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Achille Emperaire y Cézanne se concocieron en la escuela primaria de la rue de Epinaux en Aix-en-Provence. Posteriormente coincidieron en la Académie Suisse -donde contactaron con Monet, Pissarro y Renoir- y expusieron juntos en la tienda del "père" Tanguy, en compañía de Van Gogh. También presentaron juntos diversos cuadros al Salón oficial, sufriendo los dos diversos rechazos. Cézanne realizó un soberbio retrato a su amigo en el que aparece sentado, apreciándose la deformidad del joven debido a una parálisis. Sin embargo, en este retrato de su rostro no se manifiesta ningún tipo de invalidez al centrarse en la expresión de su buen amigo. Los trazos son seguros y firmes, obteniendo de manera acertada las sombras gracias a la aplicación de líneas paralelas. El gesto y la fisonomía del propio Achille parecen evocar a algún héroe de las novelas a las que tan aficionados eran los jóvenes artistas.
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En la época de los Julio-Claudios las mujeres tendrán un importante papel político. Entre ellas destaca Agripina, la hija de Agripa y de Julia, nieta de Augusto. Su matrimonio con Germánico le permitió ocupar un puesto relevante en las maniobras sucesorias de Augusto. Acompañó a su esposo a las campañas en Germania y Siria, naciendo nueve hijos de esta relación. A la muerte de Germánico y Druso, los descendientes de Agripina pasaron a situarse en los primeros lugares de la sucesión pero Tiberio reaccionó y tras una época de tensas relaciones, desterró a Agripina a la isla de Pandaria. Con la coronación de su hijo Calígula vio cumplidos sus objetivos.
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Los especialistas se hallan envueltos todavía en una interesante controversia alrededor de la producción retratística de Pontormo, bien sobre la autoría de algunas de sus obras o sobre la cronología de las atribuidas como propias. Voss (1920) considera que este alabardero sería el retrato de Francesco Guardi -tesis mantenida en la actualidad por numerosos estudiosos como Berti (1993)- relacionando el retrato con el asedio y la defensa de la cuidad de Florencia de 1529-30, situándolo por lo tanto en estas fechas. Keutner (1959) propone la identificación con Cosme I de Medici, tesis que va alcanzando cada día más adeptos, especialmente después de la adquisición de la tabla por el Museo Paul Getty de Malibú en la subasta organizada por Christie´s de Nueva York, alcanzando la obra un valor de más de 35 millones de dólares. El collar de oro y la medalla con la representación del mito de Hércules y Anteo en la birreta son elementos que confirman la identidad de Cosme I de Medici, presentándole como la figura capaz de continuar con el gobierno republicano de la ciudad, siempre bajo la férrea supervisión de la familia Medici. Esta identificación retrasaría la cronología de la tabla hasta 1537. La influencia de Rafael en los retratos de Pontormo es bastante significativa pero debemos advertir que el maestro manierista realizará interesantes aportaciones a esta temática, especialmente a la hora de captar la psicología de los personajes, manifestando el estado mental del momento en el que son retratados, resaltando la fuerza emocional del modelo y su proyección hacia el espectador. La figura se recorta ante un fondo arquitectónico apenas visible, destacando la arrogante pose del modelo, creando un espectacular contrapposto al disponer la figura en un plano oblicuo y la cabeza mirando de frente. El brillante colorido, el interés por los detalles y la fuerza psicológica del modelo serán algunas características de los retratos de Pontormo que heredará su discípulo Bronzino, para crear el retrato aristocrático de la segunda maniera florentina.
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La pintura flamenca asentó un tipo de retrato ampliamente difundido en toda Europa y en especial en España, que gustaba mucho de su producción. Este que vemos aquí tiene todas las características, como son el retrato de medio cuerpo, levemente girado de tres cuartos, sobre un fondo neutro muy oscuro y con la presencia de las manos como contrapunto de luz y color al rostro. El anciano que vemos está captado con realismo muy poco pudoroso, a juzgar por la apariencia física del modelo. No se ha tratado de ocultar o idealizar aquellos rasgos que pudieran embellecer la imagen final, como se practicaba en el retrato italiano. Al contrario, el artista busca con delectación el detallismo, la verosimilitud, aquello que haga fácilmente reconocible al modelo. La perfección que se obtiene de esta manera no suple sin embargo la falta de penetración psicológica por lo que nuestro personaje aparece con la mirada perdida y una expresión vacía que nos impide averiguar el más mínimo dato sobre su personalidad.
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En 1892 falleció Atiti, el hijo de los vecinos de Gauguin, cuando contaba sólo 18 meses. El pintor quiso hacer un retrato póstumo del pequeño, con el que estaba muy relacionado, pero el resultado no agradó a la madre del crío ya que parece aparentar más edad y tiene la cabeza desproporcionada en relación a las manos. Y es que como retratista Gauguin no va a tener mucho éxito debido a su interés por conseguir crear una imagen fuerte y simplificada; en lugar de ofrecer una imagen realista del modelo, el pintor describe sus rasgos esenciales, marcados a través de una gruesa línea oscura que delimita los contornos en su deseo de eliminar lo superficial. El colorido claro del traje y de las sábanas contrasta con la oscuridad del fondo pero no anima una obra triste por la pérdida de un ser querido.
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Sorolla se traslada con su familia a Madrid, donde existe una importante demanda de retratos. Para superar el bajo momento económico en el que se encontraba inicia una frenética actividad como retratista, precisamente gracias a su amigo, el también pintor Aureliano de Beruete que aquí vemos retratado. Fue Beruete quién sugirió a Sorolla que trabajase como retratista porque podría obtener mucho éxito y dinero, como así fue. En los primeros años del siglo XX, los retratos de Sorolla se pondrán de moda en Madrid siendo el artista muy solicitado. Aureliano de Beruete era paisajista, crítico e historiador del arte, uno de los primeros que realizó un estudio crítico sobre la obra de Velázquez. Le vemos en su estudio, sentado en un sillón cubierto con una tela, vistiendo traje gris azulado, con guantes y sombrero en las manos; al fondo se aprecia un caballete con un paisaje, para recordarnos la actividad en la que destacaría el retratado. La característica que define todos los retratos de Sorolla es la familiaridad con la que representa a sus modelos, mostrándolos al espectador como si éste le conociera. Siempre intenta que la atención se centre en el rostro, más iluminado por la luz para contrastar con el traje y el fondo, como en este caso. Existe una importante base dibujística pero la pincelada es suelta, como apreciamos en el sillón, la barba o el cabello. Los detalles dejan paso a la luz y a la expresividad, como ya había hecho la Escuela barroca española en cuyas fuentes bebió Sorolla. Su fama como retratista será tan grande que llegará a recibir importantes encargos del exigente mercado americano.