Monet estaba bastante acostumbrado a representar la naturaleza de manera aislada pero en 1865 se encuentra con un nuevo reto: introducir las figuras en el paisaje. Sus deseos de realizar una obra al aire libre protagonizada por figuras a tamaño natural, que compitiera con el Desayuno en la hierba de Manet, le llevarán a realizar una obra sobre el mismo tema. Este retrato del acuarelista y grabador Victor Jaquemont se integrará en este contexto. El maestro incluye sus figuras en paisajes determinados por la perspectiva en profundidad, siguiendo las normas académicas. Así el hombre y el perro aparecen en un primer plano mientras que el punto de fuga se sitúa en la vereda que se ubica tres ellos. En la senda podemos apreciar estudios de luz penetrando entre el follaje, envolviendo el parasol del grabador. La figura está integrada en el paisaje, aunque parece flotar en el espacio. Viste de manera elegante, remarcando con una línea oscura los límites de la vestimenta, recordando el estilo de Manet. En la aplicación del color encontramos un marcado contraste ya que las hojas y los toques de luz -incluso el perro- están trabajados de manera rápida y empastada mientras que en la figura apreciamos una mayor fluidez. Esto sería una muestra de que la obra está acabada en el taller, surgiendo los estudios preliminares al aire libre y finalizando en el estudio.
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Agustin Jean Hurel nació el 27 de noviembre de 1831 en Tournouvre; se ordenó en París el 17 de mayo de 1856 siendo nombrado rápidamente capellán de Sainte-Geneviève. Entre 1862 y 1864 ocupa la vicaría de la iglesia de Saint-Philippe-du-Roule y en noviembre de 1864 es nombrado vicario de la Madeleine. A la edad de 53 años es relevado de sus funciones por motivos hasta ahora desconocidos, viviendo en París hasta su fallecimiento en 1909. Fue preceptor del duque de Massa, amigo de la familia Manet y pintor aficionado. Cuando posó para el maestro tenía 44 años, formando parte de una serie de retratos de cuerpo entero entre los que también destaca el de Théodore Duret. La figura del abad se recorta sobre un fondo neutro, vestida con traje talar y cruzando sus manos a la altura de la cintura. La rápida ejecución no impide que Manet se interese por captar la personalidad de su modelo, destacando el rostro y las manos de la misma manera que hicieron Goya, Rembrandt o Velázquez, por los que sentía especial admiración.
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El Greco y su peculiar estilo manierista apenas dejaron Escuela en España. Solamente Luis Tristán aparece como su claro seguidor, de modo que los rasgos del maestro se perciben con facilidad en este severo retrato de cortesano. El personaje viste de negro riguroso, como se estilaba en la Corte de los Austrias en Madrid. Tan sólo destacan los puños y la gola blanca, así como el crucifijo de oro sobre su pecho. La forma de representar al retratado sigue fielmente los modelos de El Greco, con un fondo neutro muy oscuro sobre el que se pierde el contorno de la figura. La barba afilada reafirma la similitud, aunque su razón se encuentra en la moda de la época y no en la imitación de un estilo pictórico. El modelo que Tristán ofrece es sumamente dependiente del Manierismo ya superado en el panorama pictórico español, y pronto se ha de ver renovado por el Barroco, que ya se había extendido en regiones como la andaluza, concretamente en Sevilla.
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Don Gonzalo Jiménez de Cisneros nació en la localidad madrileña de Torrelaguna el año 1436. Como muchos de los miembros de la clase hidalga, el joven Gonzalo inició carrera eclesiástica, cursando estudios en Roa para después trasladarse a Alcalá de Henares, una de las ciudades más importantes y vinculadas a su vida. Posteriormente se trasladó a Salamanca para estudiar teología y derecho, finalizando su carrera estudiantil en Roma, adonde marchó para perfeccionar en administración eclesiástica. Tras el fallecimiento de su padre regresa a España y consigue el arciprestazgo de Uceda, enfrentándose con el arzobispo de Toledo, lo que significó el encarcelamiento de don Gonzalo durante varios años. A pesar de su reclusión, Cisneros no renunció a su cargo, en el que fue mantenido por el cardenal González de Mendoza. En el año 1480 recibe la capellanía mayor de la catedral de Sigüenza, iniciando su prestigiosa carrera eclesiástica y política. Movido por la piedad, cuatro años más tarde decide ingresar en la Orden Franciscana, cambiando el nombre de Gonzalo por el de Francisco. El convento de Castañar será donde realice el noviciado para pasar más tarde al de La Salceda donde será elegido superior. Su escalada no finaliza ahí ya que en el año 1492 la reina Isabel le elige como confesor siguiendo los consejos del ahora arzobispo de Toledo, el cardenal González de Mendoza, primer protector de Cisneros. Dos años más tarde es elegido provincial de la Orden Franciscana para Castilla, convirtiéndose en el principal consejero de la reina católica. El fallecimiento del cardenal Mendoza le permitirá acceder al arzobispado de Toledo, uno de los puestos más importantes en la política española. La ideología reformista de Cisneros le permitirá realizar una interesante labor pastoral en la provincia de Toledo, convocando varios sínodos diocesanos y recibiendo la orden del papa Alejandro VI de reformar los religiosos hispanos al ser nombrado visitador de los franciscanos (1496) y de las órdenes mendicantes (1499). Por estas fechas, Cisneros contaba con el total apoyo de los reyes por lo que le fue encomendada una importante misión: evangelizar a los musulmanes de la recién conquistada provincia de Granada. Los métodos represivos empleados por el cardenal cumplieron su objetivo ya que fueron varios miles los musulmanes que recibieron el agua del bautismo, convirtiéndose en cristianos. Don Francisco abandonó paulatinamente la labor pastoral para dedicarse a los asuntos políticos, espoleado por la complicada situación que vivía Castilla tras el fallecimiento de la reina Isabel en 1504. Juana heredaba la corona castellana según el testamento real, en el que se incluía una cláusula por la que Juana debía ceder sus derechos a su padre, Fernando el Católico, en caso de trastornos mentales. Esta situación provocaba una enorme tensión ya que el país se dividía en dos bandos: los partidarios del Católico y los que veían en Felipe, el esposo de Juana, la solución a sus problemas. La solución temporal llegó con la retirada de Fernando a sus estados de Aragón y el acceso de Felipe a la corona, solución transitoria ya que Felipe fallecía en el mes de septiembre de 1506 de manera repentina. Cisneros se erige desde ese momento en el regente de Castilla con dos objetivos muy claros en su política: el inmediato regreso de Fernando a Castilla y el mantenimiento del orden nobiliario, encaminados ambos al fortalecimiento del poder real. El regreso del rey católico a Castilla beneficiará a Cisneros que consigue el cardenalato en 1507 gracias al apoyo real. Su participación en episodios militares se incrementará en estas fechas ya que se ofreció en ayuda del rey para las campañas de África, llegando a intervenir personalmente en la campaña de conquista de Orán, plaza que pasó a depender del arzobispado de Toledo. Su papel en la política castellana se afianzó al obtener el cargo de Inquisidor General, una de las piezas clave en la política del momento al tener bajo su mando al temido y respetado Santo Oficio En 1516 fallece Fernando el Católico y Cisneros vuelve a ser nombrado regente de Castilla mientras el hijo natural de Fernando, Alonso, es nombrado regente de Aragón. Quizá sean estos momentos los más difíciles de su carrera ya que se tendrá que enfrentar a diversas sublevaciones nobiliarias, aprovechando el "vacío de poder", con el fin de recuperar sus privilegios perdidos durante el reinado de Isabel. Para evitar conflictos decidió organizar una milicia urbana que recibió el nombre de Gente de la Ordenanza. Serán estas las tropas que, según cuenta la leyenda, mostró a sus enemigos al mismo tiempo que manifestaba: "Estos son mis poderes" cuando los nobles preguntaban al cardenal que en que basaba su legitimidad. Cierta la leyenda o no, lo que debemos considerar es el deseo de Cisneros de mantener su política centralista y de fortalecimiento del poder real, objetivo que consiguió con creces. A esta revuelta interna se suman los intentos de los colaboradores flamencos del rey Carlos I por intervenir en la política castellana así como graves conflictos exteriores: deseos por parte de Francia de tomar Navarra y presiones de los corsarios berberiscos en el norte de África. Las soluciones aportadas por Cisneros siempre resultarán satisfactorias, desempeñando un papel fundamental en estos turbios años. El cardenal fallecía en Roa (Burgos) el 8 de noviembre de 1517, cuando iba al encuentro del nuevo monarca, Carlos I. La muerte del eminente político le sirvió para no recibir la humillación que tenían preparada los colaboradores flamencos: su inminente renuncia a todos sus cargos, poco elegante manera de agradecer los desvelos de don Francisco por mantener el control del país. La faceta de gobernante de Cisneros no oculta una de sus más importantes empresas: la fundación de la Universidad Complutense en Alcalá de Henares en 1507 con una orientación pedagógica más renovadora, contando con la inestimable participación de Antonio de Nebrija entre los profesores.
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Los especialistas dudan a la hora de identificar a este noble personaje, considerando que podría tratarse del I marqués de Santillana o del I duque del Infantado. El personaje aparece arrodillado, apoyando su rodilla izquierda sobre un cojín, adorando la imagen central de un tríptico que aparece al fondo. Delante del noble observamos el libro sobre el reclinatorio. Un paje con la toca de larga beca se sitúa tras el personaje principal. El retablo, el monje clavero leyendo un libro, otro monje alejándose por el claustro y otros dos entrando en la iglesia son los demás elementos que conforman la composición. Esta pieza formaba parte de las puertas de un retablo o un tríptico que fueron descubiertas en la ermita de la Fuente del Monasterio benedictino de Sopetran (Guadalajara) por don Elías Tormo. Los especialistas apuntan a ecos de Roger van der Weyden y Hans Memling en la estructura del retablo.
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Giovanni Bellini gozó durante su vida de la Senseria del Fondaco dei Tedeschi, cargo que significaba ser el pintor oficioso de la República de Venecia. Como tal debía de retratar a los dux que gobernaban la Serenísima, destacando el retrato del Dux Leonardo Loredan por su fuerza expresiva y el realismo que destila la figura, a pesar de su hieratismo. Posiblemente el retrato se realizó con motivo de la elección de Lorenzo Loredan (1501-1521) como dux. El modelo aparece con la capa y sombrero de ceremonia, confeccionados ambos en damasco -nuevo material procedente de Oriente- con decoraciones en hilo de oro. Bellini ha conseguido crear el efecto brillante y rugoso de la tela de manera perfecta. El autor se inspira en los retratos de busto de la Antigüedad así como en los retratos de los Países Bajos, aportando al mismo tiempo estatismo y personalidad. Para ello emplea un iluminación directa, que impacta en el lado derecho del rostro mientras que el izquierdo queda en semipenumbra. La figura se recorta ante un fondo de color azul, que varía en su intensidad, posiblemente aludiendo al cielo, sugiriéndose que el dux está mirando al sol, tanto por la potencia de la luz como por los brillos de los ojos. De esta manera, posiblemente el artista quiera aludir al paso del tiempo, la caída del sol como la llegada de la vejez, momento de máximo poder político para el personaje representado.