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Personaje Pintor
Según Van Mander (1604), Veraecht era "un buen pintor de paisajes". Durante un tiempo había vivido en Florencia, trabajando para el Gran Duque Fernando I, abriendo un taller a su regreso a Amberes por donde pasó Rubens una breve estancia, ya que Veraecht era familiar de María Pypelinx, la madre del genial pintor flamenco.
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Junto a la Primavera, el Otoño y el Invierno esta escena formaba parte de una serie dedicada a las cuatro estaciones que Pissarro pintó en 1872. El color amarillo domina una composición en la que el cielo tiene un importante papel, al situar la línea del horizonte a baja altura, presentando en esa zona la silueta del pueblecito. Las nubes crean un efecto de movimiento que otorga mayor viveza al conjunto, inundando la fuerte luz veraniega todos los rincones del lienzo para conseguir un efecto de gran realismo.
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Las series de las estaciones del año se limitaron en el siglo XVII en numerosas ocasiones a la representación del Invierno y el Verano, como momentos enfrentados climatológicamente. Jan van Goyen realizó al menos 31 series de estas características, empleando siempre el formato circular, muy de moda en el Barroco Centroeuropeo. El ambiente veraniego se presenta a través de diversos personajes dispuestos sobre un paisaje de colores cálidos, organizado a través de un elemento central. La sensación atmosférica y perspectívica ha sido perfectamente creada, tomando como referencia las enseñanzas de su maestro Esaias van de Velde.
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Esta obra se encuadra en el ciclo de las edades de la vida, un conjunto de siete sepias que el artista realizó en 1826, cuyo núcleo central está simbolizado por las estaciones de la naturaleza, como la Primavera, la segunda del ciclo, pero primera de esta serie. Representa a una pareja de amantes entre abedules, en un paisaje fértil. Las casas del fondo aluden a la felicidad conyugal. La luz corresponde al mediodía, como corresponde a esta simbolización de la etapa media de la vida. De este modo, el tema de las horas del día se entrecruza con el de las estaciones y las edades de la vida.
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La atracción hacia la luz tomada directamente del natural es uno de los elementos determinantes de la pintura impresionista. Mary Cassatt se sitúa en la órbita de Monet al sentirse sumamente interesada en el año 1894 por captar diferentes escenas con diferentes luces, dependiendo de la hora del día como ya había hecho Monet. Así surgen Paseo en bote - realizada a plena luz solar - y Verano - en la que la iluminación se enmarca en las horas del atardecer -. Una niña y una joven contemplan los patos desde una barca. Las dos figuras reciben los ya leves rayos del sol, creándose a su alrededor una espectacular sinfonía de tonalidades azules y verdes gracias a los reflejos de los árboles en el agua. Las dos figuras están realizadas con cierto dibujismo mientras que el agua o el paisaje del fondo se convierten en un entramado de manchas de colores, aplicadas con aparente desorden para conformar un magnífico entorno. El color blanco de los patos y de los vestidos anima la composición, mientras que el sombrero de color rojo se sitúa en el centro del lienzo para llamarnos la atención, recurso típicamente academicista, aunando así Mary Cassatt Impresionismo y academicismo en sus obras.
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Quien mejor ejemplifica la afición manierista por el capricho y la irracionalidad es el milanés Giuseppe Arcimboldo, que paso buena parte de su carrera de pintor en la refinada corte de Rodolfo II en Praga y contribuyó, como tantos representantes itálicos del estilo, a su difusión al otro lado de los Alpes. Valiéndose de flores y frutas, raíces o troncos carcomidos, cacharros de cocina o útiles mecánicos, construyó su sorprendentes bodegones antropomorfos en desafío de irracionalidad y desmesura, caprichosidad muy encomiada por los surrealistas contemporáneos que reactualizaron su fórmula.
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Las playas valencianas serán las protagonistas de buena parte de la producción de Sorolla. Niños y niñas jugando en el agua o saliendo del baño, pescadores, barcas varadas, mujeres paseando o vistiéndose se convierten en auténticos iconos para el maestro valenciano, captando de manera espectacular la vida cotidiana de su tiempo. Una de las imágenes más atractivas de esta serie de obras de playa es la titulada Verano, pintada en 1904. En primer plano contemplamos a una niña con un amplio vestido, que lleva a otra de la mano. La niña de blanco sujeta, a su vez, a un niño de pelo rubio que está desnudo. Tras este primer grupo se sitúa una cría que dirige su mirada hacia el espectador; en el plano medio de la composición se encuentra otra niña, vestida de azul y con una cinta roja sujetando su coleta, dirigiéndose hacia la madre, figura que ocupa la zona derecha de la escena, vistiendo un amplio traje blanco. Con sus manos sostiene al chiquillo desnudo, que tapa su cara con las manos para evitar el destello del sol. Otra madre, ésta con una blusa rosa, acompaña a su hijo en el baño. El fondo de la composición está ocupado por varios niños bañándose en el mar, junto a una madre que sostiene en brazos a su retoño. Si bien las figuras tienen un importante papel en el conjunto, la verdadera protagonista del lienzo es la luz, una iluminación del atardecer en el Mediterráneo, que inunda toda la escena y crea sombras coloreadas, tal y como puede contemplarse en las telas blancas. Esta luz identificativa del artista baña todos los elementos de la composición y dota al conjunto de un aspecto más atmosférico, creando una sensación ambiental difícilmente superable. Otro aspecto significativo del lienzo es la manera de pintar de Sorolla. Emplea un firme y seguro dibujo, con el que modela de manera casi escultórica a sus personajes, pero aplica el color de forma rápida y empastada, pudiendo apreciarse las pinceladas en sus telas, relacionándose en su forma de pintar tanto a los grandes maestros de la escuela española como a los impresionistas. El resultado es una obra que nos transporta a las playas levantinas, haciéndonos partícipe del baño de estos pequeños en una tarde de verano.
contexto
Cuando se iniciaba el verano de 1943 la situación del Eje se había complicado mucho: a la rendición de Stalingrado cabía sumar ahora la de Túnez. Sin embargo, para sus dirigentes, existía todavía la esperanza de que podrían mantener su perímetro defensivo causando a sus adversarios un número elevado de bajas, en el caso de Japón, o de que lograrían mantener la superioridad en lo que respecta a su innovación tecnológica y en el arma aérea o podrían concentrar sus fuerzas contra uno de sus enemigos, en el de Alemania. Los meses que siguieron demostraron que estas esperanzas carecían de justificación y, sobre todo, liquidaron definitivamente al tercer miembro del Eje, Italia, cuya aportación a la lucha común había resultado escasa, por no decir mínima. Alemania había cometido el doble error de enviar un ejército al Norte de África y confiar en mantener su reducto tunecino por tiempo indefinido. A esas dos equivocaciones sumó una tercera, consistente en poner en duda el salto inmediato de los anglosajones a Sicilia. Como sucedió a lo largo de toda la guerra, también en este caso los servicios secretos aliados tuvieron una actuación muy superior. Una operación de inteligencia con la complicidad involuntaria de las autoridades españolas, proclives al Eje, les hizo pensar a los alemanes que el desembarco anglosajón se produciría en Cerdeña o en Grecia. Por el contrario, en lo que no erraron fue en apreciar que los italianos estaban exhaustos y proclives a arrojar la toalla. A mediados de junio bastó un bombardeo de la pequeña isla de Pantellaria, de la que Mussolini había anunciado que resistiría hasta el final, para que se rindiera. Hitler se apresuró a tomar medidas para evitar la completa deserción de su aliado. El desembarco aliado en Sicilia tuvo lugar el 10 de julio de 1943 y, en general, transcurrió sin problemas: aunque las fuerzas aerotransportadas cometieron errores, en las playas sicilianas desembarcaron en un plazo corto de tiempo más tropas que las que, un año más tarde, lo harían en Normandía. La operación tenía lugar en el mismo momento del ataque sobre Kursk y supuso, como consecuencia, que los alemanes detuvieran una ofensiva que aún tenía tiempo de triunfar y trasladaran parte importante de sus efectivos hacia el Mediterráneo. Gracias a ello, las tropas del Eje libraron en la isla una batalla defensiva que les resultó relativamente satisfactoria. Replegándose, en primer lugar, sobre el Etna y a continuación sobre el Estrecho consiguieron salvar no sólo la mayor parte de sus hombres sino también su material. Sin embargo, cuando esto sucedió, a mediados de agosto, se había producido ya el colapso político de la Italia fascista, tal y como Hitler preveía y temía. Para comprenderla hay que tener en cuenta la peculiar situación en que se encontraban los principales dirigentes de la vida pública italiana. Mussolini, envejecido y en realidad carente de cualquier capacidad de influir en el destino de la guerra, había tratado, en sus últimos movimientos políticos, de abrirse a una posibilidad de desengancharse de la guerra y de un Hitler a quien consideraba ya un "trágico bufón". De ahí la última remodelación del Gobierno, contando con personas jóvenes o poco conocidas, y la distribución en embajadas estratégicas de algunos diplomáticos en cuya capacidad para contactar con los aliados confiaba, quizá en exceso. Pero la escasa voluntad bélica de sus tropas y la existencia de conspiraciones contra su persona impidieron que ese propósito pudiera ser intentado en serio. Las primeras sugerencias a los aliados acerca de un posible desenganche italiano se produjeron a fines de 1942, a través de medios monárquicos. En el seno del fascismo se produjeron dos conjuras paralelas, coincidentes en el deseo de desplazar al Duce: la de los fascistas radicales como Farinacci y la de quienes representaban una posición más moderada, proclive al liderazgo conjunto de la Monarquía y el Ejército. De todos los modos, la reunión del Gran Consejo Fascista, el 24 de julio, testimonia, ante todo y sobre todo, la descomposición de la clase dirigente del régimen. Fue una de esas reuniones en las que todos los que acudieron desconfiaban de los demás -hasta el punto de acudir armados hasta los dientes- pero coincidían con ellos en un punto: la imprevisión acerca de las consecuencias de la decisión que se adoptara. De los reunidos, para sorpresa del Duce, a pesar de que se lo debían todo a él, 19 votaron en su contra y sólo 8 a favor. Pero lo más inesperado para Mussolini se produjo en el momento inmediatamente posterior. Cuando visitó al rey, se encontró con que éste, en quien confiaba a pesar de su carácter un tanto desconfiado y cínico, "se descolgaba" aceptando una dimisión que no había sido presentada con deseo de que fuera aceptada. A la salida de la entrevista con el monarca, el Duce fue detenido y puesto a buen recaudo en lugar secreto. Su sucesor fue el mariscal Badoglio, suprema autoridad militar, que pretendió mantenerse en una ambigüedad calculada pero cayó en una manifiesta irresolución. En teoría, trató de mantener la lucha contra los aliados, pero intentando establecer contacto con ellos. Esto último sólo lo consiguió de forma tardía mientras, con mucha más decisión, los alemanes ocupaban posiciones clave en suelo italiano. Cuando, el 3 de septiembre, el Gobierno monárquico pudo hacer pública la noticia del armisticio, los alemanes ocuparon sin problemas la mayor parte del país e incluso consiguieron que buena parte de la flota quedara en sus manos. El Ejército italiano fue desarmado y 700.000 soldados enviados a Alemania para ser empleados como trabajadores forzosos. En esos días iniciales del mes de septiembre, se realizaron, además, varios desembarcos aliados en la Península. Los norteamericanos se habían mostrado originariamente opuestos a ellos, pero la caída de Mussolini parecía justificar una acción de resultado prometedor contra el más débil de los miembros del Eje. En realidad, lo fue mucho menos de lo que se imaginó. En gran medida, la culpa le correspondió a la falta de decisión de los aliados. Desembarcaron éstos en Mesina -en la punta de la bota italiana- y Salerno, en playas que parecían propicias, no lejos de los templos griegos de Paestum. Pero eran lugares demasiados obvios y por ello propicios a los ataques enemigos, elegidos porque se disponía de protección aérea pero que no se empleó a fondo para conseguir una sorpresa que, por otra parte, no tuvo lugar. El resultado fue que los aliados avanzaron mucho más lentamente de lo esperado. En cambio, el desembarco en Tarento fue relativamente sencillo y los aliados hubieran podido avanzar con rapidez en la costa del Adriático de haber dispuesto de medios de transporte más rápidos de los que tuvieron. Kesselring, el general alemán autor de la estrategia de retirada, ha afirmado que los aliados habrían obtenido una victoria decisiva con tan sólo desembarcar al Norte de Roma en vez de hacerlo al Sur de Nápoles. Lo curioso es que pensaron en hacerlo destacando una división aerotransportada, pero la operación les pareció arriesgada en exceso. Lo contrario les sucedió a los británicos en el Dodecaneso: intentaron, sin ayuda norteamericana, ocupar las islas pero se encontraron con una inferioridad aérea que les hizo perder varios buques. En cambio, los franceses de De Gaulle ocuparon Córcega sin mayores problemas. Por motivos de coherencia temática y por la escasa significación real que tuvo en el conjunto de los acontecimientos, éste es, sin duda, el momento de tratar acerca del resto de la campaña italiana. Puede resumirse con tan sólo unos datos cronológicos: solamente en octubre de 1943 los aliados llegaron a Nápoles y en junio de 1944 a Roma. Las escasas maniobras audaces que intentaron, como el desembarco en Anzio, fracasaron y, en cambio, perduró la tenaz resistencia alemana en una línea favorecida por la orografía (posición de Monte Cassino). En total, para avanzar 1.300 kilómetros los aliados, dirigidos por el nada brillante general británico Alexander, emplearon veinte meses. Esto hizo concluir a los anglosajones que la estrategia patrocinada por Churchill en el sentido de atacar en el "blando bajo vientre" de Europa resultaba indefendible. Cuando los Apeninos causaban tantos problemas cabría pensar cuáles habrían de ser los que se produjeran en los Cárpatos o los Alpes. La tendencia de los anglosajones a tener una superioridad abrumadora antes de pasar al ataque contribuyó a paralizarles. Los alemanes dedicaron quizá demasiadas tropas a un frente secundario como éste, pero lograron una victoria en la batalla a la defensiva. Para los aliados, en definitiva, la ilusión italiana se demostró injustificada. A todo esto, Italia conocía una auténtica guerra civil. Profundamente abatido al principio, Mussolini se recuperó luego, una vez liberado por paracaidistas alemanes. En el Norte del país estableció un régimen republicano que se decía revolucionario -la República Social Italiana, con sede en Saló- y que favoreció la participación de los obreros en la dirección de las empresas, al mismo tiempo que practicaba una sistemática violencia contra el adversario político. Pero, aunque tuvo el apoyo de una parte considerable de la opinión pública, siempre dependió en todo de Hitler. Éste hizo el balance más ignominioso acerca de la colaboración con los italianos, al asegurar que el mejor servicio que le podían haber hecho es permanecer alejados del conflicto. Durante el verano de 1943, se produjo una evolución militar también contraria a los intereses del Eje en distintos escenarios del Mediterráneo. En Rusia, los ejércitos de Stalin demostraron que habían prosperado en muchos terrenos. Mucho más móviles que al comienzo de la guerra, estaban al mando de generales más jóvenes que los alemanes, pero sobre todo se beneficiaron de una estrategia, basada en la superioridad, que les condujo a la victoria. Al igual que en la ofensiva de 1918 en el frente francés, podían atacar en todo el frente a la vez, evitando que el adversario concentrara su superior calidad en un solo punto. De este modo, la ofensiva en el frente Sur, a partir de la batalla de Kursk del mes de julio, produjo la toma de Dnieper y la caída sucesiva de Jarkov (agosto), Esmolensko (septiembre) y Kiev (noviembre). Este éxito se debió también a innovaciones técnicas, como los carros con cadenas más anchas y fue mérito de los propios militares soviéticos. Los alemanes trataron de resistir en puntos concretos, convertidos en bastiones, pero la insistencia de Hitler en mantener el frente a ultranza, que tan útil había sido en otros tiempos, tuvo consecuencias muy negativas en el sentido de que quitó a los alemanes el valor principal de su ejército, es decir la movilidad. A estas alturas, Hitler tenía todavía la esperanza, por completo ilusa, de que podría recuperar las regiones que perdiera o de que cuanta más tierra tuviera, de más elementos de intercambio dispondría para intercambiarla con el enemigo en caso de armisticio. En cuanto al Pacífico, también en este caso es posible apreciar una estrategia defensiva del Eje -Japón, en este caso- y la aparición de una nueva, de carácter ofensivo, puesta en práctica por los norteamericanos. El Imperio japonés se limitó a mantener el perímetro alcanzado con la idea de hacer pagar un tan alto precio al adversario en su avance que resultara disuasorio. Sus dirigentes no se daban cuenta, sin embargo, de que las circunstancias bélicas cada vez variaban más en contra de sus intereses. La producción norteamericana era muy superior pero, además, ni siquiera los japoneses podían concentrar sus fuerzas, porque el perímetro defensivo era demasiado amplio: tenían una veintena de divisiones en el Pacífico pero debían mantener otras quince en Manchuria frente a los soviéticos, de quienes no se fiaban a pesar de que los llegaron a felicitar por la toma de Jarkov. Muerto Yamamoto en abril de 1943, las diferencias entre los mandos militares se acentuaron al proponer el Ejército como punto de resistencia principal Nueva Guinea, mientras que la Marina prefería las islas Salomón. Mientras tanto, los norteamericanos hicieron de la necesidad virtud, inventando una estrategia que se demostró muy eficaz. El general Mac Arthur hubiera preferido avanzar directamente desde el Sur hacia China, ocupando todas las posiciones adversarias, pero su insuficiencia de recursos le obligó a un avance por saltos siguiendo dos líneas, una más al Sur, en la costa septentrional de Nueva Guinea, y otra en el centro del Pacífico, por las islas Gilbert, Marshall y Marianas. De esta manera se evitaba expugnar las más duras posiciones adversarias, como Rabaul, que quedaban aisladas y sin sentido alguno en una estrategia de conjunto. Sólo con abrumadora superioridad aérea y marítima era posible cumplir este programa, pero los norteamericanos ya la habían alcanzado.
contexto
Entre el verano de 1943 y el de 1944, muchas cosas cambiaron en el hasta ese momento problemático resultado de la guerra: los que habían sido tan sólo indicios de que su final podía ser favorable a los aliados comenzaron a reafirmarse. Bien entrado el verano de 1944, podía existir la esperanza de que la guerra no tardara en concluir con la derrota del Eje. En el frente soviético, a partir de la batalla de Kursk, con titubeos iniciales, los rusos acabaron rompiendo con el ritmo estacional de sus ofensivas, comenzándolas ellos mismos en agosto y prosiguiéndolas luego en invierno, la época del año que hasta el momento había presenciado, en exclusividad, sus ofensivas. Como ya habían hecho en la segunda mitad de 1943, los rusos realizaron ataques en grandes frentes con lo que hacían difícil la reacción contraria. El primero de ellos se llevó a cabo en el Sur y consiguió una penetración más profunda, mientras que el sector central fue posterior y supuso un avance menor. El resultado final fue que, a la altura del verano de 1944, la línea de separación de los dos beligerantes coincidía de forma aproximada -a excepción de los Países Bálticos- con la frontera común en el momento de iniciarse la ofensiva alemana en junio de 1941. El resultado de esta doble ofensiva fue que toda Ucrania quedó en manos soviéticas y que también Crimea fue reconquistada, a pesar de su aparente inexpugnabilidad. Además, la llegada a los Cárpatos del Ejército Rojo tuvo una influencia directa sobre la política balcánica y centroeuropea. Hungría fue ocupada por los alemanes, mientras que Rumania, en angustiosa situación, pensaba en desengancharse de sus aliados del Eje. En el Norte, la línea de combate se alejó de Leningrado. Hacia allí, en dirección al centro mismo de Alemania, se lanzaría la siguiente ofensiva soviética, aprovechando las mejores comunicaciones y la mayor estabilidad anterior del frente. A lo largo de estos meses, el Ejército alemán volvió a demostrar limitaciones que, sobre todo, fueron visibles en lo que respecta a la forma de dirección impuesta por Hitler. En marzo de 1944, relevó al general Manstein, quizá su alto mando más prestigioso, y la insistencia a ultranza en que se resistiera al adversario tuvo como consecuencia que parte de sus tropas fueran cercadas. El Führer partía de considerar que todavía estaba en condiciones de tomar la iniciativa en la ofensiva, como se prueba por el hecho de que denominara sus agrupaciones de ejércitos con referencia geográfica a una Ucrania que ya había perdido. Si la confianza en sí mismo del dictador alemán estaba injustificada, en cambio tenía fundamento la que podía sentir Stalin. En el verano de 1944, no sólo disponía de siete millones de soldados frente a los cuatro del Ejército alemán, sino que era ya netamente superior en aviación y algo menos en carros. Confiado en la victoria, Stalin, que fue quien decidió que su ofensiva se llevara a cabo en el sector central del frente, sólo temía la posibilidad de que sus aliados hicieran aquello que él había realizado con asiduidad y carencia de escrúpulos, es decir, cambiar de bando. En contraste con lo sucedido el verano anterior, la prensa soviética denunció supuestas entrevistas de dirigentes alemanes con los aliados, lo que carecía por completo de veracidad e incluso de verosimilitud. Mientras tanto, en el Extremo Oriente, la situación empeoraba para el Japón, a pesar de que tomó la iniciativa en campos en los que hasta el momento había permanecido un tanto pasivo. En teoría, el Ejército chino tenía más efectivos que cualquier otro del mundo, pero su calidad era baja y su aprovisionamiento dependía de forma exclusiva de la ayuda norteamericana. La ofensiva japonesa a partir de abril de 1944 dio uso por vez primera a tan fuerte acumulación de divisiones como los japoneses tenían en este país y tuvo como consecuencia que Chiang Kai Shek, derrotado, en contra de los deseos norteamericanos no jugara un papel de importancia en la fase final de la guerra. En este sentido, resultó inútil la ofensiva británica en el Norte de Birmania, un poco antes, que había conseguido abrir el paso para la ayuda norteamericana. Japón llevó a cabo en la zona central de esta misma región una ofensiva que, aunque supuso un avance importante de sus líneas, fue demasiado costosa y testimonió que ya era imposible pensar en la posibilidad de que tuviera lugar una sublevación independentista en India. Otro aspecto en que los japoneses pudieron hacer un balance relativamente positivo fue el convenio con la URSS (marzo de 1944) que ratificó la neutralidad de ésta. Pero la situación que resultó fue mucho menos positiva en lo que respecta al Pacífico. Allí prosiguió el avance norteamericano en la zona central, con la conquista de las Marianas en el mes de junio. La importancia de esta ocupación reside en que desde estas pequeñas islas -Saipán, Guam...- sin mayor relevancia desde el punto de vista económico, era posible alcanzar Japón con el vuelo de los bombarderos propios. Además, la posición alcanzada por los norteamericanos en el Pacífico central dejaba ya en difícil situación, partiéndolo por la mitad, el dominio de este mar. Por si fuera poco, en las operaciones navales y aéreas que acompañaron a esta conquista los norteamericanos ratificaron su neta superioridad sobre el adversario japonés. La batalla del Mar de Filipinas supuso una pérdida de unos 500 aviones japoneses, mientras que los norteamericanos apenas perdieron una décima parte, y, por si fuera poco, también fueron hundidos muchos portaaviones japoneses. En el mes de julio abandonaba el poder político el almirante Tojo, que había sido principal exponente del imperialismo belicista japonés, y con ello se abría el paso a una posible aceptación de la derrota por las armas. Faltaba aún más de un año en el Pacífico para que esto sucediera, pero lo ocurrido en el frente occidental pudo dar la sensación de que permitiría un desenlace mucho más rápido. La "Operación Overlord" -denominación del desembarco en Normandía- fue extremadamente difícil y pasó por un período en que pudo tener un resultado pésimo para los aliados pero, al mismo tiempo, estuvo a punto de hacer posible una victoria rápida. En efecto, la creación de este segundo frente no resultaba nada fácil. Gran parte de la resistencia británica al desembarco nacía del temor de verse arrojados al mar de nuevo, pues las modestas operaciones intentadas hasta el momento habían concluido de una forma desastrosa, como en el caso de Dieppe. No es para menos: el Ejército alemán seguía siendo el de más calidad en Europa a pesar de sus recientes derrotas y llevaba cuatro años preparándose para un posible desembarco enemigo. Por si fuera poco, en los últimos meses, Hitler había decidido dar prioridad a la derrota del desembarco anglosajón y mantenerse a la defensiva en el Este. Su directiva de guerra número 51 afirmaba, con razón, que una victoria de los aliados una vez realizado el desembarco tendría un resultado irremediable, lo que no sucedería con una victoria enemiga en el frente ruso. De esta manera, Alemania acumuló hasta 58 divisiones, de las que una decena eran blindadas, a la espera del intento aliado. Además, si en otros tiempos la ocupación alemana en Francia había sido grata y poco exigente en la preparación para el combate, con la llegada de Rommel la situación cambió, ante la inminencia de un ataque. Aunque la llamada "Muralla del Atlántico" tenía obvias insuficiencias, en los últimos tiempos el ritmo de la fortificación y el minado se habían perfeccionado mucho. Hitler y el mando alemán estaban convencidos de que el adversario sería derrotado. Pero no fue así. La causa residió en una combinación de factores, algunos de ellos casuales pero la mayor parte producto de la preparación aliada. En primer lugar, los anglosajones acumularon un impresionante potencial bélico que fue trasladado por 6.500 embarcaciones con el apoyo artillero de 23 cruceros y más de un centenar de destructores. En un plazo corto de tiempo se debía hacer cruzar el Canal a tres millones de combatientes, dotados de medios en ocasiones muy novedosos, como los carros anfibios. El terreno en que resultó más manifiesta la superioridad de los aliados fue en aviación, hasta el punto de que disponían de 12.000 aparatos frente a apenas 300 enemigos. El intento de reanudar las campañas alemanas de bombardeo sobre Gran Bretaña, a comienzos de 1944, se había saldado con pérdidas muy cuantiosas que habían desequilibrado la balanza en contra de Alemania. El bombardeo táctico, que siempre jugó un papel decisivo en la superioridad aliada, contribuyó a destruir las comunicaciones adversarias y facilitó la información de los atacantes, sin tampoco afectar a la población civil de una manera tal que pusiera en peligro su adhesión a los aliados. Además, los anglosajones habían aprendido de malas experiencias anteriores, como, por ejemplo, el desembarco de Anzio, donde el exceso de impedimenta y de medios de transporte había sido un engorro más que una ayuda. También supieron superar, con imaginación, las dificultades más graves en el momento inmediatamente posterior al desembarco. Siempre se había pensado que para reforzar a los desembarcados sería imprescindible conquistar pronto un puerto pero ahora lo que los anglosajones idearon es traer desde Gran Bretaña puertos artificiales -"mulberries"- destinados a suplir a los que por el momento no podían tener. Pero la razón del triunfo aliado ha de atribuirse también en los errores del adversario. A este respecto hay que advertir que allí donde no podía existir la sorpresa -porque los alemanes esperaban, como sabemos, el desembarco- los aliados acabaron por crearla. El desembarco hubiera podido ser en Calais, donde la distancia era más corta, pero, como estaba más protegido, los aliados aparentaron la existencia de un ataque de distracción sobre Normandía al que seguiría el desembarco decisivo allí, cuando iba a suceder lo contrario. Lo consiguieron a base de simular comunicaciones entre unidades en realidad inexistentes. Incluso aparentaron intentar otro desembarco en Noruega. En este aspecto concreto hubo siempre una superioridad constante de los aliados: la información, que abarcó la capacidad de descifrar todas las comunicaciones adversarias y un mejor conocimiento de la meteorología, fue siempre mucho mejor. El desembarco se produjo en un paréntesis entre el paso de dos frentes de borrascas, lo que despistó a los alemanes hasta el punto de que muchos de sus mandos -por ejemplo, el propio Rommel- estaban de permiso en la seguridad de que el enemigo no podía desembarcar. Por si fuera poco, el propio mando alemán causó buena parte de los problemas a su propio Ejército. Existían diferencias tácticas, no sólo sobre el lugar donde se produciría el desembarco sino también acerca de la forma de actuar cuando aconteciera. Rommel hubiera querido atacar inmediatamente cuando el adversario estuviera en las playas, pero el temor a que se tratara de un ataque destinado a engañar al enemigo convirtió la reacción en titubeante y dubitativa. Hitler, que el día del desembarco tardó en ser despertado, actuó a distancia pero dando órdenes perentorias de imposible cumplimiento. Kluge, la máxima autoridad militar alemana en el frente, se convirtió en sospechoso de deslealtad y acabó suicidándose. El desembarco tuvo lugar en la noche del 5 al 6 de junio de 1944. Seis divisiones ocuparon las playas teniendo dificultades graves en una de ellas -"Omaha"- mientras que otras tres aerotransportadas colaboraban en retaguardia. El éxito inicial encontró, sin embargo, dificultades al poco. La ciudad más cercana al desembarco era Caen y estaba previsto tomarla el mismo día de la operación, pero sólo se consiguió un mes después. Fueron los británicos, en efecto, los que tuvieron que aguantar el peso esencial de la reacción adversaria, incluso con blindados, en el Este, mientras los norteamericanos debían provocar la ruptura del frente hacia el Oeste y el Sur. Lo hicieron, en principio, con más lentitud de la esperada, en gran parte por la dificultad de un terreno muy compartimentado. Cherburgo tardó un mes en ser ocupada. A fines de julio, tuvo lugar la contraofensiva alemana con el grueso de sus fuerzas blindadas en dirección a Falaise. Se produjo en circunstancias políticas pésimas cuando, el 20 de julio, acababa de tener lugar un atentado contra Hitler del que este sobrevivió, pero que descubrió la amplitud del descontento entre el alto mando alemán. Algunos de los conspiradores fueron ejecutados esa misma tarde, pero las sospechas sobre muchos generales, incluido Rommel, nunca llegaron a disiparse. Aparte de este primer resquebrajamiento de la moral de combate alemana, el propio Hitler puso en peligro la dirección coherente de la batalla al insistir en una ofensiva que corría el peligro de hundirse en el desastre como consecuencia de la propia insistencia. La batalla de Falaise resultó un enfrentamiento entre dos masas blindadas con la peculiaridad de que en este caso, a diferencia del episodio de Kursk, ninguna de las dos estaba a la defensiva. La victoria aliada se logró por un desbordamiento del frente en Avranches debido a la audacia y el ímpetu de Patton, mientras que los carros alemanes eran fijados en una tenaza en torno a esta ciudad. Fue éste un caso muy espectacular de "Guerra relámpago", ahora en contra de quien la había inventado. Las pérdidas alemanas resultaron gravísimas y supusieron una amplia apertura del frente. El 15 de agosto desembarcaron los aliados en el Sur de Francia, operación a la que en vano se había opuesto Churchill. Esto acabó de dislocar el frente alemán y el 24 entraban en París las fuerzas de liberación francesas, con el apoyo de los norteamericanos.