Se conservan muy pocos retratos de Artemisia Gentileschi, que trabajó más bien como pintora de historias bíblicas o mitológicas. Sin embargo, aquí tenemos este ejemplo de retratista, sobre la efigie de un caballero desconocido. La maestría de la pintora se puede apreciar en la viveza realista del rostro, así como en los adornos y brillos de la armadura. Pero la disposición general del retratado es algo torpe y las proporciones resultan cortas y desproporcionadas. De hecho, uno de los brazos resulta bastante más largo que el otro, que se apoya en la mesa. El retrato repite la típica pose de los retratos ejecutados un siglo antes por los grandes de la pintura veneciana, como Tiziano por ejemplo. Será también el tipo adoptado en el Barroco español, como Velázquez, que viajó a Italia en dos ocasiones.
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Las monedas de los 45 y 44 a.C. presentan una efigie de Julio César similar a ésta que contemplamos por lo que los especialistas consideran que nos encontramos ante una copia de un retrato perdido, realizada ésta en al año 26 a.C. La efigie de César combina la tradición itálica del volumen estereométrico con el modelado y las formas griegas del clasicismo. La nariz, el busto y la excesiva limpieza del mármol son fruto de una moderna restauración.
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La facilidad de Renoir para realizar retratos se puso de manifiesto muy pronto, como observamos en el de la Señorita Romaine Lacaux. Incluso durante una temporada ocupó el puesto oficioso de retratista de la alta sociedad parisina. En esta ocasión es un retrato más íntimo, protagonizado por un amigo como Paul Cézanne, captado con absoluta maestría. El pintor aparece vestido como un burgués, con su despejada frente y los cabellos despeinados que se continúan con la barba. La técnica empleada pastel como hacía Degas o Manet - permite trabajar a Renoir con absoluta rapidez y libertad, mostrando la personalidad de su amigo.
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Una de las características del mundo romano fue su capacidad para adoptar ideas y formas religiosas de los pueblos conquistados, dando así coherencia a un imperio que reunía a multitud de pueblos y creencias diferentes. Sin embargo, y por encima de este mosaico de creencias, el Estado romano impuso las prácticas religiosas y las creencias que debían compartir todos los ciudadanos, utilizando los asuntos divinos y la instauración del culto al Emperador como instrumento de legitimación y de dominio. El retrato de Claudio es uno de los ejemplos más destacados. Esta pieza se puede ver en el Museo Arqueológico Nacional.
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Kahnweiler, galerista del cubismo, no podía dejar de ser sujeto del arte de sus pintores. Este memorable retrato del amigo y protector de Picasso es de una gran complejidad plástica y al tiempo uno de los cuadros más sobrios que pintó en esa época. Más, desde luego, de lo que denotan sus retratos de Vollard y de W. Uhde, inmediatamente anteriores a éste. La elegante sobriedad concuerda con el retratado. La presencia de una botella, sugerida en el margen inferior izquierdo, ejerce un efecto de bifurcación semántica muy atractivo y a propósito.