San Francisco predicando a los pájaros es una de las obras más interesantes de todas las representaciones llevadas a cabo por Giotto, con episodios de la vida del santo de Asís. La obra estaba basada en la "Legenda maior" de San Buenaventura, recogiendo el pasaje del capítulo X: "Estando el beato Francisco en Bevagna predicó a muchos pájaros los cuales, exultantes, alargaban el cuello, batían las alas, abrían los picos, le tocaban la túnica; y todo esto lo veían sus compañeros que le esperaban en el camino". Giotto ambienta el episodio en plena naturaleza, un paisaje de rasgos muy sumarios que sirve de marco excepcional y convincente para la representación del sermón de San Francisco. La figuración de algunos árboles y la línea del suelo son los únicos elementos para la significación del argumento. Sus colores apagados potencian la fuerza volumétrica de las figuras, a la vez que se relaciona ambos con una gama cromática de similares tonos. Los pájaros se arremolinan ante las palabras dirigidas por el santo, unos en el suelo, otros en el tronco del árbol de la derecha, algunos volando libremente alrededor de los dos franciscanos. Giotto, como en la escena compañera de ésta, el Milagro de la fuente, representa a un acompañante que expresa con su rostro la perplejidad de lo que está aconteciendo. Sus manos también caracterizan su reacción. La importancia de la escena, lo que es evidente por su localización a las puertas de la basílica, está determinada por ser un auténtico símbolo del camino por el que optó San Francisco en su vida y, por ende, una metáfora del espíritu de pobreza y amor a los componentes de la Naturaleza que representa su orden. La escena es altamente emotiva y clarificadora para el fiel que llega al templo de Asís para adorar al santo. Sin duda, una de las escenas más simples pero más aleccionadoras y expresivas de todo el ciclo que representó Giotto en Asís.
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Durante el Gótico y el Renacimiento, san Francisco era representado con dulzura y apacibilidad pero esa visión cambió tras el Concilio de Trento. En España se configuró una iconografía, especialmente a partir de El Greco, que presenta al santo como un hombre demacrado, inmerso en la oración y la penitencia e imbuido en visiones místicas. Esta filosofía tridentina es la que continúa Valdés Leal en esta composición donde San Francisco es sorprendido por un angelito que le muestra una ampolla de cristal contiendo agua transparente, simbolizando la pureza de la condición sacerdotal que san Francisco esperaba conseguir. El santo aparece encerrado en su celda, arrodillado ante el crucifijo que preside un austero altar. La estancia abierta al fondo deja ver un claustro donde observamos al hermano León sentado. San Francisco gira su cabeza hacia arriba para contemplar la visión, dotando de un cargado dinamismo a la composición. Los tonos pardos empleados no restan expresividad al conjunto en el que destaca el extraordinario gesto del santo, tanto la expresión del rostro como el movimiento de sus manos en las que podemos apreciar los estigmas.Valdés Leal emplea una pincelada suelta y enérgica con la que describe a la perfección tanto las formas arquitectónicas como las figuras, captando los detalles que le interesan como observamos en el bodegón que aparece en primer plano, formado por la calavera, el cilicio y el libro.
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El Greco supo interpretar a la perfección el espíritu de la Contrarreforma. De ahí el enorme número de encargos procedentes de iglesias toledanas y particulares que recibirá el pintor, motivando la creación de un fructífero taller del que obtenía suculentos ingresos. La producción casi era industrial en algunas ocasiones, debido a la enorme demanda existente. Especialmente se le solicitó el tema de San Francisco, existiendo unas cien obras salidas del taller, de las que 40 serían las realizadas por Doménikos. En la mayor parte de los casos - como el que nos ocupa - el santo aparece en el momento de recibir los estigmas, por lo que en la zona superior izquierda del lienzo contemplamos la visión. Entre las nubes aparece Cristo crucificado, conformando esta visión el foco de luz que ilumina a San Francisco. La figura viste hábito franciscano en tonos pardos y es un tipo más bien escuálido, considerado como una imagen típica del asceta. Sus amplios ropajes apenas permiten contemplar su anatomía, observando sólo las delicadas manos y el rostro, de facciones afiladas y pómulos salientes. Eleva su mirada hacia la visión, agrandando los ojos ante el efecto de lo sobrenatural. La escena se desarrolla sobre un fondo neutro muy oscuro, que elimina los colores por efecto del fuerte fogonazo de luz y busca la concentración del espectador en el milagro que contempla San Francisco. Este tipo de imágenes será muy utilizado en el Barroco, siendo Doménikos un importante punto de referencia.
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Esta curiosa tablita de diminutas dimensiones presenta ciertas particularidades que han ayudado a datarla, puesto que no se registra la firma del autor, Van Eyck, que solía decir en qué momento y para quien había pintado sus cuadros. La escena muestra a San Francisco en oración, mientras que un compañero se ha quedado dormido. Cristo se le aparece al santo y le marca con los estigmas de la Crucifixión (llagas en las manos y en los pies). Los franciscanos en los Países Bajos no aparecen hasta finales del siglo XV, muerto ya Van Eyck, por lo que se cree que el pintor retrató el hábito marrón de los franciscanos durante su viaje a Portugal en la embajada nupcial de Felipe III. Por otro lado, el santo no tiene la apariencia tradicional con que se le suele representar: pobre, delgado por el ayuno, maltratado por los estigmas y barbudo. Por contra, aparece como un rico personaje, con el cabello cortado a la última moda, lo que podría indicar un retrato a lo divino, o al menos, la inspiración en un personaje real para reflejar al santo.
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A pesar del reconocimiento alcanzado por Ribalta en la ciudad de Valencia, se produjo hacia 1620 un cambio definitivo en su estilo, que adquirió desde entonces las cualidades del naturalismo barroco. Modelos concretos, iluminación tenebrista e interés por la realidad inmediata, por lo tangible y lo emocional, caracterizan sus trabajos de los últimos años, entre los que destacan el Abrazo de San Francisco al Crucificado (Museo de Bellas Artes, Valencia) y el San Francisco confortado por un ángel místico, ambos pintados para el convento de capuchinos de la Sangre de Cristo hacia 1620. Los motivos de este cambio estilístico son difíciles de explicar. Quizás viajó a Italia, o a la corte, o evolucionó él sólo como consecuencia de su capacidad para aprender y del exaltado ambiente contrarreformista existente por entonces en Valencia.
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Procedente del Museo de la Trinidad, el Prado conserva esta imagen de san Francisco acompañado de Fra Leone, ya tradicional dentro de la iconografía de El Greco. Las dos imágenes se recortan ante un fondo neutro identificado con una cueva, que se abre a un paisaje en la zona superior izquierda. Son figuras alargadas cuyos pesados ropajes esconden sus anatomías, siguiendo Doménikos a la Escuela veneciana al modelar gracias a la luz y el color. Las manos y rostros de ambos personajes recogen la espiritualidad demandada por la mística clientela toledana. La firma se recoge en un papel sobre la roca, elemento muy habitual en los cuadros de El Greco. Algunos especialistas consideran la obra como salida del taller.
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En el inventario de bienes elaborado tras el fallecimiento de El Greco en 1614 se mencionan diez planchas de cobre ya trabajadas, lo que indica que el pintor consideró muy seriamente el hecho de introducirse en el negocio de la reproducción. Para ello contrató al joven grabador flamenco Diego de Astor, colaborando juntos en la ejecución de las planchas: Doménikos elaboraba los dibujos y Astor los pasaba a cobre. En ellos se reproducen literalmente los cuadros de devoción más demandados por los clientes, especialmente el san Francisco en meditación que aquí contemplamos, siendo uno de los santos más repetidos en la producción del cretense. La importancia de la línea resulta dominante ante lienzos donde el maestro modela con luces y colores, enlazando con la Escuela veneciana en la que se formó.
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En el catálogo de El Greco son muy numerosos (cerca de 130) los lienzos protagonizados por San Francisco en actitud meditativa acompañado del hermano León. Muchos de ellos son obra del taller donde trabajaron Preboste, Jorge Manuel, Luis Tristán y Pedro de Orrente, éste último de manera ocasional. Las dos figuras presentan el hábito franciscano que cubre por completo sus anatomías, sin permitir contemplar su cuerpo, a excepción del rostro y las manos. El santo se alza sobre una roca, arrodillado y portando en sus manos una calavera a la que dirige su mirada con una gran espiritualidad. El hermano León, en una zona más baja, también mira a la calavera y reza uniendo sus manos con fuerza. Las figuras son amplias y estilizadas, con el canon alargado que caracteriza a la pintura de Doménikos y modeladas con la luz y el color siguiendo a la Escuela veneciana. El efecto espiritual de la pintura es, quizá, el elemento más destacable, siendo ésta una de las razones de su éxito en una comunidad casi mística como era la ciudad de Toledo en los años iniciales del siglo XVII.