Este joven caballero no identificado es sin lugar a dudas un comerciante flamenco, de clase alta y poderoso nivel adquisitivo. Estos rasgos nos los denuncia la vestimenta, en rico terciopelo negro, así como ciertos atributos: el anillo de oro que sostiene entre los dedos y la mano enfundada en un guante de cabritilla blanca que además sostiene una bolsa cerrada, presumiblemente repleta de monedas. Pudiera parecer de mal gusto que un alto personaje elija representarse en una tabla flamenca con tales características, pero en el Flandes del siglo XVI el comercio era una actividad noble, que reportaba grandes beneficios sin necesidad de mancharse las manos en el trabajo ni de caer en la usura. Esta nobleza atribuida a la actividad mercantil tiene su apoyo directo en el protestantismo, practicado en las provincias nórdicas, mientras que las regiones católicas veían censurado el dedicarse al comercio, tan cercano a las prácticas de los judíos. De ahí que el trasfondo de las guerras de religión de los siglos XVI y XVII (como la Guerra de los Treinta Años), sea en su mayor parte económico. De ahí que este maravilloso retrato funcione como una auténtica declaración de poder y gentilhombría de un representante del modo de vida urbano en las provincias flamencas.
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Este magnífico retrato fue propiedad de la zarina Catalina la Grande de Rusia. La National Gallery de Londres posee un dibujo en el que se puede ver a este anónimo personaje con un sombrero, lo que le aporta un aspecto algo grotesco, pero algunos especialistas dudan de la autoría de este dibujo. Se piensa que la supresión del sombrero se produjo en pleno siglo XVIII cuando la moda cambio y no gustaban sombreros tan amplios, algo similar a lo ocurrido en el retrato de Verdonck. La amplia figura se ubica ante un fondo neutro en el que dominan los tonos oscuros, contrastando con los blancos del cuello y el puño de encaje pero enlazando con el negro del traje. La postura del brazo marca una acentuada diagonal que se dirige hacia el rostro del hombre anónimo, llevando nuestra atención hacia el gesto y la expresión del modelo, el verdadero centro de atención del lienzo. El estilo del maestro corresponde a su última etapa al emplear una pincelada rápida y empastada, donde los detalles no interesan, aplicando el color directamente sobre la tela, de la misma manera que harán algunos maestros del siglo XIX como Courbet y Manet.
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El retrato de este hombre desconocido podría relacionarse con el Hombre del turbante rojo de Jan van Eyck, contemporáneo de Campin. En ambos el elemento que más destaca del retrato es ese extraño tocado que destaca por su color contra el resto de la superficie cromática. El retrato de Campin, empero, es más sobrio y estático. Mientras que el de van Eyck desafía con soberbia la gravedad, Campin lo utiliza para dotar de estabilidad la efigie del modelo, puesto que los extremos del turbante llegan a tocar prácticamente los cuatro bordes del marco, rodeando por completo el rostro del hombre.Campin reduce el número de colores empleados, pero los aplica en sutiles gamas que dan gran variedad al cuadro. Respeta en sumo grado la individualización del modelo, con atención a los rasgos faciales que capta minuciosamente. Es lo contrario de lo que hace su discípulo, van der Weyden, que tiende a estilizar a sus retratados. Es posible que este retrato formara pareja originalmente con otro retrato femenino que también se conserva en Londres.
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Desconocemos la identidad exacta de este personaje, existiendo diferentes hipótesis: podría tratarse del cantante Rubini pero falleció en 1854; también se especula con el retrato de su amigo el escultor Eugène-Cyrille Brunet, con quien estuvo aprendiendo en Florencia durante el año 1857; o se piensa en su tío Edmond Fournier, el que le inició en el arte de la pintura y que en aquellos momentos tendría 59 años. La figura del hombre está perfectamente interpretada, en una pose informal que indicaría la amistad con el pintor. Su silueta se recorta sobre un fondo neutro, recibe un foco de luz procedente de la derecha que deja esa misma zona del rostro en penumbra. El retrato está realizado en una armonía cromática oscura, de grises, marrones y negros, rota por los toques amarillos del chaleco y del cuello, así como por la camisa blanca. La personalidad del modelo está perfectamente interpretada, destacando la fuerza de su gesto, en especial de los ojos. La factura es bastante abocetada, con rápidos toques de pincel, lo que refuerza la hipótesis de que tenía que ser alguien cercano al maestro.
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Este desconocido personaje es uno de los mejores retratos pintados por Rembrandt en sus últimos años. Su edad se acerca a los 50 y lleva el pelo largo como estaba de moda en Amsterdam en aquellos momentos. La amplia figura se recorta sobre un fondo rojizo, sugiriendo un cortinaje para acentuar su categoría social, y dirige su mirada hacia el espectador. Toda la atención del pintor se ha centrado en el rostro, ejecutado con pinceladas cortas y rápidas, empastando con sucesivas capas algunas zonas para otorgarle mayor vitalidad. Las manos también reciben la luz, especialmente la izquierda, mientras la derecha está más abocetada. El cuello plisado y perfectamente almidonado es un elemento importante en el lienzo, animando la tonalidad oscura que predomina en la composición. La expresividad del modelo adquiere una importancia suprema en este trabajo, demostrando la capacidad como retratista de Rembrandt a lo largo de toda su vida.
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Desconocemos la identidad de este personaje que parece haberse retratado en un restaurante o por lo menos tiene algo que ver con la gastronomía ya que en primer plano, a la izquierda, encontramos una bandeja de carne y sobre la mesa parecen despuntar varios embutidos. Incluso el cuadro que decora la pared insinúa motivos relacionados con la restauración. La figura se sienta en un sillón y une sus manos a la altura de las rodillas. Mira al espectador con gesto de preocupación, como si no le fueran bien los negocios. La rápida pincelada empleada por Degas no omite el interés por el dibujo, marcando las líneas de los contornos con líneas de color negro. Observamos en la pierna izquierda del retratado un repinte. Las tonalidades oscuras del modelo contrastan con el blanco del mantel y de la cortina situada tras la figura para que destaque aún más su cabeza.
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Van Gogh realizará en diciembre de 1888 una serie de retratos de personajes anónimos en los que destaca la expresión de los distintos modelos, especialmente el gesto de este hombre. Su mirada prepotente se refuerza por el punto de vista bajo desde el que se sitúa el pintor, acentuando su arrogante gesto. El fondo verdoso permite contemplar las pinceladas al igual que en la chaqueta azulada mientras que en el rostro ha aplicado la pintura con mayor esmero, sin recurrir al empastamiento. Las sombras coloreadas - recordando al Impresionismo - se distribuyen por la zona izquierda de la figura al recibir un potente foco de luz que impacta en su derecha. Las líneas de los contornos marcadas en negro son muestra de la influencia del cloisonismo de Bernard y Gauguin.
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Los especialistas consideran que estamos ante el retrato de un noble orador veneciano o un letrado, debido al gesto de su mano derecha, relacionando esta obra con el retrato de Pietro Bembo. Se ha apuntado el nombre de Apollonio Massa, pero esta hipótesis no goza de gran apoyo entre la crítica.El hombre aparece ante un oscuro fondo neutro, girado en tres cuartos hacia la izquierda, recibiendo un potente haz de luz dorada que resalta el gesto y la expresión, tanto de su rostro como de sus manos. De esta manera, Tiziano se interesa por captar la personalidad de sus modelos, dotando de viveza al retrato. La similitud de este trabajo con otros retratos de la década de 1550 -véase el Retrato de un caballero con un reloj o el de Juan Federico de Sajonia- lleva a los especialistas a situar la ejecución del lienzo en estas fechas.