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Los artistas grecoegipcios del Fayum pintaban a la encaústica sobre una tabla los retratos de los difuntos y los envolvían entre las bandas de sus momias. La enorme calidad artística, el efecto impresionista, la mirada penetrante y expresiva y el admirable naturalismo de estas pinturas constituyen uno de los mejores ejemplos de la retratística romana.
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Durante el invierno de 1886-1887 Vincent se pondrá a trabajar en una serie de retratos protagonizados por personas anónimas o de su entorno como Agostina Segatori o Père Tanguy. Esta señora posiblemente también pertenezca a su círculo íntimo, desconociendo por desgracia su identidad. Su elegante y distante cabeza se recorta sobre un fondo neutro, jugando con los contrastes al iluminar y aplicar un colorido blanquecino al rostro, ejecutado con una pincelada segura y firme. En el resto de la composición domina el empastamiento, centrándose el artista en la expresión y el carácter de la modelo.
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Algunos especialistas consideran que esta dama sería la esposa de Père Tanguy, el famoso vendedor de pinturas que apoyó a los jóvenes artistas. La mujer está retratada con sumo cariño, destacando el gesto amable y bondadoso de su rostro. Sus ojos dirigen su mirada al espectador, reclamando nuestra atención, a diferencia de la mirada distante del Retrato de una mujer. Los toques de color con los que ejecuta el retrato apenas llegan a cubrir el lienzo en algunas zonas, apreciándose la capa preparatoria en color crudo. Pero en el rostro exhibe un dibujo seguro, aportando volumetría a la cabeza, resultando un retrato de gran belleza donde el colorido rojizo ocupa un importante papel.
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<p>Al igual que la Muchacha con el pendiente de perla, esta imagen pintada por Vermeer en su fase tardía tampoco presenta referencias narrativas, por lo que también podría tratarse de un retrato. La joven aparece con el busto de perfil y la cabeza girada en tres cuartos, dirigiendo su dulce mirada hacia el espectador, vestida con un elegante traje en tonos grisáceos, apoyando su brazo izquierdo en un antepecho como ya hizo Tiziano en el Ariosto. La figura se recorta ante un oscuro fondo neutro, recordando los intensos contrastes lumínicos de Tintoretto o Caravaggio. La aplicación del color se realiza de manera "puntillista", repartiendo de forma chispeante la luz por la limitada superficie del lienzo, en un estilo que tendrá su repercusión entre los impresionistas.</p>
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Formado con Giorgione y Tiziano, el veneciano Sebastiano del Piombo aportó a la escuela romana protomanierista el suave colorido véneto, que pronto enriqueció sus planteamientos al contacto con Rafael, a quien precedió en la pintura de las Estancias vaticanas, y sobre todo con Miguel Angel, con quien mantuvo estrecha alianza en la Resurrección de Lázaro (Galería Nacional, Londres) cuyo dibujo inicial se debió a Buonarroti y ello motivó un sonado pugilato con La Transfiguración de Rafael. A la muerte de éste, Piombo se convirtió en el retratista más solicitado de Roma.
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Nos encontramos frente a un prodigioso retrato femenino, que nos abre las puertas del Romanticismo con una intención absolutamente revolucionaria, en el sentido más literal de la palabra. Su autora, una mujer, fue discípula del pintor estrella de la Revolución Francesa y de Napoleón: David. Este gran autor tuvo muchos discípulos en vida, entre los que se contaron algunas mujeres. Sólo fue posible gracias a la Revolución Francesa, en la cual lucharon hombro con hombro tanto hombres como mujeres para derribar el Ancient Règime. Asumiendo el lema de Igualdad, proliferaron en las décadas de 1790 y 1800 abundantes pintoras profesionales. David se había caracterizado por su extremado clasicismo, siendo siempre interpretado como el mayor exponente del Neoclasicismo Francés; sin embargo, en algunas de sus obras se advierte una vena dramática y renovadora que anuncia el Romanticismo. El cuadro que nos ocupa resume mejor que ningún otro estos aires nuevos. Fue expuesto en el Salón Oficial de París celebrado en 1800. Ofrece por primera vez una visión alejada de los exotismos a la hora de retratar otras culturas. Es más, la mujer negra que pinta Marie Guillemine nos resulta extremadamente cercana, tomada desde un punto de vista íntimo. El cuadro no fue pintado para ningún encargo, sino por iniciativa propia, y pese a su éxito, la autora lo conservó en su poder hasta 1818. No se hace difícil imaginar que existía una relación personal entre modelo y artista. El hecho de pintar una modelo negra se relaciona también con la simbología de la Revolución. En 1794 se había abolido la esclavitud en el territorio francés, incluidas las colonias. Frecuentemente, en los cuadros revolucionarios se recogían figuras de negros tocados con los bonetes y las escarapelas de los revolucionarios, como en La Libertad guiando al Pueblo, de Delacroix. Eran símbolos de la lucha por la libertad. Al mismo tiempo, las mujeres trabajaban en la Asamblea Nacional para obtener representación y la emancipación legal. Teniendo en cuenta estos dos puntos, se comprende que lo que la autora pinta es una declaración de intenciones, que defiende la libertad, la igualdad, la tolerancia y la conciencia de ser mujer. Romanticismo, pues, no es una imagen doliente, dramática, bajo una luna tétrica, sino que va mucho más allá, en busca de la auténtica esencia del ser humano y sus cualidades.
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En esta estatua procedente de la Necrópolis oriental de Mérida se han trabajado cabeza y cuerpo en un solo bloque, con evidente desproporción entre ambas partes. El retrato responde a una dama de edad madura y aspecto grave, captada frontalmente. Destacan del rostro los ojos y boca. La tipología del cuerpo es la de estatua palliata. El peinado, de bandas onduladas y recogido en la nuca, sigue el modelo de Antonia Minor y sirve de apoyo para fechar la pieza sin problemas.
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Tras la venta del Jas de Bouffan en 1899 por cuestiones del reparto de la herencia tras la muerte de la madre, Cézanne compró un terreno en el norte de Aix, en la colina de Les Lauves, donde se hizo construir un estudio en el que se instalará desde 1902. Para encargarse del jardín tomó a su servicio a un jardinero llamado Vallier que se convertirá en su modelo preferido desde este momento. En este retrato de perfil, el jardinero se encuentra rodeado de la naturaleza en la que trabajaba, con los brazos cruzados y respirando una profunda paz. Con esta postura rompe con la fórmula tradicional de retrato decimonónico para acercarse a modelos del Renacimiento italiano, concretamente del Quattrocento, legando a escribir a su amigo Joachim Gasquet: "Yo soy el primitivo de un nuevo arte". Los rasgos del rostro apenas han sido tratados mientras que en la chaqueta observamos todo un entramado de líneas oscuras con las que configura la volumetría de la figura. Las tonalidades oscuras del fondo contrastan con los colores más claros de la chaqueta , del rostro y del sombrero, resaltando de esta manera la figura. La aplicación de los tonos en facetas será un claro precedente del cubismo.
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El primer coleccionista de la obra de Cézanne fue Victor Choquet, funcionario del Ministerio de Hacienda, que llegó a completar una colección de 34 telas del maestro de Aix. Ambos sentían una gran admiración por Delacroix, siendo ésta una de las razones de su amistad. Cuenta Vollard que al descubrir Choquet un cuadro de Cézanne en la tienda del "père" Tanguy exclamó: "Que bien quedará esto entre un Delacroix y un Courbet". Será Renoir quien después le presente a Cézanne y éste a Monet. Este retrato de la cabeza de su buen amigo será expuesto en la tercera muestra de los impresionistas, la celebrada en 1877, la segunda en la que Cézanne participaba y la última vez que lo hizo. La crítica se cebó con este lienzo, surgiendo todo tipo de bromas por la forma que el pintor provenzal lo pintó. Cézanne centra su atención en el rostro de Choquet, cuya cara alargada y la mirada perdida llaman nuestra atención. El colorido ha sido aplicado a través de cortas pinceladas que, a modo de mosaico, organizan la composición, anticipando el estilo facetado que caracterizará el cubismo. Por estas mismas fechas realizará un retrato con el mismo protagonista de cuerpo entero.