La obra es un desarrollo posterior al diseño del Matrimonio del Cielo y el Infierno, y tiene el mismo estilo. Su estilo es complejo y tiene una conexión con la acuarela de Los y Orc, y el diseño del Preludio de América. Todo esto hace posible identificar a la figura atada como Orc, y aparece más mayor que en el diseño de América, pero no tan viejo como en el grabado de 1795. La otra figura que aparece en la obra es Los.
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Las colecciones de artes aplicadas del LACMA (Los Angeles County Museum of Art) están entre las mejores del mundo. También destacan los grabados y dibujos expresionistas alemanes así como el pabellón de Arte Japonés con grabados y cerámicas. Resulta sorprendente la Fearing Collection de máscaras funerarias y estatuillas de dioses protectores procedentes del México precolombino. Entre sus colecciones de pintura hay obras de Goya, Georges de La Tour, Rembrandt, Rosso Fiorentino, Hubert Robert, Degas, Gauguin y Cézanne.
contexto
El animal más representado es el caballo, "Equus caballus", en cuyas imágenes se han querido ver diferentes variedades o subespecies que, en su mayoría, no eran seguramente más que adaptaciones al medio. Se trata del équido que ampliamente pobló el hemisferio norte durante los tiempos paleolíticos, principalmente las estepas de Eurasia y del que proceden las variedades modernas. A causa del aumento postglaciar de las zonas boscosas, a partir del 10.000 a. C. fue entrando en estado de regresión en dichos territorios, en los que mucho después sería domesticado. Las pretendidas variedades no resisten un examen osteológico y todo lo más que se puede decir es que se trata de un animal polimorfo. Una de sus formas salvajes es el caballo Przewalski, que aún vive en las llanuras de Mongolia, variante del tarpán occidental que se extinguió en los siglos XVIII y XIX (Polonia y Ucrania). Probablemente es el tarpán el representado en el arte paleolítico de Lascaux o en el de Niaux: cuerpo y cuello rechonchos, patas cortas y anchos cascos, cabeza pequeña y crines oscuras, y pelaje más abundante que en el caballo moderno. Otra variante era de mayor altura y aspecto más grácil. Este es el caso de los caballos de Tito Bustillo que, además, como caso excepcional, presentan cebraduras en las patas. El número total de caballos representados por los artistas paleolíticos supera los 600. Esta tendencia y la enorme cantidad de sus restos en los yacimientos, hicieron que Piette, en sus tanteos para establecer una nomenclatura del Paleolítico, hablara de la época "hipiquienne". Las imágenes de équidos fueron muy bien estudiadas por Capitan, Breuil y Peyrony en su monumental monografía de "Les Combarelles". Hay que señalar dos équidos de largas orejas, uno en Lascaux y otro en Trois-Fréres, que pueden representar el asno salvaje, "Equus hydruntinus". Al caballo le sigue en número de representaciones el bisonte. Sus formas proceden del "Bison schoentensacki", del Pleistoceno medio, de tamaño mediano, del que derivaron "Bison priscus" en el Pleistoceno medio y superior, de talla grande, extendido por todo el hemisferio norte, y "Bison bonasus" en el Holoceno, que vuelve al tamaño antiguo. Este último es propio de Europa, mientras que "Bison bison" es americano, pero ambos constituyen una sola especie, pues son interfecundos. Son animales que viven en manadas en estepa abierta o en zonas semiboscosas. Se distinguen de otros bóvidos por el volumen de su parte delantera, con acentuada jiba y abundante masa pilosa. En invierno se cubren con librea de espeso pelaje que pierden en primavera. En la parte inferior del cuello y debajo de la cabeza tienen una cortina de largos pelos que, junto a la boca, es una verdadera barba. Pueden distinguirse variantes según la forma de la cornamenta, pero en realidad son difíciles de distinguir e incluso sus restos óseos son confundidos con frecuencia con los del uro. El "Bison bonasus" pervive en reservas como la de los bosques de Bialowieza (Polonia) o las del Cáucaso (Unión Soviética). Naturalmente, el lector español tiene presentes los bisontes bicromos de Altamira, pero también cabe recordar los expresivos grabados de Altxerri o las bellas siluetas en negro de este animal en Niaux, entre muchos otros ejemplos. Entre los bóvidos figurados en el arte paleolítico se encuentra al lado del bisonte el uro, palabra céltica (Ur o Ure) que ha dado al latín Urus, también llamado aurochs, el toro salvaje cuyo nombre científico es "Bos primigenios". Es la especie de la que derivan las formas domésticas. Originario del subcontinente indostánico, durante el Pleistoceno se extendió por Eurasia y Africa con notables variantes. Durante el Pleistoceno superior, en la Europa occidental vive sobre todo en épocas de clima más templado que las que fueron favorables al bisonte y al reno, aunque todos estos animales convivieron como demuestra el arte paleolítico. El toro era de tamaño mayor (hasta 2 m en la cruz), con pelaje de color oscuro, mientras que la vaca era menor, de color más claro y con una línea blanca en el dorso. Vivió en el centro de Europa hasta la Edad Media y los últimos ejemplares fueron exterminados en Polonia a finales del siglo XVII. Experimentalmente ha sido reproducido en los parques zoológicos de Berna, Munich y Berlín. Es un animal bien representado en el arte paleolítico. Destacan las bellas figuras de Lascaux, donde, curiosamente, supera en mucho el número de bisontes (87 uros y 20 bisontes), al revés de Font de Gaume (ocho uros y una cincuentena de bisontes). Algunos de los ejemplares de Lascaux son atribuidos a "Bos longifrons", pero las diferencias entre las formas macizas y las gráciles de esta cueva pueden explicarse por el dimorfismo sexual. Muy escasamente conocido de los artistas paleolíticos, el toro almizclado, "Ovibus moschatus", vivió en la Europa central y sólo esporádicamente llegó a la occidental. Sus representaciones son generalmente discutidas. Parece innegable la cabeza esculpida en un bloque de Laugerie Haute. La cabra montés, frecuente en España y en el suroeste de Francia en el Paleolítico, pertenece al género Capra emparentado con el género Ovis (muflón y carnero), incluidos en los "Caprini Simpson". Esto se debe a sus semejanzas osteológicas que hacen que se les reúna en la categoría usual, pero taxónomicamente incorrecta, de los Ovicaprinos (confusión frecuente para las especies domésticas). La vida del género Capra va unida a los relieves complicados. En él se incluyen varios grupos. El ibex tiene dos formas: la de los Alpes (Capra ibex ibex) la de los Pirineos (Capra ibex pyrenaica). Pero hay variantes que se encuentran en lugares muy lejanos como Siberia, Mongolia, y el Próximo y Medio Oriente. Durante los períodos fríos del Pleistoceno medio y superior, a causa de las condiciones climáticas, las cabras monteses descendieron a zonas de baja altitud, aunque sin extenderse a las grandes llanuras. Entonces fueron objeto del interés de los cazadores paleolíticos que muchas veces las hicieron figurar en sus santuarios. Tenemos bellos ejemplos en Pair-non-Pair, El Castillo, Cougnac, etc. La gamuza o rebeco, "Rupicapra rupicapra", con los cuernos cortos y apuntados hacia adelante, únicamente está representado en el arte mueble, aunque sus huesos están presentes en algunos yacimientos paleolíticos pirenaicos. En la lista, con una cifra aproximada a la de la cabra montés, sigue el reno, "Rangifer tarandus". Se trata de un cérvido adaptado a los rigurosos climas glaciales y su ancha pezuña se acomoda a la marcha sobre la nieve. En los dibujos cuaternarios es claramente diferenciable del ciervo. Sobre sus subespecies se ha discutido mucho: la antigua clasificación en reno de tundra y reno de bosque se emplea cada vez menos: Las astas del reno tienen una forma de gancho curvada y fueron bastante utilizadas por los paleolíticos para fabricar objetos de arte mueble. Estas astas incluyen un candil de ojo (encima del ojo) y otro para escarbar el hielo (encima del precedente). Contrariamente a lo que ocurre con otros cérvidos, la hembra luce astas, más pequeñas y ligeramente aplanadas. El macho las pierde en otoño y la hembra en primavera. Los artistas paleolíticos representaron las diferentes tonalidades de su pelaje (Font de Gaume, La Mouthe, Tito Bustillo). El reno, de origen americano, es escaso durante la glaciación de Mindel, pero se hace ampliamente dominante en Europa durante la glaciación de Wümz, en particular en su segunda mitad. A esto se debe la denominación de "Edad del Reno" con la que en ocasiones se designa el Paleolítico superior, con su culminación en el Magdaleniense. Se encuentra entonces en regiones hoy en día templadas como el suroeste de Francia y en otras más septentrionales, llegando a constituir el 90 por 100 de los huesos hallados en los yacimientos. En los niveles arqueológicos de la cueva de Lascaux es abundante, en contraste con los animales representados en la misma cueva. Se creía que no había pasado los Pirineos, pero su identificación en la cueva de Las Monedas, y posteriormente en la de Tito Bustillo, demuestra que llegó hasta la zona cantábrica en el Paleolítico superior avanzado. Insistimos en el contraste entre la cantidad de sus restos en los yacimientos y el número de sus representaciones, aunque hay buenos ejemplos, junto a los de las cuevas citadas, en Gabillou, Limeuil, Marsoulas, Les Combarelles y Font de Gaume. Al final de los tiempos fríos del Würm, el reno se retiró a las regiones circumpolares del Antiguo y del Nuevo Mundo (caribú), que constituyen su hábitat actual. A diferencia de los bóvidos, los ciervos son rumiantes que tienen astas dendriformes sobre la cabeza. Las astas son atributo del macho que las pierde cada año, en otoño, que se renuevan, se amplifican y se complican. Son animales que viven en un medio ecológico de bosque, que han sido cazados en todas las épocas y no han podido ser domesticados. El ciervo elafo, "Cervus elaphus", también llamado ciervo rojo, en su primer año (cervato, con la piel moteada) no tiene astas; en su segundo año lleva un par de simples puntas. En años sucesivos las astas se van complicando hasta llegar a diez o más ramificaciones. Pero la recargada cornamenta de algunas representaciones de ciervo puede deberse a una licencia del artista. Puede serlo asimismo la representación de la cabeza, de hocico relativamente afilado, carácter que a veces se acentúa mucho en ciertos grabados (El Castillo). El ciervo aparece en Europa en el Pleistoceno medio (Mindel) y no deja de estar presente durante todo el Würm, a pesar de la crudeza del clima. Durante el Paleolítico superior hay, al parecer, una cierta alternancia entre ciervo y reno. Sus representaciones son abundantes en la región cantábrica (cuevas de Las Chimeneas, La Pasiega, El Castillo, Covalanas, etcétera). Más tarde, durante el Epipaleolítico, con el aumento de las zonas boscosas, prolifera. Un cérvido representado en muy pocas ocasiones en el arte paleolítico (cuevas de Cougnac y Pech-Merle), es el megaceros, ciervo gigante, "Megalocerus hibernicus", de gran tamaño y astas palmeadas de hasta tres metros de envergadura. En cuanto al alce, "Alces latifrons", de mucha altura, con astas cuya envergadura podía rebasar los cuatro metros, parece que no fue modelo para los artistas del Paleolítico superior, ni en el arte parietal ni en el mueble, a no ser que se admita como tal una discutida figura de Pergousset o dos figuras grabadas sobre hueso de Gourdan. A un miembro de la familia de los antilopinos, el saiga, "Saiga tatarica", se ha atribuido una figura del techo de Altamira que, por sus cuernos, hay que identificar como bisonte. Con sólo un 3 por 100 en la estadística, los osos figuran en la temática del arte paleolítico, aunque no en abundancia. El oso es un carnívoro plantígrado de tendencia omnívora. Del "Ursus etruscus" del Villafranquiense derivaron varias subespecies, dos de las cuales vivieron en la Europa del Pleistoceno superior. El "Ursus spelaeus" llegó a ser un animal de gran tamaño, cada vez más pesado, con grandes sinus frontales y principalmente vegetariano. La otra subespecie es el "Ursus arctos", oso pardo, animal de bosque, bien conocido, pues ha pervivido hasta la actualidad. Ambas especies invernaban en las cavernas, donde han dejado abundantes restos. En ellas, las hembras parían sus crías. En las paredes de este hábitat cavernícola dejaron millares de huellas de sus zarpazos que, con frecuencia, se entremezclan con los grabados de mano humana. No se sabe en qué momento se extinguió el oso de las cavernas, habiéndose dicho que no fue representado por los artistas paleolíticos, cosa que parecen contradecir varias figuras de Les Combarelles y una de Las Monedas. En cambio, parecen atribuibles a oso pardo un ejemplar con su cría, de silueta difuminada, de la cueva de Ekain, los de Gabillou, Teyjat, Venta de la Perra, Santimamiñe, varios en el arte mueble de La Colombiére, y una pequeña figura negra de Lascaux. Aunque llegada a nosotros en malas condiciones de conservación, hay que citar asimismo la estatua en arcilla de un oso de la cueva de Montespan, de 1,40 metros de altura. El llamado león de las cavernas, "Felis (Panthera) (Leo) spelaea", que acaso es mejor llamar simplemente felino, es un animal representado por una cabeza de hocico cuadrado, grandes orejas redondeadas y grandes caninos. Además de algunos ejemplos en el arte mueble, se conocen una treintena de figuras parietales, de las que seis se hallan en Lascaux, cuatro en Les Combarelles y dos en Gabillou. En el ejemplar de Labastide, el felino, con las fauces abiertas, muestra sus potentes caninos. Además, conocemos unas pocas figuras de otros carnívoros, como el glotón, "Gulo gulo", de la cueva de Los Casares, también presente en una figurilla de Jarama II; y el lobo, "Canis lupus", representado en las cavernas de Les Combarelles y de Font de Gaume y quizá en la cueva de La Haza. En Altxerri, existe una representación de zorro, "Vulpes vulpes" y un mustélido, acaso una garduña, fue descubierta en la galería Clastres de Niaux. Hay que mencionar también el mamut, "Mammuthus primigenius", un gran paquidermo de largo y espeso pelaje y defensas curvadas que podía alcanzar tres metros de altura y que vivió en Europa durante toda la glaciación de Würm. En relación con la altura, la longitud del cuerpo del animal era relativamente corta. Los hombres del Paleolítico superior lo cazaron para su alimentación e incluso aprovecharon sus osamentas y defensas para construir cabañas, en particular en la Europa oriental. Se pensaba que los artistas paleolíticos no lo habían representado mucho, pero el descubrimiento de la cueva de Rouffignac, con su centenar de mamuts, proporcionó un conjunto iconográfico precioso. En el arte mueble es abundante: Bruniquel, Laugerie Basse, La Madeleine, etcétera. En algunas cavidades -Arcy-sur-Cure, Pech-Merle, Bernifal-, el mamut es el animal más representado. Este animal rebasó las barreras de los Alpes y de los Pirineos. Al final de los tiempos glaciales emigró hacia regiones septentrionales frías. En Siberia se han encontrado en el hielo algunos individuos enteros y bien conservados. Durante mucho tiempo se pretendió que el elefante de colmillos rectos, "Palaeoloxodon antiquus", había persistido en la Península Ibérica hasta el Paleolítico superior. Las dos figuras que lo hacían suponer se encuentran en las cuevas del Castillo y del Pindal. Ambas no presentan los colmillos que permitirían su identificación y están faltas del pelaje característico. En realidad el ejemplar del Castillo es una pequeña y simple silueta que presenta las formas hinchadas de los proboscídeos jóvenes. El del Pindal es otra silueta sencilla, pero de mayor tamaño, con una mancha de color en el interior (identificada a veces como el corazón). En ambas representaciones hay que reconocer un mamut, aunque les falte el pelaje que en la región cantábrica acaso perdían estacionalmente (un mamut de Cougnac tampoco presenta pelaje). En cambio es un mamut típico el representado en la cueva de Los Casares, en la provincia de Guadalajara. El rinoceronte lanudo, "Rhinoceros tichorhinus" (también designado como "Coelodonta antiquitatis"), animal que vivía en la estepa abierta, estaba particularmente adaptado al riguroso clima glacial. Era de gran tamaño, con abundante pelaje lanudo que casi le cubría las patas, y con dos cuernos muy avanzados en la parte delantera de la cabeza. Ocupó toda Eurasia durante el Paleolítico superior y se han conservado cuerpos en los hielos de Siberia y en turberas y yacimientos de okocerita de Polonia y Rusia. Los artistas paleolíticos lo representaron poco, en total una veintena de figuras, pudiéndose mencionar los ejemplares de Rouffignac (más de la mitad de los veinte), Lascaux, Trois-Fréres, Los Casares y Font de Gaume. También hay representaciones de este animal en el arte mueble, como por ejemplo en La Colombiére, dos muy notables, uno de ellos herido por flechas. Como algunos de los citados, el resto de los animales corresponde a cifras muy pequeñas, a veces inferiores al 0,2 por 100. En esta categoría se incluyen las escasas aves representadas. Hay que citar las lechuzas de nieve de Trois-Frères y la de Le Portel, el ganso de Labastide y la posible avutarda de Roc de Sers. También los peces son raros: salmones en Le Portel y en el relieve de Gorge d'Enfer, truchas de Niaux, lucio de Pech-Merle, delfines de Nerja, platijas, dorada y salmónido de Altxerri, e indeterminados de Mas d'Azil. El del Pindal es un salmón, pero con unas extrañas aletas en forma de hoz que podrían ser de un atún. El de La Pileta, cerca de la Gran Sima, tiene 1,5 metros de longitud y representaría una breca o un barbo. En la misma cueva, en el Divertículo de los Peces, hay otras figuras muy perdidas. También son difíciles de determinar otros peces de la caverna de Nerja. En el arte mueble los peces son más frecuentes. Sólo en él están presentes los reptiles, a no ser que se consideren serpientes algunos largos trazos ampliamente ondulados de Rouffignac, La Pileta y alguna otra cueva. Entre los animales raros o dudosos hay que citar, asimismo, la foca. Hay varias representaciones en el arte mueble: La Vache, Brassempouy y Montgaudier entre otros. Al arte parietal corresponderían dos enigmáticas figuras de La Peña de Candamo. En la categoría de los animales raros o escasos entran los jabalíes (Altamira, Parpalló, La Peña de Candamo). Tenemos también que mencionar la categoría de los llamados "monstruos", en la que se reúnen figuras de caracteres compuestos o cuya identificación no es posible. En alguna ocasión se trata de malas interpretaciones en la lectura de las obras de arte, como ocurrió con el llamado "agnus dei" -extraño caballo con la cabeza vuelta hacia atrás-, de la cueva de Pair-non-Pair, en realidad cuerpo y parte delantera de dos animales distintos. Es muy posible que con estas figuras los paleolíticos representaran animales míticos o imaginarios. Tal podría ser el caso del denominado "licornio" de Lascaux que es un animal sin cola, de vientre abultado, con la cuadrada cabeza coronada por dos largos cuernos paralelos y rectos. Un grabado del Tuc d'Audoubert constituye otro ejemplo. Tiene unos cortos cuernos curvados, una oreja muy grande y un hocico que podría ser de un saiga o de un alce. Figuras de este tipo se encuentran en Le Combel de Pech-Merle, con una fila de animales compuestos, o en Roc de Sers, con un bisonte esculpido que tiene cabeza de jabalí. No se incluyen aquí las imágenes compuestas, más o menos humanoides. Quedan evidenciadas la abundancia, la escasez o la falta absoluta de ciertos animales en el arte paleolítico, que demuestran las preferencias de los artistas y que no reflejaban el ambiente faunístico en que vivían. Las cifras correspondientes, sumadas a la situación de las figuras dentro de las cuevas, son argumentos importantes en las doctrinas interpretativas de A. Leroi-Gourhan.
contexto
En Italia, el terrorismo revolucionario se expandió en la atmósfera de desorden y violencia que acompañó a los ciclos de protesta de masas de 1968-71 (coincidente con la agitación universitaria en toda Europa) y 1977-79, movimiento de autonomía universitaria y obrera específicamente transalpino. Aunque el momento culminante de la violencia política fue 1980-81, el ciclo terrorista mostraba por esas fechas síntomas evidentes de agotamiento. Como en otras latitudes, el caldo de cultivo del terrorismo fueron las propuestas ideológicas de grupos intelectuales de la "nueva izquierda" como Lotta Continua, Potere Operaio y Autonomia Operaia, que dirigieron desde finales de los sesenta la protesta de la juventud universitaria contra un sistema político afectado de parálisis y ausencia de verdaderas alternativas de poder.El primer gran atentado se produjo el 12 de diciembre de 1969 en una oficina bancaria situada en la piazza Fontana de Milán. Un hecho violento aún no dilucidado plenamente, pero que puede interpretarse como la respuesta de los sectores de extrema derecha a las movilizaciones estudiantiles y a las victorias sindicales en el "otoño caliente" de 1969. Las Brigate Rosse (BR) nacieron en octubre del año siguiente y, poco a poco, fueron sumergiéndose en una campaña de violencia que, junto a la grave crisis social de comienzos de los setenta, a las provocaciones neofascistas y a los complots desestabilizadores urdidos en el seno del aparato del Estado, persuadió a algunos observadores políticos de que el régimen democrático italiano caminaba hacia una crisis irreversible y definitiva.Las BR se establecieron inicialmente en las zonas industriales del norte de Italia, concretamente en Milán y Turín. Sus militantes de primera hora eran obreros, empleados públicos, profesores y estudiantes de clase media (a menudo procedentes de medios católicos), desarraigados del medio urbano y trabajadores precarios, unidos por experiencias comunes en movimientos de protesta vecinal, estudiantil, feminista, etc. Las primeras acciones violentas de las BR se centraron en la explotación de los conflictos laborales: bombas en autos de directivos o camiones y sabotaje industrial. Fue el período de la propaganda armada: una violencia de baja intensidad que no contó con el apoyo mayoritario del movimiento obrero. En 1972, la presión policial obligó a las BR a entrar en la clandestinidad y a ensayar dos años más tarde un verdadero giro organizativo, estratégico y teórico, dejando a un lado su aspiración a ser la expresión armada de las luchas obreras reales y pasando a preconizar la lucha abstracta contra el Estado capitalista de las multinacionales. Su primer gran golpe fue el secuestro y el juicio popular, en abril de 1974, del magistrado Mario Sossi; acción perfectamente organizada que otorgó a las BR notoriedad a escala nacional. La previsión para 1975-76 era incrementar la acción terrorista, pero los principales dirigentes brigadistas fueron arrestados en septiembre de 1974. Fue entonces cuando surgió una nueva generación de dirigentes, menos especulativos pero más eficientes en la gestión de la violencia que sus románticos predecesores. Las BR pusieron a punto en 1976-78 una nueva estructura militarizada en columnas (Turín, Milán, Génova, Véneto, Roma y Nápoles), brigadas y células de activistas regulares o clandestinos, todo ello bajo el control de un Comité Ejecutivo y de una Dirección Estratégica. A pesar de la pérdida de sus fundadores, las BR lograron recomponer su organización gracias al histórico Mario Moretti, y cambiaron de estrategia, saliendo de las fábricas para golpear al corazón del Estado.Desde 1976, el nuevo ciclo de protesta social y de movilización estudiantil ofreció la cobertura idónea para una nueva ofensiva terrorista. Aparecieron nuevos grupos armados, como Prima Linea (creada en Milán a fines de 1976 por Sergio Segio) y otras organizaciones menores, más receptivas hacia las inquietudes del movimiento de protesta estudiantil autónoma, y que en los dos años siguientes practicaron la táctica del terrorismo difuso y semilegal, con amenazas y agresiones individualizadas. El incremento de la violencia colectiva permitió un nuevo apogeo de las BR, ahora dirigidas bajo estrictas reglas de clandestinidad por una dirección que organizaba con fino detalle burocrático los atentados, los secuestros e incluso los salarios y las vacaciones de sus activistas. El 16 de marzo de 1978, un fuerte contingente de brigadistas y ex militantes de los NAP, dirigidos por Moretti, asestaron el golpe más espectacular de estos años de plomo: el secuestro del presidente de la Democracia Cristiana, Aldo Moro, precisamente en el momento en que estaba negociando un Gobierno de solidaridad nacional con apoyo parlamentario comunista.Tras 55 días de agonía colectiva, en que las BR emitieron varios comunicados sobre el transcurso del juicio popular, y diversos mensajes del secuestrado sembraron la discordia entre los partidarios de la negociación (PSI) y de la firmeza (PCI y Gobierno democristiano), el cadáver de Moro fue descubierto el 9 de mayo. Sin embargo, este innegable éxito político y militar marcó el comienzo del declive de las BR, trufadas ahora de activistas autónomos menos formados ideológicamente e incapaces de someterse a las estrictas reglas de actuación de la banda. Las acciones violentas comenzaron a saldarse con repetidos fracasos, debidos al caos interno, pero también a la reacción del Estado. La denominada Ley Reale de 22 de mayo de 1975 permitió los registros personales sin mandato judicial, amplió las facultades de las fuerzas de seguridad, estableció medidas cautelares como los confinamientos y amplió los plazos de la prisión preventiva.Una nueva ley, promulgada el 18 de mayo de 1978 bajo el impacto de la muerte de Moro, estableció la militarización de las cárceles, la potestad de clausura gubernativa de las sedes políticas sospechosas, los interrogatorios policiales sin presencia del abogado defensor, los registros y la intervención de las líneas telefónicas. La vertiente estrictamente policial del problema fue objeto de atención preferente. En 1973 se había constituido la primera unidad especial antiterrorista bajo el mando del general Carlo Alberto Dalla Chiesa; en 1974, un Inspettorato Centrale y, en enero de 1978, se estableció una nueva central de operaciones antiterroristas: el Ufficio Centrale per le Investigazioni e le Operazioni Speciali.Sin embargo, los años 1978-80 fueron los de terrorismo más intenso. El 6 de febrero de 1980 se promulgó una ley sobre Medidas urgentes para la tutela del orden democrático y de la seguridad pública, pero el 12 de diciembre las BR raptaron a Giovanni D'Urso, juez penitenciario que fue liberado el 15 de enero de 1981 después que el Gobierno hiciera alarde de una flexibilidad que no había mostrado en el caso Moro. En otoño de ese año, las BR disponían aún de cuatro columnas activas con medio millar de activistas. Una fuerza aún temible, pero que carecía de una verdadera dirección central, ahora minada por las disensiones entre el ala "histórica" (Renato Curcio) en prisión desde mediados de los setenta, la "movimientista" liderada por Moretti (que fue arrestado en abril de 1981), la "autónoma" (representada por el ex profesor de criminología Giovanni Senzani) en ascenso desde 1977 y la "obrerista", partidaria del retorno al sindicalismo armado de fábrica. El resultado fue la anarquía, la descomposición interna y la huida hacia adelante de algunos grupos que, a imagen de las bandas terroristas alemanas o belgas, desviaron su atención en los primeros años ochenta hacia objetivos de la defensa militar occidental. El secuestro por la columna brigadista de Venecia del general norteamericano James Lee Dozier, jefe de Estado Mayor logístico de la OTAN en el sur de Europa (17 de diciembre de 1981), y su liberación por una escuadra especial de "carabinieri" el 28 de enero de 1982, marcó el definitivo declive de las BR; en paralelo con la recuperación económica, la más certera acción policial y la proliferación de la figura del "pentito" (arrepentido).
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A partir de los años cincuenta, el Régimen empieza a suavizar su control. Gráfico
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Durante sus primeros años, el Franquismo ejerce un ferreo control sobre toda la vida social. Gráfico
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La última etapa de la vida del georgiano ha podido ser descrita como un estalinismo llevado a sus últimas consecuencias. En este período el mito de Stalin invadió toda la vida soviética; no escribía y no se le veía en ceremonias públicas, pero su leyenda había crecido hasta la desmesura más absoluta. Era como una especie de fantasma que planeaba sobre el conjunto del mundo soviético pero que no siempre estaba al frente de la concreta toma de decisiones. Su salud se había hecho precaria: tras la guerra, sufrió un infarto leve y a partir de entonces se preocupó de su salud, tomando períodos de vacaciones en el Mar Negro. En la fase final de su vida, su rostro se había vuelto rojo y congestionado, como consecuencia de una hipertensión que en absoluto se cuidaba, aunque recurriera a procedimientos caseros como el uso de hierbas medicinales y tintura de yodo. La expresión de su mirada oscilaba entre la demencia y el temor. Resulta muy posible que algunos de los aspectos de su actuación política de estos años resulten explicables por la carencia de reflejos del dictador para resolver sus propios problemas. Lo que le sucedió con la Yugoslavia de Tito, con Berlín y con Corea parecen ser pruebas de esa incapacidad de reacción adecuada ante los acontecimientos. Ciertamente, en otros tiempos había mostrado unos reflejos muy superiores. La decadencia vital de Stalin se pudo apreciar también en su necesidad de huir de la soledad, aunque viviera en ella la mayor parte del tiempo. En efecto, el dictador habitaba aislado su dacha de las cercanías de Moscú, evitando acudir al Kremlin. Su secretario, Poskrebychov, era su principal contacto con el exterior y, en realidad, tenía unos poderes muy superiores, por ejemplo, a los del propio Secretariado del Comité Central. Al final de su vida, Stalin quiso reconstruir su familia: instaló cerca de él a su hija y trató de curar el alcoholismo de su hijo, pero fracasó en ambos casos. Necesitaba el contacto con otros seres humanos y, al mismo tiempo, daba la sensación de que no podía soportar relaciones estrechas con otras personas, dada su recelosa actitud, que llegaba hasta la psicopatía. Gustaba de reunir en su entorno a sus viejos compañeros revolucionarios, pero éstos le recordaban de forma inevitable su envejecimiento. A menudo les acosaba con invitaciones, pero ellos tenían razones para pensar que también los veía como potenciales enemigos. Unos enemigos que, en realidad, no eran otros que su avanzada edad y su mal estado de salud. La mejor imagen de esta época de su vida la ofrecen las memorias de Kruschev. "En esta época -escribió su sucesor en el poder- no importaba qué cosa podía sucedernos o no importaba a cuál de nosotros. Se iba a las reuniones en la dacha de Stalin porque no había más remedio, pero no se sabía si acabarían en una promoción personal, la detención o incluso el fusilamiento. Stalin elegía entre nosotros un pequeño grupo que mantenía siempre cerca de él. Había también un segundo grupo al que se apartaba por tiempo indefinido y al que no se invitaba nunca para castigarle: cualquiera de nosotros pasaba de un grupo a otro de un día a otro. Si había algo peor que cenar con Stalin -añadiría- era estar de vacaciones con él, porque en esos momentos todavía resultaba más absorbente". Milovan Djilas, destinado con el paso del tiempo a convertirse en famoso disidente, visitó a Stalin en los años de la posguerra y encontró que hablaba de Rusia más que de la URSS y que lo hacía, además, con un evidente tono de superioridad. Los larguísimos banquetes con los que obsequiaba a sus colaboradores y visitantes extranjeros parecían ser su única diversión, en medio de lo que Djilas describió como "una lucha incesante y horrible por todos los lados entre sus propios partidarios y colaboradores". Este ambiente todavía se agudizó más en los últimos años de su vida, que revisten un aire patético e incluso grotesco si no fuera porque millones de seres humanos padecían bajo su régimen. Quienes acudían a esos encuentros, normalmente tras una larga jornada de trabajo, no encontraban más que aparentes muestras de compañerismo de antiguos camaradas políticos, pero en realidad había un trasfondo de confrontación política y, sobre todo, por parte del dictador una mezcla de necesidad de relacionarse y un deseo de tener cerca a personas que dependían estrictamente de él y cuyo poder se podía multiplicar o volatilizar con un solo acto de su voluntad. La frecuencia de estas larguísimas reuniones contribuyó a deteriorar todavía más su mala salud, mientras el país seguía careciendo de un normal desarrollo en su vida política de la URSS. "Atrincherado en un aislamiento soberano -ha escrito Medvedev- ignorando las realidades del país, Stalin llegó a una situación en que la más mínima de sus intervenciones siempre tenía como consecuencia desorden y confusión". Los cuatro últimos años de su vida fueron, en realidad, de seria crisis para el régimen político que había fundado. Si siguió siendo un personaje aparentemente racional en la relación con los líderes de otros países, al mismo tiempo dio más que nunca la sensación de haberse convertido en un paranoico en sus planteamientos y actuación con respecto a la política interna. En esos años no hizo otra cosa, en efecto, que enfrentar a sus colaboradores entre sí. Stalin se comportaba como un gato jugando con los ratones, que dedicaba su tiempo a la perenne táctica de contemplar sus disputas, en la seguridad de que podía eliminarlos cuando quisiera. Las conspiraciones que necesitaba fabular, eligiendo a sus supuestos principales responsables entre sus colaboradores, resultaban cada día más absurdas e insostenibles. Pero, al mismo tiempo, cabe encontrar una lógica interna en su forma de comportarse. Quizá creía que su poder peligraba más de lo que resultaba lógico pensar o deseaba prolongar su vida proyectando hacia el futuro su forma de comportarse hasta el momento. Posiblemente, quería también renovar la clase dirigente del régimen con elementos más jóvenes. Sea como sea, a todos los especialistas les da la impresión de que se aproximaba una nueva purga, en la que eliminaría a una parte de la vieja guardia matando a algunos y destituyendo a la mayoría mientras que promovería a otros. Éstos serían probablemente los más jóvenes. Si ya hemos visto que la lucha interna en el seno del régimen se concretó hasta 1950 en una serie de conflictos en la cumbre del poder, la situación perduró en la siguiente etapa. Desde 1947, fecha en que llegó a Moscú, Kruschov había venido incrementando su influencia, pero es posible que Stalin personalmente le despreciara, porque con frecuencia lo ridiculizaba en público o que sólo se sirviera de él para contrapesar la influencia de Malenkov. De cualquier modo, lo que parece probable es que los sujetos pacientes de la previsible purga serían altos cargos del pasado, como Molotov, Mikoyan y Vorochilov. De los dos primeros, el propio Stalin llevaba mucho tiempo diciendo que eran espías, señal más que evidente para presagiar su caída en desgracia. La situación había cambiado mucho desde finales de los años cuarenta, cuando Molotov era tratado por Stalin con una excepcional familiaridad. El XIX Congreso del PCUS, reunido a fines de 1952 tras muchos años de aplazamiento, hizo que los viejos dirigentes del partido se viesen sumergidos por oleadas de recién llegados. Stalin, en efecto, creó un órgano de dirección muy nutrido -hasta treinta y seis miembros- en el que aparecían personas relativamente jóvenes. Eso creaba la posibilidad de un relevo en la suprema dirección. En el Congreso se hizo patente también la sensación de que se abría un respiro en la lucha con el capitalismo, lo que hubiera podido también significar un traslado de la atención hacia la política interior. Finalmente, a comienzos de 1953, dio la sensación de iniciarse el camino hacia uno de esos paroxismos característicos del estalinismo que concluían en una purga. En enero de 1953, fueron detenidos nueve médicos, de los que siete eran judíos. Se les acusó de crímenes recientes y también antiguos, que se remontarían hasta la muerte de Zdanov. El antisemitismo jugó, por tanto, un papel importante en la denuncia. Desde el final de la guerra, Stalin había empezado a excluir a los judíos del partido. Ya en 1948 fue detenida casi la totalidad de los miembros del Comité Judío Antifascista. Podría, por otra parte, haber influido en lo sucedido el hecho de que, tras el nacimiento del Estado de Israel y la llegada a Moscú de Golda Meir como su primera embajadora, Stalin descubriese entre la población judía rusa un mayor grado de vinculación con aquél que con el propio régimen soviético. Pero lo importante no fue esta acusación concreta -que, cuando Stalin desapareció, se esfumó rápidamente- sino las consecuencias políticas que podría tener en forma de depuración de dirigentes políticos. Pero ésta no pudo llevarse a cabo porque Stalin murió el 5 de marzo de 1953 tras un ataque de apoplejía. Sus últimas horas, cuando ya lo había padecido, estuvo aislado sin que nadie se atreviera a dirigirse a él para preguntarle por su estado. La muerte de Stalin produjo un profundo vacío en la sociedad soviética acompañado por un indudable sentimiento de temor ante el futuro. Su herencia fue perdurable, en primer lugar, en las propias instituciones de la Unión Soviética, pues si bien es cierto que el terror se mitigó o incluso se diluyó con el transcurso del tiempo, la dirección económica debió tener más en cuenta las exigencias del consumo, desapareció el sistema de las purgas periódicas e incluso las opciones políticas que se presentaron de forma inmediata fueron reformistas, lo cierto es que en lo esencial los cambios no introdujeron una variación sustancial en el sistema político, que siguió siendo dominado por una minoría minúscula que ejercía un poder omnímodo e ilimitado. En este sentido, el disidente yugoslavo Milovan Djilas escribió que "a pesar de los ataques contra su persona Stalin vive todavía en los fundamentos sociales y espirituales de la sociedad soviética". Sobre el estalinismo se emitieron a continuación muchos juicios denigratorios, pero que a menudo venían acompañados también por otros exculpatorios en el sentido de que se basaban en justificar la dureza de la dictadura en el estado social de la Rusia zarista, en haber hecho perdurar el componente reivindicativo de la revolución de 1917 o en atribuir, como hicieron los comunistas en un primer momento, únicamente al "culto a la personalidad" los males derivados del sistema político. En realidad, el estalinismo tan sólo puede ser entendido poniéndolo en relación con el sistema ideológico que lo hizo posible. El sucesor de Lenin hubiera podido ser una persona muy distinta a Stalin pero el leninismo fue quien hizo posible a Stalin y en él éste se desenvolvió como un pez en el agua hasta el punto de que puede decirse que el estalinismo, como sistema propiamente dicho, no existió, sino tan sólo el leninismo. Por lo tanto, se puede decir que también Lenin fue culpable de los más de veintiún millones de muertos causados por el estalinismo entre 1929 y 1953. En el momento de su desaparición, la herencia de Stalin quedó en tres manos principales que correspondían a otros tantos centros de poder. Malenkov estaba al frente del Gobierno, Beria al de la policía política y a Kruschev le correspondía la dirección del partido. Entre los tres se dirimiría la sucesión efectiva.
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Los años mexicanos de Francisco Hernández En los primeros días de 1570, Hernández, junto con el nombramiento real de protomédico de todas las indias, recibió el encargo de embarcarse con rumbo al Nuevo Mundo: Mandamos a vos, el Dr. Francisco Hernández, nuestro médico, ir a hacer la historia de las cosas naturales de nuestras Indias...10. El nombramiento se le asignó por tiempo y espacio de cinco años, con un salario de dos mil ducados por año. En las Intrucciones, Felipe II le encargaba que empezara por la Nueva España porque se tiene relación que en ella hay más cantidad de plantas e yerbas y otras semillas medicinales que en otra parte11. La misión de Hernández se inscribía en un vasto deseo real de conocer lo más detalladamente posible la realidad geográfica, histórica, social y económica de sus muchos territorios. Este propósito cristalizó en lo que hoy constituyen las Relaciones Geográficas, voluminoso corpus integrado por las descripciones acerca de tierras, pueblos y ciudades de España y América. Además existía en el siglo XVI un enorme interés por conocer la naturaleza del mundo americano, a menudo deformado por los relatos increíbles que la fantasía popular había creado. Más que interés puede hablarse de excitación, compartida no sólo por los españoles sino también por mucha gente de otros países de Europa. En este contexto no es extraño pensar que Felipe II preparara tal misión y que Hernández la aceptara muy gustoso. Por fin, en agosto de ese mismo año, 1570, se embarcó éste en Sevilla con su hijo Juan y un geógrafo llamado Francisco Domingo. En las Canarias, donde los barcos se detenían diez o quince días, tuvo tiempo de observar la flora de la isla de Gran Canaria y escribir un libro sobre ella, hoy perdido. Después de la larga travesía, la flota hizo escala en Santo Domingo y luego en La Habana. En ambas estancias encontró Hernández tiempo suficiente para estudiar y escribir dos trabajos acerca de la vegetación de Haití y Cuba, trabajos que por desgracia tampoco han llegado hasta nosotros. Por fin, en febrero de 1571 puso pie en Veracruz. Contaba cincuenta y tres años y gozaba de buena salud para acometer una empresa como la que se proponía. Nada mejor que las palabras de Somolinos para describir este momento crucial en la vida del protomédico: Le esperaba una incógnita, un abrumador trabajo inemprendido, las cosas admirables de la naturaleza novohispana que él referirá más tarde, la lucha con las pasiones de los hombres, "las selvas hostiles y los pérfidos ríos" donde dejará su salud. Peo también le esperaba la inmortalidad y la obra imperecedera que lo incorporó definitivamente a la historia12. Al llegar a la Nueva España le sorprendió la maravilla de la naturaleza americana, la armonía y el cosmopolitismo de la ciudad de México. No le agradó tanto la acogida que le hizo la Audiencia con la cual tuvo varios conflictos en asuntos de inspección y licencias que Hernández pensaba eran de su jurisdicción como protomédico. Este punto de choque y la dificultad para pagar a sus ayudantes fueron sinsabores que acompañaron su estancia en la Nueva España. Desde un punto de vista científico las cosas fueron mejor. Pronto se relacionó con el arzobispo Pedro Moya de Contreras y con el eminente catedrático de la Universidad, Francisco de Cervantes de Salazar, toledano como él y cronista de la ciudad de México, y desde luego con el círculo de los médicos13. Se rodeó también de un equipo de trabajo formado por indígenas: pintores, médicos, yerberos, guías, nahuatlatos. A diferencia de Sahagún, no nos ha dejado sus nombres, pero en su testamento los recuerda y deja dinero para indios pintores y médicos14. Somolinos analiza el desarrollo de la investigación de Hernández y distingue cinco grandes exploraciones: zona central, mar austral, Oxaca, Michoacán y Pánuco. En tales exploraciones15 Hernández se dedicó con ahínco a recoger y estudiar un gran número de plantas. En todo momento procuraba informarse de las propiedades de las mismas por medio de conversaciones con los médicos indígenas. Luego, en sus estancias en los hospitales, verificaba los datos obtenidos. Para esta tarea se necesitaba fortaleza física --los viajes eran en mulas-- así como lo que hoy describiríamos como una gran sensibilidad antropológica. Pensemos que el estudio de las plantas requería un diálogo entre dos culturas diferentes, a menudo a través de intérpretes. Y a esto se unían los peligros para la salud que suponían entonces las zonas tropicales, la tierra caliente16. Por todo lo cual la empresa del protomédico en la Nueva España nos parece hoy difícil y, en cierta manera, grandiosa. Entre ese año de 1574 y el de 1577 en que regresó a España, Hernández vivió otra etapa muy digna de atención en la ciudad de México, como médico en uno de los grandes hospitales que en ella existían, el de San José de los Naturales, llamado también Hospital Real. Además de hospital era éste una hospedería y tenía adjunto un huerto de plantas medicinales. Allí, además de ejercitarse en cirugía y autopsias, se dedicó a experimentar los conocimientos sobre farmacopea al mismo tiempo que repasaba y ordenaba los materiales recogidos en sus viajes dando forma y redactando los manuscritos dedicados a la historia natural. Probablemente en ese tiempo se interesó y empezó a escribir el libro de las Antigüedades que ahora aquí se reimprime. Al menos así se deduce de su texto, ya que en 1574 es cuando, según lo nota, hizo una correlación calendárica respecto de los años aztecas. Fue entonces también cuando, en una carta que dirigió a Felipe II, le expresó que estaba escribiendo su obra sobre las tradiciones e historia de los indios. Es interesante señalar esto porque para entonces ya tenía casi acabada su investigación botánica y había reunido además datos suficientes sobre el pasado prehispánico para poder escribir este trabajo, que es el que aquí más nos interesa. A fines de 1575 estaban ya a punto de concluir los cinco años asignados por el rey para realizar los estudios que se le habían pedido en las indias. El tiempo de Hernández en México se acababa y Felipe II le pedía con insistencia que le enviara los frutos de su trabajo. Por fin, a principios de 1576, pudo remitir Hernández a España dieciséis cuerpos de libros que contenían lo relativo a las plantas, bellamente ilustrados y encuadernados. Y, al año siguiente, el protomédico regresó a España con otros veintidós libros, en los cuales se guardaban los borradores de los que había enviado a Felipe II, además de su traducción de Plinio, con algunos tratados filosóficos y el manuscrito de las Antigüedades. Todos estos papeles eran el fruto de seis años de trabajo en tierras mexicanas; en ellos quedaba para siempre plasmada la primera misión científica de gran envergadura realizada en el Nuevo Mundo.
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Ya en los cincuenta, la Indochina francesa había sido considerada importante por sus materias primas pero, sobre todo, por el efecto que tendría su caída. Estados Unidos resultó un dubitativo participante en las conversaciones de Ginebra y no quiso firmar los acuerdos de 1954, probablemente como consecuencia de su política respecto a China en estos momentos. El resultado de los acuerdos de 1954 fue que se internacionalizó la paz, pero sin ninguna garantía efectiva. En consecuencia, los vietnamitas del Norte pudieron tener la sensación de que se les dejaba la posibilidad de acabar conquistando el Sur. Por otro lado, fue el nacionalismo y no ninguna consigna de Moscú el que produjo la sublevación allí. Cuando Kennedy llegó al poder el número de norteamericanos en Vietnam era de apenas 685. Vietnam del Sur tenía 14 de los 25 millones de habitantes del país y la mayor parte de los recursos alimenticios, pero nunca tuvo conciencia de ser una nación. La conclusión a la que llegó el presidente norteamericano fue, sin embargo, que si los Estados Unidos tenían que luchar por el Sudeste asiático limitando el avance comunista lo debían hacer por Vietnam del Sur. En consecuencia, pronto el país se convirtió en el quinto país del mundo en recibir ayuda norteamericana. Eso, no obstante, no mejoró su dirección política: Ngo Dinh Diem, su presidente, era uno más del millón de personas que había abandonado el Norte en el momento de la victoria de los comunistas, mucho más un enemigo de éstos que un nacionalista. Déspota y católico, en un país en que esta religión recordaba al pasado colonial, mantuvo a 50.000 personas en la cárcel. Al principio Diem dio la sensación de ser un gestor eficaz pero, rodeado de una especie de corte imperial, acabó por exasperar a sus aliados. Kennedy dijo de él: "Diem es Diem y es lo mejor que tenemos", pero en el momento en que el número de norteamericanos en Vietnam llegaba a 18.000 y se había producido una revuelta budista tuvo lugar el derrocamiento de Diem (noviembre de 1963). El propio embajador norteamericano apoyó el golpe, iniciando un proceso por el que los Estados Unidos se involucraron en exceso en la política de aquel a quien querían proteger. A partir de este momento, cuanto más aumentaba la presencia norteamericana en Vietnam más insistían desde Washington en la reforma política, llegando a intromisiones inaceptables y, al mismo tiempo, más se americanizaba la guerra. De otro lado, cuanto mayor era la inseguridad de los sudvietnamitas en el poder, al mismo tiempo más autoritario se volvía el Gobierno de Saigón. En 1964 hubo nada menos que siete Gobiernos, lo que es lógico si tenemos en cuenta que la expulsión de Diem había producido un profundo vacío político. Kahn, el sucesor de Diem, fue un personaje simplemente cómico. Nunca hubo, por parte norteamericana, una evaluación del adversario ni del hecho de que las guerras largas, igual que la de Corea, acaban quebrando el consenso interno de las democracias. Cuando surgieron dificultades a medio plazo, los mismos que habían defendido la necesidad de intervención cambiaron radicalmente y hablaron de la necesidad de una retirada. El adversario acabó por ver los signos de buena voluntad como testimonios de debilidad.
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Antes de que terminase el siglo XVII, el pueblo devoto de Murcia estaba habituado a la buena escultura religiosa, y ello se debía principalmente a las numerosas importaciones que se hacían desde la vecina Andalucía e incluso la venida de escultores desde allí. Pero tuvo una especial relevancia la llegada a esta ciudad de Nicolás de Bussy, escultor viajero nacido en Estrasburgo en fecha no lejana a 1650 que, tras su paso por la Corte, ya en el 74 se encuentra en Alicante; trabaja en Elche (fachada de Santa María) desde el 78 al 82, y llega a Murcia en el 88. En esta ciudad se ocupa de realizar una nutrida colección de pasos de procesión para diversas cofradías, principalmente la Preciosísima Sangre, así como tallas de santos para las iglesias, hasta el 1704 que vuelve al reino de Valencia. Su estética iba desde un dinamismo barroco de tono monumental, a un realismo de fuerte sentido trágico, visible en su más aclamada obra: el Cristo de la Sangre, y en el San Francisco de Borja de la iglesia de jesuitas, de Murcia. Fuera de la ciudad se le atribuye la parte escultórica de la portada de la Casa de Guevara, en Lorca, realizada por los años de finales del siglo, donde, efectivamente, hay unos niños de alta calidad artística que pueden relacionarse con los de su máxima realización: la Asunción de María, en la citada fachada de Santa María de Elche. Y por último, por su rareza iconográfica, merece ser destacada la Diablesa, en Orihuela, que es en realidad un triunfo de la cruz sobre el pecado y la muerte. Estando aún Bussy en esta ciudad, hacia 1695, llegó desde Santa María de Capua, Nápoles, Nicolás Salzillo, escultor, que había nacido en aquella localidad en 1672 y no sabemos por qué razones se trasladó a la Península, y más concretamente a Murcia. Poco después de su llegada (1700) casó con doña Isabel Alcaraz Gómez, y ese mismo año se quedó con la factura de un paso de la Cena, para cuya realización no quiso pujar Bussy. Tras su matrimonio se sucedieron los encargos, y los hijos, y todo ello le llevaría a permanecer en la región, si no lo tenía ya muy decidido, hasta su muerte, ocurrida en 1727. Se le conocen dos discípulos: Antonio Caro Utiel (1707) y José López Martínez (1708). Los hijos vinieron escalonadamente, tanto varones como hembras. La primera murió; luego llegó Teresa (1704), y el tercero fue Francisco (1707), primer varón que, por tanto, tendría que hacerse cargo del taller a la muerte de su padre. Llegó luego José Antonio (1710), que también seguiría el oficio; María Magdalena (1712) que, como Teresa, quedó soltera, y Francisca de Paula (1713), que ingresó en las Capuchinas. Y los últimos, Inés (1717) y Patricio (1722), que serían importantísimos colaboradores en el futuro taller regido por el hermano mayor y, la una, llegaría a hacer una buena boda, mientras el otro se haría presbítero. Siempre se ha tildado a Nicolás Salzillo de mediocre escultor, y así lo muestra la primera obra que hizo, la Cena para la cofradía de Jesús, sustituida en el año 63 por la ahora existente, de mano de su hijo Francisco, y vendida a Lorca para que desempeñara el mismo fin procesional. Aún puede verse, desfigurada por apaños y repintes, compuesta por figuras muy estereotipadas de rasgos grandes y poco insistidos, que informan de la mediana formación artística que traía de su tierra natal. Del mismo estilo, aunque más libre de retoques, es la cabeza de San Pío V, de la residencia de jesuitas de Murcia, quizás realizada por Nicolás Salzillo en 1713 (fecha de la canonización). Aquí vemos un tipo de cabeza que va a ser muy propio al escultor: alargada, con frente abultada y pómulos salientes que producen un estrangulamiento en la zona de los ojos, siempre demasiado grandes y abiertos; la nariz es afilada y los labios muy marcados. Estos rasgos se enmarcan con cabellos y barbas realizados con gran virtuosismo, insistiendo mucho en el rizo y hasta en el pelo a pelo. Esta misma insistencia en el tallado de la madera la traspone a las vestiduras que se resuelven en movimientos sencillos pero gran abundancia de menudos pliegues: San Judas Tadeo, iglesia de San Miguel, y San Agustín, de la iglesia de San Andrés, una de talla completa y la otra de vestir. Se ha dicho que, a veces, consigue captar algo del espiritualismo de Bussy, pero basándose en esculturas que también han estado atribuidas a este escultor, como sucede por ejemplo con el Cristo de la Paciencia, de Santa Catalina, Murcia, o con el Jesús Nazareno, de la Merced, en la misma ciudad. Ambas son esculturas de calidad, aunque la segunda sea sólo la cabeza, y ésta, con pelo natural; pero el desnudo del primero recuerda efectivamente al Cristo de la Sangre y el segundo vuelve a estar atribuido ahora al estrasburgués. También se ha querido explicar el movimiento más conseguido de sus últimas figuras: Santa Catalina, de su parroquia, en Murcia, 1721, o San Sebastián, en San Bartolomé, por haber tomado buena muestra del hacer de otro forastero: Antonio Dupar, llegado a Murcia en 1718, o bien porque ya su hijo Francisco le ayudaba en el taller. Ante esto recordemos que la Santa de Alejandría es una de las pocas obras seguras del Salzillo padre y, ciertamente, tiene el aire salzillesco (del hijo), que aconsejó su atribución antes de conocerse el documento y, en cambio, San Sebastián viene asignándose indistintamente a Dupar, Nicolás Salzillo o, incluso, Francisco Salzillo. El hecho es que en ambas hay una distancia considerable respecto a la escultura de Santa Isabel de Hungría, del convento de Verónicas, o del San Miguel, de su iglesia, otra de las pocas obras suyas documentadas con seguridad, figura tan estática y envarada como los antedichos apóstoles o San Judas Tadeo. Se le ha atribuido también un precioso Niño dormido, de las Anas, y un San José con el Niño, de San Miguel. Recientemente se ha sabido que también trabajó en piedra, en el trascoro de la colegiata de San Patricio, de Lorca (Segado Bravo), concretamente dos arcángeles: San Miguel y San Gabriel, unas esculturas de San Pedro y San Pablo, y cuatro parejas de ángeles con símbolos de María (1716). Esto vuelve a sacar a debate la posibilidad del Francisco Salzillo escultor en piedra, o si no, a dar credibilidad a la afirmación de Ceán respecto a la paternidad de los dos relieves de la iglesia de San Nicolás, que da como de José Antonio Salzillo ¿se especializaría cada uno de los hermanos en un material a fin de poder ampliar las ofertas del taller? ¿A cuál de los dos llamarían de Madrid para el Palacio Real, si es que llamaron a alguno? Con estas líneas pretendidamente enrevesadas, queremos llegar a la conclusión de que, en realidad, se sabe poco del arte de Nicolás Salzillo, pese a ser importantes las aportaciones de Sánchez-Rojas Fenoll, pues si como Olmos, se conoce poco de su producción, lo que se le atribuye es tan variado que, o hemos de aceptar un eclecticismo y versatilidad fuera de lo común, o esperar a que se documente más obra con mayor certeza. Sin embargo, su actividad debió ser importante y producirle beneficios ya que de otra forma no hubiera podido dedicar a su primogénito a los estudios, e incluso facilitarle el ingreso como novicio en los dominicos, algo que sólo podían permitirse las familias acomodadas. Otro tanto dice el inventario de sus bienes, realizado tras su muerte; el escultor poseía cuadros, láminas y modelos en yeso, alguno de niños, quizás los del citado trascoro de Lorca. Seguro que nos falta mucho de su producción, aquélla que, pese a no ser genial, elaboraba con honestidad, buscando expresión y realismo, y dedicándose con aplicación a su minucioso acabado, cualidades de buen artesano que el exigente público murciano sabría también valorar. Su eclecticismo, o deseo de acercarse a los mejores, lleva implícita una autocrítica que le honra. De igual modo, el introducir en la enseñanza de su primogénito varón el aprendizaje del dibujo y pintura (con el presbítero don Manuel Sánchez) habla de los deseos de mejorar en la composición y buen movimiento de sus figuras y avanzar en el policromado. Parece que era un hombre tan consciente de sus limitaciones como deseoso de superarlas, algo que consiguió con creces en la figura de su hijo. Otra importante aportación para el arte escultórico en Murcia, y asimismo para la formación de Francisco Salzillo, la supuso la llegada a la ciudad de Antonio Dupar, escultor nacido en Marsella, en 1698, y formado con su padre, Alberto Dupar, también escultor, que había sido a su vez discípulo de Pierre Puget. Su figura, muy confusa desde Ceán a Baquero, fue estudiada desde su propia patria: J. Billioud, y en la nuestra por don López García y Sánchez-Rojas Fenoll. Su llegada se debió producir hacia 1718 y se prolongó hasta 1731. En estos años se casó, tuvo hijos y, que se sepa, hasta dos discípulos: Joaquín Laguna y Pedro Bes. Su estilo era completamente opuesto al que Nicolás Salzillo estaba imponiendo en Murcia, y hasta a lo más conocido de Bussi. En él primaban unos rostros de amable clasicismo que los alejaban de las marcadas expresiones, arrugas y detallismos tan definitorios de los otros, a la vez que los cuerpos se resolvían en graciosos y elegantes movimientos, acompasados casi como en danza, aunque, a veces, se vieran sacudidos por la presencia de intensos vientos espirituales que azotaban y hacían revolotear las vestiduras. Como venimos haciendo al hablar de los escultores ya citados, también ahora nos hemos de lamentar de la pérdida de la mayor parte de lo documentado que, además, era importante. Así, en 1722, realizó y firmó toda la decoración interior del camarín de la Virgen de la Fuensanta. Puso en práctica aquí todas sus habilidades artísticas como tallista, escultor y pintor; de todo ello nada quedó, sólo el recuerdo y juicio admirativo de un relieve que allí había y que representaba a la Sagrada familia con San Joaquín y Santa Ana, reunidos en una galería con columnata. Otra obra desgraciadamente perdida es la Inmaculada que realizó para el trascoro de la colegiata de San Patricio, en Lorca; la obra, como el citado camarín, estaba firmada y fechada en 1723, y era de tamaño mayor que el natural. Verdaderamente, para esa fecha no se había visto nada semejante hecho en bulto redondo en Murcia, ni siquiera en España; esto lo reconocieron los canónigos de Lorca y le recompensaron largamente. De hecho aquí se impone un modelo que ya tenía tradición en la pintura madrileña de un Carreño o Antolínez, pero que está más próxima aún a las más esbeltas e idealizadas (más acordes con la estética de su tiempo) de Palomino. Pero se descubre en ésta otra novedad, también evidente en otra Inmaculada, figurita de barro (50 centímetros) que posiblemente fue el modelo presentado a los canónigos y guardan las capuchinas de Murcia, y es el uso de un plegado muy marcado y abstracto que se enseñorea de toda la zona volada del manto, y nos lleva a los hábitos de la Santa Teresa de Bernini. De este mismo tema presenta otra variante en el retablo mayor de la iglesia de San Francisco de la misma Lorca, menos dinámica, aunque, a juzgar por la que ahora existe (muy restaurada), elegantísima en su movimiento de contraposto y delicadísima en su anatomía: la comparación con la de Filippo Parodi de la iglesia de Santa María della Cella, en Génova, nos parece muy acertada. Se le viene atribuyendo el San Juan Bautista de su parroquia, en Murcia. Es también una figura capital en la imaginería española, dotada de fina sensibilidad desconocida en lo español para esos momentos. Ni su rostro, ni su anatomía recuerdan en nada a las imágenes que, en pintura o escultura, teníamos del precursor; se trata aquí de un efebo, un muchacho apolíneo, aunque con morbidez dionisíaca, que pienso se adelanta mucho a esos años de 1728-20 en que se viene situando su realización por el francés. Y asimismo se le atribuye una pareja de ángeles adoradores del Sacramento, de tamaño algo menor que el natural, en la iglesia de San Andrés, de Murcia y un San Miguel, en el convento de agustinas de esta ciudad. Pese a la gracia de los primeros, resueltos en serpentinata manierista, y la ligereza del segundo, no llega en estas obras a la altura de las antedichas, algo que sí consigue y plenamente en otra obra documentada: el sagrario de la iglesia de Santa Justa, en Orihuela. Otra vez la obra auténtica viene a decirnos de la excelsa calidad del artista. Sus rostros expresan dulce ensimismamiento, melancolía aristocrática, algo que puede muy bien relacionarse con las almas que animan las delicadas figuras de un Watteau que por las mismas fechas revolucionaba el arte cortesano francés.