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Giotto desarrolla de manera ejemplar el milagro de la Resurrección de Drusiana, atribuido a San Juan Evangelista a su vuelta a Éfeso. Basándose en la "Leyenda dorada" de Jacobo de la Voragine, Giotto sitúa el acontecimiento a las puertas de Éfeso, entre la entrada de la ciudad y el testero de la iglesia, en la parte derecha. San Juan es recibido con grandes honores por algunos fieles, que se arrodillan ante él. Al paso de la comitiva fúnebre de Drusiana, que esperaba con fervor su vuelta de Patmos, el santo ordena detenerse al séquito y, a la anciana, que se levante. San Juan imprime gran energía a su mandato, levantando con fuerza su mano derecha hacia Drusiana que, al otro lado, se incorpora de su lecho de muerte. Todos reaccionan con asombro. La plasticidad de las figuras se recorta suavemente sobre el fondo arquitectónico, las murallas de la ciudad. Giotto consigue una relación espectacular, pero sin sobresaltos, entre el fondo y los personajes; los dos grupos quedan a la vez conectados en el gesto poderoso del santo y el agradecimiento de Drusiana, que avanza los brazos hacia San Juan. El artista ha creado de esta forma una de las composiciones más armoniosas de todo su arte, mucho más verosímil, en todos sus aspectos, que las representaciones para la capilla Scrovegni de Padua.
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Lamentablemente, muchos de los cuadros que Caravaggio pintó en su etapa final se encuentran bastante deteriorados. En este caso, los pigmentos se oxidaron rápidamente, dando al cuadro un tono rojizo oscuro que nos impide apreciar las casi treinta figuras pintadas en él. Se cree que los modelos para los personajes fueron empleados del Hospital de la Cruz en Messina, para el que se realizó la obra. Fue un encargo de Giovanni Battista de Lazzari, en cuyo honor se eligió el tema de la resurrección de Lázaro. El punto más destacable de la composición es el milagro, apreciable en dos detalles conmovedores. El primero es el acto en sí de la resurrección del muerto: Cristo ordena imperativamente con el brazo en escuadra que Lázaro se levante y camine. Lázaro, exánime entre los brazos de sus hermanas, aún está a medio camino entre la vida y la muerte, por lo que mientras su cuerpo y su cabeza caen pesadamente, su mano responde intuitivamente al señor, alzándose hacia la luz. Esta luz sería el segundo detalle que manifiesta el milagro: si observamos los rostros de dos de los enterradores, ambos están sorprendidos ante la presencia de lo natural, que no está en Cristo sino en la luz misteriosa que proviene de su espalda.
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La reina Isabel la Católica, a quien Juan de Flandes hizo un retrato, encargó al pintor numerosas obras. Una de ellas pudo ser un retablo, del cual formarían parte esta tabla y otras que se encuentran en el Museo del Prado de Madrid. El estilo flamenco de su autor se refleja en los rostros afeados característicos del arte nórdico, así como en el detallismo de la representación de paisaje, telas, anatomías, etc. El colorido es brillante, para que llame la atención del espectador una vez colocado en el retablo, en la cabecera de la iglesia en cuestión. El tema representado es un episodio bíblico, la resurrección de Lázaro por Cristo. Lázaro, de piel oscura, medio desnudo y medio amortajado, se levanta del sepulcro. Está recién escapado del reino de los muertos: pálido, escuálido, con los cabellos desgreñados... El artista se recrea en estos datos que describen la muerte como algo horripilante. Las mujeres que aparecen en la escena ayudan a datar la tablita, debido a la moda de sus trajes: María lleva una larga falda de verdugones, propia de los Reyes Católicos, con un tocado que se remata en una larguísima trenza dorada. Este tipo aparece en muchísimos cuadros de la época, caracterizando a damas nobles, como pudiera ser la princesa Salomé.
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Uno de los episodios mejor conseguidos en los frescos de la capilla Scrovegni, es la Resurrección de Lázaro. Giotto ha creado un paisaje de naturaleza para componer una imagen de gran fuerza expresiva. El motivo principal se sitúa a la izquierda de la escena, la figura hierática de Cristo que, en su contundencia plástica y su serena actitud, alza su brazo para la resucitar a Lázaro. La contenida acción de Jesús nos lleva al otro centro argumental, el momificado Lázaro en el extremo derecho. Completan el episodio los diferentes personajes que asisten al milagro, que destacan por la expresividad de sus reacciones. Mientras que Cristo se muestra inmóvil y enérgico en su actitud, el resto de acompañantes se presentan asombrados ante el acontecimiento: unos se miran entre sí sorprendidos, otros no pueden creer lo que están viendo, algunos vuelven su rostro asustados, tres mujeres se arrodillan ante el Salvador... Un detalle interesante es el que figura en el extremo inferior derecho, también de gran fuerza plástica, que ayuda a la sensación de espacio: dos hombres sostienen en sus manos la puerta del sepulcro, en posición oblicua y expresando el esfuerzo por el peso de la piedra.
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En sus años juveniles, durante su trabajo en la galería Goupil & Cie., Van Gogh admiró la pintura barroca holandesa, especialmente por la figura de Rembrandt. Desde el otoño de 1889, falto de inspiración, buscó entre sus estampas antiguas motivos para sus cuadros, preferentemente religiosos como la Piedad o esta Resurrección de Lázaro que aquí contemplamos. Vincent asume la temática de Rembrandt pero emplea su técnica particular, con tonos muy claros - en los que predomina el amarillo, su color favorito - contrastando con el verde. La pincelada rápida, a través de pequeños toques de color denominados facetas, se adueña de la composición, utilizando trazos concéntricos alrededor del sol como en otras obras - Olivos, por ejemplo -. También se preocupa por los estudios de luz al situar a la figura de primer plano en una zona ensombrecida, recordando al tenebrismo que caracteriza los mejores años de Rembrandt. Vincent recurre a la silueta marcada por una línea oscura, influido por el simbolismo de Bernard. Las expresiones y los gestos de las figuras muestran la facilidad del holandés para ejecutar retratos, aunque no sea su temática favorita.
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La personalidad de Pedro Villegas es bastante controvertida. Pese a los denuestos de Pacheco sobre su persona y obra, hubo de ser un personaje atractivo, humanista, conocedor de idiomas y amigo personal de Arias Montano. Como pintor no va mucho más allá de una fría corrección, en este caso sí bastante rafaelesca, como observamos en esta composición muy rigurosa, simétrica hasta la monotonía, pero con cierto empaque y monumentalidad.
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La capilla de la Magdalena, entre el transepto norte y la nave principal de la basílica Inferior de Asís, desarrolla un ciclo narrativo que se le encargó a Giotto hacia 1314. Pero aunque el artista diera los modelos, la mayoría de los historiadores intuyen que la realización fue de alguno de los colaboradores del maestro. Esta Resurrección de Lázaro es un buen ejemplo de lo que decimos. Comparada con la fuerza expresiva, la rotundidad de los colores y la caracterización precisa de los personajes de la Resurrección de la capilla de la Arena, en Padua, la de la capilla de la Magdalena resulta más anecdótica, de una expresividad afectada y de unos colores más desvaídos. La figura de Cristo extiende su brazo excesivamente como para que sea apreciable el flujo de energía hacia Lázaro para resucitarlo. Además, las figuras presentan una menor contundencia corpórea, con menos fuerza, como si sus contornos se hayan estilizado tanto que se diluyeran. Aunque el efecto espacial está bien conseguido, las masas y estructuras no presentan una compensación compositiva clara. Y, por último, las expresiones de algunos de los personajes no se hacen creíbles por lo exagerado y teatral que resultan, como si estuvieran actuando, sin convencimiento. Parece más importante el ruego de la Magdalena y Marta a Jesús para que resuciten a su hermano, arrodilladas ante él, que el propio acontecimiento milagroso. De cualquier manera, la obra se presenta como un buen acercamiento a la obra más característica del mejor Giotto, pero sin la fuera y los valores del arte del maestro.
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La historia de la resurrección de Lázaro se narra en el Evangelio de San Juan (11; 32-45). Lázaro era hermano de Marta y María, dos fieles seguidoras de la palabra del Señor, y llevaba enfermo mucho tiempo, falleciendo durante la ausencia de Jesús de Betania. A su regreso, se enteró de la noticia y decidió invocar al Padre para resucitarle. Fueron todos a la cueva, quitaron la pesada piedra que cubría el sepulcro y Cristo gritó: "Lázaro, sal fuera". El muerto salió de su tumba, atados los pies y las manos con vendas, lo que provocó la sorpresa de los presentes y la conversión de numerosos judíos. Por contra, al conocer este hecho, los sacerdotes encabezados por Caifás decidieron matar al Salvador. Rembrandt nos presenta el milagro con todos sus ingredientes, destacando la figura de Jesús con la mano alzada y la boca abierta para reforzar el grito así como los gestos de sorpresa de los presentes. La luz impacta en una de las hermanas de Lázaro, quedando el resto de las figuras en semipenumbra. La influencia de Caravaggio vuelve a ser significativa, aportando el joven Rembrandt la tensión de un momento culminante y una sensación atmosférica que dota de mayor sentimiento a las composiciones.
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Es frecuente que Rembrandt realizara grabados de los lienzos que ejecutaba como en esta ocasión, teniendo como inspiración una obra de su socio Jan Lievens. Las figuras están contempladas desde un punto de vista bajo, destacando su teatralidad al gesticular ampulosamente, iluminadas por potentes focos de luz en sintonía con la pintura de Caravaggio. El soberbio dibujo del maestro se contempla a la perfección en estas obras que acompañaron a la producción pictórica.