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En las últimas obras de Ribera apreciamos una intensa expresividad en los personajes, interpretando la emoción y los más profundos sentimientos gracias a los gestos y las actitudes. El naturalismo con el que trata a la figura y la iluminación tenebrista utilizada refuerza la espiritualidad que envuelve en esta ocasión a San Jerónimo, presentado como un venerable anciano de larga barba blanca que se dispone a castigar su pecho con la piedra. El rostro y las manos se convierten en centro de atención para el espectador, captando en estos elementos toda la fuerza de la composición. La figura se recorta ante un fondo neutro uniforme que resalta el volumen del santo. La iluminación recuerda a Caravaggio pero también encontramos una referencia a los venecianos al conseguir dotar a la imagen de vivacidad, empleando una pincelada fluida y rápida, en algunas zonas a base de golpes, consiguiendo una obra de impactante belleza y emotividad.
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San Jerónimo será uno de los santos más representados por Ribera, tanto en pintura como grabado o dibujo. En esta ocasión el santo aparece en el suelo, sujetando con fuerza el crucifijo en su mano izquierda mientras en la derecha porta la piedra, símbolo de la penitencia. La naturalista figura ha sido creada con una precisa línea, creando la sombra a través de trazos paralelos. En el fondo se insinúa un paisaje de árboles mientras que en el ángulo superior derecho se aprecia un apunte de la Magdalena penitente, otra de las figuras más atractivas del pintor.
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El díptico de San Jerónimo, de Jan Gossaert, se compone con esta tabla que vemos y con el Paisaje Rocoso en el que tiene lugar la escena. Los dos paneles están pintados en grisalla y su aspecto es el de una superficie afilada, donde cualquier elemento agrede y puede herir a las figuras en su interior.
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Posiblemente sea esta tela la encargada por Isabella d´Este en 1523 y finalizada por Tiziano en 1531. Una vez llegada a Mantua, la obra sirvió para decorar el apartamento privado de Margarita Paleólogo, la esposa de Federico II de Gonzaga, junto con otros trabajos de Leonardo, Giulio Romano y Mantegna.El verdadero protagonista de este lienzo es el amplio paisaje nocturno en el que se ubica la figura de San Jerónimo, que ora ante una piedra constituida en altar gracias al crucifijo que cuelga en la zona derecha de la composición. Tras el santo podemos apreciar a un león entre las tinieblas, animal que forma parte de su iconografía, al igual que el capelo cardenalicio y las Sagradas Escrituras.La influencia de Giorgione se pone de manifiesto en la utilización del vasto paisaje y la iluminación nocturna pero Tiziano interpreta esos modelos, empleando una espectacular iluminación de la luna, oculta tras los árboles, con la que crea sensacionales efectos de claroscuro. Esta recuperación de los modelos empleados por el maestro de Catelfranco podría estar relacionado con un requerimiento de Isabella d´Este, quien deseaba comprar un nocturno de Giorgione y al no poder adquirir la obra, exigiría a Tiziano la ejecución de esta sensacional vista nocturna del santo en el desierto.
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Piero della Francesca presenta al santo eremita en la zona derecha de la tabla, ante su cueva, donde se disponen de manera ordenada sus libros y un papel en el que leemos "PETRI DE BURGO OPUS MCCCCL", siendo la primera obra fechada del maestro. Tras el santo se extiende un paisaje que no corresponde al desierto donde habitaba san Jerónimo sino a la región de las Marcas en la que el artista vivió la mayor parte de su tiempo. Así, hay un buen número de árboles alineados y un riachuelo serpenteante con el que se pretende transmitir el efecto de perspectiva. Al fondo, unas montañas con escasa vegetación serían la referencia al desierto; el cielo azul sirve de cierre a este paisaje en el que la luz tiene un papel principal al unificar la escena. Sin embargo, Piero aún no ha integrado plenamente la figura en el espacio, creando una sensación de flotamiento que recuerda a Paolo Ucello. En San Jerónimo y un devoto el maestro supera este déficit y consigue una integración plena de ambos personajes en el conjunto.
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Hacia 1555 Tiziano entró en una etapa marcada por la tristeza. El matrimonio y el correspondiente abandono del hogar de su hija Lavinia; la muerte de su hermano Francesco y de su amigo Pietro Aretino; el intento de asesinato de su hijo Orazio. La soledad y la vejez se convierten en dos obsesiones para el maestro, reflejadas en sus trabajos, que ahora se harán más dramáticos e intensos como observamos en este San Jerónimo. Incluso el paisaje bucólico que envuelve algunas obras anteriores se ha cargado de dramatismo y tensión, ayudado por los efectos lumínicos empleados.El lienzo fue realizado para el primer altar de la izquierda de la pequeña iglesia parroquial de Santa Maria Nouva de Venecia. No existen documentos relacionados con el encargo pero sabemos que la parte superior de la tabla fue reemplazada por una tardía adición, posiblemente del siglo XVIII.La composición se organiza a través de líneas diagonales. La trama se desarrolla en la zona derecha de la tabla, situándose el santo en una postura forzada mientras que ora ante el altar, presidido por el crucifijo. San Jerónimo lleva una capa que se relaciona con su dignidad cardenalicia y en su mano derecha porta una piedra que indica la penitencia. En la zona de la izquierda, las rocas restablecen el equilibrio de la escena, donde apreciamos otros símbolos del santo como la calavera y el reloj de arena -símbolos de la caducidad de la existencia humana- o dos gruesos volúmenes que indican su labor como traductor de las Sagradas Escrituras.La iluminación ocupa un importante papel en el conjunto, creando dramáticos contrastes de luz y sombra, al tiempo que el color se hace cada vez más limitado. La aplicación del óleo se realiza de manera fluida y rápida, dotando de mayor abocetamiento a la composición. De esta manera se imponen los efectos atmosféricos en la obra de Tiziano.Este retablo será tomado como referencia para la ejecución de otros trabajos como los lienzos de El Escorial y el Museo Thyssen.
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El San Jerónimo que aquí contemplamos es una de las imágenes más sugerentes de los últimos años de El Greco. El santo aparece de cuerpo entero, ocultando su desnudez con un escueto paño de pureza, en el interior de una cueva. Arrodillado, sujeta un libro con su mano izquierda mientras eleva la mirada hacia Dios, creando un acentuado escorzo típico del Manierismo. En la mano derecha porta la piedra con la que se golpean los penitentes. La figura se recorta sobre el fondo oscuro de la cueva, mientras que en la zona superior izquierda observamos un brillo luminoso, hacia el que San Jerónimo dirige su mirada. Doménikos suprime los atributos tradicionales del santo - el manto y el capelo rojos, el ángel o el león - para centrar su atención en la delgada figura, llena de nervio y vitalidad a pesar de aparentar una edad avanzada. Su rostro es una muestra indiscutible de la espiritualidad de las imágenes grequianas, reflejo del sentimiento de la sociedad toledana del Renacimiento y primeros años del Barroco. La escena está sin concluir, apreciándose el abocetamiento en la zona de la izquierda, en el libro y las rocas, mientras la pierna izquierda está sólo dibujada. Es significativa la diferencia con el San Jerónimo cardenal que Doménikos pintara años antes.
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Los especialistas consideran esta obra como una de las primeras realizadas por Ribera ya que está firmada ostentósamente en letras capitales romanas -como hacían sus amigos nórdicos con los que vivía en Roma- y en ella no aparece ninguna alusión a su condición de académico romano, que lo era desde 1613. Por esto consideran que se trata de una obra aún del periodo romano en la que sigue con su estrecha relación con el caravaggismo. San Jerónimo se muestra como un hombre anciano, cargado de naturalismo al utilizar el maestro un modelo real aunque su potente anatomía parezca inspirada en Miguel Angel. Con sus propias manos está realizando la traducción de la "Vulgata" por lo que aparece en una postura forzada, girado hacia su izquierda. Un potente foco de luz ilumina toda la figura, resaltando los contrastes de luces y sombras y acentuando el naturalismo del personajes. En primer plano contemplamos una naturaleza muerta sobre la mesa, constituida por los libros y papeles que el santo escribía. El rostro de san Jerónimo está cargado de fuerza y expresividad, características que aparecerán en toda la producción de Ribera.
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El rey Felipe II envió desde uno de sus viajes este lienzo al monasterio de El Escorial, pensando que se trataba de un Tiziano. El error en la atribución es fácilmente comprensible, puesto que Lotto trabajó durante su última etapa un estilo muy similar al del maestro veneciano, en especial durante los años en que realizó éste y otros dos San Jerónimos más. La ejecución del tema está inmersa dentro del espíritu penitencial que anticipa la Reforma Católica. El autor se hallaba en plena crisis espiritual, lo cual dotó al lienzo de una fuerza devocional completamente sincera, que debió de ser otro factor que atrajo al monarca español, muy implicado en las controversias teológicas de la Reforma. El colorido es muy oscuro, con una paleta "quemada", rojiza, dependiente todavía del esplendor del venecianismo, pero contenida en la gama cromática que se centra en el empleo del color como única base de la forma. Es el mismo estilo que Tiziano empleó para su Oración en el Huerto.