Juan van der Hamen, de origen flamenco, fue uno de los primeros pintores de la Corte madrileña del siglo XVII en adoptar el nuevo género creado en Italia: la naturaleza muerta. En España este género se trató con gran austeridad, como podemos comparar con los bodegones de la misma época que pintaron Arellano, Zurbarán o Sánchez Cotán. En este caso, predomina la disposición geométrica de los objetos, acentuada por los estantes cúbicos y estáticos donde se apoyan los dulces y los cacharros. Estos bodegones ofrecen completos documentos acerca de la cocina y los gustos de la España barroca, que en este caso dan una somera muestra de la sobria repostería castellana.
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Este prodigioso bodegón trata de enlazar con la mejor tradición bodegonista del Siglo de Oro español, en el cual destacaron las figuras de pintores de naturalezas muertas de la talla de Zurbarán, Sánchez Cotán y otros. Su autor, Luis Meléndez, se dedicó a este tema, considerado género menor, pese a lo cual puso su excelente capacidad artística al servicio del mismo. Realizó un encargo para el príncipe Carlos, futuro Carlos IV, para el Real Sitio de Aranjuez. Era una serie de treinta y seis lienzos terminada entre 1759 y 1772. El que tenemos aquí recurre a efectos de luz que se habían aplicado durante el naturalismo del siglo XVII: fondo oscuro, indefinido, objetos dispuestos en friso en primer plano, iluminación frontal muy fuerte y de origen artificial. La composición está afianzada con solidez sobre esquemas geométricos y el punto de vista, muy cercano y bajo, dota a los objetos de una monumentalidad que va más allá de la esencia de los mismos. Rasgo típico de su tiempo es el mayor recargamiento de la mesa con los víveres; mezcla, heterogénea pero armoniosamente, una gran cantidad de elementos, a través de los cuales puede apreciarse el dominio del autor en representar una amplia variedad de texturas diferentes: los ojos transparentes y viscosos del besugo, sus escamas frías y húmedas, la piel rugosa de las naranjas, el tacto áspero del lino, los brillos metálicos de los metales, unos pulidos y otros no... Es una obra excelente, digna del primer Barroco español, y ejemplar dentro de nuestra valiosa tradición de bodegonistas.
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Aun contactando con los círculos impresionistas y los jóvenes pintores - Bernard, Seurat, Toulouse-Lautrec - el joven Vincent parece añorar los modelos de Nuenen con los que encontramos una intensa relación al contemplar esta naturaleza muerta donde las tonalidades oscuras y la pincelada violenta se adueñan de la composición, pudiendo sugerir el estado de ánimo del artista en uno de los numerosos enfrentamientos con su hermano Theo.
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Entre los pintores animalistas más sobresalientes del barroco flamenco destaca la figura de Frans Snyders, alumno de Pieter Brueghel y estrecho colaborador de Rubens, Van Dyck y Jordaens. Sus bodegones gozan del esplendor y la belleza característica de la pintura flamenca, interesándose especialmente por la minuciosidad y el detallismo de animales, frutas y menaje, tal y como podemos comprobar en este magnífico bodegón con aves. Los animales se disponen en dos alturas, apreciándose en primer plano una balda con dos gallinas vivas acompañadas de diversas aves muertas, en posturas escorzadas. La cabeza del cisne sirve para enlazar las dos zonas, disponiéndose el resto de las aves sobre una mesa cubierta con un delicado paño rojo, ya que las tonalidades rojas y blancas contrastando serán las favoritas del pintor flamenco. En el fondo se abre una ventana que nos permite contemplar una estructura arquitectónica donde observamos dos figuras. Se trata de un cuadro dentro del cuadro, esquema muy empleado en el Barroco.
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La delicada situación física de Manet en los últimos años de su vida le llevará a realizar pequeñas naturalezas muertas como ésta que contemplamos, en la que repite el recurso del limón pelado en espiral que aparece en el Almuerzo en el estudio. Durante su juventud el maestro sintió una especial atracción hacia los bodegones de Chardin que había en el Louvre, retomando años después esa influencia. Los objetos se sitúan muy cercanos al espectador, sobre una mesa cubierta con un mantel blanco con pliegues, obtenidos a través de la sombra. El cuchillo en perspectiva era recurso habitual en el Barroco, estilo por el que Manet siempre sintió profunda admiración. El seguro dibujo empleado por el maestro no se ve perjudicado por el color, que es aplicado con firmes trazos como en el Impresionismo.
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En esta naturaleza muerta realizada por Van Gogh en el verano de 1886 encontramos claramente representadas las innovaciones que el artista experimentó en Amberes gracias al conocimiento de la pintura de Rubens, superadas al llegar a París y ponerse en contacto con los impresionistas. El empleo de colores puros y de tonalidades complementarias - rojo-verde siguiendo las teorías cromáticas de Delacroix - así como diferentes elementos inspirados en los grabados japoneses que tanto atraían a Vincent - el borroso límite entre la mesa y el fondo, la ubicación consecutiva de los elementos - nos indican que el joven artista arde en deseos de experimentar nuevas sensaciones, teniendo un pie en la tradición y otro en la más absoluta modernidad.