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Uno de los mejores retratos que guarda el Museo Nacional Reina Sofía es el que en 1913 pintó Anglada Camarasa a la condesa de Pradre, doña Sonia Klamery. La modelo aparece recostada, vestida con un elegante y decorativista traje largo que nos permite contemplar las sensuales medias de seda y los zapatos de tacón. El fondo está pintado en los mismos tonos que el vestido, resaltando el exotismo del conjunto gracias a la ubicación del colorista pájaro. Anglada se inspira en el fauvismo a la hora de utilizar los colores, recurriendo a tonalidades frías que contrastan con el blanco del rostro, del amplio y sensual escote y los brazos. El decorativismo que se respira en el conjunto se relaciona directamente con los trabajos de Klimt, obras que en aquellos momentos estaban causando sensación entre la sociedad más "chic" de Europa. La estrecha vinculación de Anglada con la Secesión vienesa le llevará a realizar obras modernistas de gran atractivo visual.
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El padre de Durero murió y el artista se llevó a vivir a su casa a su anciana madre, a quien podemos ver en este retrato, firmado el mismo año de la muerte de la anciana. El artista se ha fijado con fidelidad en el rostro avejentado de la mujer, sin ocultar ni una sola de sus arrugas, ni sus ojos desmesuradamente abiertos con expresión perdida. Durero escribió de su madre: "Esta piadosa mujer dio a luz a dieciocho hijos, sufrió a menudo de la peste y de algunas otras graves enfermedades, así como de una gran pobreza, desprecios y palabras despreciables sin manifestar nunca sentimientos de odio". Estas frases resumen una vida de privaciones que dio a un rostro de poco más de sesenta años el aspecto de una carga muy pesada a lo largo de muchas más décadas. También expresa a la perfección la situación social de la mujer en el siglo XV, dedicada a dar hijos para asegurar la continuidad familiar (de los dieciocho hermanos Durero sólo sobrevivieron tres), expuesta a todo tipo de enfermedades y agotada físicamente a los sesenta años.
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En 1489 se dio por terminada la formación de Durero con el pintor Michael Wolgemut. El joven artista había aprendido de su maestro la técnica de la xilografía y por otro lado, el estilo pictórico de los flamencos. La huella de los Van Eyck es la nota predominante en este retrato de su padre, que sin embargo supera cualquier retrato hecho hasta la fecha en Nüremberg.Durero pintó a su padre en el invierno de 1489-90, puesto que en la primavera siguiente partiría hacia su Wander Jahre, o viaje de estudios complementario de la formación en el taller. El retrato formaba pareja con el retrato de su madre, que está perdido. Ambos pudieron ser el examen final del joven artista para demostrar lo que había aprendido. Años después, Durero completará la pareja, ya sin el de su madre, con el hermoso Autorretrato como gentilhombre del Museo del Prado.
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Esta obra es la primera fechada que conservamos de Manet. Es una copia literal - incluso con la inscripción en latín que el original ha perdido por una reciente restauración - del lienzo que posee el Louvre, donde el joven pintor admiró y copió a maestros como Tintoretto, Tiziano, Velázquez o Rembrandt. El maestro de Manet, Thomas Couture, animó a todos sus discípulos para que fueran a copiar al Louvre, como fuente de toda enseñanza artística. Manet se inscribe como copista en el museo el 29 de enero de 1850. En este lugar conocerá a Degas y asimilará las obras del Barroco, estilo de gran importancia para el joven artista.
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Durante la edad dorada de Lorenzo el Magnífico el retrato florentino abandona el perfil para acercarse a la frontalidad, cambiando también la ambientación ya que los fondos neutros se sustituyen por elementos arquitectónicos o paisajísticos como podemos observar en este retrato pintado por Luca Signorelli, integrando figura y paisaje sin renunciar a la captación psicológica del modelo. Las calidades técnicas de la pintura destacan sobremanera, especialmente el colorido rojo del bonete y de la casaca o los finos rasgos del rostro, sobresaliendo la mirada baja y el gesto de concentración del abogado. En el fondo encontramos dinámicas situaciones que parecen preludiar el tondo Doni de Miguel Angel.
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Originalmente estaría acoplado a un soporte, tal vez de tipo hermaico. El anciano está captado de frente al espectador; resaltando el naturalismo que caracteriza los retratos privados romanos, pudiéndose apreciar las arrugas del rostro y el gesto de tristeza que determina la personalidad del efigiado.
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El retrato ha sido siempre uno de los géneros favoritos de la pintura británica y también de Hockney. Como es habitual en él, sus modelos son amigos, personas de su entorno más cercano en su medio habitual, en un ambiente relajado pero con tamaño de gran pintura. La pintura de Hockney es como un gigantesco diario íntimo, como alguien dijo del expresionismo abstracto, pero -a diferencia de aquel, cuyo alfabeto resultaba incomprensible para nosotros- éste lo podemos leer: el pintor, sus padres -su madre, sobre todo-, sus aficiones, sus casas, sus amigos, sus amores... todo aparece pintado a tamaño natural de una forma clara.