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En la escena principal de este retablo, procedente de algún monasterio benedictino de La Rioja, se representa a san Cristóbal, llevando a Cristo sobre sus hombros - de donde procede su nombre, portador de Cristo- en el momento de cruzar un río, ya que los pies del santo están sobre una ingenua representación del agua, de color blanco y azul en la que encontramos diversos peces. Separadas por cenefas decoradas, se muestran escenas en los laterales y en la parte superior de la principal. Arriba, en la cúspide trapezoidal, se sitúa la Crucifixión, por desgracia algo deteriorada, acompañada de dos ángeles turiferarios. En la zona de la derecha hallamos dos episodios de la vida de San Blas: en primer lugar bendice a los niños (no olvidemos que su bendición curó a un niño de morir ahogado, por lo que es el patrón de la garganta) y después es martirizado, muriendo degollado. La tercera escena de esta zona tiene a san Millán como protagonista, en el momento de exorcizar a un grupo de endemoniados de cuyas cabezas salen diablillos. La calle de la izquierda está protagonizada por san Pedro; en primer lugar observamos el milagro de la pesca en el lago Tiberiades; en el centro se representa la predicación del santo y en la zona baja observamos su crucifixión, al revés para no parecerse a Cristo, tal y como él solicitó. El marco de castillos y leones hace pensar en un donativo regio. El autor del retablo desconoce la perspectiva, variando el tamaño de los personajes en función de su importancia. El colorido es potente, a pesar de no existir gradaciones, delimitando los contornos con fuertes líneas de color negro. La influencia de las miniaturas y las vidrieras a la hora de organizar las escenas resulta significativa. El retablo llegó al Prado en 1969 gracias a la donación de don José Luis Várez Fisa.
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En esta tabla, Konrad Witz representa al santo gigante, tratando de atravesar con dificultades el río, llevando a lomos a un niño. Como en todas las obras de Witz, la figura está dotada de una gran corporeidad que seguramente esté en relación con el conocimiento que tenía el artista sobre la escultura borgoñona.
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El autor de este lienzo, Orazio Borgianni, era representante del Barroco italiano, aunque a principios del siglo XVII trabajó en España, donde es probable que llevara a cabo el San Cristóbal que ahora podemos ver. El tema del santo es presentado por el pintor de una manera grandiosa. San Cristóbal fue bautizado con este nombre por el Niño Jesús, que se le apareció de incógnito en la ribera de un río turbulento, pidiéndole que le ayudar a cruzar. El santo era de estatura gigantesca y lo transportó sobre sus hombros, de ahí su nombre, el "portador de Cristo". Borgianni nos da la imagen de un hombre muy similar a un gigante que con un paso de sus poderosas piernas vadea sin problema el río, apoyado en una palmera que usa como bastón. En una roca a la izquierda del santo encontramos la firma del artista en latín, la fórmula culta que se empleaba en estos casos: Oratius Borganus Romanus, puesto que procedía de Roma.
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El San Cristóbal del Museo del Prado es una obra especialmente significativa para conocer el proceso evolutivo de la pintura de Ribera, al abandonar el Tenebrismo más dramático y tomar un estilo más luminoso y colorista inspirado en la Escuela veneciana y en el Barroco flamenco de Van Dyck. La figura del santo - de gran rudeza y realismo - contrasta con la del Niño - pequeña y delicada, con una buena dosis de idealización -. La luz apenas crea bruscos contrastes, aunque existan zonas de sombra como el brazo o el cuello del santo. El hecho de colocar a San Cristóbal en primer plano contribuye a agrandar su figura. El realismo de las arrugas de la frente o del contorno de los ojos, las manos o los brazos, hacen de la figura del santo una de las imágenes más realistas y bellas de las pintadas por el maestro.
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Ante las dudosas interpretaciones a las que se prestan normalmente las pinturas de El Bosco, en este caso el sentido parece evidente: un hombre gigantesco con un niño a su espalda no puede ser sino San Cristóbal, cuyo nombre significa "portador de Cristo". La historia de San Cristóbal procede de la Leyenda Dorada y de diversas historias populares alemanas. Toda su historia está reflejada en el paisaje: San Cristóbal era un soldado, mercenario, que entró al servicio del señor más poderoso que encontró, es decir, el demonio. Este demonio era el dragón que se encuentra en el castillo, al fondo a la izquierda. Sin embargo, un ermitaño que encontró a la orilla de un río le informó de que el señor más poderoso que existía era Dios. El soldado, incrédulo, encontró a un niño que le pidió que le pasara el río a hombros. Cristóbal, riendo, tomó al niño para cruzarlo, pero su peso era como el plomo y reconoció que aquél era Jesús, poderoso aunque de aspecto débil. El peso de Jesús se interpreta habitualmente como el peso del mundo y sus tentaciones sobre el ánimo de los cristianos. Cristóbal abandonó al dragón, que aparece persiguiendo a un hombre desnudo. También abandonó los placeres del hombre de armas, como es la caza, lo que podemos reconocer en el cazador que tras abatir a un oso con sus flechas lo ahorca. El ermitaño que aconsejó a Cristóbal está, efectivamente, en la orilla. Sobre él, una jarra y una colmena, símbolo de la vida del eremita pero también de las tentaciones de lascivia. Por último, el pescado colgando del bastón de Cristóbal es el símbolo de la cuaresma y la conversión.
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Al año de su llegada a la ciudad de Sevilla, el Cabildo catedralicio encarga a Mateo Pérez de Alesio una pintura mural ubicada junto a la puerta de san Miguel. En ella se representa a un gigantesco san Cristóbal, trazado con un firme dibujo con el que consigue la monumentalidad de la figura, contrastando con la fragilidad del Niño que sostiene en su hombro izquierdo. Las tonalidades rosáceas de la túnica del santo indican la formación manierista del pintor italiano, de paso por la ciudad de Sevilla en dirección a América.
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En los años iniciales de la década de 1520 Tiziano se libera de la influencia de Giorgione y se acerca al arte centroitaliano, apareciendo elementos tomados de Miguel Angel, Leonardo o Rafael. La influencia de estos maestros se puede apreciar en este San Cristóbal que pintó para el Palacio Ducal, encargado por Andrea Gritti posiblemente poco después de ser elegido Dux en mayo de 1523. La gran figura del santo llevando al Niño en sus espaldas está tomada de la escultura de Miguel Angel y del Laoconte, la escultura helenística descubierta en 1506. Es una figura en la que se manifiestan los escorzos y la volumetría del santo, cuya amplia estructura contrasta con la pequeñez del Niño. La vara sirve para acentuar la diagonal, reforzada con la mirada del santo. Al fondo podemos contemplar una vista de Venecia con el campanille y la catedral de San Marcos al fondo, mientras que a la derecha se aprecian algunas montañas que hacen referencia a las posesiones venecianas en tierra firme. Las tonalidades son brillantes a pesar la técnica al fresco empleada. Luz y color serán los elementos identificativos del maestro veneciano.
Personaje
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Tras el éxito obtenido por Rubens con el tríptico de la Erección de la Cruz, la Cofradía de los Arcabuceros -de la que formaba parte Nicolas Rockox- encargó al maestro un tríptico para su capilla en la catedral de Amberes. El tema elegido era el Descendimiento de la Cruz.En las alas exteriores Rubens pintó a San Cristóbal llevando al Niño Jesús en la tabla de la izquierda y al Ermitaño en la derecha. La razón de la inclusión de la figura del santo la debemos a que el gremio de Arcabuceros estaba bajo la protección de san Cristóbal. La figura del santo está inspirado en las esculturas clásicas -concretamente el Hércules Farnesio- y en las figuras de Miguel Angel con poderosa anatomía, mientras que el Ermitaño tiene como punto de partida una pintura de Adam Elsheimer que hoy conserva el Hermitage de San Petersburgo. Los contrastes de luces y sombras están inspirados en la escuela de Caravaggio. El estilo personal de Rubens invade toda la composición, a pesar de los préstamos estilísticos a los que recurre a lo largo de toda su carrera.
lugar
Los testimonios de poblamiento más antiguos encontrados en la zona de Sant Cugat del Vallès corresponden al periodo final del Eneolítico, entre los años 2000 y 1500 a.C. También han quedado restos arqueológicos de la Edad de Bronce y del periodo ibérico. En época romana el lugar gozó de cierta importancia, al situarse en las cercanías de la Via Augusta, construyéndose una fortaleza -llamada "Castrum Octavianum"- en el lugar que después se alzó el monasterio, fortaleza que servía de protección a las villas que se extendían por la zona. Será en este lugar donde fue martirizado Cucuphas, un africano que llegó a Barcino para predicar la fe cristiana. De esta manera, este sitio se convirtió en lugar de peregrinación, al conservarse en una pequeña iglesia las reliquias del santo. Posiblemente en el siglo VII ya existía una primera comunidad monástica. Los ataques musulmanes destruyeron la iglesia y los conquistadores establecieron guarniciones militares hasta la llegada de los francos en el siglo IX. El antiguo cenobio dedicado a Sant Cugat será reconstruido en los primeros años de esa centuria, quedando bajo el dominio del obispo de Barcelona. La región será repoblada con las gentes procedentes de la montaña, extendiendo el monasterio sus dominios hasta las tierras del Penedès y el Bages. Tras la destrucción de la abadía en el año 985, víctima de una razzia de Almanzor, el abad Odón reconstruye el cenobio y consigue independizarse del obispo de la Ciudad Condal, lo que provoca el aumento de sus dominios. El monasterio se convertirá en uno de los centros de poder y cultura más importantes de Cataluña, con un buen número de siervos a su cargo. En el siglo XIII se produce una la ampliación de la abadía que permite la construcción del claustro y de la iglesia. Será en estas fechas cuando podemos hablar de un núcleo permanente de población en Sant Cugat, tomando como centro la parroquia de Sant Pere de Octavia y siguiendo el camino que se dirigía al monasterio, la actual calle Mayor. Pasada la crisis de la Baja Edad Media, en el siglo XVI la villa de Sant Cugat recupera cierto dinamismo económico, por lo que se amplía el núcleo urbano y aparecen nuevos barrios. Durante la Guerra de Sucesión, en la abadía se instalarán las tropas españolas, resultando afectada su estructura arquitectónica. La prosperidad que vive España en el siglo XVIII también llega a Sant Cugat, duplicando la población en esta centuria y creándose una incipiente industria textil. Durante la Guerra de Independencia el cenobio y el pueblo serán saqueados por las tropas francesas, librándose en Sant Cugat una importante batalla en octubre de 1808 que fue vencida por los resistentes. Con la Desamortización de Mendizabal, en julio de 1835 el monasterio fue saqueado y los monjes obligados a huir. Posteriormente el edificio se destina a uso municipal y la iglesia se convierte en parroquia. Durante el siglo XIX, San Cugat vive un intenso periodo de transformaciones, vinculadas a la especialización agrícola que trae consigo el cultivo de la viña. La villa pasa de 800 a 2550 habitantes en apenas cincuenta años y la prosperidad económica permite el aumento de la construcción de infraestructuras. Pero la legada de la plaga de la filoxera en 1887 provocará una graves crisis económica que afectará a todo el municipio. Sin embargo, no todo serán malas noticias en estas fechas. La construcción de la carretera entre Barcelona y Manresa permitirá a la población llevar sus productos a los mercados de la Ciudad Condal, al tiempo que los barceloneses descubrirán San Cugat como lugar de vacaciones. En 1917 llegará el tren, un hecho histórico, incrementándose las urbanizaciones para veraneantes. Curiosamente, en Sant Cugat se construirá el primer campo de golf de Cataluña. Durante la II República, Sant Cugat tendrá una intensa actividad política, una gran vida asociativa y un peso importante del catalanismo. En la Guerra Civil se producen significativos episodios como la instalación del primer campamento de instrucción en Cataluña o el cambio del nombre del municipio -pasará a denominarse Pins del Vallès-. Muchos ciudadanos de la capital llegaron al pueblo huyendo de los bombardeos y en octubre de 1938 Juan Negrín celebrará en el monasterio la última reunión de Cortes del Gobierno republicano. En enero de 1939 el ejército franquista entrará en Sant Cugat camino de Barcelona. Los años de la postguerra serán duros en Sant Cugat, igual que en el resto de España. Se vive una etapa de persecución política y control administrativo, castellanizándose la vida municipal. En 1958 la ciudad se divide en cuatro distritos. En la década de los 60 se produce en la zona una intensa inversión extranjera que lleva consigo un amplio proceso de industrialización -textil y metalúrgica-, con la consiguiente llegada de población inmigrante. La construcción de la A-7 permitirá la implantación de empresas de servicios. En los últimos años del franquismo, Sant Cugat tendrá una intensa vida política y sindical que continuará durante la Transición. La villa adquiere la categoría de ciudad en 1977 y dos años después elige a su primer alcalde democrático. En la actualidad, Sant Cugat es una ciudad con una fuerte implantación del sector terciario, una ciudad que busca no perder su propia identidad potenciando las tradiciones locales y la participación de sus vecinos a través de los consejos de distrito.