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El sector agrario será el más importante en la economía romana. Aunque no se realizó ningún avance técnico de consideración con respecto a épocas precedentes, nos encontramos con un importante desarrollo del regadío, de los injertos o de la cría de animales para la ganadería. Los instrumentos básicos de trabajo serían las azadas, las palas, un rudimentario arado, los rastrillos, etc., distinguiéndose entre pequeñas y grandes explotaciones. Las explotaciones pequeñas adquieren un mayor auge en el momento de la conquista de Italia, cuando la mayoría de la ciudadanía se dedica a la agricultura. Los territorios arrebatados a los pueblos vencidos son repartidos entre los ciudadanos romanos, estableciéndose nuevas colonias. Este sistema también se pondrá en práctica en las provincias. Los pueblos que no se rebelaban y se asimilaban pacíficamente conservaban sus tierras. De estos pequeños espacios agrícolas, los campesinos obtenían los alimentos necesarios para la subsistencia familiar y para pagar los impuestos. La competencia ante las grandes explotaciones motivó una ingente oleada migratoria de campesinos hacia Roma, aumentándose el número de gentes que vivían de la beneficencia estatal. Los que resistieron sólo pudieron contar con la mano de obra personal y la de su familia, que cuando era escasa no dejaba otra solución que la emigración o el alistamiento en el ejército. Las grandes explotaciones agrarias no deben ser confundidas con latifundios. El propietario nunca trabajaba en la explotación sino que eran los jornaleros, esclavos o incluso colonos los que realizaban las labores agrícolas. Muchas de ellas se dedicaban en exclusiva a la ganadería. La concentración de espacios agrícolas en pocas manos no dejó de ser, en ocasiones, motivo de preocupación para algunos emperadores. El trabajo estaba supervisado por un capataz, contando para cada actividad con personal cualificado. La mayoría de la mano de obra es de procedencia esclava, desempeñado labores de cierta especialización en algunas ocasiones. La producción se guardaba en silos y se transformaba en "industrias" de la propia explotación como molinos o prensas de vino y aceite. El olivo y la vid serán los productos más cultivados en Italia, aunque no se dejó de lado el cereal que procedía en su mayoría de las provincias de Hispania, Egipto y Africa. El desarrollo agrícola permitirá el aumento del sector servicios y de la ingente masa de desarrapados que habitaba en las ciudades a la que había que alimentar y divertir; de ahí la famosa frase de "panen et circus".
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La escultura de grande y pequeño formato no agota la producción artística de los artesanos hititas. Porque también los estucadores, los alfareros, los orfebres y los maestros de la talla de piedras duras dejaron el rastro no desdeñable de su obra. De la actividad de los primeros apenas sí ha quedado confirmación alguna. Pero ciertos fragmentos de mortero mural, hallados en la colina de la ciudadela de Hattusa, sugieren que gran parte de los muros del palacio pudieron estar finamente revocados y pintados. De hecho, K. Bittel piensa incluso que los relieves adosados en las cerámicas de Bitik u otros lugares permitirían imaginar la existencia de pinturas figurativas de gran formato -sin descartar desde luego los relieves estucados-, como un arte de difusión restringida. Durante el primer Estado hitita y, sobre todo, a lo largo del expansivo periodo imperial, los alfareros continuaron produciendo una cerámica monocroma que se inscribía en la tradición de Anatolia. Su brillante aspecto exterior, bien pulimentado, la calidad de su pasta y sus formas denotan su pertenencia a un tronco cultural muy definido. Pero, naturalmente, dejando a un lado la masa de este tipo de cerámica que, pese a su belleza, podemos llamar común, y descartando la más barata sin tratamiento alguno o la de cocina, es necesario destacar dos líneas de productos muy definidos y peculiares de los alfareros hititas: los recipientes policromados con adorno de relieves adosados y los vasos teriomorfos. Los vasos con figuras humanas o animales en relieve parecen haber constituido un conjunto artístico muy limitado. Se trataba de grandes recipientes -por lo común, una especie de grandes ánforas ahusadas y jarrones con asas-, en los que bien libremente o bien en frisos enmarcados por bandas de decoración geométrica, se aplicaban figuraciones de objetos, edificios, animales o personas en actitudes muy distintas, como en la caza, formando procesiones o cumplimentando ritos. Conseguido el volumen, el artista redondeaba su obra aplicando un policromado cuidadoso. Lo lamentable es que esta cerámica sólo sea conocida, en su mayor parte, por fragmentos relativamente grandes y hallados en diferentes localidades como Bitik, Inandik, Alisar y Hattusa. La capital, en concreto, sólo ha proporcionado muestras de pequeño tamaño publicadas por R. M. Boehmer no hace mucho tiempo. El ejemplar más célebre es sin duda el fragmento de Bitik -conservado en el museo de Ankara-, que E. Akurgal data en tomo al 1400 a. C. La reconstrucción de su forma, debida a T. Özgüc, permite la lectura de una ceremonia religiosa peculiar, distribuida en tres frisos limitados por dos cenefas de decoración rayada. En la banda inferior -de cuyas figuras sólo se conserva la cabeza de dos contendientes y sus armas en alto- vendría a representar, en opinión de K. Bittel, una escena de gimnasio o combate ritual. La cenefa intermedia presenta una fila de portadores de ofrenda dirigiéndose hacia la derecha de la composición, calzados con la típica bota anatólica y vestidos con breves túnicas. Y por encima de todo, la banda principal. A la derecha, parte de una figura perdida de gran tamaño -con mucha verosimilitud, una divinidad-, cubierta con un largo vestido y calzada con el zapato hitita de punteras curvadas hacia el empeine. A la izquierda, dentro de una especie de vestíbulo señalado por una arquitectura, dos personas sentadas. Una figura femenina (?), cubierta con un manto desde la cabeza a los pies, recibe de manos de un varón (?) sentado enfrente, una especie de bandejita, platillo o recipiente. Según W. Orthmann, éstas serían las figuras principales de todo el programa iconográfico del vaso. Dentro del mismo estilo, en su obra sobre las cerámicas de relieves adosados encontradas en Hattusa, R. M. Boehmer destaca algunos fragmentos con relieves de ciervos unos, de cabras en posición heráldica otros, que sitúa en los siglos XV y XIV. La escena de los ciervos recordaría al rython de la colección N. Schimmel -notablemente más perfecto- de cronología aproximada. La gran vasija de forma ahusada -de una altura calculada en 1,40 m.-, decorada con una composición de cabras heráldicas, me recuerda a temas bien conocidos de la iconografía glíptica del II milenio en la Siria septentrional. La vieja tradición del vaso teriomorfo, madura ya en la época de Kanis, se afirmó y alcanzó durante los últimos siglos de la cultura hitita el nivel más óptimo. Por fuerza hay que destacar el recipiente, bien conocido, de un pato bicéfalo datado en el siglo XV. Famosos también son los toros de Inandik, probablemente de igual fecha. Su cuidada manufactura, con curiosos detalles anatómicos, sus distintos orificios y su lugar de hallazgo -una fosa ritual (?) en Büyükkale-, sugieren su utilización en ciertas libaciones que, tal vez, podrían no ser religiosas como se pensaba en un principio. Los talleres de orfebrería produjeron ingentes cantidades de colgantes de oro, amuletos y, con certeza, joyas que no han llegado hasta nosotros. Pero de la calidad y perfección de su trabajo nos hablan las piezas de la colección N. Schimmel, cuyos rytha teriomorfos en plata y estatuillas divinas en oro carecen todavía de paralelo y se sitúan, muy confortablemente, a la altura de la mejor orfebrería de su época en otras culturas. Como en el mundo actual, más cerca de la orfebrería que de la talla en piedra se encontraría también entonces la glíptica. Los artesanos grabadores de piedras duras, valiosas normalmente, de pequeño tamaño y utilizados como sellos sobre documentos de arcilla, crearon un estilo muy diferente al perceptible en el arte glíptico del resto de Oriente. Prácticamente desde los comienzos, los hititas prefirieron el sello de estampilla, de impronta circular, decorado con amplias cenefas de inscripción cuneiforme como marco de muy parcos temas iconográficos que, no sólo en los sellos reales, suele recordar imágenes de adoradores y protectores divinos ya conocidos en los relieves, precisados también en la glíptica por las correspondientes inscripciones jeroglíficas. Sin dejar de poseer un alto interés, la glíptica hitita supone un discreto apartado en la historia del arte oriental. Sólo en los Estados sirios conquistados por Suppiluliuma, los hititas aceptaron el sello cilíndrico -aunque no fuese rara la solución bilingüe-, incorporando los temas mucho más ricos y complicados de la iconografía de la región.
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Los romanos asimilaron rápidamente los avances técnicos realizados por griegos y egipcios en la minería. Las minas eran explotadas a cielo abierto y en pozos o galerías como se puede comprobar en España, con los distritos mineros de Las Omañas, Las Médulas, Cástulo o La Valduerna. Una de las técnicas más empleadas era el derrumbe de montañas, procediendo después al lavado de mineral con agua, en ocasiones procedente de 40 kilómetros. De los diferentes distritos mineros salía el metal puro fundido, por lo que se realizaban in-situ todas las operaciones, lo que conllevaba la participación de un amplio número de trabajadores. No en balde, sabemos que en las minas de Cartagena llegaron a trabajar unas 40.000 personas. Como es lógico pensar, el trabajo en la mina era tremendamente duro. La mayoría de los mineros eran esclavos o trabajadores dependientes e incluso libres que trabajaban por el beneficio obtenido o como una forma de liberación de impuestos. Las tropas acantonadas en las cercanías de las minas, además de proporcionar seguridad a la explotación, servían para realizar tareas de asesoramiento técnico y construcción de infraestructuras. Este tipo de tareas eran dirigidas por los procuradores imperiales que también tenían a su cargo la administración y la vigilancia de la explotación. La gestión de las minas dependió del momento. En un principio, el Estado tenía bajo su control la explotación pero desde los primeros años del siglo II a.C. se utilizó un sistema mixto: arrendamiento para todos los metales excepto las minas de oro que dependían directamente del Estado (las de plata en algunas ocasiones también eran de propiedad estatal). Los servicios que rodean a las minas -baños, zapatería, ferretería, etc.- eran ofrecidos por el Estado en régimen de alquiler.
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La importancia decisiva de esta actividad humana a la que denominamos trabajo es tal, que en todas las sociedades ha trascendido más allá de la mera esfera de la subsistencia y la reproducción social para insertarse plenamente en el ámbito de lo político. La actividad denominada trabajo tiene, por tanto, una dimensión política fundamental. En primer lugar, porque está sujeta a un marco institucional (legislación laboral, desarrollo técnico, nivel educativo, política económica, etc.) que regula y, que en muchos casos ha limitado el acceso de las mujeres a éste. En segundo lugar, porque es una actividad susceptible de ser valorada o infravalorada y, por lo tanto, está sujeta a un cuerpo de representaciones simbólicas con un claro contenido ideológico y político. Por último, las prácticas en torno al trabajo han generado culturas específicas del trabajo que pueden ser leídas en clave política, en tanto que han emergido desde abajo haciendo, a menudo, posible el empoderamiento, es decir, el proceso a través del cual las mujeres acceden al control de recursos materiales y simbólicos, y refuerzan sus capacidades y protagonismo en todos los ámbitos. El objetivo de este capítulo es señalar cuál ha sido el camino recorrido por la historia de las mujeres en relación con el trabajo y con las economías familiares en la Edad Moderna durante los últimos veinticinco años en España. Algunos de los estudios claves que se generaron en los años setenta y que más han influido en la historia de las mujeres con relación al trabajo fueron básicamente los estudios de Tilly y Scout quienes captaron brillantemente el punto de encuentro entre trabajo, familia y consumo y aportaron elementos claves como el concepto de salario, de familia, etc. Christine Delphy conceptualizó la explotación de las mujeres a través de formular el modo de producción doméstico haciendo emerger lo que se ha denominado doble jornada laboral de las mujeres. En los años ochenta diversos congresos y jornadas trataron del tema central el análisis histórico del trabajo de las mujeres. En octubre de 1986, en el Centro de Investigación histórica de la Mujer (113) se celebró el Primer Coloquio de Historia de la Mujer: De la Casa a la fábrica, siglo V-XX. En abril de 1987, el Seminario de Estudios de la Mujer de la Universidad Autónoma de Madrid, organizó las VI Jornadas de investigación interdisciplinaria sobre la mujer. El trabajo de las mujeres: siglos XVI-XX, publicadas unos años después. Allí emergieron interesantes estudios sobre el trabajo de las mujeres en los señoríos, el trabajo curativo, la prostitución, las actividades religiosas o la desvalorización del trabajo de las mujeres. Fue entonces cuando se iniciaron trayectorias investigadoras muy valiosas con relación al mundo del trabajo, que en los noventa y especialmente hoy están dando excelentes frutos. En la última década del siglo XX, la investigación sobre la historia de las mujeres en el periodo moderno comenzó a prestar atención al análisis de los aspectos que articulan la amplia realidad material de las mujeres. De este modo, los trabajos sobre nodrizas, servicio doméstico y lavanderas que en los inicios de la disciplina constituían espacios temáticos donde encontrar a las mujeres dieron lugar, más adelante, a formulaciones tales como la formación del mercado de trabajo. Las pobres, inmigrantes recién llegadas, prostitutas y marginadas que poblaban los hospicios, comedores populares o las colas de empeño en los montes de piedad se convirtieron en los años noventa en hacedoras de estrategias de supervivencia, transformando la pobreza -que antes se ubicaba en los márgenes del sistema- en un espacio central de la vida económica, de la actividad urbana y de la economía informal de las ciudades del periodo moderno. El estudio de las ocupaciones, tales como el trabajo de las mujeres en los gremios y en las primeras fábricas indianas, se transformó en una aportación clave para entender los procesos de trabajo y la formación de culturas del trabajo específicas en las mujeres tanto en el contexto urbano como rural. El estudio del trabajo de las mujeres vinculado a la salud y enfermedad convirtió a sanadoras, matronas y curadoras en ejemplos claros de creación de autoridad femenina y de empoderamiento a partir de una determinada actividad laboral. Por otra parte, la investigación sobre la familia se ha desplazado del estudio del marco jurídico, los conflictos y los rasgos de la subordinación al estudio de las mujeres en las estrategias familiares y de hogar, y en las redes de parentesco y vecindad. Así, la historia de las mujeres que se desarrolló en los años ochenta y noventa sobre su actividad en los gremios, en el servicio doméstico, en la gestión de tabernas y burdeles, en los monasterios, en las explotaciones agrícolas, en la venta al menor, en las fábricas o en los hospicios, ha dado paso a nuevas preguntas que dan una nueva dimensión a la propia actividad femenina y, por tanto, el trabajo de las mujeres, incorporando la aportación de éstas a la sostenibilidad de la vida. Conceptos como "la economía del cuidado" o las aproximaciones en torno al "tiempo de vida y tiempo de trabajo" se difunden ampliamente en el entorno de la historia de las mujeres. Ello ha permitido entender la complejidad de sus itinerarios laborales a lo largo de su curso de vida, la conciliación de tiempos distintos, la importancia de las estrategias salariales en el hogar, el papel de las mujeres como gestoras del consumo, la relación entre mujeres y microfinanzas, o las mujeres emprendedoras en la frontera entre trabajadoras y empresarias. Gráfico En definitiva, hoy las investigaciones de la historia de las mujeres sobre el trabajo en el periodo moderno plantean interesantes preguntas relativas al papel de las mujeres en la sostenibilidad de la vida humana que, paradójicamente, resultan contrastables con la experiencia actual de éstas en los países en desarrollo. En los últimos años se han estudiado sobre este tema los diversos ciclos familiares. El periodo de crianza de los hijos y el de la vejez han sido considerados como los de mayor riesgo, pues son los periodos en los cuales la ratio entre ingresos y gastos es desfavorable, aumentando las posibilidades de pobreza. (114) Los únicos momentos en los que los riesgos de pobreza disminuían solían ser el final de la adolescencia y los años de matrimonio que precedían al nacimiento de los hijos. La teorización sobre el ciclo familiar y los riesgos de pauperización ha permitido avanzar mucho en el análisis de las estrategias de supervivencia, las economías de la improvisación y las economías familiares adaptativas. Todas ellas participan de esta visión dinámica de la familia y de una visión plural del trabajo. En definitiva, los avances en la investigación sobre la familia y las economías familiares indican la necesidad de estudiar la familia como un proceso fluido y mutante, en lugar de una realidad estática. La mayor parte de la población en el periodo moderno vivía, a causa de la fragilidad del ciclo económico familiar, en una amenaza permanente por lo que se veían obligadas a buscar otras fuentes de sustento y otras relaciones lo que provocaba la formación de vínculos no sólo de parentesco, sino también de vecindad, oficio y amistad.
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Las diferentes actividades remuneradas que realizaron las mujeres exiladas en México durante los años cuarenta no trajeron consigo su ascenso ocupacional, pese a que ellas mismas reconocían las ventajas, para conseguir un trabajo, de ser españolas en un país que sobrevaloraba lo extranjero. Las empleadas de comercio siguieron como tales, las maestras de escuela no pasaron a la universidad, las escritoras ejercían su labor creativa a duras penas, etc... Por lo general las mujeres se conformaban con el trabajo que habían logrado, mientras que los hombres de su grupo tenían una movilidad ocupacional ascendente, pues iban consiguiendo mejores trabajos con el paso del tiempo. La diferente movilidad según el género se explica debido a que las dificultades de promoción profesional eran menores para las mujeres en México. Tampoco ellas aspiraban a tener mejores puestos de trabajo remunerado, pues muchas de ellas lo consideraban secundario, ajustándose a las normas de conducta tradicionales y patriarcales. Gráfico Esta actitud femenina no predominó sólo en las amas de casa; también las mujeres solteras abandonaban su actividad remunerada para casarse, evidenciándose así la transmisión de los valores genéricos a las nuevas generaciones. Sólo un pequeño grupo de mujeres profesionales (médicas, profesoras, etc.) o aquellas que poseían un nivel cultural más elevado que la media y estaban dedicadas a los negocios, como propietarias de comercios o industrias, lograron ascender en su trabajo igual que lo hicieron muchos hombres.