A partir de la primavera de 1941 los Estados Unidos se encontraban ya -como se apuntaba antes- en virtual estado de guerra con las potencias del Eje. Desde el momento de la invasión del territorio soviético, las medidas adoptadas por el Gobierno de Washington ya no dejaban lugar a dudas en lo referente a sus intenciones, a partir de las órdenes dadas para la incautación de los buques alemanes en sus puertos y el cierre de los consulados del Reich existentes en el país. Junto a esto, la declaración de emergencia y el incremento de los contingentes de hombres llamados a filas anunciaba una inmediata intervención, que sin embargo debía venir decidida por un hecho concreto que la justificase plenamente. Este hecho sería aportado por el Japón mediante el bombardeo de la base de Pearl Harbor. Así, mientras los mercantes norteamericanos eran objetivo de la sistemática acción de los submarinos en aguas del Atlántico, la situación en el Extremo Oriente asiático ya no permitía más que el establecimiento de los cálculos referentes al inicio de las hostilidades. A lo largo de los meses centrales del año 1941, el Japón ya no ocultaba sus intenciones de lanzarse sobre las colonias europeas situadas en la zona, que sus grupos dominantes habían establecido como espacio necesario para el establecimiento de su imperio territorial. La agresión contra los Estados Unidos formaba parte de esta estrategia, por lo que el asunto no era más que una cuestión de tiempo. De esta forma, el presidente Roosevelt adoptó, llegado el verano, una serie de medidas que por sí mismas venían a demostrar su voluntad de enfrentarse de la forma más adecuada a la acción nipona. Por una parte, el general McArthur fue nombrado jefe supremo de las fuerzas norteamericanas estacionadas en el área del Pacífico; por otra, los efectivos armados de Filipinas fueron integrados dentro del Ejército norteamericano. En tercer lugar, Washington decretó el embargo total de los bienes financieros japoneses existentes en los Estados Unidos. De forma paralela, Gran Bretaña y Holanda deciden asimismo anular toda clase de intercambio con el Japón, en vista de la amenaza que ésta lanza sobre sus respectivas colonias asiáticas. Ambos países eran, junto con Francia, los más afectados por el expansionismo nipón sobre los territorios de Hong Kong, Birmania, Malasia, Indonesia e incluso la India. De esta forma, el embargo decretado sobre los productos energéticos exportados al Japón constituiría en definitiva la causa determinante que le impulsase a obtener por la fuerza el dominio de unos yacimientos de cuyos materiales no podía prescindir. Resultaba así evidente el hecho de que en los meses finales de aquel año la guerra, que determinaba ya la situación de Europa y el área mediterránea, iba a extenderse de forma irreparable hasta el inmenso escenario del Pacífico. En las semanas inmediatamente anteriores al ataque sobre Pearl Harbor, sin embargo, los japoneses mostrarían ante los Estados Unidos actitudes de apaciguamiento, al tiempo que planteaban exigencias en China que eran totalmente inaceptables para un Washington que apoyaba de forma total a Chiang Kai Chek. Así las cosas, los grupos decisores en los Estados Unidos se limitaban a mantener con los representantes japoneses una serie de conversaciones que obviamente eran ya inútiles. Cuando el domingo 7 de diciembre la aviación japonesa lance sus bombas sobre los navíos norteamericanos situados en la base del Pacífico el Presidente Roosevelt tiene ya las manos libres para lanzarse a una guerra en la que estaba deseando entrar, viéndose impedido ante la carencia de una motivación explícita.
Busqueda de contenidos
contexto
El año 1946 se abrió bajo los mejores auspicios para los norteamericanos. Con la victoria en la Segunda Guerra Mundial se abrió una nueva etapa en la Historia de los Estados Unidos. Esencial en este período de la vida norteamericana fue la sensación colectiva de que en este momento se podía conseguir alcanzar lo que la nación se propusiera. Un comentarista político, Luce, aseguró que se iniciaba "an American Century", un siglo americano. Así fue en el sentido de que en gran medida lo que fue sucediendo en los Estados Unidos acabó por producirse luego en otras latitudes, incluso en las más lejanas. Los Estados Unidos concluyeron la Segunda Guerra Mundial con 405.000 muertos, muchos más que al final de la primera, pero también con un grado espectacular de prosperidad y también de unanimidad respecto a los planteamientos fundamentales. Aunque luego, muchos años después, hubo actitudes muy contrapuestas, lo cierto es que en 1945 el 75% de los norteamericanos estaba de acuerdo con el lanzamiento de la bomba atómica. En realidad nadie entre los dirigentes del país manifestó una clara voluntad de que la bomba no fuera lanzada. Pero esta unanimidad estuvo acompañada también por una indudable ingenuidad. En 1945, el 80% de los norteamericanos estaba de acuerdo con la vertebración de un nuevo sistema de relaciones internacionales basado en la ONU y pensado para hacer posible la paz. En estos momentos, además, la popularidad de la Unión Soviética entre los norteamericanos era superior a la que obtenía Gran Bretaña. Menos de un tercio de los norteamericanos pensaba en la posibilidad de que hubiera una guerra en el próximo cuarto de siglo. Al mismo tiempo, no tantos norteamericanos fueron conscientes del decisivo papel que le correspondería jugar en adelante a los Estados Unidos. Se explica esta situación por el previo aislamiento que sólo había sido superado con la entrada en la guerra: hasta 1938 Rumania había tenido un Ejército más numeroso que los Estados Unidos. Además, después de concluida, había otras poderosas razones para no sentir ningún tipo de prevención ante el exterior. Con independencia de que no hubiera perspectivas en el horizonte de enfrentamiento, al final de la guerra no había países sobre la superficie del globo que tuvieran bombas atómicas ni tampoco aviones para transportarlas hasta los Estados Unidos. Pero de toda esta situación en el plazo de los tres años transcurridos hasta 1948 ya no quedaba nada. Si las perspectivas interiores seguían siendo buenas, aunque entreveradas de una peculiar histeria anticomunista, el horizonte exterior se había entenebrecido de forma definitiva. Truman, en el momento en que le tocó dar el pésame a la viuda de Roosevelt, le preguntó qué podía hacer por ella y ésta le contestó con idéntica pregunta. El presidente fallecido había dejado como herencia a los Estados Unidos una mujer que era un político muy poco práctico y un vicepresidente que era un político muy pragmático, pero al que nadie parecía tomarle muy en serio, ni siquiera aquel que le había nombrado. Persona con capacidad ejecutiva y decisoria, accesible y popular, Harry Truman tenía un curriculum nada impresionante. Había fracasado en una empresa textil y eso le había hecho dedicarse a la política, pero parecía un profesional de la misma a muchos años luz del presidente Roosevelt, quien ni siquiera le conocía, y fue convertido en candidato porque Byrnes, su opción preferida, parecía más peligroso para que triunfara su candidatura. Truman no estaba preparado ni remotamente para la decisiva misión que tuvo que desempeñar en materia internacional e incluso había sido marginado en tiempos anteriores de cualquier debate de la administración norteamericana en torno a política exterior. Su única declaración en esta materia, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, había consistido en decir que los Estados Unidos tenían que estar en contra de cualquiera que triunfara, fuera Alemania o Rusia. Patriota, concienzudo y poco brillante, Truman tuvo que enfrentarse con prudencia o con imaginación, según los casos, a algunas de las más graves decisiones de política exterior de su país en un momento decisivo. En su última comunicación con Churchill, Roosevelt le había recomendado "minimizar" el problema con los soviéticos pero, en realidad, él mismo había empezado a ser consciente de todas las dificultades para llegar a un acuerdo duradero con Stalin. Roosevelt no era un ingenuo simplón en estas materias, tal como en ocasiones se le ha retratado. Pero lo que, sin duda, resulta cierto es que Truman en diez días cambió mucho y con brusquedad la relación norteamericana con la URSS. Asesorado por Harriman, el embajador norteamericano en Moscú, en la primera conversación que tuvo con Molotov le mostró tal dureza que el diplomático soviético aseguró que nunca había sido tratado así. Político provinciano, Truman estaba convencido de que, a base de tratar a Stalin con monosílabos, podría obtener de ellos mucho más que con condescendencia. En realidad Stalin era bastante más prudente y proclive a la cautela respecto a la política exterior que a la interior. Según Kennan, el primer elaborador de la doctrina de la "contención", la idea de una Unión Soviética dispuesta de forma inmediata al ataque con Estados Unidos fue siempre, más que nada, el producto de la imaginación. Pero la dura reacción norteamericana, una vez llegó al poder Truman, tuvo como consecuencia multiplicar las sospechas de Stalin y su inseguridad. Para él la bomba atómica tenía un efecto principalmente psicológico y, por eso, sólo podía afectar a quien tuviera "nervios débiles". No le influyó, por tanto, de manera especial la noticia de que el adversario tenía la bomba, lo que, además, ya conocía gracias a sus espías pero, en cambio, se quejó de la brusca suspensión de los envíos de ayuda que la URSS había venido recibiendo durante toda la guerra. De este modo puede decirse que en el estallido de la guerra fría tuvo un papel decisivo la percepción que se tuvo del adversario. Como veremos más adelante, además, ésta acabó afectando de forma muy destacada a la evolución de la vida interna de los Estados Unidos. En la definición de una política respecto a la guerra fría jugó un papel decisivo sobre Truman la fuerte influencia de un "establishment" cuyas actitudes habrían de perdurar en el seno de la política norteamericana. Stimson, el general Marshall -"el americano más grande en vida", según Truman-, Forrestal o Dean Acheson, un arrogante diplomático, fueron sus figuras más destacadas y alguno de ellos, como el último, duró hasta los años setenta en su influencia sobre la política exterior norteamericana. Formaban parte de una élite cultivada que era consciente de lo mucho que había luchado Estados Unidos para obtener la victoria y que deploraban el "apaciguamiento" en el que se habían embarcado las potencias democráticas europeas hasta 1939. Para ellos existía la absoluta necesidad de que los Estados Unidos fueran creíbles; además, estaban convencidos de que disponían de todos los medios materiales, técnicos y humanos para conseguir lo que quisieran. La conciencia de la necesidad de no ceder ante los soviéticos se transmitió al presidente quien, en sus memorias, asegura sobre la actuación soviética en Corea que "el comunismo ha actuado exactamente como Hitler y Mussolini habían actuado quince y veinte años antes". Esa actitud de los dirigentes norteamericanos se mantuvo durante décadas. Quienes ejercieron el poder cuando estalló la guerra fría no tenían nada de conservadores. Truman podía ser elemental -"su lengua iba más deprisa que su cabeza", afirmaba Acheson- pero era un demócrata progresista. A su madre le comentó que tenía un amigo que en veinte años no había tratado a un republicano. "No se ha perdido gran cosa", repuso ésta. Los primeros meses de 1946 supusieron un cambio en la política norteamericana sobre la URSS pero no determinaron aún un giro definitivo. El gasto militar pasó de casi ochenta y dos mil de millones de dólares a algo más de trece mil millones en 1945-7, una reducción impresionante que denota la confianza en la paz. Ya en abril de 1946 habían sido desmovilizados siete de los doce millones de hombres con los que Estados Unidos había concluido la Guerra Mundial y pronto las Fuerzas Armadas sólo contaron con un millón y medio de soldados. Es cierto que los Estados Unidos tenían en sus manos -de momento en régimen de monopolio- el arma nuclear, pero las bombas atómicas exigían setenta hombres para montarlas y los aviones erraban en ocasiones hasta kilómetros al lanzarlas. Además, ni siquiera existía un número muy elevado. La política contraria a la guerra fría contó en Wallace con un defensor entusiasta, aunque con el paso del tiempo acabara cambiando de postura. Hombre religioso y conocido científico en materias agrícolas, representó la actitud contraria a la ruptura con Rusia como consecuencia de una visión en parte ingenua pero también aislacionista. Pretendió, por ejemplo, que los norteamericanos no tenían nada que hacer en el Este de Europa como tampoco los rusos en Latinoamérica: eso le hizo aceptar, por ejemplo, el golpe de Estado comunista en Checoslovaquia. Truman, en realidad, no le hizo caso pero le mantuvo en su puesto ministerial como responsable de Agricultura, lo que pudo dar la sensación de que estaba en parte de acuerdo con él. Fue un acontecimiento exterior el que acabó decantando la cuestión: la guerra civil en Grecia provocó el definitivo decantamiento hacia una neta política de resistencia en todos los frentes respecto a los soviéticos. Dean Acheson formuló una tesis que luego, de un modo u otro, fue remodelándose con el transcurso del tiempo. Consistía en partir de la base de que una cesión en apariencia mínima podría tener como consecuencia una avalancha de desastres sucesivos. En su primera versión la fórmula consistió en temer que una manzana podrida pudiera poner en peligro a todas las demás. De ahí la llamada "doctrina Truman", es decir, el apoyo a los países que intentaran resistir a la penetración comunista. Pero esta doctrina tuvo como contrapartida también la ayuda material a esos países. Tal como lo explicó el general Marshall, que dio nombre al plan destinado a cumplir ese propósito, "nuestra política no está dirigida contra ningún país ni doctrina sino contra el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos". Cuando se pidió a los países europeos que presupuestaran sus necesidades, adelantaron una demanda de casi dieciocho mil millones de dólares. Quedaron reducidos, por parte de los norteamericanos, a algo más de trece mil, entregados entre 1948 y 1952. Tuvieron una importancia decisiva, como veremos, de cara a la reconstrucción de Europa. Marshall, inteligente y dotado de un espíritu práctico envidiable, había propuesto no combatir el problema en que se encontraba Europa sino resolverlo y, sin duda, lo logró.
contexto
La violencia empezó a predominar en las relaciones entre las dos partes en 1929. En 1931, Mac Donald declaró el propósito del Gobierno británico de no restringir la inmigración judía y, como consecuencia inmediata, las agresiones entre las dos comunidades se incrementaron de manera notable. A partir de 1939, es decir, en el mismo momento de la generalización de la persecución nazi, los británicos empezaron a equilibrar su apoyo a los israelíes con el otorgado a los árabes. La clara mayoría de la población seguía siendo árabe: suponía el 80% en 1930 y el 70% en 1940, pero probablemente el cambio en las proporciones fue visto por los árabes como un peligro. En 1945 los judíos de Palestina eran unos 554.000 y 136.000 de ellos habían combatido como voluntarios con los británicos. Aun así, uno de sus líderes, Ben Gurion, aseguró que se debía combatir a Hitler como si no existiera el "libro blanco" británico -que les imponía restricciones- y al libro blanco como si Hitler no existiera. El Holocausto, sin duda, contribuyó a ratificar el deseo de tener una patria propia: hay que tener en cuenta que hasta los años ochenta el pueblo judío fue el único que no consiguió recuperarse de las pérdidas demográficas producidas durante la Segunda Guerra Mundial. 70.000 judíos inmigraron de forma ilegal desde el final de la guerra hasta 1948 y fue precisamente este hecho el que explica principalmente el enfrentamiento con las autoridades británicas. A partir de 1944, minoritarias organizaciones terroristas judías -Irgún, dirigida por Menahem Beguin, y Lejí- atentaron contra los intereses británicos. Llegaron, por ejemplo, a asesinar a un ministro británico y volaron el Hotel King David de Jerusalén, cuando las autoridades coloniales detuvieron a varios centenares de inmigrantes ilegales.
contexto
Ya dijimos al comienzo del capítulo cómo el panorama artístico del siglo XVIII muestra una diversidad de estilos: Barroco, Rococó, Neoclásico, Renacimiento del gótico, sobre todo en arquitectura y escultura, y la aparición de algunos síntomas de temprano romanticismo hacia su final. También señalamos que entre ellos más que sucesión lineal lo que se da es convivencia; más que uniformidad en las formas, pluralismo. De ahí que el mismo Barroco en unas zonas se exprese de manera exuberante y en otras con austeridad clásica, o que en pleno triunfo de los principios neoclásicos se alabe el arte gótico, las curvas del Rococó o el exotismo de las decoraciones chinescas, góticas, griegas, etruscas o hindúes de Inglaterra.
contexto
En arquitectura, cada región imprime su personalidad en la decoración de sus edificios, dando lugar a vigorosos estilos regionales. En el Petén Central, el territorio donde se mantiene una mayor ortodoxia arquitectónica con edificios de gran verticalidad y pesadez, surge tras el largo hiato una gran actividad constructiva en Tikal, que ve erigirse sus templos más importantes (I, II, III, IV, V y VI), algunos de ellos -verdadero reflejo de la ordenación del universo- concebidos como inmensos memoriales de los gobernantes muertos.Los palacios tienen cada vez mayor importancia. Algunos de ellos se combinan hasta formar inmensas acrópolis, como es el caso de la Acrópolis Central, y se hacen más privados; aparecen entonces nuevos conceptos arquitectónicos, como los Complejos de Pirámides Gemelas, impresionantes conjuntos compuestos de dos pirámides gemelas enfrentadas -la situada al este asociada a nueve estelas y altares lisos-, un edificio palaciego emplazado al sur y un recinto con una estela y altar tallados, que se han interpretado como plataforma de danza y ritual levantadas para celebrar el katún, un período de 20 años.En la región del Usumacinta, Piedras Negras y Yaxchilán mantienen algunos rasgos del Petén, como los grandes basamentos o las pesadas cresterías colocadas sobre la techumbre de los templos e inmensas acrópolis; pero sus palacios se abren a multitud de galerías y vestíbulos que les confiere una mayor elegancia en relación con los característicos de la región anterior. La escultura arquitectónica colocada en el interior de sus edificios incluye temas relacionados con acontecimientos políticos y rituales, y nos informa de las historias políticas de sus dirigentes.Palenque es una ciudad de gran personalidad, que desarrolló un estilo propio, de gran influencia en ciudades de su entorno como Bonampak y Toniná. En ella desaparece casi por completo el culto a la estela, pero a cambio los edificios integran una compleja iconografía esculpida en estuco o piedra caliza con una temática similar a la de las estelas: la glorificación de los soberanos y la sanción de su posición en el cosmos y la sociedad. El arte de Palenque es más secular, haciendo los basamentos más bajos, verticales y con molduras, y unas estructuras más pequeñas y con superior cantidad de vanos. La consecuencia son estructuras más ligeras y humanas, con espacios más participativos. Los edificios más relevantes de esta capital del noroeste del territorio maya fueron levantados bajo los reinados de Pacal y de su hijo Chan Bahlum; es el caso del Palacio, el Templo de las Inscripciones -con su compleja y famosa tumba subterránea- y el Grupo de la Cruz, que constituyen una de las manifestaciones estéticas más bellas de la arquitectura americana.En el sudeste del área maya, Copán y Quiriguá definen el denominado estilo del Motagua. Seguramente alentada por su relación con Tikal en el siglo V, Copán levantó sus edificios con tracita verde, construyendo su núcleo en torno a una inmensa acrópolis. Uno de los rasgos más notorios de su arquitectura son las amplias escalinatas y las graderías de sus plazas y patios, lo cual da idea de la naturaleza pública de sus rituales y prácticas políticas.Muchas de estas escalinatas fueron profusamente talladas ya que la escultura alcanzó en Copán unos niveles sin precedentes en el área maya. Uno de sus edificios más importantes, el Templo XXII, manifiesta influencias yucatecas, y mantiene en su puerta de entrada una iconografía que constituye una imagen de la concepción del universo maya: una máscara de serpiente flanquea esta puerta, y grandes mascarones se sitúan en las esquinas del edificio, jalonadas por estatuas del dios del maíz. Dos monstruos Bacab, que identifican el nivel terrenal, sostienen una máscara Cauac y un monstruo bicéfalo que representa el cielo. La Estructura XVIII, el juego de pelota y la Escalinata Jeroglífica, que contiene la inscripción en piedra más larga en todo el territorio maya en la que se narra la historia dinástica de la ciudad durante el Clásico Tardío, son los edificios más importantes de Copán.En el centro del Yucatán, el estilo Chenes-Río Bec se define por la construcción de tres inmensas torres macizas coronadas por templos cuya función es exclusivamente decorativa en relación con los palacios a los que se asocian. Las fachadas de Becán, Río Bec, Xpuhil, Chicaná y otros centros de este estilo, están decoradas con tallas en estuco de la serpiente celeste, cuyas fauces abiertas constituyen la entrada de los edificios. Este diseño, y la decoración total de la fachada, contrasta con el resto de las decoraciones del área maya, que se alojan en los frisos y cresterías de los edificios. En general, las construcciones de la región Chenes tienen un carácter más palaciego que las existentes en el área de Río Bec, donde abundan las mencionadas altas torres macizas.Más al norte, en una región de bajas colinas denominada Puuc, se originó un estilo del mismo nombre. Algunos de sus edificios se consideran las máximas realizaciones arquitectónicas del Nuevo Continente. Uxmal, Sayil, Kabah, Chichén ltzá y muchas otras ciudades son excelentes muestras de este estilo, que puede tener sus orígenes en la región Chenes hacia el 750 d. C. Desde un punto de vista urbanístico, la concepción de los centros es diferente, desapareciendo en buena medida las acrópolis, y conjuntamente los edificios en grandes cuadrángulos de patios abiertos en sus cuatro esquinas. Los conjuntos arquitectónicos se distribuyen en un eje norte-sur, prevaleciendo los palacios, que confieren al paisaje una idea de horizontalidad profundizada por la decoración de sus fachadas.Los conjuntos urbanos se alejan unos de otros, difuminándose el concepto de plaza central, por lo que se hace necesaria la construcción de largas calzadas que unen en estos casos los grupos neurálgicos de cada ciudad. Son también frecuentes las calzadas o sacbeoh que enlazan centros integrados en un mismo territorio. La que relaciona Cobá con Yaxuná tiene una longitud aproximada de 104 km. Con la generalización de estos caminos blancos, aparecen nuevos rasgos arquitectónicos como los arcos, que respetan, como el de Kabah y el de Labná, las características básicas de los palacios y templos.Los espacios interiores se hacen más amplios y luminosos, ya que los arquitectos Puuc desplazan los grandes bloques y cubren sus edificios con finas lajas de piedra. La columna todavía no constituye un elemento estructural, sino que ejerce funciones decorativas, aunque en ocasiones se asocia a los dinteles de los edificios, anunciando su próxima función.Desde un punto de vista decorativo, en edificaciones tan características como El Gobernador, la Casa de las Palomas, el Cuadrángulo de las Monjas y otras muchas estructuras de los grandes centros, puede verse cómo el estuco es desplazado dando paso a una decoración de sus frisos mediante mosaico de piedra con representaciones de máscaras de serpientes, grecas, motivos geométricos, y elementos estructurales que recuerdan la choza maya: como junquillos, columnillas ciegas y la representación de la propia choza. Esta decoración particular, unida a la paulatina desaparición de las cresterías y a la división de las fachadas por medio de diferentes molduras de triple atadura, confiere a los edificios una horizontalidad que está en consonancia con la fisonomía de la ciudad, donde los templos tienen menor importancia que en los asentamientos mayas del sur.Cuando existen, como la Pirámide del Adivino de Uxmal, éstos se elevan majestuosos sobre el paisaje. En esta complicada estructura levantada en cinco fases distintas, está resumida la historia decorativa de la arquitectura maya del Clásico, ya que en ella se han detectado fachadas de estilo Petén, Usumacinta, Río Chenes y Puuc. En general, en esta área de Yucatán, serán relativamente pocos los templos que mantienen cresterías y modelado en estuco según los cánones formulados en el Petén.
contexto
Con la cultura de Teotihuacan inicia un gran desarrollo en el centro de México fundamentado en innovaciones tecnológicas de carácter hidráulico, que permiten un considerable aumento en la productividad de las tierras y con ello la nucleación de la población. Desde Monte Albán irradia una tradición escultórica con funciones de integración política e ideológica. También paralela pudo ser la construcción de juegos de pelota que, al menos en el caso de la capital zapoteca, ponen de relieve la práctica de rituales regionales. Otro acontecimiento de importancia es el desarrollo del sistema escrituario y aritmético relacionado con el poder y con cálculos calendáricos, distribuido desde Monte Albán a otros sitios. La decadencia de La Venta y de la cultura olmeca de la Costa del Golfo posibilita el florecimiento autóctono de los centros regionales. En Izapa se generaliza el empleo de la estela y el altar, muchos de éstos tallados en forma de sapo y utilizados como tronos. Kaminaljuyú, en el Altiplano Central de Guatemala, tiene un gran esplendor durante el Formativo Tardío. En este centro se generaliza la construcción de edificios públicos e iniciándose al tiempo la tradición escultórica compleja. En el occidente de México se mantiene el culto a la muerte manifestado por las tumbas de chimenea, pero quizás de superior interés sea el elevado desarrollo artístico alcanzado en Ixtlán del Río y otros asentamientos de Nayarit, donde sus pobladores se especializaron en la confección en cerámica de figurillas individuales de gran realismo y grupos con escenas narrativas.
contexto
Las manifestaciones artísticas de Paracas, Nazca y Moche no agotan el repertorio artístico de los estilos regionales peruanos aunque sí sean las más conocidas. En la sierra, aunque con una cierta expansión costeña, debe mencionarse Recuay como uno de los pocos estilos peruanos que presentó un cierto desarrollo de la escultura en piedra. De orígenes y cronología poco claros, en torno a los comienzos de la Era Cristiana o siglo III, y centrándose más o menos en el Callejón de Huaylas y el valle del río Santa, se conoce poco de las construcciones habitacionales o incluso ceremoniales de esta cultura. Son abundantes las tumbas, de gran variedad, cámaras forradas de piedra o simples excavaciones, saqueadas en su totalidad. La particularidad más distintiva de la cerámica Recuay, conocida sobre todo en museos y colecciones privadas, es su decoración, con pintura negativa, o pintura positiva roja sobre blanco, o negra, blanca y roja, con diseños de carácter geométrico y también zoomorfos. Es normal la combinación de ambas técnicas en un mismo vaso. Hay un fuerte énfasis en las formas modeladas o cerámica escultórica, pero muy lejanas de la plasticidad y expresividad del estilo Moche. Hombres, felinos y animales aparecen representados de un modo estilizado y en actitudes muy rígidas, hasta el punto de que parecen simples soportes para la decoración pintada. Las formas de la escultura en piedra son también rígidas, rudimentarias y esquemáticas, muy alejadas del refinamiento Chavín, aunque prácticamente exista una coincidencia en la zona de desarrollo de ambos estilos. El estilo denominado Aija representa guerreros y mujeres, en torno a un metro de altura. Su forma general es más o menos prismática, con una cabeza desproporcionadamente grande. Los guerreros llevan un tocado en forma de turbante decorado con motivos felinos, orejeras y una cabeza trofeo en la espalda y a veces otra en la mano. En la derecha suelen llevar una porra y en la otra mano un escudo, adornado con líneas entrecruzadas o motivos zoomorfos. La postura suele ser sentada, con las piernas cruzadas y los pies replegados, por lo que se ha sugerido que representan momias, objetos de culto que originalmente se colocarían al aire libre. Estas esculturas se han encontrado aisladas, nunca relacionadas con estructuras arquitectónicas. Otros estilos como el Huaraz son más simples, de forma general ovoide y de rasgos muy esquemáticos, o el Huantar, figuras en relieve hechas a partir de una laja de piedra. El tema de la guerra y tal vez la práctica de la caza de cabezas con fines sacrificiales parecen centrales en el arte de Recuay. Este énfasis parece apuntarse aún más con el descubrimiento del sitio de Pashash, centro religioso y poblado fortificado protegido por una doble muralla, así como enterramientos de gran magnificencia. Una vez más la belicosidad aparece con un papel protagonista en esta época que venimos analizando.
contexto
Vid. DÍAZ ESTEBAN, Fernando: Una mujer orientalista del siglo XVII: la duquesa de Aveiro, en Boletín de la Real Academia de la Historia, Tomo 204, Cuaderno 2, 2007 , pp. 199-220
contexto
Manetho se cuida de señalar que en el reinado de Petubastis los griegos celebraron su I Olimpiada (776 a. C.). Aquel acontecimiento era síntoma de que Grecia había alcanzado su mayoría de edad, y de que los pueblos de su entorno, entre ellos Egipto, verían y tratarían pronto a los griegos. Curiosos, inquisitivos e intrépidos como eran ellos, pronto se darían a conocer, no sólo en el Delta y la Cirenaica, sino en el resto del país. Fue entonces cuando otro pueblo extranjero, egiptizado de tiempo atrás, como lo habían sido los libios, vio llegada su hora de asumir la responsabilidad de sostener y sacar a Egipto de su marasmo. Hacía dos siglos que Nubia se mantenía al margen. Lo último que de ella se sabía era que su virrey Piankhi, en lucha con Herihor el tebano, se había retirado al sur y desaparecido. Es probable, sin embargo, que lograse consolidar su independencia, pero en dos siglos largos pudo haber en Nubia infiltraciones de gentes de Libia e incluso de Abisinia. En todo caso, Nubia había asimilado a fondo la cultura egipcia del Imperio Nuevo sin renunciar a tradiciones propias que le daban un sello típico e inconfundible. Los griegos, que llamaban etíopes a los nubios, los consideraban los más religiosos de los hombres. Y lo eran, en efecto; religiosos, no fanáticos. Adoraban a Amón como rey de los dioses con un enfoque casi monoteísta. Pronto iban a demostrarlo. Diodoro Sículo no tendrá empacho en afirmar que el culto a los dioses era una invención de los etíopes. Imbuidos del más puro espíritu religioso y con el egipcio como idioma oficial de su país, no es de extrañar que a mediados del siglo VIII, los nubios del rey Kashta anexionasen a Nubia la Tebaida sin encontrar resistencia. No sabemos la razón que le indujo a llevarla a cabo, pero sí la forma que le dio para conservarla: obligar a la hasta entonces esposa del dios, Shepenupet, hija de Osorkon III de Tanis, a nombrar sucesora e hija adoptiva a su propia hija Amenerdis. No un hijo del rey como sumo sacerdote, sino una hija como esposa de Amón iba a ser desde ahora el instrumento de sujeción de Tebas al poder real. Esta implantación de facto de una dinastía femenina se mantuvo en Tebas incluso durante la Dinastía XXVI. Entre los nubios, como antes entre los tebanos, el matriarcado tenía unas fortísimas raíces. Con la anexión de la Tebaida, Nubia entró en contacto con el territorio de Hermópolis, el más meridional de los tres reinos existentes entonces en Egipto -Tentremu, en el Delta, Herakleópolis y Hermópolis Magna. En los otros Estados reinaban sumos sacerdotes, príncipes, generales, duques y otros gerifaltes de títulos no siempre fáciles de traducir. La lista que Piankhi erigió en Napata y en Tebas para conmemorar su victoria revela hasta dónde llegaba el fraccionamiento del norte del país. Y, sin embargo, en el norte radicaba el futuro; allí estaba el que Heródoto habría de llamar el Egipto que los griegos frecuentan en sus naves y que ya entonces frecuentaban con una primera y sensible consecuencia: el enriquecimiento de la parte occidental del Delta merced al comercio con ellos, y el empobrecimiento de la mitad oriental, reducida al comercio con Palestina, un país pobre y falto de recursos. La antigua y próspera Tanis languidecía a ojos vistas, mientras Sais la reemplazaba en el oeste como centro neurálgico del Bajo Egipto. Hacia el año 730 el príncipe libio que reinaba en la ciudad, como los otros príncipes en las suyas, se proclamó faraón con el nombre de Tefnakhte, fundador de la efímera XXIV Dinastía (730-715). Tefnakhte estaba convencido de poder asumir la soberanía de la totalidad de Egipto y, de hecho, llegó a dominar el Delta entero e incluso Menfis, lo que significó el fin de la también efímera Dinastía XXII, reducida ya al principado de la antigua capital. Desde ella siguió avanzando hacia el sur, exigiendo por adelantado a los príncipes de Herakleópolis y de Hermópolis Magna la entrega de sus plazas y el acatamiento de su soberanía. El primero de ellos se avino a sus deseos, pero el de Herakleópolis se resistió con todas sus fuerzas. Piankhi de Nubia vio la amenaza que se cernía sobre la Tebaida y, poniendo en marcha sus fuerzas, entró con ellas en Hermópolis y en Menfis y obligó a Tefnakhte y a cuantos se le habían sometido a rendirse o a morir. La lista de reyezuelos impresiona por su longitud y su variedad de títulos. El hermano de Piankhi y heredero del trono, Shabaka (716-701) venció y acabó con Bocoris de Sais, e impuso su autoridad de faraón a todos los príncipes de las ciudades del norte. Más aún, evitó con su hábil diplomacia la confrontación con la Asiria de Sargón II. Pero esta confrontación era inevitable si Egipto se empeñaba en tener, como siempre, una cabeza de puente en las ciudades fenicias y en mezclarse en los asuntos de las de Siria y Palestina. El año de la muerte de Shabaka, su sucesor, Shabataka (701-689) rompió la neutralidad que su padre había observado mandando un ejército en auxilio de Jerusalén, donde Senaquerib tenía cercado a Hiskia de Judá. Antes de que el ejército egipcio llegase a su destino, Senaquerib levantó el cerco y volvió a Assur. La causa de la retirada pudo ser el estallido de un brote de peste entre sus tropas; pero para sus adversarios fue un milagro: para los hebreos, un ángel del Señor que en una noche exterminó a 185.000 hombres; para Heródoto, menos milagrero, una plaga de ratones que royó las armas de los soldados. Shabataka quedó tan complacido que, sintiéndose émulo de Tutmés III, antepuso a su nombre el praenomen de éste, Menkhepera. Al fin, en el reinado de Taharka (690-663), Asaradón inició en 671 la conquista de Egipto, que había de completar Asurbanipal. Aunque breve, la dominación asiria iba a ser sintomática. Ni los libios ni los etíopes habían sabido poner remedio a la situación de Egipto: la poderosa Tebas se había convertido en un reducto de los sacerdotes de Amón; las colonias militares libias, en Estados soberanos; las antiguas capitales de los nomos en cortes de señores feudales. Eran resultados de cuatro siglos de historia difíciles de enmendar. Cuando los últimos soldados asirios abandonaron el país, éste hizo un último intento de recobrar su identidad.
contexto
Para el reclutamiento de los funcionarios del Estado, durante la dinastía Han se ideó un sistema de exámenes formalizado en el siglo I a.C., que se realizaban anualmente, siendo su base de estudio el conocimiento de los Clásicos: el "I Jing" (Libro de los Cambios), el "Shi Jing" (Libro de las Odas), y el "Qun Qin" (Anales de Primavera y Otoño). Bajo las dinastías Tang y siguientes se hizo un uso muy restringido del sistema de exámenes, ya que los nuevos funcionarios eran elegidos por recomendación o el patrocinio de antiguos burócratas, aplicándose el derecho restrictivo hereditario para uno de los hijos de los funcionarios de alto rango. Será bajo los Song cuando los exámenes se conviertan en el único medio para formar parte de la administración. Los estudios preparatorios para estos exámenes eran muy largos y onerosos, ya que todos los gastos eran a expensas de la familia del candidato. El porcentaje de aprobados era del 1%, por lo que las energías y aspiraciones de los mejor dotados estaban inmersas en la rivalidad intelectual. El plan de estudios fue alterado para concentrarlo en materias relacionadas con la ortodoxia neoconfucionista, configurada durante la dinastía Song del sur por el filósofo Zhu Xi. El pensador Wu Zhifang, mentor del canciller mongol Toghto, expresaba por escrito una opinión generalizada entre la élite china del siglo XIV: "Mientras el sistema de exámenes siga vigente, no todo el mundo tiene garantizado puesto oficial y salario. Pero, aun así, gracias a este sistema las familias generarán estudiantes, y cuando todo el mundo estudia nadie osa promover desórdenes. Lo cual supone un apoyo importante para el proceso de la ley sistematizada". En un primer momento, el ingreso a la administración estaba limitado a las familias de funcionarios y a las adineradas, estando prohibido opositar a los hijos de las familias dedicadas a ocupaciones de carácter servil. Será con la dinastía Ming cuando se levante la prohibición a comerciantes y artesanos, convirtiéndose los exámenes en la principal puerta de acceso a la movilidad social. El coste de los estudios se redujo debido a la edición de libros a precios económicos y a la reducción de los salarios de los profesores. Formar a un opositor, especialmente si se trata del miembro más prometedor, será una de las obligaciones familiares para la mayor parte de los clanes chinos, tanto de adinerados comerciantes como de miembros de la aristocracia. La secuela de este sistema de acceso a la administración será la creación de una nueva clase social, los mandarines, funcionarios con una cualificación ideológica y erudita que pronto se convirtieron en grandes propietarios. A partir del siglo XVI, la clase alta intelectual dominaba la sociedad local y se convertía en pieza clave del poder.