Hasta la muerte de Rafael, Giulio Romano fue el principal discípulo y colaborador en el taller del maestro renacentista. En 1524 marchó a Mantua para ponerse bajo la protección de los Gonzaga, con quienes desarrollaría la mayor parte de su obra pictórica y arquitectónica. Esta obra ha sido, no sin discrepancias, identificada como el retrato de Isabel d'Este (1474-1539), casada con el marqués de Mantua Giovanni Francesco Gonzaga en 1490. De ella se conservan escasos retratos, en especial dos salidos del pincel de Tiziano y un dibujo célebre de Leonardo da Vinci. Sin embargo, ni los rasgos conocidos por estas obras ni la edad que nos demuestran los documentos casan con los de este retrato, ya que la marquesa de Mantua debía estar en los cincuenta cuando Giulio Romano llegó a la ciudad. Esto ha llevado a diversos especialistas a señalar la posibilidad de identificar a la dama retratada con Margarita Paleólogo (1510-66), casada con el patrono de Giulio Romano, Federico Gonzaga, duque de Mantua, hijo de Isabel d'Este. Para la boda, que tuvo lugar en 1531, pudo haberse realizado esta pintura. En cualquier caso, las cualidades de la obra son evidentes. Se ha señalado cuánto debe a la influencia de Rafael, en especial al retrato de Juana de Aragón, cuyo estudio realizó el maestro pero en cuya realización final tuvo un papel importante el propio Giulio Romano.
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A partir de 1653, año en el que contrajo matrimonio con Lijsbeth Dell, se puso de manifiesto la sensacional calidad de Ferdinand Bol como retratista. Empiezan a surgir interesantes encargos como este retrato de una dama desconocida, vestida a la moda holandesa del siglo XVII. En su mano derecha porta un pañuelo de hilo blanco que simboliza la castidad y la prosperidad de la dama. La mujer mira directamente al espectador, resaltando su figura gracias a la potente iluminación empleada. Los calidades de las telas demuestran la capacidad de Bol como dibujante al igual que los rasgos del rostro o las manos, perfectamente conseguidos. La influencia de Rembrandt en este tipo de obras será una extraordinaria carta de presentación ante la exigente nobleza holandesa que veía como el maestro en la década de 1650 estaba empezando a trabajar en un estilo más rápido y abocetado.
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Renoir se convertirá en un verdadero especialista en los retratos, siendo uno de los pintores impresionistas que más tratará esta temática. Sus obras en un primer momento no gozaron de la estima del gran público pero paulatinamente consiguió alcanzar mayor éxito entre la burguesía, realizando obras de gran belleza como los retratos de Jeanne Samary o Madame Charpentier. En esta ocasión nos encontramos con una mujer anónima, elegantemente vestida, adornada su cabeza con un sombrero. En el vestido apenas encontramos detalles para que nuestra atención se centre en el gesto y la expresión melancólica de la joven, con la mirada perdida y la cabeza ligeramente girada. El dibujo y el modelado recuerdan a Ingres e indican que estamos en una época de crisis para Renoir ya que "hacia 1883 yo había agotado el impresionismo y al final había llegado a la conclusión de que no sabía pintar ni dibujar" en palabras del propio artista. La reacción será retomar el dibujo y el clasicismo, tal y como veremos en las famosas bañistas.
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A pesar de las dificultades para fechar este excelente dibujo, la cercanía con algunas figuras femeninas de los frescos pintados por Tiziano en la Scuola de San Antonio en Padua situarían esta obra en torno a los años centrales de la década de 1510. También estaría cercana a la serie de obras protagonizadas por figuras femeninas -véase Flora, Venus Anadiomene o Salomé- que realizó en el segundo lustro de la década. Se trata de un dibujo de gran sensualidad, en el que los rápidos trazos crean una figura de delicada belleza, centrándose en la expresividad del rostro. A pesar del estado de conservación, nos encontramos con un sensacional ejemplo de la capacidad dibujística del maestro veneciano.
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Andrea Navagero y Agostino Beazzano fueron dos importantes escritores venecianos que estuvieron en Roma durante el año 1516, momento que pudieron aprovechar para encargar un retrato doble a Rafael. Algunos especialistas dudan la originalidad de este lienzo que contemplamos al citar Michiel que contempló el retrato en casa de Bembo en Padua pero utilizando como soporte la tabla.Los dos escritores han sido captados por el pintor de manera rotunda, como si hubiese interrumpido el diálogo entre ambos, destacando sus expresivos e inteligentes rostros recortados ante un fondo neutro. El realismo de los ojos indica la maestría de Sanzio a la hora de ejecutar retratos, quizá su temática más desconocida anticipándose al estilo de Tiziano.
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La esposa de Ramsés II posee la tumba más suntuosa y mayor del Valle de las Reinas. La cámara del sarcófago, sustentada en cuatro pilares en el centro, tiene los colores negros, dorados y azules de una noche del trópico. En ella parecen flotar los espíritus celestes, Osiris y las divinidades veneradas por la reina. Poseen las figuras femeninas pintadas en esa tumba una sensualidad hábilmente velada, pero no oculta. Enormes djeds, símbolos de la permanencia, y jóvenes sacerdotes de Sem revestidos de sus ieles de leopardo exoman los pilares del centro. En uno de ellos aparece la reina siguiendo la ley de la frontalidad.
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Este retrato muestra todas las características del retrato flamenco. El personaje está captado de medio cuerpo, levemente girado sobre sí mismo de tres cuartos, sin la rotundidad del frente o el perfil de los italianos. Tras el modelo encontramos una referencia arquitectónica, la columna de mármol, que da estabilidad a la efigie al tiempo que su carácter secundario no logra distraer la mirada del motivo principal. También es habitual la aparición del paisajito ajardinado del fondo, muy lejos, conectado con el primer plano gracias a la alfombra del suelo, en perspectiva muy profunda. Memling es muy cuidadoso a la hora de tratar cada elemento de la imagen, individualizando cada rasgo minuciosamente. El gesto de la oración así como los adornos tiene un aspecto más plano que en otras obras, donde se encuentran una mayor profundidad y volumen. El pintor, para dinamizar la imagen, realiza un agradable juego de perpendiculares en los que las verticales se complementan armoniosamente con diseños horizontales, como las bandas del pecho o la misma posición de las manos.