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Arma oficial de los soldados del Ejército Rojo, llevaba un cargador con 10 cartuchos. Funcionaba por recuperación de gas.
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Copiada esencialmente de las armas ideadas por Browning, sobre todo la de 1911, esta pistola rusa no está entre las más conseguidas estéticamente. Pero, por lo que se refiere a simplicidad y funcionalidad, es imbatible, pudiendo ofrecer soluciones constructivas que dan envidia al arma americana. Sobre todo después de la Primera Guerra Mundial y de la caída de los zares, a la hora de realizar nuevas armas en la Unión Soviética se buscó siempre obtener el máximo con el mínimo gasto. Los responsables del Soviet Supremo y los altos oficiales del Ejército Rojo recordaban muy bien la escasez de armas que caracterizó al ejército ruso durante los últimos años de la guerra, tanto que se produjeron algunos episodios de locura, en los que las tropas se enviaban al ataque con el estómago lleno de vodka, pero con las manos vacías y con la orden de quitarle las armas al enemigo. Para evitar que se repitieran situaciones como ésta, la solución era sólo una: idear armas simples. Simples para que fueran rápidas de realizar en los pocos arsenales del Estado que existían, en donde la preparación también era escasa. Simples para que se pudieran realizar en grandes cantidades incluso con maquinarias no muy modernas. Simples para que no pesaran demasiado en los siempre escasos balances del Estado soviético. Este estado de cosas y esta mentalidad las conocía perfectamente Fedor Vasilevich Tokarev, quien había dado sus primeros pasos como aprendiz de herrero entre el hierro y el fuego de la forja, y a quien el hierro y el fuego de la guerra le había conocido como oficial, después de haberse diplomado como armero en la escuela de guerra. Sin embargo, Tokarev no vivió durante mucho tiempo la experiencia en el frente de la Gran Guerra: su capacidad era suficientemente conocida como para arriesgarse a perderla por culpa de una estúpida bala austríaca. Fue reclamado casi de inmediato para confiarle la dirección de un taller industrial. Terminada la guerra, a comienzos de los años veinte, se le confió la responsabilidad técnica del arsenal de Tula. Es entonces cuando su nombre se hizo famoso incluso fuera de las fronteras de la URSS. La Gran Guerra demostró la enorme superioridad de las pistolas semiautomáticas en relación con los revólveres, especialmente las de la segunda generación, cuyo mayor representante en aquél momento era la Colt 1911, la pistola más simple y eficaz de todos los modelos nacidos a caballo entre un siglo y otro, como la Bergmann, las Mauser y las Steyr, e incluso la misma Luger. Los oficiales rusos habían combatido empuñando el revólver Nagant, interesante pero decididamente superado por la historia. Al Ejército Rojo le servía una pistola eficiente, económica y, tal vez, incluso mejor (al menos en apariencia) que las de los países occidentales. Tokarev conocía muy bien las armas europeas y americanas, tanto como las excelentes posibilidades de la industria siderúrgica y de los arsenales soviéticos destinados a las armas ligeras. Era impensable desarrollar armas complicadas de producir, como las alemanas Mauser C 96 o la P08. Lo único inteligente era inspirarse en las simples y geniales soluciones ideadas por el gran Moses Browning puestas en práctica en las pistolas producidas por la Compañía belga FN y la americana Colt. Sin embargo, la patente de la Colt 1911 terminaba en 1928, lo que obligó a Tokarev a esperar buscando día a día cómo simplificar el trabajo de Browning y, si fuera posible, mejorarlo, algo así como tener que afrontar una empresa titánica. La inteligencia y la paciencia no eran dotes de las que carecía este gran proyectista ruso que consiguió perfeccionar incluso la ametralladora Maxim. En 1930, finalmente, nació la pistola que esperaba la Armada Roja desde hacía más de diez años: la TT 30, iniciales de Tokarev y del arsenal de Tula. Era un arma que concentraba en sí misma las dotes peculiares de las pistolas FN Browning y Colt 1911, como la línea y el extractor lateral de la parte derecha del fuste (Colt 1902) y el sistema de cierre estable con cañón que se abaja a través de una biela móvil (Colt 1911). El arma tenía algunas particularidades más que la hacían inútilmente complicada, como por ejemplo el fuste con un bloque que se insertaba en la parte posterior de la empuñadura y que contenía el muelle del gatillo. Unos cuantos retoques y, en 1933, la versión TT 33 se encontraba en las cartucheras de los oficiales de la Armada Roja, en las que estará hasta 1954, año en el que oficialmente (aunque no del todo) será sustituida por la pistola Makarov. No es el caso de alargarse aquí sobre el funcionamiento de la TT 33, ya que no se diferencia demasiado de la Colt 1911. Resulta mucho más interesante observar cómo el hábil Tokarev consiguió adaptar a las exigencias y a las posibilidades soviéticas las soluciones del genial mormón americano. Para empezar, el fuste de la pistola soviética es mucho más simple que el del arma americana; en efecto, en la Tokarev no existe el seguro manual y mucho menos el dorsal que hay en la Colt y que impide el disparo si el arma no se empuña correctamente. En la parte izquierda del fuste se encuentra la palanca que bloquea y desbloquea la corredera, retenida en su sede mediante una simple arandela elástica colocada en la parte derecha del fuste. Otro elemento estudiado para simplificar la realización lo encontramos en el cañón, cuyos dos salientes que se encajan en la parte superior de la corredera (y que determinan el cierre en el momento del disparo) no se obtienen con lentas operaciones de fresadura (como en la Colt o en la TT 30), sino por simple y rápido torneado; en efecto, tienen el aspecto de dos anillos, aunque es sólo la parte superior la que "trabaja". Otro elemento de simplificación en relación con la Colt 1911 se refiere al cierre anterior de la corredera, que en la Tokarev se obtiene mediante una hebilla de encaje que sujeta directamente el muelle de reperación, el cual no tiene (como en la Colt) un tubo guía; esto puede provocar que el muelle se enganche durante las operaciones de montaje del arma, pero representa un buen ahorro en realización. Sin embargo, como hemos apuntado, Tokarev no se había propuesto sólo realizar un arma más simple que la Colt 1911, sino que se proponía también mejorarla. Y lo consiguió, al menos por lo que se refiere a la cadena de disparo. El técnico ruso reagrupó todo el grupo de disparo en un elemento móvil que contenía el desconector, el diente de disparo con su correspondiente muelle de espiral y el martillo, todo ello desmontable sin necesidad de utilizar instrumentos y colocado en la parte superior del castillo, justo detrás del cargador. Sólo esto ya es una ventaja en caso de desgaste, ya que basta sustituir todo el elemento, cosa que no presupone la presencia de un armero, sino que basta con tener la pieza de recambio. Pero hay algo más: en este grupo de disparo, Tokarev fijó dos robustos brazos que se alinean con las guías de deslizamiento de la corredera, que sirven para guiar correctamente el cartucho desde la salida del cargador hasta la recámara, función que normalmente realizan (como en el caso de la Colt) los labios del cargador, que obviamente son de lamas y están sujetos a deformaciones en caso de golpe, haciendo difícil, y a veces hasta insegura, la alimentación del arma. De estos dos brazos, el de la derecha, el más corto, realiza también la misión de expulsar los casquillos vacíos. Lo de la correcta alimentación de las pistolas automáticas ha sido siempre el punto débil de dichas armas, la principal causa de sus encasquiIlamientos; Tokarev resolvió el problema brillantemente y con el mínimo gasto, dando a luz una solución que hace que su arma, sólo por ello, pueda entrar en la historia. En la práctica, en la TT 33, el cargador sirve sólo como "distribuidor" de cartuchos, dejando a los dos sólidos salientes del grupo de disparo la misión fundamental de guiar correctamente el cartucho hasta la recámara. Sobre la eficacia de dicha solución, favorecida incluso por la pequeña inclinación del cargador que se encuentra en la empuñadura, casi a 90° del fuste, no se puede tener ninguna duda ya que ha sido probada satisfactoriamente en decenas de guerras en todos los frentes y latitudes, tanto con tórrido calor, como con temperaturas de menos 20?°C, en la nieve y en la arena. Tokarev quería realizar una pistola que disparase siempre y en cualquier circunstancia, y lo consiguió. El hecho de que el arma no haya cuidado el sistema de seguridad dice mucho sobre el objetivo del proyectista, el cual se limitó a ofrecer al tirador la seguridad que le da el martillo bloqueado en un robusto taco de media monta. El percutor de la TT 33 no es de tipo inercial, sino que es más largo que su sede y apoya con la punta en el cebo del cartucho, lo que impide (por evidentes motivos de seguridad) tener el arma con el cartucho en la recámara y el martillo bajado. A los oficiales de la Armada Roja no les quedaba más que llevar el arma descargada en la cartuchera y colocar el cartucho en el cañón inmediatamente antes de utilizarla; o bien, tenerla con el cartucho dentro y el cañón a media monta, armándolo completamente en el momento de utilizarla con un rápido golpe de pulgar. En la tensión del combate, no eran raros los episodios en los que una pistola no disparaba porque se habían olvidado quitar el seguro. El hecho es que los protagonistas de tales desventuras, con frecuencia no tenían después la posibilidad de contarlo. Una lección que habla por sí sola de la necesidad de hacer armas simples para el combate, como bien lo sabía el ex soldado Fedor Tokarev, incluso mejor que Browning.
lugar
Actual capital de Japón y una de las ciudades más grandes del mundo, pues más de la cuarta parte de los 121 millones de habitantes del país viven en un perímetro de 50 km., a partir de las murallas y fosos del Palacio imperial de Tokio, que se encuentra en su centro. La tierra recuperada de la bahía sostiene un emporio industrial, cuyos productos van desde libros y artículos eléctricos hasta maquinaria pesada. Está situada en el límite de la llanura de Kwantó y su casco urbano se extiende a lo largo de las dos orillas del río Sumida. El nombre Tokio significa "capital del Este" y es reciente, ya que sustituyó al nombre de Edo ("estuario") cuando ésta pasó a ser la capital del imperio unificado en época de la Restauración Meiji (1867). El origen de Edo es muy antiguo, ya que a finales del siglo XII está documentada su existencia como aldea de pescadores. A partir de 1457 comenzó a adquirir cierta importancia, al establecerse allí una fortaleza e iniciar un rápido desarrollo. Su fundación se remonta al año 1590, dándole el nombre de Edo, y convirtiéndose pronto en el cuartel general de Ieyasu (1603), el primero del clan Shogun o señores guerreros Tokuwaga. Ieyasu mantuvo vigilados a los displicentes señores guerreros provinciales, exigiéndoles que construyeran y mantuvieran amplias residencias en su capital. En escaso tiempo pasó a ser un importante centro urbano, comercial y militar (tras la reconstrucción del castillo), superando a mediados del siglo XVIII el millón de habitantes. Edo pasó a ser la capital del imperio Meiji en 1867, con el nombre de Tokio y continuando con su extraordinario crecimiento. La primera mitad del siglo XX abrió un periodo de cambios muy fuertes tanto en el país como en la capital, ya que un terremoto en 1923 destruyó casi completamente todos los edificios que en ella había. Reconstruida en 1932, continuó con su expansión hasta absorber una serie de poblaciones periféricas. Sin embargo, Tokio sufrió una nueva destrucción durante la II Guerra Mundial, principalmente, entre los años 1944-45, que redujeron la ciudad a cenizas. No obstante, la reconstrucción se llevó a cabo en el tiempo record de ocho años, convirtiéndose en la actualidad en una de las ciudades más pobladas del mundo. Tokio se subdivide en 23 barrios administrativos y un núcleo central, donde se asienta el Santuario Meiji. Está dividida en dos sectores: Yamata o ciudad alta, sede de las principales instituciones culturales, extendiéndose sobre terreno aluvial; Shitamashi o ciudad baja, de carácter industrial y comercial, edificada sobre un terreno que hace sólo tres siglos estaba ocupado por una baja laguna que se formaba y desaparecía según la alternancia de las mareas. Los restantes barrios se extienden alrededor del núcleo central hasta perderse de vista, uniéndose casi de forma continuada con las ciudades vecinas de Kawasaki, Yokohama, Ichikawa y Kawaguchi; el más tradicional de todos ellos es el barrio de Asakusa, donde se sitúa la puerta de Kaminari-mon, que sirve de entrada al barrio y da la bienvenida a todo aquel que accede a él. Es posiblemente la zona con mayor encanto de Tokio y allí encontramos el templo de Senso-Ji. A raíz de las guerras y los terremotos, la urbe ha perdido gran parte de sus edificios antiguos; sin embargo, todavía conserva algunos de notable interés, como el Castillo de Edo, convertido en Gosho Kyujo o palacio imperial y numerosos templos de construcción reciente, pues, si bien la fundación de algunos se remonta a los primeros siglos de la era cristiana, fueron destruidos en el transcurso de los siglos por incendios o terremotos. Uno de los más importantes es el dedicado al emperador Meiji (1920).
contexto
Japón no había sufrido ninguna derrota militar desde que inició su proceso de modernización, y la tendencia a considerarse imbatible se generalizó al vencer a Rusia en 1905 y demostrar que la superioridad de los blancos era un mito. El centro de las apetencias exteriores era China y, en especial, Manchuria. La industria de las islas podía beneficiarse de carbón, esquistos bituminosos y fundiciones en explotación, mientras el trigo y la soja le tentaban como país superpoblado. En 1902, Japón firmó un tratado de cooperación con Inglaterra que contribuyó a organizar la Marina de guerra. En la guerra de 1914, la alianza le permitió tomar Tsingtao y Shantung, concesiones alemanas en China, y las colonias germanas de las islas Marshall, Carolinas y Marianas. El tratado de Versalles confirmó las ocupaciones, pero las apetencias sobre China se frustraron en 1915 por la oposición norteamericana a las 21 demandas de Tokio. Recelosa Inglaterra, se negó en 1921 a renovar el tratado de 1902, y todas las potencias coloniales mantuvieron parecida actitud, que halló su contrapartida en la desconfianza de los japoneses hacia las potencias coloniales. Cuando Japón se convirtió en una potencia moderna, formó su Ejército de nueva planta con ayuda de instructores prusianos. El cuerpo de oficiales era de origen campesino y tenía una ideología autoritaria, expansionista, aunque contraria a los capitalistas, a quienes consideraba rivales de su poder. Desde la guerra chino-japonesa de 1895, el Ejército japonés apuntaba a China como salida natural y presionaba para ocuparla, coincidiendo en esto con los capitalistas del país, a pesar de sus enemistades políticas. El sentimiento contra los blancos se exacerbó cuando los Estados Unidos excluyeron a los asiáticos de sus cupos de inmigrantes e Inglaterra construyó la base naval de Singapur, que era una medida cautelar ante el expansionismo japonés. Los oficiales de la Marina de guerra achacaban a los políticos civiles haber aceptado el tratado de limitación naval de Washington de 1921, con un índice 3 para la flota nipona, mientras los ingleses y americanos se concedían un 5. Militares y marinos constituían un verdadero partido político que presionaba para hacerse con más poder y explotar todas las oportunidades demagógicamente, pues, mientras clamaba contra el tratado de Washington, incumplía sus resoluciones referidas al tonelaje y artillería de los buques. La crisis del 29 sirvió también de pretexto a los oficiales para atacar nuevamente a los políticos y presentar la conquista de China como única solución a los problemas económicos.
Personaje
Militar
Nació en el seno de una familia campesina del distrito de Jaroslav en 1894. En 1915 es subteniente y termina la guerra como comandante. Tras el triunfo de la revolución de 1917 se une a los bolcheviques e interviene en la guerra civil que se entabla contra los ejércitos blancos. Destacado hasta el inició de la guerra en la región de los Urales, interviene posteriormente en el asedio de Stalingrado a las órdenes del general Eremenko. En 1943, una vez ascendido a general, manda los frentes de Ucrania, al sur de las líneas de batalla establecidas. En ese plano impulsa la retirada del enemigo hacía el río Dniéper. Junto con Eremenko libera la península de Crimea y, marchando en dirección oeste, ocupa Bucarest en agosto de 1944. Más tarde, entrará en Sofía y Belgrado, donde tratará con las fuerzas partisanas de Tito. Ascendido al grado de mariscal, Tolbukhin entra, de acuerdo con Malinovsky en Budapest y Viena. A partir del final de la guerra se establece en territorio austriaco como comandante de las fuerzas soviéticas de ocupación. Muere en el año 1949.
lugar
Parece ser que el significado de Toletum sería "lugar en alto", debido a la particular orografía de la ciudad. Asentamiento poblado desde la Edad del Bronce, entre los siglo IV y III a.C. ya aparece como una ciudad carpetana de la Celtiberia. En el año 192 a.C. es conquistada por las legiones romanas, apareciendo en los textos de los historiadores clásicos. Así, el primero de ellos es Tito Livio, quien la define como "una pequeña población fortificada". El programa romano de construcción de calzadas le otorga mayor importancia, al ser un nudo de comunicaciones importante en la vía que enlaza las importantes ciudades de Emerita Augusta con Caesaraugusta. Además, durante la época de Octavio Augusto, en la ciudad se realizan numerosas construcciones públicas, lo que continuará en los años siguientes. Así, Toletum acrecienta su importancia, acuñando moneda y dotándose de un circo y un acueducto. Todavía son apreciables los restos del primero -cerca de la Avenida de la Reconquista- y el segundo -próximo al Puente de Alcántara-, además de otras obras menores como arcos, alcantarillado, etc. En la Hispania visigoda (siglos VI-VII) es probablemente la ciudad más activa, junto con Mérida. Toledo era sede de la capitalidad del regnum visigothorum y por tanto punto central y aglutinador del poder. Es lógico, pues, imaginar una gran actividad generada por la presencia de un aparato civil, administrativo, regio y eclesiástico. De la situación de Toledo, lo primero que destaca es su ubicación de carácter defensivo natural, en lo alto de un cerro rocoso bañado por las aguas del Tajo, a excepción de la zona norte. A pesar de hallarse en un lugar sumamente estratégico, Toledo presentaba un recinto en época tardía, cuya imagen nos ha sido legada a través de algunos manuscritos de época posterior. En segundo lugar, cabe señalar la gran llanura aluvial que permitió la horticultura, el pastoreo y la caza, sin dejar de lado la importancia que tuvo la plantación de trigo, tal como atestiguan las fuentes musulmanas. Desde el punto de vista de la red de comunicaciones, la ciudad se constituye como núcleo aglutinador y punto de conexión entre varias vías de comunicación. Estas cruzaban las grandes extensiones de terreno que circundaban la ciudad y que eran explotadas por campesinos al servicio de unos propietarios que vivían en el núcleo urbano. Dada la importancia política, administrativa, cultural y económica de Toledo, en el recinto urbano debieron vivir un gran número de profesionales dedicados a la industria, al comercio y a la artesanía. De todas formas, como era habitual, también una importante tasa de la población se dedicó a la explotación agrícola y ganadera. Toledo, al convertirse en capital del reino visigodo, debió sufrir importantes remodelaciones desde finales del siglo VI, puesto que la presencia del rey, de la corte y de una alta jerarquía eclesiástica, debieron obligar a planificar la organización del tejido urbano. En cuanto a la actividad constructiva, la información textual -esencialmente conciliar- más abundante, aunque también escasa, se refiere a la edificación de centros de culto. Se sabe de la existencia de una iglesia, la de Santa María, en el interior de la ciudad ubicada junto al palacio episcopal. Aunque se desconoce su exacta situación en el trazado urbano, es probable que se situase en la zona circundante actualmente a la catedral. En ella se reunieron, en la segunda mitad del siglo VII, cuatro concilios, dos toledanos y dos provinciales. Las otras dos iglesias donde se reunieron los restantes diecisiete concilios, también conocidas por las actas conciliares, son las de Santa Leocadia y la Pretoriense de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Ambas iglesias, al igual que las áreas funerarias, se ubicaron obligatoriamente en el suburbium de la ciudad situado al norte, aunque no se ha podido identificar su lugar de localización exacto. Las excavaciones llevadas a cabo en la zona del Cristo de la Vega, en la Vega Baja, no permitieron comprobar la existencia de la iglesia martirial de Santa Leocadia, tal como quería la tradición. Algunos autores han querido explicar su ubicación extramuros de la ciudad debido a la gran expectación que debería comportar la convocatoria de un concilio y la presencia de una gran cantidad de representantes de la jerarquía eclesiástica, civil y militar, aunque quizá sea ésta una cuestión todavía por investigar con cautela. Tampoco existe documentación sobre la situación de diferentes monasterios que se emplazaron en los alrededores de la ciudad. En el suburbium de Toledo, además de ubicarse estos edificios de culto citados y las áreas cementeriales de origen antiguo, debió existir un poblamiento originado ya en época romana con la presencia del circo, de un templo, de algunas villae, al igual que un cultivo de las tierras fértiles. A pesar de que existen importantes descripciones de Toledo realizadas por cronistas y geógrafos musulmanes, éstas se refieren prácticamente siempre a los tesoros que allí se hallaban y a la fertilidad de sus tierras, pero son muy lacónicas en cuanto a información de carácter topográfico. De cualquier forma, escasa es la información que se tiene del Toledo romano y del de época visigoda, hecho al que ha contribuido también la presencia islámica y su estructuración completamente diferente de los espacios urbanos, además de la continuidad de poblamiento en todo el tejido e incluso sobrepasando el recinto amurallado. El acontecimiento clave de este periodo en Toledo es la celebración de su Tercer Concilio en el año 589. Este es el Concilio clave en la historia de Hispania en la Antigüedad tardía. Recaredo lo convocó, quizá a instancias de Leandro de Sevilla. Asistieron un total de sesenta y dos obispos procedentes de diferentes sedes, además de cinco vicarios y algunos nobles. La solemne congregación, celebrada en alguna iglesia toledana, comienza con una intervención real el 5 de mayo del 589 y, después de tres días de ayuno y oración, el día 8 se abre la sesión única, con la lectura del Tomo regio y la suscripción del mismo por parte de Recaredo y su esposa, Baddo, en la que se acepta el credo católico. A continuación se produce la abjuración del arrianismo por parte del clero y nobleza visigodos. Vuelve a hablar el rey a los obispos, se confirman los cánones y, por último, Leandro de Sevilla pronuncia su homilía, verdadera pieza literaria y retórica. La llegada de los musulmanes supuso que la ciudad se convirtiera en una de las más importantes de al-Andalus. El Toledo andalusí que sucedió a la conquista de Tariq en el 711, llamado Tulaytula, conoció un periodo de enfrentamiento al poder de los emires y califas de Córdoba. Fueron frecuentes las rebeliones que tuvieron a Toledo por epicentro, aglutinando en torno suyo a descontentos con el centralismo de la capital cordobesa y, en ocasiones.Las guerras frecuentes hicieron que la etapa de esplendor del Toledo musulmán no se iniciase sino hasta el siglo XI, cuando ya el poder califal se había desmoronado y al-Andalus era un territorio dividido en varios reinos islámicos, llamados taifas. Toledo fue la capital de una de éstas a partir de 1036, cuando Ismail Dahfir, del clan bereber de los Beni Dilnun, proclama la independencia. A partir de entonces Toledo será gobernada por una dinastía local, que incluye a tres soberanos.El primero de ellos será Ismail Dahfir (1036-1038), quien luchó contra los cordobeses para mantener la independencia. Le sucedió Abul asan Yaya ben Ismail ben Dylinun al-Mamun (1038-1075), conocido por los cristianos como "Almamún" o "Alimenón".Con él el reino de Toledo inicia una etapa de esplendor, llegando a tener bajo su dominio a Córdoba y Valencia. Aliado de Fernando I de Castilla y León, quien le ayudó a tomar el poder, más tarde ambos se enfrentaron en el campo de batalla, siendo derrotado el musulmán. También mantuvo buenas relaciones con Alfonso VI, a quien albergó en Toledo tras ser derrocado por su hermano Sancho II. La vida del rey al-Mamun acabó en la recién tomada Córdoba, donde fue envenenado. El último rey musulmán de Toledo es Yahya ben Ismail ben Yahya Al-Kadir (1075-1081), nieto al-Mamun. Parece que su periodo de gobierno no fue brillante, pues a la pérdida de los territorios conquistados por su antecesor hubo de unir las frecuentes sublevaciones y algaradas. La población de Toledo se hallaba dividida entre los partidarios de mantener la paz y alianza con el rey de Castilla y León, fundamentalmente sectores mozárabes y judíos, y los detractores de ésta, ayudados por al-Mutawakkil de Badajoz, quienes querían iniciar las hostilidades. La situación se saldó inicialmente con la toma de Toledo por parte de Al-Mutawakkil, obligando al rey toledano al-Kadir a refugiarse en Cuenca. Este a su vez cedió los derechos sobre Toledo a Alfonso VI, a petición de que el monarca castellano-leonés le ayudara a reconquistar el reino de Valencia. La entrada de Alfonso VI en Toledo se producirá finalmente en 1085, siendo uno de los momentos más importantes de la llamada Reconquista y dando inicio una nueva etapa en la historia de la ciudad. En su periodo musulmán, Toledo debió de aproximarse a los 40.000 habitantes, emplazados de manera abigarrada en un enjambre de callejas y cuestas, entre la Vega y el Tajo. Precisamente su peculiar localización, dominando los riscos que la separan del Tajo, hizo que en la ciudad la ciencia árabe se afanara por idear ingeniosos sistemas hidráulicos, con el fin de proveer a sus habitantes de agua para el consumo y el riego.Los textos antiguos y los restos arqueológicos nos hablan de algunas construcciones singulares, como la almunia real, un gran huerto ideado para lograr el disfrute de los sentidos, con jardines que imaginan el paraíso y una gran alberca en el centro de la cual se halla un quiosco de grandes vidrieras. En Toledo coexistieron la población islámica, la cristiana y la judía. Fruto de esta etapa es la existencia de mezquitas, iglesias y sinagogas, así como una tradición artesanal en la que aparecen rasgos de estos tres elementos. Merecen la pena ser destacadas edificaciones como las sinagogas del Tránsito y de Santa María la Blanca, la Puerta del Sol, torre albarrana de estilo mudéjar del siglo XIV, o la Mezquita del Cristo de la Luz o de Bab al Mardum. Importante fue también su papel como centro cultural, pues en Toledo se refugiaron buena parte de los intelectuales andalusíes que huyeron de la desintegración del califato, de las luchas intestinas y de la ortodoxia religiosa representada por almorávides y almohades, que obligó a muchos musulmanes y judíos a instalarse allí. Consecuencia directa fue la instauración en Toledo, a partir de la conquista de Alfonso VI, de una Escuela de Traductores, en las que se habrían de traducir importantes obras científicas de autores como Ptolomeo o Avicena. Finalizada la abrupta etapa llamada Reconquista, en el siglo XVI Toledo aún mantiene el título de Ciudad Imperial, concedido siglos atrás por los reyes castellanos. Sus cronistas retoman tal circunstancia y los momentos más gloriosos de su pasado a lo largo de la centuria; así lo hacen Pedro de Alcocer en 1554, Luis Hurtado de Toledo en 1576 y Francisco de Pisa en 1605. Todos ellos dan cuenta de su fundación clásica, a cargo de los griegos -del mismo Hércules según Pisa- y su posterior ennoblecimiento por los romanos, llegando entonces los toledanos a convertirse en iguales de aquéllos por su lengua y sus costumbres. En tiempos del emperador Constantino consiguió el título de Iglesia primada de España y sus habitantes el de ciudadanos del Imperio romano. Los visigodos ennoblecieron de nuevo la ciudad, convirtiéndola en centro de la monarquía. El hecho de que los reyes asturianos y leoneses se consideraran herederos y guardianes del orden gótico hizo que, tras la conquista a los musulmanes, Toledo fuese de nuevo dignificada, esta vez por Alfonso VI, concediéndosele entonces el título de Ciudad Imperial, sancionado más tarde por Alfonso VII. Así pues, en la Edad Media Toledo destacaba como cabeza política, religiosa y cultural del reino. Cuando la idea del Imperio reaparezca en España con Carlos V, la ciudad sacará a relucir su pasado mítico e imperial en un intento de ganar el favor del monarca y mantener su estatus de ciudad principal. Se formula entonces respecto a ella uno de los tópicos más reiterados del siglo: Toledo como Nueva Roma, basándolo en las relaciones existentes entre ambas ciudades, tanto religiosas como topográficas o históricas. Sin embargo, no todos los aspectos ciudadanos resultaban tan a propósito para la identificación de Toledo con la ciudad ideal, antigua y renovada, acorde con los nuevos presupuestos humanistas, que pretendían sus moradores. Lo cierto es que, urbanísticamente, la importancia musulmana era la dominante, por ello se iniciaron reformas para conseguir plazas regulares y de mayor tamaño, así como para ensanchar y regularizar las vías existentes. Tales esfuerzos se vieron recompensados al convertirse en la primera ciudad española en la que tuvo expresión el Renacimiento arquitectónico a partir del plateresco, dando como fruto unas construcciones verdaderamente a la antigua. Ello no supone que el título de Ciudad Imperial determinase un tipo de arquitectura propio y diferenciador, sino que se adoptó el lenguaje más moderno del momento, la arquitectura renacentista. Sin embargo, hay que tener en cuenta que las dos primeras obras construidas en Toledo según el nuevo estilo, hacia 1540, fueron el Hospital encargado por el cardenal Tavera, el más cercano a Carlos V, y el Alcázar Real, el nuevo palacio construido por orden del Emperador. El monarca sí se había decantado hacia la arquitectura renaciente en sus obras granadinas, su palacio en la Alhambra y su panteón catedralicio. Si en sentido estricto no puede considerarse que existiera un estilo imperial toledano, no es menos cierto que la arquitectura de la ciudad mantuvo, a lo largo de la centuria y en el principio de la siguiente, ciertas características que impregnaron la obra de los arquitectos, haciendo que el mismo Juan de Herrera adoptase en sus intervenciones elementos casi abandonados en el resto de su producción, como el aparejo rústico, o que el gusto por lo ornamental, ya abandonado en el resto de España en los años setenta, aún permaneciera en los proyectos de Diego de Velasco de Avila, la columna exenta en los de Diego de Alcántara y las superficies vivas por la policromía de las piedras embutidas en las de Juan Bautista Monegro.
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Con más de dos mil años de historia, Toledo es un auténtico crisol en el que se funden diversas culturas, conviviendo todas las épocas para configurar una pequeña pero variada muestra de la historia peninsular. Importante villa romana; capital del reino visigodo; centro cultural de primera fila durante la Edad Media; capital imperial con Carlos V; capital de la Iglesia española; lugar de residencia e inspiración para el Greco; todos estos momentos históricos han forjado las peculiaridades de la ciudad y han hecho de ella un conjunto monumental de incalculable valor. No en balde, el casco histórico de Toledo fue declarado Ciudad Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987. La Ciudad de las Tres Culturas nos abre sus puertas para realizar un emotivo viaje en el tiempo.