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Personaje
Sobrina de Diego Velázquez de Cuéllar. Casada con Baltasar Bermúdez, en quien Velázquez pensó para la empresa de México, desechando luego la idea. Parece que Doña Iseo vivió en Cuba en esos años.
Personaje Pintor
Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, pintor barroco español, nació en Sevilla en 1599. A los once años inicia su aprendizaje en el taller de Francisco Pacheco donde permanecerá hasta 1617, cuando ya es pintor independiente. Al año siguiente, con 19 años, se casa con Juana Pacheco, hija de su maestro, hecho habitual en aquella época, con quien tendrá dos hijas. Entre 1617 y 1623 se desarrolla la etapa sevillana, caracterizada por el estilo tenebrista, influenciado por Caravaggio, destacando como obras El Aguador de Sevilla o La Adoración de los Magos. Durante estos primeros años obtiene bastante éxito con su pintura, lo que le permite adquirir dos casas destinadas a alquiler. En 1623 se traslada a Madrid donde obtiene el título de Pintor del Rey Felipe IV, gran amante de la pintura. A partir de ese momento, empieza su ascenso en la Corte española, realizando interesantes retratos del rey y su famoso cuadro Los Borrachos. Tras ponerse en contacto con Peter Paul Rubens, durante la estancia de éste en Madrid, en 1629 viaja a Italia, donde realizará su segundo aprendizaje al estudiar las obras de Tiziano, Tintoretto, Miguel Ángel, Rafael y Leonardo. En Italia pinta La Fragua de Vulcano y La Túnica de José, regresando a Madrid dos años después. La década de 1630 es de gran importancia para el pintor, que recibe interesantes encargos para el Palacio del Buen Retiro como Las Lanzas o los retratos ecuestres, y para la Torre de la Parada, como los retratos de caza. Su pintura se hace más colorista destacando sus excelentes retratos, el de Martínez Montañés o La Dama del Abanico, obras mitológicas como La Venus del Espejo o escenas religiosas como el Cristo Crucificado. Paralelamente a la carrera de pintor, Velázquez desarrollará una importante labor como cortesano, obteniendo varios cargos: Ayudante de Cámara y Aposentador Mayor de Palacio. Esta carrera cortesana le restará tiempo a su faceta de pintor, lo que motiva que su producción artística sea, desgraciadamente, más limitada. En 1649 hace su segundo viaje a Italia, donde demuestra sus excelentes cualidades pictóricas, triunfando ante el papa Inocencio X, al que hace un excelente retrato, y toda la Corte romana. Regresa en 1651 a Madrid con obras de arte compradas para Felipe IV. Estos últimos años de la vida del pintor estarán marcados por su obsesión de conseguir el hábito de la Orden de Santiago, que suponía el ennoblecimiento de su familia, por lo que pinta muy poco, destacando Las Hilanderas y Las Meninas. La famosa cruz que exhibe en este cuadro la obtendrá en 1659. Tras participar en la organización de la entrega de la infanta María Teresa de Austria al rey Luis XIV de Francia para que se unieran en matrimonio, Velázquez muere en Madrid el 6 de agosto de 1660, a la edad de 61 años.
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En el siglo XVII, Sevilla era la segunda ciudad más importante de España, tras Madrid. Al ser la sede de la Casa de la Contratación, todo el comercio que llegaba de América pasaba por su puerto, generando una ingente cantidad de riqueza. En esta alegre y bulliciosa ciudad nació el pintor más genial de todos los tiempos, don Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, en el año 1599. Miembro de una familia hidalga venida a menos, el aprendizaje artístico de Velázquez se inició cuando contaba once años, en el taller de Francisco Pacheco. Pacheco era un pintor manierista que estaba muy bien relacionado con la élite cultural de Sevilla, organizando todas las semanas en su casa una tertulia a la que acudía lo más granado de la cultura urbana, entre otros el futuro conde-duque de Olivares. En el taller de Pacheco estuvo el joven Velázquez unos siete años, realizando labores de aprendiz hasta conseguir el título de pintor en 1617. La relación entre Velázquez y Pacheco se estrecha al año siguiente, cuando Diego casa con Juana Pacheco, hija de su maestro. Estos enlaces entre el mejor aprendiz de un maestro y la hija de éste eran muy frecuentes en el sistema gremial de la época, ya que permitían continuar la tradición familiar. Entre 1617 y 1623 se desarrolla la primera etapa de la pintura velazqueña, la etapa sevillana. El estilo del joven pintor difiere del de su maestro, ya que se interesa por el naturalismo tenebrista, influido por Caravaggio, conocido en Sevilla posiblemente gracias al flujo mercantil de la ciudad. Tampoco debemos olvidar la influencia en esta primera etapa de los pintores flamencos, también presentes sus obras en la capital hispalense. Las pinturas de Velázquez están protagonizadas por personajes de carne y hueso, quizás tomados de la propia familia del pintor, queriéndose ver en ellos retratos de las personas más cercanas a él, como su esposa, su suegro o sus dos hijas. La producción velazqueña en Sevilla puede dividirse en varios temas: asuntos religiosos, asuntos cotidianos y retratos. Surgen así magníficas obras como la Vieja friendo huevos, protagonizada por una anciana que cocina en un hornillo de barro, o el Aguador de Sevilla, en la que un hombre nos ofrece el agua que porta en sus cántaros. Tonalidades oscuras, fondos neutros y un acentuado realismo caracterizan los trabajos de esta época. El éxito de su pintura viene determinado por una curiosa noticia: gracias a las ganancias obtenidas, Velázquez adquiere dos casas que serán destinadas al alquiler. Sevilla parece quedarse pequeña al joven artista, ya que cuando le surge la primera oportunidad de trasladarse a la Corte no duda en dar este importante salto. Dicha oportunidad se presenta en 1623 y todo ocurre de manera muy rápida. Uno de los pintores del Rey ha fallecido y Velázquez presenta al monarca un retrato que le permite ocupar el importante cargo de Pintor del Rey. Desde ese momento, Felipe IV será su primer cliente y sólo posará para este pintor. Se abre así la segunda etapa de la pintura velazqueña, una etapa protagonizada por los retratos del monarca y de los personajes más influyentes de la Corte, entre ellos el conde-duque de Olivares, verdadero valedor de Velázquez ante el rey. Son retratos de cuerpo entero, con una gama cromática aún oscura, en los que don Diego se presenta ya como un sensacional retratista, interesándose por mostrar la personalidad de sus modelos, sacando el alma de cada uno de los retratados. En estas fechas realiza también uno de sus cuadros más emblemáticos, los Borrachos. Fue un encargo del propio Felipe IV, en el que el artista quiso representar a Baco como el dios que obsequia al hombre con el vino, que lo libera, al menos de forma temporal, de sus problemas cotidianos. La llegada de Peter Paul Rubens a España en 1628 supondrá un importante acicate para el todavía joven pintor sevillano. Rubens, pintor de fama reconocida, elegante e ilustrado, llega como diplomático y su presencia en la Corte servirá a Velázquez como ejemplo. Será Rubens quien anime a Velázquez a realizar el viaje a Italia para ponerse en contacto con la pintura renacentista y con lo que se estaba pintando en aquellos momentos en las ciudades italianas. Este viaje será muy productivo para Velázquez, interesándose por las obras de los grandes maestros: Tiziano, Tintoretto, Miguel Angel, Rafael o Leonardo, pero también por los artistas actuales como Caravaggio, Carracci o Guercino. Durante esta estancia de dos años en el País transalpino pinta Velázquez dos obras que nos indican cómo ha asumido la enseñanza de los grandes, apreciándose un significativo cambio en el color y en el concepto de perspectiva. Se trata de La fragua de Vulcano y La túnica de José, dos pinturas en las que se narran episodios cargados de dramatismo. En ambas encontramos tonalidades brillantes, efectos de profundidad al disponer las figuras de manera acertada en el espacio, gestos forzados y naturales, reflejando la intensidad dramática en cada uno de los personajes. Velázquez ha madurado y se ha convertido en pintor con mayúscula. Felipe IV desea que su pintor favorito regrese cuanto antes a Madrid y Velázquez tiene que abandonar las tierras italianas en 1631. Se inicia una nueva etapa en la pintura del maestro, realizando importantes trabajos decorativos para los palacios madrileños, especialmente el Buen Retiro y la Torre de la Parada, en El Pardo. Por supuesto que no abandona su faceta como retratista, posando para él los miembros de la familia real, especialmente el joven heredero Baltasar Carlos. Para la Torre de la Parada pintará sus famosos retratos de caza, en los que la sierra del Guadarrama se convierte en un impresionista telón de fondo que dota de mayor naturalidad a las reales efigies. Pero será el Palacio del Buen Retiro el lugar al que estarán destinados buena parte de sus trabajos de este momento. Para el famoso Salón de Reinos pinta soberbios retratos ecuestres, entre los que destaca el de Baltasar Carlos, pintado para una sobrepuerta, por lo que se crea la impresión de que el caballo se abalanza hacia el espectador. Pero será la famosa Rendición de Breda la obra cumbre de este encargo, recogiendo con sus pinceles el momento en que don Justino de Nassau entrega las llaves de la ciudad a Ambrosio de Spínola, escena presenciada por los soldados de los viejos tercios españoles y por la joven tropa holandesa. A lo largo de los casi veinte años que dura esta etapa Velázquez producirá obras que podemos considerar cumbre en la Historia de la Pintura. El famoso Cristo Crucificado, pintado para el convento de las Monjas Benedictinas de San Plácido de Madrid, presenta una de las anatomías más admirables, sin renunciar a la religiosidad que emana de su gesto; o la Venus del espejo, pintura mitológica en la que Velázquez nos muestra el cuerpo desnudo de la diosa, visto de espaldas, acompañado de un pequeño Cupido que sostiene el espejo en el que Venus se observa. Los retratos de esta etapa gozan también de elevada calidad, no sólo los de personajes reales sino los más cotidianos, como pueden ser los bufones. En estas obras, Velázquez no se queda en la anécdota sino que profundiza en la personalidad de cada uno de los protagonistas, mostrándolos tal y como son, sin recrearse en sus taras sino en sus miradas. Una importante novedad que observamos en la manera de pintar del artista es que su pincelada se va haciendo más rápida y suelta, renunciando paulatinamente a los detalles de su etapa sevillana, incorporando tonalidades más vivas que hacen que su pintura sea más colorista. En 1649 Velázquez vuelve a viajar a Italia, en esta ocasión no para aprender. El motivo oficial de su viaje es la compra de obras de arte con las que decorar los palacios reales de Madrid. Pero durante la estancia del pintor en Roma obtendrá sus más sonados éxitos, ingresando en la Cofradía de San Lucas. Los retratos pintados en Roma pueden ser considerados los más interesantes de su producción. El papa Inocencio X se nos presenta vestido de púrpura, interesándose el pintor en captar el alma del retratado, un pontífice con fama de estar siempre alerta, desconfiado e infatigable en el desempeño de su cargo, tal y como podemos observar en su efigie. No menos impactante es el retrato de Juan de Pareja, esclavo de origen árabe que ingresó en el taller del pintor en 1630, destacando la fuerza de la mirada, con un sorprendente gesto de altanería a pesar de su condición. Posiblemente durante este segundo viaje a Italia pintó Velázquez las dos vistas de la Villa Medicis, consideradas las primeras pinturas impresionistas, pues se interesa el maestro en captar la atmósfera y la luz de un momento determinado. Una vez más Felipe IV tiene que reclamar a su pintor que regrese a Madrid. La larga estancia de Velázquez en Roma ha sido interpretada por los especialistas de diferente manera, llegándose a apuntar la existencia de una estrecha relación con una mujer. Tras su regreso a Madrid en 1651 se abre la última etapa del artista. Su producción será limitada, ya que el interés de Velázquez en estros momentos se centra en conseguir el hábito de la Orden de Santiago, lo que suponía el ennoblecimiento de su familia. Además, sus tareas como Ayudante de Cámara y Aposentador Mayor de Palacio le restan tiempo para pintar. A pesar de los inconvenientes, Velázquez realiza en esta última década sus obras más impactantes: Las Meninas y Las Hilanderas. En la primera nos presenta un retrato de la familia real realizado de una manera informal, durante su estancia en el estudio del artista. En las Hilanderas nos muestra un taller de hilado, tras el que observamos un tapiz en el que se contiene una historia mitológica. Según algunos especialistas, se trata de dos obras destinadas a demostrar que la pintura no es un oficio sino un arte noble, justificando así la consecución del hábito de Santiago en 1659, tras un largo y complicado proceso en el todos los testigos mintieron para favorecerle. La culminación de su carrera cortesana se produce en el año de su muerte, ya que será el encargado de entregar a la infanta María Teresa de Austria al rey francés Luis XIV para su unión en matrimonio. Tras esta ceremonia, regresa a Madrid, falleciendo al poco tiempo. Corría el 6 de agosto de 1660 y Velázquez contaba 61 años de edad. Con la muerte del genio sevillano desaparecía uno de los mejores pinceles de todos los tiempos.
contexto
La vida de Diego Rodríguez de Silva Velázquez, genio universal, estuvo marcada por dos procesos que el artista vivió en paralelo: el humano, de constante promoción social, y el profesional, como pintor y arquitecto decorador al servicio de Felipe IV. El arco estético descrito por la pintura de Velázquez desde el naturalismo claroscurista de su etapa sevillana, que materializa los elementos compositivos, hasta su obra posterior a 1630, sumida en un febril proceso desmaterializador de pintura de manchas y exquisita capacidad para captar en la retina las más leves esencias de los seres o del aire, le han convertido en el pintor puro por antonomasia, que entiende cualquier tema como pintura, sin mirar ni la imagen, ni el argumento de ejemplar sentido moralizante. El más genial de nuestros pintores del Siglo de Oro resume así toda la aportación española al arte universal, por su facilidad misma para ir plasmando con frescura sobre el lienzo las ideas que fluyen de la mente, sin acusar esfuerzo, con trazo tan leve como preciso, hasta dotar de realidad a la apariencia. Como persona, la información sobre su vida, privada o pública, es insuficiente para satisfacer las múltiples lagunas sobre la intimidad personal. De la extremada reserva surgen con frecuencia comportamientos aparentemente contradictorios: discretos, acomodaticios o caprichosos, asentados sólidamente en la autoestima personal. De modesto origen sevillano, Velázquez fue superando las serviles barreras del oficio de pintor, aprendido junto con la preparación intelectual más sólida que podía obtenerse en Sevilla a comienzos del siglo XVII. Su maestro Francisco Pacheco no fue buen pintor, pero sí un discreto teórico, cuyos intereses humanistas transmitió a sus discípulos. Gracias a esta formación, Velázquez fue ocupando cargos y honores en la corte de Felipe IV, hasta llegar a transformar su status social mediante el privilegio real de hidalguía y la concesión del hábito de la Orden de Santiago, que orgullosamente lució tan pronto como pudo. Las dos facetas profesional y humana, de pintor y cortesano, funcionaron en Velázquez como él actuó sobre su pintura, creando un todo indiscutible, atmosférico, donde se capta antes el conjunto vitalista y acompasado del éxito, labrado con increíble firmeza -incluso desafiando al Rey que llegó a escribir de su pintor: "Me ha engañado muchas veces"-, que los detalles mínimos de quien aparentemente es el pintor español mejor conocido. Esto hace de Velázquez un caso único, que trabajó muy cómodamente en la España del siglo XVII sirviendo exclusivamente a Felipe IV. La sutil actividad del mecenazgo regio, protector pero no exigente, fue desempeñada por Felipe IV con Velázquez como un juego de mutuos intereses compenetrados. El título de Pintor del Rey fue desbordándose con otras ocupaciones de agente artístico, comprador de obras de arte para la colección real en Italia, mentor de programas decorativos o arquitecto decorador en los palacios reales. Se ha dicho muchas veces, con ese modo de explicación generacional que intenta aproximar y relacionar la vida de artistas pertenecientes a ambientes distantes entre sí, que Velázquez forma parte de los grandes maestros del Barroco (Bernini, Rembrandt, Poussin, Van Dyck) que nacieron al despuntar el siglo XVII.
contexto
La calificación de excepcional se le ha dado habitual y justamente a Velázquez desde que en el siglo pasado se empezaron a conocer las extraordinarias cualidades de su pintura. Fue necesario que el Museo del Prado abriera sus puertas, en 1819, para que su obra pudiera ser admirada y estudiada, porque hasta ese momento la grandeza de sus cuadros sólo podía ser disfrutada por aquellos que tenían acceso a la colección real, a la que pertenecía la mayor parte de su producción. Los primeros que comprendieron su condición de artista único fueron sus colegas, los pintores. Para Lucas Jordán las Meninas era la "teología de la pintura", es decir, la obra suprema de la creación pictórica, mientras que Mengs alabó sus efectos de "aire interpuesto entre los objetos" y su modo de hacer en las Hilanderas, "que parece no tuvo parte la mano en la ejecución, sino que le pintó sola la voluntad". Pero este reconocimiento estuvo limitado a los muros del alcázar y del palacio real hasta la fundación de la pinacoteca madrileña, que facilitó la difusión de su arte por Europa, ya que en ella sus lienzos pudieron ser contemplados por los viajeros extranjeros que visitaron España en el XIX, en especial durante la época romántica.Stirling-Maxwell fue el autor del primer estudio realizado sobre el pintor (Velázquez and his works, Londres, 1855), seguido algunos años después por el de Carl Justi (Velázquez und sein Jahrhundert, Bonn, 1888 y 1903). Ambos iniciaron la amplísima bibliografía velazqueña, y también cimentaron su reconocimiento universal y su estimación, que fue creciendo a medida que se perfilaba la sensibilidad artística del mundo contemporáneo. Con evidentes errores de interpretación, fue sucesivamente considerado como el padre o precursor de estilos pictóricos modernos. Primero del realismo decimonónico, como pintor de la realidad suprema, y después del impresionismo, por su técnica y su interés por la instantaneidad. La conocida frase de Manet, "es el pintor de pintores" (1865), consagró su protagonismo en los renovados ambientes estéticos de finales del siglo pasado.Sin embargo, su obra no se debe mirar con ojos actuales porque su auténtica dimensión, lo que el artista hizo y quiso decir, sólo se explica en su mundo, en el que forjó sus ideas y su concepción pictórica, es decir, en la España del XVII. Y precisamente al vincular a Velázquez a ese mundo, surge de nuevo el calificativo de excepcional, no aplicado en esta ocasión a sus cuadros sino a otros aspectos de su experiencia vital y de su trayectoria artística. Excepcionales en su tiempo fueron su formación, su personalidad, su actitud ante la creación pictórica y las propias condiciones de su existencia. Quizás algunas de estas excepciones se dieron de forma aislada en otros artistas de la época, pero todas juntas en nadie, salvo en Velázquez, en quien la genialidad se vio acompañada por la fortuna.En primer lugar hay que señalar que tuvo una amplia formación cultural y artística, en su juventud de la mano de Pacheco y posteriormente gracias a las relaciones y posibilidades que le proporcionó su privilegiada situación en la corte, el conocimiento de las colecciones reales, sus contactos con Rubens, sus viajes a Italia... cuando la mayoría de sus compañeros sólo habían aprendido a leer y a escribir, si acaso. Aunque se sabe poco del Velázquez hombre, sí conocemos algunos rasgos de su personalidad, que también le distinguen del resto de los pintores de la época. En ella un pintor era un criado o un artesano, o las dos cosas a la vez, y él se sentía artista. Flemático pero orgulloso, luchó por medrar, por elevar su categoría social, para lo que utilizó fundamentalmente su carrera palatina. Ortega afirmó que la principal motivación de su vida fue su deseo de ennoblecimiento. Quizás esta aseveración sea excesiva, pero su ascensión desde su nombramiento como pintor del rey en 1623 fue constante y progresiva. En 1627 ocupó el puesto de ujier de cámara, en 1652 el más importante de todos, el de aposentados mayor de palacio, para finalmente alcanzar la nobleza en 1658, cuando el rey le concedió el hábito de caballero de la Orden de Santiago.Otros pintores también tuvieron aspiraciones de esta índole, pero ninguno de ellos consiguió el objetivo logrado por Velázquez: elevarse sobre su condición de pintor para proyectarse socialmente. No es probable, como se ha dicho en alguna ocasión, que considerara a la pintura como un obstáculo en sus ambiciones cortesanas, debido a la categoría de trabajo manual, y deshonroso, que por entonces ésta tenía en España. Sus cuadros demuestran el orgullo de un artista, tanto en su espléndida ejecución como en su búsqueda de la perfección y en su riqueza creadora. Con su actitud quiso prestigiarse a sí mismo, pero también a la pintura, de la que él sabía y sentía que era un arte noble. E inteligente como fue, debió de comprender pronto que para su encumbramiento social necesitaba de dos ayudas: Felipe IV, a quien sirvió con devoción, y sus propios pinceles, de cuya calidad dependía el favor del monarca, sin el cual no existiría para él nada más que el formulario panorama religioso que tenían sus compañeros de actividad. Por ello su ambición personal y su arte fueron inseparables, siempre unidos, como unidas están en las Meninas Velázquez y la pintura.Hay otra objeción que se suele hacer a su carrera palatina: el tiempo que le restó para pintar. Así fue efectivamente. Pero se debe tener en cuenta que esa carrera le prestó sosiego, le dio la posibilidad de cuidar y de pensar cada uno de sus cuadros sin necesidad de tener que apresurarse en su terminación para cobrar, le ofreció también la oportunidad de tratar a los mejores artistas de Italia y Flandes, y le proporcionó asimismo la libertad de pintar a su elección, una libertad relativa puesto que debía de estar de acuerdo con los deseos del rey, pero libertad al fin y al cabo, sobre todo si se la compara con el estricto sometimiento de sus colegas a los condicionamientos y exigencias que les imponía la clientela eclesiástica. Es decir, gracias a su carrera palatina tuvo todo lo que no pudieron tener sus compañeros.Asimismo resulta excepcional su producción desde el punto de vista temático, ya que mientras el resto de los pintores españoles de su tiempo realizaron sobre todo obra religiosa, él pintó casi exclusivamente retratos y temas profanos. Los retratos fueron su principal obligación como pintor al servicio del monarca, aunque además de la familia real posaron para él otros personajes de la época, y su dedicación a los temas profanos, facilitada por su vinculación a la corte, deriva también de su especial preparación e inquietud artística.Finalmente resta por considerar la excepcionalidad de las cualidades de su arte y de su forma de entender la realidad. Nadie como él, en su plenitud, fue capaz de captar con tal perfección los efectos atmosféricos entré los cuerpos, la irradiación de la luz, la vibración visual de los colores... Todo ello utilizando una técnica fluida y sintética que apunta las formas más que definirlas, proporcionándoles una apariencia de verdad inmediata y a la vez de realidad desmaterializada. Una realidad que en su arte no depende de la copia del natural sino que trasciende lo concreto para vincularse al complejo mundo de las ideas.
contexto
La política social de la República de Saló supone un intento por parte del fascismo forzosamente renovado de modificar radicalmente la base social sobre la que se apoyó durante el ventenio.En el Congreso de Verona -no confundir con el proceso posterior- no sólo se acusa de traición a los fascistas que contribuyeron al derrocamiento de Mussolini, al rey y la dinastía o a Badoglio, sino que tal acusación se extiende explícitamente a la gran burguesía italiana que, tras haberse enriquecido gracias al régimen, al final también lo ha abandonado y traicionado.Por otra parte, el resurgir del movimiento obrero por las duras condiciones que imponía la guerra (recordemos las huelgas de marzo de 1943 y, sobre todo, las de noviembre en Turín y Milán, una vez implantada la nueva República) llevan al nuevo régimen a dedicar una especial atención a su política social. Así, el Gobierno decreta un aumento general de salarios y propone la creación de un nuevo sindicato basado en las comisiones internas de fábrica.En diciembre de 1943, Angelo Tarchi es nombrado ministro de la Economía Corporativa. Tarchi es el autor de un plan para la creación de la nueva estructura de la economía italiana que aprueba el Consejo de Ministros del 13 de enero de 1944 y que se traduce un mes después, el 12 de febrero, en un decreto-ley que establece la socialización de las empresas, es decir, el traspaso de la gestión (no de la propiedad) a unos consejos donde los representantes de los trabajadores están en igual número que los representantes del capital.Los trabajadores, que ya habían conseguido una mínima reorganización en la clandestinidad, responden a todo ello con la huelga general de 1 de marzo, reprimida con enorme dureza.A pesar del fracaso inicial, la RSI no renuncia a su política demagógica y crea, mediante un decreto-ley de 10 de mayo de 1944, la Confederación General del Trabajo, de la Técnica y de las Artes, con lo que se liquidaba, de hecho, el sistema corporativo.En realidad toda esta política no pasó más allá de las palabras. El nuevo Estado carecía de un control real sobre el aparato productivo italiano. Los grandes industriales conservaron su situación, apoyándose en el interés alemán de no poner en peligro la producción bélica.En materia económica, la República de Saló se subordina a los intereses alemanes y a las disposiciones de la administración militar germana. De todos modos, tras los primeros meses de absoluta desorganización, la producción industrial italiana en el territorio no controlado por los aliados alcanza casi un 60 por 100 de las cifras normales antes del derrocamiento del Duce.Pero en los primeros meses de 1945, poco antes de la definitiva ofensiva aliada, cae en picado por falta de energía, de materias primas y por la continua agitación obrera. Del mismo modo disminuyó mucho la producción agrícola.
obra
Los efectos atmosféricos están siempre presentes en la obra de Turner. Pero en esta década de 1830 se hacen dueños de la composición para dejar a los demás elementos totalmente al margen como bien podemos observar en esta escena. El sol entre las nubes es la estrella, así como el reflejo de su luz en el agua del mar. La bruma que envuelve la imagen hace que el barquito de la izquierda casi pase desaparecido para el espectador. Los contrastes entre los tonos oscuros del mar y el cielo tan luminoso y claro hacen pensar a algunos expertos la posibilidad de que esta oscuridad sirva para cubrir una obra anterior en la que aparecería la ciudad de Venecia. La pincelada que utiliza el maestro londinense es cada vez más suelta y empastada acercándose al impresionismo.
Personaje Literato Militar
Descendiente de una familia culta y pudiente, identificada con el estereotipo de provincias. En sus escritos ya habla de sus antepasados y menciona a Decio Magio, que se enfrentó a Aníbal en las Guerras Púnicas, o Gayo Veleyo, su abuelo, que estuvo al servicio de Pompeyo. Su incursión en la carrera política viene de la mano de Publio Silio, para quien trabajó como tribuno militar en Tracia y Macedonia. Con Tiberio en el poder fue praefectus equitum y participó en varias campañas. Es autor de Historia Romana, su creación más importante. Esta obra está compuesta por dos libros, uno de 18 capítulos y otro de 131. Narra la historia de Rómulo, menciona a los escritores célebres de Grecia y Roma y describe la colonias romanas, entre otros muchos acontecimientos. Parece ser que la rapidez con que realizó las obras indica que no recurrió a demasiadas fuentes. En su Historia hace alusiones a Quinto Hortensio y Catón, el censor. Por otra parte, esta obra supuso un punto de referencia para autores posteriores como Tácito, Sulpicio Severo o, incluso, algunos siglos después para el francés Hénault.
lugar
Pueblo de la provincia de Almería, entre Murcia y Granada, se levanta sobre un gran valle y es la puerta de entrada al Parque Natural de Sierra de María. Son numerosas las muestras de arte prehistórico que se encuentran en Vélez y sus alrededores. Algunos lugares, como la Cueva de Los Letreros, han sido declarados Monumento Nacional, aunque no deben ser olvidados otros como los abrigos de El Gabar, Santonge, Los Molinos, Cueva del Queso, etc. Además, existen áreas arqueológicas de gran interés para el estudio de este periodo, como las de Cueva de Ambrosio, Tánganos Canteras, Molinos, Río Claro, etc. En época musulmana, esta localidad recibió el nombre de Velad-Al-Abyadh, es decir, "tierra blanca". Durante el periodo nazarí, la presión cristiana sobre el reino de Granada hizo que las murallas de Vélez-Blanco fueran reforzadas. Sin embargo, la villa fue conquistada en 1488 por los Reyes Católicos. Muy pronto el territorio conquistado fue convertido en un Marquesado, el de los Vélez, y entregado a D. Pedro Fajardo y Chacón, quien fijó su residencia en Vélez-Blanco, en el alcázar que se hizo construir. La villa permaneció en poder de los Vélez hasta 1835, año en el que fueron abolidas estas relaciones de servidumbre. En esa misma centuria perdió Vélez la capitalidad administrativa de la comarca, que le fue entregada a Vélez Rubio.