Los territorios ocupados por las tribus germánicas estaban más allá de las fronteras, el limes. Cambios climáticos desfavorables, incrementos demográficos y el avance de los hunos por el este de Europa serán las causas de las grandes migraciones de pueblos bárbaros que se producen desde el siglo IV. Importantes grupos de germanos se establecen en los confines del Imperio en calidad de federados. En la centuria siguiente los germanos se empezarán a asentar en territorio imperial propiamente dicho. La península Itálica recibió la llegada de los visigodos en un primer momento, marchando Alarico sobre Roma en el año 401, poniendo sitio a la urbe. Las tropas visigodas se retiran tras el pago de un fuerte tributo, pero regresarán 9 años más tarde para tomar y saquear la ciudad, lo que supuso un importante golpe psicológico para la maltrecha moral imperial. La caída del Imperio Romano de Occidente se produce en el año 476, en el momento en que Rómulo Augústulo es depuesto por Odoacro, el jefe de los hérulos. Roma ya había iniciado su decadencia desde que Constantino eligió Constantinopla como capital del Imperio en el año 330, pero aún sigue siendo durante mucho tiempo la ciudad más importante del mundo occidental. La disolución del Imperio Romano occidental provocará la creación de un amplio mosaico de reinos germánicos. Italia queda dominada por Teodorico y los ostrogodos. Uno de los objetivos del nuevo monarca será luchar contra Bizancio, por lo que pone en marcha un sistema de alianzas entre los pueblos germánicos para acabar con el imperio oriental. La guerra con Bizancio durará casi 20 años, entre 535-553, y Justiniano obtendrá la victoria, apoderándose de toda la península y estableciendo una nueva división administrativa con diversos ducados, entre ellos Roma. La ciudad salió irreconocible del conflicto, propiciándose importantes reformas como la desaparición del Senado, último vestigio del orden clásico. Pero el dominio bizantino durará poco ante el avance lombardo. En el año 572 Pavía es conquistada y los lombardos se asientan en la llanura del Po. Italia queda dividida en dos soberanías: al norte los lombardos y al sur los bizantinos. Roma queda en manos bizantinas. Durante el reinado de Liutprando se busca la unificación de la península italiana en manos lombardas y se emprende el ataque contra el ducado de Roma. Las donaciones y cesiones territoriales que este monarca hace al pontífice supondrán el inicio del poder temporal de la Santa Sede. El dominio bizantino en la Italia central llegará a su fin gracias a la intervención de Pipino, mientras que su hijo Carlomagno acabará con el reino lombardo cuando Pavía sea conquistada en 774. Desde ese momento, el rey de los francos dispondrá de la capacidad de intervenir en los asuntos italianos. Roma formará parte de los Estados Pontificios, reconocidos gracias a la falsa "Donación de Constantino". Este falso documento fue realizado entre los siglos VIII y IX; pretende ser un decreto imperial dictado por Constantino en el año 313 en el que se reconoce la dignidad de soberano al papa Silvestre I, al tiempo que se le hace donación de la ciudad de Roma, las provincias de Italia y todo el Occidente. De esta manera se justificaba el poder temporal de los pontífices. Puesta en tela de juicio la autenticidad del documento ya en época medieval, fueron los humanistas del siglo XV quienes demostraron definitivamente que era una falsificación. Las disputas por el poder en Italia se suceden tras la muerte de Carlos III el Gordo. Roma se ve también envuelta en los conflictos, cayendo en poder de los señores feudales y los nobles romanos que aprovecharon el debilitamiento carolingio, la crisis de la autoridad pontificia y el alejamiento de los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico. Los duques de Spoleto en el siglo IX, así como Teofilacto, Crescencio y los condes de Túsculo en los siglos X y principios del XI serán los encargados de llevar las riendas de la región. En esta última centuria se producirá la formación de dos partidos en Italia: los gibelinos, partidarios de los soberanos germánicos, y los güelfos, defensores del poder temporal del papa. Roma será también escenario de estos conflictos, sufriendo sus consecuencias, especialmente cuando el emperador Enrique IV asedie y conquiste la ciudad, respondiendo a un decreto de Gregorio VII -"Dictatus Papae"- en el que se oponía a la injerencia del Imperio en los asuntos de la Iglesia, al tiempo que el papa, como dirigente supremo de la Iglesia Universal, tendría la potestad exclusiva de nombrar y deponer a obispos y reyes, ya que éstos, al recibir el poder como dignatarios de Dios, son también dignatarios de la Iglesia. Ante el ataque imperial, el pontífice llamó al normando Robert Guiscard. El emperador fue expulsado y buena parte de Roma fue destruida y saqueada, lo que provocó la huida del papa ante la ira popular. Las luchas entre el pontífice y el emperador continúan, a pesar de la política conciliadora inaugurada por Urbano II. El resultado será la separación entre potestad papal y potestad imperial que pondrá fin al sistema cesaropapista instaurado por los Otones. La Iglesia pierde poder temporal pero aumenta su autoridad, que pretende extender a sus Estados, la ciudad de Roma entre ellos. La férrea autoridad papal provocará el estallido de una rebelión popular en 1143, liderada por Arnaud de Brescia. Se instaurará un gobierno republicano -Comuna- y se creará un Senado independiente de la nobleza y del papado. El papa es expulsado de la ciudad y solicita la ayuda de Federico I, quien pide a cambio ser coronado emperador por el pontífice. Federico Barbarroja reprime la revuelta y manda ejecutar en la hoguera a Arnaud, restituyendo al papa Adriano IV en su trono. La Comuna es reconocida formalmente por el pontífice, viviendo un periodo de esplendor que se culmina con la creación del cargo de senador único en 1191. En los siglos XII y XIII el Papado alcanzará el punto culminante de su poder, apoyándose desde ese momento en Francia. El fracaso de las Cruzadas hará de Roma la primera ciudad-santuario para los cristianos. Las peregrinaciones a la ciudad serán continuas y proporcionarán a buena parte de los romanos pingües beneficios, especialmente a los clanes nobiliarios. Las presiones a la Curia Cardenalicia para la elección de los pontífices será cada vez mayor por parte del pueblo y de los nobles, lo que provocará el traslado de la Santa Sede a Avignon entre los años 1309 y 1377. Durante este periodo, la Iglesia perderá su autoridad debido a la corrupción y el nepotismo, pero el alejamiento favorecerá el florecimiento de las instituciones ciudadanas en Roma. Sin embargo, las luchas intestinas entre las familias nobles de la ciudad, los Orsini y los Colonna, continuarán marcando la política municipal. Será éste el momento elegido por Cola di Rienzo para poner en marcha su proyecto de República romana. Este singular personaje, nacido en 1313 en el seno de una humilde familia, alcanzó el notariado, tuvo amistad con Petrarca y adquirió un gran conocimiento de la historia antigua de Roma. Su aparición en la escena política romana coincidió con la revuelta popular que derribó en 1343 el gobierno del Senado, controlado por los principales linajes de la ciudad, e instauró el de los trece "boni homines", que representaban a las corporaciones urbanas. Cola fue enviado por el nuevo consejo a Aviñón en 1343, con la intención de que explicara a Clemente VI las razones del cambio de gobierno y la anarquía política que había vivido la ciudad hasta la fecha. Pese a la desconfianza de la Curia pontificia, Cola fue recibido por el Papa y retornó a Roma en 1344 con el cargo de notario de la Cámara Municipal, título que utilizó para consolidar su posición política. Los estudiosos del personaje han puesto de manifiesto su excepcional elocuencia y su encanto personal. Partidario del igualitarismo mesiánico de Joachim de Fiore, parece que Rienzo odiaba profundamente a la alta nobleza. No obstante es posible ver en Cola di Rienzo, como han puesto de manifiesto M. Mollat y Ph. Wolff, "una mezcla de sinceridad e intriga, de violencia y seducción, de idealismo y pragmatismo, de rusticidad y cultura". Apoyado en el "popolo" y en la "gentilezza" (grupo integrado por la pequeña aristocracia y los comerciantes), Rienzo recibió el poder de la ciudad de Roma en 1347. Así se expresa, a propósito de estos acontecimientos, el cronista G. Villani: "Por aclamación fue elegido tribuno del pueblo e investido de la señoría en el Campidoglio". El 20 de junio del citado año Cola di Rienzo subió al Capitolio, recibiendo cuatro días después el título de tribuno, que le fue renovado unos meses más tarde con carácter vitalicio. Pero más allá de los solemnes fastos, celebrados al modo de la antigua historia de Roma, la principal obsesión de Cola di Rienzo era acabar con la alta nobleza, lo que explica la afirmación de Villani: "Algunos de los Orsini y los Colonna, así como otros de Roma, huyeron fuera de la ciudad a sus tierras y a sus castillos para escapar al furor del tribuno y del pueblo". Pero el tribuno estaba asimismo muy interesado en perseguir viejos males que estaban anidados en la sociedad romana, como el vicio y la corrupción. Claro que al mismo tiempo decidió organizar espectáculos aparatosísimos, como el que tuvo lugar el día 15 de agosto en la iglesia de Santa Maria la Mayor de Roma, acto en el que Rienzo fue coronado. El historiador Dupré-Theseider calificó al citado acto de "caricatura fantástica de la coronación imperial". Es posible, no obstante, que desde aquel momento comenzara el declive del tribuno. Excomulgado por el Papa, que le acusó de usurpación, Cola di Rienzo perdió el poder en diciembre de 1347. Su regreso, siete años después, fue un mero apéndice. Las aventuras de Cola di Rienzo concluyeron en el otoño de 1354 con su asesinato y el restablecimiento pleno de la administración pontificia en Roma. De todas formas, la odisea de Cola di Rienzo, en la que había simultáneamente tanto aspectos políticos como sociales, y en la que el elemento personal desempeñó un papel decisivo, fue de una originalidad indiscutible. Roma vivirá en sus propias carnes el Gran Cisma de Occidente. El Cisma de Occidente se produce cuando a la muerte en el año 1378 de Gregorio XI -que había trasladado a Roma la sede papal desde Aviñón-, los cardenales romanos eligieron como sucesor a Urbano VI. Un colegio de cardenales disidentes se opusieron al candidato romano y proclamaron a Clemente VII, lo que originó la división en el seno de la Iglesia. Tras diversos proyectos de solución -Via Cessionis, Via Compromissi y Via Conventionis- se intentó llegar a un acuerdo con la apertura de un concilio en Pisa (1409) donde se eligió a un nuevo pontífice, Alejandro V. Resulta evidente que tres papas no era ninguna solución, por lo que se convoca un nuevo concilio, esta vez en Constanza (1414) donde son declarados depuestos los tres pontífices y elegido Martín V, lo que supuso la extinción del Cisma. En 1420 los papas regresan definitivamente a Roma. Durante la ausencia pontificia, la ciudad había iniciado un periodo de franca decadencia, sufriendo una gradual despoblación, desabastecimiento e insalubridad. Los pontífices decidieron restablecer su autoridad y convertir esa ciudad arruinada en una capital digna de la Iglesia Universal. Llevaron a cabo una política anticomunal e instituyeron una burocracia encargada de dirigir el gobierno urbano. La Curia se convertía en una compleja administración constituida por cinco consejos ,a cuya cabeza estaba el papa y el Colegio Cardenalicio. Las grandes familias nobiliarias pugnaban por formar parte de la Curia, al tiempo que los propios pontífices reservaban los puestos más importantes para sus familiares y parientes. En los últimos años del siglo XV las obras salpicarán todos los rincones de la ciudad para convertirla en un nuevo referente artístico.
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En la más pura tradición, los Flavios trataron de mantener los compromisos del poder con la plebe de Roma, que seguía alcanzando una cifra próxima a los 200.000 ciudadanos. El resto de la población necesitada de la ciudad (emigrantes itálicos o romanos, pobres, mercaderes o asalariados) quedaba excluido de ese grupo privilegiado. Los Flavios siguieron haciendo distribuciones gratuitas de alimentos y dinero para esa plebe y buscaron además el apoyo de la misma con donativos extraordinarios de dinero, congiaria, y con la emisión de abundantes espectáculos públicos, a los que la plebe asistía gratuitamente y en los que podía recibir además otros donativos extraordinarios. Como ejemplo, baste decir que Domiciano hizo tres congiaria (el 84, el 89 y el 93) dando en cada ocasión 300 sestercios a cada uno de los beneficiados. Como había hecho Augusto, los Flavios llevaron a cabo una ingente tarea constructiva en Roma. Además de reparar acueductos, completar la reconstrucción de templos como el del Júpiter Capitolino o el de Honos et Virtus, de otros edificios públicos como la sede del deposito de los documentos oficiales, tabularium, de pavimentar calles de Roma, creó unos grandes depósitos, horrea Vespasiani, destinados al almacenamiento de víveres y a cajas de depósito de bienes de particulares. La atención al tabularium restaurado por Vespasiano es además indicativa de los valores del régimen, pues hizo "reconstruir 3.000 planchas de bronce destruidas en el incendio del Capitolio y mandó buscar copias de ellas por todos sitios: era la colección de documentos más bella y antigua del Imperio, que contenía los senadoconsultos y los plebiscitos sobre pactos de amicitia y de foedus así como los privilegios concedidos a particulares casi desde los orígenes de Roma" (Suet., Vesp., VIII). En el lago de la domus aérea de Nerón, se inició bajo Vespasiano la construcción del mayor anfiteatro del Imperio, el conocido hoy como Coliseo, obra inaugurada por Tito y ampliada por Domiciano. Y bajo los Flavios se amplió y completó la construcción del palacio imperial. Tal política constructiva, reflejo del interés por dotar a la capital del imperio del mayor esplendor, es igualmente indicativa del saneado estado de las finanzas públicas y de las oportunidades ofrecidas para emplear a gran cantidad de mano de obra asalariada. La Roma de esa época rondaba en torno al millón de habitantes. Los pretorianos, parte ya de la ciudad de Roma, son igualmente objeto de atención. Vitelio había renovado sus componentes con tropas fieles escogidas de sus legiones. Vespasiano, a su vez, licenció a gran parte de esas tropas de Vitelio para sustituirlas por soldados de su ejército. Pero las medidas más importantes fueron las destinadas a privar a los pretorianos de su capacidad de intervención política y consistieron en lo siguiente: comenzar a incluir entre los pretorianos a soldados reclutados en las provincias, disminuir el número de las cohortes y, bajo Vespasiano, situar a su hijo Tito como prefecto de esas tropas.
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Sede inquebrantable y trono venerable del bienaventurado Pedro... domicilio de la religión cristiana, madre y patria común de todos los fieles, obra segura de todas las naciones que, desde todo el mundo, confluyen en ti. Estas palabras de Sixto V (1585-90) evidencian la ambiciosa conciencia que se tenía a fines del siglo XVI sobre el papel de Roma en el concierto mundial, como centro consolidado y triunfante del Cristianismo católico y como capital del Estado de la Iglesia.Precisamente, al iniciarse el Seicento su fisonomía urbana había dado un vuelco total. Y es que durante el pontificado de Sixto V, que se hacía llamar el restaurator Urbis, se inauguró para Roma una era edilicia sin precedentes, que determinaría su nueva estructura y su aspecto monumental, acentuando su carácter formal de organismo de representación. Todo respondía a su programa para transformar la Roma antigua y pagana en la nueva Roma cristiana, triunfante sobre la herejía. Las parciales y aisladas intervenciones llevadas a cabo sobre su casco con anterioridad culminaron entonces en la vasta y coherente planificación urbanística abordada por el papa Peretti y proyectada por su arquitecto Domenico Fontana. El plan, ideado para dar conexión viaria, tanto funcional como simbólica y visual, a las siete Basílicas romanas, además de a otros lugares de culto, conformando un itinerario de peregrinación, se concentró en la red viaria convergente en Santa Maria Maggiore -donde el papa se había construido su capilla-mausoleo, muy cerca de su gigantesca villa Montalto-. Además de superarse las murallas aurelianas, el trazado de anchas y largas calles rectilíneas, que desembocaban en dilatadas plazas -jalonadas por obeliscos paganos, elevados también en otros cruces viarios-, provocó la remodelación de iglesias y capillas y la construcción de otras nuevas, de palacios y villas, de casas de vecindad y tiendas, la reparación de desmochados acueductos y la erección de fuentes y mostre conmemorativas. Hasta se proyectó convertir el interior del Coliseo en una factoría de paños de lana para emplear a prostitutas y mendigos.En 1590, aportando las profundas claves ideológicas del proyecto: recuperar para Roma el papel de Caput mundi, Sixto V, orgulloso, decía "Y tú, Roma, no sólo necesitas la protección divina y la fuerza sagrada y espiritual, sino también la belleza que deparan las comodidades y ornamentos materiales. Por ello... no hemos dejado de estar atentos a las necesidades públicas y privadas de los ciudadanos y habitantes de esta villa... renovando lo viejo y creando lo nuevo -todo para mayor gloria de Dios todopoderoso y en honor de la Santa Sede-, hemos pretendido, con todas nuestras fuerzas, conservar toda la ciudad en toda su grandeza y esplendor".De lo ambicioso del plan y del alcance de sus valores figurativos dan idea las palabras del propio Fontana al indicar que Sixto V "ha abierto en muchos lugares varias calles anchas y rectas de forma que cada cual pueda, a pie, a caballo o en carroza, partir del lugar de Roma que quiera y llegar casi directamente a los más famosos lugares de devoción, lo que ayuda a que la ciudad se llene de gente;... siendo esas calles frecuentadas por el pueblo, se construyen... con gasto en verdad increíble. Y conforme al ánimo de tan alto Príncipe, ha trazado las dichas calles de un lado a otro de la ciudad, sin atender a los montes y los valles que por allí la atravesaban;... haciendo nivelar aquéllos y rellenar éstos, los ha reducido a suavísimas llanuras y bellos lugares, descubriéndose en los sitios por donde pasan las partes más bajas de la ciudad, con variadas y diversas perspectivas, de manera que la devoción se alimenta incluso con el deleite de los sentidos" (D. Fontana, "Della trasportazione dell'obelisco vaticano e delle fabbriche di... Sisto V", 1590).
obra
En 1819 Turner realizaría su primer viaje por Italia, visitando Turín, Como, Venecia, Roma, Nápoles y Florencia. En la Ciudad Eterna pasó una temporada, conociendo a Canova y siendo elegido miembro de la Academia de San Lucas. En este viaje realizó numerosas copias de los maestros antiguos -Tiziano, Tintoretto, Giorgione, Verones, Rafael- sintiendo especial admiración por este último como podemos apreciar en su famosa obra Rafael y la Fornarina. En este sensacional dibujo Turner nos muestra una vista de la ciudad de Roma desde la basílica de San Pedro, concretamente desde una de las esquinas de la fachada, pudiendo contemplar la plaza realizada por Bernini con su obelisco central y las diferentes edificaciones de la ciudad al fondo. El firme trazo nos indica la capacidad del maestro como dibujante, resultando una sensacional vista urbana, temática no muy frecuente en su producción.
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La ciudad de Roma se convierte durante esta época en un lugar ideal, casi tan fabuloso como las evocaciones que su historia podía hacer presagiar. No se trata ya del optimismo humanista que consideraba posible reconstruir fielmente la antigua Roma a partir de las ruinas existentes, gracias a la supuesta racionalidad normativa de su arquitectura que permitiría restituir a su originaria disposición cualquier edificio, aunque sólo se conservara un pequeño fragmento. Hacía tiempo que, desde las más diversas posiciones, de esa actitud sólo quedaba el prestigio o la fortuna de algunas soluciones. La grandeza y magnificencia de la ciudad podía servir, a lo largo del siglo XVIII, para confirmar el peso de la Roma Triunfante del Barroco, para atestiguar el prestigio canónico del Renacimiento o las excepciones del Manierismo. Pero también era el lugar privilegiado de una arqueología cristiana específica, así como de un nuevo tipo de relación con la Antigüedad, desde las reconstrucciones barrocas de la ciudad antigua de un Bianchini a la polémica teórica y arqueológica de un Piranesi.En Roma coincidían, y no sólo polémicamente, la tradición barroca, el rigorismo clasicista, las nuevas ideas de la Ilustración, el racionalismo y el idealismo. Pero lo que en Venecia, a través del enfrentamiento entre Lodoli y Massari, podía interpretarse cómo un coloquio imposible, parece encontrar aquí la posibilidad de un acuerdo transitorio, tal vez porque se excluya cualquier contacto con el racionalismo. Tal vez, uno de los ejemplos más elocuentes de esa contradicción pueda ilustrarse con la Villa Albani de Roma. Villa que es pensada como museo, como arquitectura de una colección de antigüedades. Sin embargo, su arquitectura respira el orden y la elocuencia del barroco, su jardín la naturalidad artificiosa del manierismo, su ornamentación interior no desdeña la imagen rococó de la decoración, y, por otra parte, es escenario de algunas pinturas que son verdaderos manifiestos de un nuevo gusto y de las tertulias idealistas de un Winckelmann, convertido en guía intelectual. Una villa que no cumple funciones de habitabilidad, sino de representación, como dando la razón a Massari en su polémica con Lodoli.Construida, entre 1756 y 1763, por Carlo Marchionni (1702-1786) para delicia del Cardenal Alessandro Albani, arquitectónicamente es heredera del lenguaje rigorista de Salvi, Fuga o Vanvitelli. En su distribución y organización revela la sumisión de la arquitectura al comitente, a las necesidades de exhibición privada y aristocrática de las colecciones de antigüedades del Cardenal Albani, que eligió como bibliotecario a Wincklemann y como pintor a Mengs. Es decir, algunas de las más nuevas propuestas figurativas y estéticas conviven sin dificultad con los elementos y valores más tradicionales. Cada imagen, cada estatua u objeto, ocupa un lugar determinado en el espacio de la arquitectura o del jardín, casi como los mismos personajes que la visitaban o la tenían como aplicación práctica de sus convicciones.El racionalismo de la Ilustración y su carácter crítico no parecen tener lugar en este marco, escenario de tantas ideas renovadoras con respecto al valor ,ideas de la Antigüedad, tal como lo entienden Winckelmann o Mengs. Se ha comparado la Villa Adriana con la Albani, pero mientras que en la primera Adriano coleccionaba piezas y arquitecturas del imperio y las hacía colisionar tipológica y simbólicamente, en la segunda un orden ideológico controla cualquier excepción, desde la construcción de una ruina, inspirada en el templo rornano de la Fons Clitumni, en el jardín, al célebre Parnaso que A. R. Mengs (1728-1779) pintara, en 1761, en el salón de la villa. De hecho, Marchionni, ya fuera por iniciativa propia o por sugerencia del Cardenal Albani o de su asesor Winckelmann, incluyó muchas de las obras antiguas de la colección en la propia estructura ornamental del interior que, como es conocido, combinaba elementos clasicistas con los rococós.El Parnaso de Mengs, elogiado por Winckelman y el Cardenal Albani, se convirtió en una de las obras más admiradas de la villa, lugar de visita ineludible para todos los viajeros del Grand Tour. La composición horizontal recuerda algunas conocidas pinturas romanas, pero lo más interesante es que en la obra de Mengs se resumen muchas de las ideas librescas y eruditas que sobre la Antigüedad iba a manejar la cultura neoclásica. En efecto, El Parnaso de Mengs es, por un lado, un intento de emulación del de Rafael y, por otro, pretende dar un salto en el tiempo, imitando la Antigüedad en los términos idealistas teorizados por Winckelmann. No es una casualidad que el Apolo que preside y ordena la composición esté inspirado directamente en el Apolo del Belvedere, en el Vaticano, considerado por Winckelmann el ideal de la belleza griega. Pero, además, Mengs, como solía hacer en cuadros y escritos, no tiene inconveniente en introducir un elemento extraño, una distorsión intelectual o figurativa. Se trata de la pequeña rechoncha columna de orden dórico sin basa que sirve de apoyo a una de las Musas. Su posición central en la composición, al lado de la figura de Apolo, permite suponer la importancia teórica concedida a ese primitivo orden dórico griego, entendido como origen del sistema de los órdenes de arquitectura. Un orden dórico, distinto al romano y al toscano, que comenzaba a ser admirado en Paestum y en Atenas y que no complacía a Winckelmann e irritaba a Piranesi, que llegó a encadenarlo en una de sus famosas Cárceles (1761). En todo caso, el polémico Mengs se hacía eco de un debate que tendría importantes consecuencias teóricas y figurativas, convirtiéndose el orden dórico griego, sin basa, casi en un emblema de las tendencias simplificadoras y abstractas del neoclasicismo posterior. De todas formas, la sistematicidad del pensamiento y del arte de Mengs dista mucho, a pesar de algunas brillantes intuiciones y convicciones, del sistema interpretativo del arte elaborado por Winckelman.Magnífico retratista, Mengs sólo tuvo un competidor en ese género en P. Batoni (1708-1787). Pintor formado con Sebastiano Conca, acabaría especializándose en realizar retratos de extranjeros que visitaban Roma, presentados casi siempre en un espacio construido con restos arquitectónicos, planos o dibujos alusivos a la grandeza de la Antigüedad. En este contexto, la presencia mencionada de una columna dórica griega en El Parnaso podría pasar exclusivamente como un motivo ornamental, compositivo o estrictamente histórico. Sin embargo, las intenciones de Mengs eran muy concretas. De hecho solía realizar verdaderos discursos conceptuales y teóricos en sus pinturas. Un ejemplo de este tipo de pintura fuertemente intelectualizada podemos observarlo en otra obra de Mengs, realizada en 1756, el Retrato de Lord Charlemont (Galería Narodni, Praga), también retratado por Batoni. Es un cuadro alegórico en el que un joven vestido a la antigua y apoyado sobre un monumento dedicado a Vitruvio atiende las indicaciones que le dirige una joven que representa a la Arquitectura. Esas indicaciones se resumen en el busto de Palladio, hacia el que dirige el gesto de su mano. El discurso que propone Mengs parece claro: frente al estudio teórico de la arquitectura existe un modelo de equilibrio entre teoría y práctica que es Palladio, realizando además una crítica a las insuficiencias doctrinales derivadas del tratado vitruviano. En este punto conviene recordar que durante los años en los que Mengs fue Príncipe de Academia de San Lucas esa institución romana conoció el momento de mayor influencia del palladianismo. Por otra parte, se trata de consideraciones que revelan que el neoclasicismo de Mengs, si así se puede llamar, estaba más cerca de Massari que de Lodoli, en la polémica ya comentada.Esa incompatibilidad, que evidencia la obra de Mengs, entre racionalismo y neoclasicismo era también compartida por Winckelmann y por el propio Piranesi, aunque con matices diferenciadores. Mengs, por otro lado, será heredero y partícipe de algunas de las influyentes ideas de Winckelmann sobre la belleza y el gusto como valores absolutos, pero se trata de un concepto del gusto sometido al modelo de la Antigüedad, o mejor, a algunos modelos seleccionados entre los antiguos y, también, entre los modernos, cuyos paradigmas no eran otros que sus admirados Rafael, Correggio y Tiziano. Pintores que cumplían un papel semejante al atribuido por el mismo Mengs a Palladio frente a Vitruvio. De nuevo la Historia, aunque fuera entendida en una forma idealista, se convierte en un argumento básico de la cultura artística del siglo XVIII.Si la fama y la fortuna de Mengs fueron enormes en los años centrales del siglo XVIII, la importancia de la obra teórica e historiográfica de su amigo y admirador Johann Joachim Winckelmann (1717-1768) es decisiva para entender la pasión por la Antigüedad y, sobre todo, por el arte griego, convertido en ideal de la perfección de la belleza. Winckelmann, además, inaugura una disciplina, la historia del arte, ya no entendida como vida de los artistas o teoría del arte, ni tampoco como estética o filosofía del arte. Podría decirse que nos enseñó a mirar el arte griego, pero, sobre todo, introdujo la pasión por el análisis formal, figurativo e histórico de las obras de arte. Un bellísimo ejemplo sigue siendo su influyente "Historia del arte en la Antigüedad", publicada originariamente en alemán, en 1766. Su amistad y colaboración con el Cardenal Albani le llevó incluso a vivir en su célebre villa. Desde sus primeros escritos defendió una Idea de la Belleza en la que la Naturaleza sólo podía ser imitada a través de la experiencia histórica y perfecta del arte griego. En consecuencia, no podía aceptar las modernas teorías de Laugier o Lodoli sobre el acercamiento racional a la Naturaleza, ni mucho menos que la arquitectura pudiera encontrar su perfección en la cabaña primitiva. Es más, siempre observó con escepticismo la nueva pasión por el rudo orden dórico griego de Paestum, y no podía ser de otra forma en alguien que había aprendido a amar el arte griego en sus realizaciones helenísticas y en sus copias romanas.Por otro lado, su idea de la Belleza Ideal procedía de la tradición del clasicismo de Bellori. Si la finalidad del arte era, para Winckelmann, imitar a los griegos con el fin de poder llegar a ser inimitable, tampoco podían olvidarse intérpretes posteriores, como Rubens o Bernini, aunque estos artistas modernos hubieran estado más pendientes, en su opinión, "de la naturaleza que del gusto antiguo".De él también proceden muchos de los tópicos historiográficos que sobre el siglo XVIII se suceden todavía, como por ejemplo la oposición entre Tiépolo y Mengs, que se ha ampliado a todo el siglo, entre barroco y rococó y el neoclasicismo, aunque ya se ha comprobado lo inexacto de esa oposición. Con una fórmula eficaz resumía Winckelmann esa confrontación: "Tiepolo hace en un día lo que Mengs en una semana; pero lo que hace, apenas visto, es olvidado, mientras que la obra de Mengs permanece inmortal". De nuevo, como en la polémica entre Diderot y el escultor Falconet, el Tiempo aparece como un concepto cualitativo enormemente importante y no sólo desde un punto de vista histórico, sino también narrativo, espacial y perceptivo.Pero también apuntó interpretaciones que han marcado la construcción de la disciplina de la historia del arte, como la idea de que la nueva ciencia tiene como objetivo el de individualizar en los cambios de Estilo la esencia misma del arte. En este sentido, la arqueología sufre una de las aportaciones fundamentales, ya que Winckelmann para hacer la historia del arte antiguo confronta las técnicas, los textos y sobre todo el análisis de las obras en su carácter plástico.
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La dependencia esclavista pasó a ser hegemónica como consecuencia del dominio romano. Ya en año 214 a.C., todos los turdetanos aliados de los cartagineses, al ser hechos prisioneros, fueron vendidos como esclavos bajo la modalidad de venta sub corona, es decir coronados con guirnaldas de flores (Livio, XXIV, 4, 1). En el 208 a.C., Escipión vendió a todos los prisioneros africanos obtenidos en la batalla de Boecula, cerca de Bailén (Livio, XXVII, 19). En el 195, Catón vendió a todos los bergistanos (Livio, XXXIV, 21). En el 184, Terencio Varrón vendió como esclavos a los prisioneros tomados en Corbión (Livio, XXXIX, 42). Y noticias semejantes se van repitiendo referidas a los años posteriores. Entre ellas, hay algunas sobresalientes como la referida al año 141, cuando Q. Fabio Serviliano, después de tomar tres ciudades (Iscadia, Obulcola y Gemella) que simpatizaban con la causa lusitana, se apoderó de 10.000 prisioneros: mandó cortar la cabeza a 500 y vendió al resto como esclavos (App., Iber., 68). Y el año 98 a.C., el cónsul Tito Didio, una vez tomada Colenda (en el valle del Duero), vendió como esclavos a todos sus habitantes incluidas las mujeres y los niños (App., Iber., 99-100). Muchos de estos esclavos hispanos fueron trasladados fuera de la Península. Tenemos constancia de casos como éstos: que Escipión el Africano volvió a Roma con muchos prisioneros (App., Iber., 38), que 50 prisioneros de Numancia fueron llevados a Roma para celebrar el triunfo de Escipión (App., Iber., 98), que Galba vendió en las Galias a prisioneros lusitanos (Liv., Per., 49), etc. En el año 141 a.C., un contingente de prisioneros sedetanos que eran llevados a Italia prefirieron la muerte a la esclavitud y naufragaron después de perforar las naves que los transportaban (App., Iber., 77). Pero no todos los prisioneros/esclavos eran llevados fuera de la Península. Para el esclavista y por razones obvias, lo importante era alejarlos de sus comunidades de origen. Así hicieron los cartagineses con los saguntinos, que fueron dispersados por toda la Península (Liv., XXVIII, 39). Sertorio trasladó a Lusitania en calidad de esclavos a las tropas huidas de la batalla de Lauro en el año 76 (Orosio, V, 23, 6). Son frecuentes las noticias sobre prisioneros que prefirieron el suicidio a llevar una vida de esclavitud. Se refieren varios suicidios de colectivos por tales razones: el de los habitantes de Astapa, el de los celtíberos de Contrebia, el de mujeres bracaras durante la campaña de Bruto el Galaico y otros. A pesar de ello, la esclavitud se fue consolidando en Hispania. Esa visión global del reparto de la población atendiendo a los estatutos jurídicos debe ser integrada en el análisis de los diversos sectores económicos. Así, el artesanado, el comercio y la minería constituyen los sectores más productivos: los beneficios que proporcionaban no se derivaban sólo de su propio carácter sino del hecho de representar las actividades económicas que empleaban mayor contingente de mano de obra esclava, natural de la Península o importada. Plinio refiere cómo había aquitanos trabajando día y noche en las minas de plata de Baebelo (Nat. hist., 33, 96). Y la cifra de 40.000 trabajadores de las minas de plata de Cartagena, tal como cuenta Polibio, obliga a pensar en que la totalidad o la mayoría de ellos eran esclavos, a tenor de los usos de la época en las explotaciones mineras. Carecemos de información completa sobre el estatuto de los trabajadores del campo. Mientras los pequeños propietarios llevaban a cabo por sí o con la ayuda de otros miembros de su familia la atención de sus explotaciones, como siempre ha sucedido en el mundo rural, se imponía que los grandes propietarios utilizaran el trabajo de asalariados libres o el de mano de obra esclava. Para época altoimperial y en el valle del Guadalquivir, en bajo valle del Ebro y en diversas zonas del Levante peninsular los grandes propietarios se servían tanto de asalariados como de esclavos. La flexibilidad de usos de la mano de obra esclava, que podía ser destinada a cualquier actividad rural o doméstica, permite pensar que muchos grandes propietarios, aquellos que antes se romanizaron, dispusieran habitualmente al menos de un reducido grupo de esclavos, como venía sucediendo en la economía agraria de Italia desde el siglo III a.C. Al igual que en toda sociedad tradicional, la diferenciación de sexos marcaba generalmente la relación con el trabajo y con el desempeño de funciones políticas, administrativas o militares. La guerra era un asunto reservado a los hombres por más que, excepcionalmente, se relaten acciones de mujeres que tomaron las armas: tal sucedió, por ejemplo, en la defensa de Salamanca frente a las tropas de Aníbal; al no poder resistir el empuje de las tropas púnicas, los hombres salieron de la ciudad para entregarse junto con sus mujeres, pero éstas llevaban ocultas bajo sus sayos las armas para ser entregadas a sus hombres ante un descuido de la defensa púnica (Plutarco, Virt. Mul., 248e). Los magistrados de la comunidad, los senadores, los componentes y mandos del ejército eran hombres. Además de que la gestión de todos los asuntos domésticos encomendada a las mujeres era una parte del proceso productivo y además de que las mujeres colaboraban en otras muchas actividades directamente productivas (cuidado de huertos, atención a la ganadería doméstica, etc.), hay noticias claras sobre el trabajo añadido que muchas mujeres desempeñaban en la atención al telar. Gran parte de las tareas de hilado y tejido se desempeñaban en el ámbito doméstico. Un fragmento del Paradoxógrafo Vaticano cuenta cómo, entre los iberos, se celebraban concursos en determinadas fiestas y se premiaba a las mujeres que hubieran tejido más vestidos y los más hermosos. Y esta tradición continuó: una inscripción de época imperial hallada en Torrecampo (cerca de Martos, Jaén) recoge las alabanzas a una señora que había manifestado, entre otras virtudes, sus excelentes cualidades para el tejido de la lana, lanificii praeclara (CIL Il, 1699). Mientras vamos teniendo algunas informaciones precisas sobre las condiciones de los niños y su relación con las fuerzas productivas para época altoimperial, no hay un solo estudio sobre los niños en la Hispania republicana por más que haya referencias aisladas a su uso como rehenes, como componentes de parte del botín de guerra y, por lo mismo, como mercancía.
contexto
Roma fue ocupada por las tropas napoleónicas en 1798. El papa marchó al exilio y en la ciudad se instauró la República. El pontífice regresó dos años después y aceptó todos los compromisos que le plantearon los republicanos. Pero la República Romana apenas duró diez años ya que, de nuevo, las tropas francesas entraron en Roma para desmantelar la antigua administración. Pero en 1809 el poder temporal del papa era abolido y el santo padre regresaba al exilio. Pío VII recuperaba el Estado de la Iglesia en mayo de 1814, restableciendo sus antiguas fronteras gracias al Congreso de Viena. Los aires revolucionarios que recorren Europa entre 1830 y 1848 también llegarán a Italia, especialmente a Roma. Mazzini será el promotor de las ideas nacionalistas, favorecidas por las ideas liberales que el papa Pío IX estaba implantando en los Estados Pontificios. En febrero de 1849 se proclama la República Romana. El santo padre no duda en solicitar la ayuda francesa, cuyas tropas ocupan la ciudad y reinstauran a Pío IX en julio de 1849. La reacción absolutista alcanzó todas las regiones y reinos de la península italiana, pero los deseos de independencia y unidad no son apagados tan fácilmente. Los italianos empezaron a comprender que no podrían llegar a la unificación política de Italia sin librarse primero de la dominación austriaca, y que esta liberación sería imposible sin la ayuda de alguna potencia extranjera. El nuevo reino de Italia surgirá gracias a las intervenciones de Francia y Prusia, pero tras la paz de Viena -octubre de 1866- en la que se consigue Venecia, sigue quedando el territorio de los Estados Pontificios en manos del papa y bajo protección francesa. La cuestión de la capitalidad, en cualquier caso, no desaparecería del horizonte político y continuó preocupando a los italianos, ya que todos eran conscientes que no se llegaría a ningún cambio sustancial de la situación sin el acuerdo de las potencias y, muy especialmente, de la Francia de Napoleón III, que tenía que aplacar las críticas que le dirigían los católicos franceses por una política contraria a los intereses del Papa. Una intentona de Garibaldi ("Roma, o morte"), a finales de agosto de 1862, tuvo que ser abortada por las tropas italianas en Aspromonte. La Convención franco-italiana de septiembre de 1864 sólo sirvió para que los italianos trasladasen la capital a Florencia, después de haber ofrecido garantías de que los Estados Pontificios serían respetados, pero la cuestión seguía abierta. La indefinición en cuanto a la retirada de la guarnición francesa en Roma era una permanente demostración de la necesidad de contar con el beneplácito de las grandes potencias. Las dificultades financieras del nuevo Estado italiano y la crisis social en las provincias del sur obligaron a retrasar la búsqueda de una solución a la cuestión romana, en espera de que la situación internacional volviera a brindar una ocasión favorable. Una vez más, Garibaldi, con el apoyo encubierto del rey Víctor Manuel, intentó resolver el problema por la vía de la acción directa y amenazó a Roma a finales de octubre de 1867, pero fue derrotado en Mentana el 3 de noviembre por las tropas francesas. Los franceses se instalaron en Civitá Vecchia y las relaciones con el Estado italiano entraron en una fase de gran tirantez. Ya en plena crisis franco-prusiana, al rechazar una oferta de una alianza militar con Italia a cambio de la retirada de las tropas estacionadas junto a Roma, el ministro de Asuntos Exteriores francés, Gramont, llegó a decir: "Cuando Francia defiende su honor en el Rin, no lo va a perder en el Tíber". Los acontecimientos, sin embargo, se precipitaron. La guerra franco-prusiana estalló en julio de 1870, lo que obligó a la retirada de la guarnición francesa en Civitá Vecchia. Aunque Víctor Manuel II se inclinó inicialmente por ponerse al lado de Francia, esperando obtener Roma como fruto de una victoria francesa, sus ministros consiguieron aplazar esta decisión y la noticia de la derrota francesa dejó a los italianos las manos libres para apoderarse de Roma. El 20 de septiembre las tropas italianas hicieron su entrada por la Puerta Pía, en donde sólo encontraron una resistencia simbólica de las tropas papales, que tuvieron 19 bajas. Las de las tropas italianas fueron 49. Un plebiscito celebrado en octubre se decantó casi abrumadoramente favorable a la anexión. Víctor Manuel, que había intentado antes de la invasión conseguir del Papa una renuncia voluntaria a sus derechos como soberano temporal, no fue a Roma hasta diciembre de ese mismo año, y el Parlamento votó en mayo de 1871 una ley de garantías que pretendía regular las relaciones con el Papado. Pío IX la rechazó y abandonó el palacio del Quirinal para refugiarse en el Vaticano, donde se consideró prisionero. A primeros de agosto de 1871 Roma fue declarada capital del Reino de Italia. De acuerdo con las propias palabras de Víctor Manuel al Parlamento italiano, la obra a la que había dedicado su vida estaba cumplida. Massimo d'Azeglio, sin embargo, había advertido al propio rey: "Señor, hemos hecho Italia; ahora debemos hacer italianos". Los problemas del nuevo Estado, desde luego, no eran pocos. El principal era encontrar una solución a las difíciles relaciones con el Papado, fortalecido tras el Concilio Vaticano I. Este conflicto entre el Papado y el Estado de Italia se resolverá con los Acuerdos de Letrán firmados en 1929 entre Mussolini y el papa Pío XI. Por estos acuerdos se regulan las relaciones entre la Santa Sede y el Estado italiano y se crea la Ciudad del Vaticano, un "pañuelito de tierra" -en palabras del propio pontífice- necesario para garantizar la independencia y la libertad de la Sede Apostólica. El gobierno fascista de Mussolini abandonaba Roma el 8 de septiembre de 1943, el día del armisticio. La ciudad se vería en esos momentos atrapada entre su estatuto de ciudad abierta y la ocupación de las tropas nazis. La actividad clandestina fue en aumento hasta convertirse en uno de los centros directivos del Comité de Liberación Nacional. Roma era liberada por los aliados el 4 de junio de 1944. Desde ese momento, la capital de Italia es una de las ciudades internacionalmente más populares, albergando las sedes centrales de muchas empresas multinacionales y agencias, como la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) o el Consejo para la Alimentación Mundial y el Programa Mundial de Alimentación (PMA).
contexto
Las dificultades de abastecimiento de Roma bajo la prefectura del pretorio de Cleandro trajeron el hambre a la ciudad; Cleandro figuró como el responsable y fue condenado a muerte (año 189). El hecho no pasaría de anécdota si no fuera porque sirvió de incentivo para crear la flota Africana Commodiana con el fin de impedir que se volviera a repetir una situación semejante. Parece que esta flota se formo por el sencillo procedimiento de obligar a agruparse a armadores particulares, que quedaban sometidos a obligaciones de atender al abastecimiento tal como lo indicaba el Estado. Esta decisión es un anticipo del progresivo intervencionismo estatal en las asociaciones profesionales. Tampoco debió ser buena la situación económica de algunas provincias occidentales. La revuelta de Materno (entre los años 185-188) lo evidencia para las Galias e Hispania Citerior. Materno comenzó formando bandas armadas en la Galia central, con las que asaltaba ricas villas rústicas. Se incrementó pronto el número de sus seguidores (campesinos pobres, esclavos, soldados fugitivos) hasta llegar a formar auténticos ejércitos en condiciones de asaltar ciudades. Materno perdió la batalla frente a las legiones romanas mandadas por Pescenio Niger, pero, poco más tarde, fue descubierto en Italia cuando con un grupo de seguidores pretendía dar muerte al emperador; su captura y condena terminaron con la revuelta. A pesar de ello, el incidente es significativo del descontento de las masas campesinas empobrecidas. La devaluación de la moneda de plata, denario, iniciada ya bajo Marco Aurelio, es otro indicador de las medidas fiscales para salvar las dificultades económicas; a fines del gobierno de Cómodo, en la composición del denario había sólo el 50 por 100 de plata. A pesar de todo, las ciudades de Oriente y de Africa mantenían mejores condiciones de vida. Por ello, no es casual que, además de los orientales, los senadores africanos comenzaran a ser significativos. Septimio Severo, el emperador que sucedió a Cómodo, procedía de una familia de Leptis Magna (en la Tripolitania, actual Libia).
Personaje
Otros
Trabajó como abogado en Barcelona. Fue miembro de la Real Conferencia de Física experimental y de Agricultura de esta localidad. En el años 1768 se estableció en Valladolid y ocho años más tarde le enviaron a la Audiencia de México como magistrado. Cuando falleció Antonio Bucarelli ocupó el cargo de virrey hasta que fue reemplazado por Martín de Mayorga. Escribió "Disertación histórico-político-legal para los colegios y gremios de Barcelona y sus privativas" y "Las señales de la felicidad de España y medio de hacerlas eficaces".