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obra
Los especialistas no se acaban de poner de acuerdo alrededor de que quiso hacer Hogarth en esta sensacional estampa de la vida cotidiana. Se apunta hacia un trabajo preparatorio para una estampa, un boceto, una obra inconclusa, un mero recuerdo del pintor, etc. Aún así nos hallamos ante una de las mejores obras salidas de los pinceles del maestro británico.La modelo aparece con el cuerpo girado en tres cuartos hacia una dirección y la cabeza en la contraria, dotando así de mayor dinamismo a la figura. Ante el esbozado del cuerpo de la joven resalta aún más su expresivo rostro, donde reúne la vitalidad y la belleza de la modelo, atrayendo de manera rápida nuestra atención. Los colores son aplicados fluidamente, incidiendo de esta forma en la vitalidad que desborda el retrato, trabajando con una pincelada ágil con la que consigue sensacionales gradaciones cromáticas, anticipándose con esta obra a su propio tiempo. Los brillantes ojos de la muchacha suponen el verdadero centro de atención del cuadro, conseguidos con certeros toques de óleo al igual que el carmín de sus labios, dotando así de vida a la vendedora.
obra
La sensación que producen estas escenas populares pintadas por Tiepolo es totalmente artificial, motivada en parte por el carácter aristocrático de muchos de los personajes representados, que no se corresponde con su origen humilde y, fundamentalmente, por la manera forzada con la que se representan. Efectivamente, en estas escenas se mezclan personajes de la más diversa condición: currutacos, manolas, ciegos, arrieros, vendedores y vendedoras de diversos productos, etc., con hombres y mujeres procedentes de las distintas regiones españolas.
obra
Goya realizó una serie de cartones para tapiz destinados al comedor del Príncipe en el Palacio de El Pardo, serie dedicada a las cuatro estaciones en la que la Vendimia representaría el otoño, utilizando las uvas como símbolo. En la escena vemos un aristócrata sentado ofreciendo a una dama un racimo de uvas, mientras un pequeño de espaldas eleva las manos para cogerlo. Tras ellos, aparece una vendimiadora con un cesto en la cabeza y dos hombres vendimiando. Al fondo, vemos la sierra madrileña. La dama y el aristócrata hacen de este cartón el menos populachero de la serie, si lo comparamos con sus compañeras -la Era, la Nevada o las Floreras-. La luz otoñal se convierte en la protagonista, aclarando los tonos de los vestidos para otorgar mayor gracia a la composición. El amarillo del traje del noble muestra a un Goya juvenil, alejado de la oscuridad de las Pinturas Negras. De nuevo recurre al esquema piramidal, tan apreciado en el Neoclasicismo, con el que el artista va a romper rápidamente. Las pinceladas sueltas se adueñan de la escena demostrando la rapidez, que no la imprecisión, con la que trabaja Goya.
obra
En 1879 Renoir decide no intervenir en la cuarta exposición de los impresionistas ya que empieza a conseguir cierto éxito de crítica, especialmente gracias al artículo de su hermano Edmond en la "Vie moderne" consiguiendo que la revista le organice una exposición individual. En otoño se halla en Chatou junto a Aline Charigot, una de sus modelos favoritas que acabará convirtiendo en su esposa. Durante esta estancia en Chatou realizará la escena que contemplamos, interesándose por los efectos de luz, atmósfera y color característicos del impresionismo. Así, la luz ha sido tomada directamente del natural lo que provoca una sensación atmosférica y un cromatismo determinado. Las sombras coloreadas dominan la zona derecha de la composición pero la gran preocupación del pintor será integrar la figura en el paisaje, por lo que observamos a los vendimiadores cargando sus pesados capachos en la zona de la izquierda, dirigiéndose por el sendero hacia la casa del fondo. De esta manera, el lienzo goza de una estructura compositiva que recuerda incluso a las obras clasicistas que el maestro admiraba en el Louvre. Las pinceladas son rápidas y certeras, interesándose más por la impresión del conjunto que por el detalle, perdiendo en algunas zonas las referencias formales. La sintonía con Monet en este tipo de trabajos es total pero pronto los estilos de ambos amigos buscarán direcciones distintas.
lugar
Asentada sobre una laguna, el hechizo de Venecia reside en la infinidad de canales que conforman su geografía. En sus más de mil trescientos años de historia, la ciudad ha pasado por diversas vicisitudes. Su momento de máximo esplendor corresponde a la Edad Media, cuando las naves venecianas surcaban todos los rincones del Mediterráneo oriental, comerciando con los más diversos puertos, trayendo a Europa los productos más preciados. El león de san Marcos se convertía en seña de identidad de una ciudad en máximo apogeo. Será en este momento cuando se construyan los principales edificios: los palacios, las iglesias, la basílica. Se creaba entonces la imagen de una ciudad sobre las aguas, aguas surcadas por las típicas góndolas, de las que Thomas Mann dijo: "son negras como ninguna otra cosa en este mundo, con la excepción de los ataúdes".
contexto
Aun valorando en sus justos términos la ascensión de los Estados de Toscana y de Saboya dentro del marco político italiano, sin embargo era la República de Venecia la que seguía manteniendo un mayor potencial y una más sólida posición, destacando por encima de los restantes núcleos políticos de la península. El régimen de la Señoría mantuvo a lo largo del Quinientos la significación política que la había caracterizado en siglos anteriores. Seguía siendo, pues, una pieza importante del mapa político europeo, interviniendo activamente en las disputas internacionales merced al poderío territorial y marítimo que conservaba desde su etapa anterior como potencia mediterránea. Con un sistema de gobierno y administración que se mostraba operativo y eficaz, con una organización social bastante representativa en comparación a lo que para entonces era usual, sin graves problemas internos que combatir y con unas disponibilidades económicas que le permitían contar con unas fuerzas militares adecuadas a sus necesidades de defensa y a sus pretensiones exteriores, el Estado veneciano supo conservar su papel de primera estrella del firmamento italiano. El aristocratismo republicano no era patrimonio de una cerrada oligarquía nobiliaria que ocupase el poder de forma tiránica, permanente y exclusiva, sino que, por el contrario, una relativa rotación y alternancia en las esferas gubernamentales eran notas distintivas de su peculiar ordenamiento constitucional, eso sí, siempre sobre la base de una estructuración socio-política estamental en la que la nobleza, aunque abierta y en renovación, no había perdido ni mucho menos su posición sobresaliente. La representación del Estado recaía de forma vitalicia en la figura del Dux, personaje símbolo de la grandeza de la Señoría, al que se le rodeaba de majestuosidad v exaltación ceremonial, a pesar de que su poder efectivo resultaba mínimo. El cuerpo más numeroso del conjunto institucional era el Gran Consejo, integrado por un amplio colectivo aristocrático, órgano soberano del poder de la República del que emanaban las leyes y desde el que se hacía el nombramiento de los cargos públicos, así como la elección de los miembros que integraban el Senado, especialmente orientado éste hacia la dirección y supervisión de los asuntos exteriores. Otros colegios especializados y el "Tribunal de la Cuarantia", junto al Consejo de los Diez, principal organismo ejecutivo, completaba el aparato institucional del Estado veneciano, que había dado y estaba dando muestras de una gran estabilidad y fortaleza en el transcurso de los años y de una notable adecuación a las exigencias de estructuración política que demandaban los nuevos tiempos modernos.
contexto
Desde finales del siglo XIII la república de San Marcos había dado un claro giro institucional, centrado en el fortalecimiento de la oligarquía gobernante. En 1297 el Gran Consejo quedaba cerrado al ingreso de nuevas familias, para luego desaparecer como asamblea en 1423. El Senado junto con el Colegio de los Veintiseis, órgano ejecutivo de la "Serenísima", terminaron por perder la mayoría de sus atribuciones. Sus funciones pasaron a ser competencia del Consejo de los Diez, antiguo comité de seguridad. Desde 1310 los dogos fueron elegidos por este consejo entre un grupo cada vez más reducido de familias. El dux, pese a ser elegido de por vida, perdería poco a poco gran parte de su prestigio, convirtiéndose en un hombre de paja en manos del Consejo de los Diez. Sus miembros, máximos exponentes del carácter restringido de la oligarquía veneciana, no dudaron en condenar a muerte al dogo Marino Faliero en 1355, acusado de conjurar contra las instituciones venecianas. Al amparo del cambio institucional, las directrices venecianas habían cambiado radicalmente desde el segundo tercio del siglo XIV, al iniciar una política de expansión hacia el interior (terraferma) en perjuicio de sus tradicionales intereses en el Mediterráneo oriental. Algunos autores han destacado con acierto la sincronía existente entre la expansión otomana en los Balcanes y la política de "terraferma" de la república de San Marcos. El cambio de orientación respondería por tanto a la necesidad de asegurar la supervivencia del estado frente a la posibilidad de perder la costa dálmata a manos de los turcos. Sin embargo, no cabe olvidar el papel jugado en dicha transformación por la abierta hostilidad de sus vecinos territoriales: los Visconti de Milán, los Scaligieri de Verona, los Carrara de Padua y los Habsburgo, duques de Austria. El primer logro de las nuevas perspectivas de la república fue la conquista de Treviso en 1339. Pero la orientación expansiva de la política veneciana se hizo más patente durante el gobierno de los dogos Miguel Steno (1400-1413), Tomás Mocénigo (1414-1423) y, sobre todo, Francisco Foscari (1423-1457). Venecia se impuso sobre los Visconti en el Véneto, llegando a controlar las áreas rurales del interior hasta el río Mincio y ciudades como Padua, Vicenza o Verona (1405). También consiguió el dominio sobre el Friuli a costa de los duques de Austria y del patriarca de Aquilea. Su empuje en el Milanesado a lo largo del siglo XV provocó la caída de Bérgamo, Brescia y Cremona del lado veneciano, pese a la resistencia de Visconti y Sforza. A pesar de todo, la república veneciana no abandonó por completo su política mediterránea, centrada en la rivalidad con genoveses y turcos. Entre 1351 y 1355 mantuvo una dura pugna con Génova por la hegemonía comercial en el Mediterráneo, saldada con la pérdida de Dalmacia (1358) en favor de Luis de Hungría, aliado de los genoveses. Años mas tarde, la llamada guerra de Chioggia (1377-1381) llegó a poner en peligro las conquistas venecianas en el Véneto, ante el empuje por tierra y por mar de húngaros y genoveses. La acción militar de Víctor Pisani consiguió equilibrar la situación, pero no pudo impedir que la Paz de Turín (1381) reconociera la teórica soberanía húngara sobre Dalmacia y la pérdida de Treviso en favor de los Habsburgo. Una vez descartada Génova como rival, Venecia tuvo que afrontar la expansión otomana en la cuenca oriental. La Serenísima, apoyada por los estados cristianos orientales, utilizó una doble estrategia para contrarrestar el avance turco en Hélade y en los Balcanes. Por una parte ofreció su protectorado a los puertos de Morea y Albania entre 1423 y 1444. Por otro lado trató de mantener con el sultán Murad II (1421-1451) sus antiguos acuerdos comerciales con Bizancio. Pero con la derrota de los cruzados húngaros en Varna (1444), la república de San Marcos tuvo que continuar en solitario la lucha contra los turcos, apoyando en vano sublevaciones locales contra el imperio otomano como la del caudillo albanés Skanderberg (muerto en 1467). A pesar de la actividad diplomática veneciana, fue inviable un acuerdo entre las potencias cristianas para actuar de forma conjunta contra los turcos, dueños de Constantinopla desde 1453. Venecia tuvo que claudicar y firmar una paz poco ventajosa en 1479, que supuso la pérdida de Negroponto y Argos y el pago de un canon anual de 10.000 ducados al sultán Mohamed II (1451-1481) para poder comerciar en sus territorios. Con el acceso al sultanato de Bayaceto II (1481-1512), los venecianos vivieron una etapa de cierta tranquilidad, que les permitió adquirir la isla de Chipre. Pero el avance otomano era ya imparable y resultó del todo imposible para Venecia mantener sus últimas bases en Morea.