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La aviación francesa no estaba preparada para la guerra, pero tal como se temían los alemanes lo hubiera estado con sólo un año más de tiempo, sobre todo por lo que se refiere a los aparatos de caza. Cuando se iniciaron las hostilidades Francia contaba con unos 2.000 aparatos de reconocimiento, caza y bombardeo, pero algunos eran tan obsoletos que no merecen el calificativo de aviones militares en esa contienda. La aviación de caza francesa que pueda merecer tal nombre estaba constituida por unos 600 aparatos útiles de las siguientes firmas y modelos: Morane-Saulnier MS-406, Potez 630, Bloch MB-152, Hanriot NC-600 y Dewoitine D-520. Todos ellos, salvo el último, eran aparatos de comienzos de los años treinta, de buena calidad, en general, pero anticuados. El mejor de ellos eran el MS-406. Se contruyeron de éste 1.081 unidades, de las que unas 200 estaban en servicio al iniciarse las hostilidades. Alcanzaba la velocidad de 486 km./h, con un techo de servicio de 9.400 metros. Su autonomía era de 800 kilómetros y su armamento estaba compuesto por un cañón de 20 mm. y dos ametralladoras. Otro aparato interesante fue el bimotor Potez 630, del que se llegaron a fabricar 1.100 unidades. Francia tenía unos 200 en servicio cuando se inició la guerra. No era un aparato para medirse con los cazas alemanes: 370 km/h, aunque su armamento fuese más que mediano: 2 cañones de 20 mm y 1 ametralladora. Prometedor fue el Bloch MB-152, caza ligero, con 525 km de velocidad punta, 600 kilómetros de autonomía y cuatro ametralladoras como armamento. No fue, sin embargo, competidor para el BF-109 que le aventajaba en velocidad, autonomía, solidez, manejabilidad, aceleración y armamento... Tenía Francia en marcha la fabricación de un excelente caza, digno competidor de los BF-109 y los FW-190. Se trataba del Dewoitine D-520, un caza de nueva generación, cuyo primer prototipo voló por vez primera en otoño de 1938. 775 ejemplares salieron de las cadenas de montaje, pero los aprovecharon -como el resto de los aviones franceses- los alemanes y, sobre todo, sus aliados: cuando se inició la guerra Francia sólo tenía 50 en servicio. Este caza alcanzaba los 529 km./h. de velocidad a los 6.000 metros de altura; tenía un techo de servicio de 11.000 metros y una autonomía de 998 km. y su armamento estaba compuesto por un cañón de 20 mm. y cuatro ametralladoras. Hubiera podido ser el pánico de los Stukas alemanes, pero 50 aparatos son una cifra insignificante. Y si obsoleta y escasa era la caza, peor era la aviación de bombardeo. Tenía ésta unos 300 aparatos de la segunda década de los años treinta, en su mayoría Bloch 131, deficiente bimotor que los alemanes prefirieron destruir a emplear cuando tuvieron ejemplares capturados en sus manos. Mucho mejor era el Lioré el Olivíer Leo 451, un robusto bimotor rápido (494 km/h), con autonomía de 2.300 kilómetros y buen armamento: 1 cañón de 20 mm y dos ametralladoras, además de capacidad para 2.000 kilos de bombas. Tenía Francia 222 aparatos el 10 de mayo de 1 940, pero sólo estaban en activo la mitad...
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Los ayunos de Teouacan Otra manera de ayuno tenían en la provincia de Teouacan, muy grande y muy diferente de todas las dichas. De cuatro en cuatro años, que es, como dicen ellos, el año de Dios, entraban cuatro mancebos a servir en el templo; no vestían más que una sola manta de algodón, y aquélla de año en año, y unas bragas; la cama era el suelo, la cabecera un canto. Comían a mediodía sendas tortillas de pan y una escudilla de atulli, brebaje que hacen de maíz y miel. De veinte en veinte días, que comienza mes, y es fiesta ordinaria, podían comer y beber de todo. Una noche velaban dos de ellos, y otra los otros dos; pero no dormían en toda la noche de la vela, y se sangraban cuatro veces para ofrecer la sangre con oraciones. Cada veinte días se metían por un agujero que se hacían en lo alto de las orejas, sesenta cañas largas cada uno. Al cabo de los cuatro años tenía cada uno cuatro mil trescientas veinte cañas metidas por sus orejas. Montaban las de los cuatro ayunadores diecisiete mil doscientas ochenta cañas. Las quemaban en acabando su ayuno con mucho incienso, para que los dioses gustasen de aquella suavidad. Si alguno de ellos moría durante los cuatro años, entraba otro en su lugar; pero temían que sería mortandad de señores. Si participaba con mujer, lo mataban a palos de noche, ante la furia del pueblo, y delante de los ídolos; lo quemaban y esparcían los polvos por el aire para que no quedase recuerdo de tal hombre, pues no pudo pasar cuatro años sin llegar a mujer, habiendo pasado toda la vida Quezalcoatl, por cuya remembranza comenzó el ayuno. Con estos ayunadores se distraía mucho Moctezuma, y los tenía por santos. Cuentan de ellos que conversaban siempre con el diablo, que adivinaban grandes cosas y que veían maravillosas visiones; pero la más continua era una cabeza con cabellos muy largos, por lo cual debían de criar cabello largo todos los sacerdotes de esta tierra. No dejaré de contar otro sacrificio de los moradores, aunque feo, por ser extrañísimo. Había muchos mancebos por casar de Teouacan, Teutitlan, Cuzcatlan y otras ciudades, que, o por devotos o por animosos, ayunaban muchos días, y después se hendían con agudas navajas el miembro por entre cuero y carne cuanto podían, y por aquella abertura pasaban muchos bejucos, que son como sarmientos mimbres, gruesos y largos, según la devoción del penitente; unos diez brazas, otros quince, y algunos veinte; los quemaban luego, ofreciendo el humo a los dioses. Si algunos desmayaba en aquel paso no le tenían por virgen ni por bueno, y quedaba infamado y por fementido. Tal cual veis era la religión mexicana. Nunca hubo, a lo que parece, gente más, ni aun tan idólatra como ésta; tan matahombres, tan comehombres; no les faltaba para llegar a la cumbre de la crueldad sino beber sangre humana, y no se sabe que la bebiesen.
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La fecha que se da para la llegada de los aztecas al valle de México es la ya indicada de 1215. Son un grupo bárbaro, pendenciero, depredador y cruel, guiado por los sacerdotes de Huitzilopochtli, su sanguinario dios. Se habían ido fundando ciudades en el valle y los aztecas no hallaban acomodo en ninguna de ellas, ya que sus habitantes los repelían, por falsos y traicioneros. Es una etapa oscura, sobre la que cada fuente discrepa y también los historiadores que las han interpretado. Lo que sí parece claro es que es entonces cuando los aztecas adquieren la herencia tolteca y se van adaptando a los usos urbanos, sin un lugar fijo, empujados por unos o por otros. Algún tiempo estuvieron en Tipazán (sitio de las serpientes), o en Chapultepec (seguramente monte de las langostas o chapulin en nahuatl), de donde los expulsan los xaltonecas o los culhúas, según las fuentes, hasta que buscaron acomodo en unos islotes cercanos a la costa occidental de la laguna de Texcoco, donde ya otros nahua se habían establecido, fundando Tlatelolco (sitio de tierra, de talli, refiriéndose a aquélla con que habían ido llenando los estrechos canales entre los islotes). El establecimiento de los aztecas en estos islotes de la laguna fue, según la versión tradicional, en 1325 de nuestra era, pero Kirchhoff opina que fue en 1370, lo que cuadra mejor con la cronología de sus futuros jefes. A su nueva fundación la llamaron los aztecas Tenochtitlan, en opinión de algunos por el nombre (Tenoch) del caudillo que los guió hasta allí, o, al parecer de otros, porque significaba el nochtli, nopal, sobre la tetl, piedra. Esto parece lógico, pues según la tradición los sacerdotes hicieron creer a la tribu que allí daba fin su peregrinación, porque se había cumplido la profecía de que hallarían a un águila sobre un nopal, con una serpiente en el pico. La huida de los aztecas hacia los islotes parece haber tenido una causa: la persecución de culhúas, porque la hija de su jefe había sido sacrificada por los aztecas a su dios, desollándola viva. Es evidente que un pueblo hasta entonces tan miserable, pero al cual le estaba reservado un gran destino histórico, no podría mantener su relativa independencia sin una protección, y parece que ésta fue establecida alternativamente por los señores de Azcapotzalco y los de Culhuacán, los primeros tecpanecas y los segundos culhúas. Los tecpanecas eran sin duda los más importantes en el valle y los aztecas supieron coordinar una sumisión a los señores tecpanecas de Azcapotzalco con un establecimiento de buenas relaciones con Colhuacán, donde se habían instalado los restos de los toltecas de Tollan. Como el prestigio de la dinastía tolteca era grande en el valle, los aztecas pidieron al señor de Culhuacán les designara un jefe de su estirpe, y así fue designado Acamapichtli como primer tlatoani -el que habla o da órdenes- de Tenochtitlan, primero de la lista de tlacatecuhtli o jefes de hombres de la ciudad-estado. Este nuevo jefe se muestra sometido a los tecpanecas. Su designación en 1376 parece confirmar la reciente fundación (1370) de Tenochtitlan. Huitzilihuitl, que le sucede como jefe de hombres hasta 1417-por más de veinte años-, significa la consolidación de la ciudad y su crecimiento demográfico, así como un trato de igual a igual con sus vecinos, quizá porque Huitzilihuitl casó con una princesa tecpaneca, hija de Tezozomoc de Azcapotzalco. La suerte de Tenochtitlan iría vinculada a la de Azcapotzalco. Muerto Tezozomoc en Azcapotzalco, se erige a sí mismo como jefe de esta ciudad Maxtla, al que llamaríamos según nuestro modo de decir usurpador, que pretende someter también a Tenochtitlan, asesinando a Chimalpopoca (escudo humeante), sucesor de Huitzilihuitl. En 1427 inicia su actuación de tlatoani Itzcoatl (serpiente blanca), que en trece años da una completa vuelta a toda la situación, gracias a la inspiración del cihuacoatl (o "serpiente-hembra", presidente del tecpan o asamblea) Tlacaelel. Pero hagamos una breve interrupción, de carácter histórico general, relativa a la crítica que se hace a la historia como simple exposición de las gestas de los jefes. Mientras más pequeño es el pueblo, mientras sus circunstancias le obligan a una mayor cohesión interna, para autodefensa y afirmación de su identidad, mayor es el papel de los caudillos que se identifican con su mentalidad y con sus problemas. De ahí que pueda parecer que seguimos un manido y trillado camino de secuencias reales, y que, incluso, al referirse a los tlatoque aztecas, algunos autores hablen de reinados, como se hace con las dinastías medievales europeas. Son las propias fuentes indígenas, sus tradiciones captadas por los cronistas españoles, las que destacan la decisiva influencia de hombres singulares en el desarrollo de la política en el valle de México y en el engrandecimiento de Tenochtitlan. Itzcoatl inaugura el sistema de alianzas, en este primer caso de cuatro ciudades: Tenochtitlan, Texcoco, Cuauhtitlan y Huexotzingo. Su objetivo era combatir al usurpador y asesino de Chimalpopoca, Maxtla. ¿Había un propósito oculto azteca de acabar con la preponderancia tecpaneca? Es muy posible, ya que entonces es cuando se inicia la grandeza de México-Tenochtitlan.
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Las Monarquías polaca, bohemia y húngara mantuvieron importantes intereses en los Balcanes durante la Baja Edad Media, debido a la posición estratégica que éstos ocupaban frente al avance turco. Croacia, unida a la Corona húngara por mor de los "Pacta Conventa" de 1102, mantuvo su autonomía a través de una administración propia, encabezada por un "ban" o gobernador. Tras la victoria turca en la llamada batalla del Campo de Sangre (1493), los croatas resistieron durante algunos años bajo el mandato del gobernador Krsto Frankopan. La actual Rumania, dividida durante el periodo medieval en una serie de principados independientes, giró también en torno al área de influencia de la dinastía real húngara. El voivoda Basaraba (fallecido en 1304), príncipe de la Pequeña Valaquia, combatió las miras expansionistas de Carlos Roberto de Anjou, quien tuvo que claudicar ante la belicosidad del valaco y ceder parte de los territorios del Danubio. No obstante, años más tarde, otro voivoda de Valaquia, Mircea el Viejo (1386-1418), participó como aliado de Segismundo de Luxemburgo en la batalla cruzadista de Nicópolis (1396). En ciertas ocasiones los príncipes valacos jugaron a dos barajas, reconociéndose al mismo tiempo vasallos de Hungría y del Imperio otomano. Así, Vlad Dracul (murió en 1446) rindió homenaje a Segismundo y a Amurates I; años más tarde, tras enviar a su hijo al frente de 4.000 hombres al campo de batalla de Varna y conocer la derrota cruzadista, apresó a Juan Hunyadi para cobrar un importante rescate. Los enlaces dinásticos entre Hungría y Polonia hicieron posible que a mediados del siglo XV el príncipe de Moldavia Alejandro el Bueno jurara fidelidad a los reyes polacos. Este juramento fue respetado por sus hijos, pero no por su nieto, Esteban el Grande (1457-1504), al considerarse suficientemente fuerte para mantener la lucha contra los turcos por sí sólo. Entre 1497 y 1499 Juan I Alberto de Polonia llevó a cabo una expedición de castigo contra el voivoda moldavo, que finalizó con el descalabro de las tropas polaco-lituanas y la contraofensiva de Esteban sobre la ciudad polaca de Przemysl. Las influencias centroeuropeas no se limitaron al campo estrictamente político, al incidir también sobre la vida cultural de los Balcanes. Así, a lo largo del siglo XIV penetró en Moldavia la arquitectura gótica de procedencia bohemia y en la segunda mitad del siglo XV los influjos del Renacimiento italiano invadieron la Corte de Esteban el Grande, procedentes de Hungría. El Humanismo latino también contó en las regiones balcánicas con figuras como Iván Cesmicki, obispo croata de Pécs y autor de diversas composiciones bajo el seudónimo de Juan Panonio. Desde el punto de vista comercial, el protagonismo de los mercaderes italianos, venecianos en su mayoría, eclipsó la presencia del elemento centroeuropeo. Tras la caída de Caffa (1475), los tratantes italianos, atraídos por los yacimientos de plata serbios, comenzaron a comprar esclavos en los mercados balcánicos controlados por los turcos, abandonando los habituales enclaves del Mar Negro. Numerosos serbios y dálmatas se incorporaron a la servidumbre doméstica de las principales familias venecianas. El contacto permanente entre la Cristiandad latina y la oriental, junto al mantenimiento de las tradiciones eslavas, hicieron posible el surgimiento de una diversidad cultural en toda la zona, que pese a su raíz altomedieval aún pervivía en los siglos XIV y XV. Así, en países como Hungría, de marcada tradición latina, todavía existían iglesias de rito oriental hasta comienzos del siglo XIV; en los dominios húngaros de Transilvania éstas perduraron durante la centuria siguiente. Este particular acervo cultural cristalizó en el desarrollo de un arte propio, auspiciado por el mecenazgo real y en el que confluyeron influencias occidentales y orientales. El emperador Carlos IV fue el gran mecenas del gótico bohemio, surgido de la mano de Matías de Arras y Pedro Parler de Gmünd. Dos de sus discípulos, Wenceslao de Praga y Juan de Prachatice, continuaron su obra con la construcción de nuevas iglesias: San Carlos (Praga), Santa Bárbara (Kutna Hora), San Jacobo (Brno), etc. El gótico bohemio no se difundió solamente por Polonia, Hungría y Transilvania, ya que también alcanzó Croacia, en donde los artistas de las ciudades de Sibenik y Trogir supieron mezclar los influjos bohemios con los procedentes de Venecia. La lengua eslava retomó un gran protagonismo, sobre todo tras el éxito del movimiento husita, que, entre otras muchas cosas, exigía el final del monopolio del latín como lengua litúrgica. La relación existente entre el desarrollo de las lenguas eslavas y la reforma religiosa trajo como consecuencia la aparición de numerosos libros y textos de himnos litúrgicos, como el "Kancionál Jistebnicky" o las "Lamentaciones de Nuestra Señora", ambos escritos en checo. La lengua magiar tuvo una presencia menor en la literatura de la época, debido en gran parte al impulso humanístico que recibió el latín desde la Corte de Matías Corvino; sin embargo, cabe destacar entre la escasa producción en húngaro la composición "O Mária Siralom".
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Existía la costumbre de decapitar al contrario, una vez muerto. Ello se debía, en parte, a la necesidad de demostrar al resto de los enemigos que su jefe había perecido en la batalla. Las cabezas se exhibían posteriormente, como trofeo, ante la población civil. Recuérdese lo que les ocurrió a los Siete infantes de Lara, según dice su romance: "Los moros entonces tomaron las cabezas de los siete infantes y la de Munio Salido, e fueronse con ellas a Córdoba". En otras ocasiones, las lesiones del cuello fueron producidas por flechas, como queda reflejado con todo detalle en la Crónica de Alfonso VII el Emperador, al referir la muerte del conde Rodrigo Martínez, en el sitio de Coria, en 1139. Una punta de la flecha, desprovista del asta, atravesó la protección de cañizo tras la que se hallaba el conde y se le clavó en cuello, entre el almofar y la loriga, es decir, en la fosa supraclavicular, produciéndole una intensa hemorragia. Todos los intentos de parar la pérdida de sangre fueron inútiles, muriendo el conde al final del día. Seguramente, la flecha fue disparada por una ballesta, lo que explicaría que pudiera traspasar el cañizo, que detuvo el asta, pero no la punta. Por el tiempo que tardó el conde en morir, probablemente el proyectil lesionó la vena yugular o la subclavia, ya que si hubiese afectado los troncos arteriales, la muerte por shock hemorrágico se hubiera producido antes. Semejante fue la herida que causó la muerte a Ricardo Corazón de León, cuñado de Alfonso VIII, el vencedor en Las Navas de Tolosa, durante el asedio del castillo de Chálus-Chabrol. Según una crónica, el rey recibió un flechazo en el lado izquierdo del cuello, produciéndole una herida que al cabo de los días le causó la muerte. Milon, abad de Pin y capellán del rey, que lo asistió en sus últimos momentos, narró el lance de forma diferente y detallada: el rey estaba contemplando las operaciones de asedio y los infructuosos intentos de los defensores por alcanzarle con sus saetas. Entre ellos se hallaba Gourdon, quién "...Tensó su ballesta, arrojó rápidamente su cuadrillo en dirección del rey, que lo miraba y aplaudía. Dio al rey, cerca de las vértebras del cuello, de suerte que el tiro fue desviado hacia atrás y fue a clavarse en su costado izquierdo, en el momento en que el rey se inclinaba hacia delante, pero no lo bastante para protegerse con su escudo rectangular que llevaban delante de él". El rey murió once días después de ser herido. Por cierto, los furiosos ingleses asaltaron y tomaron la fortaleza, pasando a cuchillo a todos sus defensores, salvo al desdichado ballestero Gourdon, al que desollaron vivo.
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Las ciudades musulmanas han estado llenas de baños públicos (hamman), de los que sólo unos treinta se conservan de mala manera en la Península Ibérica, entre ellos el de Jaén; su uso vino dictado, además de las más obvias necesidades higiénicas y el contacto social en un medio relajado, por la obligación de la ablución mayor, imprescindible para la oración del viernes. Por falta absoluta de costumbre, en los primeros momentos se les consideró actividad ilícita, lo cierto es que desde el siglo VII (Basora, 665) se documentan y bien pronto se consideró que un edificio que permitía la purificación ritual debiera ser promovido como labor meritoria. Los primeros baños responden a las disposiciones normales en los privados de época cristiana; los baños, de los que hay varios ejemplos bastante bien conservados, están conformados por una sucesión de pequeñas cámaras abovedadas, que, por sistemas alojados en el subsuelo y las paredes, gozaban de temperaturas crecientes y en cuyas exedras laterales, absidadas casi siempre, existían alberquillas para la inmersión y las abluciones. Este esquema duró mucho tiempo, pues en el baño de Abd al-Rahman en Madinat al-Zahra, fechado cuando se construyó el gran maylis al que sirve; lo más chocante de los baños de esta primera época es su contigüidad con salas de recepción y no con las mezquitas, como hubiera sido lo lógico dada su excusa ritual. El caso más llamativo es el de Jericó, cuyo vestuario, bayt al-maslaj, fue un suntuoso espacio, quizás el más viejo precedente formal de las mezquitas que hemos llamado de cuatro soportes, aunque éste tuviera dieciséis lobulados, profusamente decorado e iluminado, donde se llegaron a celebrar las justas poéticas, los recitales de música y danza que las crónicas narran y que, como en Roma, acababan en orgías colectivas, propiciadas por las efusiones etílicas. En la ciudad palatina del Califato de Córdoba la proximidad al maylis era grande, pero no parece que fuese con las mismas intenciones que en Jirbat al-Mayfar. En el XI los baños sufrieron un cambio importante, aunque como la información de la que disponemos es parca, puede que el supuesto cambio sea tan sólo el reflejo de la escala, ya que los reseñados hasta ahora fueron privados al fin y al cabo, mientras que los que veremos estuvieron abiertos al público sin más restricciones que los horarios diferentes para hombres y mujeres. El cambio consiste en la introducción de una sala mayor, cuya planta es la de un patio con tres o cuatro danzas de arcos, en el que tanto las galerías como el mismo patio se cubrieron con bóvedas esquifadas, que siempre muestran los típicos lucernarios estrellados; no parece, por tanto, que esta sala sea, como en Arbat al-Mafyar, un espacio frío, para actividades previas o un espacio a modo de vestuario, sino un bayt al-wastani, el tepidarium romano. Otra alteración consistió en la adopción de plantas compactas, próximas al cuadrado, para conservar mejor el calor. En Oriente los cambios debieron venir por causas externas, ya que se documentan entre los silyuqíes de Anatolia, donde las condiciones climáticas fueron muy distintas de las habituales en el resto del Islam; comienzan con un vestíbulo que servía de vestuario y para el descanso a la salida, con galerías en alto para el reposo; seguían los baños tibios, con letrinas y lugar para la depilación, que también era una exigencia religiosa, y finalmente estaba la sala de vapor con tinas de mármol y mesas para el masaje. Al igual que en Occidente lo principal de la composición era este espacio final del bayt al-wastani, que en los baños del Sultanato de Run, fuera una gran cámara octogonal, a la que se abrían cuatro exedras, constituidas cada una de ellas a manera de iwan.
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Los hábitos higiénicos propios del mundo romano generan en las ciudades la construcción de conjuntos termales públicos. Las termas se organizaban en torno a las clásicas tres piscinas: frigidarium, de agua fría, tepidarium, templada y caldarium, caliente. Los baños romanos eran populares centros de reunión. En ellos, los habitantes de las ciudades disponían de tiendas, bibliotecas, jardines y palestras, destinadas a los ejercicios gimnásticos. Los ciudadanos adinerados pasaban allí buena parte de su tiempo, que empleaban en charlar, entretenerse con juegos de mesa, o hacer ejercicios con pesas y balones medicinales. También los pobres asistían a los baños públicos, pues la entrada no resultaba cara, siendo incluso gratuita para los niños. Los ricos eran asistidos por esclavos o por empleados de los baños. En general, los bañistas eran gente ruidosa que cantaba, gritaba o gruñía con los golpes de los masajistas. El baño romano resultaba todo un ceremonial. Los bañistas pasaban por tres o cuatro clases de baños, según fuera con agua caliente, fría, se realizara en seco o se utilizara vapor. Pasadas estas fases, se volvía al frigidarium, la piscina de agua fría. En los baños no se utilizaba el jabón. En su lugar los bañistas se untaban la piel con aceite, siendo muy apreciado en todo el Imperio el procedente de Hispania. Pero los baños eran también el lugar favorito para las relaciones sexuales, ofreciendo sus servicios tanto hombres como mujeres.
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En el mundo islámico, el baño público o hammám es uno de los centros principales de la vida social. Actividad de carácter ritual, la higiene del cuerpo era considerada un acto de purificación religiosa. Sin embargo, el baño era también un lugar de reunión, de descanso y de relación. En las ciudades islámicas había numerosos baños públicos. Estos eran usados tanto por hombres como por mujeres, en rigurosos turnos desde la madrugada hasta las primeras horas de la tarde. En general, los baños árabes solían contar con distintas estancias, como vestuario, las salas de agua fría, templada y caliente, y el hornillo. La sala principal, que ocupaba el centro, era la templada. Es también la estancia más grande, y donde la gente pasaba mayor cantidad de tiempo. En la sala central, a la que se accedía tras pasar por las salas de masaje o sudoración, se descansaba, se bebía o se daban los últimos retoques de maquillaje o peinado. La decoración de las estancias se componía de motivos geométricos, que daban un aire sencillo y acogedor al recinto. A ello contribuía la iluminación, producida de modo indirecto a través de varias pequeñas aberturas en el techo, en forma de estrella. En origen cubiertas por vidrios coloreados, dejaban pasar una luz tenue y matizada, creando un ambiente de paz y tranquilidad.
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Los banqueros se hicieron imprescindibles para la negociación del papel o para los créditos necesarios. Generalmente surgieron del sector mercantil, combinando el ejercicio de ambas actividades. A pesar de que la política de los Tokugawa intentó mantener cerradas las puertas que comunicaban entre sí las clases sociales, y, sobre todo, conservar dentro de unos estrechos límites al sector mercantil, los cambios sociales resultaron imparables. En el siglo XVII ya pueden encontrarse algunas familias que desde la producción se pasaron al intercambio y después al préstamo y las finanzas e incluso a la inversión en compras de tierras. De esta manera, en este sector, pequeño pero activo, en pocas generaciones fue difícil distinguir su pertenencia a alguna de las cuatro clases.