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El año de 1874 será muy importante para Renoir y los demás impresionistas ya que realizan su primera exposición. Entre abril y mayo exhibirán sus obras en las salas cedidas por el fotógrafo Nadar, cosechando un más que triste resultado económico y crítico, ya que los críticos no fueron muy benevolentes con sus trabajos. Uno de ellos, Louis Leroy, fue el que acuñó el nombre de impresionistas, al referirse de manera peyorativa a uno de los cuadros de Monet. Renoir vendió tres de las obras que presentó, entre ellas El palco, pero su situación económica no era muy floreciente, por lo que continuó realizando retratos como éste que contemplamos.Madame Hartmann aparece en el centro de la composición, luciendo sus mejores galas: un elegante vestido negro con cuellos y puños blancos y voluminosa cola recogida con la mano izquierda, mientras en la derecha sujeta un abanico. Si bien el cuerpo está girado en tres cuartos hacia la izquierda, la cabeza se dirige hacia el espectador, resaltando su intensa e inteligente mirada. A diferencia de otros retratos -véanse los de Madame Charpentier o de Mademoiselle Sicot- aquí sí encontramos referencias espaciales que nos indican la desahogada posición de la dama; así, al fondo contemplamos un piano de cola -imprescindible en el hogar burgués del París decimonónico- y una mesa repleta de libros. Un cuadro ricamente enmarcado, una mullida alfombra y una pequeña butaca tapizada en colores malvas completan el espacio. El estilo empleado por Renoir enlaza con la técnica impresionista al emplear toques rápidos y empastados de color, dotando de aspecto atmosférico a la escena, sin renunciar a la base de dibujo y modelado con que está tratada la figura. Los colores oscuros dominan el conjunto, contrastando con la piel nacarada de rostro y manos y el toque blanco del puño.
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La familia Hayard era amiga de Ingres y le encargó el retrato de sus cuatro miembros. Los retratos a lápiz de Ingres eran casi tan apreciados como sus trabajos al óleo, y el artista les dedicaba el mismo tiempo que a los lienzos. Los Hayard se retrataron en parejas. Aquí podemos ver a la señora Hayard con la pequeña Caroline. El dibujo hacía pareja con el correspondiente dibujo del señor Hayard y la otra hija del matrimonio, Marguerite. La relación del pintor con la familia se prolongó durante décadas y la pequeña niña que vemos en este precioso dibujo le pidió que fuera su padrino de boda en 1838, veintitrés años después.
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La belleza de la modelo resulta perfectamente destacada en este retrato realizado al pastel, técnica rescatada años atrás por Degas que atraerá en numerosas ocasiones a Manet - Irma Bruner o Café en la plaza -. Madame Jacob era la esposa de uno de los más famosos expertos parisinos en arte; la vemos aquí representada con el busto desnudo, velado por un delicado vestido en tonos blancos. La altísima calidad como dibujante de Manet queda demostrada, interesándose por la atractiva mirada de la joven, el elegante recogido del cabello o la delicadeza de sus labios, de rojo carmín. La figura se recorta sobre un fondo grisáceo que envuelve la parte inferior del busto de la dama y acentúa la tonalidad rosácea de su piel y el negro del cabello. Con estos retratos, el pintor obtendría un importante éxito, aun estando vetado en el Salón oficial.
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La obra del escultor noucentista Manuel Martínez Hugué luce también un interés tácito por el cubismo, a cuyos artífices le unió la amistad. Se hace éste más patente en alguna de sus obras. Debe tanto a Matisse y a la intencionalidad primitivista del cubismo, que esta circunstancia impide que se circunscriba su obra meramente a la poética del noucentisme catalán.
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Los Leblanc conocieron a Ingres en Florencia, en el año 1821, donde el pintor tenía su taller. El resultado del encuentro fueron varios retratos que el matrimonio encargó a lo largo de varios años al artista. Este dibujo con la efigie de François Leblanc es uno de los primeros de la serie. Destaca ante todo la sencillez casi esencial del retrato, con la figura femenina en pie, junto a una silla, aislada del resto de la estancia.
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El museo metropolitano de Nueva York exhibe entre sus fondos este dibujo de la familia del director de la Escuela de Francia en Roma, monsieur Lethière. Marie Josephine Honorée Vanzenne y su hijo Lucien posan para Ingres en un barrio de Roma. El paisaje de fondo corresponde al palacio Villa Médici, donde tenía su sede la Escuela, y la iglesia de Santa Trinitá dei Monti.
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Los Manet no quedaron muy satisfechos con el retrato que les había hecho Degas, llegando a suprimir la figura de Suzanne del lienzo. Para no herir a su esposa, Edouard realizó este retrato en el que Suzanne aparece tocando el piano - cuando ambos se conocieron, ella era la profesora de piano de la familia - en un absoluto perfil. La dama viste un elegante traje negro con mangas transparentes, recortando su figura sobre la pared de la casa, en la que observamos un espejo donde se refleja el reloj que le regaló la madrina de la madre de Manet cuando ésta se casó. El fondo está perfectamente estructurado a través de líneas horizontales y verticales que se reproducen en el piano. Destaca el contraste de las tonalidades de primer plano, más oscuras, con los colores claros de la pared, contraste muy del gusto del pintor. El rostro de Suzanne y la postura están más favorecidos que en la obra de Degas. La factura es rápida y abocetada, excepto en la zona del espejo donde se consigue un efecto fotográfico de gran belleza.
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Para realizar la obra titulada En el invernadero, Manet tomó prestado el estudio de su amigo Rosen debido a la cantidad de plantas que poseía. Durante la ejecución de ese lienzo la esposa del pintor acudió a contemplar los trabajos - algo bastante extraño ya que Madame Manet apenas iba al estudio de su esposo porque temía distraerle - siendo posteriormente retratada en el mismo lugar. La figura de Suzanne se presenta desplazada hacia la izquierda, mostrando en la zona contraria la barandilla y las flores. Su rostro sonrojado, con la mirada ausente, y la postura de las manos enlazadas son el centro de atención del lienzo y también la parte más elaborada. Sin embargo, los elementos que rodean a la dama apenas están esbozados, realizados con una pincelada rápida y empastada en sintonía con sus amigos Monet y Renoir. La crítica achacó a Manet que no acabara el cuadro, lo que indica que no apreciaban ese estilo suelto y fresco que caracteriza al Impresionismo.
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Los retratos de damas de Ingres raramente destacan por otra cosa que no sea lo aparatoso de la puesta en escena. Sin embargo, en este caso, la mirada de Mme. Marcotte absorbe la atención del espectador con unos ojos enormes y dirigidos enigmáticamente al frente. Ingres solía pintar a estas damas en jaulas doradas. Mientras que los retratos de sus maridos estaban ambientados en paisajes exteriores de atmósfera tormentosa, ellas aparecen entre sedas y encajes, prudentemente encerradas, como bellas aves del paraíso destinadas a una función meramente decorativa.
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El ambiente más libre y desenfadado de la sociedad que nace durante la Regencia de Luis XV no podía por menos de favorecer una nueva concepción del género retratístico que afecta incluso al más oficial; para dar nobleza al retrato mundano inventa el mitológico, resultado del realizado con traje de disfraz ya conocido en el siglo anterior. El máximo representante de este género es Jean-Marc Nattier, que llena las residencias parisinas de todos los dioses del Olimpo. La moda se extiende hasta tal punto que no hay dama de la Corte que no quiera retratarse como Diana, como Flora o como Venus. Son obras decorativas en las que la verdad del análisis psicológico cede el puesto a la adulación. Otra de sus especialidades serán los retratos infantiles como el que aquí contemplamos, en el que destaca la atónita mirada, el gesto de acariciar al perrillo y las mejillas enrojecidas de la niña vestida como una dama, creando la imagen de una muñeca. Se trata de los últimos testimonios de un mundo clásico que remite a las obras de Domenichino y Albani, convirtiéndose en símbolos de una sociedad caracterizada por el artificio y la elegancia.