la posición de las manos a la altura del pecho muestran la influencia del mundo barroco, de la misma manera que los colores de la túnica y el manto. Las tonalidades vivas y el esquema empleado por Maella harán de esta imagen una de las más solicitadas y repetidas de su tiempo.
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En 1628 Rubens está en Madrid para negociar, por orden de Felipe IV, un tratado de paz con Inglaterra, poniéndose de manifiesto su faceta como diplomático. Aprovechando su estancia en la capital española también se dedicó a realizar varios encargos: unos retratos ecuestres de Felipe IV y Felipe II, amplió la Adoración de los Magos y pintó esta Inmaculada Concepción para el marqués de Leganés, gran aficionado a la pintura, que después se la regaló al rey.No es muy habitual encontrar la iconografía de la Inmaculada en el Barroco flamenco; sin embargo, Rubens -con su genio, imaginación y recogiendo algunas ideas de Pacheco- consigue representar una de sus estampas más bellas y delicadas. Las discusiones sobre el dogma de la virginidad de María provocaron un desorbitado aumento de las imágenes marianas en el Barroco español. La Virgen viste túnica roja -símbolo del martirio psicológico al padecer el sufrimiento de su hijo- y manto azul como símbolo de eternidad. Pisa una serpiente con una manzana en la boca, que simboliza el pecado, y se coloca sobre la luna. A su lado, dos angelitos desnudos portan una corona de laurel, representando el triunfo, y una palma de martirio. Resulta destacable la belleza del rostro de la Virgen, coronada de estrellas y con un halo de luminosidad a su alrededor. El movimiento de la figura se muestra en el giro de los hombros y en el avance de la pierna izquierda, marcándose el muslo y la rodilla bajo los paños. Los angelitos refuerzan la sensación de movimiento. El juego de luces y colores hacen de esta escena una de las obras más bellas del Museo del Prado, comparándolas con las famosas Inmaculadas de Murillo.
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Al poco tiempo de llegar a España, El Greco se interesa por el tema de la Inmaculada Concepción, una de las imágenes más genuinas del Barroco español que será representada por Zurbarán, Velázquez, Alonso Cano y especialmente por Murillo. Tras el Concilio de Trento que inicia la Contrerreforma se incide en manifestar la importancia de la Virgen en la vida de Jesús y su papel como intercesora de la Humanidad. Se refuerza además la idea de la virginidad, cuestionada por los protestantes. María aparece acompañada por San Juan Evangelista, de espaldas al espectador para introducirnos en la escena. La Virgen se sitúa en el centro del lienzo, acompañada por ángeles músicos, querubines y la paloma del Espíritu Santo sobre su cabeza. Viste túnica roja y manto azul y se sostiene sobre una peana constituida por cabezas de querubines. Bajo sus pies encontramos diferentes símbolos marianos como el templo, las rosas, las azucenas o la luna, conformando un paisaje que da profundidad a la composición. Ambas figuras mantienen un diálogo a través de sus miradas. San Juan es un modelo de marcada anatomía, inspirada en la obra de Miguel Ángel. La luz, procedente de la visión celestial, resbala por sus vestidos. María acentúa el movimiento de su cuerpo al desplazar sus manos juntas hacia la izquierda, al igual que la cabeza. De esta manera realiza una especie de giro que identifica a la mayor parte de las Inmaculadas. Ambas figuras aún mantienen el canon clásico, canon que será sustituido posteriormente por el típico de El Greco, mucho más alargado. La belleza del rostro de María contrasta con el mayor naturalismo del de San Juan.
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La Inmaculada Concepción formaba pareja con San Juan Evangelista en Patmos, encargadas ambas imágenes posiblemente para la iglesia del Convento de los Carmelitas Calzados de Sevilla entre 1618 y 1622. Así se demuestra cómo la fama de Velázquez provoca el aumento considerable de sus encargos, tanto de tipo religioso como profano -la Vieja friendo huevos o El aguador de Sevilla-. Algunos especialistas consideran que se trata del retrato de la esposa del pintor, Juana Pacheco, otorgando de esta manera un mayor realismo a la composición. El tema de la Inmaculada es uno de los más habituales en el Barroco español, especialmente en la Escuela sevillana. Zurbarán, Murillo o Alonso Cano también trabajarán esta temática, cuyo esquema iconográfico había impuesto el suegro de Velázquez, Francisco Pacheco. Se representaría a María como una mujer joven, coronada de estrellas y vestida con túnica roja y manto azul. Sus manos se colocarían a la altura del pecho, mientras que su cabeza miraría al lado contrario, creando un interesante efecto de movimiento. María apoyaría sus pies sobre una media luna. Velázquez sigue este esquema impuesto por su suegro, destacando las nubes del fondo y el efecto de paisaje de la zona baja del lienzo, donde inserta los atributos de la Virgen. Alejándose de la sombría paleta habitual en estos años, María aparece vestida con una túnica rosada en la que se marcan los pliegues, posible influencia de la pintura flamenca o de las tallas policromadas españolas conocidas como imaginería. Al ser una imagen muy hispana parece que la influencia de Caravaggio se ha abandonado.
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Para el retablo mayor de la iglesia del Convento de Agustinas Recoletas de Monterrey en Salamanca pintó Ribera esta excepcional Inmaculada Concepción por encargo del entonces Virrey de Nápoles, don Manuel de Zúñiga y Fonseca, conde de Monterrey. Con esta obra el maestro valenciano rompe con la severidad tradicional de las Inmaculadas españolas hasta ese momento, representadas por Pacheco, Velázquez o Zurbarán. Ribera sigue el prototipo empleado por Lanfranco para la iglesia romana de los Capuchinos, aunque también toma algunos modelos de Guido Reni, demostrando su admiración hacia las obras de la escuela boloñesa liderada por Carracci. Sin embargo, a pesar de las fuentes de inspiración, el valenciano realiza una obra totalmente personal, adaptando los modelos italianos a la espiritualidad propia del Barroco español. La Virgen aparece envuelta en un amplio manto azul, vistiendo túnica blanca -siguiendo la visión de Santa Brígida de Suecia, recomendada iconográficamente por Pacheco- y pisando la media luna como símbolo de dominio sobre el infiel. Un grupo de angelitos forma un semicírculo en la zona baja y porta los atributos marianos: la palma, la rama de olivo, rosas, lirios o el espejo. En la zona baja de la composición contemplamos dos ángeles mancebos que dirigen su tierna mirada hacia María mientras que en la zona superior se advierte la escorzada figura del Padre Eterno, rodeado de ángeles y acompañado por la paloma del Espíritu Santo. En la composición contrasta el dinamismo de todas las figuras respecto a la Virgen, cuyas manos se cruzan en el pecho y su mirada se eleva hacia Dios Padre. Ribera ha abandonado cualquier referencia al tenebrismo de Caravaggio e inicia una etapa caracterizada por el pictoricismo y el luminismo, dentro del más absoluto barroco colorista. Carl Justi llegó a decir que "eclipsa (...) todo lo que Murillo, el Guido (Reni) y Rubens han obtenido en sus interpretaciones de este asunto".
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El dogma de la Inmaculada Concepción se introdujo con fuerza en la España de la Contrarreforma por lo que serán numerosas las representaciones iconográficas de la Virgen María. Las más famosas son las de Murillo pero Valdés Leal también se presenta también como un maestro en este tema. Sigue las normas iconográficas -que ya había dictado Pacheco, el suegro de Velázquez- y nos muestra a María con un rostro adolescente, vestida de blanco y azul -simbolizando la pureza y la eternidad, respectivamente- con la cabeza rodeada de estrellas y acompañada de un buen número de angelitos que portan sus atributos: la palma, la rama de olivo, las rosas, la corona, los lirios y el espejo. La Inmaculada está a las puertas del cielo que se intuyen al fondo, entre las nubes. El Padre Eterno y el Espíritu Santo presiden la escena. En primer plano Valdés Leal ha colocado a dos donantes, reforzando la idea de la Virgen como intercesora de la Humanidad. Se trata de una anciana orante cubierta con toca y un noble que en su mano izquierda lleva un misal mientras que señala con la otra a la Virgen. A pesar de tratarse de dos de los mejores retratos pintados por Valdés Leal no se han identificado, pudiendo tratarse de dos piadosos miembros de una misma familia.Los contrastes cromáticos resultan atractivos para el maestro al presentar a los dos donantes con ropas negras -siguiendo la moda del barroco español- mientras que María viste con una túnica blanca y un manto azul bordado en oro. El amarillo también se repite en algunos paños que cubren ligeramente a los ángeles, al igual que el azul o el rojo. La túnica anaranjada de Dios Padre completa esta sinfonía tonal de gran alegría, empleando el maestro una pincelada rápida y vibrante que otorga mayor calidad a la composición. Valdés emplea una estructura triangular que tiene como vértices las tres cabezas mientras que los angelitos se organizan en diagonales que acentúan el movimiento de sus posturas escorzadas.
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Para el testero de la iglesia de Santa María la Blanca de Sevilla Murillo pintó en 1665 está Inmaculada Concepción que acompañaría en el mismo emplazamiento al Sueño del patricio y la Visita al Pontífice. La Inmaculada aparece en una postura característica: en pie, con las manos juntas a la altura del pecho y desplazadas hacia su izquierda, sobre las nubes que hacen un trono y acompañada por un grupo de ángeles y serafines. Viste su tradicional túnica blanca y manto azul y dirige su mirada hacia un grupo de seis fieles que representan a la cristiandad en todas sus edades ya que muestra a un niño, tres adultos y dos ancianos. Al menos dos de los personajes parecen retratos. Se trata de las figuras que aparecen a la izquierda de la composición, identificándose el clérigo que se muestra en primer término como el licenciado Domingo Velázquez Soriano -uno de los principales promotores de las obras en el templo de Santa María la Blanca- mientras que el clérigo más joven que se sitúa tras él podría ser su auxiliar, el bachiller Salvador Rodríguez, cura interino tras la muerte del licenciado. Se especula con la identidad del personaje de espaldas, considerando que se trata de don Manuel Pérez de Guzmán, marqués de Villamanrique y vecino de la iglesia al habitar en la casa contigua al templo. Si esto es así el niño podría ser su hijo, don Melchor Pérez de Guzmán que en aquellos momentos contaba con trece años de edad. Como viene siendo habitual en esta década de madurez, Murillo no abandona el naturalismo de épocas anteriores pero ahora lo suaviza al emplear unas iluminaciones más sutiles que crean unos sensacionales efectos atmosféricos, diluyendo las contornos y creando unas sensaciones aéreas que recuerdan a Velázquez.
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Procedente del Palacio Real de Aranjuez -de donde viene su nombre- tenemos esta Inmaculada pintada por Murillo posiblemente en la última década de su vida debido al alargamiento que manifiesta la figura de María. Murillo utiliza con un planteamiento más barroco, distribuyendo varias diagonales en la composición, ablandando y esfumando las formas. Las manos de la Virgen se cruzan a la altura del pecho y su rostro eleva su mirada al cielo, rodeando la cabeza un haz de luz resplandeciente. El manto azul que viste es de grandes proporciones y se desplega tanto por delante como por detrás de su cuerpo. Los ángeles que aparecen como peana sujetando a María tienen un mayor protagonismo en la composición, llevando en sus manos los diferentes signos marianos: la palma del martirio, los lirios, las rosas, la rama de olivo. La sensación atmosférica que se crea alrededor de las figuras diluye los contornos, obteniendo un resultado de especial devoción y espiritualidad.