El gran retablo de la Mejorada inicia la serie de sus obras escultóricas castellanas y es el punto de partida de su amplia labor de Berruguete en Valladolid y su entorno, que compagina con sus negocios familiares y la consecución de sus ambiciones personales, como la de la creación de un mayorazgo en Ventosa de la Cuesta. Sin apenas restos de la obra en Zaragoza y no clara su posible participación en el retablo de la capilla real atribuido a Bigarny, la obra de la Mejorada también marca su alejamiento del servicio real. Contratado con el abulense Vasco de la Zarza ha de ocuparse de todo su conjunto cuando muere este artista el año 1524. Trasladado incompleto al Museo Nacional de Escultura de Valladolid, su estructura clasicista presenta bella decoración en sus superficies, y sus relieves de las calles laterales, como el de la Anunciación, muestran el sentido manierista de su composición o, como en el del Camino del Calvario, la gracia florentina del cortejo que domina sobre el dramatismo del tema. Fotografía cedida por el Museo Nacional de Escultura de Valladolid.
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obra
En la obra del Maestro de Ávila, identificado por algunos especialistas con García del Barco, encontramos evidentes influencias de Fernando Gallego. En este tríptico de la Natividad -que nos muestra el nacimiento de Jesús en la tabla central y la Anunciación a los pastores y a los Reyes Magos en los laterales- encontramos elevadas dosis de dibujismo pero escasez de color, destacando su estilo expresivo, especialmente en los rostros. La dureza de los plegados relaciona a este pintor con el Maestro de la Sisla.
contexto
En Burgos destaca, por su tipología, iconografía y calidad estilística, el retablo conservado en la iglesia de San Lesmes. Es una obra relacionada con la iniciativa de los García de Salamanca, familia de ricos comerciantes que mantenían contactos con los antiguos Países Bajos. Una de las aspiraciones de estas familias, pertenecientes a la alta burguesía de las ciudades durante los siglos XV y XVI era la de tener una capilla funeraria propia, con lo que se equiparaban a la vieja nobleza y al alto clero, grupos sociales que venían disfrutando de este privilegio desde tiempos atrás. A la vez, con esta decisión, ponían de manifiesto sus aficiones y sensibilidad artística, pues su fundación privada, generalmente en la iglesia parroquial, era enriquecida con diversas obras de arte entre las que sobresalía el retablo. Este ejemplo, conservado en la capilla de los García de Salamanca, presenta una tipología que refleja fórmulas propias de los retablos castellanos, pues está empotrado en el muro, rodeado de un arco de piedra de medio punto profusamente decorado, aspecto que nunca se encuentra en los ejemplos flamencos, los cuales se caracterizan por ser exentos. El retablo, de madera policromada, totalmente esculpido, ofrece una clara organización con una parte baja -banco o predela- presidida por la escena del Llanto sobre Cristo muerto que queda flanqueada, en las calles laterales, por las representaciones de los donantes, arrodillados en actitud de oración y acompañados por sus correspondientes patronos. Esta fórmula que, ya aparece en varios retablos burgaleses desde finales del siglo XV (como en los retablos del Árbol de Jesé o del obispo Acuña, en la catedral, y de la cartuja de Miraflores, ambos obras de Gil de Silóe, y en la iglesia de San Nicolás, relacionado con la actividad de los Colonia), diferencia al retablo de San Lesmes de otros ejemplos flamencos, donde los donantes son incorporados a una escena religiosa, pero no aparecen en compartimentos aislados. La parte superior y principal del retablo está ocupada, en la calle central, por una espectacular y teatral composición que representa a Cristo con la cruz a cuestas, ayudado por el Cirineo y detenido ante la Verónica. Es la escena que da nombre al retablo de la Santa Cruz y responde a una de las advocaciones de la capilla, denominada de la Santa Cruz, del Salvador y de San Andrés. El citado tema ha sido resaltado sin duda por indicación expresa del donante. Este pasaje de la pasión no suele faltar en los retablos dedicados a este ciclo, pero lo que en dichas ocasiones es un tema más del mismo, en el retablo de los García de Salamanca lo preside aisladamente. Completa la iconografía del retablo la representación de una selección de santos: san Pedro, san Juan Evangelista, santa Catalina, santos de culto universal, y san Julián el Hospitalario, de culto más localizado y restringido y de curiosa iconografía. La zona superior central está presidida por san Miguel, de quien no podemos olvidar su relación con el mundo de lo funerario y, en este caso concreto, su posible dependencia del ejemplo similar localizado esta vez bajo el conopio terminal, en el sepulcro del infante don Alfonso, en la cartuja de Miraflores. En las entrecalles, y en un tamaño menor, se conserva parte de un apostolado. El retablo de la iglesia de San Lesmes se ha considerado siempre como obra flamenca y se incluye en el capítulo de los retablos importados pues, aunque, como hemos precisado, se relaciona por su estructura con los modelos castellanos, las piezas esculpidas que lo componen -al menos las dos principales en el espacio central- proceden de los talleres de Amberes. Conserva las manos, marca de dicha ciudad, grabadas sobre la superficie donde se sitúan los protagonistas de la escena. Es un ejemplo excepcional también por el tamaño de sus esculturas, por ser imágenes exentas y por la alta calidad de su estilo, que supera la media de la mayoría de los retablos importados y conservados. Un estilo más elaborado suele caracterizar a los retablos que son obra de encargo de un comitente, con indicaciones y exigencias precisas. Llama la atención por lo tanto entre las otras obras hechas no por encargo expreso y que suelen ser el resultado de un trabajo industrializado y por ello menos cuidado, pensado para su exposición y venta en las ferias.
obra
La parte superior y principal del retablo de la Santa Cruz está ocupada, en la calle central, por una espectacular y teatral composición que representa a Cristo con la cruz a cuestas, ayudado por el Cirineo y detenido ante la Verónica. Es la escena que da nombre al retablo de la Santa Cruz y responde a una de las advocaciones de la capilla, denominada de la Santa Cruz, del Salvador y de San Andrés. El citado tema ha sido resaltado sin duda por indicación expresa del donante. Este pasaje de la pasión no suele faltar en los retablos dedicados a este ciclo, pero lo que en dichas ocasiones es un tema más del mismo, en el retablo de los García de Salamanca lo preside aisladamente
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El retablo de la Santa Cruz, de madera policromada, totalmente esculpido, ofrece una clara organización con una parte baja -banco o predela- presidida por la escena del Llanto sobre Cristo muerto que queda flanqueada, en las calles laterales, por las representaciones de los donantes, arrodillados en actitud de oración y acompañados por sus correspondientes patronos.
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Este retablo procede del desparecido convento de San Francisco de Valladolid. Allí fue visto por fray Matías de Sobremonte en 1660 y descrito como un "antiguo retablo sin policromar que contiene figuras muy pequeñas de talla, aunque muy perfectas, los principales misterios de la vida, pasión y muerte de Nuestro Redemptor...". El retablo se compone de tres calles con doble altura en las laterales y una sola en la calle central, en la que se representa la escena del llanto sobre Cristo muerto, cargada de dramatismo, cerrando así la vida de la Virgen a la que se dedica el conjunto, iniciado por el Nacimiento y acompañado de la Anunciación, la Natividad de Cristo y la Adoración de los Reyes Magos. Todas las escenas están realizadas con gran detallismo, apuntándose a una procedencia flamenca, posiblemente a algún taller de Amberes, tal y como observamos en la forma de la caja aunque no encontramos marcas del taller. Si están documentadas dos manos en la ejecución de la pieza. Fotografía cedida por el Archivo Fotográfico del Museo Nacional de Escultura.
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Estamos si no ante la mejor, al menos ante la más exquisita de las obras de un Gil de Silóe en los últimos años de su vida. Tal vez no la acabó y algunos de los huecos destinados para la escultura fueron cubiertos con tallas de su hijo varios años después. Una vez más sus encargos se deben a personajes de alto relieve que, parece ser, remuneran convenientemente su trabajo. Ahora es Mencía de Mendoza, de la poderosa familia castellana y viuda del conde Haro y condestable de Castilla. ¿Qué habría ocurrido con el retablo mayor si Gil de Silóe no hubiera desaparecido?
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El Retablo de San Miguel y San Esteban también es conocido como de los Revenedors (Revendedores) debido a que este gremio fue el comitente de la obra. La tabla central estaba dedicada a San Miguel y sobre ella se situaba otra tabla con la Virgen y santas, coronando el conjunto el tradicional Calvario. De la calle de la izquierda sólo se conserva el episodio de la Aparición del arcángel en el castillo de Sant'Angelo y de la calle de la derecha la caída de Simón el Mago y el Milagro del monte Saint-Michel. La tabla protagonizada por la Virgen originalmente debía estar emplazada en la calle central del retablo, entre las tablas dedicadas a san Miguel y la Crucifixión. Pese a que la aplicación de los fondos dorados, decorados con el mismo tipo de racimos y hojas que aparecen en el retablo de san Antonio, impide una recreación paisajística, esto no significa una renuncia a la sensación de espacialidad. Esta se define a través de un ámbito rectangular cerrado con un bancal, elemento que encontramos también en las tablas centrales de otros retablos (san Abdón y san Senén, san Bernardino y el Angel Custodio). La iconografía responde al esquema cuatrocentista de la sacra conversazione.
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En conmemoración a san Abdón y san Senén -patronos de los agricultores antes de la difusión, en época barroca, del culto a san Isidro-, los parroquianos de la iglesia de San Pedro de Terrassa decidieron encargar un retablo al pintor más afamado de Barcelona, la cercana capital. Según parece extraerse de algunas noticias fragmentarias, el mismo Huguet supervisó in situ su montaje para así asegurar la perfecta definición de los valores de la obra. Sin duda, además de expresar su religiosidad, los clientes también actuaron movidos por el deseo de realizar un acto que les asegurase la protección de dichos santos. El hecho de que los monjes benedictinos de la abadía d'Arles-sur-Tech (Rosellón) hubieran traído sus reliquias desde Roma contribuyó, dado el poder que se atribuía a los restos santos, a la extensión del culto de san Abdón y san Senén por el norte de Cataluña y a las numerosas versiones locales de su leyenda. El conjunto, caracterizado por horrorosas torturas, pone de manifiesto otro aspecto: el gusto, incluso la complacencia, del público y los clientes por las escenificaciones truculentas y morbosas de estos pasajes hagiográficos. En el centro encontramos las elegantes figuras de ambos santos, quizás un tanto afectados. Todas las figuras de este delicado retablo se caracterizan por un refinamiento de las vestiduras, elegancia de las actitudes y brillantez de las gamas cromáticas que, si bien están próximos a los modelos del gótico tradicional, también encuentran sus paralelos en el mundo italiano.