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Ingres llegó a Roma el mismo año en que pintó este retrato de Madame Aymon, también conocida como "la bella Zèlie". Había obtenido una beca para estudiar en la Escuela de Francia en Roma, pero además tenía que conseguir encargos para mantenerse, ya que los primeros años del pintor estuvieron llenos de estrecheces económicas. Ingres encontró su modo de subsistencia en la corte imperial de la hermana de Napoleón, Carolina Bonaparte, establecida en Roma. Junto a ella se habían trasladado altos funcionarios y aristócratas que formaban una pequeña corte, donde Ingres halló una clientela temporal. El artista retrata en este lienzo a una de las damas de esta corte, nada más llegar a Roma. El retrato presenta un aspecto inacabado en el contorno, ya que probablemente el marco original del lienzo fuera ovalado o redondo, cubriendo las esquinas no terminadas.
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El delicado estado de salud de Renoir no le impide trabajar con la misma fuerza que antes de enfermar. Sus manos y brazos están deformados por el reuma -en una visita Odilon Redon admira "la mano enferma y bella de Renoir"- pero exige a sus familiares que le aten los pinceles para continuar trabajando. Para recuperarse de sus dolencias pasa una temporada en la casa familiar de los Berheim en Fontainebleau. La relación de la familia Berheim con los impresionistas era muy estrecha, convirtiéndose en uno de sus más importantes mecenas.Durante esta estancia en Fontainebleau realizó Renoir el retrato de madame Berheim, conservándose una fotografía del pintor trabajando en esta obra. La modelo posó en el jardín, a "plein air", en sintonía con la filosofía impresionista. Suzanne Adler parece en primer plano, sentada en una silla de mimbre y vistiendo un elegante traje de seda en tonalidades malvas, con adornos blancos en cuello y puños. En su mano derecha observamos el anillo con brillantes regalado por su esposo, Gaston Berheim, con motivo de su enlace matrimonial. La luz natural que envuelve la escena refuerza la belleza y la delicadeza de la modelo, así como las tonalidades verdes del jardín. La figura está modelada gracias a un preciso dibujo característico del maestro, especialmente las manos y el rostro, mientras que las sombras en el vestido de seda o la vegetación del jardín ha sido realizada con una pincelada rápida y fluida, creando un acertado contraste de gran impacto visual. Otro de los elementos de atención lo encontramos en la dulce y cándida mirada de Suzanne, interesándose Renoir en captar la personalidad de su modelo, lo que le convierte en uno de los mejores retratistas de su tiempo.
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Desde los inicios de su producción, Degas se sintió interesado por el color. Lo que más le llamó la atención de la obra de Delacroix - el gran genio del Romanticismo - fue su tratamiento de las tonalidades; por eso cuando Whistler afirmaba que el color y la línea eran más importantes que la propia narración pictórica, se sintió profundamente atraído por su obra, copiando alguna de ellas. En esta ocasión, Degas intenta transmitir sentimientos relacionados con la protagonista a través del rojo en sus diferentes tonalidades. La dama que vemos en el cuadro era la esposa del médico que trataba a Degas, Madame Camus. Mujer amable y segura de sí misma, dijeron de ella que era una diosa fría y aristocrática. La figura aparece en riguroso perfil - como ya había hecho Degas con su tía Laura en la Familia Bellelli o con Madame Gobillard -sentada en un sillón y portando un abanico oriental entre sus manos. Su rostro se oculta en una zona de sombra, iluminando la luz artificial la zona del escote, acentuándose su sensualidad. En la misma sala contemplamos la pantalla cortada de una lámpara - de donde procede la iluminación - un reposapies y otra lámpara cuyo pie es un esclavo negro. En la pared, pintada en tonos rojizos, se observa un espejo con un delicado marco. Las diferentes tonalidades de rojo marcan la composición, creando el ambiente en el que la dama se siente segura y protegida del mundo exterior. Gracias a la luz, obtiene una bellísima escena en la que se aprecian influencias japonesas - el riguroso perfil de Madame Camus - y del Rococó - las ondulaciones que abundan en la imagen - debido ésta última a las bellas porcelanas de ese estilo que coleccionaba el dueño de la casa y esposo de la retratada.
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Ingres realizó maravillosos retratos, llenos de perfección y acabados minuciosos. Pero este esbozo apenas terminado sobre el lienzo resulta si cabe aún más conmovedor que sus óleos más refinados. El artista ha tomado el perfil de una joven dama y apenas lo ha abocetado con unos brochazos en el lienzo, de su propio color. La base del cuello se diluye sobre el fondo y para destacar el perfil sonriente ha distribuido unas pinceladas de óleo oscuro, sin homogeneizar, para dar brillo al rostro. El cabello también está trazado a grandes rasgos y un suave sfumato difumina los contornos así como la luz que modela la cabeza. Frente al rigor dibujístico de otros retratos, este trabajo ágil está lleno de frescura y encanto; nos recuerda otros retratos similares, como el de Jean Desdéban y el de Madeleine Chapelle.
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En 1869 Cézanne conoce a Hortense Fiquet, una joven que hacía de modelo para sacar algún dinero extra. Pocos años después nacerá Paul, el hijo de ambos. Hortense se convertirá en uno de los modelos favoritos para el artista, interesado siempre en cuestiones de volumetría y no en captar el rostro de su esposa, que de por sí no debía de ser muy expresivo. El óvalo de su rostro y el moño serán dos elementos con los que el maestro de Aix buscará romper con la paulatina pérdida de forma que se estaba produciendo en los trabajos de sus buenos amigos impresionistas. La figura aparece en primer plano, sentada en una silla, vistiendo un traje azul con pliegues en el torso, recortada ante un fondo más claro. El color se convierte en el vehículo generador del volumen, aplicado con ligeros y fluidos toques de pincel que, como si de un mosaico se tratara, van constituyendo el volumen y la forma de la figura. Las líneas oscuras que determinan los contornos sirven para afianzar la volumetría. El rostro inexpresivo y la rígida postura, como si de una estatua se tratara, serán elementos que más tarde tomará Picasso en sus trabajos pre-cubistas.
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Cézanne y Hortense Fiquet se conocieron en 1869. Ella trabajaba como encuadernadora pero para conseguir algo mas de dinero posaba como modelo. Pronto la relación entre ambos se hizo más estrecha y el 4 de enero de 1872 nacía Paul, el hijo ambos. Curiosamente, el padre del pintor desconoció la existencia de Hortense y Paul hasta que cuatro años más tarde los descubre, reduciendo la pensión de manutención de su hijo. La boda se realizará el 28 de abril de 1886, legalizando definitivamente la relación. Hortense posó unas 24 veces para su marido. Este retrato que contemplamos se realiza tras la etapa impresionista, ensayando el maestro diferentes propuestas vinculadas con la relación entre el tratamiento de las formas y el espacio. Madame Cézanne viste una blusa oscura con anchas rayas y lleva el cabello suelto, cayendo sobre sus hombros para otorgar continuidad lineal a toda la figura. Posiblemente se trate de una de las imágenes más expresivas de Hortense, mostrándose tímida, con la mirada caída y la cabeza girada hacia la izquierda. Las pinceladas son cortas y dinámicas en algunas zonas y más fluidas en otras, recurriendo a un doble tratamiento con el que consigue mayor calidad.
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A pesar de no tener una relación muy estable, Hortense Fiquet posó en más de 20 ocasiones para su marido, a lo largo de toda su vida. En la mayoría de ellas, como aquí podemos comprobar, Cézanne no se interesó por captar la personalidad ni la expresión de la madre de su hijo sino que serán cuestiones puramente formales las que lleven al maestro a realizar este tipo de retratos. Es una figura estática, inmóvil, con la mirada ausente, perdida, que se recorta ante un fondo claro para crear contraste con el vestido rojo. Destaca la forma geométrica del óvalo del rostro, delimitando la silueta con una línea más oscura como harán Gauguin, Picasso o Modigliani. La cabeza se inclina hacia un lado, en sintonía con el cuerpo que también se vence hacia la derecha. El vestido se convierte en el centro de atención para el espectador. La amplia mancha roja está estructurada con maestría, destacando su solidez arquitectónica que parece engullir las delicadas y abocetadas manos de madame Cézanne y las florecillas con las que juega, curiosamente la única nota dinámica de un conjunto presidido por el estatismo. La frialdad con la que está representada Hortense ha sido interpretada por algunos especialistas como una evidente muestra del distanciamiento entre ambos esposos.
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De los más de 20 retratos de su esposa, Hortense Fiquet, pintados por Cézanne a lo largo de su vida, posiblemente el más elegante sea el que tiene el invernadero del Jas de Bouffan como fondo. Bien es cierto que Hortense no estaba muy cómoda en Aix, prefiriendo vivir en París, ya que su relación con la familia de su esposo no era muy buena. En una carta a Zola escribía Numa Coste sobre esta relación: "Cézanne vive con su madre en el Jas de Bouffan, quien, por cierto, está enemistada con Hortense, y ésta, a su vez, no hace buenas migas con su cuñada ni ésta con ella. Por eso Paul vive aquí y su mujer ahí". La mujer aparece sentada, girado su cuerpo hacia la derecha y dirigiendo su mirada hacia el espectador. El rostro de Hortense presenta cierto aspecto de máscara, convirtiéndose en un antecedente directo de la pintura de Picasso. Tras la figura podemos observar las macetas y un árbol del invernadero. El cuadro está sin concluir, trabajando con ligeras pinceladas en algunas zonas que se van intensificando en función del avance del trabajo. El contraste entre la tonalidad azul del vestido y los fondos amarillos y ocres sirve para crear el espacio pictórico, al igual que el árbol del fondo que parece ser una continuidad del brazo derecho de la dama mientras que las ramas envuelven la cabeza. El resultado es una obra cargada de elegancia y belleza con la que Cézanne busca conseguir recuperar la forma y el volumen a través del color.
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A pesar de la extraña relación existente entre Hortense y Cézanne, la esposa del pintor posó en unas veinticuatro veces para él. Decimos extraña porqué sólo vivieron juntos durante un tiempo, pasando la mayor parte de su vida distanciados ante el deseo del artista de pintar la naturaleza provenzal. Al haber sido modelo, Hortense sabía posar y Cézanne se preocupaba por representar cuestiones relacionadas con la frontalidad y la simetría alejándose de la expresión, como podemos observar en el inexpresivo rostro de la mujer. El color se convierte en el auténtico protagonista como se aprecia en el rojo vestido, el sillón amarillo o el fondo azul-verdoso. La pose es la que más interesa al artista, girada en tres cuartos hacia la derecha y con las manos entrelazadas. El espacio pictórico está construido gracias al equilibrio de las masas de color y las formas, simplificadas o incluso abocetadas. Las pinceladas presentan una paulatina autonomía, poniendo las bases para el cubismo, al igual que los rostros de máscara que tanto admirará Picasso.
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Cézanne conoció a Hortense Fiquet en 1969, cuando ella tenía 19 años y completaba su sueldo de encuadernadora haciendo de modelo para algunos pintores. La relación entre Hortemse y Paul será muy estrecha y el 4 de enero de 1872 nace el único hijo de la pareja, también llamado Paul. El matrimonio no se celebrará hasta el 28 de abril de 1886. Madame Cézanne posó unas veinticuatro veces para su marido. En las primeras aparece sentada en un sillón rojo, ante una pared empapelada de amarillo verdoso con unas crucecillas azules como motivo decorativo, pared sobre la que se sitúa también la Bandeja de manzanas. La mujer entrecruza las manos a la altura del pecho y dirige su mirada hacia el espectador. El vestido hace de base para sostener la figura que se desplaza ligeramente hacia el lado izquierdo de la composición. El rostro carece de expresividad, interesándose más el maestro en resolver los problemas de la simetría y la frontalidad que en captar la psicología de su modelo, ya que la verdadera preocupación de Cézanne está en analizar las relaciones del color entre las distintas partes y la vinculación entre la figura y el espacio pictórico. Los colores han sido aplicados con una técnica impresionista, empleando una pincelada corta, rápida y empastada. Abundan las tonalidades verdes, violetas y grises, introduciendo toques de azul y la amplia mancha roja del sillón, butacón que flanquea los dos lados de la cabeza y sirve de equilibrio con los verdes del rostro, retomando de nuevo la teoría de los complementarios que los impresionistas toman de Delacroix.