En el verano de 1887 Vincent solía acudir con frecuencia a Asnières - un pueblecito al norte de París muy visitado por los amantes de las actividades fluviales - acompañado de Bernard y Gauguin. El restaurante de la Sirène era uno de los más famosos y el pintor quiso inmortalizarlo en este lienzo siguiendo las pautas del puntillismo tomando como referencia a su amigo Signac. Las líneas cortas dominan a los puntos, otorgando así una gran viveza a la superficie como Vincent había aprendido de Anton Mauve e indirectamente de Rubens durante su estancia en Amberes. Estas obras de Asnières - véase el Interior de un restaurante o Pescador y barcas junto al puente de Clichy - son escenas plenas de alegría, empleando un colorido vivo con rojos, verdes, azules o amarillos, plasmando en el lienzo una instantánea moderna, sin ninguna profundidad transcendental, muy similares a las ejecutadas por Toulouse-Lautrec. El interés del artista por plasmar un momento de luz concreto y la sensación ambiental creada le acercan al Impresionismo, aunque los jóvenes creadores intentaran superarlo.
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obra
Van Gogh sentirá una especial admiración por las luces del atardecer - e incluso las nocturnas - como podemos apreciar en esta imagen del restaurante de la Sirène, contrastando con el Restaurante Rispal realizado a plena luz del sol. De esta manera, Vincent enlaza con el Impresionismo al interesarse por ofrecer diferentes imágenes de un mismo objeto ofreciendo la variación de luz y color, mostrando así la instantaneidad de la pintura. El edificio se presenta al fondo mientras en primer plano se muestra un campo florido típico de la primavera. Las luces del ocaso se contemplan tras la silueta del restaurante, engalanado con banderas francesas. Dos árboles dotan de verticalidad a la composición, elaborada con una pincelada rápida y empastada, cercana al Puntillismo. Los colores van tomando protagonismo en la obra del holandés, convirtiéndose en la seña identificativa de la pintura de Van Gogh.
obra
En esta obra las masas de colores se funden entre sí o se contraponen sin necesitar de la línea, llegando a formar un ritmo lineal que sólo en lo decorativo adquiere sentido. Juegos de luces, colores transformados por ellas y con ellas contrastados. La anécdota llega a perderse en esas distribuciones de las formas, los colores y la luz crecen y se desenvuelven en un espacio libre y abierto.
obra
Durante la primavera y el verano de 1887 serán muy frecuentes las visitas de Van Gogh a Asnières en compañía de Bernard y Gauguin. Buscaban pintar al aire libre, tomando como modelos los parques, los puentes que cruzaban el Sena o los edificios emblemáticos del pueblecito como sus principales restaurantes, el de la Sirène o el Rispal. En este caso contemplamos al segundo de ellos, en una calle frecuentada por paseantes. Un cielo azulado sirve como fondo a la composición, contrastando con las tonalidades más amarillentas del suelo. Los verdes y rojos - colores complementarios - completan el panorama cromático, exhibiéndose Vincent como un genio del color a través del cual expresa sus sentimientos. La pincelada empleada tiene cierta sintonía con el Puntillismo al tratarse de pequeños toques de color mientras que el efecto lumínico y atmosférico creado se inspira directamente en el Impresionismo.
contexto
Para el resto de la Península Ibérica, al margen del Mediterráneo y Andalucía, la documentación es parca y en general muestra un proceso de neolitización tardía y vinculada con el progresivo desarrollo de las comunidades agrícola-pastoriles. Examinado el proceso por regiones se observa, a pesar de las fuertes lagunas de la documentación, una neolitización centrada en su mayor parte en el IV milenio para la mayoría de las zonas. En la zona cantábrica, el vacío del registro arqueológico es evidente: no se conocen estudios sobre fauna ni flora para establecer el proceso de domesticación y producción de alimentos. Sólo disponemos de algunas referencias sobre la aparición de cerámica en algún conchero fechado a mediados del IV milenio (la Cueva de Les Pedroses, al este de Asturias). Seguramente, en esta área peninsular, se produce un proceso especifico de neolitización, en general más tardío (en el sentido socioeconómico). Según la visión tradicional de Apellániz, se distinguen dos grupos culturales: a) Grupo de Santimamiñe. Asentamientos localizados en la montaña, en sectores de valles estrechos y profundos, al norte del país, cerca de la costa. b) Grupo de los Husos. Comprendería la divisoria de aguas y la fosa del Ebro, con valles anchos y pequeñas llanuras. Parte meridional del país, hasta el norte de la Meseta. En el primero es donde se documenta mejor el paso de una economía depredadora a la producción de alimentos, en forma de pastoreo. La estratigrafía del yacimiento así lo muestra: nivel IIIc, Eneolítico; IIIb y IIIa, Neolítico con hojitas tipo Montbani, microlitos geométricos, domesticación de la oveja y presencia de cerámica; IV, nivel acerámico. El momento cuando se inicia la ocupación de la Cueva de los Husos (Husos I) corresponde al nivel IIIb fechado en el 3000 a.C. aproximadamente. Hay domesticación animal (cerdo, toro, cabra, ¿oveja?), cerámicas con formas ovoides abiertas, orejas de prensión en el borde, asas tuneliformes y decoración con impresiones punzantes. Esta fase, como se puede observar, sería contemporánea de otros periodos más avanzados en el resto de la Península (Neolítico Medio en Cataluña, Neolítico II del País Valenciano...). No existe documentación sobre las prácticas agrícolas. A pesar de estas referencias crono-estratigráficas, el único yacimiento que se atribuye a los inicios del Neolítico es el Abrigo del Montico de Charratu (Albaina, Alava), donde en la sucesión de los niveles III-IV se registra el paso de un nivel exclusivamente lítico a un nivel superior con cerámicas, así como el progresivo aumento de la microlitización. Otros datos aún más aislados y poco correlacionables con la dinámica general han servido a algunos autores para hablar de la presencia, en el País Vasco también, de un Neolítico precerámico o acerámico (por ejemplo, Kobeaga II y Arenaza I, ambas cavidades en Vizcaya) De todas formas, algunos yacimientos como el de la Cueva de Zatoya (Aburrea Alta, Navarra) muestran la importancia del substrato paleolítico y la progresiva geometrización de la industria lítica con la aparición, en última instancia, de la cerámica, sin cambios sustanciales en el sistema de subsistencia económica, basado continuadamente en la caza y la recolección. Su cronología abarca desde el X milenio al V-IV, con diversas discontinuidades ocupacionales. En último lugar, también se ha localizado una interesante ocupación plenamente neolítica en la Cueva de Abauntz (Arraiz). En la Meseta, al margen de alguna mención sobre el Neolítico de la región de Madrid - la Cueva del Aire y los dudosos fondos de cabaña dispersos en los valles del Manzanares y del Henares -, en todo caso poco claro, sólo al norte de este sector se conoce un yacimiento que nos haya aportado información significativa: se trata de la Cueva de la Vaquera (Torreiglesias, Segovia), donde se documenta la domesticación animal hacia el 3700 a.C.
monumento
Los materiales más antiguos encontrados se han encontrado en las laderas de la Sierra de La Lastra y Cerro Cambrón y en las terrazas de los ríos San Juan y Salado. Éstos son principalmente sílex, fechado entre el Paleolítico superior o transición al Neolítico. El municipio cuenta con unos 200 asentamientos arqueológicos inventariados, teniéndose constancia de la ocupación durante el III - II milenio a.C. Se ha descartado la ocupación correspondiente a las fases más antiguas de la Cultura Ibérica, entre los siglos VII - IV a.C., ya que los primeros asentamientos ibéricos conocidos son del siglo III a.C., perdurando hasta el I d.C., coincidiendo con la presencia de Roma en la zona. De todos los yacimientos de este periodo destaca la necrópolis de incineración del Cerro de Esparto en la Bobadilla. La romanización de la zona queda suficientemente demostrada por las prospecciones realizadas en lugares como la Ermita de la Fuensanta o el Cortijo de los Santos o la Villa romana de Fuente Peña, donde una excavación puso al descubierto parte de una villa fundada a principios del siglo I d.C. con una ocupación ininterrumpida hasta el siglo V. Según fuentes epigráficas, Alcaudete podría adscribirse a Sosontigi, municipio flavio. Del periodo Bajo Imperial conocemos no sólo los hallazgos ya mencionados, sino quizás el más emblemático de la ciudad, el sarcófago paleocristiano de época de Constantino, del siglo IV, hallado en las huertas en torno a la calle Torres Ortega a finales del siglo XIX y conservado hoy en el Museo Arqueológico Nacional.
contexto
La arqueología paleocristiana prueba también la existencia de núcleos cristianos en el siglo IV, si bien no pueden compararse con los hallazgos arqueológicos de que sólo se conserva el piso inferior. La basílica de Bruñel (Jaén) no es considerada con seguridad un edificio cristiano. El martyrium de La Cocosa (Badajoz) pertenece también al siglo IV y, pese a su mal estado de conservación, Schlunk ha visto en él influencias itálicas. De esta época es también la pequeña iglesia de Elche, aunque Palol y Albertini consideran que inicialmente se trató de una sinagoga que en el siglo V fue transformada en templo cristiano. Schlunk, por el contrario, no cree que fuera una sinagoga. De la primera mitad del siglo IV se conocen 32 sarcófagos paleocristianos, correspondientes principalmente a la Tarraconense, la Betica y la Cartaginense y, ya en menor medida, a Gallaecia. La mayoría de ellos pertenecen a talleres romanos que trabajarían al por mayor, exportándolos a las distintas provincias del Imperio. Los sarcófagos realizados en talleres locales, llamados del grupo de La Bureba, pertenecen a la segunda mitad del siglo IV. Mientras los importados de Roma son labrados en mármol y representan generalmente escenas del Nuevo Testamento, los de origen local, ejecutados en piedra de la región, presentan una iconografía peculiar, generalmente inspirada en el Antiguo Testamento: Daniel en el foso de los leones, el sacrificio de Abraham, etc. Algunos incluso presentan escenas inspiradas en fuentes apócrifas y sin parangón con los de otras regiones cristianas. La interpretación iconográfica es, por tanto, bastante compleja y mientras algunos estudiosos, como Sotomayor, consideran una influencia principalmente oriental, otros ven una mayor influencia africana. Palol cree que la presencia de los vándalos en el norte de Africa produjo un éxodo de los cristianos a la Península y entre estos africanos se encontrarían los artífices de los sepulcros hispanos. Sin embargo, y puesto que no se han hallado en Africa sarcófagos iconográficamente semejantes, la teoría no tiene carácter definitivo. La arqueología paleocristiana ha sido y aún sigue siendo el principal argumento en el que se apoyan los que defienden el origen africano del cristianismo hispano. Para Díaz y Díaz, Blázquez y García Iglesias entre otros, tanto los restos arqueológicos como la epístola de Cipriano de Cartago a propósito de la herejía de Basílides y Marcial, como la interpretación doctrinal de algunos cánones del Concilio de Elvira son argumentos probatorios del origen africano del cristianismo hispano. Sin embargo, la interpretación arqueológica no prueba en absoluto tal procedencia. Durante el siglo IV la mayoría de los sarcófagos se importan de Italia y los restos arquitectónicos tienen, como hemos visto, un influjo más oriental que africano. Por otra parte, la epístola dirigida a Cipriano no obedece tanto a la posible dependencia del cristianismo hispano de Africa, como al hecho de que la autoridad moral e intelectual del propio Cipriano le configuraba como una autoridad eclesiástica. Cierto que la incorporación de Mauritania a la diócesis hispana creó una serie de vínculos más estrechos entre el norte de Africa y las costas levantinas y principalmente la Betica, pero en la época de Diocleciano el cristianismo hispano ya estaba muy extendido en la Península. Hoy día, la tesis de Sotomayor sobre la variada influencia (tanto africana como gala, oriental, etc.) que posibilitó la difusión del cristianismo en la Península es no sólo la más razonable, sino también la más plausible.