En 1662 Rembrandt realiza una de sus obras maestras. El cliente será la Corporación de Fabricantes de Paños, y en el lienzo aparecen representados cinco de los síndicos y un empleado de la Corporación. Esos síndicos eran los encargados de mantener la calidad de las telas teñidas y fabricadas por el gremio. Especialista en retratos colectivos, Rembrandt recurre a una perspectiva de abajo arriba y coloca en primer plano la mesa cubierta con un rico tapete de color rojo con bordados. Tras ella vemos a los síndicos, presididos por Willen van Doeyemburg, la figura que aparece en el centro, delante del libro de contabilidad. Alrededor del presidente se colocan los demás síndicos, que eran elegidos por un año con posibilidad de reelección. Tras ellos, de pie, se ve al empleado de la Corporación, sin sombrero. Al fondo representa la moldura decorativa de la sala de reuniones en la que se intuye un relieve, a la derecha. Rembrandt centra toda su atención en los retratos, dándonos la personalidad de cada uno de los modelos, resultando una excelente muestra de las clases sociales y religiosas de la ciudad de Amsterdam. El maestro utiliza su característica iluminación que provoca contrastes entre zonas de luz y de sombra, aumentando dichos contrastes por el colorido oscuro de los trajes y el blanco de los cuellos. La pincelada utilizada por el pintor es bastante suelta, la "manera áspera" que se denominaba en la época, a base de manchas de color y de luz como lo hacía Tiziano, uno de sus maestros favoritos. Resulta sorprendente en la obra de Rembrandt, pero para desarrollar este trabajo realizó tres dibujos preliminares. Además, a través de los rayos X se han podido observar los cambios que realizó el artista a lo largo del tiempo que tardó en pintar la escena, algo que demuestra el interés que se tomó por presentar una obra que gustara a los clientes.
Busqueda de contenidos
contexto
El programa de los Reales Sitios en España marca un hito fundamental en la producción artística del siglo XVIII, ya que fue planteado desde criterios autónomos, desde el valor del límite del espacio natural, desde el ordenamiento territorial como hecho urbano, desde la relación dialéctica de ciudad y de campo o desde la ambición culta y laboriosa de congregar sabiamente las artes en su dimensión y aparato formal.Los monarcas de la Casa de Austria unificaron los asentamientos reales dispersos y fragmentarios, configurando un marco adecuado para la caza y sensible a la vida refinada y sosegada. Crearon una arquitectura para el ocio bajo la influencia de Flandes y de Italia. Lo hicieron sustentándose en la rotación periódica, en el peregrinar de la Corte de acuerdo con las condiciones climatológicas, buscando el descanso y el esparcimiento del otoño y comienzos del invierno en El Escorial, la primavera de Aranjuez, el estío de Valsaín y La Granja de San Ildefonso, o los fríos acusados del invierno en El Pardo.Programadas las estancias de los Reyes y la Corte en lo que llegó a constituir un sistema solar que giraba en torno al Alcázar de la capital del reino como "astro mayor de una constelación", los Reales Sitios fueron alcanzando gran desarrollo, y de simples cotos, o torres-cazadero, fueron desarrollándose hasta constituir un complejo urbano-arquitectónico, donde se define el palacio, la villa, el jardín y el ancho territorio, al que también se somete a un proceso de arquitecturación. Se convierten en escenarios representativos y lúdicos, en un esquema de orden donde quedó encuadrada la ciudad cortesana, la residencia real y el paisaje, sabiamente administrado en vastas haciendas, en campos de cultivo, en terrenos diestramente preparados para la producción experimental, en anejos rústicos y en ambientes palaciales para el descanso y la diversión.No se puede omitir esta gran herencia, que fue transmitida a la Monarquía borbónica con cierto esplendor. Una de aquellas posesiones en plena naturaleza llamó poderosamente la atención del Nuncio Camilo Borghese, quien en 1594 definió Aranjuez como "la cosa no sólo más bella de España, sino de todo el mundo". Y nada extraña por ello que a la princesa de los Ursinos, durante su estancia en la Corte de España en los primeros años del siglo XVIII describiera también Aranjuez como "uno de los más bellos sitios que la naturaleza pueda originar y que podría rivalizar con Fontainebleau si se quisiera hacer tanto gasto como el que los Reyes habían hecho en esa magnífica residencia". Bottineau, cuya investigación ha sido definitiva para el conocimiento profundo del arte cortesano en todo su conjunto, no duda en constatar el aprecio de la reina María Luisa de Saboya por estos lugares a los que Felipe V dedicara especial atención, llevando a cabo cambios considerables, sobre todo en el modo de entender dichos Reales Sitios, a partir de ahora, más bien inclinados al gusto de Francia.Al llegar al siglo XVIII, los Reales Sitios del Buen Retiro, Aranjuez, El Pardo, El Escorial, etcétera, se habían conservado; sin embargo, algunos de los grandes conjuntos fue en el siglo XVIII cuando se terminaron de construir y fue entonces también cuando tales residencias reales tomaron su definitiva configuración e incluso algunos se construyeron de nueva planta.El prestigio de Francia desde finales del siglo XVII había alcanzado extraordinaria amplitud en todos los países de Europa. El prestigio y la belleza de la Corte de Versalles, el brillo de la literatura, de la ciencia y de las artes hizo de Francia el centro de la vida intelectual de Europa. Aquella atmósfera no tardó en imponerse en España, ya que los monarcas de la nueva dinastía buscaron en muchas ocasiones inspiraciones en su patria de origen, Francia, donde se imponía el mismo sistema de lujosas residencias periféricas. Por este motivo, los Reales Sitios se convierten en pequeñas cortes a las que se intenta llevar a la culminación en esta época.Aranjuez se había construido sobre el emplazamiento de una Encomienda de la Orden de Santiago. El Palacio fue trazado por Juan Bautista de Toledo, prosiguiendo su construcción Juan de Herrera y un equipo de prestigiosos maestros. En el año 1700, la construcción sólo alcanzaba el espacio de la torre-meridional y el inicio de una crujía que bordeaba el lienzo meridional del patio, a pesar de los esfuerzos del arquitecto Juan Gómez de Mora a quien se deben las trazas del edificio que conserva la Biblioteca Vaticana y la Biblioteca Nacional de Madrid. Gómez de Mora estableció algunos cambios sobre la planta de Juan Bautista de Toledo, otorgando al eje de portada, vestíbulo y escalera principal y patio una mayor amplitud. La obra fue reanudada hacia 1715 por Caro Idogro, colaborando decisivamente en el proyecto los italianos y franceses, Jacomo Bonavia, Brachelieu y Marchand.En 1748 un incendio de gran alcance obliga a una reconstrucción del edificio bajo la dirección de Bonavia, el cual establece modificaciones muy sensibles en la fachada principal según un diseño italiano. Incorpora a la escalera todo el escenografismo barroco europeo, y da paso a una distribución de los espacios de carácter más representativo. En el reinado de Carlos III se amplía considerablemente el Palacio con dos grandes alas encuadrando la fachada principal, inspirándose en el patio de honor frecuente en la arquitectura palacial francesa, y una capilla en una de las alas extremas. Esta obra se debe a Francisco Sabatini, que lleva la influencia italiana a la combinación de los elementos arquitectónicos de los dos cuerpos de dichas alas.Los cambios en Aranjuez son evidentes en el trazado de la ciudad cortesana con sus áreas representativas y de servicios. Este interesante plan urbano, en el que trabajan sustancialmente Bonavia, y Jaime Marquet, se atiene a sistemas de radialidad y ortogonalidad, tomando como punto de referencia centralizante el palacio del Rey. Este planteamiento urbanístico se extiende también al territorio, a los cotos y sotos de Aranjuez en los que se racionaliza el campo, otorgando a huertas y plantíos un trazado artístico de primera magnitud. A la empresa urbana acompaña la arquitectónica. Aranjuez se monumentaliza a través de una arquitectura nobiliaria, de función administrativa y burocrática, industrial, de espectáculo, de adscripción doméstica, de función religiosa, en la que destacan edificios tan singulares como la Casa de Oficios y de Caballeriza, la Casa de Infantes, la Casa de Abastos, el edificio del Ayuntamiento y Contaduría, el Teatro, la Iglesia de San Antonio, la de Alpajes, la de San Pascual, el Hospital de San Carlos, Cuarteles, Caballerizas, etcétera. Los edificios se integran en un trazado urbano de estudiadas perspectivas de visión, creándose algunos enclaves como la plaza en la que se asienta la iglesia de San Antonio, de gran belleza por su axialidad respecto al trocado eje, circunscrito al Palacio Real.El programa artístico de Aranjuez se prolonga en la arquitectura de jardinería que, tanto a nivel paisajístico (en contextos más alejados) o sometido a un proceso de mayor racionalización y formalismo (en zonas más cercanas), constituye una página de gran esplendor para el arte de la jardinería en España. Tanto en el proceso histórico de los Austrias, donde ya se definen el Jardín de la Isla, Ontígola o Picotajo, con su complemento de fuentes, paseos arbolados, etcétera, como en el siglo XVIII bajo la nueva monarquía borbónica, período en el que se procede a una sólida interpretación del jardín barroco, con el empaque y magnificencia de otras residencias europeas, sobre todo bajo la influencia francesa. A tales proyectos van unidos los nombres de Etienne Marchand, René Carlier, y toda una escuela en torno a la familia Boutelou, la cual se convierte en intérprete fiel del mundo ideal del jardín dieciochesco emulando las directrices del francés Le Nôtre, cuya obra demuestra la irradiación del genio francés en el tema de la jardinería áulica.El programa renovador de Aranjuez bajo la monarquía borbónica se extiende también al territorio, tanto en aspectos experimentales agrícolas y hortelanos con preocupación científica, como en un experimentalismo arquitectónico urbano de carácter rústico de gran variedad lingüística, relacionando la arquitectura. y la naturaleza con base en la cultura clásica. Las Granjas, la Casa de Vacas, el Cortijo, las casas de labranza, la vivienda agrícola, vienen a ser testimonio de un planteamiento del campo agreste de base culta. Aranjuez en el siglo XVIII es un compendio experimental de gran envergadura, al que pone un broche de oro Juan de Villanueva con sus puntuales intervenciones en alguna de las puertas, como las de Jardín del Príncipe, o templetes, como el magnífico Tholos con destino a sus jardines. También la Casa del Labrador como edificio que subraya el afán de los Borbones por los caprichosos (casinos trazados con cierta independencia dentro de los Reales Sitios), viene a ser ese monumento delicado cuyo valor artístico se sustenta en un claro compromiso entre la sutil galantería del rococó y unos toques de austeridad neoclásica.La Granja de San Ildefonso, en el siglo XVIII, sustituye como lugar de esparcimiento al Real Sitio de Valsaín comenzado por Enrique III, remodelado por Enrique IV y reestructurado convenientemente por Felipe II y por su hijo Felipe III. Valsaín, del que hoy quedan escasos restos, fue un amplio conjunto de planta irregular, con patios y lonjas, coronado por chapiteles de pizarra y piñones escalonados al modo flamenco.Cercano a este lugar se hallaba una granja fundada por los jerónimos del Parral de Segovia gracias a una donación de los Reyes Católicos, hecha en el año 1477. Este pequeño edificio sirvió de embrión a un nuevo palacio que, por decisión del monarca Felipe V, se convirtió en una de las primeras empresas constructivas de gran magnitud iniciada por los Borbones después de su entronización en España. Tomando como punto de partida el núcleo central del antiguo claustro de la hospedería de los frailes jerónimos, el llamado patio de la fuente, Felipe V inició la nueva construcción con entusiasmo, atraído por la belleza del lugar, con sus bosques de robles y de pinos al pie de la sierra de Guadarrama.En el proyecto se advierten dos planteamientos de carácter muy diferenciado. Se piensa, en primer lugar, en convertir la construcción rústica en un sencillo palacete de recreo. Para edificarlo, el Monarca llama a Teodoro Ardemans, maestro mayor del Ayuntamiento de Madrid y arquitecto de arraigado conservadurismo. Ardemans inicia la obra sometiéndose a la modesta construcción conventual que transforma en un sencillo palacio de planta cuadrada, con el patio de la fuente como médula centralizante y cuatro torres en los ángulos siguiendo la tradición española del siglo XVII. En el eje de la fachada oeste, también siguiendo una vieja tradición española, dispuso el templo, cuya cúpula, alzada sobre los chapiteles de las torres evoca los perfiles de tantos y tantos planteamientos de la capital llevados a cabo en el siglo precedente. El proyecto de La Granja en esta etapa no se separa de las directrices de la arquitectura tradicional hispánica, pues poco la alteran el ritmo alternativo del ventanaje o las licencias o caprichos ornamentales sobre las arquerías del patio. Palacio y templo se circunscriben a una tipología ya superada. El templo se consagraba en el año 1723 por el cardenal Borja, Patriarca de las Indias.A partir de esta fecha, tal vez por impulso de Felipe V y de su segunda esposa, Isabel de Farnesio, la construcción inicia otro rumbo. Los monarcas han comenzado ya un proceso de incorporación a la corte española de artistas procedentes de sus países de origen, Italia y Francia. A ellos corresponde la configuración de La Granja como Real Sitio y como conjunto monumental dieciochesco. Esta ruptura es lo que otorga a La Granja de San Ildefonso ese carácter fragmentario o esa visión arquitectónica de grandes contrastes. Por ello se han de valorar dos planteamientos, aunque el segundo absorba casi por completo al primero. La intervención de Ardemans permanece visible todavía en sus líneas maestras. El viejo claustro al que se ciñe la residencia real, con sus pilares de granito, sus pórticos rectilíneos y sus torres angulares, recuerdan la sobriedad de los tradicionales alcázares o palacios reales de la época anterior. En esta etapa se configuró una plaza, delimitada al este por la capilla, al norte por las caballerizas y al sur por la casa de oficios, edificios en consonancia con la construcción del palacio. La fachada meridional miraba al camino de Valsaín y es dato a tener en cuenta, ya que ha de condicionar la importancia que ha de prestarse a esta entrada en el proceso constructivo inmediato. También ha de pesar la situación de la iglesia en el vértice de una gran perspectiva. Ardemans en esta obra va más allá, en el plano urbano que en el puramente arquitectónico. Bottineau ha investigado escrupulosamente el proceso constructivo de Ardemans en el paisaje inmenso de Guadarrama.El proceso arquitectónico siguiente fue sin duda de gran complejidad. Se manejan sucesivas ideas a cargo de Andrea Procaccini y Sempronio Subisatti. La fachada del este, orientada al jardín principal, se confía en el año 1735 al arquitecto Felipe Juvara, al que prestará su colaboración J. B. Sachetti, obra que será concluida en el año 1741. Los italianos se reparten la nueva proyección de este magno edificio. A Subisatti se le reconoce como autor del Patio de la Herradura, tal vez la parte más suntuosa del palacio por la sabia manera de sintetizar influencias europeas. El ala sureste parece obra muy personal de Procaccini. Bonavia se encarga del proyecto general de la decoración interior, Sani del moblaje, Rusca de gran parte de la programación pictórica, Carlos Antonio Bernasconi de los enlosados de mármol. Si hubo un coordinador en este proceso, el mérito lo asume Subisatti. El escultor Gaetano Quadro o el broncista Benedetto Bartoli se suman al peso artístico italiano por el que se define el monumento en esta etapa, de la que no se pueden desvincular los nobles materiales de Génova y Carrara.El italianismo de La Granja, sin embargo, no es ortodoxo. Une a los diferentes artífices el afán por lo suntuoso y espectacular, tal vez en un deseo de ruptura del severo planteamiento de Ardemans. El viejo palacete quedó envuelto en una estructura barroca que anula o disimula su valor arcaizante arquitectónico. El Patio de la Herradura, el Patio de Coches, la fachada este al Jardín, o la fachada envolvente de la Colegiata son los determinantes de un nuevo edificio palacial en él que se resumen varias influencias artísticas europeizantes. Al evaluar las propiedades visuales del edificio nos inclinamos a distinguir entre aquellas que pertenecen a su toque de puro italianismo a las que han de enfocarse desde un aspecto proyectivo y perspectivo, tanto desde el punto de vista de la formación de una ciudad acostada a palacio, como desde la programación de una arquitectura de jardinería cuyas ideas y cuyo espíritu proceden de los modelos de Francia. El Jardín de La Granja de San Ildefonso es un aspecto que consideraremos en otro lugar por su valor autónomo.Sin embargo, este conjunto palacial no puede enunciarse sin esa naturaleza dual: arquitectura y naturaleza tienen en este lugar un feliz encuentro. Son cualidades relacionadas entre sí. El jardín es el buen sirviente que presta atención a las necesidades cortesanas de su amo. Es un contacto ocular el que se establece entre ambos, palacio-jardín, de varias direcciones. Desde el jardín se admira el aspecto principal del edificio de manera total. Desde el edificio se proyecta el sólido tridimensional de su estructura sobre la coordenada axial de una naturaleza geometrizada. También el palacio y sus jardines y la colegiata sirvieron de estímulo a la composición urbana del pequeño poblado de La Granja, al que alienta una fábrica de cristales cuyas manufacturas alcanzaron gran celebridad.El espíritu dieciochesco, cuyas cualidades psicológicas difícilmente pueden coincidir con las leyes que rigen El Escorial, no fue ajeno ni dejó de sentir devoción por el austero edificio erigido por Felipe II y convertido por juicio de muchos en el monumento nacional por excelencia. Este monumento triunfal, que fue ganando en el tiempo contenido y significación, de ambición ecuménica y símbolo de los ideales de un espíritu objetivo, exceden en lo formal también a todos los posibles antecedentes artísticos. Los Borbones no dejaron de considerar el Real Sitio de El Escorial como lugar predilecto en los meses otoñales del año. Realizaron una serie de intervenciones de carácter arquitectónico y urbano que han sido motivo de esa doble lectura del Real Sitio. En el último tercio del siglo XVIII se efectuaron destacadas reformas interiores, entre las que destaca la escalera que da acceso al palacio moderno. Este palacio borbónico está situado en la fachada que mira a oriente y fue decorado al estilo de la época. Las Casas de Oficios que rodean la Lonja, iniciadas por Felipe II, se completaron en el reinado de Carlos III con la construcción de las Casas de Infantes y la del Ministro de Estado. Juan de Villanueva, principal autor de tales ampliaciones y reformas, fue respetuoso con la normativa herreriana, aunque ha quedado bien constatado su talento en muchos de los elementos constructivos de los anteriores.Sin embargo, hubo una mayor libertad en las construcciones de recreo que el rey Carlos III mandó levantar para sus hijos Carlos y Gabriel. Cercanas en lo físico pero muy alejadas en lo psicológico, la Casita de Arriba (para el infante Don Gabriel), y la Casita de Abajo (para el Príncipe de Asturias) se convierten en una premisa básica para entender el sentido intimista y caprichoso dieciochesco, o el experimentalismo neopalladiano refinado y flexible de la segunda mitad del siglo XVIII. El pabellón de Arriba fue estructurado para audiciones musicales en respuesta a las aficiones del infante Gabriel. La Casita de Abajo, con destino al futuro rey, adopta una planta en T muy extendida para su mejor articulación con la alfombra de jardines que rodean el edificio. Su decoración interna es exquisita, aglutinando uno de los más bellos repertorios de las artes suntuarias. Tales obras fueron realizadas en los años de juventud de Juan de Villanueva, hacia 1772. Chueca ha comparado la gracia y libertad de estas arquitecturas escurialenses con algunas construcciones contadinas de Italia, de quien también se influencian algunas obras de Valadier. Tampoco se omite en la estructura de las Casitas de Arriba y de Abajo cierta pervivencia de formas barrocas, más sensible en el perfil de las cubiertas. Domina en el trazado un eje central en el que se inserta el palacete. Marcan los ejes de simetría los pabellones de portería de la entrada, de trazado muy interesante. Avenidas de diferentes niveles rodean el edificio de Abajo con exedra y un jardín en la altura dominante. El palacete de Arriba es de planta cruciforme con una estancia central de doble altura. El auditorio se sitúa en la estancia central y los ejecutantes se ubican en la zona alta sin ser apenas visibles. También un sencillo trazado de jardines y de fuentes rodea la construcción.La sensibilidad de Juan de Villanueva quedó expresada en estos bellos casinos dieciochescos, que no escapan a la libertad y ligereza del arte francés e italiano de la villa en el campo y no se alejan tampoco de la austeridad del ambiente escurialense.Villanueva y otros maestros de prestigio también emprendieron la extensión del Monasterio hacia un núcleo urbano en el que se asentaron un mercado cubierto y un teatro cortesano. Porque el Real Sitio, en criterio de Carlos III, debe ser un lugar para la Corte, para los españoles y para los extranjeros.El Real Sitio de El Pardo experimenta en el siglo XVIII una profunda transformación. El vasto territorio, propiedad casi en su totalidad del municipio de Madrid, es transferido a la Corona, operación que fue llevada a cabo por Felipe V, por Fernando VI y por Carlos III. En 1762, El Pardo ya como propiedad real, se extendía desde Alcobendas a Torrelodones de este a oeste, y desde Colmenar a Madrid por la línea nortesur. Los Reyes ampliaron la construcción palacial trazada por Carlos V duplicando el edificio y trazando en el eje medio un porte cochere, al modo europeo por obra de Francisco Sabatini. Francisco Carlier remodeló las torres al estilo de los palacios franceses y construyó la Capilla Real, modificó el viejo claustro con balcones angulares en galería al mismo tiempo que cerraba las antiguas galerías de zapatas imprimiendo unidad a los cuatro lienzos del interior. En el entorno del palacio se crearon edificios monumentales como elementos de servicio palacial. Casa de Oficios, Cocheras, Caballerizas, Cuarteles, Teatro, Casa de Infantes, Pajarera, Casa del Príncipe de Asturias, etcétera, se conformaron alrededor del palacio en un cinturón monumental.En el vértice del Palacio, en su costado occidental, se configuró una ciudad con unidades de abastecimiento y entidades domésticas de gran relieve, en la que se incluyeron mesones, fondas, postas, teatro, etcétera. Desde el epicentro palacial los nuevos caminos enlazaron la ciudad con el territorio dividido en diecisiete cuarteles, cada uno con una vivienda real de consideración artística diversa. Entre ellos destacan Viñuelas, Quinta, Navachescas y Zarzuela. El territorio fue urbanizado en una empresa de gran envergadura dirigida por especialistas europeos. Fue empresa, tanto en lo artístico como en lo productivo, de gran alcance, que congregó a especialistas de varias categorías, como Nangle, Rodolphe, Sttiliguert, Sabatini, Carlier, Marquet y otros.En Riofrío, el planteamiento palacial tiene una mayor simplificación, pero el edificio, en una línea dependiente del Palacio Real, más austera y simplificada, también aúna las iniciativas de Virgilio Ravaglio, Jaime Marquet, Díaz Gamones y otros artífices. Residencia para Isabel de Farnesio, se levanta en un paraje de caza de gran belleza, constituyéndose también en un núcleo incorporado a las jornadas de diversión de la Corona a mediados del siglo XVIII.
contexto
Las elecciones generales de octubre de 1982 se pueden considerar, en cierta manera, como el momento final de ese proceso histórico que fue la transición española a la democracia. En el terreno institucional, la transición concluyó en diciembre de 1978, pero en términos de historia política se puede decir que finalizó en octubre de 1982, por tres razones principales. En primer lugar, en esa fecha el grupo político que tuvo un papel protagonista en la transición no sólo fue desplazado del poder, sino que desapareció y fue sustituido en él por un nuevo partido opuesto al régimen pasado. Por otro lado, a la altura de esa fecha las posibilidades de un golpe de Estado involutivo eran mínimas. Los resultados mismos de la elección vinieron a constituir algo así como un plebiscito a favor del sistema que, de esta manera, quedaba consolidado en esta fecha de manera definitiva. Pero queda, en fin, una última razón para designar octubre de 1982 como fecha final de la transición española, y es que en ella se produjo un terremoto electoral de perdurables consecuencias que venía a ser como una especie de profunda cesura con respecto al pasado. En octubre de 1982 diez millones de españoles cambiaron su voto, lo que equivale a decir que lo hicieron el 40% del electorado y la mitad de los votantes. Venía de lejos la tendencia al cambio de voto y había sido señalada por las encuestas de opinión. A partir de 1981 se iba haciendo creciente la preocupación de los españoles por la situación económica y, al mismo tiempo, se producía un desencanto cada vez mayor por la política desarrollada desde el poder. Desde mediados de 1980, de manera paralela a su descomposición como grupo político, la UCD iba declinando en la intención de voto. El PSOE ya entonces superaba a UCD pero a ésta, además, la sobrepasó AP en otoño de 1981. En los últimos meses anteriores a las elecciones, el proceso no hizo sino acelerarse, hasta el extremo de que de abril a junio de 1982 la intención de voto del PSOE pasó del 24 al 30%, mientras que la de UCD pasó del 13 al 10%. La elección de octubre de 1982 fue aquella en que la campaña electoral resultó menos decisiva sobre los resultados. El PSOE se benefició no sólo de la tendencia señalada por las encuestas sino también del ansia del electorado por lograr una estabilidad gubernamental. Su divisa "Por el cambio" suponía no tanto un programa electoral preciso como una voluntad genérica de transformación de las mismas condiciones de hacer la política. El resto de los grupos políticos admitió, de hecho y sin el menor reparo, la victoria socialista a lo largo de la campaña. El espectáculo de la división había sido demasiado patente en los meses anteriores como para que UCD y el PCE consiguieran rectificarlo ahora. El PSOE pareció a muchos votantes de izquierda la única posibilidad de cambiar la gobernación del país y AP consiguió presentarse con la única oposición posible. El primer dato que permite comprobar la magnitud del terremoto electoral es el de participación electoral: tres millones doscientas mil personas pasaron de no votar a hacerlo. Sin embargo, donde más claramente se aprecia ese terremoto es en el examen del voto conseguido por el PSOE, que obtuvo más de diez millones de votos de los que unos cuatro millones y medio procedían de la abstención o de otros partidos políticos; en total, un 48% de los votantes lo haría por el PSOE, que con ello logró 202 diputados frente a los 105 de AP, cuyo voto era algo más de la mitad del socialista. El PSOE había logrado un apoyo masivo de los jóvenes que votaban ahora por vez primera y también de los estratos medios urbanos, especialmente sensibles a la información diaria de los medios de comunicación, pero, además, el PSOE consiguió en esta ocasión capturar aproximadamente la mitad del voto comunista anterior y el 30% del voto centrista. Triunfó de manera aplastante en aquellas categorías sociales más inesperadas y más reacias hasta el momento: resultó vencedor en todos los sectores profesionales y de ocupación excepto en el de empresarios medianos y pequeños, logró más de un tercio del voto campesino y mientras que en la anterior elección los mayores de sesenta años votaron tres veces más a UCD que al PSOE, ahora éste obtuvo también la victoria entre ellos. Le votaron también el 35% de los católicos practicantes y el 55% de los no practicantes. En definitiva, el PSOE había pasado de ser hegemónico en la izquierda a ser hegemónico en todo el sistema político. Daba la sensación de que el sistema de partidos español había pasado a ser como el de Suecia, con un partido predominante o hegemónico, muy superior en votos a su inmediato seguidor. La coalición AP-PDP superó con creces la votación alcanzada por Fraga en 1979: si entonces no había llegado al 6% de los votos, ahora, en cambio, pasó a tener casi cinco millones y medio, correspondientes al 26% de los votantes. Había conseguido, además, una penetración en sectores de los que estaba muy alejada en anteriores comicios, como, por ejemplo, los jóvenes. Sin embargo, es preciso también tener en cuenta las limitaciones del voto conseguido, que no derivaban tan sólo de la enorme distancia con respecto al del PSOE. Era un voto de derecha moderada más que centrista y, por lo tanto, estaba todavía lejos de poder ganar unas elecciones generales. Por su parte, UCD había experimentado un derrumbamiento radical: del 35% del voto pasaba a menos del 7%. Su fuerza no disminuyó porque se hubiera decantado a la izquierda o a la derecha, sino porque no había sido capaz de actuar con consistencia, claridad y eficacia. De ahí que el 30% de los que votaron a UCD en 1979 lo hicieran ahora por el PSOE, y el 40%, a favor de AP-PDP, no quedándole más que un 20% a ella misma. Además, ese reducto final de voto era marginal y puramente deferente a quien estaba en el poder. El 38% del electorado consideraba que UCD estaba ya liquidada como grupo político. Ni siquiera podía constituir un paliativo para la derrota del partido que hasta entonces había dirigido la política española el que el voto obtenido por el CDS de Suárez fuera mínimo (menos del 3% y tan solo dos escaños). Las esperanzas de futuro eran mejores en el caso del PCE pero el voto recogido en 1982 fue tan sólo el 4%, mientras que en 1979 había logrado el 10%. Con ello, el comunismo español se situaba en la cota electoral más baja de todo el Mediterráneo occidental, cuando en tiempos inmediatos había tenido un protagonismo decisivo en el movimiento eurocomunista. El voto más estable fue el de los nacionalistas vascos y catalanes, que no se vieron afectados por las peculiares circunstancias de estas elecciones. Frente a lo que todas estas cifras indican, hay que tener en cuenta que en realidad el terremoto electoral había sido mucho menor en la sociedad misma que en su inmediata traducción política. Aunque España hubiera evolucionado un poco más hacia la izquierda, eso no fue lo decisivo para explicar los resultados electorales. Lo que habían cambiado eran los partidos que con su trayectoria se habían liquidado a sí mismos (UCD), habían ahuyentado a la mitad de su voto (PCE) o permanecían muy lejos por el momento de cualquier expectativa de llegar al poder (AP-PDP). En cualquier caso, el acceso del PSOE al poder se hizo bajo los mejores auspicios. El programa electoral del nuevo Gobierno podía tener aspectos imposibles de cumplir, como era la creación a corto plazo de 800.000 puestos de trabajo, pero estaba rodeado de una mística que hacía pensar que todos los problemas se solucionarían de forma inmediata. González logró un nivel de aceptación popular de 7.5 sobre 10, lo que era no sólo muy superior al de cualquier otro gobernante europeo sino que, además, por vez primera y única, superaba a la cota que entonces tenía el propio Rey. Se iniciaba, pues, una nueva singladura política bajo los más favorables auspicios.
contexto
El surgimiento de la escuela de filosofía sofista está íntimamente ligado al desarrollo político e institucional de la Atenas democrática. Los sofistas comerciaban con sus conocimientos, estando siempre cerca del poder. Su principal actividad era profundizar en el conocimiento del arte de la persuasión, el dominio de la palabra y la retórica como herramienta para alcanzar el poder político en democracia y la victoria en las diversas instituciones (asambleas, tribunales, embajadas, etc.). Los sofistas, pues, enseñan sus conocimientos a los poderosos, ciudadanos enriquecidos por la expansión económica de Atenas y con aspiraciones políticas. Algunos sofistas, incluso, llegaron a desempeñar cargos públicos. Los sofistas forman una importante escuela de la filosofía griega, aportando fundamentales dosis de crítica y relativismo a la ciencia, la historia, la ética o la religión. Proponen impartir una formación general a los jóvenes para adaptarlos a la vida pública, a través del conocimiento del arte de hablar o retórica, del arte de la prueba o dialéctica y de la educación cívica. Protágoras de Abdera (480-410) puede ser considerado como el más importante entre los sofistas, incorporando significativas muestras de relativismo y subjetivismo a su pensamiento al considerar al hombre como la medida de todas las cosas, así como de escepticismo, cuando plantea que la virtud es la destreza del fuerte. Gorgias de Leontino ahonda en ese escepticismo mientras que Hipias de Elis manifiesta que la ley es la tiranía del individuo.
contexto
La situación del reinado anterior se mantuvo algunos años tras la muerte de Basilio II, en parte debido a la ausencia de grandes peligros exteriores. Jorge Maniakés fue el principal jefe militar de la época y obtuvo aún triunfos resonantes al conquistar Edesa en 1032 e intentar asaltos contra Sicilia a partir del año 1038 valiéndose de guerreros normandos que así aprendieron el camino de la isla. La amenaza de un nuevo pueblo turco de las estepas, los pechenegos, se contuvo con relativa facilidad en la línea del Danubio a pesar de sus ataques entre 1025 y 1048, y la totalidad de Armenia era anexionada en el 1042. Pero la inestabilidad del poder imperial crecía y los fundamentos sociales de su fuerza militar y fiscal se habían deteriorado irremediablemente, aunque hasta el año 1056 se mantuvo la apariencia de gobierno de la aristocracia palatina de la capital, como en tiempos anteriores, y el esplendor cultural de la Corte, mientras ocupaban el trono los hijos de Basilio II: Constantino VIII (1025-1028) y después sus hermanas Zoe y Teodora (m. 1056), que incorporaron a la dinastía a los siguientes emperadores al casar con ellos: Romano III, Miguel IV, Miguel V y Constantino IX.
contexto
A finales del año 429 Pericles muere. Los historiadores se plantean el problema de si existe algún político que pueda considerarse su heredero en la línea estratégica y en la capacidad de consenso. La respuesta es indudablemente negativa, aunque todos son de algún modo sus sucesores, pues pesa su imagen como para que traten de imitarlo, aunque las circunstancias históricas impidan que ninguna personalidad lo consiga. De manera inmediata, el problema se plantea en torno a la dicotomía entre Nicias y Cleón. De Nicias pueden considerarse similares a los de Pericles sus planteamiento moderados en la acción bélica, pero llevados a un extremo tal que más bien adquirió fama de cobarde. Por otra parte, por su afición a los adivinos y su tendencia a la superstición, Plutarco establece precisamente una oposición entre ambos personajes y caracteriza a Nicias como representante de una época de auge de tales prácticas, donde se extienden los temores ante teorías como las de Anaxágoras. Usaba adivinos propios para los asuntos políticos y para los asuntos privados. Desde luego no parece que pueda encontrarse dentro de lo que suele conocerse como el círculo de los amigos de Pericles. Era rico, aunque no pertenecía a ninguna de las familias aristocráticas conocidas en Atenas. Su riqueza se relacionaba con la explotación del trabajo de los esclavos, que poseía en gran cantidad y los alquilaba para el trabajo de las minas de Laurio. Su interés por proteger las costas del norte del Egeo se relaciona sin duda con que en Tracia se encontraba la principal fuente de esta mano de obra para los atenienses. De Cleón se dice que era mal orador. No tenía la educación propia del joven aristócrata ateniense y aparece definido como curtidor, lo que seguramente significa que poseía talleres explotados también con mano de obra esclava. Es objeto del desprecio por parte de Tucídides y de los ataques más virulentos de la comedia en general y de Aristófanes en particular. Su elocuencia vulgar es coherente con el desprecio que muestra hacia los sofistas. Sin embargo, en parte resulta también heredera de la estrategia de Pericles, de quien mantiene la actitud hostil y, personalmente, se aleja de sus amigos y hetairoi, de las relaciones en que se mueve la política aristocrática, para colocarse por encima de la polis en su conjunto. Si Pericles era filópolis, y no filohetairos, Cleón se define más bien como filodemos, próximo a un sector de la sociedad, el demos, no a su conjunto, por lo que en su actitud se rompería la tendencia a la concordia. También, como Nicias, era supersticioso. La realidad no permite otro Pericles, tampoco en el plano intelectual.
contexto
La mejor prueba de la profunda significación que para el sistema soviético tuvo la personalidad de Stalin, su obra y su manera de gobernar se descubre en la sensación de vacío sentida por la clase dirigente del régimen a partir del momento en que desapareció, a pesar del permanente sistema de terror al que la tenía sometida. El mismo Stalin había anunciado a sus colaboradores, como para dejar claro su condición de imprescindible, que cuando el no estuviera entre los vivos "los imperialistas os torcerán el cuello como a pollitos". Incluso fuera de la URSS se pensó de la misma manera. Tenía una lógica objetiva que así fuera: quienes ejercieron el poder en la URSS hasta mediada la década de los ochenta pertenecían a una generación que llegó al poder en la época de Stalin, ejerciendo puestos importantes con él y siendo al mismo tiempo cómplices de su obra pero también, potencialmente, víctimas de su dictadura. Para ellos, la desaparición de Stalin equivalía a la de una época. Como él mismo decía, su figura resultó irrepetible, pero eso no significó la mutación de la esencia misma del régimen. En cierto sentido, resultaba muy difícil de concebir que el tenso terror en que se basaba la forma de ejercer el poder Stalin -esa especie de permanente estado de sitio- durara de forma indefinida. Sus sucesores no pretendieron mantener aquél ni tampoco reproducir sus rasgos como hombre de gobierno sino modificarlos sin alterar de forma profunda la esencia del sistema. El terror estalinista fue sustituido por otras fórmulas que permitieron a los dirigentes soviéticos librarse de la carga de incertidumbre en sus carreras políticas. La concentración personal del poder había llegado hasta el extremo de que el himno nacional dedicaba párrafos a Stalin; a partir del momento de su desaparición, en cambio, el ejercicio del poder se vio modificado en el sentido de que las decisiones fueron mucho más colectivas. Además, las diversas instancias burocráticas tuvieron un mínimo de posibilidad de iniciativa. La industrialización se había conseguido a base de mantener intensos y forzados sacrificios, un verdadero estado de guerra permanente y una movilización popular impuesta y absoluta. Ahora, en cambio, no resultó posible mantener el "ascetismo de consumo" sino que resultó necesario, al menos, satisfacer en parte los intereses del consumidor. Todos estos factores sirven para explicar el reformismo soviético de esta etapa y de las sucesivas. Importa señalar que la reforma no se refirió al centro de gravedad del régimen, que siguió siendo una dictadura ideológica fundamentada en el marxismo-leninismo; en este sentido lo esencial de ella fue conservado y duraría todo el período de Kruschev pero también el de Breznev, a pesar de que la significación de su liderazgo fuera un tanto distinta. Puede decirse, incluso, que los modos del posestalinismo consistieron en la reproducción de dos tendencias que se habían hecho manifiestas con carácter previo. Las políticas postestalinistas oscilaron siempre entre el "comunismo de guerra", duro, represivo y brutal, por una parte, y la NEP, es decir esa política económica que por deseo de evitar que la producción disminuyera evitaba el exceso de presión, por otro. Siempre las políticas reformistas se concretaron en la tolerancia respecto a la aparición de un cierto pensamiento crítico, aunque dedicado principalmente a mejorar la eficiencia del sistema, una cierta descentralización de la economía y la búsqueda de una distensión internacional. En cambio, las etapas conservadoras se caracterizaron por detener los experimentos y las tolerancias respecto a la disidencia y tender al expansionismo militar. Pero cada etapa de NEP resultó, al menos en cierta medida, irreversible, de tal modo que los tiempos del estalinismo se fueron alejando progresivamente.
contexto
Hacia el 3000 a.C., mientras en muchas regiones del mundo pervive una economía de cazadores y recolectores, en el sur de Mesopotamia se desarrollan diversas ciudades-estado independientes, políticamente autónomas aunque compartiendo rasgos como la lengua y la religión. Uruk fue una de las principales, aportando a la Humanidad los más antiguos ejemplos conocidos de escritura, entre el 3500 y el 3000 a.C. Es ésta ya un sistema completo con más de 700 signos distintos, y su función debió ser sobre todo económica, para el control y la administración de la riqueza de los templos. Las primeras tablillas de barro consignan la cesión de productos tales como grano, cerveza o ganado. Otras, son listas en las que los escribas aprenden a leer y escribir. Los signos son muchas veces sencillas figuras de significado evidente en las que, por ejemplo, una espiga representa a la cebada. Con el paso del tiempo se adaptó la forma de los signos para escribirlos con un punzón de junco. El resultado fue que las incisiones tenían forma de cuña, de ahí el nombre de escritura cuneiforme. Junto con la escritura, otras invenciones de este periodo están en el camino de la civilización. La cultura de Uruk, que dará origen a la civilización sumeria, se extenderá por toda la baja Mesopotamia, proporcionando el pleno dominio de nuevas técnicas, como la rueda y el carro, la navegación, el torno de alfarero, el arado o la fundición de metales. El trabajo del cobre y, a partir del IV milenio a.C., el método de la cera perdida, permitió fabricar objetos de oro, plata y plomo. Hacia el II milenio ya se manufacturan el hierro y el acero, que no adquirirán gran importancia hasta el primer milenio a.C. Como dijimos más arriba, la cultura sumeria es sucesora directa de Uruk y sus logros intelectuales. Probablemente en el desarrollo de esta región tuvo mucho que ver la necesidad que tuvieron las poblaciones de dotarse a sí mismas de nuevos y eficientes mecanismos de control de los grandes ríos Tigris y Éufrates. Controlar las crecidas y crear canales para irrigar los campos de cultivo de cereales y hortalizas fue la única manera de conseguir una agricultura eficiente, pero para lograrlo se hacía necesario contar con una ingente cantidad de mano de obra, organizada bajo un sistema político más complejo y elaborado que los precedentes. Probablemente en esta etapa el mando político y religioso está bajo una sola persona, un príncipe-sacerdote que en sumerio se denomina "en". El retroceso y desecación de los ríos ocurrido a finales del IV milenio propició que se intensificase este proceso de control hidráulico. Las comunidades debieron adaptarse a la nueva situación construyendo asentamientos mayores en las riberas, en los que se concentraba una población capaz de llevar a cabo las obras públicas necesarias para el abastecimiento de agua. El crecimiento de estas poblaciones dio lugar a la aparición de auténticas ciudades, que debían competir entre sí por el control del cauce de los ríos y los canales, el elemento básico para su subsistencia. La organización política, ya de carácter estatal, se circunscribe todavía al marco de las ciudades, y es necesaria para la organización de la mano de obra suficiente para realizar las grandes obras públicas de irrigación, control de los cauces fluviales o erección de murallas de defensa, entre otras. Son frecuentes las guerras entre distintas ciudades-estado, muy representadas en escenas en las que aparecen gobernantes cautivos. Además de una jerarquía política, las sociedades se estructuran según una pauta económica o laboral. Existen especialistas profesionales, que surgen conforme el trabajo se va haciendo más complejo. Algunos individuos se dedican al comercio, gracias a la existencia de excedentes agrícolas. Otros son artesanos, dedicados a la elaboración de cerámica, metal u objetos suntuarios. También hay especialistas en otras labores, como los escribas. El crecimiento económico corre en paralelo al desarrollo de nuevas invenciones, como la rueda, el torno rápido o los sellos cilíndricos. Precisamente estos últimos nos hablan de una mayor complejidad social, pues, decorados con figuras y motivos diversos, sirven para marcar la propiedad en las tapas de los recipientes y sellar tablillas de barro y cerraduras de puertas. Uruk, la más importante ciudad sumeria, lo es gracias no sólo a su potencial económico y militar sino a su significación religiosa. Una ciclópea muralla de casi 10 km y 900 torres, construida según la leyenda por el conocido héroe Gilgamesh, rodea una gran ciudad con recintos templares y edificios públicos. Algunos templos están construidos a ras de suelo, pero otros se sitúan ya sobre terrazas, posibles antecedentes de los zigurat, de los que en Uruk había dos. Otras grandes ciudades son Ur, Mari, Umma o Lagash, quienes alcanzarán la primacía tras el declive de Uruk. Hacia el 3000 a.C. la civilización sumeria ha alcanzado un gran desarrollo y prosperidad, lo que parece que provocó la llegada de pueblos nómadas de semitas orientales procedentes del norte y, especialmente, de la región de Diyala. El proceso es largo y debió producir fuertes convulsiones en la región, lo que quedó reflejado en la lista real sumeria, un monumento en el que se detallan los distintos soberanos de la zona. Durante este periodo, denominado dinástico temprano (a partir del 2800 a.C.) los recién llegados se asientan en la zona septentrional, fundamentalmente en Kish, mientras que la población nativa parece agruparse en la zona sur, alrededor de Babilonia. Las relaciones entre ambos grupos parecen ser tensas, aunque las preexistentes guerras entre las distintas ciudades-estado hacen que sea muy difícil precisar hasta que punto la naturaleza de la guerra es étnica o política. Uno de los rasgos característicos del dinástico temprano es la separación del poder político del religioso. Si anteriormente los príncipes-sacerdotes aunaban en su persona la máxima capacidad de decisión secular y espiritual, a partir de ahora los gobernantes se denominarán lugal, es decir, reyes, con lo que su ámbito de decisión es exclusivamente político. Muestra de esta nueva organización política es la erección de palacios, que sirven a un doble papel residencial y representativo. Además, los nuevos gobernantes se hacen enterrar con su cortejo, en tumbas reales en las que son acompañados por sus esposas y parte de sus cortesanos y sirvientes, así como un rico ajuar. Las tumbas reales más características son las de Ur, de mediado el III milenio.
contexto
Gracias a una muy superior concepción de la guerra de carros, Alemania dominó en este terreno desde el principio hasta el final, compensando frecuentes desventajas cualitativas y, casi siempre, en inferioridad numérica. Con todo, Berlín dispuso en muchos momentos de mejores carros que sus enemigos, sobre todo en el oeste. Un claro ejemplo de esto último son los Tigre o los Panther, que entraron en acción a finales de 1942 y comienzos del 43, respectivamente. Los norteamericanos calculaban que destruir un Panther (45 toneladas) costaba 5 Sherman (32 toneladas cada uno). El 13 de julio de 1944 un solitario Tiger destruyó 20 tanques, cuatro cazacarros y 29 blindados ligeros británicos al sur de Bayeux. Cuando comenzó la guerra, el material alemán no sólo era mejor, sino que fue mil veces mejor empleado. Alemanía disponía de un total de 2.400 blindados. De esta cifra, 1.500 ejemplares eran vehículos de exploración Pz I y Pz II, el primero con seis toneladas de peso y dos ametralladoras; el segundo con similar peso y un cañoncito de 20 mm. Novecientos carros eran Pz III Mk. 35 y Mk. 38 (estos dos últimos de fabricación checa). Sólo unas docenas eran Pz IV, blindado básico en las unidades acorazadas alemanas y el más construido por Berlín, con unas 8.000 unidades, hasta 1945. Por su parte Francia disponía para hacer frente a la invasión alemana de 3.900. Unos 600 de ellos sólo figuraban en auténticos museos de guerra, pues se trataba de Re. FT. 17, de la Primera Guerra Mundial. Más de un millar eran vehículos de exploración. Gran Bretaña disponía de 1.300 carros. Un millar de ellos eran carros ligeros y de reconocimiento. Unos doscientos eran Mark III Valentine (16 toneladas) y apenas un centenar eran del modelo Mark II Matilda (27 toneladas). En Francia había, al comienzo de las hostilidades, 285 carros británicos, de los cuales sólo 114 eran de los modelos Mark III y II. Mientras los carros alemanes respondieron perfectamente a las misiones para las que fueron construidos, los franceses sufrieron amargas decepciones. Su carro Re. B-1 era el más pesado del momento, el mejor artillado cañones (dos cañones) y uno de los mejor protegidos. Sin embargo, su poderoso cañón de 75 mm. era casi fijo, de modo que había que mover todo el carro para apuntarlo; el pequeño, de 47 mm., era similar al de sus rivales, pero estaba emplazado en una torreta muy pequeña, ocupada por el jefe de carro. El británico Matilda, por el contrario, dio un buen susto a los alemanes. Su armamento era ligeramente inferior al germano, pero resultaba muy superior su blindaje, de modo que repelía los proyectiles habituales de 40 y 50 mm. Constituyó una grave preocupación para las fuerzas acorazadas del Eje hasta la entrada en acción de sus anticarros Pak 38, de 50 mm., y hasta que la mayor parte de los carros germanos tuvieron cañones de más de 50 mm., cosa que sería general en 1941.
contexto
El pueblo tarasco fijó su primer emplazamiento en Pátzcuaro a inicios del siglo X; su procedencia es desconocida, hasta el punto de que su lengua no está relacionada con ninguna otra de Mesoamérica, pero parece que llegó junto a grupos de habla nahua y con otros chichimecas. Poco después de su establecimiento a orillas del lago Pátzcuaro se trasladaron a Ihuatzio, y de aquí a Tzintzuntzan, que a mediados del siglo XIV llegó a tener 25.000 habitantes, donde establecieron su capital definitiva y forjaron un estado que se extendió sobre unos 65.000 km2. El estado tarasco estuvo dirigido por un gobierno centralizado en torno a un rey-sumo sacerdote, y fue administrado por una gran variedad de oficiales y gentes de la nobleza que se encargaron de mantener las fronteras territoriales y de recoger las tasas y tributos de los grupos sometidos, según consta en la "Relación de Michoacán". Por debajo de ellos, se situaban los campesinos que mantuvieron esta estructura estatal y los grupos conquistados, que fueron considerados esclavos. Los principales edificios detectados en los centros tarascos se denominan yácatas, que sirvieron como residencias y templos funerarios de los reyes, y que incluían un santuario dedicado a su principal deidad, Curicaueri. Las yácatas tienen forma rectangular o de T con los extremos redondeados, en cuya parte superior se alternan estructuras circulares con otras rectangulares hasta un total de cinco. Junto a ellas se levantan residencias y palacios, y más allá barrios de especialistas en cerámica, plumería, metalurgia del bronce, cobre y oro y otras de diverso signo. La estructura del asentamiento de este estado se basó en su capital, Tzintzuntzan, centros de segundo orden algunos de ellos fortificados como Ihuatzio, Patzcuaro, Uruapan y Zacapan, y sobre todo, aldeas y poblados campesinos. Este estado se orientó hacia el norte, en contraposición al azteca que fundamentó su expansionismo en regiones del sur. Ambos mantuvieron relaciones fundamentadas en la guerra desde mediados del siglo XV, que fueron detenidas por los tarascos mediante la construcción de fortificaciones fronterizas, hasta que en 1522 el rey Tangaxoan II permitió la anexión pacífica del estado tarasco a la corona española.