Ingres retrató numerosas veces a su joven esposa Madeleine Chapelle, pero este es uno de los más bonitos dibujos que le dedicó. La personalidad de Madeleine la convirtió en la compañera ideal de Ingres, que tuvo muchos problemas para rehacerse tras su muerte. Madeleine posó abundantemente para el pintor, que la usó como modelo para la Fornarina, sus odaliscas y bañistas, etc. En este dibujo la joven se encontraba embarazada de su primer hijo, que desgraciadamente murió en el parto y le impidió volver a quedar encinta.
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Cuando Ingres partió de París hacia Roma, gracias a la beca que había obtenido en el Salón Oficial de 1801, estaba comprometido con Julie Forestier. Mantuvo la relación durante varios meses, escribiendo a su padre y a ella, a quien además envió algunos dibujos con apuntes de su viaje. La distancia y las novedades probablemente le llevaron a romper su noviazgo inicial, para trasladar sus intereses a la hija de un arqueólogo, con quien había trabado amistad en Roma. Además, este arqueólogo era amigo del escultor neoclásico Thorvaldsen, a quien Ingres admiraba. Sin embargo, tampoco cuajó la relación con su segunda novia. Por fin, a los 33 años y tras una breve amistad epistolar, Ingres contrajo matrimonio con Madeleine Chapelle, que se alejaba de sus anteriores relaciones procedentes de familias cultas y cercanas al mundo del arte. Ella era una sencilla modista. Sin embargo, constituyó para el artista su más firme apoyo a lo largo de toda su vida. Posó para muchos de sus lienzos y sus rasgos pueden reconocerse en algunas figuras de odaliscas. La estabilidad que Madeleine proporcionó al hogar del pintor fue tan básica para el desarrollo profesional de Ingres que la muerte de ella en 1849 le sumió en un período de inactividad.
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La joven que vemos retratada por Manet era la hija del propietario del restaurante "Père Lathuille", muy frecuentado por el pintor debido a su cercanía al café Guerbois, siendo el lugar que encontramos en el lienzo titulado Pareja en el Père Lathuille. La muchacha siempre negó haber posado para Manet por lo que debemos considerar que emplearía como modelo una fotografía o su propia imaginación. El gesto melancólico de la señorita es el elemento más impactante del retrato, destacando sus tristes ojos oscuros. Viste un escotado traje de gasa blanca - recordando en este aspecto a Whistler - que contrasta con el color crudo del fondo sobre el que se recorta la figura. La factura abocetada y los rápidos trazos indican la cercanía del maestro al Impresionismo, aun cuando se mantuviera independiente.
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Las obras pictóricas de Girodet son una muestra de de la via que tomó el clasicismo francés en las últimas décadas del siglo XVIII, donde se mezclan las formas neoclásicas con elementos estilístico que proceden de la obra de Rafael, alejándose, por tanto, de la severidad y el rigor neoclásico de David.
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En el verano de 1880 Mlle. Marguerite - hermana menor de Madame Julles Guillemet - visita a Manet en Bellevue, lugar al que se había desplazado el pintor para someterse a una nueva cura que aliviase sus enfermedades. La atractiva joven posará en algunas ocasiones para el maestro como en este bello dibujo, en Muchacha delante del mar o Muchacha en un jardín. En esta sensacional obra - ejecutada rápidamente en una página de un cuaderno de croquis - Manet ha sorprendido a su modelo adormilada en el jardín, realizando un estudio directamente del natural. Su trazo es firme y seguro, demostrando su facilidad a la hora de dibujar, alentada desde su estancia en el taller de Couture.
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En abril de 1876 Renoir presentaba 15 obras a la segunda exposición de los impresionistas, recibiendo una dura respuesta de la crítica. A finales de verano su golpeada moral se recupera ligeramente al recibir el encargo de elaborar algunos retratos, entre otros el de mademoiselle Muller, uno de los más sensuales de esta primera etapa. La modelo aparece en primer plano, vistiendo un traje blanco que permite contemplar un amplio escote y los hombros, jugando con su larga cabellera con la mano izquierda. La figura se recorta ante un fondo neutro oscuro que realza la brillantez de su blanquecina piel, recibiendo un potente foco de luz procedente de la izquierda que recuerda a los retratos pintados por Tiziano. La novedad la encontramos en la proyección de sombras coloreadas típicas del impresionismo, mientras que la pincelada rápida y abocetada enlaza con la escuela veneciana del Renacimiento. Ante la ausencia de detalles en el vestido, uno de los centros de atención del retrato lo encontramos en el rostro, cuyo tímido gesto indica la personalidad retraída de la modelo.
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La clientela de Ingres en este momento estaba firmemente establecida. Su fama había recorrido todos los círculos sociales de París y los clientes del pintor le presentaban nuevos clientes. Así trabó conocimiento Ingres con la familia Panckoucke. La madre, Cécile Bochet, pariente de la familia Marcotte y la familia Ramel (la de su esposa Delphine), le pidió al pintor que retratara a su hija Cécile Marie. Madame Bochet ya había sido retratada por Ingres en Roma, en el año 1811. Mademoiselle Panckoucke se convertiría años después en madame Tournouër.
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Se trata de una de las numerosas versiones del retrato que hizo Constantin Brancusi de la célebre bailarina. Con su característica depuración de las formas, su obra se basa en el conocimiento del material, proponiendo la búsqueda de la esencia, influido seguramente por el pensamiento oriental que conocía a través de del libro del monje tibetano del siglo XI, Milarepa.
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Polaire era el sobrenombre artístico de Émilie Zouzé Bouchaud, derivado de una canción exitosa de su amplio repertorio. Esta cantante admiró siempre la pintura de Toulouse-Lautrec, siendo el elegido para la ejecución de una ilustración publicada en la revista "Le Rire" del 26 de febrero de 1895 para la que esta imagen que contemplamos sirve de boceto preparatorio. La admiración del pintor hacia la cantante la podemos advertir en la alegría del rostro cuya boca y amplios ojos son los centros de atención. El brazo izquierdo de la mujer está repetido lo que refuerza el aspecto abocetado del estudio, destacando la firmeza de los trazos, una de las principales características del estilo de Lautrec tomada de Degas.
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Si algo puede decirse de este retrato es que desprende frescura e inocencia. Ingres pintó el retrato de esta muchacha cuando tenía quince años, por encargo de su padre. El pintor realizó también el retrato de su madre, pleno de sensualidad y madurez. En cambio en éste, todos los elementos tienden a poner de manifiesto el candor y la pureza de la muchacha. La joven había fascinado a Ingres y desgraciadamente murió ese mismo año de 1805 en que el artista la pintó. El vestido blanquísimo se acompaña de una boa de plumas de cisne, igualmente blancas. Los críticos rechazaron esta redundancia, porque la consideraban demasiado brillante. La figura se yergue perfectamente nítida contra un sereno paisaje de verdes y azules que refresca el ambiente. La mirada de ella es a un tiempo tímida y penetrante, jugando al juego de la madurez que se anuncia en una adolescente. El retrato resulta de los más logrados del artista.