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La dominación almohade en el Norte de Africa y al-Andalus dejó muestras de un arte extraordinario. Sus mejores ejemplos son la Giralda de Sevilla, la Kutubia de Marraquech y la Torre Hassan de Rabat. La Giralda es el elemento más representativo de ciudad de Sevilla. Se trata del originario alminar de la antigua mezquita. Ahmed ibn Baso y Alí de Gómara en 1198 serán los encargados de la obra. Su esquema deriva del alminar de la mezquita de Córdoba. El gran cuerpo se levanta en ladrillo, alcanzando los 94 metros de altura, con balcones y ventanas en los cuatro frentes. La decoración de los muros hasta la mitad de la altura presenta tres paños verticales con la típica red de rombos. Por encargo del Cabildo Catedralicio, el arquitecto Hernán Ruiz II llevó a cabo la renovación de la torre entre 1558 y 1568, añadiéndose el cuerpo de campanas y los templetes que lo culminan de manera decreciente. Como remate se ubicó una estatua de la Fe en bronce. La escultura hace de veleta, ya que gira según la dirección del viento, motivando la denominación popular de "Giralda". Hermano gemelo de la Giralda es el alminar almohade de la Kutubia de Marraquech, también llamada Mezquita de los Libreros. Destaca por las formas puras y por una decoración limitada a unos simples motivos repetitivos. Tiene 69 metros de altura y presenta planta cuadrada y perfil rectilíneo. Las partes altas de sus muros están decoradas con arcos entrelazados. La Torre Hassan de Rabat es también hermana de las anteriores. Mandada levantar por Yaqqub al-Mansur, la torre nunca fue acabada, aunque presenta una dimensiones impresionantes, con 16 metros de lado y una altura, de haber sido concluida, cercana a los 80 metros .
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El movimiento almohade fue fundado por el bereber Muhammad ibn Tumart, nacido en el anti-Atlas magrebí hacia 1080, quien probablemente en 1117 empezó a reaccionar contra lo que él consideraba relajación religiosa de los almorávides. Perseguido por éstos, se hizo fuerte, desde 1123, en Tinmmal, al sur de Marrakech, con sus seguidores, titulándose Mahdi, y consolidó antes de su muerte, en 1130, su característica doctrina rigurosa en el unitarismo divino y tan sobria inicialmente como eran sus costumbres bereberes no-urbanas, doctrina que adquirió plena dimensión política al lograr sus seguidores conquistar territorios y llegar a sustituir a la dinastía almorávide en el Magreb y al-Andalus en 1145-1146.Los califas almohades de al-Andalus fueron nueve e impusieron su poder sobre el Sur peninsular durante 84 años, de 1145-6 a 1232, cuando acabaron sustituidos por las terceras taifas, reunificadas por el sultanato de los Nazaríes de Granada, el último al-Andalus (1232-1492). En el Norte de África, los almohades fueron sustituidos por tres sultanatos: el de los Hafsíes en Túnez, el de los Zayyaníes en Tremecén y el de los Benimerines en el Magreb Occidental; los Benimerines tomaron la capital almohade de Marrakech en 1268 y, al año siguiente, aniquilaron su último reducto de Tinmal.Desde 1120 a 1268 en el Magreb, y desde 1145 a 1232 en al-Andalus, tres etapas distintas marcan diferencias en casi todas las manifestaciones del período almohade: primero, la fundación y consolidación de su doctrina y su Imperio, hasta la muerte del primer califa Abd al-Mumin (1163); segundo, su apogeo, durante los califatos de Abu Yaqub y Abu Yusuf (1163-1199), algo prolongado hasta 1212; y luego, la decadencia.En general, la férrea organización doctrinal y administrativa de esta dinastía, que, al extenderse en sus mejores tiempos desde la Tripolitania hasta el centro de la Península Ibérica, comunicó además amplias zonas y recursos, propició una brillantez cultural y una grandiosidad artística, en cuanto la cultura almohade dejó atrás el marco bereber estricto, y se enriqueció con los elementos de la alta cultura urbana andalusí.El califato almohade, junto con el califato omeya, representan las cimas de la titulación político-religiosa en al-Andalus, y en este sentido, acierta D. Urvoy al expresar que "fue el poder bereber quien, permitiendo remontar la crisis moral y social, procuró las condiciones para el completo desarrollo del pensamiento". Un pensamiento filosófico que es símbolo del esplendor cultural andalusí-almohade, acompañado por el orden gubernativo, el esfuerzo militar que logra la última gran victoria musulmana en la Península (Alarcos, 1190), aunque caiga en picado tras la derrota de Las Navas de Tolosa (1212). Y, también, buen engranaje en el comercio mediterráneo, como manifiestan diversos tratados con potencias italianas, hasta que en el siglo XIII se produzca un cambio de la situación anterior que hizo perder protagonismo a la iniciativa comercial andalusí y magrebí, en la cual hay que buscar una de las causas del declive musulmán al iniciarse la Baja Edad Media.Otra de las razones del declive y del retroceso territorial, que se vuelve imparable en al-Andalus tras la grave derrota de Las Navas de Tolosa, reside en una de las características que fue, en sus mejores tiempos, timbre de gloria de los almohades: su condición de socorredores militares de al-Andalus. Precisamente, el hecho de que no se reclutaran ejércitos suficientemente numerosos formados por andalusíes, sino que se recurriera a traer combatientes del Norte de África, acabó produciendo ese carácter poco militarizado evidente en la sociedad de al-Andalus que, cuando sin apoyos del Magreb (todavía en ayuda de los Nazaríes de Granada vendrán los Benimerines) le dejarán a merced de las treguas costosas con los reinos cristianos, o a merced de sus conquistas progresivas.En ambos aspectos: protagonismo andalusí en el comercio mediterráneo y protagonismo combatiente en la Península Ibérica, los almohades representan la última gran baza de los musulmanes del Occidente islámico, antes de que el peso de sus relaciones con la Cristiandad se incline definitivamente en su contra.
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Los principios religioso-políticos instaurados por los almohades tomaron auge rápidamente y no sólo se impusieron sobre los de la dinastía almorávide sino que sirvieron de base a un nuevo Imperio que extendió sus límites territoriales desde la Tripolitania hasta al-Andalus. Los almohades, tras un proceso inicial jalonado por numerosos vaivenes de avance y retroceso en el territorio magrebí, cruzaron finalmente el Estrecho a fin de instalarse en al-Andalus.La situación política andalusí en esta época ofrecía un panorama adecuado y proclive a recibir a una nueva dinastía. La población, sometida y descontenta con la gestión política y económica ejercida por los almorávides, estaba dispuesta no sólo a promover múltiples levantamientos sino a proclamar como nuevo dirigente de al-Andalus a un gobernante almohade. Así pues, de nuevo fue un movimiento religioso magrebí el que vino a solventar dificultades.En 1145 habían desembarcado en la Península las primeras tropas almohades respondiendo con ello a la petición de auxilio tramitada por Ibn Qasi, cabecilla espiritual y político que, desde su reducto del Algarve, partió en busca de ayuda con el fin de eliminar totalmente a los almorávides de al-Andalus. Estos últimos se habían visto obligados a reducir los efectivos militares a este lado del Estrecho dado que eran necesarios en el Magreb para combatir al nuevo poder que avanzaba rápidamente. Dicha coyuntura fue aprovechada por los andalusíes, quienes a su vez se alzaron en un movimiento de rebeldía que se extendió por todo el territorio y que lo fragmentó en los llamados segundos reinos de taifas, regentados por señores independientes. De entre ellos, fue el mencionado Ibn Qasi el primer amotinado, pues ya en 1142 se reveló en el Algarve, donde construyó, concretamente en Silves, una rábida en la que reunió a sus adeptos, los llamados muridin.Entre los que se levantaron contra el poder almorávide figuran, igualmente, Zafadola Ibn Hud, en Levante; Ibn Mardanis, el denominado Rey Lobo en las fuentes cristianas, quien ejerció su poder especialmente en Murcia y Valencia hasta casi la mitad del reinado del segundo califa almohade, Abu Yaqub; Ibn al-Hachcham, que acabó dominando Badajoz, y los Banu Ganiya, en las Baleares, entre otros.Este es el contexto socio-político que aguardaba a la nueva dinastía en la Península. Queda claro, pues, que en la venida de los almohades se conjugaron dos hechos importantes: por una parte, el ideal expansivo generado por este movimiento de base religiosa; por otra, la necesidad de los andalusíes de recurrir a éstos para contrarrestar los avances cristianos.
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Consolidaron los bereberes Sinhaya en el norte de África, desde mediado el siglo XI, un Imperio que por su orientación religiosa ortodoxa, defensora de los valores espirituales y a la vez de los territorios del Islam, se denominó de los almorávides. Su instalación en al-Andalus fue conjunción de dos factores complementarios: la fuerza expansiva, propia del movimiento almorávide, y la urgencia sentida por los andalusíes de contrarrestar la permanente ofensiva de los reinos cristianos. Así llegan, en 1086, un año después de la toma de Toledo por Alfonso VI, y tras comprobar la inseguridad de la fragmentación en los existentes reinos de taifas, empiezan a conquistarlos, desde 1090 (primero, Granada) hasta 1116 (las Baleares).Los almorávides dominan al-Andalus con sus ejércitos y con la colaboración de los letrados andalusíes, pero esas tropas traídas del Magreb no logran contener los avances cristianos y en las gentes de al-Andalus pronto rebrota la berberofobia, cuando advierten la decadencia doctrinal, política y militar de los almorávides, sobre todo desde la segunda década del siglo XII.Alzándose contra este Imperio, minado además en el Magreb por los almohades, los andalusíes se alzan de nuevo en taifas, desde 1142, hasta ir pasando al dominio del nuevo Imperio magrebí, de los almohades.Junto a tanta inestabilidad política y militar, se aprecia en al-Andalus un esplendor cultural y científico, un amplio desarrollo urbano y una notable pujanza económica.
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El siglo XI fue, como señaló Ramón Menéndez Pidal, la centuria de las extremas crisis en el mundo musulmán y en el cristiano. En la primera mitad de este siglo, las crisis políticas afectan a los dos califatos: los abbasíes de Bagdad y los omeyas de Córdoba, las partes mediterráneas del mundo islámico (Dar al-Islam), desde Siria hasta al-Andalus, fueron territorios de disidencia y conflictos. En Oriente el decadente califato abbasí se encuentra bajo la tutela del poder político de los buhíes si'i, de origen persa, y desde 1055, de los selchuquíes turcos. Siria fue el territorio más débil del Imperio abbasí, donde se desarrollaron luchas continuas entre el potente califato fatimí de El Cairo y los señoríos locales y en particular los selchuquíes, que duró hasta la invasión de los Cruzados en 1097.En Occidente, y tras la muerte del dictador Almanzor (1002) y su hijo al-Muzaffar (1008), al-Andalus entra en una guerra civil (Fitna) que sumergió el país en una crisis política profunda, que condujo a resquebrajar lo que parecía sólido poder central y a acabar con la abolición del califato omeya en 1031, culminando en la aparición de los reinos de taifas. Lo mismo sucede en Sicilia, que tras una crisis política, llegó a la revolución de Palermo en 1019 y a la partición de la isla en señoríos el año 1036.El siglo XI nos presenta, pues, un nuevo aspecto político, tanto en la Península como en el sur de Italia, en Sicilia. Es el retroceso territorial espectacular del islam europeo y el avance de la cristiandad en las tierras musulmanas sicilianas y andalusíes. Esta presión cristiana -como señaló Pierre Guichard- "se explica por el dinamismo de un Occidente en donde empiezan a revelarse los factores de toda naturaleza político-ideológicos, económico-sociales y militares que van a alcanzar hasta nuestros días, en un movimiento casi continuo de expansión a costa de los mundos exteriores".El despertar de la cristiandad occidental frente al estado de la fragmentación del islam europeo favorece una "agresión extranjera", y en particular la intervención del Papado de Roma, tanto en Sicilia como en la Península. El papa Alejandro II movilizó, bajo su égida, e hizo predicar en los dos países la Guerra Santa: la primera fue cuando los normandos empezaron su conquista de Sicilia, en 1061, bajo la bandera del Papa y su bula general para los combatientes; mientras que la segunda se realizó, en la Marca Superior, con la aparatosa cruzada franco-aragonesa de Barbastro ocurrida en 1064, que fue reconquistada por los andalusíes al año siguiente. Más tarde, la rendición de Toledo (mayo de 1085) al rey Alfonso VI de Castilla fue un duro golpe para al-Andalus, y también para el Magreb. Como consecuencia, los régulos de taifas se convencieron de que era necesario deponer sus rencillas y salvar al-Andalus, pidiendo auxilio al emir magrebí Yusuf ibn Tasufín. Con una clara visión de las circunstancias, el poeta Ibn al-Assal dirigía sus versos a sus compatriotas para darles cuenta de la amenaza de Castilla, mostrandó al-Andalus como una ropa que se deshilacha por el medio:"¡Oh gente de al-Andalusl, ¡Aguijad vuestras monturas! Porque el permanecer aquí es un error; La ropa se deshilacha primero por los bordes y veo que la ropa de la Peninsula se deshilacha por el centro".
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Cuando, poco después de la muerte de César, los decuriones de Urso se reuniesen para organizar los espectáculos de la colonia según la ley que les había otorgado el dictador, pocos fueron, probablemente, los que se plantearon celebrar esos juegos en edificios concretos: el texto legal se limitaba a mencionar el circo y el foro, y lo cierto es que reflejaba así una indefinición muy propia de su época. En efecto, quien conociese la Italia de mediados del siglo I a.C., bien sabía lo raros que por entonces eran todavía los teatros y anfiteatros estables: sólo hacía unas décadas que habían empezado a plasmarse sus planteamientos y estructuras, llenos aún de dudas y ensayos, y tan costosas construcciones apenas se veían fuera de Campania y Etruria. En la propia Roma, centro del poder político y por tanto teórico modelo para municipios y colonias, la situación se hallaba aún peor: fruto de la desconfianza del senado hacia las asambleas populares, se carecía por completo de anfiteatro -los gladiadores combatían en el Foro, las fieras en el Circo Máximo-, y sólo en 55 a.C. había podido Pompeyo construir el primer teatro en cal y canto de la ciudad. Realmente, salvo ese edificio -grandioso sin duda, pero aislado-, hubo que esperar en Roma al principado de Augusto para que los ámbitos arquitectónicos de los juegos cobrasen un carácter monumental: fue entonces cuando se levantó el primer anfiteatro de la Urbe, el de Estatilio Tauro (en 29 a.C.), que aún debía de tener gradas de madera; también en esos años se inauguraron los teatros de Balbo y de Marcelo (en 13 y 11 a.C., respectivamente) y, además, se decidió dar al Circo Máximo una entidad que superase la de mera explanada rodeada con bancos de leño: a raíz del incendio de 31 a.C., se construyeron en piedra por lo menos el pulvinar y parte de las gradas.
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Los amoxtli, códices o libros del México antiguo Además de un cierto número de inscripciones en varios monumentos, se conocen seis amoxtli o manuscritos de incuestionable origen prehispánico. A ellos pueden sumarse por lo menos cuatro más que se elaboraron en tiempos muy cercanos a la conquista española. De años posteriores, a lo largo del siglo XVI y primera mitad del XVII, provienen otros testimonios en los que se siguen empleando antiguas formas de pictografía y escritura jeroglífica. Con el transcurso del tiempo se torna también visible en la documentación que continuaron produciendo los indígenas el impacto de los procesos de aculturación entre españoles y nativos. De hecho, se conservan en distintos archivos de México y de fuera de él centenares de manuscritos en los que sobreviven vestigios de la tradición pictográfica e ideográfica prehispánica, pero junto ya con elementos de clara procedencia española. Aparecen allí además diversos tipos de glosas o anotaciones, redactadas ya con el alfabeto, unas veces en nahuatl y otras en castellano, o en ambas lenguas. Los mencionados seis amoxtli o códices de indudable origen prehispánico, aunque no provienen del ámbito mexica o azteca, guardan estrecha relación con la cultura de los pueblos nahuas. Por ostentar entre sí considerables semejanzas, se les considera integrantes de un conjunto de producciones afines. Dado que el más extenso de estos códices, tras haber sido enviado a Europa, fue posesión de un miembro prominente de la familia Borgia, se conoce hasta hoy con dicho apelativo. Teniendo por consiguiente a dicho Códice Borgia, conservado en la Biblioteca Vaticana, como prototipo en el mencionado conjunto, a él y a los otros cinco se les designa de ordinario con el nombre de Códices del grupo Borgia. En forma sumaria me referiré a ellos. Recordaré antes los nombres con que se conocen y los lugares donde se guardan. Los más afines al llamado Borgia son el Vaticano B 3773 --por preservarse en la Biblioteca Vaticana-- y el Cospi o de Bolonia, existente en la Biblioteca de la Universidad de esta última ciudad. Un tanto diferentes, aunque ostentando algunas relaciones con el Borgia, están el llamado Laud --por el nombre de su último poseedor privado, William Laud, arzobispo de Canterbury--, hoy en la biblioteca Bodleyana de la Universidad de Oxford, y el Fejérváry-Mayer --también por los apellidos de dos de sus poseedores--, y actualmente en el Museo de Liverpool. A estos manuscritos debe sumarse otro --una sola hoja-- conocido como Del culto rendido al Sol, en la Biblioteca Nacional de París. Como puede verse, casi resulta una ironía que, con excepción de la referida hoja, los otros códices ostenten hoy nombres que absolutamente nada tienen que ver con su contenido. Tan sólo sería posible imaginar otra paradoja semejante suponiendo que a un manuscrito medieval europeo, digamos que una Biblia gótica, se le adjudicara el nombre de un indígena mesoamericano por el hecho de que fuera poseedor del mismo: ¡Biblia o códice Tlacahuepantzin! Volvamos ya al conjunto de estos códices. Pintados en largas tiras plegadas a modo de biombo, manufacturadas en unos casos con papel hecho de la corteza del amate y en otros aprovechando pieles de venado, a modo de pergaminos, cuanto se consigna en ellos guarda relación con los cómputos calendáricos del tonalpohualli, cuenta de los 260 días --básicamente de connotaciones astrológico-rituales-- la predicción de los destinos, el culto a los dioses, y las prescripciones acerca de las formas de ofrendas y sacrificios que debían hacérseles. En algunos casos se incluyen asimismo representaciones, acompañadas de referencias jeroglíficas, tocantes a aspectos sutiles de la antigua visión del mundo y de las interacciones de los seres humanos con el universo de la divinidad. A diferencia de otros códices prehispánicos, como los de procedencia mixteca en Oaxaca, en los manuscritos que integran el grupo Borgia no hay alusiones que permitan decir que, por lo menos, algunas de sus secciones tengan el carácter de crónicas. Su valor histórico es otro: en ellos se reflejan antiguas prácticas y tradiciones y se indican incluso las formas específicas cómo debían realizarse determinadas ceremonias e imprecaciones. A estos seis libros, las más tempranas producciones que se conservan del ámbito cultural de la región central de México, hay que sumar los otros cuatro, elaborados en la época que inmediatamente siguió al contacto con los hombres de Castilla. Dos se asemejan mucho en su contenido a los integrantes del grupo Borgia. Son éstos los que se conocen como Códice Borbónico, y Tonalámatl de Aubin. En el primero, además de consignarse otra cuenta de 260 días, con la representación de las deidades que presiden cada uno de los distintos períodos, se incluye también un elenco pictográfico que abarca lo más característico de las fiestas que se celebraban en cada una de las 18 veintenas que integraban el año solar. De este modo, el Códice Borbónico es fuente primordial para conocer la liturgia religiosa de los pueblos nahuas. El llamado Tonalámatl de Aubin, según lo indica su nombre, perteneció a Joseph Alexis M. Aubin, coleccionista francés que lo sustrajo de México en el siglo XIX. Su calidad de ámatl, papel y de tomalpohualli, conjunto calendárico de 260 días, se subrayan también en su designación. Comparando el contenido de este manuscrito con los registros que aparecen en los del grupo Borgia, pueden percibirse algunas diferencias pero también grandes semejanzas. Fundamentalmente el universo de los dioses es el mismo en todos estos libros. Para conocer los atributos de cada numen y para enterarse de los distintos rituales que les correspondían, así como para situar creencias y prácticas religiosas en función de la estructura calendárica, estos amoxtli o libros son de un valor inapreciable. Atendamos a los otros dos libros, provenientes de la época del contacto con los españoles. Uno de ellos, conocido como Matrícula de Tributos, constituye una compilación pormenorizada de lo que tenían que entregar a México-Tenochtitlan, en determinados períodos, los varios pueblos o provincias que le estaban sometidos. Así, al lado del registro de los glifos toponímicos se miran en él los signos que denotan los varios objetos que se tributan. Como puede suponerse, este manuscrito es de particular relevancia para el estudio de la vida económica prehispánica. Finalmente, el cuarto de los amoxtli, perteneciente a la misma etapa, muy cercana a la Conquista, tiene un contenido histórico. Dicho manuscrito se conoce con el nombre de Tira de la Peregrinación. En él se representa lo que fue la marcha de los mexicas o aztecas, desde su salida de la mítica Aztlan hasta llegar a Chapultepec. Acompañan a las pictografías de este documento diversas anotaciones jeroglíficas, tanto de contenido calendárico como referentes a los nombres de personas y lugares. Además de la Tira de la Peregrinación, se conservan otros códices asimismo de contenido histórico y de fechas relativamente tempranas en el siglo XVI. En varios casos se trata de copias de amoxtli o libros prehispánicos. Muestras de ellos las proporcionan los códices mexicas que ostentan los siguientes nombres: Azcatitlan, Mexicanus, Sigüenza, Vaticano A, Telleriano-Remense. En tanto que en los tres primeros la mayor parte del contenido versa sobre la peregrinación de los mexicas y otros temas afines, en los dos últimos, además de las referencias históricas que abarcan períodos mayores, se incluyen otros asuntos. En el Vaticano A hay una importante sección acerca de las edades cósmicas y de los orígenes primordiales y, tanto en él como en el Telleriano-Remense, se incluyen registros del tonalpohualli o cuenta de 260 días. Otros ejemplos de la documentación indígena existente los proporcionan los manuscritos de origen tetzcocano, también de contenido histórico, que versan sobre las vidas y actuaciones de varios de sus antiguos gobernantes. Entre ellos sobresalen los códices Xólotl, Tlotzin, Quinatzin, de Tepechpan y En Cruz9. Rasgo digno de especial mención es que en algunas de estas producciones, al lado de las pictografías y los signos jeroglíficos, hay glosas en nahuatl, consignadas con el alfabeto latino. Tales glosas son comentarios derivados de la tradición oral respecto de lo que se representa en los manuscritos. Estos se tornan así muestras plásticas de la antigua convergencia, descrita por frailes como Bernardino de Sahagún y Diego Durán, de lo que eran los testimonios de los códices y sus correspondientes comentarios preservados por la tradición. Fray Diego Durán notó a este respecto que en los antiguos centros de educación tenían grandes y hermosos libros de pinturas y caracteres de todas las artes, por donde las enseñaban...10 a los estudiantes. Por otra parte, el incipiente empleo, en varios de los códices que acaban de mencionarse, de glosas redactadas con el alfabeto latino, muestra el modo como se fue amestizando la producción de estos manuscritos indígenas. Esto es aún más visible en otros textos, debidos también a indígenas de idioma nahuatl. Un ejemplo extraordinario lo proporciona la llamada Historia Tolteca-chichimeca, procedente del pueblo de Cuauhtinchan, en el actual Estado de Puebla. En esta obra, a la par que se incluyen no pocas pictografías acompañadas de anotaciones jeroglíficas, se consigna también un largo texto en nahuatl escrito con el alfabeto latino. En dicho texto se preservan noticias históricas que van, desde la ruina y abandono de la metrópoli de Tula, donde había florecido el gran señor de los Toltecas Quetzalcóatl, hasta algunos acontecimientos posteriores al contacto con los hombres de Castilla. En esta Historia se incluyen además varias composiciones de gran interés para el conocimiento de la expresión literaria de los pueblos nahuas. Así, pueden citarse varios antiguos cantares y algunos discursos que allí se transcriben en su lengua original y cuentan entre las producciones a las que cabe asignar una antigüedad que, en varios casos, parece remontarse a los siglos XI y XII d.C.11.
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En esta región se inicia una etapa caracterizada por un gran dinamismo cultural, en la que el rasgo principal es el regionalismo, definido por territorios pequeños con sistemas de gobierno centralizado y por estados teocráticos que tienen su sede en centros urbanos incipientes. Como ya hemos dicho, en estas ciudades las técnicas hidráulicas de intensificación agrícola alcanzan un alto grado de desarrollo, y surge con mucha fuerza la especialización en variadas artesanías, como cerámica, textil, metalurgia, etcétera.