Busqueda de contenidos

contexto
Las esculturas en bulto redondo, como el muy conocido Niño Huaxteco, cuya espalda, rostro y brazos se decoraron con finos relieves, y las figuras de apoteosis como las de Runcayab y la imaginería dual, dan fe de la maestría alcanzada por los artistas del noroeste de Mesoamérica en el trabajo de una piedra que, por otra parte, era relativamente fácil de trabajar. En sus obras alcanzaron altos niveles de abstracción geométrica en un arte que, no obstante, se adaptó bastante a las características físicas de las piedras en forma de losa. La decadencia de Monte Albán y de otros centros que florecieron a finales del Clásico, como Lambityeco, permitió que a inicios del Postclásico dos asentamientos, Mitla y Yagul, integraran social, religiosa y políticamente a las comunidades del valle de Oaxaca. Mitla, término derivado del nahua Mictlan (Lugar de Muerte), fue conocido por los zapotecos con el nombre de Lyobaa (Lugar de Descanso). El centro se fundó a finales del Formativo Medio, y después del siglo VIII se distribuyó a lo largo de cinco grupos principales dispuestos en torno a patios rehundidos y rodeados de aposentos. Tales recintos, como en el Grupo de las Columnas, comprenden diversos vestíbulos emplazados sobre plataformas de adobe y piedra que se revisten de estuco, disponiéndose en ocasiones a diversas alturas, en cuadrángulos similares a los existentes en Yucatán. La decoración característica es de mosaico colocada sobre los frisos para formar diseños de greca escalonada, una estilización de la serpiente. Este mismo diseño es frecuente en códices mixtecos y tumbas, manteniendo también fuertes semejanzas con los centros del Yucatán. Los motivos decorativos, similares a los colocados en textiles, pueden hacer referencia a linajes particulares que ocupaban los palacios. La disposición horizontal de los edificios y la decoración, el estilo geométrico con que fue compuesta y los arremetidos y salientes con que fueron decorados los muros, reproducen una alternancia de luces y sombras muy característica de estos edificios de finales del Clásico. El sitio de Yagul continuó la tradición de construcción de tumbas iniciada en el valle de Oaxaca desde tiempos de Monte Albán, y así en el llamado Palacio de los Seis Patios se construyeron 30 tumbas subterráneas con estructuras cruciformes, antecámaras y losas megalíticas en las que se superponen elementos mixteco-zapotecos. En el norte del valle, y a partir del Clásico, en toda la cuenca tiene un gran florecimiento la cultura mixteca. Sus artistas y artesanos alcanzaron una merecida fama a lo largo del Postclásico, capitalizando un arte que podríamos denominar internacional, a juzgar por su aceptación en el resto de los grandes centros de Mesoamérica, y patrocinando un estilo que se conoce como Mixteca-Puebla. Seguramente originado en esta última región, tal vez incluso impulsado por Cholula, no sólo tuvo una proyección internacional, sino también en los propios centros regionales de la Mixteca: Tilantongo, Coixtlahuaca, Tlaxiaco, y Yanhuitlan, y en los antiguos asentamientos zapotecos, algunos de los cuales fueron utilizados como lugar de culto y de enterramiento como el propio Monte Albán. Este arte Mixteca-Puebla aparece desde Tizatlan hasta Santa Rita Corozal (Belice) y Tulum (costa del Caribe); con él se extiende por Mesoamérica el culto de dioses como Tezcatlipoca y Tlahuiz canpantecuhtli, y tiene también una importancia histórica de primera magnitud. El arte mixteca no eligió como medio de comunicación la escultura monumental, como lo habían hecho los olmecas y más tarde habrían de hacerlo los mexica, e incluso, se encontraba en las tradiciones zapotecas desde el Formativo; más bien sus manifestaciones más notorias se ejecutaron en grandes murales pintados, cerámica polícroma y el arte mobiliar. Relieves en madera, hueso, máscaras de mosaico de turquesa y piedra reflejan estilísticamente los patrones de los manuscritos. También la metalurgia que mediante oro y cobre trabajados a la cera perdida, repujado y martillado, sirvió para hacer objetos en forma de azuelas, hachas, escudos, punzones, cascabeles, collares, pulseras y demás. Lo mismo sucede con las piedras duras como el alabastro, tecalli, ópalo, amatista, ámbar y el jade, o con materiales delicados como perlas, concha y coral. De singular importancia resultan los códices, libros manuscritos con signos pictográficos y logográficos que fueron confeccionados en piel de venado, pintados en colores muy vivos y cubiertos por una fina capa de estuco con el fin de preservar la información. Contienen genealogías y registros históricos combinados con una documentación muy abundante que se refiere a la religión, a la adivinación mediante cálculos astronómicos y al mundo intelectual mixteco; en una composición y diseños claramente emparentada con la cerámica y el arte mural que se expandió rápidamente por las principales ciudades de Mesoamérica a lo largo del Postclásico Tardío. Códices como los denominados Vindobonensis, Nuttall, Bodeley, Selden, Colombino, de Viena, o los Lienzos de Zacatepeque y los mapas de Teozacualco y Rickards, documentan el interés desplegado por los señores mixtecos en los registros históricos.
obra
La nobleza que desea mantenerse en su posición privilegiada y no renunciar a ninguno de sus privilegios y honores es atacada por Goya empleando el apellido de unos ridículos personajes de la comedia "El dómine Lucas" de Cañizares. Entregados a la holgazanería y a la buena vida, estos nobles cierran su entendimiento a los nuevos aires ilustrados.
contexto
Los Cholla sustituyen a los Pallava en el gobierno del sur de la India en el año 888, tras la victoria del príncipe Cholla Aditya (870-906). La dinastía Cholla aparece ya mencionada en el "Mahabharata" y es precisamente de su nombre del que deriva el de su reino: Coromandel (Chollamandalam). También su capital, Thanjavur (el Tanjore francés), que va a centralizar el gobierno desde los siglos IX al XII, era la mítica residencia del gigante Thanjar.El momento de máximo esplendor lo constituye el reinado de Rajaraja II (985-1014); es el primer soberano de la India del sur que con una conciencia plenamente histórica manda registrar cada acontecimiento de su gobierno.Gracias a su crónica sabemos la extensión exacta de su territorio, la anexión de Karnataka y Kerala, y la conquista de la isla de Sri Lanka; creó una flota y una armada, y una administración civil. Fue un ferviente adorador de Siva y el responsable de la expansión de su culto y de su iconografía por toda India meridional y por gran parte del Sudeste Asiático.Thanjavur fue un centro fundamental de irradiación cultural, debido al auge de los talleres artísticos y a la actitud intelectual y universalista de sus soberanos; su corte reunía literatos, filósofos, músicos y una legión de escribanos. Actualmente sigue siendo famosa por su escuela de danza y música, y el célebre festival de Tiruvayyaru (en el mes de enero) es el más prestigioso del sur de India.Rajaraja engalanó Thanjavur con palacios y templos (hay registrados hasta 75 templos dedicados a Siva), y ordenó la construcción en el año 1000 del mayor templo drávida, que se convertirá en el modelo cultural de toda la arquitectura Cholla: el templo de Brihadisvara (Brihadeshvara, Gran Señor), también llamado Rajarajeshvaram (Adoración del Rey de Reyes), que está dedicado a Siva Rudra, es decir a Siva como potencia purificadora del fuego.El templo se encuentra dentro de un gran recinto amurallado (270 por 140 m) al que se accede por una puerta torneada (un gopuram construido por los Pandya en el siglo XIII). A pesar de las numerosas mandapas laterales que se adosan a la muralla (la mayoría pertenecientes al siglo XVIII) y de unos pocos templos salpicados por el recinto (el de Devi del siglo XIII y los de Ganesh y Subrahmanya del siglo XVII), toda la atención se centra en el espectacular vimana (cubierta torreada drávida que equivale al sikara del norte) que cubre el sancta-sanctorum o garbha-grya.El vimana eleva 13 pisos troncopiramidales que parten de una base cuadrada de 30 m de lado, alcanza una altura de 66 m y se cubre con una stupika monolítica de 80 toneladas, cuya ubicación y traslado todavía hoy resultan polémicos. A sus pies se adosa un jaga-mohana y, a continuación, una gran mandapa hipóstila como sala de oración.Totalmente exenta y a los pies del templo se eleva otro pabellón de columnas que guarda una colosal estatua del toro Nandi.Todos los edificios se construyeron en sillares de granito perfectamente labrados y ensamblados sin ningún tipo de hormigón. Pero la espectacular altura del vimana, a base de superposición de pisos adintelados, sin apenas contrafuertes ni arquitrabes de descarga, se logra gracias al ligero ladrillo esculpido con el que se construye esta cubierta.El conjunto se planifica según los "Vastu-Sastras", siguiendo rigurosamente el "Padmagarbhamandala" que, a partir de este momento, será el mandala clásico del arte drávida. El Padmagarbhamandala, o del Loto Sagrado, cuenta con 16 por 16 partes, de las cuales 16 corresponden al Brahmasthana (Esencia Divina), 84 al dominio de los dioses, 96 al mundo de los hombres y 60 al indefinido espacio de los espíritus.El Brihadisvara es sin duda alguna una de las principales joyas del arte indio, tanto por la sorprendente audacia en las proporciones arquitectónicas como por la admirable minuciosidad en el detalle decorativo. Entre los restos de pintura que decoran los murales de todo el recinto hay que destacar las bailarinas celestes que decoran el interior del garbha-grya; y entre las esculturas, los altorrelieves de guardianes, de dioses secundarios como Vishnu y Lakshmi, del hijo de Siva Ganesh (el dios elefante) y las múltiples advocaciones de Siva: el Harihara (mitad Siva, mitad Vishnu), el Ardhanarishvara (mitad hombre, mitad mujer) y el Gangadhara (Siva Ganga).Hoy es uno de los monumentos histórico-artístico más mimado por el Archaeological Survey of India pero, salvo en temporadas de festivales religiosos, es difícil imaginar el poder de este gran complejo atendido por 400 devadasi (sirvientes del dios), más una caterva de brahmanes, músicos y danzantes; funcionaba también como un auténtico banco cuyos depósitos contenían 186 kg de oro, 224 kg de plata y 93 kg de piedras preciosas, que financiaban empresas comerciales y marítimas.De menor interés, pero otra gran obra arquitectónica, resulta el templo de Siva en Gangaicondachollapuram, construido en el reinado de Rajendra I (1014-1045) a exacta imitación del de su padre en Thanjavur pero a escala reducida.Otra de las maravillas del arte Cholla lo constituye la estatuaria en bronce formada por las numerosísimas imágenes de culto que se adoraban en los garbha-grya de los templos. Esta producción masiva de bronces se realizó para cubrir el culto a Siva no sólo de Coromandel sino también del resto de India y, aún más allá, de las colonias ultramarinas de Sri Lanka, Birmania y Java.Desde el siglo X d. C. la iconografía sivaítica no ha hecho más que repetirse y todavía se siguen reproduciendo las imágenes Chollas para cubrir el mercado actual (tanto cultural como turístico). Ese típico ídolo indio que hoy podemos encontrar incluso en almacenes occidentales no hace más que reproducir en mala calidad, amaneradamente y hasta la náusea, los bronces Cholla. Admirados justamente por los británicos, fueron objeto constante del coleccionismo decimonónico, pero todavía podemos admirar una gran cantidad de estos bronces en todos los museos indios, especialmente en la Galería de Bronces del Government Museum de Madrás y del Palacio de Thanjavur.Entre los muchos tipos de advocaciones de Siva definidos por los Cholla en estos excelentes bronces, quizá pueda ensalzarse todavía más la imagen del Siva Nataraja o Rey de la Danza: una sola pieza realizada a la cera perdida, sin soldaduras, que sobrepasa el metro de altura. En medio de una aureola cósmica llameante, Siva baila triunfando sobre la ignorancia (un niño monstruoso, bajo su pie). Ataviado como un príncipe Cholla, su tocado recoge a la diosa Ganga, que se diluye suavemente por sus cabellos extendidos. Su omnipotencia se manifiesta en la multiplicidad de brazos; la mano posterior derecha lleva el tambor, símbolo del ritmo, del pálpito creador, y la izquierda el fuego de la destrucción, también de la purificación en la incineración; el brazo anterior derecho presenta la abhaya mudra o gesto de ausencia de temor, y el izquierdo se balancea con la flexibilidad y fortaleza de la trompa de elefante o gesto de gafa-hasta.Su actitud zigzagueante en flexión extrema o athibhanga traduce la agitación de su danza cósmica, el esfuerzo de su acción constructora y destructora; porque como dios de la muerte, Siva es también potenciador de la vida, porque no hay vida sin muerte en el sistema de purificación kármika.
contexto
La épica griega no se limita a los poemas atribuidos a Homero. Además de las obras atribuidas a Hesíodo, hubo una extensísima producción conservada muy parcialmente en fragmentos y testimonios indirectos que sirven al menos para dar a conocer la existencia de gran cantidad de temas que abarcaban las historias de muchos personajes de la mitología agrupados en ciclos, que serían posteriormente utilizados por los poetas líricos y trágicos, por los pintores de vasos de cerámica y por los escultores que adornaban frisos y frontones de todos los templos. En la Edad Oscura se configura el conjunto de la temática que nutre toda la cultura griega y su fundamento se hallaba en los tiempos heroicos, identificados con el mundo micénico. Así pues, toda esa cultura posee un constante referente situado en ese mundo, cuya realidad histórica se ha manipulado hasta transformarla en mito. Los poemas homéricos forman parte, en su temática, del ciclo troyano, donde se incluyen los antecedentes de la guerra, así como los regresos de los héroes, de los que el de Odiseo-Ulises sirve como tema de "La Odisea" y el de Agamenón como argumento de la trilogía trágica de Esquilo, "La Orestíada", ya en el siglo V. Los fundamentos son difíciles de captar, pero a través de toda clase de manipulaciones, parece notarse la huella de preocupaciones específicas, relacionadas posiblemente con el final de aquel mundo. Lo mismo ocurre con el otro ciclo famoso, el de Edipo y sus descendientes, causantes con sus conflictos internos de los grandes dramas sufridos por la ciudad de Tebas. Los ciclos se transmiten todos ellos por vía oral a través de cantores que viajan por las comunidades griegas, aprovechando las tendencias panhelénicas que permiten la comunicación. El oficio tiende a especializarse dentro de clanes determinados, entre los que el más famoso llegó a ser el de los Homéridas, que se convirtió con el tiempo en el monopolizador de la tradición épica, aunque también se nota en manifestaciones cerámicas que los suyos no son todavía en época arcaica los temas predominantes. La formación del mundo cultural que favoreció la actividad de los santuarios panhelénicos permitió también el inicio de la celebración de festivales donde se recitaban los poemas, lo que llevó paulatinamente a la creación de formas canónicas tendentes a la fijación por escrito. Los temas épicos representaban el mismo fenómeno de recuperación del pasado que estaba implícito en la renovación de cultos en centros tradicionalmente considerados como herencia micénica. La recuperación cobra así todo su sentido en diferentes campos de la vida cultural.
contexto
Dos días después de que Francia retirase a su embajador en Madrid, es decir el 28 de enero de 1823, Luis XVIII pronunció un importante discurso con motivo de la apertura de las Cámaras, en el que anunció solemnemente que "cien mil franceses estaban dispuestos a marchar invocando al Dios de san Luis para conservar en el trono de España a un nieto de Enrique IV". En Francia se abrió una fuerte polémica en torno a la intervención en España que se prolongó durante el mes de febrero, y hubo muchas voces en contra de la decisión. El gobierno galo tenía muy claras, sin embargo, las ventajas que reportaría la expedición. Podría servir, sobre todo, para restablecer el prestigio del ejército francés después de la derrota a manos de las potencias europeas. Por otra parte, la influencia que le proporcionaría la intervención armada en favor de Fernando VII le permitiría mover los hilos de la política española con el fin de encauzarla por derroteros más acordes con el sistema de la Francia restaurada. Pero había también unos intereses económicos y comerciales que iban a jugar un papel de gran relevancia a la hora de sopesar las ventajas y los inconvenientes de una intervención armada. La independencia de las colonias españolas en el continente americano -en vías ya de una irreversible consumación- exigía una rápida intervención si se quería evitar que Gran Bretaña fuese la única beneficiaria de este proceso. Además, el comercio que Francia seguía manteniendo con España constituía un capítulo importante en la balanza comercial de aquel país. La defensa de todos estos intereses se vería facilitada con la presencia de un ejército francés en la Península y con la presión que de esta forma podría ejercer sobre el gobierno de Fernando VII. Los preparativos para poner en marcha la compleja maquinaria de un ejército expedicionario tan numeroso habían comenzado ya en Francia a primeros de año. Para evitar las situaciones de tensión con la población civil que se habían provocado en España con motivo de las requisas y los saqueos del ejército napoleónico para solucionar los problemas de su abastecimiento, en esta ocasión se preparó la logística de otra forma. El gobierno francés encargó al negociante Gabriel Ouvrard de toda la operación de aprovisionamiento, que gestionaba con proveedores españoles a los que pagaba al contado. Así, para éstos, la invasión de los Cien Mil hijos de San Luis no sólo no constituyó ningún motivo para levantar la resistencia, sino que se convirtió en un buen negocio. En total, el número de los componentes del ejército del duque de Angulema se elevaba a 95.062 soldados, divididos en cuatro cuerpos y uno de reserva. Por su parte, el ejército constitucional español que se dispuso a hacerle frente, estaba dividido en cuatro cuerpos de 18.000 a 20.000 hombres cada uno. El Ejército de operación, mandado por el general Ballesteros; el Ejército de Cataluña, mandado por el general Espoz y Mina; el Ejército del centro, mandado por el general La Bisbal, y el Ejército de Castilla y de Asturias, cuyo general en jefe era Morillo. También hay que contar a los 52.000 hombres que formaban las guarniciones de las plazas fuertes, los cuales hacían elevar la suma total a 130.000 soldados. Sin embargo, la desorganización de la defensa y la escasa moral de la tropa, impedirían una resistencia eficaz contra el ejército de Angulema. El 7 de abril atravesaron las tropas francesas el río Bidasoa, no sin antes deshacer un intento de sublevación iniciado por algunos elementos liberales dentro de sus propias filas. Se iniciaba así una campaña que tendría un desarrollo, no por previsto, menos espectacularmente rápido y eficaz. La Bisbal capituló pronto y Morillo se retiró sin combatir. Ballesteros, después de haberse batido en retirada por todo el Levante y por la Andalucía Oriental, capituló también ante el general francés Molitor en Campillo de Arenas, en la provincia de Jaén, el 4 de agosto. Sólo Espoz y Mina supo oponer una tenaz resistencia en Cataluña, hasta el punto de ser Barcelona la última ciudad que cayó en manos de los franceses. Cuando llegaron a Madrid las noticias del rápido avance del ejército de Angulema, el Gobierno y las Cortes decidieron, por razones de seguridad, trasladarse hacia el sur. El Rey y la familia real quisieron negarse a acompañarles, y a pesar de que los médicos certificaron que Fernando no podía ponerse en camino sin peligro para su salud, éste no tuvo más remedio que transigir ante las presiones de los liberales. Cuando las tropas francesas llegaron a Madrid se creyó conveniente nombrar una Regencia para que se encargarse de administrar el país y de organizar el ejército, al mismo tiempo que debería ponerse de acuerdo con los aliados para liberar al rey. Reunidos los Consejos de Castilla y de Indias propusieron al duque del Infantado, al de Montemar, al Obispo de Osma, al barón de Eroles y a Antonio Gómez Calderón. Aprobada esta Regencia por el duque de Angulema, comenzó su actuación nombrando un gobierno y adoptando algunas medidas encaminadas a restablecer las instituciones del Antiguo Régimen. El 10 de abril llegó la familia real a Sevilla y al día siguiente lo hizo la comisión permanente de las Cortes. A partir de entonces y hasta el 11 de junio, la capital andaluza se convertiría en la sede de las más altas instancias de la nación y las Cortes seguirían desarrollando en ella su labor hasta el momento en que tuviesen que trasladarse a Cádiz ante el avance del ejército francés. Pero de nuevo Fernando VII se negó a trasladarse, en esta ocasión a Cádiz, pues confiaba en su pronta liberación por parte de las tropas enviadas por su primo Luis XVIII. Fue Alcalá Galiano quien, basándose en el artículo 187 de la Constitución que establecía el nombramiento de una Regencia provisional cuando el rey se encontrase en la imposibilidad de ejercer su autoridad por causa física o moral, consiguió que las Cortes forzasen al monarca y a su familia a partir para Cádiz. Cádiz había sido una ciudad inexpugnable para el ejército de Napoleón, pues sólo con una flota le hubiese sido posible completar el cerco de la ciudad. Ahora las circunstancias eran distintas. No existía ese ambiente de exaltación patriótica que se había producido en aquella ocasión y, además, Angulema contaba con varios barcos que podían cortar las comunicaciones marítimas de la ciudad y colaborar con las fuerzas terrestres en las operaciones que se disponían a llevar a cabo. Las Cortes y los gobiernos que se sucedieron en aquel verano de 1823 no fueron capaces de encontrar soluciones para evitar su caída y la ayuda inglesa que se esperaba no iba a llegar. Sólo la Milicia Nacional se mostraba dispuesta a resistir hasta el final. Ante tales circunstancias, los liberales parlamentaron con Fernando VII y con Angulema por separado y aceptaron liberar al monarca si a cambio se prometía el olvido del pasado. Fernando, que incumpliría su promesa nada más verse liberado de sus captores, pudo por fin reunirse con el Duque de Angulema en el Puerto de Santa María el 1 de octubre. Una nueva etapa, marcada otra vez por el signo del absolutismo, se abría a partir de aquel momento: era la última década del reinado de Fernando VII, quien se mantendría en el trono sin nuevas limitaciones ni condicionantes por parte de los liberales hasta su muerte en 1833.
contexto
Los cimientos de la mayística Los sesenta y seis folios del volumen en 4.? del manuscrito de la Relación de las cosas de Yucatán constituyen el punto de partida de los estudios sobre la cultura maya. Allí están contenidos, a menudo en forma de leve bosquejo, los grandes temas que han preocupado a los investigadores desde hace siglo y medio. Personalidades de inmenso prestigio científico, como Sir Eric S. Thompson, no han regateado elogios a la breve crónica reconociendo explícitamente la deuda que su propio trabajo había contraído con el celoso inquisidor de Maní. Repasemos ahora las principales áreas de especialización de los mayistas con relación a los caminos abiertos por Diego de Landa poco después de la conquista. 1. El medio natural: Geógrafos y ecólogos tratan de reconstruir el ambiente en el que vivieron los antiguos pobladores de la península de Yucatán. Cualquier estudio sobre la economía primitiva debe arrancar de un sólido conocimiento de los recursos potenciales, las posibilidades de transporte, almacenamiento y comunicación o la capacidad del territorio para mantener determinados contingentes humanos. Todavía se discute el tipo de agricultura que practicaron los mayas clásicos, la variedad de los alimentos complementarios, la incidencia del movimiento comercial en el auge de las ciudades, la existencia de plantaciones o zonas de cultivos especiales, el volumen y calidad de los tributos, las causas del asentamiento concentrado o disperso, y el cambio demográfico. Todo ello tiene que ver primero con las características del medio, sobre las que actúa el equipo tecnológico y el sistema de valores de la sociedad. Landa ofrece multitud de datos respecto a estas cuestiones, y el lector puede apreciar la estrecha dependencia que se manifiesta entre las colectividades indígenas y el suelo que las sustenta. 2. La cronología: La civilización maya fue la única en la América precolombina que utilizó un procedimiento para computar el tiempo absoluto. Por encima del estrecho margen de los reinados, o de la duración individual de los ciclos astronómicos, los sabios señalaron una fecha en el lejano pasado y contaron desde ella los días transcurridos hasta el acontecimiento que deseaban conmemorar. Es decir, los mayas usaron una Era semejante a las que permanecen aún vigentes en el Viejo Mundo. Por alguna ignorada razón, los sacerdotes y escribas que diseñaron la inscripción de la estela 29 de Tikal, expresaron en ella la suma de 1.243.615 días completada desde el inicio de su tiempo histórico. Ese primer registro cronológico de las selvas del Petén ha sido interpretado como equivalente al año 292 de la Era cristiana, lo que sitúa el origen del cómputo indígena en las brumas de la mitología, 3.405 años atrás. El complicado problema de la cronología maya no está resuelto a plena satisfacción de todos los arqueólogos, pero los fundamentos de la indagación que ha permitido manejar con facilidad las fechas antiguas se encuentran en la obra de Diego de Landa. La Relación incluye una descripción cuidadosa del calendario anual y su funcionamiento, los dibujos de los jeroglíficos de los días y los meses, y la explicación de la llamada rueda de los katunes, lapso que combina los períodos sagrados de 7.200 días con los trece numerales básicos. 3. La escritura jeroglífica: La labor más acuciante de la mayística actual es el desciframiento de la escritura jeroglífica. Igual que sucede con las fechas, tenemos aquí la única escritura nativa de América que alcanzó cierto grado de desarrollo. Ocioso es decir que los estudiosos han derrochado esfuerzos durante décadas para llegar a comprender el mensaje de los signos alineados en las piedras, las cerámicas y los libros de corteza. Y casi produce vergüenza reconocer que estamos lejos todavía de poder leer con fluidez los abundantes textos descubiertos, sobre todo si se tiene presente que las lenguas de la antigüedad no podían ser muy diferentes de las que habían hoy cientos de miles de personas en el territorio del Mayab, y que fueron recogidas a lo largo de la época colonial en numerosos diccionarios, gramáticas y documentos misceláneos. Tras muchos años de suponer que los jeroglíficos trataban sólo asuntos religiosos y referentes al calendario, ahora sabemos que las inscripciones de los monumentos narran sucesos históricos, mencionan los nombres y títulos de los reyes, y seguramente revelan los avatares por los que pasaron las dinastías gobernantes en las distintas unidades políticas de las regiones tropicales. No es preciso poseer una mente demasiado despierta para imaginar el torrente de información que aguarda el definitivo desciframiento de la escritura maya; entonces la arqueología del área dará un salto cualitativo de incalculable trascendencia, y, lo mismo que ocurrió en Egipto con los trabajos de Champollion y sus continuadores, el estudio de la vieja civilización podrá alcanzar la verdadera madurez. En esta labor apremiante se hallan implicados filólogos y epigrafistas de muchos países y, aunque aborden el problema desde perspectivas diversas, incluso contrapuestas en ocasiones, todos aceptan los datos de Landa como inestimables referencias. En efecto, el franciscano se sintió atraído por los extraños símbolos gráficos que contemplaba por doquier y, sin duda, hizo preguntas entre sus informantes; por desgracia, estaba ofuscado por una hipótesis errónea, creía que los mayas empleaban un alfabeto similar al europeo, de modo que transcribió el conjunto de letras cuyos sonidos mejor correspondían al lenguaje hablado. Los indígenas pintaron para él algunos jeroglíficos que podían ser leídos aproximadamente como esas letras, pero que realmente tenían un significado ajeno por completo al pretendido abecedario. Así, por ejemplo, cuando el fraile pronunciaba la u, la réplica era el signo con que se escribía luna, puesto que emitiendo tal sonido decían luna los yucatecos. Sin embargo, paradójicamente, Landa fue consciente de que la escritura obedecía en buena medida a principios silábicos, o que contenía ideogramas, y lo expresó a su manera en un par de frases sucintas, pero no supo o no quiso ir más allá en averiguaciones que rozaban los bordes de las más importantes costumbres diabólicas de los indios. Su desinterés, quizá sus escrúpulos, han privado a la mayística de una información de extraordinario alcance; mas, en cualquier caso, sin ser la piedra de Rosetta como algunos pretendían, la Relación es también para la epigrafía maya una fuente de primer orden, especialmente desde que la escuela rusa ha expuesto sus tesis sobre el valor fonético de bastantes signos. 4. La religión: El campo de las creencias religiosas, de la ideología en general, suele ser una tenebrosa ciénaga que pocos arqueólogos de los que trabajan con culturas ágrafas se atrevan a cruzar. Existe, por otra parte, y como lógica consecuencia, una viciosa inclinación a remitir al terreno de lo religioso todo fenómeno o elemento de la vida del pasado que resulta incomprensible o misterioso. Hasta que los excavadores logren diseñar un método para interpretar sus materiales suficientemente penetrante, riguroso y a la vez imaginativo, basado quizá en analogías etnográficas y en los más modernos estudios sobre el comportamiento humano, la espiritualidad arcaica seguirá siendo un enigma salpicado de tímidas conjeturas. Desde luego, no es éste exactamente el caso de la civilización maya; primero, porque contamos con una escritura a la que se han ido arrancando con mucho trabajo algunas informaciones de carácter religioso; segundo, porque disponemos también de una gran cantidad de descripciones y estudios sobre la religiosidad indígena en la época colonial y en la republicana. Bien puede afirmarse, no obstante, que apenas ha comenzado una investigación muy difícil y complicada, siéndolo todas las que pretenden desvelar los productos de la mente a través de simples vestigios materiales, pues aquellas gentes que edificaron soberbias ciudades en la selva vivían con tal intensidad sus creencias que los dioses y los ritos llegaron a diluirse en las actividades cotidianas, impregnando el orden político y el social hasta el punto de hacer casi imposible la visión analítica a la que están acostumbrados los científicos occidentales. Antes que en los monumentos de piedra, la religión maya se manifiesta por medio de los códices y de las cerámicas pintadas. Los libros de corteza eran la guía de los sacerdotes, donde se escribían los augurios para cada período de tiempo y se plasmaban aspectos destacados de la liturgia. Por su parte, los recipientes de barro que se depositaban en las supulturas de los nobles contenían fragmentos de la mitología de ultratumba, y servían en cierto modo como ayuda para superar las pruebas del viaje del difunto por el inframundo. Allí están dibujadas las divinidades gobernantes de las regiones cósmicas, y también las escenas del perenne combate que mantienen entre sí. Gracias a estos preciosos documentos se han podido identificar los atributos y los nombres jeroglíficos de los seres sobrenaturales, determinadas ceremonias y festividades relacionadas con la cosmología, y se ha reconstruido parcialmente la imagen maya del universo. Sin embargo, han sido los escritos tardíos, entre los que sobresale la Relación de Diego de Landa, el más seguro camino para llegar a entender la naturaleza y la función de muchos de los antiguos dioses, y el único a menudo para conocer el desarrollo de las celebraciones públicas. Los frailes españoles sintieron gran curiosidad por las religiones indígenas de América, no en vano eran consideradas obra del diablo, y, por tanto, resultado del lado oscuro del propio cristianismo. Además, pensaron que la observación de las prácticas paganas era un excelente auxiliar para conseguir su erradicación. Por ello, dedicaron abundantes páginas a describir las idolatrías y los rasgos más evidentes de la antigua fe de los indios. Landa ofrece un inventario de las fiestas del calendario y bastantes datos sobre las divinidades y el culto. Los estudios acerca de la religión maya han de tener en cuenta ineludiblemente sus valiosas informaciones. 5. La historia postclásica de Yucatán: Ya hemos dicho antes que el norte de la península de Yucatán sufrió muy atenuadamente los efectos de la gran catástrofe que acabó con los reinos del período Clásico. Los itzaes que llegaron hacia el año 800 de nuestra Era --tal vez décadas antes-- infundieron nuevo vigor a las manifestaciones culturales de la región llamada Puuc y fueron luego desplazados por el militarismo tolteca, cuyo auge se mantuvo hasta el siglo XIII. Los acontecimientos históricos que tuvieron lugar en las llanuras septentrionales hasta la caída de Mayapán son objeto de comentario en los manuscritos indígenas redactados con caracteres latinos después de la conquista, pero esas importantísimas fuentes, conocidas en general bajo el nombre de libros de Chilam Balam, conservan un estilo narrativo tradicional donde se funde la leyenda con los sucesos reales, en un lenguaje esotérico y enormemente confuso, de manera que es tarea ardua identificar sin vacilación las circunstancias que rodearon las graves transformaciones de la época. La Relación refleja igualmente la típica imprecisión o incongruencia del método maya de hacer historia, pues los informantes de Landa no habían podido desprenderse aún del viejo modo de pensar; su ventaja radica en que el escritor estaba situado fuera de la corriente cultural que juzgaba los hechos, y por ello era capaz de interpretarlos procurando discernir lo que verdaderamente ocurrió. Así, vemos cuando el franciscano reproduce criterios ajenos (por ejemplo: que es opinión entre los indios, y dicen, y que difieren, que cuentan los indios), o aporta su propio sentir (por ejemplo, especulando sobre posibles migraciones desde Chiapas en tiempos prehispánicos: porque muchos vocablos y composiciones de verbos son los mismos en Chiapas que en Yucatán, y hay allí grandes señales de lugares que han sido despoblados). Nos hallamos lejos todavía de poder reconstruir con seguridad la historia antigua de Yucatán, y tal vez no se logre nunca, pero los informes que proporciona Landa son el fundamento de cualquier ensayo en ese sentido. Sirven de contrastación a las prolijas y enrevesadas fuentes indígenas, organizando a la europea unos relatos oscuros pero enormemente significativos. 6. Costumbres y monumentos: Los arqueólogos contemporáneos están interesados en los avances de la metodología que persigue la reconstitución de las relaciones sociales de las culturas antiguas. Problemas que antes eran privativos de la Etnología han pasado a ocupar un sitio descollante entre las inquietudes de los excavadores. Los estudios de patrones de asentamiento (cómo y por qué se distribuyen regularmente las construcciones u otras huellas de actividad humana en el paisaje) permiten elaborar hipótesis sobre las leyes de residencia y descendencia, el régimen de trabajo o los mecanismos del control político, lo mismo que la iconografía facilita inferencias acerca de las estructuras de autoridad y prestigio. Una sociedad como la maya, aferrada a la tradición, que ha guardado a través de múltiples avatares los primitivos valores de su identidad comunitaria, es un modelo en cualquier etapa de su historia del que obtener información para extrapolarla al pasado. En otras palabras, las descripciones de los escritores coloniales, y, en cierta medida, las de los etnógrafos actuales, se utilizan habitualmente para organizar e iluminar los fríos datos de la Arqueología. Por eso son tan importantes las búsquedas en los archivos, y tan celebrada la aparición de todo nuevo papel, censo, título de tierras, pleito, etc., que arroje luz sobre la demografía, formas de propiedad y herencia, reparto de cargos públicos o delimitación de las funciones correspondientes, en los siglos de la dominación española; de ahí, de la situación de la cultura indígena entre los siglos XVI y XIX, se puede partir hacia el descubrimiento de la red de relaciones sociales durante la época prehispánica. Ciertamente, éste era un terreno donde los cronistas se hallaban cómodos, porque el exotismo de los pueblos que visitaban atraía su curiosidad natural, y porque en una Europa que aún leía con avidez las fantásticas narraciones de los libros de caballerías, toda noticia referente a costumbres insólitas o comportamientos extravagantes era recibida con notable aprecio. Las primeras historias americanas --es decir, los fragmentos dedicados a los nativos, y no a las peripecias de los españoles-- están llenas de observaciones pintorescas que ahora se nos antojan de muy relativo valor científico, pero a la vez contienen testimonios inestimables sobre la vida social y el pensamiento indígenas. La obra de Landa no es una excepción, junto a esporádicas descripciones de las rarezas locales despliega abundante y sólida información sociológica; su importancia se acrecienta también por el hecho de ser la fuente más completa y antigua para el estudio de las comunides yucatecas, prácticamente la única de su clase en el siglo XVI si omitimos las ricas pero limitadas Relaciones geográficas de Yucatán, respuestas de los encomenderos de la península a los cuestionarios de Felipe II. Si hubiera que destacar algunas páginas del manuscrito, quizá fueran las aplicadas a comentar el ciclo vital de los nativos las que merecieran lugar preeminente en los anales de la mayística. En efecto, nuestro autor proporciona un cuadro detallado de las distintas etapas por las que pasaba la crianza y educación de los niños, con los ritos que jalonaban el tránsito de un estado social a otro, las circunstancias del matrimonio y las actitudes éticas de cada sexo, la significación de las genealogías y la solidaridad de los grupos de parentesco, las tareas que cada cual estaba llamado a cumplir y la conducta general hacia la muerte. Basta con repasar el syllabus o índice analítico de la edición de Tozzer para percibir la riqueza y variedad de los temas sociológicos tratados en la Relación. Todo estudio moderno sobre la vida de las antiguas comunidades o sobre el sistema de valores que guiaba la actuación cotidiana de sus miembros, debe contar ineludiblemente con los informes de fray Diego de Landa. Al lado de las descripciones de la vida tradicional de los mayas encontramos algunas líneas de carácter estrictamente arqueológico, no sólo referidas a objetos antiguos desenterrados cuando se ordenó derruir los edificios prehispánicos, sino a las mismas construcciones. Las palabras de Landa al respecto son, fuera de duda, las primeras que un occidental observador y fisgón ha consagrado a los monumentos del pasado yucateco. Y el franciscano llega incluso a realizar unos modestos pero interesantísimos dibujos de los templos que reseña, bosquejos sin otra pretensión que aclarar el fárrago descriptivo --¡como si hubiera sido entrenado en una moderna escuela de Arqueología!--, da las dimensiones y hasta el número de los escalones, afirmando con humor las dificultades del ascenso a la pirámide mayor de Chichón Itzá. El asombro que sintió este fraile contradictorio, mitad antropólogo y mitad turista, mitad párroco y mitad inquisidor, ante la grandeza de las ruinas de la península, se pone de manifiesto en estas frases que constituyen un verdadero homenaje a los primitivos pobladores y a la cultura maya: Si Yucatán hubiere de cobrar nombre y reputación con muchedumbre, grandeza y hermosura de edificios, como lo han alcanzado otras partes de las Indias, con oro, plata y riquezas, ella hubiera extendídose tanto como el Perú y la Nueva España, porque es así en esto de edificios y muchedumbre de ellos, la más señalada cosa de cuantas hasta hoy en las Indias se han descubierto. Porque son tantos y tantas las partes donde los hay y tan bien edificados de cantería a su modo, que espanta. Pueden deducirse de todo lo dicho hasta aquí dos conclusiones. Diego de Landa refleja en su persona y en su conducta los contrastes de la mentalidad de los hombres del siglo XVI a que aludimos al principio de esta introducción. El celoso guardián de la ortodoxia católica de la época, el incansable perseguidor de las idolatrías, es a la vez un entusiasmado admirador de muchas de las cosas que ve en la tierra americana. Destruye bienes y reliquias paganas, mas anota con idéntica presteza los rasgos principales de lo destruido. Es un instrumento consciente y voluntario de la transformación de la sociedad indígena, y se esfuerza en conservar por escrito para la posteridad el relato de las virtudes condenadas a desaparecer. Castiga con dureza a los indios y los defiende simultáneamente de la brutalidad de los encomenderos. Posee el espíritu, en fin, de los viajeros de aquel tiempo intermedio de cambio y de reformas. Por otra parte, Landa es un precursor. Las preguntas que se hace al contemplar la extraña realidad maya, los asuntos que reclaman su interés de escritor, pertenecen en sentido riguroso al moderno quehacer de los antropólogos culturales. Él es el primero en reconocer que las ciudades arruinadas de Yucatán fueron erigidas por los antepasados de los indígenas con los que convivió; hubo que esperar a las exploraciones de Palenque auspiciadas por Carlos III, y a las expediciones de Stephens y Catherwood para oír opiniones similares expuestas con tanta claridad y convicción, y todavía en los albores de nuestro siglo había mucha gente que atribuía la arquitectura centroamericana, y por supuesto la escritura jeroglífica, a remotos periplos de fenicios, egipcios o hebreos, por no citar a los partidarios de las tesis sobre los continentes oceánicos desaparecidos. Vale la pena recordar que el célebre abate Brasseur de Bourbourg, justamente el descubridor del manuscrito de Landa en la Real Academia de la Historia, escribió y publicó en 1868, hacia el final de su vida, el libro, Quatre Lettres sur le Mexique, donde reunía diversos argumentos para probar que tanto las antiguas civilizaciones de Mesoamérica como la del valle del Nilo tuvieron su origen común en los esfuerzos colonizadores de los habitantes de la Atlántida. Diego de Landa sabe desentrañar las cualidades del arte maya y los secretos de la religión; aún más, logra relacionar los diferentes aspectos de la cultura autóctona soldando los ritos con las actividades diarias, las tradiciones orales con el parentesco, la organización política con la demografía, el presente con el pasado sin solución de continuidad. Su trabajo y su método no son originales; sin embargo, se cuentan por decenas los documentos o textos coloniales que intentan trazar un cuadro verídico del modo de vida de los pueblos aborígenes de América. Pero en Yucatán, región periférica de los grandes imperios tardíos de aztecas e incas, el fraile cifontino sobresale poderosamente por encima de los otros autores como Lizana o López Cogolludo, es un observador más agudo y consigue reunir un material etnológico magnifico y abundante. Si fuera necesario resumir en pocas palabras cuál es la utilidad del libro que presentamos para el lector de finales del siglo XX, dejando aparte los intereses de los especialistas, habría que decir sin vacilar que constituye un testimonio insuperable del humanismo español de cualquier época, con sus esplendores y sus miserias, ese humanismo que casa tan bien con el supuesto estereotipo de nuestra personalidad colectiva; es una obra representativa, típicamente española, y cuando el objetivo del viejo afán ibérico por conocer e intervenir en las cosas de los vecinos es la extraordinaria cultura de los mayas, entonces puede resultar, como en la ocasión actual, una obra provechosa y apasionante. Miguel Rivera Dorado Madrid, otoño de 1984.
contexto
Los cinco elementos de la Naturaleza son la tierra, la madera, el metal, el fuego y el agua. La madera puede vencer a la tierra, el metal puede vencer a la madera, el fuego al metal, el agua al fuego y la tierra al agua. Según la teoría de la escuela filosófica de los Cinco Elementos, una de las 100 escuelas florecidas en el período de los Reinos Combatientes, el cosmos está hecho de los cinco elementos y cada uno de ellos tiene un período de dominio que es seguido sucesivamente por otro. Tradicionalmente se decía que esta teoría fue aplicada a la historia, a las dinastías de Xia -madera- Shang -metal- y Zhou -fuego-, y el emperador Qinshi Huangdi estaba convencido de que su imperio Qin tenía por elemento cósmico el agua. Para la consulta del horóscopo chino era fundamental saber acerca de los cinco elementos y, en el ciclo de calendario chino de 60 años, sobre cada uno de los 12 animales aparece un elemento diferente en cada turno hasta completar el ciclo. El origen de la teoría de los Cinco Elementos se remonta a la época situada entre los siglos IV a III a. C. -350-270 a.C.-, la de Tsou Yen, el verdadero fundador de todo el pensamiento científico (C. A. Ronan). Aunque él no fuera el inventor de la teoría, contribuyó grandemente a sistematizar y establecer las ideas sobre la teoría de los Cinco Elementos. En el "Libro de Historia", "Shih Chi", está comentada la teoría y comienza el texto. "Entre los Cinco Elementos, el primero se llama el Agua, el segundo, el Fuego, el tercero, la Madera, el cuarto, el Metal y el quinto, la Tierra. El Agua es, en su cualidad en la Naturaleza, lo que describimos como algo que empapa y desciende. El Fuego, en su cualidad en la Naturaleza, es lo que describimos como flameante y alzante -que se eleva-. La Madera, en su cualidad en la Naturaleza, es lo que permite la superficie curva o los bordes rectos. El Metal es, en su cualidad en la Naturaleza, aquello a lo que podemos dar la forma de un molde y entonces se hace dura. La Tierra es, en su cualidad en la Naturaleza, lo que permite la siembra y cosecha...". Asimismo el número Cinco era importante en las creencias del pueblo. Eran cinco las direcciones tradicionales chinas: 4 puntos: Norte, Sur, Este y Oeste, y además el punto medio. Las cinco relaciones tradicionales establecidas entre la gente eran: entre gobernantes y sirvientes, entre padre e hijo, entre esposo y su esposa, entre hermano mayor y hermano menor y entre amigo y amigo. Igualmente existen los términos de las Cinco prohibiciones budistas: No matar, no robar, no codiciar, no beber vino y no comer carne; y Cinco purezas, que son la luna, el agua, el pino, el bambú y el ciruelo. Las Cinco cualidades morales son la humanidad, el sentido del deber, la sabiduría, la fiabilidad y la actitud ceremoniosa. Por último, los famosos Cinco dones son la riqueza, la longevidad, la paz de espíritu, la virtud y la vida sin enfermedades.
contexto
Todo musulmán debe aprender y cumplir con cinco obligaciones rituales, llamadas Pilares del Islam o de la Religión (arkanu l-ilsma o arkanu l-Din). Estos cinco ritos aparecen mencionados en El Corán, si bien no se habla de ninguno de ellos con detalle, por lo que su regulación ha sido elaborada por los eruditos y maestros islámicos gracias a los hadices. La literatura islámica, en su forma culta tanto como en las populares, se ha ocupado de manera extensa de estas cinco obligaciones rituales, una muestra del interés por lo físico inherente a la vida religiosa islámica. Estos actos obligatorios, si bien pueden ser realizados de manera individual, tienen como fin primordial sostener la ummah o comunidad de fieles. Es preciso decir, por último, que al realizarlos siempre se debe tener la intención expresa de hacerlo (niyyah). Los cinco Pilares son el Credo, la Oración, el Ayuno, el Azaque y el Peregrinaje a La Meca.